CAPITULO XIII

El último rayo de luz del día había ya desaparecido del cielo y las luces de la calle estaban encendidas. En un reloj que estaba puesto en una esquina, frente a un banco, vi que eran casi las seis y media. Debía apresurarme, ya que tenía cita a las siete y Joy, con toda seguridad, estaría bastante enfadada si yo me atrasaba.

—Esta será una excelente noche para cazar mapaches, — dijo el conductor del taxi —. Hace calor y no hay brisa y en unos momentos más saldrá la luna. Me gustaría salir, pero, debo trabajar esta noche. Un amigo y yo, tenemos un perro. A manchas blancas y negras. Tiene el hocico más suave que usted haya visto jamás.

—Usted, es un cazador de mapaches — dije, haciéndolo como una pregunta, pero, no totalmente. No es que me interesara, pero, estaba claro que el hombre esperaba que yo reaccionara de alguna forma.

Fue todo lo que necesitó. Probablemente, era todo lo que había esperado.

—Lo he sido, desde pequeño — me dijo —. Cuando tenía nueve años, me sacaba mi padre. Yo se lo digo, señor, se le mete a uno en la sangre. Salga en una noche como ésta y no podrá sujetarse, tratando de estar allí. Hay algo en la forma que huele el bosque en esta época del año y hay algo especial en el sonido que emite el viento en los árboles, cuando se están cayendo las hojas y uno puede sentir la helada que está a muy poca distancia.

—¿Dónde va a cazar?

—Hacia el oeste, a cuarenta o cincuenta millas. Por el río hacia arriba. Hay muchos troncos en el lecho del río.

—¿Caza muchos mapaches?

—No se trata de los mapaches que cazo — dijo —. Muchas noches he vuelto con las manos vacías. Quizás, los mapaches son sólo la excusa para ir al bosque durante la noche. No hay mucha gente que vaya a los bosques, durante la noche o a cualquier hora. Yo no soy de esos que andan diciendo que se debe uno comunicarse con la naturaleza, pero yo se lo digo, amigo, si usted pasa una noche allí, será un hombre distinto.

Me recliné en el asiento y observé el pasar de las calles. Se trataba de la misma y antigua ciudad que yo había conocido, y, sin embargo, ahora me parecía que en ella había una propiedad de observación, como si las tenues formas le estuvieran espiando a uno desde los oscuros rincones de los ensombrecidos edificios.

El conductor me preguntó:

—¿Nunca ha salido a cazar mapaches?

—No. Nunca. Salgo a disparar un poco a los patos y voy a Dakota del Sur para la caza de faisanes.

—Ah, sí — dijo —, me gusta la caza de patos y faisanes, también. Pero, cuando se va a los mapaches, es algo especial.

Estuvo silencioso durante unos momentos, y después dijo:

—Creo, sin embargo, que todo depende del hombre. Para usted, los patos y faisanes, para mí, los mapaches. Y conozco a un hombre, un viejo ermitaño, que le gusta andar metido entre zorrinos. Piensa que no hay nada como ellos. Se hace amigo de los animalitos. Podría jurar que habla con ellos. Los llamas y ellos se acercan y se le suben a las rodillas y dejan que les acaricie como a un gato. Después, y es muy cierto, le siguen hasta su casa, como perritos falderos. Se lo digo yo, es increíble. A uno le da miedo el ver la forma en que los trata. Vive en una cabaña en los cerros, junto al río y, el lugar está lleno de zorrinos. Está escribiendo un libro acerca de ellos. Me lo mostró. Lo escribe a lápiz sobre un cuaderno corriente; en ese tipo de papel que los chicos emplean en el colegio. Se sienta, doblado sobre la mesa con un trocito de lápiz que debe despuntar de vez en cuando, y se pone a escribir en el cuaderno a la luz de una vieja linterna que llena de humo la habitación. Pero, yo se lo digo, señor, no puede escribir muy bien y, a veces, su ortografía es horrible. Y es una gran lástima. Porque tiene un verdadero tema para escribir.

—Eso es lo que sucede — le dije.

Condujo en silencio durante unos minutos.

—Le dejo en la próxima esquina, ¿verdad? — preguntó.

Le respondí que así era.

Se detuvo frente al edificio de departamentos y me baje.

—Alguna noche — me dijo —, ¿qué le parecería salir a cazar mapaches conmigo? Nos vamos a eso de las seis.

—Eso sería magnífico — le dije.

—Mi nombre es Larry Higgins. Lo encontrará en el listín de teléfonos. Llámeme a cualquier hora. Le dije que así lo haría.

Загрузка...