CAPITULO XXXVIII

Lightning tiró el periódico sobre mi escritorio. Aún no estaba húmedo por la tinta. Había doble línea de tipos sobre el comienzo, que encabezaban mi artículo.

No lo recogí. Solamente, me quedé mirándolo. Después, sin tocarlo, me puse de pie y fui hasta la ventana. Allí, hacia el norte, estaba la movediza montaña, iluminada por baterías de reflectores, sobrepasando el horizonte y aún en continuo crecimiento. Horas antes se habían abandonado todas esperanzas de rescatar al personal de la radio que había sido encerrado y enterrado bajo la cumbre del edificio MacCandless. Todo lo que se podía hacer era, simplemente, quedarse inmóvil y observar.

Gavin se acercó hasta la ventana y se detuvo a mi lado.

—Washington está hablando — dijo — de evacuar la ciudad y dejar caer una bomba H sobre ellas. Acaba de salir en los cables. Esperar hasta que la montaña detenga su crecimiento y, entonces, enviar un bombardero.

—¿Para qué? — pregunté —. Ya no son una amenaza. Lo eran mientras no sabíamos de su existencia.

Me alejé de la ventana, hacia mi escritorio. Di una mirada al reloj, olvidando que estaba roto.

Miré el gran reloj de pared. Eran las dos y cinco minutos.

El patrón había estado junto a los de la sección de la ciudad, pero ahora se acercó hacia mí y estiró su mano. La cogí y él la mantuvo apretada, su inmenso puño dos veces el tamaño del mío.

—Buen trabajo, Parker — dijo —. Se lo agradezco.

—Gracias, patrón — dije, recordando que nada le había dicho de lo que yo intentaba decirle. Y, curiosamente, sin sentir remordimiento por no haberlo hecho.

—Tengo una botella en mi despacho.

Moví la cabeza en seña negativa.

Me palmoteo en la espalda y soltó mi mano.

Atravesé la sala en dirección al escritorio de Joy.

—Vamos, hermosa — dije —. Tenemos un trabajo que no hemos terminado.

Se puso de pie y esperó.

—Tengo intenciones — dije —, antes que pase la noche, de hacerte esas insinuaciones.

Creí que se enfadaría, pero no lo hizo.

Alzó los brazos, los pasó por detrás de mi cuello, frente a todo el mundo.

Se puede vivir hasta un millón de años y jamás se podrá comprender a las mujeres.

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