CAPITULO II

Algo me despertó.

Me enderecé bruscamente, sin saber dónde estaba, ni quién era — totalmente desorientado, no embotado, sin sueño, sin estar confundido, pero, con esa claridad mental terrible, fría, que hace que todos sea un vacío en su rápida existencia.

Estaba en un silencio, en un vacío, en una oscuridad de ninguna parte, y esa mente clara, fría, saltaba como una serpiente al ataque, buscando, encontrando nada, y horrorizado por esa nada.

Entonces se escuchó el clamor — ese clamor alto, agudo, insistente enloquecedor, que era totalmente indiferente, corno si no fuera para mí ni para nadie, un clamor solamente para sí mismo.

Nuevamente se hizo el silencio y había sombras que eran formas — un rectángulo de tenue luz que se transformó en una ventana, un ligero resplandor desde la cocina en donde estaba encendida la luz, una monstruosidad agazapada, oscura, que era un sillón.

El teléfono lanzó nuevamente su grito estridente, a través de la oscuridad matinal y me levanté de la cama, dirigiéndome enceguecidamente hacia una puerta que no podía ver. Buscando a tientas, lo encontré; el teléfono estaba ahora en silencio.

Atravesé el salón, en la oscuridad, vacilante y ya estaba extendiendo la mano cuando nuevamente comenzó a sonar.

Lo levanté de la horquilla furiosamente y musité algunas palabras. Había algo extraño que sucedía con mi lengua. No quería trabajar.

—¿Parker?

—¿Quién otro puede ser?

—Soy Joe, Joe Newman.

—¿Joe? — Entonces recordé. Joe Newman era el guardián de noche en la oficina del periódico.

—Me disgusta haberte despertado, — dijo Joe.

Lo regañé enfadado.

—Ha sucedido algo gracioso. Creí que deberías saberlo.

—Mira, Joe — le dije —. Llama a Garvín. El es el editor, A él le pagan por sacarle de la cama.

—Pero, esto ha sucedido en tu calle, Parker. Esto es…

—Sí, ya lo sé — le respondí —. Ha aterrizado un platillo volante.

—No es eso ¿Has oído hablar del Llano Timber?

—En el lago, — dije —. Fuera de la ciudad, al oeste.

—Eso mismo. El antiguo terreno de los Belmont está al final. La casa está cerrada. Desde que la familia Belmont se trasladó a Arizona. Los chicos usan el camino para hacerse el amor.

—Mira, Joe…

—Ya te explicaré, Parker. Una parejita estaba estacionada anoche allí. Vieron a un grupo de bolas que rodaban a lo largo del camino. Eran como esas bolas de la bolera, una tras otra.

Me parece que le grité: —¿Qué?

—Vieron estas cosas a la luz de los faros cuando se iban y se aterrorizaron. Llamaron a la policía.

Cambié de posición y tranquilicé mi voz. — ¿Encontró algo la policía?

—Solamente huellas, — dijo Joe.

—¿Huellas de bolas, de esas de bolera?

—Sí, creo que así las podrías llamar.

Le respondí:

—Quizás, los chicos habían estado bebiendo.

—La policía dice que no. Ellos hablaron con los muchachos. Solamente vieron las bolas que rodaban por el camino. No se detuvieron a investigar. Se alejaron rápidamente del lugar.

No respondí. Estaba tratando de buscar algo que decir. Y estaba atemorizado. Helado de espanto.

—¿Qué piensas, Parker?—No lo sé — dije —. Quizás es imaginación. Una broma a los policías.

—La policía encontró huellas.

—Pueden haberlas hecho los chicos. Pueden haber hecho rodar unas bolas por el camino, eligiendo las partes de tierra. Creyeron que sus nombres podrían salir en los periódicos. Se aburren, se enloquecen…

—Entonces, ¿no lo vas a utilizar?

—Mira, Joe, yo no soy el editor. No me corresponde. Pregúntale a Gavin. Él es el que decide lo que debemos publicar.

—¿Y tú crees que no se le puede sacar nada? ¿Que es un engaño?

—¿Y cómo demonios lo voy a saber? — le grité.

Se enfadó conmigo. Y no le culpo mucho. —Gracias, Parker. Perdona por haberte molestado, — me dijo, y colgó; el teléfono tomó su sonido característico.

—Buenas noches, Joe — dije al receptor —. Perdona por haberte gritado.

Me hizo bien el decirlo, aunque él no lo escuchara.

Pensé en la razón por la cual había desbaratado su historia, por qué había tratado de sugerirle que no era más que una broma de muchachos.

Porque, maldito estúpido, estás asustado, dijo ese hombrecillo interior que a veces le habla a uno. Porque darías cualquier cosa por convencerte que no hay nada real. Porque no quieres que se te recuerde lo de la trampa en el portal.

Puse el receptor en la horquilla, y mi mano estaba temblando, de tal forma, que el teléfono emitió un repiqueteo al depositarlo.

Me quedé allí en la oscuridad y podía sentir el terror que se cerraba en torno a mí. Y cuando traté de tocar el terror con un dedo, no había nada allí. Ya que no era terrible; era cómico — una trampa dispuesta frente a una puerta, un grupo de bolas paseando silenciosamente por el campo. Era el material del cual estaban hechas las películas cómicas. Era algo demasiado ridículo para creerlo. Era algo que a uno le haría reírse a carcajadas mientras le estaba matando.

Si es que deseaba matar.

Y esa era, ciertamente, la pregunta. ¿Su finalidad era matar?

¿Había sido esa trampa en la puerta, una verdadera rampa, realmente de acero o su equivalente? ¿O solamente un juguete, hecho de inocente plástico o su equivalente?

Y la pregunta más difícil de todas, ¿había estado realmente allí? Yo sabía que sí, evidentemente. La había visto. Pero, mi mente se esforzaba por rechazar la idea. Por mi propio bien y mi sano juicio, mi mente alejaba el pensamiento y la lógica se negaba aún al principio de la idea.

Ciertamente, yo había estado borracho, pero no tanto como eso. No borracho perdido, o para ver visiones — solamente un ligero temblor en las manos y en las rodillas.

Ahora, me encontraba bien — excepto por esa soledad y frialdad en la mente. Resaca del tipo tres — y, en muchas formas, la peor de todas.

Mis ojos ya casi se habían acostumbrado a la oscuridad y pude distinguir la masa informe de los muebles. Fui hasta la cocina sin tropezar con nada. La puerta estaba ligeramente entreabierta y a través de la abertura se desprendía un rayo de luz.

Había dejado la luz encendida cuando me había dirigido dificultosamente hasta la cama y el reloj de pared indicaba que eran las tres y media.

Descubrí que estaba más que a medio vestir y la ropa bastante arrugada. Estaba sin zapatos, la corbata estaba aún ceñida al cuello, y todo era un desastre.

Allí me quedé, aconsejándome interiormente. Si volvía a la cama a estas horas de la madrugada, dormiría como un tronco hasta la tarde o más, y me despertaría sintiéndome horriblemente mal.

Pero, si me lavaba y comía algo y me iba a la oficina temprano, antes que nadie llegara, podría avanzar mucho el trabajo y salir temprano y tener un buen fin de semana.

Y era día viernes y tenía una cita con Joy. Me quedé allí durante unos instantes, sin hacer nada, sintiéndome muy bien con el pensamiento puesto en el viernes por la noche y en Joy.

Lo planeé todo — tendría justo el tiempo para hervir el agua para el café mientras tomaba una ducha, y comería tinas tostadas y huevos con tocino y bebería mucho jugo de tomates, que podría hacer por la fría soledad mental que me embargaba.

Pero, antes que nada, echaría una mirada en el portal para ver si el semicírculo aún estaba cortado del alfombrado.

Fui hasta la puerta y miré.

Frente a mí el absurdo semicírculo de desnudo suelo.

Me burlé levemente de mi dubitativa mente y de mi ultrajada lógica y volví a la cocina para hacer hervir el agua para el café.

Загрузка...