15

Al llegar cerca del cenador, Annabelle vio a Ron y a Sharon camino adelante, cogidos de la cintura. Todavía estaba temblando, y sentía el estómago como una ciénaga ácida. Puede que nunca hubiera sido la mejor actriz del Departamento de Teatro del Noroeste, pero todavía era capaz de representar una escena. Delante de ella, Ron sostenía abierta la puerta del cenador para que pasara Sharon. Con la otra mano buscaba su trasero. Era fácil adivinar a qué se habían dedicado aquella noche. Ahora lo único que tenía que hacer era asegurarse de que ninguno de ellos percibiera a qué se había dedicado ella.

Cuando cruzó la puerta mosquitera, todos la saludaron, y formaban, por cierto, el grupo de gente más falto de sueño y sexualmente satisfecho que había visto jamás. Molly llevaba una marca sonrosada en el cuello que parecía de rozadura de barba, y a juzgar por la expresión de suficiencia de Darnell, Charmaine no merecía su reputación de mojigata. Phoebe y Dan compartían un único bizcocho sentados en un sofá de mimbre. Y Krystal, en vez de regañar a Webster como de costumbre, le hablaba con voz melosa y le llamaba «cielo». Los únicos rostros inocentes eran los de Pippi, el pequeño Danny y Janine.

Annabelle centró su atención en la comida que Molly había dispuesto, pese a que no tenía ganas de comer. Un jarrón de cerámica de un amarillo luminoso, lleno de zinnias, se alzaba en el centro de un mantel color nuez moscada sobre el que había desplegadas jarras de zumo escarchadas, una fuente de tostadas francesas, una cesta de bizcochos caseros y la especialidad del bed & breadfast, un pastel de harina de avena recubierto de azúcar moreno, canela y manzanas.

– ¿Dónde está Heath? -preguntó Kevin-. No me lo digas, hablando por teléfono.

– Enseguida viene -dijo ella-. Se le han pegado las sábanas. No estoy segura de a qué hora fue a dormirse anoche, pero seguía despierto cuando yo me fui a la cama. -Dirigiéndose a la mesa del desayuno, se dijo que esa mentira era un acto de caridad, dado que la verdad habría arruinado algo más que unos cuantos desayunos.

Janine, que se estaba llenando el plato, lanzó una mirada contrariada a la profusión de comportamientos empalagosos que tenía lugar a su alrededor.

– Dime que no soy la única que se siente sexualmente indigente esta mañana.

Annabelle sorteó la cuestión.

– Krystal debió mostrar más consideración hacia nosotras dos.

– ¿Así que nos equivocábamos respecto a lo tuyo con Heath?

Annabelle se limitó a elevar los ojos al cielo.

– Hay que ver lo que os gusta el melodrama.

Janine y ella se acomodaron en un par de sillas de mimbre, no lejos de la familia Tucker. Annabelle mordisqueaba la esquina de su cuadrado de pastel de avena cuando Heath hizo su aparición. Llevaba unos shorts caqui y una camiseta de Nike. Al menos, parte de las cosas que le había dicho eran ciertas. Sí que sentía que había dicho adiós al fantasma de Rob. Desgraciadamente, otro fantasma había ocupado su lugar.

Pippi, que había estado robando trozos de plátano de la bandeja de la trona de su hermano pequeño, atravesó volando el cenador y placó a Heath a la altura de las rodillas.

¡Puíncepe!

– Hola, nena. -Heath, algo forzado, le dio unas palmaditas en la cabeza, y uno de sus pasadores de la conejita Dafne se deslizó hasta la punta de un rizo rubio.

Phoebe frunció el entrecejo.

– ¿Cómo le ha llamado?

Annabelle adoptó su expresión más jovial.

– Príncipe. ¿No es adorable?

Phoebe levantó una ceja. Dan besó a su mujer en la comisura de la boca, probablemente porque Heath le caía bien y pretendía distraerla. La niña de tres años, sin dejar de mantener una presa firme sobre las piernas de Heath, miró a su madre.

– Quiero que el puíncepe me dé zumo. -Elevó los ojos Heath-. Tengo mocos. -Arrugó la nariz para confirmar sus palabras.

Molly, que estaba limpiando un pegote de plátano del suelo de piedra caliza, señaló con un gesto vago en dirección a la mesa.

– El zumo está allí.

Pippi miró a Heath con adoración.

– ¿Tienes teléfono?

Kevin irguió la cabeza.

– Que no se acerque a tu móvil. Le apasionan.

Heath empezó a responder, pero le interrumpió Webster.

– ¿Adonde vamos de caminata?

Kevin tomó de manos de Molly el babero pringoso.

– La pista da la vuelta alrededor del lago. Yo había pensado que hiciéramos el tramo entre aquí y el pueblo… casi diez kilómetros. El paisaje es bonito. Troy y Amy se han ofrecido a traernos de vuelta en coche cuando lleguemos.

– Van a cuidar a los niños -dijo Molly.

Troy y Amy eran la pareja joven que llevaba el camping. Pippi dio unas palmadas en la pierna desnuda de Heath.

– Zumo, por favor.

– Marchando un zumo. -Heath se dirigió a la mesa del desayuno, llenó un vaso grande hasta arriba y se lo dio. Ella tomó medio sorbo, se lo devolvió sin derramar apenas unas gotas, y le sonrió.

– Sé hacer una cosa.

Esta vez, la sonrisa de Heath fue de genuina diversión.

– Ah, ¿sí?

– Mira. -Se dejó caer sobre la alfombra de pita y dio una voltereta.

– Qué guay. -Heath le levantó los pulgares.

– Papi también dice que soy guay.

Kevin sonrió.

– Ven aquí, calabacita. Deja al señor príncipe tranquilo hasta que haya desayunado.

– Buena idea -susurró Phoebe-. En cualquier momento le puede dar el ataque de licantropía.

Heath, ignorándola, tomó un sorbo de zumo del vaso de Pippi.

– ¿A qué hora empieza la marcha, entonces?

– En cuanto estemos todos listos -respondió Kevin.

Heath dejó el vaso sobre la mesa y cogió unas cuantas tostadas francesas de la fuente. Como quien no quiere la cosa, dijo:

– Tenía pensado salir hacia Detroit justo después de desayunar, pero esto suena demasiado bien como para perdérmelo.

Annabelle hundió los dientes desconsolada en su porción de pastel de avena. A duras penas había conseguido salir airosa de su gran escena por la mañana. ¿Cómo iba a mantenerse risueña durante toda una marcha de diez kilómetros?


***

Al final, estuvieron separados casi todo el rato. Annabelle trataba de decidir si eso era bueno o malo. Aunque no tenía necesidad de seguir fingiendo, tampoco estaba absolutamente segura de haberle engañado con el numerito de la mañana.

Cuando regresaron al campamento, Pippi se tiró encima de sus padres como si llevara años sin verles. Kevin la entretuvo para que su mujer pudiera dar el pecho a Danny, y Molly se acurrucó con el bebé en la mecedora de mimbre del cenador. Danny quería mirarlo todo, y enseguida mandó a tomar viento la mantita descolorida que se había echado ella al hombro.

– ¿Sería posible disfrutar de un poco de intimidad por aquí, colega? -Le envolvió la cabecita con la mano.

Annabelle tomó un sorbo de té helado de su vaso. Molly se merecía todo lo bueno que le pasara, y Annabelle no le envidiaba nada de ello, pero quería las mismas cosas para sí misma: un matrimonio fantástico, unos hijos guapos, una carrera fabulosa. Heath tomó asiento en la mecedora, junto a ella. Como se iba a marchar Pronto, había preferido un té helado con las mujeres a una cerveza con los hombres.

– ¡Una abeja! -exclamó Pippi, señalando al suelo-. ¡Mira, Puíncepe, una abeja!

– Es una hormiga, cariño -dijo su padre.

Los hombres se pusieron a hablar de la concentración de entrenamiento, y Janine anunció que quería desarrollar una idea para una escena de su nuevo libro en el corro de las mujeres. Danny acabó con su tentempié y Molly lo dejó en el suelo para que jugara. Apenas había terminado de ponerse bien la ropa cuando una voz más que conocida gorjeó en el camino que conducía al cenador.

– Aquí estáis todos.

Annabelle se quedó de piedra.

Todos se volvieron a mirar a través de la mosquitera a la mujer alta, preciosa y embarazada que avanzaba hacia ellos.

Annabelle no podía creerlo. Ahora no. No mientras estaba todavía intentando encajar el desastre de la noche pasada.

– ¡Gwen! -El rostro de Krystal se abrió en una sonrisa. Se levantó de la silla como un rayo en cuanto se abrió la puerta, y los demás la imitaron.

– ¡Gwen! ¿Qué estás haciendo aquí?

– Pensábamos que no podíais venir.

– Nos vamos hoy. ¿Cómo es que os habéis decidido tan tarde?

– Por fin te has puesto ropa premamá.

Y entonces, una a una, las mujeres se fueron quedando calladas, a medida que caían en las implicaciones de la aparición de Gwen. Molly parecía consternada. Se volvió a mirar a Annabelle, y a continuación a Heath. Las demás mujeres la seguían con sólo un instante de retraso. La expresión calculadora de Dan indicaba que Phoebe le había hablado de la artimaña de Annabelle, pero el resto de los hombres permanecían ajenos a todo.

Kevin arrebató su cerveza a Pippi al ir a cogerla ella.

– Gwen me llamó ayer para asegurarse de que había habitación para ellos -dijo con una sonrisa-. Quería sorprenderos.

Y vaya si lo había conseguido.

– ¿Dónde está tu marido? -preguntó Webster.

– Estará aquí en un momento. -Con todas las mujeres rodeándola, Gwen aún no había reparado en Heath, que se había puesto en pie muy despacio-. La firma se ha pospuesto -dijo, mientras aceptaba el vaso de té helado que le tendía Sharon. Annabelle estaba demasiado alterada para enterarse mucho de sus explicaciones: algo de un problema con el banco, que iban a meter sus cosas en un guardamuebles y que les sobraba una semana antes de poder mudarse.

– Hola, tíos. -Ian entró en el cenador. Llevaba unos shorts arrugados de tela escocesa y una camiseta de ordenadores Dell. Los hombres le saludaron ruidosamente. Darnell le dio una palmada en la espalda, lanzándolo hacia Kevin, que le atrapó por los hombros.

– No conoces a mi representante. -Kevin le condujo entre las mujeres-. Ian, éste es Heath Champion. -A Ian, el brazo extendido se le congeló en el aire. Gwen dio un respingo, y se llevó una mano a su oronda tripa. Se quedó mirando a Heath, primero, y luego a Annabelle.

Annabelle se las apañó para sonreír tímidamente.

– Nos han pillado.

Heath estrechó la mano paralizada de Ian sin traslucir nada, pero Annabelle distinguía una muerte súbita cuando se le venía encima.

– Es un placer conocerte, Ian -dijo-. Y, Gwen, me alegro de volver a verte. -Señaló con un gesto a su barriga-. Una faena rápida. Enhorabuena.

Gwen no pudo más que tragar saliva. Annabelle sintió que los dedos de Heath se enroscaban en torno a su brazo.

– ¿Queréis disculparnos? Annabelle y yo tenemos que hablar.

El club de lectura saltó como un solo hombre.

– ¡No!

– ¡No os mováis!

– No te la vas a llevar a ningún sitio.

– Olvídalo.

La cara de Heath era una bomba de racimo a punto de estallar.

– Me temo que debo insistir.

Kevin parecía intrigado.

– ¿Qué pasa aquí?

– Negocios. -Heath escoltó a Annabelle hacia la puerta mosquitera. Si ella se hubiera envuelto la cabeza con un jersey, hubiera Parecido un detenido de camino al juzgado.

Molly pasó rápidamente delante de ellos.

– Os acompaño.

– No -dijo Heath tajantemente-. Ni hablar.

Krystal lanzó a Phoebe una mirada ansiosa.

– A ti te teme toda la Liga Nacional de Fútbol. Haz algo.

– Estoy pensando.

– Ya sé… -Molly cogió a su hija y la empujó hacia Annabelle-. Llévate a Pip contigo.

– ¡Molly! -Phoebe se abalanzó indignada hacia ellos.

Molly miró a su hermana encogiéndose de hombros.

– No se pondrá muy duro si le está mirando una niña de tres años…

Phoebe atrapó a su sobrina para ponerla fuera de peligro.

– Déjalo, cariño. A mamá le ha dado uno de sus ataques de locura.

Gwen agitó débilmente la mano.

– Annabelle, lo siento. No tenía ni idea.

Annabelle se encogió de hombros de mala gana.

– No es culpa tuya. Yo me lo he buscado.

– Exactamente -dijo Heath. Y la condujo al exterior.


***

Caminaron en silencio durante unos minutos. Finalmente, llegaron hasta una arboleda, y allí fue donde Heath se volvió hacia ella.

– Me embaucaste.

«Más de una vez, si cuento lo de esta mañana», pensó Annabelle, pero confiaba en que eso no se lo figurara.

– Necesitaba una apuesta segura para que me firmaras el contrato, y Gwen era lo mejor que tenía. Te prometo que iba a decirte la verdad tarde o temprano. Lo que pasa es que aún no había reunido el valor.

– Esto sí que es una sorpresa. -Aquellos fríos ojos verdes podrían haber cortado un cristal-. Anzuelo y cambio de agujas.

– Me… me temo que ése era el plan.

– ¿Cómo conseguiste que el marido se prestara?

– Eh… uh… Un año de canguro gratis.

Una racha de viento barrió el claro, revolviéndole el pelo a Heath. Se la quedó mirando fijamente tanto rato que a ella empezó a picarle la piel. Pensó en el mal trago que había tenido que pasar esa mañana… para nada.

– Me embaucaste -dijo él de nuevo, como si aún estuviera intentando encajarlo.

A Annabelle, la angustia le hacía un nudo en el estómago.

– No se me ocurría otra manera.

Un pájaro graznó sobre sus cabezas. Otro le respondió. Y entonces, Heath frunció las comisuras de los labios.

– Así se hace, Campanilla. De eso es exactamente de lo que siempre te hablo.


***

Sólo porque Heath aprobara su trampa, Annabelle no se iba a librar de un sermón sobre ética y negocios. Se defendió diciendo, sin faltar a la verdad, que no se le habría pasado nunca por la cabeza hacer algo tan deshonesto con ningún otro cliente.

Él quedó satisfecho sólo en parte.

– Un vez que empiezas a tontear con el lado oscuro, es difícil volver atrás.

Bien que lo sabía ella.

Finalmente, Kevin asomó entre los árboles.

– Ah, qué bien -dijo al avistar a Annabelle-. Le dije a Molly que probablemente seguirías con vida.

Ella no se separó de Kevin durante el camino de vuelta al cenador. Poco más tarde, Heath se marchó. Mientras se iba, Annabelle se sorprendió pensando que estaba harta de andarse con engaños. ¿Cómo habría reaccionado Heath si hubiera sido sincera? Claro… Como si ésa no fuera una receta segura para destruirlo todo, desde su autoestima a sus ilusiones profesionales. Pero estaba asqueada de engaños. Quería hacer el amor con alguien con quien no tuviera secretos, alguien con quien pudiera construirse un futuro. ¿Y no estaba todo dicho con eso? Todo era cuestión de química. No tenía nada que ver con una reunión eterna de almas gemelas.

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