CAPITULO 3

Un rayo cruzó el cielo, zigzagueando de la tierra al cielo. La tierra tembló, abriéndose una grieta de tres pulgadas en los pastos del establo.

Debajo de la habitación principal, en el suelo negro rico, un corazón comenzó a latir. Una mano se movió, los dedos se doblaron en un puño apretado y se abrió paso a la superficie. La tierra explotó cuando Zacarías de la Cruz se levantó. El hambre quemando a través de él, un enojado soplete, royendo a través de la piel y sus huesos y muy dentro en su interior. Lo desgarraba, implacable, insaciable, un hambre brutal, insistente que era más terrible que cualquiera que hubiera sentido alguna vez en todos sus siglos de existencia. La necesidad corría por sus venas y pulsaba con cada latido de su corazón.

Ella le había hecho esto. Él podía probar la esencia de su vida en su boca, esa inocencia hermosa explotando contra su lengua, goteando en su garganta, creando una adicción, un ansia terrible que nunca terminaría mientras él existiera. Sus manos temblaban y sus colmillos se alargaron, la saliva se reunía a lo largo de sus puntas agudas. ¡Cómo se atrevió! La tierra tembló debajo de la casa. Las paredes ondularon, una ondulación lenta, amenazando con derrumbar la estructura entera. Su visión se puso roja, y él estalló a través de la puerta de la trampilla, lanzando la enorme cama de cuatro postes contra la pared lejana. Las grietas se distribuyeron a lo largo de los ladrillos de arcilla hasta la ventana.


Usted ha colocado a cada hombre, mujer y niño a mi cuidado en peligro. Él podía oír el latido de un corazón, un ritmo distinto, llamándolo, conduciéndolo a un frenesí de hambre, cada latido por separado pulsaba a través de sus propias venas. Él sabía exactamente donde estaba ella. Margarita era su nombre. La moza traidora que se atrevió a desafiar una orden directa de su amo. Él le había advertido que ella pagaría por su desobediencia- su deliberado desafío. Él había esperado que huyera como una pequeña cobarde, pero la tonta muchacha le esperaba en la misma casa-en su casa-sola.

Su gusto persistía hasta él pensó que podía volverse loco por ansiarla. Él cruzó el cuarto, comiendo el terreno con sus largos pasos, empujó el aire hasta la puerta, de modo que estallara abriéndose ante él, permitiéndole trasladarse con infalible rapidez a través de la sala de estar a la parte posterior de la casa donde estaba su dormitorio. Si él no hubiera sabido ya, dónde se encontraba el cuarto, todavía la habría encontrado. Su corazón latía con miedo, tronando en sus oídos. Él no se molestó en bajar el volumen, deseando, incluso necesitando oír su terror.

Se merecía estar aterrorizada. Si hubiera despertado vampiro, habría roto su voto a sus hermanos. Después de siglos de honor, su vida habría sido un desperdicio, su lucha por proteger a su familia y a su pueblo sería para nada. Y todavía podría pasar. Estaba muy cerca, demasiado cerca de convertirse.

Necesitaba algo-. Cualquier cosa. La anticipación de tomar su sangre era una urgencia a la cual, no le dio la bienvenida, un signo de que estaba caminando en el delgado borde entre honor y el fracaso final.


Sus dedos picaban por envolverse alrededor de su delgado cuello. Esta gente que trabajaba en el rancho habían jurado lealtad a la familia de De La Cruz, sirviéndoles, de padre al hijo, madre a hija por siglos, con todo eso, ella había arriesgado tan negligentemente a todos. Golpeó su palma contra la puerta, deliberadamente astillando la madera en lugar de abrir la puerta.

Margarita no hizo ningún esfuerzo por huir, con los ojos agrandados por el terror, protegiendo su rostro mientras él pateaba a un lado la madera rota. Se acurrucó en un rincón del cuarto, con la mano sobre su boca, su rostro pálido bajo su piel suave y dorada. Cuando él se le acercó, le tendió una mano tratando de aplacarlo con un pedazo de papel agarrado entre sus dedos, una mala defensa cuando se estaba muriendo de hambre.

Él la tiró a sus pies, consciente de cuan luminosa era. Cuan suave. Tan caliente. ¿Tan viva? Él estaba claramente consciente de su corazón llamando al suyo – su pulso rítmico creando esta hambre esta necesidad. A través de la neblina roja de la locura, registro la suavidad de su piel. Su fragancia fresca y limpia, que era una reminiscencia de la niebla de la selva tropical y las heliconias [1] únicas y hermosas que crecían en el tronco de los árboles y llamaba a los colibríes con su dulzura. El olor le envolvía cuando la atrapó entre sus brazos de acero e inclinó la cabeza hacia su esbelto cuello.

Ella luchó violentamente y él la fijó con un brazo y con el otro cogió una guedeja gruesa de pelo, machacando los filamentos de seda en su puño mientras que la estiró de un tirón hacia atrás. Él bajó su cabeza hacia ese punto dulce vulnerable donde su pulso golpeaba tan frenéticamente. Él no intentó calmar su mente o de cualquier modo controlar que se enterara lo que estaba sucediendo. Él quería que supiera. Quería su miedo. Él se propuso lastimarla así ella nunca olvidaría porqué debía obedecer. La lluvia golpeaba las ventanas. El viento asolaba la hacienda. El relámpago rasgo a través del cielo, iluminando las turbulentas nubes negras. El trueno se estrelló, sacudiendo la tierra temblando debajo de sus pies, alimentando su humor negro.

Zacarías hundió sus dientes profundamente en la carne blanda, indefensa. Un poco duro, sin un agente anestésico, perforando el cuello deliberadamente cerca de su garganta. Ella debería haber recordado al vampiro que la atacó. No debió haber sido tan descuidada, como para desobedecerlo. Necesitaba otra lección de lo peligroso, indiferente y vil criatura podía ser.

Su piel era de satén caliente, suave y fascinante, una sensación de shock, su fragancia natural atractiva. Pero fue su sangre lo que realmente le sorprendió.

Rica. Inocente. Fresca. El sabor era exquisito. Tan adictiva como la primera vez que la probó cuando había estado tan cerca de la muerte. Ella luchó contra él, empujándolo, tratando desesperadamente de liberar sus brazos, pero él era enormemente fuerte y no quería nada entre él y su presa, y no se equivoquen, esta mujer joven con su sangre adictiva le pertenecía a él. Se dio cuenta de que estaba gruñendo, una advertencia oscura. No había manera para que ella consiguiera liberarse y nadie podía entrar en la casa-su casa-sin su consentimiento o conocimiento. Estaba completamente a su merced y no tenía ninguna.


Cada uno de sus órganos absorbió su sangre increíble. Cada célula saltó a la vida. No había nada que hubiera experimentado que estuviera cerca de la perfecta riqueza de su sangre. La oleada de calor se difundió a través de él como una bola de fuego desconocido. Sus venas y arterias cantaban. Incluso su ingle se agitó, llena con el sabor deslumbrante y el calor de su sangre. Él la arrastró más cerca, más animal que hombre, sus brazos ahora la lastimaba como bandas de acero, con la boca arrastrando más de ese dulce néctar en su cuerpo muerto de hambre.

Las heridas abiertas en su cuerpo comenzaron a cerrarse. El terrible ardor siempre estaba presente en su interior disminuyó y el desgarrador dolor que rastrillar en sus entrañas cambio de un fuego abrasador a una necesidad desesperada. Incluso el rugido en su cabeza y la neblina roja que ataba su visión disminuyó. Sus piernas cedieron y tuvo que sostener su peso por completo, deslizando una mano por debajo de sus rodillas, al tiempo que arrastra la esencia de su vida a su cuerpo.

Su cabeza colgaba atrás sobre su hombro. Se sentía ligera. Insustancial. Sus pestañas revolotearon, dos gruesas medias lunas, más negras que el gris que normalmente veía. Levantó las pestañas y los ojos oscuros, casi negros, miraron directamente a los suyos con tanto temor y repugnancia. Sólo entonces sintió el terror absoluto.

El horror llenó su mente, sacudió su cuerpo y se arrastró como helados dedos por su espalda – no su horror -el de ella. Lo creía un vampiro que iba a matarla.

Barrió con la lengua a través de las heridas punzantes y levantó la cabeza, sin romper el contacto visual. La sangre goteaba de su cuello hasta su pecho y, sin pensar, siguió la preciosa gota rubí por la elevación suave de su muy femenino cuerpo con su lengua.

Ella parecía más sorprendida que nunca, temblando aterrorizada. “Usted beberá lo que ofrezco.” Era un decreto, exigiendo que ella lo obedeciera sin discusión. Él se hundió sobre su cama, todavía acunándola, y con un gesto de su mano, abrió su camisa. Él dibujó una línea fina a través de su pecho, sobre su corazón. Sus ojos se abrieron hasta que fueron enormes piscinas insondables, el horror marcado mirándolo fijamente. Ella sacudió su cabeza y trato de empujarlo débilmente. Él forzó su boca a su pecho y ella lo mordió, todavía luchando.

¡Wäke-sarna! Zacarías pronunció las palabras de energía, una maldición, una bendición-un voto de que ella no lo desafiaría. Él tomó su mente, rasgando despiadadamente, forzando lo que ella no le daría. Su boca le acarició el pecho, sus labios calientes y suaves, enviaron una sacudida como relámpago rayando a través de su cuerpo. Él sentía una corriente viva que electrificaba cada terminación nerviosa, trayendo su cuerpo a la vida cuando comenzó a amamantarse, llevando su sangre dentro de su cuerpo donde la absorbería cada órgano y los reformaría sutilmente, donde los uniría para siempre.

Él la acercó, con la mano sosteniendo su cabeza, su mente en la suya. Sólo entonces, cuando la maravilla del extraño fenómeno de su sangre, disminuyó un poco, supo que ella estaba gritando. Él le había ordenado beber, no dándole otra opción, pero ella estaba totalmente consciente. Su mente conectada a la suya a un nivel inesperado. El era sobre todo un depredador. Un animal. Astuto y cruel. Incluso brutal. Vida y la muerte eran su mundo- su lucha. Su mente competía con esa parte de él, lo alcanzó y se mezcló con él.

No oyó un sonido, sin embargo, sentía sus gritos, su horror y su rechazo absoluto, el temor adormecido que se negaba a ceder, incluso cuando se le ordenó que a si fuera.

Tranquilízate. Él empujó el comando en ella, y cuando no le hizo ningún bien, él forzó su orden en su mente. Ella se retiró aún más lejos de él. Margarita era ciertamente un rompecabezas intrigante. Su hermano había consolidado la barrera en su mente que evitaría que los no muertos y otros Cárpatos leyeran sus pensamientos, pero con todo, ella tenía sus propios secretos. Había nacido con esa barrera, después de generaciones de De La Cruz quienes las creaban en las familias, esta era incluso más fuerte ahora de lo esperado.

Ella era completamente humana. No tenía dudas de eso. Vulnerable. Frágil. Sin embargo, su mente tenía una guardia natural, que no le permitía ser fácilmente manipulada. Su intercambio de sangre podía abrir la línea de comunicación telepática entre ellos. No oiría su voz, tanto como ver sus palabras y saber sus pensamientos. Y, él decidió, que la comunicación con esta servidora en particular era necesaria. Ella no tenía ningún concepto de la obediencia, y dentro de su territorio, él era el gobernante absoluto. Sus súbditos debían obedecer de una manera u otra.

Cuanto más tiempo sostuvo su calor y sus curvas contra él, más se dio cuenta de su forma femenina. Hombre o mujer nunca importó, y francamente, él no podía recordar el tiempo en que lo tuviera. Él no tenía ningún impulso sexual, ninguna emoción, nada en absoluto de que preocuparse. Aunque en el el espacio de un latido – ella había despertado cosas que era mejor dejarlas solas. Ella nunca debería haber llamado su atención hacia ella, nunca debió haber goteado su sangre en su boca, creando una adicción insaciable.

La lluvia golpeaba el techo, y azotaba las ventanas, en busca de la entrada. La tormenta salvaje reflejaba su naturaleza violenta. La casa se estremecía bajo el viento feroz. Por un momento, un rayo iluminó la habitación y pudo ver la desesperación en sus ojos, lo mismo que él había querido. El trueno se estrelló y la sala quedó a oscuras. El continuó si apartar la mirada de sus ojos.

Ella tomó su sangre en su cuerpo porque no tenía otra opción, pero ella rechazaba su gran don. Lo rechazó. Ella realmente le odiaba y le temía, al igual que a los no-muertos. Tomó una respiración profunda. Sólo necesitaba calmarla. Para hacerla entrar en razón. Tenía que comprender la enormidad de su pecado y la grave posición grave en que le había colocado. Eso era todo. ¿Por qué encontró su horror preocupante?- no estaba seguro. Parecía molestarle a un nivel primitivo, aunque intelectualmente, estaba seguro de que tenía que tener miedo. Había viles y terribles criaturas, en su mundo y ella vivía allí.

Le servía. Importaba que lo escuchara.

Le salvó la vida-como lo hizo antes.

Tal vez recordarle que él la había salvado de un vampiro podría ayudar.

El cuerpo de Margarita se estremeció y se alejó sutilmente del suyo, como si su tacto le fuera asqueroso. El trueno se estrelló otra vez, haciendo eco en su mente. Él había elegido la vida para ella. Debería estar agradecida, se había enfurecido cuando ella fue tan desobediente. Ella no olvidaría esta lección y quizá, solo quizá, ella aprendería a no entrometerse en cosas que no eran de su incumbencia. Y obedecería sus órdenes, que a menudo significaban la vida o la muerte.

La única respuesta era la lluvia que golpeaba la azotea. El latido salvaje de su corazón. Su respiración desigual. Él suspiró. Su miedo lindaba con terror. No, realmente era terror y, absolutamente, encontró que no le gustaba nada eso. No había tregua. Incluso ahora que la trataba con cuidado.

Usted ha tomado suficiente.

Fue a insertar la mano entre su boca y su pecho, con cuidado para alejarla como uno esperaría que debiera hacer, pero ella se sacudió alejándose de él de forma tan inesperada que casi cayó de sus brazos. Apretó su control, sus dedos se clavaban en su suave carne. Su sangre la había provisto de fuerza, y ahora que estaba conectado con ella, sabía que tenía la intención de tratar de vomitar, de deshacerse de la sustancia.

Le sonrió, moviendo lentamente la cabeza. "Mi sangre ya corre por sus venas, tonta. Su cuerpo la absorbe. No va a ir a su estómago como su asquerosa comida lo hace. "

Zacarías estaba preparado para la lucha y no iba a permitirle levantarse hasta que él estuviera listo. Margarita permaneció inmóvil, su mirada trabada en su cara, casi sin respirar, como podía hacerlo cualquier presa que se ocultaba en los árboles o en la hierba. Un pequeño estremecimiento de inquietud recorrió su espalda. Ella exhibía los signos exactos, que las criaturas en la selva tropical manifestaban cuando él estaba cerca. No había alarmas de advertencia, ninguno de los chillidos normales en los monos y pájaros que frecuentemente usaban para anunciar a un depredador. Incluso los insectos se calmaban cuando él estaba cerca.

Él quería obediencia de ella, no el miedo escueto y crudo. Bueno… quería que tuviera miedo para que aprendiera la lección. El miedo era simplemente una herramienta para él, una que manejaba con facilidad. Tal vez fuera más sensible de lo que había considerado y debería haber atenuado su mensaje.

Sintió el primer movimiento ligero de su cuerpo, nada más que un susurro de espacio entre ellos, pero él sabía que estaba huyendo. Instintivamente apretó su asimiento, respiró dentro y fuera por ambos, sus pulmones llamando al suyo para que siguiera su ritmo. Su corazón latía lento y constante, en un esfuerzo por reducir la aceleración salvaje del de ella. Apenas reconoció su necesidad de calmarla, ni siquiera la razón para ello-la necesidad simplemente existía.

De un lugar largo tiempo olvidado, un recuerdo surgió de un niño, un muchacho joven que cambió muy tarde y se encajo contra un árbol. Zacarías recordó a su hermano más joven, un rápido principiante, pero que intentaba cosas para las que no estaba listo solo porque sus hermanos mayores podían. Él meció a Margarita de la misma manera como lo había hecho con Riordan, para consolarlo, murmurando en Carpatiano, palabras suaves que no querían decir nada. Ruido realmente. La memoria lo impresionó casi tanto como los acontecimientos de la noche entera lo hicieron. Él no había pensado aquellos días en unos cientos de años.

No era un hombre que sintiera compasión, pero su miedo le molestaba. No tenía ningún sentido y no confiaba en nada que no pudiera explicar. La dejó en el suelo. En el momento en sus manos la soltaron, ella se arrastró lejos, arrinconándose en una esquina, mirándolo fijamente con sus enormes, y asustados ojos.

Temblores sacudían su cuerpo una y otra vez. Se retorcía los dedos, dos veces trato de estirarse como si fuera a tocar la herida que se oscurecía en su cuello, sin embargo, se detenía antes de acariciar su piel dañada. Ella llevaba su marca ahora, el color subía debajo de su piel con dos pinchazos centrados casi a la perfección. Ella no tocó el punto, y él se encontró frunciendo ceño. Desconcertado.

En general era más fácil utilizar a las mujeres para alimentarse. Sus hermanos menores se movían en círculos políticos para alcanzar las cosas que necesitaban, por ejemplo sus grandes propiedades. Las mujeres decorativas que colgaban en sus brazos eran siempre un plus. Tenían fácil acceso a una fuente de alimento y estaban cubiertos siempre. Era bastante fácil plantar memorias de noches salvajes de sexo y de fiestas. Pero la mente de Margarita no aceptaba memorias plantadas, ni él particularmente quería borrar la memoria de su momento.

Él suspiró y se levantó. Ella se estremeció, sus ojos llenos de lágrimas. Las gotas se quedaban en sus increíblemente largas pestañas, llamando su atención y plantando un nudo en la boca de su estómago. Los hermanos De La Cruz a menudo reforzaban la barrera natural en la mente de aquellos que les servían. Había aceptado el fortalecimiento de sus hermanos, de sus escudos de protección, pero ella rechazaba cada la parte de él. Sabía que era personal. Había estado en su mente. Ella no pensaba en él con la misma luz que a sus hermanos. Él era Han-ku piwtä un depredador.

"Óyeme, niña. Usted nunca desobedecerá una orden directa mia. "

Ella apretó sus temblorosos labios, cubriéndolos con sus dedos.

Dio un paso amenazador hacia ella. ¿Está claro quién está a cargo? ¿Quién es su amo? Ella tragó con fuerza y asintió con su cabeza vigorosamente. Mirando su miedo, el resultado directo de sus acciones, algo se torció alrededor de su pecho. Él presionó su mano allí para parar el extraño dolor. “Por algunos días su audición será mucho más aguda de lo normal. Puede incomodarle. Su visión será más aguda también. Usted aprenderá controlarla. No se apartará de la casa. Le quiero disponible cuando lo desee.”

Su sangre era una mezcla sorprendente y sabía que siempre la iba a desear. En realidad tenía su gusto en la boca y ganas de lamer el pulso que latía tan frenéticamente en su cuello, acariciando directamente su marca con su lengua. Tenía que averiguar lo que estaba pasando, su reacción ¿qué significaba? Ella estaba transmitiendo su miedo tan fuerte que no podía pensar con claridad. Él no sabía por qué su conexión con ella era tan fuerte, pero sentía sus emociones como si fueran las suyas propias. Hace mucho tiempo, aún la relación con sus hermanos, se había desvanecido de sus recuerdos.

Zacarías negó con la cabeza, frunciendo el ceño, dando un paso para acercase a ella. Se encogió nuevamente en la esquina, subiendo sus rodillas, tratando de hacerse más pequeña.

Ella volvió la cara y cerró los ojos con fuerza para bloquearlo de su vista cuando él extendió su mano hacia ella. Había tenido la precaución de ir lento, como podría acercársele a un animal salvaje, pero ella se agachó un poco más, como si esperara que él la golpeara. La idea era ridícula. Él nunca la golpearía.

Sus entrañas se anudaron, una reacción física que no podía controlar. Le tocó la cara mojada de lágrimas, la humedad se acumulaba en las yemas de sus dedos. Su piel absorbía las lágrimas saladas, tomó un reluciente diamante que brillaba en su cuerpo y su estómago hizo otra sacudida desconocida.

Repentinamente se alejó de ella, caminando por la sala, incapaz de soportar la visión de su figura triste y asustada un momento más. Él necesitaba distancia. La selva tropical. En cualquier lugar, pero lejos de esa mujer absurdamente desobediente.

Zacarías fue mucho más cuidadoso con la puerta principal. Quería ser capaz de bloquear a esta desconcertante, incomprensible y molesta mujer dentro, donde no pudiera meterse en problemas, mientras se imaginaba lo que debía hacer. Él podría volver intentar buscar el amanecer cuando el sol saliera, pero el dramático final de su vida ya no le parecía soportable. O Jela peje emnimet- que infierno de mujer. Ella había vuelto su mundo al revés. Todo estaría perfectamente bien otra vez, al momento en que no pudiera oler su aroma o escuchar sus latidos. La conexión entre la parte primordial de su mente se desvanecería con la distancia y sería capaz de respirar y pensar.

Salió a la lluvia, agitando la mano para calmar la tormenta que había forjado en su intento de castigar a la mujer mortal. Su aliento silbó al salir de sus pulmones. Él no quería dar el siguiente paso, abrir los brazos y convocar al águila arpía para alzar el vuelo. Vaciló, casi transparente, la niebla y la lluvia se hacían uno con él, una cosa que normalmente calmaba su alma oscura, pero la renuencia estaba, todavía allí. O ainaak Jela peje emnimet ηamaη- la mujer que lo quemaría para siempre. Ella le había hecho algo.


¿Podría ser maga de nacimiento? ¿Lo había hechizado ella para atraparlo? ¿A él? ¿A Zacarías De La Cruz? Imposible. Él era demasiado viejo. Astuto.

Ella no tenía oportunidad contra él, enfrentándose contra su centenario poder y experiencia. Había casi decido volver a la casa y complacer su ansia otra vez.

El pensamiento trajo el gusto explotando en su boca y una oleada de calor por su cuerpo. Las cosas desconocidas lo molestaban. Su reacción a Margarita Fernández era inaudita. Nada, ni nadie despertó su interés en siglos, y ahora, cuando él decidió terminar con su vida, ella se atrevió a molestarlo. Él no volvería a su trampa, ya no sería entrampado por cualquier hechizo que lanzara. Él seguiría su propio camino, su propia lógica ella podría esperar a su conveniencia.

Zacarías tomó al aire. El viento acometió a través de él, de la niebla que componía su cuerpo, de modo que él y el aire fueran uno solo-él pertenecía a aquí-siendo parte de la tierra misma. Él había desarrollado el truco hace largos años cuando él estaba tan solo y necesitaba un pequeño consuelo. Los animales y el hombre le dieron la espalda – incluso su propia familia. Le temían -como ella le temía. Pero cuando él era niebla, con el viento moviéndose a través de su cuerpo, enviándolo a la deriva a través de los árboles, él podía sentirse realmente aceptado. Los animales y el hombre lo rechazaban pero la tierra era un compañero constante, permanente.

Margarita Fernández era un misterio que no podía sacar de su cabeza. El ataque de los vampiros debió haberla desquiciado de alguna manera. No había otra explicación para una desobediencia tan flagrante, tal desprecio deliberado a su orden directa. Nadie se atrevería a algo así, solo un pequeño resbalón de una niña. Tenía que estar un poco enferma, y si es así, había sido un poco duro con ella. Convencido de que había encontrado la única conclusión lógica a su extraña e indefendible conducta, Zacarías tomó al aire para poner las cosas claras con ella antes de que consiguiera descansar.


***

Margarita se quedó tan quieta como podía, congeló todos los músculos en su lugar, aterrorizada de que él volvería. El andaba tan silenciosamente que era imposible decir en que parte de la casa estaba, pero su presencia era tan poderosa, tan fuerte, que supo el momento en que salió. Sólo entonces se cubrió el rostro con sus manos y se puso a llorar histérica.

Nunca había tenido tanto miedo en su vida, ni siquiera cuando el vampiro había exigido saber el lugar de descanso de Zacarías. Ella había aceptado la muerte y sabía que iba a morir con honor. Esto – esto era terrible, se trataba de un enredo que ella había creado. Todo el mundo estaba en peligro, todos los que amaba. Todos los que conocía. Porque ella no había permitido a un De La Cruz morir.

Ella sabía la verdad ahora. Zacarías había llegado a la hacienda a morir con honor porque estaba cerca de convertirse en vampiro. Ella no conocía el proceso, pero sabía que la pérdida del honor era lo único que todos los Cárpatos temían. Él había resucitado vampiro y ella lo había hecho.

Extendió los dedos y miró a través de ellos a la papelera, donde un centenar de páginas arrugadas de su cuaderno, declaró el hecho de que no había ninguna explicación. Ninguna. Ella no sabía por qué había cometido un pecado tan grave, pero había sido incapaz de contenerse y ahora ella había creado al monstruo mismo que Zacarías había tratado de evitar.

Con mano temblorosa se tocó el cuello palpitante, ese lugar que quemaba a través de la piel hasta marcar sus huesos. Tragó saliva y lentamente se puso de pie. Sus piernas parecían de goma y no podía parar los temblores que controlaban su cuerpo. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué podría hacer? Ella podría nunca -jamás – enfrentaría a ese monstruo de nuevo. Pero más que eso, no le permitiría matar o utilizar a cualquier persona en la hacienda. Había hecho esto. Ella era responsable y tenía que garantizar la seguridad de todos.

Ella sabía que los vampiros hacían títeres- a los humanos que seguían sus órdenes durante el día mientras ellos dormían. Títeres que ansiaban la sangre de los vampiros y un festín de carne. Era una horrible medio vida y, finalmente, se pudrían de adentro hacia fuera. Ella no sería el títere de Zacarías, no importaba que fuera responsable de hacerle perder su honor. Con certeza no había sido su intención.

Margarita humedeció sus labios secos y forzó su cuerpo a controlarse. Ella no podría ir con Cesaro y Julio porque intentarían defenderla y terminarían muertos. Nadie podía hacer frente a Zacarías De La Cruz. Si ella fuera con una de sus tías, él lo sabría. Su familia entera trabajaba para la familia de De La Cruz en una forma u otra. Mientras que trataba de darle sentido a la situación, abrió bruscamente los cajones y metió el mínimo de ropa necesaria en un morral.

Ella tenía que formular un plan. Los vampiros eran astutos, pero tenían debilidades. Ella no podría llamar a los cazadores hasta que llevara a Zacarías lejos de los todos los que amaba. Que eran muchos estaba segura. Los vampiros mataban por placer y ella no podría arriesgar a cualquier persona en el rancho. Si ella activara la llamada indicada para un cazador, Cesaro intentaría luchar con Zacarías. Todos los trabajadores. Ella sabía sin lugar a dudas que podía alejarlo de su familia porque Zacarías la seguiría.

Por suerte, ella conocía la selva tropical y no le temía como la mayoría. Ella desaparecería – y él seguiría. Ella no sabía cómo lo sabía, pero así era. Él la encontraría tarde o temprano – y probablemente la mataría – pero ella no tenía ninguna otra verdadera opción, no si ella quería salvar a su familia. Haría su viaje río abajo hasta la siguiente propiedad de los De La Cruz -unas cabañas usadas para mover el ganado a varios pastos- y llamaría a los cazadores desde allí. Si ellos llegaban antes de que el vampiro la encontrara se salvaría, si no, al menos había salvado a su familia.

Arrastró sus botas y salió corriendo por la casa para encontrar a su paquete de supervivencia. Tenía un sistema de filtración de agua y pastillas en caso de que fuera necesario, a pesar de que sabía dónde las cascadas corrían en abundancia. Era una excelente cazadora, así que la comida no sería demasiado problema, pero ¿cómo iba a evitar que Julio o Cesaro trataran de encontrarla?

Margarita se mordió el labio tratando de aquietar sus frenéticos pensamientos. Ella tenía que pensar en su escape detenidamente. Zacarías no demostró interés en leer su nota así que quizás sería seguro dejar una para Cesaro. Tendría que redactarla a fin de tranquilizar a cada uno sin que fuera realmente mentira. No creía que fueran tan tontos para preguntarle a Zacarías. Ellos harían todo lo necesario para permanecer tan lejos de él como fuera posible. Si era muy afortunada conseguiría una buena ventaja antes de que él la siguiera. Forzó al aire a salir de sus pulmones y escribió una nota corta. Tomé su consejo, Cesaro, y me fui por algunos días. Volveré pronto. Amor para usted y Julio.

No era una mentira. Y esto no daba nada. Cesaro estaría frustrado por ella, pero pensaría que se había ido con una de sus tías. Ahora…Julio era un asunto diferente. Él la conocía mucho mejor que Cesaro y podría considerar que algo estaba mal, pero una vez que su padre le tranquilizara que él le había sugerido que se fuera con su tía a Brasil, él se tranquilizaría y esperaría unos días para tener noticias de ella.

Convencida de que había hecho todo lo posible para mantener seguros a todos, Margarita salió por la ventana de su dormitorio. Ella no confiaba en las puertas o en el hecho de que Zacarías había salido por el frente. No iba a encontrarse con él por error. Se quedó agazapada debajo de la ventana, estudiando el cielo oscuro con recelo. Zacarías podría estar en cualquier lugar, en cualquier forma. La idea era a la vez inquietante y aterradora. Por un momento su corazón se aceleró, su sangre rugiendo en sus oídos. Se obligó a respirar normalmente, con miedo de que pudiera oír su latido estruendoso.

Antes de mudarse, tocó a los animales en las inmediaciones. Tan pronto como había colocado las cortinas de la casa, el rancho se había puesto en estado de alerta. El ganado y los caballos habían sido trasladados cerca donde podrían estar mejor protegidos. Todo el mundo estaba armado y las patrullas se habían duplicado, pero los animales reconocían si el mal está cerca antes que los humanos. Los caballos estaban colocados para pasar la noche. Ninguno estaba inquieto si así fuera, la habrían alertado que Zacarías se encontraba muy cerca.

La lluvia se convirtió en una llovizna y el viento feroz se calmó mientras ella hacía su camino a través de los prados y pastos hasta el límite de la selva tropical. Ella siempre había amado la forma natural en que continuaba sigilosamente creciendo nuevamente para recuperar lo que había sido tomado. Raíces serpenteaban a través del suelo en largos tentáculos. Vides enredaderas se deslizaba sobre las piedras y vallas hasta arriba, incluso se envolvían alrededor de las rocas en un esfuerzo por recuperar la tierra.

Ella se metió en los bordes exteriores de los árboles, corriendo por un estrecho sendero con el que estaba familiarizada. Los insectos formaban una alfombra en movimiento en la espesa vegetación, constituida por siglos de plantas y árboles caídos. Grandes arañas se aferraban a las ramas y los lagartos se deslizaban debajo de las hojas que le daban cobertura. Las ranas arborícolas se asomaron cuando ella se apresuraba por el camino.

Margarita caminó con confianza, sabiendo exactamente a dónde iba. Era fácil perderse en la selva tropical. La mayoría de los viajes que hizo fue por el río, pero Julio y ella habían explorado la zona más cercana al rancho, casi desde el momento en que empezaron a caminar y habían marcado sus caminos con señales que ambos reconocieran con facilidad. Había una pequeña cueva, maravillosa detrás de una de las numerosas caídas de agua, una pequeña gruta, difícil de encontrar donde ella y Julio habían acampado en varias ocasiones. Había sido su lugar secreto cada vez que se escondían de sus padres. Julio a menudo se metía en problemas en esos días. Él llevaba la carga de un hombre de trabajo desde una edad temprana y vagar por la selva lluviosa era mal visto, sobre todo con una mujer.

La cueva se encuentra en una corriente ancha y profunda que alimentan al gran río. Julio había creado una canoa de cedro con su machete. La madera era suficientemente ligera para que la nave flotara, más no tan suave que no fuera lo suficientemente fuerte para hacer frente al río. Habían escondido la canoa detrás de la cascada.

Ella podía llegar allí, conseguir el barco y tomar uno de los arroyos que alimentan al Amazonas. El campamento de los De La Cruz no estaba lejos de allí.

Margarita aceptó su papel en la casa y se deleitaba en el hecho de que fue reconocida por su talento con los caballos, sin embargo, amaba la selva tropical y la forma en que la hacía sentir tan libre. Ella sabía que Julio se sentía igual y juntos se animaban el uno al otro a escapar para explorar en cada oportunidad que se presentara. Julio se metió en problemas mucho peores que ella, a pesar de que había sufrido un sinnúmero de conferencias sobre los deberes de la mujer. Ahora, ella se sentía agradecida por cada viaje que habían hecho.

Las luciérnagas destellaban, con diminutas chispas en varios árboles que le proveían un poco de comodidad. En los árboles, la noche era negra como tinta, aunque la selva tropical no era totalmente oscura. Los hongos fosforescentes emitían un resplandor misterioso. Los monos de la noche empujaban sus cabezas fuera de los agujeros de los árboles para mirarla fijamente con sus enormes ojos y su presencia le mostraban que todavía no la seguían.

Ella tenía que correr para llegar a la canoa, y eso era extremadamente arriesgado por la noche en la selva, pero no tenía otra opción real. Tenía que mantenerse por delante de él hasta el amanecer. Una vez que saliera el sol, podía hacer su camino hasta las cabañas de los De La Cruz y llamar para conseguir ayuda. Zacarías estaría fuera de la hacienda y todos los demás estarían a salvo. Todo tenía sentido, pero tenía que llegar rápido y eso significaba correr.

Ella aceleró el ritmo, aumentando la velocidad, por la necesidad de llegar a un refugio. No quería estar a cielo abierto, incluso bajo el dosel. Donde los árboles eran gruesos, había poca luz y tenía que usar su faro, pero también significaba que había poca vegetación en el suelo. Sin luz que penetra el dosel, era difícil crecer mucho. Arboles jóvenes tenían que esperar a que un árbol cayera, para proporcionarle un espacio en el dosel, permitiendo que la luz del sol entrara.

Ella envió una onda de energía delante de ella, tratando de decirles a los insectos en el suelo del bosque que estaba llegando. Tenía la esperanza que despejaran el camino. Pequeñas coloridas ranas saltaban de la rama al tronco, sus pies pegajosos se aferraban a las superficies, mientras la seguían en su precario viaje.

Ella trató de no correr, sabiendo que no tendría la resistencia. Tenía que establecer un ritmo agotador, pero que pudiera mantener por mucho tiempo. Horas. Faltaba mucho tiempo antes de que saliera el sol. Envió una petición de ayuda, una súplica lo suficientemente fuerte como para despertar a los animales que descansaban en el dosel sobre su cabeza.

Inmediatamente llegaron las respuestas. Los monos se pusieron alertas. Bandadas de pájaros se llamaban los unos a los otros, todos en busca de un enemigo común.

Los siglos de hojas y ramas encubrían las raíces torcidas que la lanzarían fácilmente al suelo, y su faro alumbraba a los animales que se arrastraban de los agujeros para sentarse en las raíces, de modo que mientras ella corría, pudiera elegir una trayectoria con menos obstáculos. Ella completó una curva, alrededor del tronco de un árbol grueso y un capibara la miró fijamente, y se agacho directamente en su camino. Ella se desvió a su derecha, la única dirección posible y se dio cuenta de porque el animal la había dirigido lejos del laberinto de enredaderas trepadoras que la habrían enviado seguramente al piso.

Corrió con más confianza entonces, dependiendo de los animales, sintiéndose confortada por su presencia, sabiendo que levantarían la alarma en el momento que Zacarías estuviera cerca. Sabrían cuando se acercara. Tenían que ser tan sensible a su presencia como los caballos y el ganado en el rancho. Ella debería haberlo sabido, cuándo todos los animales en el rancho habían actuado tan inquietos, el mal caminó que había tomado Zacarías De La Cruz.

Margarita frunció el ceño mientras corría. Sus pulmones comenzaron a arder y le dolían las piernas. Ella se desvió para evitar una serie de montículos de termitas, con su lámpara apenas logró verla antes de que estuviera sobre ellas. ¿Por qué se había sentido tan obligada a salvarlo? Ella no lo pudo evitar. Aun cuando se lo había exigido, no había sido capaz de dejarlo al sol. No era delicada. Había crecido en un rancho y ella hizo su parte de trabajo, no importaba cuán difícil fuera.

Hizo caso omiso de la puntada en el costado y saltó sobre un riachuelo que corría cuesta abajo para alimentar al sistema del río. El suelo estaba lleno de barro y resbaló, se deslizó por las laderas, a veces arañando su camino en el barro. Al mismo tiempo que su mente continuaba descifrando su extraño comportamiento. Ella había sido programada desde el nacimiento a obedecer a un De La Cruz. Era la vida o la muerte en su mundo y un paso en falso podría ser una catástrofe para los que viven en los diferentes ranchos. Todos sabían del peligro de los vampiros. Los monstruos eran muy reales en su mundo.

Un pequeño sollozo escapó. Cárpatos se alimentaba de la sangre de los seres humanos, sin embargo, no mataban. Los Vampiros asesinaban. Ella no entendía completamente la delgada línea entre ellos, pero sabía que era delgada y de alguna manera ella había empujado a Zacarías sobre el borde. ¿Y su sangre que le había hecho?

Ella se había despertado del ataque de vampiros, con la garganta desgarrada, incapaz de hablar, su mundo al revés, pero todos sus otros sentidos se habían incrementado con la sangre que Zacarías le había dado para salvar su vida. La vista era mucho mejor. Ella en realidad podía detectar insectos en la hierba y ver aves en la parte más gruesa ramas de los árboles. Vio pequeñas ranas y lagartos ocultos en las hojas y enredaderas trepadoras. Su audiencia era aún más aguda.

A veces pensaba que podía oír a los hombres hablar en los campos mientras trabajaban. Ciertamente, podía oír los caballos en el establo.

Con que la primera sangre que le había dado para salvar su vida, sabía que él había cambiado algo en ella. Su cabello, siempre grueso, había crecido más rápido y más brillante. Su piel tenía un brillo, casi un resplandor. Sus pestañas eran más gruesas y más largas, todo en ella era solo más. Se dio cuenta de que Julio se quedaba más cerca de ella y de la hacienda cuando los otros estaban cerca, y ella estaba al tanto de ellos como hombres, en lugar de simplemente como gente que había crecido con ella. Sentía el peso de sus ojos y, a veces era incómodo, temerosa de que estaba leyendo sus pensamientos lascivos. Nada de eso le había ocurrido antes. Y los cambios no fueron todos físicos.

Ella no debería ser capaz de correr tan rápido tal distancia incluso con animales guiándola en el camino. Ella usaba su faro cada vez menos y se dirigía más por puro instinto. Ella podía oír los latidos de su corazón golpeando y se había colocado a un ritmo lento, estable. Sus pulmones habían estado quemándose por aire, pero mientras más lejos corría, más comenzaron a trabajar de manera eficiente.

Su piel sentía comezón cuando había obstáculos cerca de ella, como un radar que la advierte en qué dirección tomar, donde colocar sus pies, como moverse y como deslizarse entre los árboles sin dar un paso en falso. Ella no podría ser capaz de hablar, pero sin duda había adquirido otros sentidos mucho más agudos y habilidades.

Ella había estado oyendo la corriente por algún tiempo. La lluvia había alimentado el agua en la tierra de modo que corriera cuesta abajo, tomando la línea de menos resistencia hasta que encontrara su camino hacia el arroyo, profundizando en el agua oscura, aumentando su caudal hasta que casi se desbordaran los bancos. La cascada en la distancia sonaba como un trueno continuo y el alivio la inundó. Eso significaba que el camino estaba abierto y era lo bastante profundo llevarla rio abajo rápidamente. Si las condiciones eran adecuadas, ella podría hacer todo el camino hasta al Amazonas. Eso aumentaría sus posibilidades de conseguir llegar a los pastos de los De La Cruz antes de Zacarías la descubriera. Margarita aumentó su velocidad, corriendo al tope hacia las cataratas.

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