Margarita se quedó muy quieta. ¿Qué pasa si se había equivocado? ¿Y si era de verdad vampiro? La marca que Zacarías había dejado a un lado de la garganta palpitaba y quemaba. Su respiración agitaba su cabello en la parte posterior de su cuello… Ella se puso rígida. Sus dedos rozaron su piel, moviendo a un lado la pesada trenza de cabello de su espalda. Su cuerpo estaba apretado contra el suyo para que pudiera sentir cada respiro que daba. Olía salvaje, un animal salvaje y peligroso atrapándola lejos de toda la ayuda. Cada uno de sus músculos impreso en ella, cada latido de su corazón.
Su pregunta penetró en su mente. ¿Tonta? ¿Realmente le preguntó si era tonta? La furia quemaba en ella, mezclándose con el miedo.
El calor se vertió en su mente, anunciando a Zacarías. Antes, cuando él había golpeado, había penetrado profundamente, había invadido y conquistado. Esta vez fue diferente.
Esta vez usó un asalto lento, el fuego extendiéndose como la melaza, llenando su mente de él-. Se quedó sin aliento en la garganta y mordió con fuerza su labio inferior. El calor no se quedó simplemente en su mente, se extendió por todo su cuerpo, una lava espesa que corrió por sus venas una pulgada a la vez, moviéndose más y más abajo. Sus pechos se sentían pesados y dolorosos. Sus pezones alcanzaron su punto máximo. Su núcleo se puso más caliente.
Su reacción física a la invasión era más que preocupante, era tan horrible como la mordida en su cuello. Todos sus instintos le gritaban que corriera, pero ni siquiera podía luchar, el horror y la furia la sostenían en el lugar. Sus manos la enjaularon, colocándose en su cintura, sus grandes manos grandes bajaron hasta la formación de su caderas, sintiéndose demasiado posesivo. Llamas lamieron su piel a través de la ropa donde él la tocaba.
Nunca había tenido una reacción tan femenina a un macho en su vida. Le habían dicho cómo el peligro podía enmascararse con la seducción y ahora podía dar testimonio de esos rumores. Zacarías era tan sensual como un hombre puede ser, encendiendo un fuego en su interior que arde lentamente. Margarita se estremeció, temiendo por su alma. Hizo la señal de la cruz en un intento silencioso por salvarse.
“Sé que usted puede oírme-si hablo en voz alta o dentro tu mente. Tu sangre llama a la mía. Respóndeme. No finjas que no puedes oírme.” Ella se humedeció sus labios. No soy tonta. Un poco aturdido quizás, pero ella lo entendía. Solamente no entendía lo qué sucedía con su cuerpo.
Ella se estremeció, con ganas de hacerle una llave con sus propias mano, pero ella se quemaba por él. Podía oír los latidos de su corazón, el sonido resonaba en sus venas.
Se acercó hasta que sus labios tocaron su oreja. "Si usted no es tonta… "Una mano se deslizó de la cadera de nuevo a su cintura, quemándola a través de su ropa hasta que la piel se marcó con la impronta de su palma. Por otro lado lentamente la envolvió alrededor de su cuello, un dedo a la vez. Obligando a su cabeza a echarse hacia atrás hasta que ella se apoyó en su pecho, hasta que no tuvo más remedio que mirar sus ojos oscuros, despiadados. Se miraron el uno al otro, unidos en algún combate extraño que ella no entendía.
"Entonces, ¿tiene usted deseos de morir?"
Su voz no sólo le susurro al oído, sino sobre su piel, tocando las terminaciones nerviosas, el rastro de sus dedos suavemente acariciando, dando forma a su cuerpo. La sensación era tan real que se estremecía, el miedo ahogándola. Tragó saliva contra su mano. Silenciosamente ella negó con la cabeza. Era imposible dejar de mirarlo. Sus ojos eran convincentes, tan oscuros e insondables, calor y fuego donde antes parecían tan planos y fríos. Había algo real en su interior, ella podía verlo en sus ojos. Él no era del todo una máquina de matar, ni era un no-muerto como ella primero había creído-sus ojos estaban demasiado vivos. Su cuerpo estaba demasiado caliente, demasiado duro.
Margarita alcanzó la parte animal de él- la parte más grande de él. Él había perdido hace tiempo todo tipo cortesía-o él había nacido quizás como era ahora, todo astucia, salvaje y extremadamente territorial. Ella entendía a los animales, incluso a los depredadores peligrosos. Apartando su miedo del Cárpato, ella se concentró en el animal, intentando encontrar una manera de calmarlo. No esperaba que fueran amigos, no más de lo que sería de un jaguar, pero ella se había encontrado uno esos gatos grandes y ambos se habían ido por su propio camino sin animosidad. Ella esperaba que fuera igual con Zacarías.
El problema era que la confundía mucho más que un gato o una gran ave de rapiña. Ella sintió el calor que fluía que precedía siempre a la conexión.
Y era más fácil de lo que había creído, como si ella ya se supiera camino, como si ya lo hubiera usado. Ella lo tranquilizó como a un animal salvaje, un suave acercamiento, tocándolo suavemente, acariciándolo con su mente para calmarlo y tranquilizarlo.
Zacarías abruptamente dio un paso atrás lejos de ella, dejando caer sus manos, sus ojos fríos glaciares y más aterradores que nunca. "Usted es un mago de nacimiento."
Era una acusación, una maldición, una promesa de venganza oscura. Margarita sacudió la cabeza, negando rotundamente la acusación. No tenía idea de por qué la acusaba de ser un mago, un ser que puede lanzar hechizos. Eso sería más bien él que ella, él quien la desconcertaba. Si las chispas en sus ojos sirvieran para algo, ningún mago querría lanzar un hechizo en torno a Zacarías De La Cruz y ella con toda seguridad no lo hizo.
¿Qué eres entonces?, Exigió.
Ella frunció el ceño. La respuesta debería haber sido obvia, pero entonces ella estaba pensando en él como un animal indómito, salvaje, tal vez estaba más cerca de convertirse de lo que sabía. Yo soy sólo una mujer.
Zacarías estudió la cara pálida, perfecta delante de él durante mucho tiempo. Ella estaba manchada de barro. Agotada. Su cara en forma de corazón era todo ojos, enormes y asustados.
Yo soy sólo una mujer.
Cinco palabras simples, pero ¿qué quiso decir? Él conocía a las mujeres, pero a ninguna como ella. Era mucho más que sólo una mujer. Buscó en sus recuerdos y había muchos siglos, pero nadie había llamado su interés, no como esta mujer.
Se miraron el uno al otro durante mucho tiempo. "Usted va a regresar a la hacienda conmigo." Le dijo. Le ordenó. Dio la orden y esperó a la típica reacción de desobediencia. Tal vez tenía alguna enfermedad que le hacía hacer lo contrario a una orden directa.
Vio cómo trabajó su garganta, al tragar delicadamente y una nueva ola de temor cayó sobre él, se apresuró a suprimirla, no debía mostrar temor a un depredador. Él sabía que ellos estaban muy conectados y que estaba sintiendo sus emociones. Fue interesante verse a sí mismo a través de sus ojos. Él sabía que, sobre una base estrictamente intelectual, para otros animales, incluidos el hombre, pensaban que era un asesino, pero no tenía una reacción visceral al conocimiento.
Conectado como estaba a ella a ese nivel primitivo, sintió sus emociones como si fueran las suyos propias, y era incómodo.
Su pequeña lengua lamió el arco perfecto de su labio inferior. Dio un paso atrás muy despacio, sintiendo con una bota tierra firme. Él negó con la cabeza y ella se detuvo al instante.
Zacarías podía leer sus pensamientos con facilidad en su rostro. Quería salir corriendo y no le importaba si alguien-incluido él-lo consideraba un acto cobarde. Su instinto de conservación era fuerte ahora. Se había ofrecido una sola vez. En lo que a ella concernía, eso era suficiente. Ella había sido castigada.
"No he terminado contigo, mujer. Volverás a la hacienda a mi lado mientras yo descifró lo que está pasando. Y no te marcharas de nuevo sin mi permiso".
Eso llegó a ella. Podía ver las nubes de tormenta en sus ojos oscuros. No podía apartar la mirada, aunque quisiera. Sus ojos no eran de un aburrido gris como el mundo a su alrededor. Tampoco lo era su pelo. Ambos eran de un ébano rico, un profundo negro medianoche, una verdadera ausencia de color. Su boca le fascinaba. Sus labios que deberían haber sido de color gris o blanco mate, pero juraría que eran de un rosa más oscuro. Él parpadeó varias veces para tratar de librarse de la impresión, pero el extraño color se mantuvo, haciendo sentir un poco mareado. Ella le fascinaba.
Margarita subió la barbilla. Si me van a matar, hágalo aquí. Ahora en este momento.
Sus cejas se alzaron. "Si la voy a matar, escogeré el tiempo y lugar, no seré dictado por una mujer que no sabe el significado de la obediencia. "
Sacó un lápiz y una libreta del bolsillo y comenzó a escribir. Zacarías barrió ambos artículos de su mano y se los embolsó.
Utilice nuestro lazo de sangre.
En silencio sacudió la cabeza y extendió la mano hacia su bolsillo.
Él negó con la cabeza decididamente, ya no le sorprendía que ella le desobedeciera. Estaba seguro de que tenía una rara y peculiar enfermedad mental, un trastorno de nacimiento, que le hacía hacer lo contrario de lo que cualquier figura de autoridad le decía.
Leí las cuarenta y siete misivas esta noche. No deseo leer otra.
¿Todos las cuarenta y siete? ¿Usted entró en mi espacio privado? Ellas estaban en la papelera. Tiradas. Obviamente no eran para que usted las leyera.
Así que utilizaría el lazo de sangre cuando ella lo escogiera. Algo cerca de la satisfacción se elevó en él. El miedo se había descolorado bastante cuando le respondió mucho más naturalmente. Desde luego que eran para que yo la leyera, kislány ku? enak minan-mi pequeña lunática. Ellas claramente fueron dirigidas al Señor Zacarías de La Cruz. "Él se dobló ligeramente. Muy formal y apropiado usted. Uno pensaría que sería capaz de llevar a cabo instrucciones simples. "
Devuélveme mi papel y pluma.
"Usted va a utilizar el vínculo de sangre entre nosotros." Sabía que la hacía sentirse incómoda porque era una forma mucho más íntima de la comunicación, pero se encontró deseando la intimidad de su vínculo.
Sus ojos se volvieron aún más oscuros, tornándose del color de la obsidiana [2], llameando como piedras de fuego brillantes. Apretó los dientes en una ajustada mordida. La blancura de sus dientes le llamó la atención. Sin pensarlo, él la agarró por los brazos y tiró de ella para acercarla, volviendo la cabeza hacia él para que pudiera ver el intenso color blanco y brillante, como pequeñas perlas. No gris. No el blanco sucio marrón que estaba acostumbrado. Por un momento no había nada más en el mundo, sino sus dientes blancos pequeños y sus increíbles ojos casi negros.
Algo golpeó su pecho, no con fuerza, él apenas lo notó, pero su pequeño aullido le hizo bajar la mirada. Ella había cerrado de golpe sus palmas contra su pecho y se había lastimado obviamente. Él le frunció el ceño. ¿Qué hace usted ahora?
Le estoy golpeando, a usted bruto. ¿Es que no lo siente?
Ella tenía genio. Él reconoció ahora el fuego que ardía en ella. Se lastimaría sin embargo, y realmente, él sentía apenas gran cosa. ¿Así es qué usted le llama? Está realmente un poco loca. No es ninguna sorpresa que Cesaro intentara sacarla de la casa. Él temió que me alteraras con su locura.
¿Locura?
Margarita cerró el puño y le lanzó un puñetazo. A juzgar por la forma en que lo lanzó, alguien le había enseñado cómo luchar. Él la esquivó de lado antes de que asestara el golpe y la cogió, haciéndola girar, cruzando sus brazos sobre sus pechos y sosteniéndola apretada contra su cuerpo. Su respiración salió en una explosión del sonido que lo impresionó. Él se quedo muy quieto, apoyando su boca contra su cuello, contra ese pulso caliente que latía tan frenéticamente y le reclamó en voz alta. ¿Risa? ¿Él se había reído?
¿Realmente había reído? Eso era imposible. Él nunca se había reído. No desde que recordaba. Tal vez cuando era un niño pequeño, apenas un muchacho, pero dudaba de ello. ¿De dónde había salido ese sonido? ¿Era posible que esta tonta y loca mujer fuera su compañera? Por todo lo que era santo, no podía ser.
No podía de ninguna manera estar acoplado a una persona incapaz de seguir la más simple de las direcciones. Y sus emociones y colores deberían haber vuelto inmediatamente. Pero la verdad, se sentía más vivo en este momento de lo que había estado hace mil años.
Al igual que él, se había quedado muy quieta en sus brazos, como un conejo asustado. Ella se estremeció, la ropa mojada, el barro pegado a su suave forma femenina. Al momento en que se dio cuenta de que tenía frío, le quitó el barro y la lluvia de su ropa, su cuerpo calentó al suyo. Este tipo de cosas eran naturales de su especie, y con ella, tenía que recordar las cosas mundanas.
"Voy a excusarla porque usted no tuvo una madre que le enseñara buenos modales, pero mi paciencia llegó hasta aquí." Susurró las palabras en su oído, determinado a que aprendiera quien estaba a cargo. Ciertamente, no una pequeña chiquilla, tan tonta que salió bajo la lluvia al bosque, sin escolta y en la noche. "Usted tiene ciertos deberes."
Conozco mis deberes. ¿Qué hora es?
Desconcertado, miró hacia al cielo en ebullición. "Sobre las cuatro de la mañana."
Exactamente. Estoy fuera de servicio. Este es mi tiempo.
Sintió la tentación de morder el punto ideal entre el cuello y los hombros como castigo por su continuo desafío. "Cuando un De La Cruz se encuentra en la residencia, usted está en servicio desde el atardecer hasta el amanecer. O cada vez que yo diga. O Jela peje terád, emni-sol que infierno eres mujer. No discuta conmigo.
¿No has aprendido nada en las últimas horas? Usted no va a ir sin escolta, a cualquier lugar. Es una mujer. Una mujer soltera. Y tendrá un acompañante en todo momento. "
Ella no hizo ruido, pero él sintió su rechazo absoluto a su decreto. Profundo en su interior una vez más, un sonido extraño, que comenzó en su vientre y brotó como burbujas de champán. Por todo lo que era santo, ella le hizo reír. Sentía diversión. Esta mujer menuda trajo risas a su vida.
Hasta que se descubriera por qué tenía tal poder sobre él, no estaba dispuesto a dejarla ir de su lado. Ella podía negar su autoridad todo lo que quisiera, pero ella estaba a punto de aprender qué y quién era el que dominaba su vida.
Aspiró su olor y se encontró luchando contra el llamado de su sangre. Él la probó en su boca. Su gusto exquisito, raro más allá de lo que había conocido estallaba en su boca, goteando en su garganta filtrándose en sus venas, fluyendo a través de su cuerpo como el oro fundido. Su piel era tan cálida y suave, su pulso le llamaba. Cerró los ojos y simplemente escucho el ritmo de su corazón. No tenía hambre, pero él la anhelaba, como una adicción, con ganas de morder, para sentir su suave piel…
Sus manos se deslizaron a lo largo de sus muñecas, acariciándola, sus manos frotando sus senos. Sus pezones se endurecieron al máximo por el frío o la excitación. Él no podía hacer que su mente trabajara el tiempo suficiente para saber porqué. Todos sus sentidos, todo su ser se centró en su cuerpo. En su forma. La sensación de ella. El tiempo fue más despacio.
Como en un túnel. Había solamente su mano deslizándose sobre ella, ahuecando sus pechos, sus pulgares frotando sus duros pezones. Su corazón martillando. El suyo respondiendo.
El calor se precipitó dentro de él. Llenándolo. La sangre golpeando en su centro, se precipitó en su polla, hasta que estuvo dura, gruesa y dolorida – y lo conmocionó.
Su cuerpo se quemaba de adentro hacia afuera. Hubo un rugido extraño en su cabeza. Sentía el fuego, las llamas quemando su piel, corriendo por sus venas.
Las imágenes eróticas llenaron su mente, su cuerpo retorciéndose debajo del suyo, un millón de cosas que había visto en su existencia, un millón de maneras de hacerla suya. Había visto esas cosas, pero nunca pensaba de ellas. Ni una sola vez en toda su existencia había alguna vez acariciado la idea de tomar a una mujer sin su consentimiento.
Nunca consideró enterrar su cuerpo profundamente en una mujer y hacer lo que quisiera con ella, hasta ese momento. Las imágenes y su terrible y brutal necesidad lo abrumaban. Pequeñas gotas de sangre salpicada su piel, sudaba, como nunca antes lo había hecho. Se sentía nervioso, fuera de control, loco por el terrible anhelo que había separado la necesidad de su sangre a la necesidad de su cuerpo.
Él la empujó lejos de él, respirando profundamente, admitiendo grandes tragos del aire para parar la locura que quemaba a través de él. Él había sabido que su alma estaba en pedazos, no más que un tamiz unidos con minúsculos hilos, frágiles, pero esto – esto lo destruiría-destruiría su honor. Él limpió el sudor de su cara y mirado fijamente las manchas de sangre sobre sus manos. ¿Qué eres, mujer? ¡Usted me ha hechizado!.
Ella negó con la cabeza en silencio, tan pálida que casi brillaba en la oscuridad. No lo hice. Te juro que no lo hice. No sé por qué esto le está ocurriendo a usted.
Ella le había sentido bien, sentido la creciente demanda de su polla presionando contra su cuerpo con una demanda urgente.
"Usted no me va a controlar".
No estoy tratando de hacerlo.
Dio dos pasos alejándose de él, mirando el bulto grande en la parte delantera de su pantalón. Él vio el momento exacto en que el miedo pudo más y ella se volvió y corrió lejos de él.
Zacarías volvió a respirar lenta y profundamente, extendiendo sus brazos, dando la bienvenida a su otra forma, necesitando alivio de su forma masculina humana.
Estallaron plumas a lo largo de su piel cuando cambió. Esta vez el águila de arpía era enorme. Él se dio a la fuga, quedándose bajo cuando se lanzó en su persecución. El águila se retorcía y giraba, fácilmente haciendo su camino entre los árboles, cazando a su presa. Se cernió sobre ella. Ella echó un vistazo sobre su hombro, sus ojos muy abiertos por el terror cuando él se zambulló, sus garras la alcanzaron, enganchándola mientras corría, la levanto en el aire, la enorme fuerza de Zacarías ayudando a la gran águila arpía.
Margarita luchó, pero cuando él subió más alto, su envergadura gigantesca aleteando para ganar altura, y la tierra quedándose tan lejos, ella se calmó completamente, aunque sus manos se envolvieron en las patas del pájaro. Una vez que él ganó altitud, aceleró su paso por la selva tropical hacia el hacienda. Las águilas arpías fácilmente volaban unas buenas cincuenta millas por hora cuando ellas querían, y con el viento feroz a su espalda, el pájaro rápidamente cubrió la distancia, alcanzando el rancho en tiempo récord.
Zacarías dejo caer a Margarita suavemente en la hierba junto a la puerta del frente. Cambió cuando sus pies tocaron el suelo a su lado. Ella no intentó escaparse de nuevo, pero estaba en silencio, las manos apretadas con fuerza por encima de su cintura, donde las garras le habían agarrado con tanta fuerza. Zacarías se inclinó y la tomó en sus brazos, acunándola contra su pecho.
Sus ojos subieron hasta la mitad de su cara y el miedo estaba de vuelta, todos rastros de mal genio desaparecido. Ella no podía gritar y su boca no estaba abierta para tratar de llamar por ayuda, y eso le molestó más de lo que debería.
"No me mires de esa manera", espetó. "Si sólo hubieses venido conmigo, sin problemas, yo no habría tenido que arrastrarte de vuelta de tal manera.”
¿Nadie le enseñó las consecuencias?
Apartó la mirada cambiando para mirar a un lugar por encima de su hombro, pero ella no pudo contener el temblor que la recorrió. Quizás su voz había sido demasiada severa. Tenía que recordar su enfermedad. Su padre, sin duda debería haber abordado la necesidad de burlarse de la autoridad, pero él estaba allí ahora, y no tenía duda de que podía hacer el trabajo.
Agitó la mano a la puerta y esta se abrió para él. Pasó con Margarita en sus brazos y la colocó en el sofá mientras dio vuelta para aplicar salvaguardas. Tejió guardias intrincadas, muy fuertes alrededor de toda la estructura, tomándose su tiempo, hasta que determinó que nadie podría entrar y ni se marcharía mientras dormía. Los trabajadores en sus propiedades sabían que cuando un De La Cruz estaba en la residencia, no debían ser molestados durante las horas del día. Cuando se sintió satisfecho que nadie-ni siquiera uno de sus hermanos – podía conseguir atravesar su trama, se volvió a estudiar a la mujer que encarna la palabra misterio.
Margarita se incorporó lentamente. Él la vio retener la respiración y dolor cruzó su cara. Frunció el ceño y se acercó a ella. El olor de su sangre lo golpeó. Zacarías la tiró a sus pies. Ella mantuvo sus manos presionadas firmemente en su cintura. Él podía ver pequeñas gotitas rojas que goteaba a través de sus dedos. Los humanos no se curaban. Él no había pasado tiempo alrededor de seres humanos en años. Se alimentaba y se iba, un fantasma en la noche nadie nunca lo veía-o lo recordaba.
“Déjame ver.” Suavizo su voz cuando su mirada saltó la suya. “Aleja tus manos, mujer. Necesito ver el daño hecho.” Al parecer el sonaba igual de amenazador cuando utilizaba un tono bajo porque ella tembló, pero no podía parar de moverse.
Muy suavemente la agarró por las muñecas y quito sus manos. Las heridas punzantes causadas por las garras grises del águila arpía cuando la envolvían de adelante a atrás a cada lado. Tendría que haber pensado lo que las garras le hacen a la carne humana, no en su desafío. La miro a la cara, escupió en sus manos. Su saliva no solo ayudaría a reparar los pinchazos, sino que tenía un agente anestésico que detendría el dolor mientras la curaba.
El ajustó las palmas de sus manos con facilidad sobre las marcas, al pulsar en ella, sus manos casi abarca su parte media.
"Usted sentirá calor, pero no debe hacerle daño", le aseguró…
Estaba temblando con tanta fuerza que no estaba seguro de que podía mantenerse en pie. Sus ojos lo miraban con el aspecto exacto que había visto en la presa de las cobras. Parecía hipnotizada y aterrorizada, sin poder apartar la mirada de él.
"Deja de tenerme miedo." Él quiso que ella le tuviera miedo, ahora le gustaría poder empezar de nuevo. Se la veía muy frágil, vulnerable, y por lo tanto muy sola. "Yo no permitiré que nada le suceda. Es mi deber cuidar de ti. "Él le estaba diciendo la verdad a ella. Nada alejaría a esta mujer de él- ciertamente, no la muerte. Por algún milagro o algún truco diabólico, por fin volvió a la vida, su cuerpo renació, su mente una vez más intrigada.
Él miró a su alrededor y todo seguía siendo de un color gris mate. Cuando él la miró, pudo ver colores emergentes, débiles, pero ahí.
Sus pestañas eran tan increíblemente negras igual que la trenza de su cabello. Unos ojos enormes de un profundo chocolate oscuro, le devolvió la mirada. Las cejas eran negras. Sus labios eran definitivamente de color rosa. Los colores sólo pueden ser restaurados por una compañera. Las emociones – y él estaba teniendo reacciones desconocida – sólo podían ser restauradas por una compañera. El hecho de que su cuerpo había reaccionado físicamente a ella era sorprendente, sin embargo, problemático y estimulante, si podía sentir alegría. Sin embargo, una compañera habría devuelto las cosas al instante.
Los magos se habían infiltrado, ocupando el rancho vecino sólo unos pocos meses antes, esperando el momento oportuno, con la esperanza de destruir a la familia De La Cruz.
Dominic y Zacarías les habían detenido, pero había una pequeña posibilidad de que la alianza entre los maestros vampiros y los magos se hubieran mantenido y los magos habrían encontrado su camino de regreso para volver a intentarlo. Si Margarita estuviera ensombrecido por el hechizo de un mago – él lo habría sabido. Por mucho que se mantuvo tratando de volver a esta explicación, el temor fue creciendo en él, reconocía la verdadera explicación.
Si Margarita realmente era su compañera, algo había salido mal, y temía que él sabía la respuesta. Él no la había encontrado a tiempo. Su alma estaba por los suelos, ya sin posibilidad de reparación. Su otra mitad no la pudo sellar junto a ella, no pudo llevar la luz a la total oscuridad dentro de él. Lo que no fue una sorpresa saber que era una causa perdida. Probablemente había nacido de esa manera, pero aún así, hubo un momento en el que había soñado con este momento, cuando había previsto una compañera e incluso la había buscado activamente.
Las palmas de sus manos se hacían más cálidas mientras empujaba calor de su cuerpo al suyo. Sus pulmones lucharon por aire y él deliberadamente respiró para ella, calmándola, el aire que fluía naturalmente a través de él hasta que su cuerpo mantuvo el mismo ritmo. El corazón le latía con tanta fuerza que temió que podría tener un ataque al corazón.
"Respira, mica emni kuηenak Minan, mi hermosa loca." Hubo un dolor inadvertido en su voz, un duelo por lo que había perdido mucho tiempo antes de que la hubiera encontrado.
Margarita miró a la cara fuerte Zacarías de la Cruz. Era una cara tallada como las montañas mismas, cincelada con la batalla y la edad, sin embargo, extrañamente hermoso. Esto no era un hombre que había sido un niño, él era todo guerrero. Por primera vez, en el fondo de sus ojos, vio el dolor. La emoción era profunda y real y cuando tocó su mente, quería llorar. No parecía darse cuenta de la profundidad de su angustia, o tal vez él simplemente no reconocía la emoción, pero le daba ganas de llorar por él.
Él era totalmente autónomo, no necesitaba a ninguna persona. Tan poderoso. Y tan completamente solo. Él le infligió dolor, la aterrorizó y después curó tan suavemente sus heridas. Quizás él estaba un poco loco de estar solo durante tanto tiempo. Cada vez que él la llamó algo en su lengua, su voz se suavizaba casi como una caricia, envolviendo sus palabras a su alrededor de ella como unos brazos fuertes. Tristemente para ella, esa soledad, esa cualidad salvaje extrajo la compasión de ella. Su mente ya alcanzó la suya, automáticamente calmándolo, enviándole calor y comprensión.
Sin pensar ella levantó su mano para tocar esas líneas profundas talladas en su cara. Él cogió su muñeca, asustándola. Ella no había sido consciente de que contemplaba realmente tocarlo. Su muñeca dolió por la fuerza de su golpe en su piel. Él era tan duro como un árbol de Ceiba, sin carne en absoluto. Sus dedos envueltos alrededor de su muñeca fácilmente, afianzando como una abrazadera con tornillo, haciéndole imposible separarse.
Lo siento. De verdad.
La sospecha en sus ojos era como la de una criatura salvaje cautelosa no pudo cortar el flujo de compasión y calidez de su mente a la suya. Ella sentía como si necesitara de calmarlo. No pertenecía al interior de una casa. No había forma de que cuatro paredes pudieran contener su poder o su naturaleza salvaje. Ella no podía imaginar a nada ni a nadie estar a gusto a su alrededor. Él era demasiado dominante, asumiendo el control de la habitación, sus maneras aristocráticas y dura autoridad se agregaba al aura aterradora que le rodeaba.
¿Estaba pensando en acariciarme?
No había sarcasmo en su tono, pero la hirió su pregunta. Se lamió sus labios repentinamente secos y sacudió la cabeza. Ella no sabía lo que había estado haciendo. Si ella tuviera su lápiz y papel, tal vez podría tratar de expresarse, pero se sentía aislada del mundo, la mayoría de las veces, como en este momento. ¿Cómo tratar con meras impresiones transmitir el modo en que su extraño don se manifiesta?
Ni siquiera estaba segura de cómo funcionaba su regalo. Sólo sabía que todo en ella se acercó a la locura en él, a su alma torturada, completamente solitaria y que la necesitaba. Ni siquiera sabía que necesitaba. ¿Cómo explicarle que no tenía una voz?
Lo siento, repitió, incapaz de pensar qué otra cosa hacer.
La expresión de Zacarías seguía siendo como una absoluta piedra cuando trajo mis dedos a su cara y la mantuvo allí. "No lo sientas. No lo siento. "
El estómago realizó algún salto acrobático raro por el tacto de su piel bajo las yemas de sus dedos.
"Si quieres tocarme, usted tiene mi permiso".
Por primera vez desde que el vampiro la había atacado, se alegró de que no pudiera hablar. No tenía palabras. Nada. Ella debería haber estado irritada por su condescendencia aristocrática, pero lo que quería era sonreír.
Ella no tenía excusas. Cualquiera que fuera la compulsión parecía tan preocupado, obviamente, trabajando en ella también. Y sin su lápiz y papel se sentía vulnerable, desnuda, incapaz de comunicarse. Ella tragó saliva y asintió con la cabeza, preguntándose un poco histéricamente si pensaba que ella debería agradecerle su consentimiento.
Dejó caer la mano, dejando la suya contra su mandíbula sombreada. Ella apretó la palma de la mano en su nuca oscura y sintió a su corazón llegar a él. La sensación era tan fuerte que se aterro. Ella dejó caer su mano bruscamente y dio un paso atrás, confundida por sus reacciones a él. Ella tenía mucho miedo de él, sin embargo, la tristeza en él pesaba tanto sobre ella que no podía dejar de sentir compasión.
Ella le había hecho esto a él. Ella era culpable y pensaba en eso. Había venido aquí para acabar con su vida dignamente, y ella lo había detenido, le dejo una vez más en la soledad de su mundo sombrío. Si hubiera realmente un hombre que fuera una isla, este era Zacarías de La Cruz.
No podía ver su mundo solitario completo, pero sentía la punta del mismo y fue suficiente para darle ganas de llorar por siempre. Ella le debía y un Fernández siempre pagaba sus deudas.
Yo no sabía lo que estaba haciendo cuando le impedí terminar sus cargas. Si pudiera volver atrás y deshacer… ¿Qué? Podía permanecer quieta y dejarlo morir? Sus hombros caídos. Ella no podía mentirle. Nunca sería capaz de quedarse allí mientras él ardía bajo el sol. Estaba más allá de su capacidad. Ella alzó sus ojos infelices. Lo siento. ¿No había nada más que pudiera decirle?
Zacarías estudió su rostro durante tanto tiempo que ella comenzó a pensar que no volvería a hablar. Luego su mirada cayó, a la deriva sobre su cuerpo, el estudio su forma femenina al igual que uno de los rancheros evaluaría su ganado. Se mordió duro el labio para evitar empujarlo lejos. Ella no era un caballo. Ella le debía, sí, pero se disculpó más de una vez. Y no tenía que mirarla como si fuera un germen.
Su mirada saltó de nuevo a su cara, trabándose con la suya. “Estoy leyendo sus pensamientos.” Su mano agarró la suya. Él levantó su puño apretado contra su pecho y uno por uno abrió sus dedos. ¿Usted es una pequeña cosa malhumorada, no es así? Y muy confusa. Un momento usted siente remordimiento y piensa ofrecerme sus servicios y al siguiente usted piensa en pegarme. Usted me sirve ya. Solo tengo que ordenar y usted me proporcionará lo que requiero. En cuanto a pegarme, no es recomendable o permitido.”
Hablar con él era algo así como frotar la piel del modo equivocado, ella decidió. Poco importaba que todo lo que dijo fuera cierto. Ella había estado a punto de llamar a una tregua con él, para ofrecerle sus servicios voluntariamente, no de mala gana. Ese hombre era tan arrogante que no parecía saber la diferencia. Y en cuanto a golpearlo, es posible que no le importara si era o no permitido si seguía hablándole así a ella.
Una sonrisa lenta, oxidada, muy débil, pero real, suavizó la línea dura de su boca. Fue breve, apenas la atrapó, pero su sonrisa era -increíble.
"Todavía estoy leyendo sus pensamientos."
Ella frunció el ceño. No es de buena educación. No puedo remediar lo que estoy pensando. Tal vez había evocado la sonrisa, que desapareció tan rápido – más como el hielo cuando se agrieta.
"Por supuesto que puede. Usted dormirá durante el día como lo hago yo. Bajo ninguna circunstancia, abandonará la hacienda sin mi permiso. Me va a proveer todas mis necesidades hasta que me vaya. Y, sobre todo, me obedecerá al instante, sin lugar a dudas. "
Lo que él necesitaba era un robot, no una mujer. Ella luchó por no rodar los ojos. ¿Cuánto tiempo se va a quedar? Que Dios la ayudara si era más tiempo que otra noche.
Sus cejas se alzaron. "No necesitas esa información. Estarás feliz de servirme, siempre y cuando decida estar en la residencia. "
Hablaba en serio. Ella podía ver que estaba totalmente serio. Él espera que ella fuera feliz, incluso estuviera agradecida de servirle a él, que arrogancia, imposible, realmente era un prepotente dolor en el cuello. ¿ Debo hacerle reverencia, su majestad?
Sus frentes unieron. El silencio creció hasta que las mismas paredes parecieron ampliarse con la tensión. Su mirada permanecía fija en ella sin pestañear, amenazante. Ella luchó para no mirar hacia otro lado-a no dejar que la intimidara totalmente. Él parecía enorme. Dominaba toda la habitación, sus hombros bloqueaban todo lo que detrás de él, por lo que estaba consciente de su poder y de su vulnerabilidad.
"Tal vez la alianza entre nuestras familias ha llegado a su fin. Si eso es lo que deseas, sólo tiene que decir que no honraras nuestro acuerdo".
La respiración se atoró en su garganta. Él no permitiría que ella se fuera. Podía sentir su necesidad. Él no podía. Él no reconocía que tenía emociones que hervían profundamente debajo de la superficie. Ella golpeó ligeramente en ellas a través de su conexión animal primitiva, pero no sólo él no reconoció sus propias sensaciones, él no tenía ninguna idea que estaban allí. Incluso si ella permitiera que su miedo arruinara las alianzas entre la familia de De La Cruz y su extensa y gran familia, no la salvaría. Ella presionó sus labios juntos y sacudió su cabeza. Deseo servirle. “Indiscutiblemente.”
Apretó los dientes. Él quería que su libra de carne por sus pecados. O tal vez lo estaba leyendo mal. No parecía tener la menor idea de cómo hacer frente a los seres humanos. Probablemente no había estado en la buena sociedad durante cientos de años.
"Tampoco me atrevo a hacerlo", dijo, obviamente sin dejar de leer su mente.
Ella consideraba que sería gran placer coserle la boca para mantenérsela cerrada mientras dormía en su habitación. En el momento en que empezó a pensar que había una remota posibilidad de que podría haber excusas para su comportamiento arrogante y grosero, él abría la boca y lo arruinaba todo.
Ella le lanzó una rápida mirada y vio en la curva de sus labios una ridícula e increíblemente breve y leve sonrisa. Su estómago reaccionó de la misma manera que antes dio un lento salto mortal.
"Me estoy haciendo la clara impresión de alguien que se parece sospechosamente a ti, quiere mantener mi boca cerrada cosiéndola con una aguja e hilo. ¿Podría posiblemente interpretar sus pensamientos incorrectamente? "
Margarita hizo todo lo posible por parecer inocente. Tal vez me podría comunicar con mayor precisión si me devolviera la pluma y el papel. De esta manera, no tendríamos estos pequeños malentendidos. Seguramente que no era mentira. Y si nada, quizás podría mantenerla alejada de los problemas.
"Dudo que un lápiz y papel tenga tanto poder", comentó.
Ella realmente quería que se quedara fuera de su cabeza. Tengo que sentarme, señor De La Cruz. Ella no se había dado cuenta que ella se balanceaba. El shock puede ser, pero de repente la habitación daba vueltas.
Él la tomó del brazo y la bajó al sofá. ¿Quiere un vaso de agua?
Cualquier cosa por un indulto de su imponente presencia. Ella asintió con la cabeza, tratando de verse como del tipo que se desmaya. Ella era bastante fuerte, por lo que tal vez no era del todo creíble, pero era tan feudal que era posible que tuviera una buena oportunidad.
Su boca se curva en una ligera contracción que indicaba una débil sonrisa. Sacudió la cabeza y le dio un vaso de agua. "No eres muy buena censurando tus pensamientos. Dime como es tu día normal.”
Ella se encogió de hombros y corrió a través de sus días en su mente. Bath. Cepillarse el cabello. Limpiar su habitación. Desayuno. Limpieza de la casa. Realizar los pedidos de los hogares del rancho. Comprobación de los caballos y el ganado por enfermedad o lesiones. Preparar el almuerzo. Tomar café caliente y bocadillos con Julio. Montar a caballo con él mientras conversaban…
El aire de la habitación se volvió pesado. Las paredes ampliaron y piso tembló. Ella frunció el ceño y se agarró del sofá. ¿Qué pasa? Usted me preguntó por un día típico. Y tomo mi tiempo libre para el almuerzo y la equitación.
¿Quién es ese hombre con quien ríe?
Margarita frunció el ceño. ¿Usted no conoce al hijo de Cesaro? Cuando él siguió mirándola hasta que ella juró que sintió una sensación de ardor en su frente, suspiró. Necesito un lápiz y papel. No puedo enviar las impresiones correctas.
"Creo que comprendo sus impresiones muy bien. Usted no va a volver a montar con este hombre. Continúe. "
Margarita se frotó la cabeza. Ella tenía el inicio de un dolor de cabeza. Estaba agotada y demasiada confundida como para tener miedo nunca más. Un momento estaba enojada con Zacarías y divertida al siguiente. Ella no tenía absolutamente ninguna idea de cómo manejarlo. La relación entre ellos parecía ser cada vez más fuerte cuanto más se encontraba en su mente. Ella no lo quería en su cabeza, y cuanto más se comunicó con él a través de la telepatía, más fácil que era para él caer en su mente, sin su conocimiento. La sensación era tan natural en tan corto espacio de tiempo, ella ya no sentía nada, sino el calor.
Puedo visitar alguno de los ranchos a ver si necesitan ayuda, tener cuidado de cualquier problema médico que surja cuando los hombres están trabajando, preparar la cena y comer…
"No puedo decir si usted come sola".
Sonaba tan sombrío que lo miró a la cara. Tenía el aspecto de una piedra. Ella presionó sus dedos en la cabeza. La mayoría de las veces. Yo limpió la cocina, y el horno a veces, me baño y leo antes de irme a la cama sola.
Se agachó y colocó sus dedos en las sienes. "Cierra los ojos. Creo que usted ha tenido bastante por esta noche. Necesitas descansar. Nosotros continuaremos esta conversación mañana, después de la puesta del sol. Vamos a llamar a una tregua entre nosotros. Esta noche, duerma y no tenga miedo. He construido una fuerte salvaguardas. En caso que un criado de los vampiros venga, no será capaz de ganar la entrada a mi casa. "
Su corazón dio un vuelco. Había dicho "mi casa". Nunca había oído hablar que la familia De La Cruz se refiriera a un lugar como su hogar. El pensamiento se deslizó lejos de ella antes de que pudiera aferrarse a él, el calor reemplazó su dolor de cabeza mientras veía ligeramente borroso.
Zacarías se inclinó y la recogió en brazos, llevándola a través de la casa a su habitación. La puerta del dormitorio estaba intacta. Su dormitorio estaba inmaculado, señaló al pasar. Los párpados le pesaban, su cuerpo no quería moverse. La recostó sobre su cama y le alisó el pelo hacia atrás, su toque fue casi una caricia.
Ella no podía recordar por qué pensaba que era prepotente, arrogante y feudal. Él le dijo y le aseguró que estaba a salvo. Se sentía segura. Ella incluso le sonrió antes de dejar que sus pestañas cayeran. A ella le gustó la idea de una tregua. Ella podía manejar totalmente una tregua.