11 EL INQUILINO

Mis prácticas de ensueño, como estaba acostumbrado a tenerlas, terminaron de un momento a otro. Don Juan me puso bajo la tutela de dos mujeres de su bando: Florinda Grau y Zuleica Abelar, sus dos compañeras más cercanas. Su instrucción no fue en lo absoluto sobre las compuertas del ensueño, sino más bien sobre diferentes maneras de usar el cuerpo energético; y no duró el tiempo suficiente como para influenciarme. Me dieron la impresión de que estaban más interesadas en ponerme a prueba que en enseñarme algo útil.

– No hay nada más que te pueda enseñar sobre el ensueño -don Juan dijo cuando le pregunté sobre este asunto-. Mi estadía en este mundo ha terminado. Pero Florinda se va a quedar. Ella es la que va a dirigir, no sólo a ti, sino a todos mis demás aprendices.

– ¿Va ella a continuar mis prácticas de ensueño?

– No lo sé; ni tampoco ella lo sabe. Todo depende del espíritu. El verdadero jugador. Nosotros no somos jugadores. Somos meros instrumentos en sus manos. Siguiendo los comandos del espíritu, te tengo que decir lo que es la cuarta compuerta del ensueño, aunque no te pueda guiar más.

– Para qué despertar mi apetito. Prefiero no saber.

– El espíritu no ha dejado que eso dependa de mí ni que dependa de ti. Y quiera o no quiera, yo te tengo que bosquejar la cuarta compuerta del ensueño.

Don Juan explicó que en la cuarta compuerta del ensueño el cuerpo energético viaja a lugares concretos y específicos, y que hay tres maneras de usarla. Una es viajar a lugares concretos en este mundo, otra es viajar a lugares concretos fuera de este mundo, y otra es viajar a lugares que sólo existen en el intento de otros. Aseveró que la última compuerta era la más difícil y peligrosa de las tres, y que era, por cierto, la predilección de los brujos antiguos.

– ¿Qué quiere que haga con todo esto? -pregunté.

– Por el momento nada. Archívalo hasta que lo necesites.

– ¿Quiere usted decir que puedo cruzar la cuarta compuerta yo solo, sin ayuda?

– Que puedas o no puedas hacerlo depende del espíritu.

Abandonó el tema abruptamente, pero no me dejó la impresión de que debería de tratar de alcanzar y cruzar la cuarta compuerta yo solo.

Don Juan hizo entonces una última cita conmigo, dijo que era para darme una despedida de brujo: el toque final de mis prácticas de ensueño. Me pidió que fuera a verlo al pueblo del sur de México donde él y sus compañeros vivían.

Llegué ahí en la tarde. Don Juan y yo nos sentamos en el patio de su casa, en unas incómodas sillas de mimbre con gruesos almohadones. Don Juan se rió y me guiñó el ojo. Las sillas eran un regalo de una de las mujeres de su bando y debíamos sentarnos allí como si nada nos molestara, especialmente él. Le habían comprado las sillas en Estados Unidos, en Phoenix, Atizona, y se las trajeron a México con muchas penurias.

Don Juan me pidió que le leyera un poema de Dylan Thomas; añadió que ese poema tenía para mí, en esos momentos, un significado muy pertinente.


He anhelado alejarme

del siseo de la mentira gastada

y del grito continuo del viejo terror

que se torna más terrible a medida que el día

avanza y se desliza dentro del mar profundo.


He anhelado irme pero tengo miedo

de que un pedazo de existencia aún intacto,

pudiera explotar al salir de la vieja mentira

quemándose en el suelo,

y, reventando en el aire, me dejase medio ciego.

He anhelado irme pero tengo miedo…


Don Juan se levantó de su silla y dijo que iba a dar un paseo por la plaza, en el centro del pueblo. Me pidió que fuera con él. Inmediatamente asumí que el poema había evocado un sentimiento negativo en él y que quería disiparlo.

Llegamos a la plaza sin haber dicho una sola palabra. Dimos un par de vueltas aún sin hablar. Había bastante gente arremolinándose alrededor de las tiendas en las calles que estaban en el lado este y norte de la plaza. Todas las calles alrededor de la plaza estaban pavimentadas de una manera muy dispareja. Las casas eran masivas, edificios de adobe de un piso, con techos de teja, paredes blancas y puertas pintadas de café o de azul. En una calle al lado, a una cuadra de la plaza, las altas paredes de la enorme iglesia colonial, que parecía una mezquita morisca, se asomaban por encima del techo del único hotel en el pueblo. En el lado sur, había dos restaurantes que inexplicablemente estaban juntos, haciendo buen negocio, sirviendo prácticamente el mismo menú a los mismos precios.

Rompí el silencio y le pregunté a don Juan si también a él le parecía raro que los dos restaurantes fueran casi iguales.

– Todo es posible en este pueblo -contestó.

La manera en que lo dijo me hizo sentir inquieto.

– ¿Por qué estás tan nervioso? -me preguntó con una seria expresión-. ¿Sabes algo y no quieres decírmelo?

– ¡Qué pregunta, don Juan! Cuando estoy cerca de usted estoy siempre nervioso. Algunas veces más que otras.

Al parecer estaba haciendo un serio esfuerzo para no reírse. Su cuerpo entero se estremecía.

– Los naguales no son realmente los seres más amigables de la Tierra -dijo en un tono de disculpa-. Comprobé eso de la manera más difícil, por medio de mi maestro, el terrible nagual Julián. Su mera presencia me provocaba tal susto que creía morirme. Cada vez que me enfocaba con su mirada, estaba seguro de que mi vida no valía un pito.

– Créamelo, don Juan, usted me causa la misma impresión.

Se rió abiertamente.

– No, no. Estás exagerando. Yo soy un ángel en comparación.

– Quizá sea usted un ángel en comparación, excepto que yo no tengo al nagual Julián para hacer comparaciones.

Se rió de buena gana por un momento, y luego se volvió a poner serio.

– Ni sé por qué, pero me siento asustado -le expliqué.

– ¿Hay alguna razón para que estés asustado? -preguntó, deteniéndose a escudriñarme.

Su tono de voz y sus cejas levantadas me dieron la total impresión de que sospechaba que yo sabía algo y no se lo iba a revelar. Claramente esperaba una revelación de mi parte.

– Su insistencia lo hace a usted el sospechoso -dije-. ¿Está seguro de que no es usted el que se trae algo entre manos?

– Sí, me traigo algo entre manos -admitió sonriendo-. Pero ese no es el asunto. El asunto es que hay alguien esperándote en este pueblo. Y tú no sabes del todo bien lo que es, o sabes exactamente lo que es, pero no te atreves a decírmelo, o no lo sabes en absoluto.

– ¿Quién me está esperando aquí?

Don Juan reanudó enérgicamente su caminata en lugar de contestarme, y seguimos andando alrededor de la plaza en completo silencio. Dimos varias vueltas; buscando una banca donde sentarnos, hasta que unas muchachas se levantaron de una y se fueron.

– Hace años que te estoy hablando sobre las extrañas prácticas de los brujos del México antiguo -don Juan dijo, sentándose y haciéndome un ademán para que me sentara junto a él.

Con un fervor casi religioso, empezó a decir otra vez lo que ya me había dicho tantas veces: que esos brujos, guiados por intereses extremadamente egoístas, pusieron todos sus esfuerzos en perfeccionar prácticas que los alejaron mucho de la cordura y el equilibrio mental. Finalmente fueron exterminados, cuando sus complejas estructuras de creencias y acciones se volvieron tan difíciles de manejar que perdieron el equilibrio y se desplomaron.

– Por supuesto, esos brujos de la antigüedad vivieron y se multiplicaron en esta área -dijo observando mi reacción-, aquí en este pueblo. Este pueblo moderno fue construido sobre los cimientos de uno de sus pueblos. Los brujos de la antigüedad hicieron todos sus tratos aquí en este sitio.

– ¿Le consta a usted esto, don Juan?

– Me consta, y muy pronto a ti también te constará.

Mi creciente ansiedad me forzó a hacer algo que detestaba: enfocarme en mí mismo. Sintiendo mi frustración, don Juan me aguijoneó.

– Muy pronto vamos a saber si realmente eres como los brujos antiguos, o como los de ahora -dijo.

– Me está volviendo loco con toda esta extraña y siniestra conversación -protesté.

El haber estado con don Juan por trece años me había condicionado, primero que nada, a concebir el pánico como algo que estaba siempre a un paso de distancia, justo para venírseme encima.

Don Juan parecía indeciso. Noté sus miradas furtivas en dirección de la iglesia. Parecía estar distraído. Cuando le hablé no me escuchó; le tuve que repetir mi pregunta.

– ¿Está usted esperando a alguien?

– Sí -dijo-. Ciertamente que sí. Ahorita nomás estaba sintiendo todo lo que está alrededor nuestro. Me agarraste en el acto de escudriñar con mi cuerpo energético.

– ¿Qué es lo que sintió, don Juan?

– Mi cuerpo energético siente que todo está en perfecto orden. La obra se llevará a cabo esta noche. Tú eres el principal protagonista. Yo soy un personaje con un papel secundario pero significativo y salgo en escena sólo en el primer acto.

– ¿De qué está usted hablando, don Juan?

No me contestó. Sonrió como un personaje benévolo.

– Estoy preparando el terreno -dijo-. Dándote una frotación, por así decirlo, con la idea de que los brujos de ahora han aprendido una dura lección. Se han dado cuenta de que pueden tener la energía para ser libres solamente si se mantienen desapegados. Hay un tipo peculiar de desapego que no nace ni del miedo ni de la pereza, sino de la convicción.

Don Juan hizo una pausa y se levantó, estiró los brazos hacia enfrente y hacia los lados y luego hacia atrás.

– Haz lo mismo -me aconsejó-. Te tonifica el cuerpo, y tienes que estar muy fuerte para enfrentar lo que te espera esta noche. Un desapego total o una absoluta entrega a tus vicios es lo que te espera esta noche. Es una decisión que cada nagual en mi linaje tiene que hacer.

Se sentó otra vez y respiró profundamente. Lo que dijo y la manera como lo dijo pareció haber consumido toda su energía.

– Creo que puedo entender el desapego y lo opuesto a ello -prosiguió-, ya que tuve el privilegio de conocer a dos naguales: mi benefactor, el nagual Julián y su benefactor, el nagual Elías. Fui capaz de autentificar la diferencia entre los dos. El nagual Elías era desapegado hasta el punto de pasar por alto un regalo de poder. El nagual Julián era también desapegado, pero no lo suficiente como para hacer eso.

– Guiándome por su tono y sus palabras -dije-, diría que usted me va a poner a prueba esta noche. ¿No es así?

– Yo no tengo la energía para ponerte a ninguna clase de prueba, pero el espíritu sí -dijo con una sonrisa y añadió-, yo no soy más que su agente.

– ¿Qué me va a hacer el espíritu, don Juan?

– Todo lo que te puedo decir es que esta noche alguien te va a dar una lección de ensueño, en la forma en que las lecciones de ensueño se solían dar, pero no soy yo quien te va a dar esa lección. Otra persona más va a ser tu maestro y te va a guiar esta noche.

– ¿Quién va a ser mi maestro y guía?

– Un visitante que puede ser una horrenda sorpresa para ti, o no ser una sorpresa en absoluto.

– ¿Y cuál es la lección de ensueño que voy a recibir?

– Es una lección sobre la cuarta compuerta del ensueño. Y está dividida en dos partes. Te voy a explicar ahora la primera parte. Nadie te puede explicar la segunda parte, ya que es algo que te incumbe sólo a ti. Todos los naguales de mi línea tuvieron esta lección de dos partes; pero ninguna de las lecciones fue igual, ya que fueron hechas a la medida de cada uno de esos naguales.

– Sus explicaciones no me ayuda en nada, don Juan. Lo que hacen es ponerme más y más nervioso.

Nos quedamos callados por un largo rato. Estaba yo tan inquieto que no sabía cómo expresarme sin tener que quejarme.

– Como ya bien sabes, para los brujos de hoy en día percibir energía directamente es una cuestión de logro personal -dijo don Juan-. Una cuestión de manejar y desplazar el punto de encaje por medio de la disciplina. Para los brujos antiguos, el desplazamiento del punto de encaje era una consecuencia de su subyugación a otros: sus maestros, quienes lograban desplazarlo con tenebrosas operaciones que daban a sus discípulos como regalos de poder.

"Alguien con más energía que nosotros nos puede influenciar sin medida -prosiguió-. Por ejemplo, el nagual Julián me podría haber convertido en un esclavo idiota, o en un demonio, o un santo. Pero él era un nagual impecable y me dejó libre para ser lo que yo fuere. Los brujos antiguos no eran así de impecables. Con sus incesantes esfuerzos para controlar a otros, crearon una situación de terror que pasó de maestro a discípulo.

Se levantó y escudriñó todo lo que estaba a los alrededores.

– Como puedes ver, este pueblo no es gran cosa -continuó-. Pero tiene una fascinación única para los guerreros de mi línea. Aquí yace la fuente de lo que somos y la fuente de lo que no queremos ser.

"Ya que me encuentro al final de mi estadía, te tengo que poner al tanto de ciertas ideas; contarte ciertas historias; ponerte en contacto con ciertos seres, aquí mismo en este pueblo, exactamente como mi benefactor lo hizo conmigo.

Don Juan dijo que estaba reiterando algo con lo cual yo ya estaba familiarizado, que todo lo que él era y todo lo que sabía eran un legado de su maestro el nagual Julián, quien heredó todo de su maestro el nagual Elías. El nagual Elías del nagual Rosendo; él del nagual Luján; el nagual Luján del nagual Santisteban; y el nagual Santisteban del nagual Sebastián.

En un tono muy formal, me volvió a decir algo que ya me había explicado muchas veces antes, que hubo ocho naguales antes del nagual Sebastián, pero que fueron bastante distintos, porque tuvieron una actitud diferente hacia la brujería y un concepto contradictorio de ésta, aunque aún estaban directamente relacionados con su linaje.

– Ahora debes recordar y repetirme todo lo que te haya dicho sobre el nagual Sebastián me pidió.

Su petición me pareció extraña, pero le repetí todo lo que él o sus compañeros me habían dicho acerca del nagual Sebastián y el mítico brujo antiguo, el desafiante de la muerte, conocido por ellos como el inquilino.

– Sabes que el desafiante de la muerte nos da regalos de poder a cada nueva generación de naguales -dijo don Juan-. Y la naturaleza especifica de esos regalos de poder es lo que cambió el curso de nuestro linaje.

Explicó que, siendo el inquilino un brujo de la escuela antigua, aprendió de sus maestros todo lo enmarañado del desplazamiento del punto de encaje. Ya que tenía quizá miles de años de una insólita vida y conciencia -amplio tiempo para perfeccionar cualquier cosa- sabía cómo lograr y mantener cientos, si no es que miles de nuevas posiciones del punto de encaje. Sus regalos eran dos cosas: mapas para lograr desplazamientos del punto de encaje a sitios específicos, y manuales sobre cómo inmovilizarlo en cualquiera de esas posiciones para de esta forma adquirir cohesión.

Don Juan llegó esa noche a la cúspide de su arte de narrador. Nunca lo había visto tan dramático. Si no lo hubiera conocido bien, podría haber jurado que su voz reflejaba profundamente la preocupación de alguien poseído por el miedo o la ansiedad. Sus gestos me dieron la impresión de que yo estaba presenciando la actuación de un gran actor, al interpretar a la perfección el nerviosismo y la preocupación.

Don Juan me escudriñó, y en el tono y la manera de alguien que está revelando algo muy doloroso dijo que, por ejemplo, el nagual Luján recibió del inquilino un regalo de cincuenta posiciones. Sacudió su cabeza rítmicamente, como si me estuviera pidiendo silenciosamente que considerara lo que me acababa de decir. Me quedé callado.

– ¡Cincuenta posiciones! -exclamó asombrado-. Para un regalo, una, o a lo máximo dos posiciones del punto de encaje deberían ser más que suficientes.

Encogió los hombros en un gesto de asombro.

– Me dijeron que el nagual Luján le caía inmensamente bien al inquilino -continuó-. Desarrollaron una amistad tan cercana que eran prácticamente inseparables. Me dijeron que el nagual Luján y el inquilino solían ir todas las mañanas ahí a esa iglesia a oír misa.

– ¿Aquí mismo en este pueblo? -pregunté totalmente desconcertado.

– Aquí mismo -contestó-. Posiblemente se sentaron en este mismo lugar, en otra banca, hace más de cien años.

– ¿Caminaron realmente en esta plaza el nagual Luján y el inquilino? -volví a preguntar, incapaz de superar mi sorpresa.

– ¡Seguro que lo hicieron! -exclamó-. Te traje aquí esta noche porque el poema que leíste me dio la señal de que ya era hora de tratar con el inquilino.

El pánico se apoderó de mi con una velocidad inverosímil. Tuve que respirar por la boca, porque me ahogaba.

– Hemos estado discutiendo los extraños logros de los brujos de la antigüedad -don Juan continuó-. Aunque es siempre muy difícil cuando uno tiene que hablar exclusivamente en idealidades, sin ningún conocimiento directo. Te puedo repetir desde ahora hasta el día del juicio final algo que para mí es clarísimo, pero que para ti es imposible de entender o creer, puesto que no tienes ningún conocimiento directo sobre ello.

Se levantó y me miró fijamente de pies a cabeza.

– Vamos a la iglesia -dijo-. Al inquilino le gusta la iglesia y sus alrededores. Estoy seguro de que este es el momento de ir ahí.

Muy pocas veces, en el curso de mi asociación con don Juan, había sentido tal aprensión. Estaba yo rígido y entumecido. Mi cuerpo entero temblaba cuando me paré. Mi estómago estaba hecho nudos y, sin embargo, cuando se encaminó a la iglesia, lo seguí sin decir una sola palabra. Mis rodillas sí protestaron; se sacudían y se doblaban involuntariamente cada vez que daba un paso. Para cuando hubimos caminado la corta cuadra de la plaza a los escalones de piedra caliza del atrio de la iglesia, yo estaba a punto de desmayarme. Don Juan me puso el brazo alrededor de los hombros para sostenerme.

– Ahí está el inquilino -dijo con tal indiferencia que parecía como si acabara de reconocer a un viejo amigo.

Miré hacia la dirección que señalaba y vi un grupo de cinco mujeres y tres hombres al final del atrio. Mi mirada rápida y asustada no reveló nada extraño en esa gente. No podía siquiera decir si estaban entrando o saliendo de la iglesia, aunque sí me di cuenta de que parecían estar congregados allí accidentalmente.

Para cuando don Juan y yo llegamos a la pequeña puerta, cortada en los masivos portales de madera de la iglesia, tres mujeres ya habían entrado. Los tres hombres y las otras dos mujeres se alejaban en diferentes direcciones. Experimenté un momento de confusión, me volví hacia don Juan para que me aclarara la situación. Me señaló la fuente de agua bendita con un movimiento de la barbilla.

– Debemos obedecer las reglas y persignarnos -susurró.

– ¿Dónde está el inquilino? -pregunté también susurrando.

Don Juan sumergió la punta de sus dedos en la pila de agua e hizo la señal de la cruz. Con un gesto imperativo me urgió a que hiciera lo mismo.

– ¿Era el inquilino uno de los tres hombres que se fueron? -susurré en su oído.

– No -susurró sonriendo-. El inquilino es una de las tres mujeres que se quedaron. La que está en la última fila de atrás.

En ese momento, una mujer en la fila trasera giró la cabeza hacia mi, sonrió y me saludó con una inclinación de la cabeza.

Llegué a la puerta de un salto y salí corriendo.

Don Juan saltó tras de mi. Con una increíble agilidad corrió más rápido que yo y me agarró del brazo.

– ¿A dónde vas? -preguntó, su cara y su cuerpo contorsionados por la risa.

Me sostuvo firmemente mientras yo respiraba grandes bocanadas de aire. Estaba realmente ahogándome. Las carcajadas le venían como olas de mar. Me solté de él enérgicamente y caminé hacia la plaza. Me siguió.

– Nunca me imaginé que el inquilino te fuera a afectar tanto -dijo, y nuevas olas de risa sacudieron su cuerpo.

– ¿Por qué no me dijo que el inquilino era una mujer?

– El brujo que está allí es el desafiante de la muerte -dijo solemnemente-. Para un brujo como él, tan versado en los desplazamientos del punto de encaje, ser hombre o mujer es cuestión de decisión y conveniencia. Esta es la primera parte de la lección de ensueño que te dije ibas a recibir. Y el desafiante de la muerte es el misterioso visitante que te va a guiar esta noche.

Cruzó sus brazos sobre las costillas, ya que la risa lo hacia toser. Yo estaba mudo. Luego, una repentina furia se apoderó de mi. No estaba enojado con don Juan o conmigo mismo o con nadie en particular; era una furia fría que no estaba dirigida a nadie, y que me hacia sentir como si mi pecho y todos los músculos de mi cuello fueran a explotar.

– Regresemos a la iglesia -grité sin reconocer mi propia voz.

– No te pongas histérico -dijo suavemente-. No tienes que brincar al fuego así nomás. Piensa. Delibera. Mide las cosas. Enfría tu mente. Nunca en tu vida has pasado por tal prueba. Ahora lo que necesitas es tranquilidad.

"No te puedo sugerir qué hacer -continuó-. Sólo puedo, como cualquier otro nagual, ponerte frente a tu reto después de decirte en términos bastante indirectos todo lo que es pertinente a ello. Esta es una de las maniobras del nagual: decir todo sin decirlo o pedir sin pedirlo.

Quería terminar con lo que fuera rápidamente. Pero don Juan dijo que un momento de pausa restauraría lo que me quedara de confianza en mí mismo. Mis rodillas estaban a punto de doblarse. Solícitamente, don Juan me hizo sentar en la banqueta. Se sentó junto a mí.

– La primera parte de la lección de este ensueño es que la feminidad y masculinidad no son estados finales, sino el resultado de una posición específica del punto de encaje -dijo-. Y el acto de acomodar así el punto de encaje es, naturalmente, una cuestión de disciplina y entrenamiento. Esta maniobra era el deleite de los brujos antiguos, y son ellos los únicos que pueden lograrlo.

Quizá porque era la única reacción racional que me quedaba, empecé a argüir con don Juan.

– No puedo aceptar ni creer lo que está usted diciendo -dije, y sentí que un calor me subía a la cara.

– Pero tú mismo viste a la mujer -don Juan contestó-. ¿Crees que todo eso era un truco?

– No sé qué pensar.

– Ese ser en la iglesia es una mujer real -dijo enérgicamente-. ¿Por qué habría eso de molestarte tanto? El hecho de que haya nacido hombre es únicamente un testimonio del poder de los brujos antiguos. Esto no debería sorprenderte. Ya has compenetrado completamente los principios de la brujería.

Todo yo estaba a punto de explotar de tensión. En un tono acusativo, don Juan dijo que yo discutía sin ton ni son. Con una paciencia forzada, pero con verdadera pomposidad, le expliqué los fundamentos biológicos de la feminidad y la masculinidad.

– Entiendo todo eso -dijo-. Y tienes razón en lo que dices. Tu error está en tratar de hacer universales tus aseveraciones.

– Estamos hablando de principios básicos -grité-. Son pertinentes al hombre aquí o en cualquier otro lugar del universo.

– Eso es verdad -dijo en voz queda-. Todo lo que dices es verdad, siempre y cuando nuestro punto de encaje se quede en su posición habitual. Pero en el momento en que se desplaza más allá de ciertos límites y nuestro mundo cotidiano ya no tiene función, ninguno de tus principios fundamentales tiene el valor total del que hablas.

"Tu error es olvidar que el desafiante de la muerte ha trascendido esos límites miles y miles de veces. No se requiere ser un genio para darse cuenta de que el inquilino no está atado a las mismas fuerzas que te atan a ti ahora.

Le dije que mi lucha, si se pudiera llamar lucha, no era con él, sino con la horripilante parte práctica de la brujería, la cual, hasta ese momento, había sido algo tan estrafalario y tan lejano que nunca fue un verdadero problema para mí. Reiteré que como ensoñador, estaba dentro de mi experiencia atestiguar que en el ensueño todo es posible. Le recordé que él mismo había cultivado y promovido esta convicción, junto con la fundamental necesidad de cordura y salud mental. Lo que él proponía como el estado de ser del inquilino no era algo cuerdo. Era un tema únicamente para el ensueño y no para el mundo cotidiano. Le dejé saber que para mí lo que él proponía era algo abominable e insostenible.

– ¿Por qué esta violenta reacción? -me preguntó con una sonrisa.

Su pregunta me agarró desprevenido. Me sentí de verdad apenado y culpable.

– Creo que me siento amenazado en lo más profundo -admití, y lo decía sinceramente. Pensar que la mujer de la iglesia era un hombre me era de alguna manera nauseabundo.

Un pensamiento sensato cruzó por mi mente: quizá el inquilino fuera un travestista. Le pregunté ansiosamente a don Juan sobre esta posibilidad. Se rió tan fuerte que parecía estar a punto de desmayarse.

– Esa es una posibilidad demasiado mundana -dijo-. A lo mejor tus viejos amigos harían una cosa así. Tus nuevos amigos tienen más recursos y se masturban mucho menos. Te repito. Ese ser en la iglesia es una mujer -sonrió maliciosamente-. ¿Siempre te has sentido atraído por las mujeres, no es así? Parece que esta situación estuviera hecha a tu medida.

Su regocijo era tan intenso e infantil que fue contagioso. Los dos nos pusimos a reír. Él con total abandono, y yo con total ansiedad.

Llegué entonces a una decisión. Me levanté y le dije en voz alta que no tenía deseo de tratar con el inquilino en ninguna forma o aspecto. Mi decisión era pasar por alto todo este asunto y regresar, primero a su casa, y luego a la mía.

Don Juan dijo que él no tenía inconveniente con mi decisión. Empezamos a caminar de regreso a su casa. Mis pensamientos volaban sin orden. Me pregunté si estaba haciendo lo correcto, o si estaba corriendo de miedo. Inmediatamente razoné que mi decisión era correcta e inevitable. Me aseguré a mí mismo que no estaba interesado en adquisiciones y que los regalos del inquilino eran como adquirir propiedad. Pero luego me llené de dudas y curiosidad. Había tantas preguntas que le podría hacer al desafiante de la muerte.

Mi corazón empezó a latir tan intensamente que lo sentí en mi estómago. De repente, los latidos se transformaron en la voz del emisario de ensueño. Rompió su promesa de no interferir y dijo que una increíble fuerza estaba acelerando mi corazón para conducirme de regreso a la iglesia. Caminar hacia la casa de don Juan era caminar hacia la muerte.

Me detuve y apresuradamente confronté a don Juan con las aseveraciones del emisario.

– ¿Es cierto? -le pregunté.

– Mucho me temo que sí -admitió con una tímida sonrisa.

– ¿Por qué no me lo dijo usted mismo, don Juan? ¿Me iba usted a dejar morir porque cree que soy un cobarde? -le pregunté furioso.

– No te ibas a morir tan fácilmente. Tu cuerpo energético tiene muchísimos recursos. Y nunca se me ocurrió pensar que eras un cobarde. Respeto tus decisiones sin importarme un comino qué es lo que las motiva.

"Tú también estás al final del camino al igual que yo. Así que sé un verdadero nagual. No te avergüences de lo que eres. Si fueras un cobarde, creo que ya te hubieras muerto de miedo hace muchos años. Pero si te da tanto miedo conocer al desafiante de la muerte, entonces muere en lugar de enfrentarlo. De eso no puedes avergonzarte.

– Regresemos a la iglesia -dije tan tranquilo como pude.

– ¡Ya estamos llegando al meollo de todo este asunto! -don Juan exclamó-. Pero primero, regresemos a la plaza, sentémonos en una banca, y consideremos cuidadosamente tus opciones. Podemos tomar todo el tiempo necesario; además, es demasiado temprano para transacciones con el inquilino.

Caminamos de regreso al parque, encontramos inmediatamente una banca vacía y nos sentamos.

– Tienes que entender que sólo tú puedes tomar la decisión de conocer o no conocer al inquilino o de aceptar o rechazar sus regalos de poder -dijo don Juan-. Pero le tienes que decir tu decisión a la mujer de la iglesia, cara a cara y solo; de otra manera tu decisión no será válida.

Don Juan dijo que los regalos del inquilino eran extraordinarios, pero que su precio era tremendo, y que él no aprobaba ni los regalos ni el precio.

– Antes de que tomes realmente una decisión -don Juan continuó-, debes estar al tanto de todos los detalles de tus convenios con ese brujo.

– Prefiero no saber nada más acerca de eso don Juan -le supliqué.

– Es tu deber saber todo -dijo-. ¿De qué otra forma podrías entonces tomar una decisión correcta?

– ¿No cree usted que mientras menos sepa sobre el inquilino mejor para mi?

– No. Esta no es una cuestión de esconderse hasta que el peligro haya pasado. Este es el momento de la verdad. Todo lo que has hecho y experimentado en el mundo de los brujos te ha conducido hasta este punto. No te lo quise decir porque confiaba que tu cuerpo energético te diría que no hay manera de salirse de esta cita, ni siquiera muriendo. ¿Entiendes?

Lo entendí tan bien que le pregunté si le sería posible hacerme cambiar de niveles de conciencia para aliviar mi inquietud y mi miedo. Casi me hizo saltar con la explosión de su no.

– Tienes que enfrentar al desafiante de la muerte con frialdad y premeditación -prosiguió-. Y no lo puedes hacer por medio de sustitutos.

Don Juan tranquilamente empezó a repetirme todo lo que me había dicho sobre el desafiante de la muerte. Mientras él hablaba, me di cuenta de que parte de mi confusión era el resultado del uso del lenguaje. A pesar de que don Juan lo llamaba el desafiante de la muerte y el inquilino, al describir la relación entre ese brujo y los naguales de su línea, don Juan hablaba de la mujer de la iglesia, mezclando la denotación de género masculino y femenino.

Dijo que se suponía que el inquilino pagaba por la energía que él tomaba de los naguales, pero que lo que él pagaba había atado a esos naguales por generaciones. Como pago por la energía que tomó de todos ellos, la mujer de la iglesia les enseñó cómo desplazar exactamente su punto de encaje a posiciones específicas que ella misma había escogido. En otras palabras, ella ató a cada uno de esos hombres con un regalo de poder que consistía de una posición específica y preseleccionada del punto de encaje, junto con todas sus implicaciones.

– ¿Qué quiere usted decir con todas sus implicaciones, don Juan?

– Quiero decir los resultados negativos de esos regalos. La mujer de la iglesia sabe solamente cómo complacer. No hay frugalidad, ni sosiego en esa mujer. Por ejemplo, le enseñó al nagual Julián cómo arreglar su punto de encaje para ser exactamente como ella, una mujer. Enseñarle esto a mi benefactor, siendo el incurable voluptuoso que era, fue como darle alcohol a un borracho.

– Pero, ¿no somos cada uno de nosotros responsables de lo que hacemos?

– Sí, por supuesto. Sin embargo, para algunos de nosotros es más difícil ser responsable que para otros. Aumentar deliberadamente esta dificultad, como esa mujer lo hace, es poner una innecesaria presión sobre nosotros.

– ¿Cómo sabe usted que la mujer de la iglesia lo hace deliberadamente?

– Se lo ha hecho a todos los naguales de mi línea. Si nos examinamos justa y honradamente, tenemos que admitir que el desafiante de la muerte nos ha convertido, con sus regalos, en una línea de brujos bastante flojos y dependientes.

No podía seguir pasando por alto la inconsistencia en su uso del lenguaje, y me quejé.

– Tiene que hablar de ese brujo ya sea como hombre o como mujer, pero no como los dos -dije duramente-. Estoy demasiado tenso y su uso arbitrario del lenguaje me pone aún más inquieto.

– Yo mismo estoy muy inquieto -confesó-. Pero la verdad es que el desafiante de la muerte es las dos cosas: hombre y mujer. Nunca he sido capaz de enfrentar con gracia este cambio. Estaba seguro de que ibas a sentir lo mismo habiéndolo visto como hombre primero.

Don Juan me hizo acordar que en una ocasión, años antes, me llevó a conocer al desafiante de la muerte y conocí a un hombre; un indio delgado y extraño que no era viejo, pero tampoco joven. Lo que más recordaba era su acento inusitado y su uso de una metáfora para describir cosas que afirmaba haber visto. Decía: mis ojos se pasearon… Por ejemplo, dijo: "mis ojos se pasearon en los cascos de los conquistadores españoles".

El evento era tan efímero en mi mente que siempre creí que nuestro encuentro había durado sólo unos cuantos minutos. Don Juan me dijo más tarde que pasé todo un día con el desafiante de la muerte; algo de lo que yo no estaba consciente en lo absoluto.

– La razón por la cual estaba tratando hace un rato de que me dijeras si sabías o no lo que iba a pasar -don Juan continuó-, era porque creí que hace años habías hecho tú mismo una cita con el desafiante de la muerte.

– Me estaba usted dando demasiado valor, don Juan. Para decirle la verdad, realmente no sé ni quién soy. ¿Pero, qué le hizo creer que yo sabía?

– Le caíste muy bien al desafiante de la muerte. Y eso para mí quiere decir que a lo mejor ya te hizo un regalo de poder, aunque tú no te acuerdes de nada; o que tal vez hiciste una cita con él como mujer. Hasta sospeché que te había dado direcciones precisas.

Don Juan comentó que el desafiante de la muerte, siendo definitivamente una criatura de hábitos rituales, siempre se presentó a los naguales de su línea primero como hombre, como había sucedido con el nagual Sebastián, y subsecuentemente como mujer.

– ¿Por qué llama usted a los regalos del desafiante de la muerte regalos de poder? ¿Y por qué el misterio? -pregunté-. Usted mismo puede desplazar su punto de encaje al sitio que quiera ¿no es cierto?

– Se llaman regalos de poder porque son el producto del conocimiento especializado de los brujos de la antigüedad -dijo-. El misterio de esos regalos es que nadie en esta Tierra, con la excepción del desafiante de la muerte, puede darnos una muestra de ese conocimiento. Y por supuesto que puedo desplazar mi punto de encaje a cualquier sitio que yo quiera, ya sea adentro o afuera de la forma energética del hombre. Pero lo que no puedo hacer, y sólo el desafiante de la muerte puede, es saber qué hacer con mi cuerpo energético en cada una de esas posiciones para llegar a una percepción total.

Luego explicó que los brujos de ahora no conocen los detalles de las miles y miles de posibles posiciones del punto de encaje.

– ¿Qué quiere usted decir con detalles? -pregunté.

– Formas particulares de tratar el cuerpo energético para mantener el punto de encaje fijo en posiciones específicas -contestó.

Tomó su propio caso como ejemplo. Dijo que el regalo de poder que el desafiante de la muerte le dio había sido la posición del punto de encaje de un cuervo, y los procedimientos para manejar su cuerpo energético a fin de obtener la percepción total de un cuervo. Don Juan explicó que la total percepción y la total cohesión eran lo que los brujos antiguos buscaban a cualquier precio; y que en el caso de su propio regalo de poder, llegó a la total percepción del cuervo por medio de procesos que tuvo que aprender, paso a paso, como se aprende el manejo de una máquina muy compleja.

Don Juan continuó explicando que la mayoría de los desplazamientos del punto de encaje, que los brujos de hoy experimentan, son desplazamientos ligeros dentro de una delgada banda de filamentos luminosos en el interior del huevo luminoso, llamada la banda del hombre, o el aspecto puramente humano de la energía del universo. Más allá de esa banda, pero aún dentro del huevo luminoso, se encuentra el reino de los grandes desplazamientos. Cuando el punto de encaje se desplaza a cualquier sitio en esta área, lo que uno percibe es más o menos comprensible, pero se requiere de procedimientos extremadamente detallados para que la percepción no sea meramente más o menos comprensible, sino total.

– En tu último viaje a lo desconocido, los seres inorgánicos te engañaron a ti y a Carol, ayudándolos a que obtuvieran total cohesión en un gran desplazamiento -dijo don Juan-. Les desplazaron sus puntos de encaje al sitio más lejano posible y luego los ayudaron a percibir ahí como si estuvieran en el mundo de todos los días. Una cosa casi imposible. Para lograr esa clase de percepción, un brujo necesita conocimiento pragmático, o amigos influyentes.

"Al final, tus amigos te hubieran traicionado y te hubieran dejado a ti y a Carol arreglárselas por sí solos a fin de aprender medios pragmáticos para sobrevivir en ese mundo. Ustedes dos hubieran terminado llenos hasta el tope de procedimientos, tal como los brujos de la antigüedad.

"Cada gran desplazamiento implica posibilidades especificas que los brujos modernos podrían aprender -continuó-, si supieran cómo fijar el punto de encaje en cualquiera de esas posiciones por un buen rato. Sólo los brujos de la antigüedad tenían el conocimiento especifico para hacer esto.

Don Juan prosiguió diciendo que el conocimiento de procedimientos específicos implicado en esos grandes desplazamientos no le fue accesible a los ocho naguales que precedieron al nagual Sebastián, y que el inquilino le enseñó al nagual Sebastián cómo lograr percibir totalmente en diez posiciones nuevas del punto de encaje. El nagual Santisteban recibió siete, el nagual Luján cincuenta, el nagual Rosendo seis, el nagual Elías cuatro, el nagual Julián dieciséis, y a él le enseñaron dos. Su linaje conocía un total de noventa y cinco posiciones específicas del punto de encaje. Dijo que si yo le preguntara a él si consideraba esto como una ventaja para su linaje, tendría que decirme que no, ya que el peso de esos regalos los acercaba a algo asqueroso para él: al temperamento de los brujos de la antigüedad.

– Ahora es tu turno de encontrarte con el inquilino -continuó-. Quizá los regalos que te dé a ti rompan nuestro equilibrio total y nuestro linaje se hunda en la oscuridad que acabó con los brujos antiguos.

– Esto es tan horrendamente serio que me deja sin palabras -dije.

– Simpatizo sinceramente contigo -contestó con una seria expresión-. Sé que no es ningún consuelo decir que esta es la prueba más dura para un nagual de hoy en día. Enfrentarse a algo tan viejo y misterioso como el inquilino no inspira admiración, sino repugnancia. Por lo menos así fue para mí, y todavía lo es.

– ¿Por qué tengo que continuar con esto, don Juan?

– Porque sin saberlo, aceptaste el reto del desafiante. Sonsaqué tu aprobación a lo largo de tu aprendizaje, de la misma manera que mi maestro sonsacó la mía clandestinamente.

"Pasé a través del mismo horror, tal vez un poco más brutalmente que tú -comenzó a reírse entre dientes-. Al nagual Julián le daba por jugar horrendas bromas. Me dijo que había una hermosa viuda muy apasionada, que estaba locamente enamorada de mí. El nagual me llevaba seguido a la iglesia y yo había visto cómo me miraba una mujer. Era una mujer guapa. Y yo era un hombre joven y fogoso. Cuando el nagual dijo que yo le gustaba a ella, me lo creí. Mi despertar fue muy rudo.

Tuve que luchar por no reírme del gesto de inocencia perdida que hizo don Juan. Luego, la idea de que estuviera metido en tal apuro me pareció tan chistosa como espantosa.

– ¿Está usted seguro, don Juan, de que esa mujer es el inquilino? -pregunté, esperando que quizá fuera un error o una broma pesada.

– Estoy muy, muy seguro -dijo-. Además, aunque fuera tan tonto como para olvidarme del inquilino, mi capacidad para ver no me puede fallar.

– ¿Quiere usted decir, don Juan, que el inquilino tiene un tipo diferente de energía?

– No, no un tipo diferente de energía, pero ciertamente tiene características diferentes a las de una persona normal.

– ¿Está usted absolutamente seguro, don Juan, de que esa mujer es el inquilino? -insistí, movido por un extraño asco y miedo.

– ¡Esa mujer es el inquilino! -don Juan exclamó en un tono de voz que no admitía dudas.

Nos quedamos callados. Esperé el siguiente pasó, en medio de un pánico que iba más allá de toda descripción.

– Ya te he dicho que ser un hombre natural o una mujer natural es cuestión de la posición del punto de encaje -dijo don Juan-. Cuando digo natural, me refiero a alguien que nació ya sea hombre o mujer. Para un vidente, en el caso de las mujeres, la parte más brillante del punto de encaje está mirando hacia enfrente, y en el caso de los hombres, hacia adentro. El punto de encaje del inquilino estaba originalmente mirando hacia adentro, pero lo cambió retorciéndolo, y esto hace que su forma energética de huevo luminoso se vea como una concha de mar enrollada en si misma.

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