3 LA SEGUNDA COMPUERTA DEL ENSUEÑO

Mis prácticas de ensueño me llevaron a entender que un maestro del arte de ensoñar debe crear una maniobra didáctica a fin de enfatizar un determinado punto. En esencia, lo que don Juan buscaba con la primera tarea era ejercitar mi atención de ensueño, a medida que yo aprendía a enfocarla en los objetos de mis sueños. Para lograrlo, usó la idea de que yo debería estar consciente de quedarme dormido. Su subterfugio era decir que la única manera de estar conscientes de que nos estamos quedando dormidos es examinando los elementos de nuestros sueños.

Con la práctica me di cuenta que ejercitar la atención de ensueño es el punto esencial del arte de ensoñar. Sin embargo, a la mente le parece imposible que uno pueda entrenarse a sí mismo a estar consciente, al nivel de los sueños. Don Juan decía que el elemento activo de tal entrenamiento es la persistencia y que la mente, con todas sus defensas racionales, no puede defenderse de la persistencia. Tarde o temprano, las barreras de la mente caen bajo su impacto, y la atención de ensueño florece.

A medida que practicaba enfocar y mantener mi atención de ensueño en los objetos de mis sueños, empecé a sentir una peculiar confianza en mí mismo; era una confianza tan notable que le pedí a don Juan sus comentarios al respecto.

– Entrar en la segunda atención es lo que te da ese sentido de seguridad en ti mismo -dijo-. Llegar a este nivel requiere aún más cordura de tu parte. Muévete despacio, pero no te detengas; y sobre todo, cállate la boca y actúa.

Le conté a continuación que en mi práctica había corroborado lo que él me había dicho, que si uno da breves vistazos a los objetos de un sueño, las imágenes no se disuelven. Comenté que la parte difícil es romper la barrera inicial que nos impide creer que los sueños son parte de nuestro ser consciente. Le pedí a don Juan que me diera su opinión sobre este asunto. Yo pensaba seriamente que esta es una barrera psicológica creada por nuestra socialización, la cual demanda hacer caso omiso de los sueños.

– Esa barrera es más que socialización -contestó-. Es la primera compuerta del ensueño. Ahora que la has superado, te parece arbitrario que no podamos detenernos, a voluntad, para prestar atención a los objetos de nuestros sueños. Esta dificultad no es arbitraria. La primera compuerta del ensueño tiene que ver con el flujo de energía en el universo. Es un obstáculo natural.

Don Juan me hizo luego acceder a que hablaríamos del ensueño únicamente en la segunda atención y cuando él lo considerara apropiado. Me alentó a que siguiera practicando mientras tanto, y me prometió no interferir en mis prácticas, en lo absoluto.

A medida que fui adquiriendo destreza en la preparación del ensueño, experimenté repetidamente sensaciones que personalmente consideré ser de gran importancia; tal como la sensación de rodar en una zanja, justo en el momento de quedarme dormido. Don Juan nunca me dio a saber que esas eran sensaciones absurdas, y hasta me dejó que las describiera en mis notas. Es sólo ahora que me doy cuenta de cuán absurdo le he de haber parecido. Hoy en día, si yo fuera maestro del arte de ensoñar, desaprobaría absolutamente tal comportamiento. Don Juan no desaprobó nada, solamente se burlaba de mi, llamándome un guerrero fraudulento que profesaba luchar contra la importancia personal, pero que sin embargo escribía un diario muy meticuloso y tremendamente personal, llamado: "Mis sueños".

Cada vez que tenía la oportunidad, don Juan recalcaba que la energía necesaria para liberar nuestra atención de ensueño de la prisión de la socialización se obtiene reorganizando nuestra energía existente. Nada podría haber sido más cierto. El surgimiento de nuestra atención de ensueño es el resultado directo de reformar nuestras vidas. Como don Juan dijo, ya que no tenemos manera alguna de hacer uso de una fuente externa para incrementar nuestra energía, debemos reorganizar la existente mediante cualquier recurso disponible.

Don Juan insistía en que el camino del guerrero es el mejor recurso que existe para engrasar las ruedas de esa reorganización de energía, y que de todas las premisas del camino del guerrero, la más efectiva es "perder la importancia personal". Estaba totalmente convencido de que perder la importancia personal es indispensable para todo lo que hacen los brujos; y por esta razón, puso una enorme presión en guiar a sus estudiantes a cumplir con este requisito. Su opinión era que la importancia personal no es sólo el enemigo acérrimo de los brujos sino también de la humanidad entera.

Don Juan argüía que empleamos la mayor parte de nuestra fuerza en mantener nuestra importancia, y que nuestro desgaste más pernicioso es la compulsiva presentación y defensa del yo; la preocupación acerca de ser o no admirados, queridos, o aceptados. Él sostenía que si fuera posible perder algo de esa importancia, dos cosas extraordinarias nos ocurrirían. Una, liberaríamos nuestra energía de tener que fomentar y sustentar la ilusoria idea de nuestra grandeza; y dos, nos proveeríamos de suficiente energía para entrar en la segunda atención y vislumbrar la verídica grandeza del universo.

Necesité más de dos años de práctica para poder enfocar mi atención de ensueño en cualquier objeto de mis sueños. Me adiestré tanto en ello que me parecía haberlo hecho toda mi vida. Lo más extraordinario era que yo no podía ni tan sólo imaginar el hecho de no haber tenido esa habilidad. Pero al mismo tiempo podía recordar lo difícil que me había sido siquiera tomarlo en serio. Se me ocurrió que la aptitud de examinar el contenido de nuestros sueños debe ser el producto de una configuración natural de nuestro ser, quizá similar a nuestra aptitud de caminar. Estamos físicamente condicionados para caminar bípedamente, pero aun así tenemos que hacer esfuerzos monumentales para aprender a caminar.

Esta nueva capacidad de ver los objetos de mis sueños, a breves vistazos, estaba unida a una irritante insistencia de mi propia parte en recordarme a mí mismo que tenía que hacerlo. Estuve siempre muy consciente de la tendencia compulsiva de mi carácter, pero en mis sueños esa compulsividad se convirtió en algo agraviante. Al escuchar mi engorrosa insistencia en mirar a los objetos de mis sueños, a breves vistazos, comencé a preguntarme si esto era realmente mi compulsividad, o era algo más. Hasta creí que estaba perdiendo la razón.

Le conté a don Juan acerca de esto. Yo había respetado fielmente nuestro acuerdo de que hablaríamos del ensueño únicamente cuando él hiciera mención del tema. Pero esta era una emergencia.

– Cuando te oyes a ti mismo, insistiendo en todo eso, es como si no fueras tú, ¿verdad? -me preguntó.

– Ahora que lo pienso, si. En esos momentos no parece que fuera yo.

– Entonces no eres tú. Aún no es tiempo de explicarlo, pero digamos que no estamos solos en el mundo. Digamos que para los ensoñadores, hay otros mundos disponibles; mundos completos. Algunas veces, entidades energéticas de esos otros mundos completos vienen a nosotros. La próxima vez que oigas durante tus sueños esa molesta insistencia, ponte enojadísimo y grítale que pare.

Como resultado de esta conversación, entré en un nuevo terreno: acordarme de enojarme y gritar en mis sueños. Creo que quizá debido al enorme fastidio que experimentaba, lo hice. La molesta insistencia cesó de inmediato y nunca más se repitió.

– ¿Tienen todos los ensoñadores esta experiencia? -le pregunté a don Juan cuando lo volví a ver.

– Algunos la tienen -contestó indiferentemente.

Empecé a hablarle de cuán extraño era para mí que todo eso se acabara tan repentinamente. Él me interrumpió.

– Ya estás listo para llegar a la segunda compuerta del ensueño -dijo secamente.

Aproveché la oportunidad para hacer preguntas que no había podido hacerle antes. Lo más vívido que tenía en mente era lo que experimenté la primera vez que me hizo ensoñar. Le dije que había observado, a mi regalado gusto los elementos de mis sueños, pero que en mis observaciones no había encontrado, ni de una manera vagamente similar, tal claridad y detalle como aquella vez.

– Mientras más pienso en ello -le dije-, más intrigante se vuelve. Mirando a la gente de ese ensueño, experimenté un miedo y una repugnancia para mí imposibles de olvidar. ¿Qué fue esa sensación, don Juan?

– En mi opinión, tu cuerpo energético se agarró de la energía de ese lugar y le fue muy bien. Naturalmente, sentiste miedo y asco, porque estabas examinando energía forastera por primera vez en tu vida.

"Tienes una propensión a comportarte como los brujos de la antigüedad. A la menor oportunidad, dejas que tu punto de encaje se desplace como le dé la gana. En aquella ocasión tu punto de encaje se desplazó considerablemente. El resultado fue que, como los brujos antiguos, viajaste más allá del mundo que conocemos. Un viaje sumamente real y sumamente peligroso."

Pasé por alto el significado de sus palabras y me enfoqué solamente en lo que a mí me interesaba.

– ¿Estaba esa ciudad en otro planeta? -le pregunté.

– Ensoñar no se puede explicar relacionándolo a cosas que uno sabe o cree saber -dijo-. Todo lo que te puedo decir es que la ciudad que visitaste no estaba en este mundo.

– ¿Entonces, dónde estaba?

– Fuera de este mundo, por supuesto. No eres tan estúpido. Eso fue lo primero que notaste. Lo que te confunde es que no puedes imaginar nada que esté fuera de este mundo.

– ¿Qué es entonces fuera de este mundo, don Juan?

– Créeme, el aspecto más extravagante de la brujería es esa configuración llamada fuera de este mundo. Por ejemplo, tú asumiste que los dos vimos las mismas cosas. La prueba es que nunca me has preguntado qué fue lo que vi. Tú solito viste una ciudad y gente en esa ciudad. Yo no vi nada por el estilo. Yo vi energía. Así que, fuera de este mundo fue en esa ocasión, y únicamente para ti, una ciudad con gente.

– Pero si ese es el caso, don Juan, no era una ciudad real. Únicamente existió para mí, en mi mente.

– No. Ese no es el caso. Ahora quieres tú reducir algo trascendental a algo mundano. No puedes hacer eso. Ese viaje fue real. Tú lo experimentaste como estar andando en una ciudad. Yo lo vi como energía. Ninguno de los dos está en lo cierto, pero tampoco está errado.

– Mi confusión es tremenda cuando usted habla del ensueño en términos de cosas reales. Usted me dijo que estábamos en un lugar real. Pero si era real, ¿cómo es que podemos tener dos versiones de ello?

– Es muy simple. Tenemos dos versiones porque en ese momento teníamos dos porcentajes diferentes de uniformidad y cohesión. Como ya te expliqué, esos dos atributos son la clave de la percepción.

– ¿Cree usted que yo puedo regresar a esa misma ciudad algún día?

– Ahora sí me agarraste. No lo sé. O quizá sí lo sé, pero no puedo explicarlo. O quizá lo puedo explicar pero no quiero hacerlo. Vas a tener que esperar y deducir por ti mismo cuál es el caso.

Ahí don Juan cambió el tópico de la conversación y por más que traté de sonsacarle, no hubo modo de continuar la discusión.

– Sigamos hablando de nuestros asuntos -dijo-. Se llega a la segunda compuerta del ensueño cuando uno se despierta de un sueño en otro sueño. Puede uno tener tantos sueños como se quiera, o tantos como uno sea capaz de tenerlos, pero se debe ejercitar un control adecuado y no despertar en el mundo que conocemos.

Tuve un momento de pánico.

– ¿Quiere usted decir que no se debe despertar nunca en este mundo? -pregunté.

– No, no quise decir eso. Pero ahora que lo mencionas, debo hacerte una confesión. Los brujos de la antigüedad solían hacer eso: no se despertaban en el mundo que conocemos. Algunos de los brujos de mi línea también lo hicieron, pero yo no lo recomiendo. Lo que quiero es que te despiertes con toda naturalidad cuando hayas terminado de ensoñar; pero mientras estés ensoñando, quiero que sueñes que te despiertas en otro sueño.

Me oí yo mismo haciendo la nerviosa pregunta que le había hecho la primera vez que me habló de preparar el ensueño.

– ¿Pero es posible hacer eso?

Obviamente don Juan estaba al tanto de mi nerviosidad; riéndose me repitió la misma respuesta que me dio en aquella otra ocasión.

– Por supuesto que es posible. Ese control no es tan diferente al control que uno tiene en la vida diaria.

La vergüenza de hacerle una pregunta tan estúpida no me duró mucho. Al instante estaba listo para hacer más preguntas nerviosas, pero don Juan empezó a explicarme aspectos de la segunda compuerta del ensueño; una explicación que me puso todavía más inquieto.

– Hay un problema con la segunda compuerta -dijo-. Es un problema que puede ser serio, de acuerdo al carácter de uno. Si tenemos la tendencia de aferrarnos de las cosas o de las situaciones, estamos fritos.

– ¿En qué forma, don Juan?

– Considera esto por un instante. Has experimentado ya el exótico placer de examinar el contenido de tus sueños. Imagínate la dicha que será ir de sueño en sueño, observando todo, examinando cada detalle. Es muy fácil transformar eso en un vicio y hundirse en profundidades mortales. Especialmente si uno tiene la tendencia de darse a los vicios.

– ¿Pero, no será que el cuerpo o el cerebro concluye todo aquello de una manera natural?

– Sí fuera una situación de sueño normal, sí. Pero esta no es una situación normal. Esto es ensoñar. Un ensoñador llega a su cuerpo energético al cruzar la primera compuerta. De ahí en adelante, ya no es algo conocido lo que atraviesa la segunda compuerta. Es el cuerpo energético quien va saltando de sueño en sueño.

– ¿Qué es lo que implica todo esto, don Juan?

– Implica que al cruzar la segunda compuerta se debe intentar un mayor y más serio control de la atención de ensueño: la única válvula de seguridad para los ensoñadores.

– ¿Cuál es esta válvula de seguridad?

– Ya averiguarás por cuenta propia que el verdadero propósito del ensueño es perfeccionar el cuerpo energético. Entre otras cosas, un perfecto cuerpo energético controla tan buenamente la atención de ensueño que la hace parar cuando es necesario. Esta es la válvula de escape de los ensoñadores. No importa cuán tarados sean, en un momento dado, su atención de ensueño los hace salir.

Comencé luego la nueva tarea de ensueño. Esta vez la meta me parecía más escurridiza que la primera y la dificultad de alcanzarla, aún mayor. Exactamente como me ocurrió con la primera tarea, yo no tenía ni la menor idea de cómo llevarla a cabo. Hasta tuve la sospecha de que mi experiencia no me iba a ser de mucha ayuda esta vez. Después de incontables fracasos, me di por vencido y me conformé con la idea de continuar simplemente con mi práctica diaria de fijar mi atención de ensueño en todos y cada uno de los objetos de mis sueños. Aceptar mis limitaciones pareció darme un empujón energético y me volví aún más adepto a sostener la visión de cualquier objeto en mis sueños.

Pasó un año sin que nada extraordinario ocurriera, pero un buen día algo cambió. Miraba yo por una ventana, durante un sueño, tratando de descubrir si podía vislumbrar el paisaje afuera del cuarto, cuando una fuerza, que sentí como un viento que zumbaba en mis oídos, me jaló hacia afuera. Al instante del jalón, mi atención de ensueño había sido atrapada por una extraña estructura a lo lejos; muy semejante a un tractor. Cuando recobré mi atención de ensueño estaba yo parado junto a la estructura, examinándola.

Estaba perfectamente consciente de que yo estaba ensoñando. Miré a mi alrededor para ver desde cuál ventana había estado mirando hacia afuera. El panorama era el de una granja. No había edificios a la vista. Quise seriamente tomar este detalle en cuenta, pero la cantidad de máquinas que estaban por allí esparcidas, como si estuvieran abandonadas, se llevó toda mi atención. Examiné máquinas segadoras, tractores, cosechadoras de grano, arados de discos y trilladores. Había tantas máquinas agrícolas que me olvidé de mi sueño original. Lo que en esos momentos quería era orientarme, observando el panorama inmediato. Había algo en la distancia; como un cartel de anuncios y algunos postes de teléfono a su alrededor. Al instante de enfocar mi atención en ese cartel, me encontré junto a él. Su estructura de acero me asustó. La sentí como algo amenazador. El cartel mostraba la fotografía de un edificio y un anuncio comercial. Leí el texto: era un anuncio de un motel. Tuve la peculiar certeza de encontrarme en Oregon o en el norte de California.

Busqué otros aspectos del medio ambiente de mi sueño. Vi unos cerros azules muy a lo lejos, y una colinas verdes y redondeadas más cercanas. En esas colinas había grupos de árboles que parecían ser robles californianos. Quería que las colinas me atrajeran, pero lo que me atrajo fueron los cerros distantes. Estaba convencido de que eran las sierras.

Toda mi atención de ensueño se agotó en esos cerros. Pero antes de que se agotara, fue atrapada por cada uno de los aspectos peculiares de esas serranías. Mi sueño dejó de ser un sueño. Yo creí estar verdaderamente en las montañas, flotando velozmente de barrancos a enormes formaciones rocosas, a árboles y a cuevas. Fui de los precipicios a la punta de los picos, hasta que se me acabó el impulso y no pude ya enfocar mi atención de ensueño en nada. Sentí que estaba perdiendo el control. Finalmente, ya no hubo más paisaje, y quedaron únicamente las tinieblas.

– Has llegado a la segunda compuerta del ensueño -dijo don Juan cuando le conté mi sueño-. Lo que ahora te queda por hacer es cruzarla. Y eso es un asunto muy serio; requiere gran esfuerzo y disciplina.

Yo no estaba seguro de haber cumplido con la tarea, ya que realmente no me había despertado en otro sueño. Le pregunté a don Juan acerca de esta irregularidad.

– El error fue mío -dijo-. Te dije que uno se tiene que despertar en otro sueño, pero lo que quise decir es que uno tiene que cambiar de sueños de una manera ordenada y precisa: exactamente como lo hiciste.

"En la primera compuerta, perdiste mucho tiempo buscando exclusivamente tus manos. Esta vez, te fuiste directamente a la solución, sin molestarte en seguir, al pie de la letra, la orden dada: despertar en otro sueño.

Don Juan me explicó que hay propiamente dos maneras de cruzar la segunda compuerta del ensueño. Una es despertarse en otro sueño; es decir, soñar que uno está soñando y luego soñar que uno se despierta de ese sueño. La otra alternativa es usar los objetos de un sueño para provocar otro sueño, como yo lo hice.

Don Juan me dejó practicar, sin ninguna interferencia de su parte, como lo había estado haciendo desde el principio. Y corroboré las dos alternativas: o soñaba que tenía un sueño del cual soñaba que me despertaba o pasaba rápidamente de un objeto definido, accesible a mi atención de ensueño inmediata, a otro no tan accesible o entraba en una ligera variación de la segunda: mantenía la atención de ensueño fija en cualquier objeto de un sueño, hasta que el objeto cambiaba de forma, y al cambiar me jalaba a otro sueño a través de un vórtice zumbante. Sin embargo, nunca fui capaz de decidir de antemano cuál de las tres alternativas iba a seguir. La manera como mis prácticas siempre terminaban era el extinguirse mi atención de ensueño, lo cual finalmente me hacia despertar, o me hacia caer en un oscuro y profundo sopor.

Lo único que me molestaba en mis prácticas era una peculiar interferencia, un sobresalto de inquietud o miedo que había empezado a experimentar con una creciente frecuencia. El modo como yo lo descartaba era creyendo que se debía a mis terribles hábitos de alimentación, o al hecho de que, en ese entonces, don Juan me hacia ingerir plantas alucinógenas como parte de mi entrenamiento. Con el tiempo, esos sobresaltos se volvieron tan prominentes que le tuve que pedir a don Juan su consejo.

– Has entrado ahora en el aspecto más peligroso del conocimiento de los brujos -comenzó-. Un verdadero espanto, una real pesadilla. Podría hacerlo pasar por broma y decir que no te mencioné esta posibilidad porque quería proteger tu mimada racionalidad, pero no puedo. Todos los brujos tienen que enfrentarse con esto. Mucho me temo que aquí es donde, probablemente, tú creas que te estás volviendo loco.

Don Juan me explicó muy solemnemente que la vida y la conciencia, siendo exclusivamente una cuestión de energía, no son propiedad exclusiva de los organismos. Dijo que los brujos han visto dos tipos de seres conscientes en la tierra: los seres orgánicos y los seres inorgánicos; y que comparando unos con otros, han visto que ambos son masas luminosas, traspasadas desde todo ángulo imaginable por millones de filamentos energéticos del universo. La diferencia entre una clase y la otra es en su forma y en su grado de luminosidad. Los seres inorgánicos son largos, parecidos a una vela, pero opacos, mientras que los seres orgánicos son redondos y sin duda los más luminosos. Otra notable diferencia es que la vida y la conciencia de los seres orgánicos es corta, ya que están hechos para efectuar movimientos rápidos y estar siempre de prisa; mientras que la vida de los seres inorgánicos es infinitamente más larga, y su conciencia infinitamente más calma y profunda.

– Los brujos no tienen ningún problema en interactuar con ellos -continuó don Juan-. Los seres inorgánicos poseen el ingrediente crucial para esta interacción: conciencia de ser.

– ¿Pero existen realmente esos seres inorgánicos, como usted y yo existimos? -pregunté.

– Por supuesto que existen -contestó-. Créeme, los brujos son gente muy inteligente; bajo ninguna circunstancia tomarían las aberraciones de la mente como algo verdadero.

– ¿Por qué dice usted, don Juan, que están vivos?

– Para los brujos, el tener vida quiere decir tener conciencia de ser. Quiere decir tener un punto de encaje, con su resplandor de conciencia; esta es una condición indicadora para los brujos de que el ser que los enfrenta, ya sea orgánico o inorgánico, es totalmente capaz de percibir. Los brujos toman la percepción como clave de estar vivo.

– Entonces los seres inorgánicos también mueren. ¿No es cierto, don Juan?

– Naturalmente. Pierden su conciencia de ser, al igual que nosotros, excepto que la duración de su conciencia de ser es asombrosa.

– ¿Se les aparecen estos seres inorgánicos a los brujos?

– Es muy difícil decir qué es lo que sucede con ellos. Digamos que esos seres son atraídos por nosotros, o mejor aún, digamos que están obligados a interactuar con nosotros.

Don Juan me escudriñó asiduamente.

– No estás escuchando absolutamente nada de esto -dijo con un tono, no de reproche, pero si de sorpresa.

– Me es casi imposible pensar acerca de esto racionalmente -le dije.

– Te advertí que este tema iba a abrumar tu razón. Lo más indicado es suspender todo juicio y dejar que las cosas tomen su curso; esto quiere decir que los seres inorgánicos se acercarán a ti.

– ¿Está usted hablando en serio, don Juan?

– Por supuesto que estoy hablando en serio. La dificultad con los seres inorgánicos es que su conciencia de ser es muy lenta en comparación con la nuestra. Les toma años reconocer a un brujo. De allí que es aconsejable tener paciencia y saber esperar. Tarde o temprano se nos presentan. Pero no como tú o yo lo haríamos. Tienen una manera muy peculiar de hacerse notar.

– ¿Qué hacen los brujos para que los seres inorgánicos muestren su presencia? ¿Tienen un rito?

– Bueno, ciertamente no se paran a media calle, al dar la media noche, y los llaman con trémulas voces, si eso es a lo que te refieres.

– ¿Entonces, qué es lo que hacen?

– Los atraen en el sueño. Te dije que los brujos hacen algo más que atraerlos; con el acto de ensoñar, los brujos obligan a esos seres a interactuar con ellos.

– ¿Y cómo los obligan?

– Ensoñar es sostener la posición a la que el punto de encaje se desplazó durante los sueños. Este acto crea una carga de energía muy especial, la cual los atrae y atrapa su atención. Es como poner cebo en un anzuelo; los peces se van tras él. Al llegar a las dos primeras compuertas del ensueño y al cruzarlas, los brujos les tiran el anzuelo a esos seres, y los obligan a presentarse.

"Al cruzar la segunda compuerta, les hiciste saber que estás en subasta. Ahora debes esperar a que te den una señal de su parte."

– ¿Qué clase de señal, don Juan?

– Posiblemente la aparición de uno de ellos, aunque me parece demasiado pronto para eso. Soy de la opinión que su señal va a ser simplemente una interferencia en tus sueños. Creo que los sobresaltos de miedo que estás experimentando últimamente no son indigestión, sino sacudidas de energía que te producen los seres inorgánicos.

– ¿Qué debo hacer, don Juan?

– Debes calibrar tus expectativas.

No entendí lo que me quería decir. Me explicó cuidadosamente que nuestra expectativa normal, cuando interactuamos con nuestros semejantes o con otros seres orgánicos, es obtener una respuesta inmediata a nuestro deseo de interacción. Con los seres inorgánicos esa expectativa nuestra debe ser recalibrada, puesto que están separados de nosotros por una formidable barrera: energía que se mueve a una velocidad diferente. Los brujos deben considerar esta diferencia y alargar la duración de su deseo de interactuar con ellos y sostenerlo durante todo el tiempo que sea necesario.

– Los brujos llaman a esto recalibrar sus expectativas -añadió-. Y el ensueño es el medio ideal para lograrlo.

– ¿Quiere usted decir, don Juan, que en la práctica del ensueño debe ser incluido el deseo de interactuar con ellos?

– La práctica del ensueño es el único modo de interactuar con ellos. Para lograr un perfecto resultado, a la práctica se debe agregar el intento de alcanzar a esos seres inorgánicos, pero alcanzarlos con una sensación de poder y confianza, con una sensación de fuerza, de desapego. Se deben evitar a toda costa sensaciones de miedo o morbosidad. Son bastante mórbidos de por sí; aumentar su morbosidad con la nuestra es una imbecilidad.

– Estoy un poco confundido, don Juan, acerca de cómo se les aparecen a los brujos. ¿Cuál es esa manera particular de manifestarse que usted mencionó?

– Se materializan, a veces, en el mundo diario, delante de nosotros. La mayoría de las veces, su presencia es invisible y se caracteriza por una sacudida del cuerpo entero, una especie de estremecimiento que sale desde el tuétano.

– ¿Pasa lo mismo durante el ensueño?

– Durante el ensueño ocurre lo opuesto. Algunas veces los sentimos de la forma en que tú lo estás sintiendo, como un sobresalto de miedo. La mayoría de las veces se materializan delante de nosotros. Puesto que normalmente no tenemos ninguna experiencia con ellos, en las primeras etapas del ensueño nos pueden saturar con un miedo más allá de toda medida; un verdadero peligro para nosotros. Pueden usar ese miedo para seguirnos hasta aquí, con resultados desastrosos para nosotros.

– ¿Desastrosos en qué forma, don Juan?

– El miedo se nos puede pegar tan profundamente que tendríamos que ser muy abusados para salirnos de él. Los seres inorgánicos pueden ser peor que la peste. Con el miedo que nos hacen sentir, pueden fácilmente volvernos locos de remate.

– ¿Qué es lo que los brujos hacen con los seres inorgánicos?

– En los tiempos actuales, nada. En los tiempos antiguos se asociaban con ellos. Los convertían en aliados. Formaban alianzas, y creaban extraordinarias amistades. Yo le llamo a eso absurdas empresas, en las que la percepción desempeñaba un papel predominante. Somos seres sociales. Inevitablemente buscamos la compañía de seres conscientes.

"El secreto es no temer a los seres inorgánicos, y esto se debe hacer desde el principio. El intento con el cual se les debe encarar es de poder y de abandono. En ese intento se debe codificar el siguiente mensaje: 'no te temo. Ven a verme. Si lo haces, te daré la bienvenida. Si no quieres venir, te voy a extrañar.' Con un mensaje como éste les entra tanta curiosidad que no pueden dejar de venir.

– ¿Por qué habría yo de buscarlos, don Juan?, o ¿por qué razón habrían ellos de venir a mí?

– Les guste o no les guste, los ensoñadores buscan alianzas con otros seres durante su ensueño. Puede que esto te sorprenda, pero los ensoñadores automáticamente buscan grupos de seres; en este caso núcleos de seres inorgánicos. Los ensoñadores van ávidamente al encuentro de esos seres.

– Toda esta contradicción de buscarlos y no buscarlos es muy extraña para mí, don Juan. Si son tan indeseables, ¿por qué se toman los ensoñadores la molestia de tratar con ellos?

– Porque para nosotros, los seres inorgánicos son una novedad. Y pare ellos, la novedad es que uno de los nuestros cruce los limites de su reino. Toparse con ellos es algo inevitable. Lo único que uno puede hacer es tener siempre en cuenta que, con su espléndida conciencia de ser, los seres inorgánicos ejercen una tremenda atracción sobre los ensoñadores y pueden transportarlos fácilmente a mundos indescriptibles.

"Los brujos de la antigüedad fueron los que les dieron el nombre de aliados. Sus aliados les enseñaron a mover el punto de encaje fuera de los límites del huevo luminoso, a un universo no humano. Cuando transportan a un brujo, lo transportan a mundos más allá de lo humano. Esa es la atracción de su inevitable presencia.

El escucharlo hablar así, me llenó de extraños miedos y dudas, las cuales él inmediatamente captó.

– Eres religioso hasta más no poder -dijo riéndose-. Ya sientes que el demonio te tiene agarrado del fondillo, ¿verdad? El contraveneno para esa clase de miedo es tomar al ensueño en estos otros términos: ensoñar es percibir más de lo que creemos posible.

En mis horas de vigilia, me preocupaba la posibilidad de que realmente existieran seres inorgánicos conscientes de ser. Sin embargo, cuando ensoñaba, mis preocupaciones conscientes se esfumaban. Por otro lado, las sacudidas de miedo que sentía continuaron. Cuando ocurrían, una extraña calma siempre venía en seguida; una apaciguadora calma que me hacía sentir como si el miedo no existiera en absoluto.

En mis prácticas de ensueño, en ese entonces, cada adelanto que experimentaba ocurría repentinamente, sin previo aviso. La presencia de seres inorgánicos en mis sueños no fue una excepción. Ocurrió una vez que estaba soñando con el circo de mi niñez. La escena era la de un pueblo en unas montañas que parecían ser las de Arizona. Empecé a observar a la gente, con la vaga esperanza de ver otra vez a aquellos que vi la primera vez que don Juan me hizo entrar en la segunda atención.

Al quedarme observándolos, sentí de repente una gran sacudida nerviosa, como un puñetazo en la boca del estómago. El golpe me distrajo y perdí de vista a la gente, al circo y al pueblo en las montañas de Arizona. En su lugar, había dos figuras de aspecto extraño. Eran delgadas, de menos de treinta centímetros de ancho, pero largas, quizá de dos metros de alto. Estaban flotando amenazadoramente por encima de mí, como dos gigantescas lombrices.

Yo sabía que estaba soñando, pero también sabía que estaba viendo. Don Juan me había explicado, en mi estado normal de conciencia, al igual que en la segunda atención, todo lo referente a ver. A pesar de que yo era aún incapaz de ver, comprendía, sin embargo, la idea de percibir energía directamente. En ese ensueño, viendo a esas dos extrañas apariciones, llegué a la conclusión de que estaba viendo la esencia energética de algo increíble.

Me mantuve en calma. No me moví. Lo que me parecía muy notable era que las apariciones no se disolvieran, o se transformaran en alguna otra cosa. Lo que tenía frente a mi eran dos seres poseedores de la cohesión necesaria para retener su forma de vela. Algo en ellos forzaba a algo en mi a mantener mi atención de ensueño enfocada en esas formas. Yo sabía eso porque definitivamente sentía que si yo no me movía, ellos tampoco se moverían.

Al momento de despertarme, de súbito, me sentí inmediatamente acosado por el miedo. Una profunda preocupación me invadió por completo. No era una preocupación psicológica sino más bien una sensación corporal de angustia, una tristeza sin aparente razón.

A partir de esa ocasión, las dos extrañas figuras aparecieron en todas mis sesiones de ensueño. Llegó un momento en el que parecía como si yo únicamente ensoñara para encontrarlas. Jamás intentaron acercarse a mi, o interferir conmigo en absoluto. Simplemente se mantenían erguidas e inmóviles frente a mí, a veces por todo el tiempo que mi sueño durara. Su presencia era tan intensa que nunca hice un esfuerzo para cambiar de sueño, y llegué al punto de hasta olvidarme del propósito original de mi práctica de ensueño.

Cuando finalmente discutí con don Juan lo que me estaba ocurriendo, había yo pasado meses contemplando exclusivamente a las dos figuras.

– Estás en medio de una peligrosa encrucijada -dijo don Juan-. No vale la pena que ahuyentes a esos seres, pero tampoco es dable dejarlos que se queden. Ahorita, su presencia es un obstáculo para ensoñar.

– ¿Qué puedo hacer, don Juan?

– Encararlos, hoy mismo, aquí en el mundo, y decirles que regresen luego, cuando tengas más atención de ensueño.

– ¿Cómo se les encara?

– No es fácil, pero se puede hacer. Lo que se requiere es tener suficientes agallas, y por supuesto que las tienes.

Sin esperar a que le dijera que yo no tenía agallas en lo más mínimo me llevó a unas montañas muy cerca de su casa. En ese entonces, él vivía en el norte de México, y me había dado la total impresión de ser un brujo solitario; un viejo completamente fuera de la corriente de eventos mundanos diarios, y a quien todos habían olvidado. No obstante, yo había llegado a la velada conclusión de que él poseía una inteligencia privilegiada. Y sólo por ello, yo estaba dispuesto, aunque siempre bajo protesta, a cumplir con lo que creía eran sus meras excentricidades.

La habilidad de los brujos, cultivada a través de siglos de práctica, era la marca distintiva de don Juan. Hacía modos de que yo entendiera todo lo que pudiera, en mi estado de conciencia normal y, al mismo tiempo, se aseguraba de que yo entrara en la segunda atención, donde entendía o por lo menos escuchaba apasionadamente todo lo que él me enseñaba. De esta manera, me dividió en dos. En mi estado de conciencia normal, no podía entender por qué o cómo estaba yo dispuesto a tomar sus excentricidades en serio. En la segunda atención, todo me era perfectamente natural, aunque no del todo comprensible.

Respecto a la segunda atención, su punto de vista era que ésta es asequible a todos nosotros, pero que al aferrarnos testarudamente a nuestros defectuosos razonamientos, algunos de nosotros más ferozmente que otros, mantenemos la segunda atención a distancia. Al ensoñar rompemos las barreras que la rodean y la aíslan, y la transformamos en algo alcanzable.

El día que me llevó a las montañas en el desierto de Sonora a encontrarme con los seres inorgánicos, yo estaba en mi estado de conciencia normal. Sin embargo, sabía que iba a hacer algo que sin duda sería increíble.

Había lloviznado en el desierto. La tierra roja estaba todavía mojada; al caminar, se pegaba a la suela de goma de mis zapatos y tenía que pisar en rocas filudas para librarme de ella. Caminamos hacia el este, trepando en dirección a la cima de unos cerros. Cuando llegamos a una estrecha hondonada, entre dos cerros, don Juan se detuvo.

– Este es, sin duda alguna, el mejor lugar para que convoques a tus amigos -dijo.

– ¿Por qué los llama usted mis amigos?

– Te han elegido ellos mismos. Cuando hacen eso quiere decir que buscan una alianza. Te he mencionado que los brujos forman lazos de amistad con ellos. Tu caso parece ser un ejemplo. Y ni siquiera tuviste que pedir nada.

– ¿En qué consiste una amistad de esa índole, don Juan?

– Consiste en un intercambio mutuo de energía. Los seres inorgánicos proporcionan su conciencia superior, y los brujos proporcionan su gran energía. El resultado positivo es un intercambio parejo de energía. El negativo, es una dependencia de las dos partes.

"Los brujos antiguos amaban a sus aliados. De hecho, amaban más a sus aliados que a los seres de su propia especie. Yo puedo presagiar terribles peligros en eso.

– ¿Qué me recomienda hacer, don Juan?

– Convócalos, valorízalos y luego decide tú mismo qué hacer.

– ¿Qué debo hacer para convocarlos?

– Mantén en tu mente la visión de ensueño que tienes de ellos. La razón por la cual te han saturado con su presencia en tus sueños es porque quieren crear una imagen de su forma en tu mente. Este es el momento de usar la memoria de esa imagen.

Don Juan me ordenó enérgicamente que cerrara los ojos y los mantuviera cerrados. Luego me guió a ciegas a que me sentara en unas rocas. Sentí la frialdad y la dureza de las rocas. Las piedras estaban en declive y me era difícil mantener el equilibrio.

– Siéntate aquí y visualiza esa imagen hasta que sea exactamente igual a como es en tus sueños -me dijo don Juan al oído-. Hazme saber cuando la tengas enfocada.

No requirió nada de tiempo ni esfuerzo tener una imagen completa de los seres inorgánicos de mis sueños. No me sorprendió en absoluto que pudiera hacerlo. Lo extravagante era que yo estaba despierto; podía escuchar todo, pero a pesar de que traté desesperadamente de hacerle saber a don Juan que ya tenía la imagen en mi mente, no pude ni abrir los ojos, ni decir palabra alguna.

Escuché a don Juan decir: "ya puedes abrir los ojos". Los abrí sin ninguna dificultad. Estaba sentado con las piernas cruzadas en unas rocas que no eran las mismas en las cuales me senté. Don Juan estaba detrás de mi, a mi derecha. Traté de girar la cabeza para verlo de frente, pero me detuvo. Ante mi, vi dos figuras oscuras, como dos troncos delgados de árbol.

Me les quedé viendo con la boca abierta, no eran tan altos como en mis sueños. Se habían encogido a la mitad de su tamaño. En lugar de ser formas de luminosidad opaca, ahora eran dos palos amenazadores, condensados y oscuros, casi negros.

– Párate y agarra a uno de ellos -me ordenó don Juan-, y no lo sueltes, aunque parezca que te está matando a sacudidas.

Yo no quería de ninguna manera hacer nada de eso, pero un extraño impulso me hizo ponerme de pie, contra mi voluntad. En ese momento tuve la certeza de que terminaría haciendo lo que él me ordenara, sin tener la menor intención consciente de hacerlo.

Avancé mecánicamente hacia las dos figuras; el corazón me palpitaba tan fuerte que parecía salírseme del pecho. Agarré a la figura que estaba a mi derecha. Sentí una descarga eléctrica de tal fuerza que casi me hizo soltarla.

Escuché la voz de don Juan, como si me hubiera gritado desde una larga distancia: "si lo sueltas te lleva la chingada", me dijo.

Me aferré a la figura, la cual se enroscaba y se sacudía. No como un animal pesado lo haría sino como algo esponjoso y ligero, pero tremendamente eléctrico. Rodamos y dimos vueltas en la arena del barranco por un largo rato. Recibí sacudida tras sacudida de una corriente eléctrica nauseabunda. La creí nauseabunda porque la suponía diferente a la energía del mundo diario. Cuando me llegaba al cuerpo, me daba un cosquilleo que me hacia gritar y gruñir como un animal, no de angustia sino de un extraño furor sin enojo.

Finalmente, el ser inorgánico se tornó en algo inmóvil y casi sólido debajo de mí. Le pregunté a don Juan si estaba muerto, puesto que yacía inerte, pero no escuché mi voz.

– No hay cómo esté muerto -dijo alguien riéndose, alguien que no era don Juan-. Simplemente agotaste su carga energética. Pero no te levantes todavía. Quédate ahí un ratito más.

Miré a don Juan con ojos de interrogación. Me estaba examinando con gran curiosidad. Me ayudó a levantarme. La forma oscura se quedó en el suelo. Le quería preguntar a don Juan si el ser inorgánico estaba bien. Pero como me fue físicamente imposible dar voz a mi pregunta, hice algo inusitado. Tomé todo aquello como un hecho real. Hasta ese momento mi mente se salvaguardó tras la idea de que todo se trataba de un sueño inducido por las maquinaciones de don Juan.

Me dirigí a la forma que yacía en el suelo y la traté de levantar. No tenía masa, no la pude agarrar. Esto me desorientó. La voz que no era la de don Juan me dijo que me acostara encima del ser inorgánico. Lo hice, y ambos nos levantamos de un solo golpe; el ser inorgánico estaba pegado a mí como una sombra. Se separó lentamente de mí y desapareció, dejándome con una extremadamente placentera sensación de plenitud.

Volvimos a la casa de don Juan en total silencio. Una vez allí, me quedé como adormecido. El adormecimiento me duró más de veinticuatro horas. Me pasé la mayoría del tiempo semidormido. De vez en cuando don Juan me inspeccionaba y me hacía la misma pregunta:

– ¿La energía del ser inorgánico era como agua o como fuego?

Traté inútilmente de hablar. Mi garganta parecía estar socarrada, y no le podía decir que había sentido sacudidas de energía como chorros de agua electrificada. No estoy seguro si es posible producirlos o sentirlos, pero esa era la imagen que me venía a la mente cada vez que don Juan me hacía su pregunta clave.

Don Juan aún estaba dormido cuando finalmente supe que había recuperado el total control de mis facultades. Sabiendo que su pregunta era de gran importancia, lo desperté y le conté toda mi experiencia subjetiva.

– No vas a tener, entre los seres inorgánicos, amistades que te ayuden, más bien, vas a tener relaciones de fastidiosa dependencia -afirmó-. Sé en extremo cuidadoso. Los seres inorgánicos aguados son más dados a los excesos. Los brujos antiguos creían que esos eran afectuosos, capaces de imitar, o quizá hasta de tener emociones. Lo opuesto a los fogosos, a quienes los creían serios, contenidos, pero también mas rimbombantes que los otros.

– ¿Cuál es el significado de todo esto para mi, don Juan?

– El significado es demasiado extenso para discutirlo en este momento. Te recomiendo que te deshagas del miedo, tanto en tu vida común y corriente como en tus ensueños, para poder salvaguardar así tu unidad psíquica. El ser inorgánico, al cual agotaste su energía y recargaste de nuevo, estaba tan excitado que casi se le rompe su forma de vela. Va a volver a buscarte para ver si le das más.

– ¿Por qué no me hizo usted parar, don Juan?

– No me diste tiempo. Además, ni siquiera me oíste gritándote que lo dejaras en el suelo.

– Me debería usted haber hablado, de antemano, sobre todas las posibilidades, como lo hace siempre.

– Yo no sabía cuáles eran todas las posibilidades. En lo que concierne a los seres inorgánicos, soy casi un novicio. Repudié esa parte del conocimiento de los brujos por ser demasiado caprichosa y difícil de manejar. No quiero estar a merced de ninguna entidad, ya sea orgánica o inorgánica.

Ese fue el final de nuestra conversación. Su reacción, la cual sentí definitivamente negativa, debería haberme preocupado, pero no lo hizo. De algún modo me encontraba seguro de que estaba bien todo lo que hice. De allí en adelante continué mis prácticas de ensueño sin ninguna interferencia de los seres inorgánicos.

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