Tercera aventura en el mar

E n cierta ocasión, estuve muy cerca de morir en el Mediterráneo. Aprovechaba una hermosa tarde de verano bañándome en las cercanías de Marsella, cuando vi a un enorme pez que se me acercaba con la boca abierta. Era evidente la imposibilidad de huir, por lo que decidí achicar el tamaño de mi cuerpo, haciéndome un ovillo. De esta manera, pude deslizarme entre las mandíbulas del pez de una sola pieza, hasta introducirme en su garganta. Reinaba allí absoluta oscuridad y un nada desagradable calor. Era evidente, a su vez, que mi presencia en la garganta molestaba al pez, por lo cual no creo equivocarme al pensar que estaría considerando seriamente el devolverme al exterior. Para ayudarlo en su decisión, comencé a caminar, brincar y a hacer todo tipo de piruetas que incrementaran su malestar. La danza escocesa parecía ser una de las que más lo incomodaban. El pez manifestaba sus molestias con gemidos y sacando medio cuerpo fuera del agua. En este trance estaba, cuando fue avistado por la tripulación de un pesquero italiano que le echó el arpón.

Una vez que nos hallábamos a bordo, oí a los pescadores deliberar sobre cuál sería la mejor manera de cortarlo para obtener la mayor cantidad posible de aceite, y como entiendo a la perfección el italiano, me entró miedo de que sus filos pudieran dañarme a mí también. Para ponerme a salvo, me refugié en el centro mismo de su estómago -donde cabían cómodamente varios hombres-, suponiendo que comenzarían por los extremos. Había calculado mal, ya que empezaron por cortar el vientre, aunque por suerte, sin dañarme. Apenas vislumbré la luz a través del primer tajo, comencé a gritar, expresando mi alegría por ser liberado de tan opresivo cautiverio.

Me es imposible describir con palabras el asombro de los marineros al sentir una voz humana surgir de las entrañas del animal, asombro que creció aún más cuando vieron salir del vientre del pez a un hombre totalmente desnudo.

Para aclarar la situación, les narré la historia tal cual la acabo de contar ahora, y si bien es cierto que se compadecieron de mí, tampoco se cuidaron demasiado de ocultar su risa. Luego de tomar algún alimento, me eché al agua para lavarme y regresé nadando a la playa, donde encontré mis ropas en el mismo lugar donde las había dejado.

Calculo que habré permanecido en el interior del pez unos tres cuartos de hora, más o menos.

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