PREFACIO

Usted podrá preguntarse, a la vista del título del presente volumen, qué relación existe entre Dante y el artículo que antecede, pero no tardará en advertir que dicha relación es alarmante. Como autoridad reconocida en la recepción norteamericana de la Divina Comedia de Dante, fui contratado el pasado verano por Random House para escribir, a cambio de su acostumbrada mísera retribución, algunas observaciones preliminares a este libro.

El texto del señor Pearl deriva de los orígenes de la presencia de Dante en nuestra cultura. En 1867, el poeta H. W. Longfellow completó la primera traducción norteamericana de la Divina Comedia, el revolucionario poema de Dante sobre el más allá. En la actualidad existen más traducciones al inglés de la poesía de Dante que a cualquier otro idioma, y Estados Unidos edita más traducciones del autor que cualquier otro país. La Dante Society of America, de Cambridge, Massachusetts, se enorgullece de ser la organización más antigua existente en el mundo dedicada al estudio y promoción de Dante. Como señalaba T. S. Eliot, Dante y Shakespeare se reparten entre los dos el mundo moderno, y la mitad del mundo correspondiente a Dante se ensancha de año en año. Pero antes del trabajo de Longfellow, Dante permanecía casi desconocido en Norteamérica. No hablábamos la lengua italiana ni ésta solía enseñarse, no viajábamos al extranjero en número significativo, y los italianos que vivían en Estados Unidos no pasaban de un puñado disperso.

Con toda la fuerza de mi perspicacia crítica, observé, más allá de que se narran en El club Dante prevalecía la fábula sobre la historia. No obstante, buscando en la base de datos Lexis-Nexis para confirmar mi valoración, descubrí la inquietante noticia periodística reproducid; más arriba del Pittsfield Daily Reporter. Inmediatamente me puse el contacto con el doctor Landsman, del Instituto Harve-Bay, y reconstruí un cuadro completo del accidente que había ocurrido casi catorce años antes.

Kenneth Stanton se alejó de su familia, que había salido de excursión para pescar en los Berkshires, y tropezó con una extraña su cesión de animales muertos en un sendero cubierto de hierba: primero, un mapache con el ombligo rebosando de sangre; luego, un zorro; más allá, un oso negro. El muchacho contó después a sus padres que experimentó una especie de hipnosis ante aquella grotesca visión. Perdió el equilibrio y cayó, golpeándose con una hilera de rocas puntiagudas. Quedó inconsciente y con fractura de un tobillo, lo atacaron los gusanos barrenadores primarios de las moscas azules Cinco días más tarde, Kenneth Stanton, de diez años de edad, sucumbió a unas súbitas convulsiones mientras convalecía en su cama, La autopsia encontró doce larvas de Cochliomyia hominivorax, una de las especies de insectos más mortífera, extinguida desde hacía cincuenta años, o eso se creía.

La especie rediviva de mosca, mostrando una capacidad de supervivencia en distintos climas de la que no se tenía noticia previa, ha sido introducida desde entonces en el Próximo Oriente, al parecer en cargamentos de mercancías, y mientras escribo diezma el ganado y la economía del norte de Irán. Con posterioridad se ha formulado la teoría, a partir de hallazgos científicos publicados en Abstract of Entomology, del pasado año, de que la evolución divergente manifestada por las moscas se originó en el noreste de Estados Unidos en torno a 1865.

Para la pregunta de cómo empezó allí, al parecer no hay respuesta salvo, ahora estoy dolorosamente convencido, en los detalles de El club Dante. Desde hace más de cinco semanas, me he impuesta la tarea de someter el original de Pearl a un examen adicional a cargo de ocho de los catorce colegas docentes que tengo este semestre. Han analizado y catalogado los aspectos filológicos e historiográficos achacables únicamente al ego del autor. Cada día que pasa, somos testigos de alguna prueba más del notable grado de tristeza y de gloria que experimentaron Longfellow y sus protectores el año del sexto centenario del nacimiento de Dante. He renunciado a cualquier retribución, pues esto ya no era el prefacio que empecé a escribir como una advertencia. La muerte de Kenneth Stanton ha abierto de par en par la puerta cerrada de la llegada de Dante a nuestro mundo y de los secretos que aún permanecen por desvelar en nuestro tiempo. De ellos sólo quiero prevenirlo a usted, lector. Por favor, si continúa, recuerde ante todo que las palabras pueden sangrar.


Profesor C. LEWIS WATKINS

Cambridge, Massachusetts

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