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Rebuscando en una vieja caja de pasta de papel reciclado donde guardábamos nuestra correspondencia antigua encontré esta carta.


21 de febrero de 1989

Querido Lucas:

Me encuentro algo perdida en medio del desierto del valle de Camarones, en la zona norte de Chile, casi limítrofe con la frontera con Perú. Es pasada la medianoche y hace un frío de muerte. Me cubre una frazada de alpaca y escribo a la luz de las velas, en unos barracones provisionales que hemos montado por aquí. La localidad más próxima es San Pedro de Atacama. Tendrías que ver estos paisajes. Inmensas colinas de tierra calcinada, semejantes a dunas salpicadas de pequeños arbustos y cactus, que suben y bajan hasta el mar. Creo que tú sabrías apreciar muy bien la belleza salvaje de estos páramos. A lo lejos se divisa el Pacífico, como una continuación del cielo. Y si miras con prismáticos hacia el este, divisas en la lejanía, medio diluida en la calima, la impresionante cordillera de los Andes. Fui buscando el paraíso perdido de los chinchorro y he acabado perdida en el paraíso. El clima es aquí extremo. La aridez desértica es absoluta. Durante el día, el sol abrasa. Los primeros días me quemé el cuello, a pesar de las cremas, y no paraba de sudar. Creí que no llegaría a soportarlo. Ahora lo sobrellevo mucho mejor, y hacia la media tarde, cuando empiezan a caer en picado las temperaturas, me siento incluso feliz. Ando a cada trecho bebiendo litros y litros de agua, y estoy bronceada como una negrita. Me he jurado no hablarte de mi trabajo, por no seguir tu ejemplo, así que no esperes que lo haga. Puedo decirte, eso sí, que disfruto de cada día que paso aquí. Los compañeros del equipo son gente maravillosa.

Por lo demás, llevamos una vida bastante nómada; nos desplazamos de un asentamiento a otro con las mochilas, la cámara de fotos, la brújula, nuestros enseres que tintinean en los costados de la mochila (escalímetro, cucharillas, linternas, palas y escobillas), y un auténtico cargamento de agua mineral. Parecemos una tropa perdida en medio del desierto. La gente nos mira con curiosidad, ya que por aquí no suelen pasar turistas. Sentimos como si, bajo el suelo que pisamos, esté el latido de las momias chinchorro: todo el valle está sembrado de ellas. La primera que se encontró la desenterró un perro en una playa, así que imagínate. Hay un millar de secretos ocultos bajo la tierra.

Todavía estaré cuatro meses más por aquí, en labores de catalogación. Está siendo una experiencia apasionante. ¡Me encuentro rodeada por las momias más antiguas del mundo! Menos mal que, de momento, no se mueven. La sequedad extrema del clima ha posibilitado que se conserven en relativo buen estado. Pero además, este desierto me fascina. ¡Parece tan irreal! Uno se encuentra de veras consigo mismo. Uno siente a Dios en esta vastedad infinita. Creo que a ti te gustaría.

Estoy aprendiendo mucho y disfrutando de esta gran oportunidad. Te echo muchísimo de menos.

La luz de la vela se me apaga con este viento frío cargado de arena. Voy a dejarte ya antes de quedarme a oscuras. Un beso, otro beso.

ELENA


Las cartas nunca se leen de la misma forma dos veces, y menos aún cuando entre la primera y la segunda lectura han transcurrido varios años y quien la escribió ha dejado de existir. Por lo demás, ninguna alusión a Gustavo Valenzuela ni a la máscara de jade.

Dejar de trabajar y pasar a ser un desempleado no era algo que contribuyera a sentirme mejor. Sin embargo, me había sacudido de encima al Proyectazo, no volvería a pisar ese laboratorio, y a fin de cuentas esto parecía un pequeño paso en la dirección correcta. Me obligaba a buscar un nuevo trabajo, a tomar decisiones, a no quedarme parado. Todavía estaba pendiente de resolución el puesto en el Laboratorio Nacional de Brookhaven, dado que la prueba de selección no pudo cerrarse al tener que regresar a Madrid tras el accidente que costó la vida a Elena.

Por entonces recibí una llamada telefónica del señor Walter Jefferson, jefe del departamento de Selección de Personal del laboratorio de Brookhaven y hombre de confianza de Barry Ledig, para recordarme que la siguiente semana tendría lugar en una oficina de París la última prueba. Me confirmó que éramos tres candidatos para el puesto de subdirector, y que los dos que no lo consiguieran tendrían, no obstante, asegurada una plaza en la División Experimental del RHIC. Tras confirmar la reserva en un hotel exclusivo, me facilitó la dirección de la oficina de Montparnasse en la que debía presentarme el 9 de diciembre. Preguntado sobre el formato de la prueba, fue en extremo reservado. Tenía un acento yo diría que escocés. Tras desearme una buena estancia en París, me dictó un par de teléfonos de contacto, uno de Brookhaven y otro de París por si surgía cualquier eventualidad.

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