Al día siguiente, al comenzar a caer la noche, don Juan vino al cuarto donde yo hablaba con Genaro. Me tomó del brazo, y cruzamos la casa hasta el patio trasero. Ya había oscurecido bastante. Empezamos a caminar alrededor del corredor.
Mientras caminábamos, don Juan me dijo que quería advertirme nuevamente que, en el camino del guerrero es muy fácil perderse en complejidades. Dijo que los videntes se enfrentan a grandes enemigos que pueden destruir sus propósitos, enturbiar sus objetivos y debilitarlos; enemigos creados por el mismo conocimiento que los guerreros buscan, aunado al sentido de indolencia, imprudencia e importancia personal que son partes integrales del mundo cotidiano.
Comentó que fueron tan enormes y tan graves los errores cometidos por los antiguos videntes como resultado de la indolencia, la imprudencia y la importancia personal que los nuevos videntes no tuvieron más opción que rechazar su propia tradición.
– La cosa más importante que necesitaban los nuevos videntes -prosiguió don Juan-, eran medidas prácticas para poder mover sus puntos de encaje. Puesto que no las tenían, empezaron por desarrollar un gran interés en ver el resplandor de la conciencia, y como resultado perfeccionaron tres técnicas que llegaron a ser sus obras maestras.
Don Juan dijo que, con esas tres técnicas, los nuevos videntes lograron una extraordinaria y sumamente difícil hazaña. Lograron mover sistemáticamente el punto de encaje de su posición acostumbrada. Reconoció que los antiguos videntes también habían logrado la misma hazaña, pero por medio de maniobras con bases caprichosas e idiosincráticas.
Explicó que lo que los nuevos videntes vieron, al examinar el resplandor de la conciencia, dio lugar al orden en el que arreglaron las verdades del estar consciente de ser, descubiertas por los antiguos videntes. Ese orden se conoce como la maestría de la conciencia. Partiendo de ahí, desarrollaron las tres técnicas. La primera es la maestría del acecho, la segunda es la maestría del intento y la tercera es la maestría del ensueño. Aseveró que me había enseñado las tres desde el primer día en que nos conocimos.
Me dijo que, siguiendo la recomendación de los nuevos videntes, me había enseñado la maestría de la conciencia de dos maneras. En sus enseñanzas para el lado derecho, que aplicó en mi estado de conciencia normal, cumplió dos objetivos: me enseñó el camino del guerrero y aflojó mi punto de encaje de su posición original. En sus enseñanzas para el lado izquierdo, que llevó a cabo en estado de conciencia acrecentada, también logró dos objetivos: me dio una larga serie de explicaciones e hizo que mi punto de encaje se moviera a todas las posiciones que fui capaz de sostener.
Don Juan dejó de hablar y se detuvo. Se recostó contra un pilar del patio y empezó a hablar acerca del acecho. Dijo que tuvo orígenes muy humildes y fortuitos. Partió de una observación hecha por los nuevos videntes: que cuando los guerreros se comportan de maneras no acostumbradas, en una forma sistemática y continua, emanaciones internas que ordinariamente nunca se usan empiezan a resplandecer. Y sus puntos de encaje se mueven de una manera lenta, armoniosa, apenas notable.
Estimulados por esta observación, los nuevos videntes comenzaron a practicar el control sistemático de su conducta. Llamaron a esta práctica el arte del acecho. Don Juan dijo que, aunque el término era inconveniente, el nombre resultaba apropiado, porque acechar implicaba un específico tipo de conducta con la gente, un comportamiento que podría clasificarse como clandestino o furtivo.
Armados con esta técnica, los nuevos videntes abordaron lo conocido de una manera sobria y fructífera. Mediante su práctica continua, movieron a sus puntos de encaje de una forma lenta pero constante.
– En materia de procedimientos, el acecho es uno de los dos grandes logros de los nuevos videntes -dijo-. Ellos son los que decidieron que se le debía enseñar esa técnica a un nagual de hoy en día cuando su punto de encaje se ha movido a bastante profundidad en el lado izquierdo. El motivo de esta decisión es que el nagual tiene que aprender los principios del acecho sin el estorbo del inventario humano. Después de todo, el nagual es el líder de un grupo, y para guiar a ese grupo tiene que actuar con tremenda rapidez sin tener primero que cavilar en lo que va a hacer.
"Otros guerreros pueden aprender el acecho en la conciencia normal, aunque es aconsejable que lo hagan en la conciencia acrecentada, no tanto por el valor de la conciencia acrecentada, sino porque le infunde al acecho un misterio que realmente no posee; el acecho es simplemente comportamiento con la gente.
Dijo que ahora yo podía entender que el movimiento del punto de encaje era la razón por la cual los nuevos videntes le daban un valor tan alto a los pinches tiranos. Actuar con los pinches tiranos obliga a los videntes a usar los principios del acecho, y al hacerlo, los ayuda a mover sus puntos de encaje.
Le pregunté si los antiguos videntes tenían alguna noción acerca de los principios del acecho.
– Acechar pertenece exclusivamente a los nuevos videntes -dijo-. Ellos son los que tuvieron que tratar con la gente. Los otros estaban tan absortos en su sentido del poder que ni siquiera sabían que existía la gente, hasta que la gente les cayó encima y los exterminó. Pero tú ya sabes todo esto.
Don Juan dijo enseguida que la maestría del intento y la maestría del acecho eran las dos obras maestras de los nuevos videntes y que marcan el advenimiento de los videntes actuales. Explicó que en sus esfuerzos por sacarle ventaja a sus opresores, los nuevos videntes usaron todas las posibilidades. Sabían que sus predecesores había logrado hazañas extraordinarias manejando una fuerza misteriosa y milagrosa que sólo pudieron describir como el poder. Los nuevos videntes tenían muy poca información acerca de esa fuerza, y por eso se vieron obligados a verla y a examinarla sistemática y minuciosamente. Sus esfuerzos fueron ampliamente recompensados cuando descubrieron que esa fuerza es la energía del alineamiento.
Comenzaron viendo cómo el resplandor de la conciencia aumenta de tamaño e intensidad conforme las emanaciones interiores del capullo se alínean con las emanaciones en grande. Al igual que hicieron con el acecho, usaron esa observación como trampolín, y siguieron adelante, desarrollando una compleja serie de técnicas para manejar ese alineamiento.
Al principio se referían a esas técnicas como la maestría del alineamiento. Luego se dieron cuenta que lo que estaba involucrado era mucho más que el alineamiento, era la energía que surge del alineamiento de emanaciones. A esa energía la llamaron voluntad.
La voluntad se convirtió en la segunda base de su serie de técnicas. Los nuevos videntes la entendieron como un estallido de energía, ciego, impersonal, ininterrumpido, que nos hace comportarnos como lo hacemos. La voluntad es responsable de nuestra percepción del mundo cotidiano, e indirectamente, a través de la fuerza de esa percepción, es responsable de la localización del punto de encaje en su posición acostumbrada.
Don Juan dijo que los nuevos videntes examinaron cómo tiene lugar la percepción del mundo de la vida diaria y vieron los efectos de la voluntad. Vieron que el alineamiento es renovado incesantemente para conferirle así continuidad a la percepción. Para renovar cada vez el alineamiento con el frescor que necesita para crear un mundo vivo, la descarga de energía que procede de esos mismos alineamientos se redirige automáticamente para reforzar algunos alineamientos selectos.
Esta nueva observación les sirvió a los nuevos videntes como otro trampolín que los ayudó a alcanzar la tercera base de sus técnicas. La llamaron intento y la describieron como guiar la voluntad, o guiar intencionalmente la energía del alineamiento.
– El nagual Julián obligó a Silvio Manuel, a Genaro y a Vicente a concentrarse en esos tres aspectos del conocimiento de los videntes -prosiguió-. Genaro es el maestro del manejo de la conciencia, Vicente es el maestro del acecho y Silvio Manuel es el maestro del intento.
Durante un largo rato, don Juan habló con las mujeres aprendices. Lo escucharon con una expresión de seriedad en los rostros. A juzgar por la feroz concentración de las mujeres, yo estaba seguro que les estaba dando instrucciones detalladas acerca de difíciles procedimientos.
Me habían excluido de la reunión, pero yo los había observado mientras hablaban en el cuarto delantero de la casa de Genaro. Yo estaba sentado en la cocina, esperando a que terminaran.
Finalmente las mujeres se pusieron de pie para partir, pero antes de hacerlo, vinieron a la cocina con don Juan. Él se sentó frente a mí mientras las mujeres hablaban con penosa formalidad. Luego me abrazaron: Todas estaban inusitadamente amigables conmigo, incluso comunicativas. Dijeron que partían a reunirse con los otros aprendices que habían salido con Genaro horas antes. Genaro les iba a enseñar a todos ellos su cuerpo de ensueño.
En cuanto se fueron, don Juan reanudó su explicación. Dijo que conforme pasó el tiempo y los nuevos videntes establecieron sus prácticas, se dieron cuenta de que bajo las condiciones prevalecientes de vida, el acecho sólo movía mínimamente los puntos de encaje. Para lograr el máximo efecto, el acecho necesitaba de un medio ambiente ideal; necesitaba pinches tiranos en posiciones de gran autoridad y poder. Se volvió cada vez más difícil para los nuevos videntes encontrar tales situaciones; la tarea de improvisarlas, o de buscarlas adrede, se convirtió en una carga insoportable.
Los nuevos videntes juzgaron que era imperativo ver las emanaciones del Águila, a fin de encontrar una manera más conveniente de mover el punto de encaje. Al tratar de ver las emanaciones se enfrentaron con un serio problema. Se dieron cuenta de que no hay manera de verlas sin correr un riesgo mortal, y sin embargo tenían que verlas. Esa fue la época en la que usaron la técnica de ensueño de los antiguos videntes como un escudo para protegerse del golpe mortal de las emanaciones del Águila. Y, al hacerlo, encontraron que el ensueño en sí era la manera más efectiva de mover el punto de encaje.
– Una de las órdenes más estrictas de los nuevos videntes -prosiguió don Juan-, fue que los guerreros tienen que aprender a ensoñar mientras están en un estado de conciencia normal. Siguiendo esa orden, comencé a enseñarte el ensueño casi desde el primer día en que nos conocimos.
– ¿Por qué ordenan los nuevos videntes que el ensueño tiene que enseñarse en la conciencia normal? -pregunté.
– Porque ensoñar es muy peligroso y los ensoñadores muy vulnerables -dijo-. Es peligroso porque la fuerza del alineamiento es inconcebible; y los ensoñadores son vulnerables porque el ensueño los deja a merced de esa fuerza.
"Los nuevos videntes descubrieron que en nuestro estado de conciencia normal tenemos incontables defensas que pueden protegernos de la fuerza de las emanaciones que nunca son usadas y que repentinamente se alinean en el ensueño.
Don Juan explicó que el ensueño, como el acecho, también comenzó con una simple observación. Los antiguos videntes observaron que en sueños, el punto de encaje se mueve ligeramente al lado izquierdo, de una manera muy natural. Y aunque uno no sueñe, el punto de encaje pierde algo de su fijeza mientras uno duerme, y empieza a hacer resplandecer muchísimas emanaciones que nunca se usan.
Los antiguos videntes inmediatamente tomaron esa observación, y empezaron a trabajar con ese movimiento natural hasta que pudieron controlarlo. Llamaron a ese control ensoñar, o el arte de manejar el cuerpo de ensueño.
Comentó que no hay manera de describir la inmensidad del conocimiento acerca del ensueño que los antiguos videntes tenían. Sin embargo, sólo en muy escasa medida resultó útil a los nuevos videntes. Y así, al llegar el momento de la reconstrucción, ellos sólo utilizaron lo más esencial del ensoñar para ver las emanaciones del Águila y para mover sus puntos de encaje.
Dijo que los videntes, antiguos y nuevos, entendían el ensueño como el control del leve movimiento natural que experimenta el punto de encaje durante el sueno. Subrayó que el controlar ese cambio no implica de ninguna manera dirigirlo, sino mantener al punto de encaje fijo en la posición a la que se mueve durante el sueño; una maniobra extremadamente difícil que los antiguos videntes lograron perfeccionar con enorme esfuerzo y concentración.
Don Juan explicó que los ensoñadores tienen que llegar a un equilibrio muy sutil, porque no pueden interferir en los sueños, ni tampoco pueden imponer sus deseos en ellos, y sin embargo el movimiento del punto de encaje debe obedecer la orden del ensoñador, una contradicción que no puede ser racionalizada pero que debe resolverse en la práctica.
Después de observar a los ensoñadores mientras dormían, los antiguos videntes decidieron dejar que los sueños siguieran su curso natural. Habían visto que en algunos sueños, más que en otros, el punto de encaje del ensoñador penetraba en el lado izquierdo a una profundidad considerablemente mayor. Esta observación les planteó la pregunta de que si el contenido del sueño hace moverse al punto de encaje, o si el movimiento del punto de encaje en sí produce el contenido del sueño al activar emanaciones que no se usan de ordinario.
Pronto se dieron cuenta de que el movimiento del punto de encaje al interior del lado izquierdo es lo que produce los sueños. Mientras más profundo es el movimiento, más vívido y extraño es el sueño. Inevitablemente, trataron de dirigir sus sueños para lograr que sus puntos de encaje penetraran profundamente en el lado izquierdo. Al tratarlo, descubrieron que cuando los sueños son dirigidos, consciente o semiconscientemente, el punto de encaje regresa de inmediato a su lugar de costumbre. Puesto que lo que querían era que ese punto se moviera, llegaron a la inevitable conclusión de que interferir en los sueños era interferir en el movimiento natural del punto de encaje.
Don Juan dijo que así empezaron los antiguos videntes a desarrollar su asombroso conocimiento del ensueño, un conocimiento que tuvo una tremenda influencia en lo que los nuevos videntes consideraban como su meta final, pero que les fue de muy poco uso en su forma original.
Me dijo que en sus enseñanzas para el lado derecho, yo erróneamente había entendido que el ensueño era el control de los sueños; y que todos los ejercicios que me hizo cumplir, como el encontrar mis manos en mis sueños, no estaban planeados para entrenarme a dirigir mis sueños. Esos ejercicios estaban diseñados para mantener mi punto de encaje fijo en el lugar al que se había movido en mi sueño. Añadió que ahí era donde los ensoñadores tenían que lograr un equilibrio sutil. Lo único que ellos podían dirigir era la estabilidad de sus puntos de encaje. Los videntes son como pescadores equipados con un hilo de pescar y un anzuelo que se hunde dondequiera que puede; lo único que ellos pueden hacer es mantener el anzuelo anclado al lugar en el que se hundió.
– Dondequiera que se mueva el punto de encaje en los sueños se llama posición de ensueño, -prosiguió-. Los antiguos videntes se volvieron tan expertos en mantener su posición de ensueño que incluso podían despertar mientras sus puntos de encaje seguían anclados allí.
"Los antiguos videntes llamaron cuerpo de ensueño a ese estado, porque lo controlaban al grado de crear un nuevo cuerpo provisional cada vez que despertaban en una nueva posición de ensueño.
– Tengo que aclararte que el ensueño tiene un terrible inconveniente -continuó-. Pertenece a los antiguos videntes. Esta viciado con su estado de ánimo. He sido muy prudente contigo al enseñarte a ensoñar, pero aún así el peligro es inminente.
– ¿De qué me está usted previniendo, don Juan? -pregunté.
– Te estoy previniendo de los impresionantes peligros que existen en el ensueño -contestó-. Al ensoñar realmente no hay manera de dirigir el movimiento del punto de encaje; lo único que afecta a ese movimiento es la fuerza o la debilidad interna de los ensoñadores. Y ahí tenemos al primer peligro inminente.
Dijo que al principio los nuevos videntes tuvieron profundos escrúpulos en usar el ensueño. Estaban seguros de que, en vez de fortificar, el ensueño debilitaba y volvía compulsivos y caprichosos a los guerreros. Todos los antiguos videntes fueron así. Puesto que no les quedaba otra opción más que usarlo, para contrarrestar el atroz efecto del ensueño los nuevos videntes desarrollaron un magnifico sistema de comportamiento llamado el camino o la senda del guerrero.
Con ese sistema, los nuevos videntes se fortificaron y adquirieron la fuerza interna que necesitaban para guiar en sueños el movimiento del punto de encaje. Don Juan subrayó que la fuerza de la que hablaba no era solamente la convicción. Nadie podría tener convicciones más fuertes que los antiguos videntes, y sin embargo eran débiles. Tener fuerza interna significaba poseer un sentido de ecuanimidad, casi de indiferencia, un sentimiento de sosiego, de holgura. Pero sobre todo, significaba tener una inclinación natural y profunda por el examen, por la comprensión. Los nuevos videntes llamaron sobriedad a todos estos rasgos del carácter.
– La convicción que tienen los nuevos videntes -prosiguió-, es que una vida de impecabilidad lleva de por sí, inevitablemente, a un sentido de sobriedad, y eso a su vez hace moverse al punto de encaje.
"Ya te dije que los nuevos videntes creían que el punto de encaje puede moverse, desde adentro. Ellos sostuvieron que los hombres impecables no necesitan que alguien los guíe, que por sí solos, mediante el ahorro de su energía pueden hacer todo lo que hacen los videntes. Lo único que necesitan es una oportunidad mínima; solamente necesitan estar conscientes de las posibilidades que los videntes han descubierto."
Le dije que nos encontrábamos otra vez en la misma posición en la que nos hallábamos siempre en mi estado de conciencia normal. Yo seguía convencido de que la impecabilidad o el ahorro de energía eran conceptos tan vagos que podían ser interpretados por cualquiera como se le diera la gana.
Quería decir más para continuar mi alegato, pero un extraño sentimiento se apoderó de mí. Fue una sensación física, como si yo atravesara velozmente una masa. Y luego rechacé mi propio argumento. Supe sin duda alguna que don Juan tenía razón. Todo lo que se requiere es impecabilidad, eso es energía. Todo comienza con un solo acto que tiene que ser premeditado, preciso y continuo. Si ese acto se lleva a cabo por un periodo de tiempo largo uno adquiere un sentido de intento inflexible que puede aplicarse a cualquier cosa. Si se logra ese intento inflexible el camino queda despejado. Una cosa llevará a otra hasta que el guerrero emplea todo su potencial.
Cuando le conté a don Juan las ideas que se me acababan de ocurrir, se rió con verdadero deleite y exclamó que eso era un ejemplo llovido del cielo. Explicó que la sobriedad había movido a mi punto de encaje a una posición que fomentaba la comprensión. Pero, de igual manera, el capricho pudo moverlo a una posición que sólo aumenta la importancia personal, como sucedió incontables veces en el pasado.
– Hablemos ahora del cuerpo de ensueño -prosiguió-. Los antiguos videntes concentraron todos sus esfuerzos en explorar y explotar el cuerpo de ensueño. Y lograron usarlo como un cuerpo más práctico, lo que equivale a decir que se recreaban a sí mismos de maneras cada vez más extrañas.
Don Juan sostuvo que era un conocimiento general entre los nuevos videntes que grandes grupos de los antiguos brujos toltecas jamás regresaron después de despertar en una posición de ensueño de su preferencia. Dijo que era muy posible que todos murieron en esos mundos inconcebibles, pero que también era posible que aún siguiesen vivos, en sabe Dios qué desfiguradas formas o maneras.
Dejó de hablar, me miró y soltó una gran carcajada.
– Te mueres por preguntarme qué hacían los antiguos videntes con el cuerpo de ensueño, ¿no es verdad? -preguntó alentándome a hacer la pregunta con un movimiento de su mentón.
Don Juan declaró que Genaro, siendo el maestro indisputable del estar consciente de ser, me había mostrado su cuerpo de ensueño muchas veces, mientras me encontraba en un estado de conciencia normal. El efecto que buscaba Genaro con sus demostraciones era que mi punto de encaje se moviera, no desde una posición de conciencia acrecentada, sino desde, su posición normal.
Luego, como si me estuviera dando a conocer un secreto, don Juan me dijo que Genaro nos esperaba en unas arboledas cercanas a la casa, para mostrarme su cuerpo de ensueño. Repitió una y otra vez que yo me encontraba en el estado de conciencia ideal para ver y entender lo que realmente es el cuerpo de ensueño. Me hizo ponerme de pie, cruzamos el cuarto y llegamos a la puerta de la calle. Cuando yo estaba a punto de abrirla, me di cuenta de que alguien estaba acostado sobre una pila de petates que los aprendices usaban como camas. Pensé que uno de ellos había regresado a la casa mientras don Juan y yo conversábamos en la cocina.
Me acerqué a él y entonces noté que era Genaro. Estaba profundamente dormido, roncando en paz, de cara al suelo.
– Despiértalo -me dijo don Juan-. Tenemos que irnos. Debe estar agotado.
Lo sacudí muy despacio. Lentamente se dio vuelta, haciendo los ruidos de alguien que despierta de un profundo sueño. Estiró los brazos y abrió los ojos. Involuntariamente grité y salté hacia atrás.
Los ojos de Genaro no eran ojos humanos. Eran dos puntos de intensa luz ambarina. Mi susto fue tan tremendo que me mareé. Don Juan me golpeó la espalda con cierta fuerza y restauró mi equilibrio.
Genaro se puso de pie y me sonrió. Sus rasgos estaban rígidos. Se movía como si estuviera borracho o le faltara coordinación física. Pasó a mi lado y se dirigió hacia la pared. Me encogí anticipando el choque, pero atravesó la pared como si ésta no estuviera ahí. Volvió al cuarto por la puerta de la cocina. Mientras lo observaba con un horror sin nombre, Genaro caminó por las paredes, con el cuerpo paralelo al piso, y por el cielo raso, parado de cabeza.
Caí de espaldas al tratar de seguir sus movimientos. Desde esa posición ya no vi a Genaro; veía en cambio una burbuja de luz que se movía por el cielo raso arriba de mí y por las paredes dándoles vueltas al cuarto. Era como si alguien paseara el haz de luz de una enorme linterna eléctrica por el cielo raso y las paredes. Finalmente, el haz de luz se apagó. Desapareció de vista desvaneciéndose contra la pared.
Miré a don Juan y le dirigí una pregunta muda. Comentó que mi miedo siempre saltaba fuera de toda proporción, y que tenía que luchar para llegar a controlarlo. Me ayudó a incorporarme, y dijo que me había portado muy bien. Había visto el cuerpo de ensueño de Genaro como es en realidad, una burbuja de luz.
Le pregunté cómo podía estar tan seguro de que yo había visto una burbuja de luz. Contestó que él vio moverse a mi punto de encaje, primero hacia su sitio normal para compensar mi susto, y luego lo vio moverse a las profundidades del lado izquierdo, más allá del punto en el que no hay más dudas.
– En esa posición sólo hay una cosa que uno pueda ver: burbujas de energía -prosiguió-. Pero de la conciencia acrecentada a ese otro punto en la profundidad del lado izquierdo sólo hay un corto trecho. La verdadera hazaña es hacer que el punto de encaje se mueva, de su sitio normal, al punto donde no hay más dudas.
Agregó que yo tenía que entrar en ese momento en un estado de conciencia normal porque aun teníamos una cita con el cuerpo de ensueño de Genaro en unas arboledas cercanas a la casa.
Cuando regresamos a la casa de Silvio Manuel, don Juan dijo que la pericia de Genaro con el cuerpo de ensueño no era nada en comparación con lo que habían hecho, o aún hacían los antiguos videntes.
– Eso lo verás muy pronto -dijo con un tono siniestro, y se rió.
Con un miedo creciente, le pregunté qué era lo que quería decir, y eso sólo evocó más risa. Finalmente dijo que me iba a explicar la manera en que los nuevos videntes entendieron al cuerpo de ensueño y la manera en que lo usaron.
– Los antiguos videntes buscaban una perfecta réplica del cuerpo -continuó-, y casi lograron conseguirla. Lo único que no pudieron copiar fueron los ojos. En vez de ojos, el cuerpo de ensueño tiene el resplandor de la conciencia. Nunca te diste cuenta de eso antes, cuando Genaro solía mostrarte su cuerpo de ensueño.
"A los nuevos videntes les importa un comino una perfecta réplica del cuerpo: nunca tuvieron ningún interés en copiarlo. Han conservado, sin embargo, el nombre cuerpo de ensueño para indicar una sensación, un impulso de energía que es transportado por el movimiento del punto de encaje, a cualquier lugar en este mundo, o a cualquier lugar de los siete mundos accesibles para el hombre.
Don Juan delineó el procedimiento usado por los nuevos videntes para lograr el cuerpo de ensueño. Dijo que comienza con un acto inicial, cualquier acto que por el hecho de ser continuo engendra intento inflexible. El intento inflexible lleva al silencio interno, y el silencio interno a la fuerza interna necesaria para mover al punto de encaje en sueños a posiciones convenientes.
Llamó a este orden de sucesión el cimiento. Una vez completado este cimiento viene el desarrollo del control, que consiste en mantener sistemáticamente la posición de ensueño aferrándose tenazmente a la visión del sueño. La práctica constante resulta en una gran facilidad para sostener posiciones de ensueño en nuevos sueños, no tanto porque gane uno control con la práctica, sino porque cada vez que se ejercita este control se fortifica la fuerza interna. A su vez, la fuerza interna fortificada mueve el punto de encaje a posiciones de ensueño, que pueden fomentar la sobriedad; en otras palabras, los sueños sé vuelven, de por sí, más y más maniobrables, incluso más ordenados.
– El desarrollo de los ensoñadores es indirecto -prosiguió-. Es por eso que los nuevos videntes creyeron que podemos ensoñar por nuestra cuenta, solos. Puesto que el ensueño utiliza un movimiento natural del punto de encaje, no deberíamos necesitar ayuda de nadie.
"Lo que verdaderamente necesitamos es sobriedad, y nada puede dárnosla, ni ayudarnos a obtenerla, salvo nosotros mismos. Sin ella, el movimiento del punto de encaje, es caótico, como son caóticos nuestros sueños ordinarios.
"Así que, al fin y al cabo, el procedimiento para llegar al cuerpo de ensueño es la impecabilidad en nuestra vida diaria."
Don Juan explicó que una vez que se adquiere sobriedad, y una vez que las posiciones de ensueño se vuelven progresivamente más fuertes, el siguiente paso consiste en despertarse en una posición de ensueño. Comentó que, aunque da la impresión de ser algo sencillo, la maniobra era en verdad un asunto de tan inmensa complejidad que requiere no sólo de sobriedad sino de todos los atributos del guerrero, especialmente de intento.
Le pregunté en qué forma ayuda el intento a los videntes a despertar en una posición de ensueño. Contestó que la maestría del intento era la técnica más sofisticada que existía, y que era la única manera de dirigir la fuerza del alineamiento. Despertar en una posición de ensueño era sencillamente sostener el alineamiento de emanaciones que han sido encendidas por el movimiento del punto de encaje.
Don Juan dijo que el segundo peligro eminente del ensoñar era la fortaleza misma del cuerpo de ensueño que incita al ensoñador a correr riesgos. Por ejemplo, es muy fácil para el cuerpo de ensueño contemplar las emanaciones del Águila durante largos periodos de tiempo, ininterrumpidamente, pero también es muy fácil que sea totalmente consumido por ellas. Los videntes que contemplaron las emanaciones del Águila sin sus cuerpos de ensueño murieron, y aquéllos que las contemplaron con sus cuerpos de ensueño fueron consumidos por el fuego interior. Los nuevos videntes resolvieron el problema viendo en grupos. Mientras un vidente contemplaba las emanaciones, otros permanecían cerca para prestar ayuda.
– ¿Cómo veían en grupos los nuevos videntes? -pregunté.
– Ensoñaban juntos -contestó-. Como tú mismo sabes, para un grupo de videntes es perfectamente posible activar al unísono las mismas emanaciones que nunca se usan. Y también, en este caso, no existen técnicas conocidas, simplemente ocurre sin uno saber cómo.
Agregó que al ensoñar juntos, algo en nosotros toma la iniciativa y de pronto nos encontramos compartiendo la misma vista con otros ensoñadores. Lo que pasa es que, automáticamente, nuestra condición humana nos hace enfocar el resplandor de la conciencia en las mismas emanaciones que otros seres humanos están usando. Nosotros continuamente ajustamos la posición de nuestros puntos de encaje para cuadrar con la de los que nos rodean. En nuestra percepción ordinaria lo hacemos con el lado derecho de la conciencia, pero también lo podemos hacer con el lado izquierdo, al ensoñar juntos.