Al día siguiente desayunamos al amanecer, después don Juan me hizo cambiar niveles de conciencia.
– Vayamos hoy día a uno de esos sitios originales -le dijo don Juan a Genaro.
– Pues, ándale -dijo Genaro con acento grave. Me miró y entonces agregó en voz baja, como si no quisiera que yo lo escuchara:- Crees que él debe… a lo mejor es mucho…
En cosa de segundos, mi terror y mis sospechas escalaron alturas insoportables. Empecé a sudar y a jadear involuntariamente. Don Juan vino a mi lado y, con una expresión de risa contenida, me aseguró que Genaro simplemente se estaba divirtiendo conmigo, y que nos íbamos a un lugar adonde los antiguos videntes habían vivido hacía miles de años.
Mientras don Juan me hablaba, miré brevemente a Genaro. Con lentitud, movió la cabeza de un lado a otro. Era un gesto casi imperceptible, como si me hiciera saber que don Juan no decía la verdad. Entré en un estado de frenesí nervioso, casi de histeria, y sólo reaccioné cuando Genaro comenzó a carcajearse.
Me maravillé de la facilidad con la que mis emociones subían hasta ser casi incontrolables o se apagaban totalmente.
Don Juan, Genaro y yo caminamos una corta distancia hacia las erosionadas colinas aledañas. Nos sentamos en una enorme roca plana, sobre una ladera de tierra cultivable. El maíz había sido recientemente cosechado.
– Este es un sitio original -me dijo don Juan-. Volveremos aquí, o a otro sitio muy parecido, un par de veces más, durante el curso de mi explicación.
– De noche aquí pasan cosas muy raras -dijo Genaro-. El nagual Julián, de verdad, se consiguió un aliado aquí. O más bien, el aliado…
Don Juan hizo un gesto visible con las cejas y Genaro se detuvo a media oración. Me sonrió.
– Es todavía muy de mañana para contar cuentos de horror -dijo Genaro-. Esperemos a que oscurezca.
Se puso de pie y comenzó a andar a hurtadillas alrededor de la roca, en puntas de pie, con la espina dorsal arqueada hacia atrás.
– ¿Es verdad que su benefactor se consiguió un aliado aquí? -le pregunté a don Juan.
No me contestó al momento. Miraba extático las contorsiones de Genaro.
– Genaro se refería a una manera muy compleja de usar la conciencia de ser -me contestó al fin, sin dejar de mirar a Genaro.
Genaro completó una vuelta alrededor de la roca y se sentó a mi lado. Resollaba penosamente, casi sin aliento.
Don Juan parecía estar fascinado por lo que Genaro había hecho. De nuevo sentí que se divertían conmigo, que ambos planeaban algo que yo desconocía.
De pronto, don Juan comenzó su explicación. Su voz me tranquilizó. Dijo que, después de muchos trabajos, los videntes llegaron a la conclusión de que a la conciencia de los seres humanos adultos, madurada por el proceso del crecimiento, ya no se la puede llamar simplemente conciencia de ser, porque su modificación la ha convertido en algo más intenso y complejo, algo que los videntes llaman atención.
– ¿Cómo saben los videntes que la conciencia de ser del hombre crece y se cultiva? -pregunté.
Dijo que en cierto momento, a medida que los seres humanos crecen, una banda de las emanaciones del interior de sus capullos se vuelve muy brillante; conforme los seres humanos acumulan experiencia, esa banda comienza a resplandecer. En algunos casos, el resplandor de la banda aumenta tan dramáticamente que se fusiona con las emanaciones del exterior. Los videntes, al presenciar tal enriquecimiento, tuvieron que concluir que la conciencia de ser es la materia prima y que la atención es el producto final.
– ¿Cómo describen los videntes a la atención? -pregunté.
– Dicen que la atención es domar y enriquecer la conciencia de ser a través del proceso de vivir -contestó.
Dijo que el peligro de las definiciones es que simplifican las cosas para volverlas comprensibles; en este caso, al definir la atención, uno corre el riesgo de transformar un logro mágico y milagroso, en algo común. La atención es el logro individual más grande del hombre. Empieza a desarrollarse desde la conciencia animal, en bruto, hasta que llega a abarcar toda la gama de las alternativas humanas. Los videntes la perfeccionan aún más hasta hacerla cubrir la gama total de posibilidades humanas.
Le pregunté si en la visión de los videntes tenían especial significado las alternativas y las posibilidades.
Don Juan repuso que las alternativas humanas son todo lo que somos capaces de escoger como personas. Tienen que ver con el nivel de nuestra escala cotidiana, con lo conocido; y por lo tanto, son bastante limitadas en número y alcance. Las posibilidades humanas, por otro lado, pertenecen a lo desconocido. No son lo que somos capaces de escoger como personas sino lo que somos capaces de alcanzar como seres vivientes. Dijo que un ejemplo de lo primero, las alternativas humanas, es creer que el cuerpo humano es un objeto entre objetos. Un ejemplo de lo segundo, las posibilidades humanas, es lo que los videntes logran hacer al ver al hombre como un ser luminoso en forma de huevo. Con el cuerpo como objeto uno se enfrenta a lo conocido, con el cuerpo como huevo luminoso uno enfrenta lo desconocido; las posibilidades humanas tienen, por consiguiente, un alcance casi inagotable.
– Los videntes dicen que hay tres tipos de atención -continuó don Juan-. Cuando dicen eso, se refieren sólo a los seres humanos y no a todos los seres conscientes que existen. Pero los tres no son tan sólo tipos de atención, son más bien tres niveles de realización. Son la primera, segunda y tercera atenciones; cada una es un reino independiente, completo en sí mismo.
Explicó que, en el hombre, la primera atención es la conciencia animal, en bruto, que a través del proceso de la experiencia humana ha sido convertida en una facultad compleja, intrincada y extremadamente frágil, que se encarga del mundo cotidiano en todos sus innumerables aspectos. En otras palabras, todo aquello en lo que puede uno pensar forma parte de la primera atención.
– La primera atención es todo lo que somos como hombres comunes y corrientes -prosiguió-. En virtud de su dominio tan absoluto sobre nuestras vidas, la primera atención es la propiedad más valiosa que tenemos. Quizás es incluso nuestra única propiedad.
"Tomando en cuenta su verdadero valor, los nuevos videntes comenzaron un riguroso examen de la primera atención. Sus hallazgos moldearon todas sus perspectivas y las perspectivas de todos sus descendientes, aunque la mayoría de ellos aún hoy en día no entienden lo que aquellos videntes realmente vieron.
Enfáticamente, me advirtió que las conclusiones del riguroso examen de los nuevos videntes tenían muy poco que ver con la razón o la racionalidad, porque para examinar y explicar la primera atención, uno debe verla. Sólo los videntes pueden hacer eso. Pero examinar lo que los nuevos videntes vieron en la primera atención, es esencial, a fin de permitirnos la única oportunidad, en nuestra existencia, de darnos cuenta de nuestras propias funciones.
– En términos de lo que los videntes ven, la primera atención es un intenso resplandor de color ambarino -continuó-. Es un resplandor que invariablemente se mantiene fijo en la parte superior de la superficie del capullo y que abarca lo conocido.
"La segunda atención, por otra parte, es un resplandor muchísimo más intenso y cubre una mayor extensión. Tiene que ver con lo desconocido. Es un estado complejo y especializado que entra en función cuando se utilizan las emanaciones interiores del capullo que ordinariamente permanecen fuera de juego.
"La razón por la cual lo llamo un estado complejo y especializado es que, para poder utilizar las emanaciones que ordinariamente no entran en juego, uno necesita de extraordinarias y elaboradas tácticas que requieren suprema disciplina y concentración.
Comentó que ya me había explicado, en sus enseñanzas para el lado derecho, que la concentración requerida para estar consciente de que uno está soñando es la predecesora de la segunda atención. Esa concentración es una forma de estar consciente de ser que no está en la misma categoría de la conciencia normal necesaria para tratar con el mundo diario.
Dijo que a la segunda atención también se le llama la conciencia del lado izquierdo; y que es el campo más vasto que pueda uno imaginarse, tan vasto que parece ilimitado.
– Yo no me metería en ella. por nada del mundo -agregó-. Es un atolladero tan complejo y grotesco que los videntes sensatos sólo entran en ella bajo las más estrictas condiciones.
"La gran dificultad consiste en que la entrada a la segunda atención es enteramente fácil y su atracción es casi irresistible.
Dijo que los antiguos videntes, siendo maestros consumados del arte de manejar el resplandor de la conciencia, la hicieron expandirse a límites inconcebibles. Dedicaron todo su esfuerzo a extender ese resplandor a todas las emanaciones interiores de sus capullos, encendiéndolas por bandas, una banda a. la vez. Y lo lograron, pero curiosamente, el hecho de encenderlas por bandas los hizo quedar aprisionados en algo tan inmenso que no pudieron salir más de ello.
– Los nuevos videntes corrigieron ese error -prosiguió- y dejaron que el arte de manejar el resplandor de la conciencia se desenvolviera y llegara a extender ese resplandor, de un solo golpe, a todos los confines del capullo luminoso.
"La tercera atención se alcanza así, cuando el resplandor de la conciencia se convierte en el fuego interior; un fuego que no enciende sólo una banda a la vez, sino que enciende a todas las emanaciones del Águila que están en el interior del capullo del hombre.
Don Juan expresó su reverencia y admiración por el esfuerzo premeditado de los nuevos videntes para alcanzar la tercera atención cuando aún tienen vida y están conscientes de su individualidad.
No consideró que valiera la pena discutir los casos fortuitos de hombres y de otros seres conscientes que entran en lo desconocido y en lo que no se puede conocer sin darse cuenta de ello; se refirió a ésto como el don del Águila. Afirmó que para los nuevos videntes el entrar en la tercera atención también es un don, pero tiene un significado diferente. Es más bien como un premio por un logro extraordinario.
Agregó que al momento de morir todos los seres humanos entran en lo que no se puede conocer, y que algunos de ellos sí alcanzan la tercera atención, pero de una forma del todo breve y sólo para purificar el alimento del Águila.
– El logro supremo de los seres humanos -dijo- es alcanzar ese nivel de atención y al mismo tiempo retener la fuerza de la vida, sin convertirse en una conciencia incorpórea que se mueve como un punto vacilante de luz hacia el pico del Águila para ser devorado.
Mientras estuve escuchando la explicación de don Juan, una vez más perdí totalmente de vista todo lo que me rodeaba. Indudablemente, Genaro se había levantado y se había ido, ya que no aparecía por ningún lado, Me sorprendí al darme cuenta de que yo estaba acuclillado en la roca, con don Juan también en cuclillas a mi lado. Me tenía agarrado, muy a la ligera, de los hombros.
Me recosté en la roca y cerré los ojos. Había una suave brisa que soplaba del oeste.
– No te duermas -dijo don Juan-. Por ningún motivo debes quedarte dormido en esta roca.
Me senté. Don Juan me miraba con fijeza.
– Descansa y no pienses en nada -me ordenó-. Deja que se extinga tu diálogo interno.
Usé toda mi concentración para cumplir lo que me pedía, pero una sacudida me hizo volver al nivel de los pensamientos. Al principio no supe lo que era; pensé que acaso me atacaba otra vez la desconfianza. Y en ese instante me di cuenta, como si recibiera una descarga eléctrica, que estaba muy entrada la tarde. Lo que yo habría calculado que fue una hora de conversación con don Juan había ocupado el día entero.
Me incorporé de un salto, plenamente consciente de la incongruencia, aunque no podía concebir lo que me había ocurrido. Sentí una extraña sensación que me impulsaba a correr. Don Juan me saltó encima, deteniéndome a la fuerza. Caímos al suelo, y ahí me retuvo con mano de hierro. No tenía ni la menor idea de que don Juan fuera tan macizo.
Mi cuerpo se sacudió con violencia. Mientras temblaban, mis brazos parecían volar en todas direcciones. Me estaba dando algo como un ataque epiléptico. Sin embargo, un pedazo de mí estaba separado al grado de quedar fascinado viendo a mi cuerpo vibrar, torcerse y sacudirse.
Finalmente, los espasmos se extinguieron y don Juan me soltó. El esfuerzo lo había agotado. Recomendó que volviéramos a subirnos a la roca y nos sentáramos ahí hasta que me sintiera bien.
Una vez que nos sentamos no pude contenerme de hacer mi pregunta de siempre: ¿qué me pasó? Me dijo que mientras me hablaba, Genaro me dio un empujón y que había entrado muy profundamente en el lado izquierdo de la conciencia. Él y Genaro me habían seguido. Y luego yo salí corriendo, con la misma velocidad con la que había entrado.
– Te agarré justo a tiempo -dijo-. De otra forma hubieras acabado en un estado de conciencia normal.
Yo estaba totalmente confundido. Me explicó que los tres estuvimos manejando el resplandor de la conciencia, y que eso indudablemente me asustó.
– Genaro es el maestro de ese manejo -prosiguió don Juan-. Silvio Manuel es el maestro del intento. Los dos fueron forzados, sin misericordia, a entrar en lo desconocido. Mi benefactor hizo con ellos lo que su benefactor hizo con él. En algunos aspectos, Genaro y Silvio Manuel son muy parecidos a los antiguos videntes. Saben lo que pueden hacer, pero no les interesa saber cómo lo hacen. Hoy, Genaro aprovechó la oportunidad para empujar el resplandor de tu conciencia y todos acabamos en los extraños confines de lo desconocido.
Le rogué que me dijera lo que me había ocurrido en lo desconocido.
– Eso tendrás que recordarlo tú. mismo -dijo una voz justo en mi oreja.
Estaba tan convencido de que era la voz del ver que no me asombré en lo más mínimo. Ni siquiera obedecí el impulso de volverme.
– Soy la voz del ver y te digo que eres un pinche pendejo -volvió a hablar la voz y se rió.
Me volví. Genaro estaba sentado detrás de mí. Me sorprendí tanto que me reí quizás un poco más histéricamente que ellos.
– Ya está oscureciendo -me dijo Genaro-. Como te prometí hoy por la mañana, ahorita ya comienza la fiesta y nos va a ir muy bien aquí.
Don Juan intervino y dijo que ya deberíamos parar, porque yo era el tipo de simplón que podría morirse de miedo.
– No es cierto -dijo Genaro tocándome el hombro.
– Mejor pregúntale -le dijo don Juan a Genaro-. El mismo te dirá que es tan simplón que es pendejo.
– ¿A poco eres un pendejo? -me preguntó Genaro frunciendo el ceño.
No le contesté. Y eso hizo que se doblaran de risa. Genaro acabó rodando hasta el suelo.
– Ya se atragantó -le dijo Genaro a don Juan, refiriéndose a mí. Don Juan había saltado velozmente al suelo para ayudarlo a incorporarse-. Jamás admitirá que es un pendejo. Tiene demasiada importancia personal para hacer eso. Pero mira cómo le tiemblan las rodillas cuando piensa lo que le pueda ocurrir porque no confesó que es un pendejo.
Viéndolos reírse, quedé convencido de que sólo los indios podían reír con tanto gozo. Pero asimismo me convencí de que también eran maestros de la malicia india. Siempre se andaban burlando de mí porque no era indio.
De inmediato, don Juan se dio cuenta de mis cavilaciones.
– No dejes que te monte la importancia personal -dijo-. No eres de ninguna manera especial. Ninguno de nosotros lo somos, indios y no indios. El nagual Julián y su benefactor agregaron años de felicidad a sus vidas riéndose de nosotros.
Genaro volvió a subirse a la roca, con agilidad felina, y se sentó a mi lado.
– Si yo fuera tú, me sentiría tan pinche, tan avergonzado que lloraría -me dijo-. Llora. Llora a tus anchas y te sentirás mejor.
Para mi completo asombro, comencé a sollozar. Luego me enojé tanto que rugí con furia. Sólo entonces me sentí mejor.
Don Juan me sacudió del brazo. Me dijo que por lo general la furia da cordura, o que a veces el miedo, o el humor dan cordura. Mi naturaleza violenta hacía que la cordura me viniera a través de la furia.
Agregó que me había debilitado debido a un cambio repentino en el resplandor de la conciencia. Ellos dos habían estado tratando de ayudarme por un largo rato. Aparentemente, Genaro lo había logrado al hacerme rabiar.
Para entonces ya era casi de noche. De pronto, Genaro señaló hacia algo que se movía al nivel de los ojos. En el crepúsculo parecía ser una gran mariposa nocturna que volaba alrededor del lugar en el que estábamos sentados.
– Ten mucho cuidado, tú eres muy exagerado -me dijo don Juan-. No te agites. Deja que Genaro te guíe y no desvíes tu mirada de ese punto que se mueve.
Definitivamente, lo que se movía era una mariposa nocturna. Yo podía distinguir con claridad todos sus detalles. Seguí su vuelo tortuoso y lento hasta que pude ver cada partícula de polvo en sus alas.
Algo me sacó de mi total absorción. Justo a mis espaldas sentí un parpadeo, un ruido silencioso, como si tal cosa fuera posible. Me volví y descubrí que había toda una hilera de gente alineada en el otro borde de la roca, el borde que quedaba un poco más alto que aquel en que estábamos sentados. Supuse que la gente de los alrededores, sospechosos al vernos en la vecindad por todo el día, había llegado con la intención de hacernos daño. Reconocí sus intenciones al instante.
Don Juan y Genaro, sin ponerse de pie, se deslizaron al suelo. De allí, los dos me dijeron al unísono que me bajara de inmediato. Nos alejamos de la roca sin volvernos a mirar si la gente nos seguía. Don Juan y Genaro se rehusaron a hablar mientras caminábamos de regreso a la casa de Genaro. Don Juan incluso me hizo callar con un feroz gruñido, llevando un dedo a sus labios. Genaro no entró a la casa, sino que siguió caminando mientras don Juan abrió la puerta y me empujó adentro.
– ¿Quiénes eran esas personas, don Juan? -le pregunté cuando los dos estábamos sentados y había encendido la lámpara.
– Esos no eran gente -contestó.
– Vamos, don Juan no me venga con esas -dije-. Eran gente como usted y yo, los vi con mis propios ojos.
– Claro que los viste con tus propios ojos -repuso-, pero eso no significa nada. Tus ojos te engañaron. Esos no eran gente como tú y yo, y te estaban siguiendo. Genaro tuvo que alejarlos de ti.
– Si no eran gente, ¿qué eran entonces?
– Ah, ahí está el misterio -dijo-. Es un misterio del resplandor de la conciencia y no puede resolverse con raciocinios. Ese misterio sólo se puede presenciar.
– Déjeme presenciarlo entonces -dije.
– Pero ya lo hiciste, dos veces en un día -dijo-. En este momento no recuerdas lo que has visto, sin embargo lo recordarás cuando vuelvas a encender las emanaciones que resplandecían cuando estabas viendo el misterio al que me estoy refiriendo. Mientras tanto, volvamos a nuestra explicación.
Reiteró que la conciencia de ser comienza con la presión permanente que ejercen las emanaciones en grande sobre las del interior del capullo. Esta presión produce el primer acto de conciencia; detiene el movimiento de las emanaciones atrapadas, que incesantemente luchan por romper el capullo para salir, para morir.
– Los videntes saben que en verdad todos los seres vivientes luchan por morir -continuó-. Lo que detiene a la muerte es estar consciente de ser.
Don Juan dijo que los antiguos videntes se vieron profundamente perturbados por el hecho de que la conciencia detiene a la muerte y a la vez la induce al ser alimento para el Águila. Como no podían explicar esta contradicción, porque no hay manera racional de comprender la existencia, los videntes llegaron a la conclusión de que su conocimiento estaba compuesto de proposiciones contradictorias.
– ¿Por qué desarrollaron un sistema de contradicciones? -pregunté.
– No desarrollaron nada -repuso-. Viendo descubrieron verdades indiscutibles. Esas verdades están ordenadas en términos de contradicciones supuestamente flagrantes, eso es todo.
"Por ejemplo, los videntes tienen que ser seres metódicos, racionales, parangones de sobriedad, y a la vez deben rehusar todas esas cualidades para poder ser completamente libres y abrirse a las maravillas y misterios de la existencia.
Su ejemplo me dejó confundido, pero no en extremo. Comprendí lo que quería decir. Él mismo había patrocinado mi racionalidad sólo para triturarla y exigir que no la tuviera. Le dije cómo entendía su punto de vista.
– Sólo un sentimiento de suprema sobriedad puede tender un puente entre las contradicciones -dijo.
– ¿Podría decirse, don Juan, que el arte es ese puente?
– Al puente entre las contradicciones, lo puedes llamar como quieras, arte, sobriedad, amor, o incluso gentileza, gracia.
Don Juan siguió con su explicación y dijo que, al examinar el resplandor de la conciencia, los nuevos videntes hallaron que todos los seres orgánicos, excepto el hombre, aquietan las emanaciones atrapadas dentro de sus capullos para que ellas puedan alinearse con sus correspondientes emanaciones en grande. Los seres humanos en lugar de eso hacen que su primera atención tome un inventario de las emanaciones del Águila en el interior de sus capullos.
– ¿Qué es un inventario, don Juan? -pregunté.
– Los seres humanos prestan atención a las emanaciones que tienen en el interior de sus capullos -contestó-. Ninguna otra criatura hace eso. En el momento en el que la presión de las emanaciones en grande fija a las emanaciones interiores, la primera atención comienza a observarse a sí misma. Anota todo acerca de sí misma, o por lo menos intenta hacerlo, de maneras aberrantes. Este es el proceso que los videntes llaman hacer un inventario.
"Con esto no quiero decir que los seres humanos eligen hacer un inventario, o que pueden rehusar hacerlo. Hacer un inventario es una orden del Águila. Sin embargo, lo que queda sujeto a la voluntad del hombre es la forma en que se obedece ese comando.
Dijo que aunque no le gustaba llamar comandos a las emanaciones, eso es lo que son: comandos que nadie puede desobedecer. No obstante, la manera de no obedecer las órdenes radica en obedecerlas.
– En el caso del inventario de la primera atención -continuó-, los videntes hacen el inventario, porque no pueden desobedecer. Pero una vez que lo han hecho lo tiran por la ventana. El Águila no nos ordena adorar nuestro inventario: nos ordena hacerlo, esto es todo.
– ¿Cómo ven los videntes que el hombre hace un inventario? -pregunté.
– Las emanaciones interiores del hombre no se aquietan con objeto de aparejarse con las exteriores -contestó-. Esto es evidente después de ver lo que hacen otras criaturas. Al aquietarse, algunas de ellas, se funden con las emanaciones en grande y se mueven con ellas. Por ejemplo, los videntes pueden ver cómo se expande a gran tamaño la luz de las emanaciones de los escarabajos.
"Pero los seres humanos aquietan sus emanaciones y reflexionan en ellas. Las emanaciones se concentran en sí mismas.
Dijo que los seres humanos llevan el comando de hacer un inventario a un extremo lógico y hacen caso omiso de todo lo demás. Una vez que están profundamente involucrados en el inventario, pueden ocurrir dos cosas. Pueden ignorar los impulsos de las emanaciones en grande, o pueden utilizar esos impulsos de una manera muy especializada.
El resultado final de ignorar esos impulsos es un estado único conocido como la razón, el raciocinio. El resultado de usar los impulsos de una manera especializada se conoce como la absorción en uno mismo.
Los videntes perciben la razón humana como un resplandor opaco, extrañamente homogéneo, que sólo en muy raras ocasiones responde a la constante presión de las emanaciones en grande; un resplandor que endurece al capullo, pero que también lo vuelve más quebradizo.
Don Juan comentó que en la especie humana la razón debería abundar, pero que en realidad es muy escasa. La mayoría de los seres humanos eligen la absorción en sí mismos.
Afirmó que para que pueda haber interacción entre los seres vivientes, la conciencia necesita un grado de absorción en sí misma. Pero con la excepción del hombre, ningún ser viviente tiene un grado tal de absorción en sí mismo. Al contrario de los hombres de razón, que ignoran el impulso de las emanaciones en grande, los individuos absortos en sí mismos usan esos impulsos y los convierten en una fuerza que agita aun más las emanaciones en el interior de sus capullos.
Al observar todo esto, los videntes llegaron a una conclusión práctica. Vieron que los hombres de razón llegan a vivir mucho más, porque al no hacer caso del impulso de las emanaciones en grande, aquietan la agitación natural dei interior de sus capullos. Por otra parte, al usar el impulso de las emanaciones en grande para crear una mayor agitación, los individuos absortos en si mismos acortan sus vidas.
– ¿Qué ven los videntes cuando contemplan a seres humanos absortos en sí mismos? -pregunté.
– Los ven como descargas intermitentes de luz blanca, seguidas por largas pausas de opacidad -dijo.
Don Juan dejó de hablar. Yo ya no tenía preguntas que hacerle, o quizás estaba demasiado cansado para preguntar algo más. Hubo un fuerte golpe en la puerta de la calle que me hizo saltar. La puerta se abrió de par en par y Genaro entró, sin aliento. La cerró al entrar y se dejó caer sobre el petate. Estaba cubierto de sudor.
– Estábamos hablando de la primera atención -le dijo don Juan.
– La primera atención sólo sirve con lo conocido -comentó Genaro-. Vale madre con lo desconocido.
– Eso no es del todo correcto -repuso don Juan-, La primera atención funciona muy bien con lo desconocido. Lo bloquea; lo niega con tanta ferocidad que, al final, lo desconocido no existe para la primera atención.
"Hacer un inventario nos vuelve invulnerables -continuó-. Es precisamente por eso que existe el inventario.
– ¿Qué es lo que está usted diciendo? -le pregunté a don Juan.
No contestó. Miró a Genaro como si esperara una respuesta.
– Pero si abro la puerta -dijo Genaro- ¿podría la primera atención bloquear a lo que va a entrar?
– La tuya y la mía no podrían, pero la suya sí -dijo don Juan señalándome-. Vamos a tratarlo.
– ¿Aunque esté en la conciencia acrecentada? -le preguntó Genaro a don Juan.,
– Eso no significa nada -contestó don Juan.
Genaro se puso de pie, fue a la puerta y la abrió de un golpe. Saltó a un lado y al instante entró una ráfaga de viento frío. Don Juan y Genaro se colocaron junto a mí. Ambos me miraron con asombro.
Yo quería cerrar la puerta. El frío me hacía sentirme incómodo. Pero cuando me moví hacia ella, don Juan y Genaro saltaron frente a mí y me escudaron.
– ¿No notas que hay algo extraño en el cuarto? -me preguntó Genaro.
– No, no noto nada -dije, y lo dije sinceramente.
Salvo el viento frío que soplaba por la puerta abierta, no había nada extraño allí.
– Cuando abrí la puerta entraron unos seres muy raros -dijo-. Qué, ¿a poco no los ves?
Había algo en su voz que me decía que esta vez no bromeaba. Y yo no veía absolutamente a ningún ser extraño.
Los tres salimos caminando de la casa, cada uno de ellos estaba pegado a mi costado. Don Juan recogió el quinqué y Genaro cerró con llave la puerta de la calle. Me empujaron dentro del coche a mí primero. Y luego los llevé a la casa de don Juan en el pueblo vecino.