VII. EL PUNTO DE ENCAJE

Después de mi encuentro con los aliados, don Juan interrumpió durante varios meses su explicación de la maestría de la conciencia de ser. Cierto día volvió a iniciarla al aclarar un extraño acontecimiento.

Don Juan estaba en ese entonces en el norte de México. Ya entrada, la tarde, llegué a la casa que él tenía ahí, y de inmediato me hizo cambiar a un estado de conciencia acrecentada. Al instante recordé que don Juan siempre volvía a Sonora a fin de renovarse. Me había explicado que un nagual, siendo un líder con tremendas responsabilidades, debe tener un punto de referencia físico, un lugar en el mundo donde ocurra una confluencia de energías compatibles con él. Para don Juan, el desierto de Sonora era tal lugar.

Al entrar en la conciencia acrecentada, noté que estaba otra persona escondida en la penumbra dentro de la casa. Le pregunté a don Juan si Genaro estaba con él. Contestó que estaba solo, y que yo había visto a uno de sus aliados, el que cuidaba la casa.

Don Juan hizo un gesto extraño. Contorsionó el rostro como si estuviera sorprendido o aterrado. Y al momento se abrió la puerta del cuarto y apareció la figura de un hombre extraño. La presencia del hombre ese me asustó tanto que me sentí hasta mareado. Y antes de que pudiera recuperarme del susto, el hombre se abalanzó sobre mí con escalofriante ferocidad. Me aferró de los antebrazos y sentí una sacudida bastante parecida a la descarga de una corriente eléctrica baja.

Yo estaba enmudecido, prisionero de un terror que no podía dispersar. Don Juan me sonreía. Balbuceé y gemí, tratando de pedir auxilio, mientras sentía una sacudida aún mayor.

El hombre me apretó con más fuerza y trató de tirarme de espaldas al suelo. Don Juan, sin prisa en la voz; me exhortó a que me serenara y a que no combatiera mi miedo, sino que me dejara llevar por él. Ten miedo sin estar aterrado, dijo. Don Juan vino a mi lado y, sin intervenir en mi lucha, me susurró al oído que debía dirigir toda mi concentración al punto medio de mi cuerpo.

A través de los años, insistió en que yo midiera mi cuerpo, hasta en milímetros, y estableciera su exacto punto medio, tanto a lo largo como a lo ancho. Siempre había dicho que tal punto es un verdadero centro de energía en todos nosotros.

En cuanto hube enfocado mi atención en ese punto medio, el hombre me soltó. Al instante me di cuenta de que no era un ser humano sino algo que sólo tenía una vaga similaridad con el hombre. En cuanto perdió su forma humana para mí, el aliado se convirtió en una masa amorfa de luz opaca. Se alejó de mí. Corrí tras ella, impulsado por una gran fuerza que me hacía seguir a esa luz opaca.

Don Juan me detuvo, y caminó conmigo a la ramada de su casa. Me hizo sentar en un macizo cajón de madera que usaba como banca.

El aliado me perturbó intensamente, pero el hecho de que mi terror hubiera desaparecido de manera tan rápida y completa me perturbaba aún más.

Comenté mi repentino cambio. Don Juan dijo que cambios volátiles como el mío no tenían nada de extraño, y que el miedo se extinguía en cuanto el resplandor de la conciencia cruzaba cierto umbral dentro del capullo del hombre.

Empezó entonces su explicación. Brevemente delineó las verdades acerca del estar consciente de ser que ya habíamos discutido. Que no existe un mundo de objetos, sino sólo un universo de campos energéticos que los videntes llaman las emanaciones del Águila, y que cada uno de nosotros está envuelto en un capullo que encierra una pequeña porción de estas emanaciones. Que la conciencia de ser es el producto de la constante presión que ejercen las emanaciones exteriores, llamadas emanaciones en grande, sobre las emanaciones interiores. Que la conciencia da lugar a la percepción, que ocurre cuando las emanaciones interiores se alinean con las correspondientes emanaciones en grande.

– La quinta verdad -prosiguió-, es que la percepción es canalizada porque en cada uno de nosotros hay un factor llamado el punto de encaje, que selecciona emanaciones internas y externas para alinearlas. El determinado alineamiento que percibimos como el mundo es producto del especifico lugar en nuestro capullo donde está localizado nuestro punto de encaje.

Repitió esto varias veces, dándome tiempo para entenderlo. Como yo no di muestras de haberlo comprendido, dijo que para poder entender y corroborar las verdades del estar consciente de ser no se necesitaba raciocinio sino energía.

– Yo te dije una vez -prosiguió-, que tratar con los pinches tiranos ayuda a los videntes a lograr una maniobra de gran sofisticación. Ahora puedo decirte que esa maniobra es mover el punto de encaje.

Dijo que percibir un aliado significaba que yo había sacado a mi punto de encaje de su posición acostumbrada. En otras palabras, el resplandor de mi conciencia había pasado cierto umbral, borrando también así mi terror. Y todo esto ocurrió porque tenía yo energía sobrante.

Horas más tarde, durante la noche, después de completar una parte de sus enseñanzas para el lado derecho en las montañas vecinas, regresamos a su casa y don Juan me hizo cambiar otra vez de niveles de conciencia. Continuó luego con su explicación y me dijo que para describir la naturaleza del punto de encaje, tenía que empezar discutiendo la primera atención.

Dijo que los nuevos videntes examinaron la forma desapercibida en que funciona la primera atención, y al tratar de explicársela a otros, arreglaron las verdades de la conciencia de ser en un orden específico. Me aseguró que no todos los videntes son dados a las explicaciones. Por ejemplo, a su benefactor el nagual Julián le importaban un comino las explicaciones. Pero sí le importaban al nagual Elías, el benefactor del nagual Julián, a quien don Juan tuvo la fortuna de conocer. Entre las largas y detalladas explicaciones del nagual Elías, las breves del nagual Julián, y lo que él verá, don Juan llegó a entender y a corroborar esas verdades.

Don Juan explicó que para que nuestra primera atención pueda enfocar al mundo que percibimos tiene que poner en relieve ciertas emanaciones. Las emanaciones seleccionadas provienen de la estrecha banda en la que se localiza la conciencia del hombre. Las emanaciones desechadas aún quedan al alcance de uno, pero permanecen latentes, desconocidas para el hombre por toda la vida.

Los nuevos videntes llaman a las emanaciones puestas en relieve el lado derecho, la conciencia normal, el tonal, este mundo, lo conocido, la primera atención. El hombre común lo llama realidad, racionalidad, sentido común.

Las emanaciones acentuadas integran una gran porción de la banda del hombre, pero son sólo una pequeña parte del espectro total de emanaciones presentes dentro del capullo. Las emanaciones desechadas, aún dentro de la banda del hombre, son consideradas como el preámbulo de lo desconocido. Lo desconocido propiamente dicho consiste del resto de las emanaciones que no son parte de la banda humana y que jamás son acentuadas. Los videntes las llaman la conciencia del lado izquierdo, el nagual, el otro mundo, lo desconocido, la segunda atención.

– Este proceso de poner en relieve ciertas emanaciones -continuó don Juan-, fue descubierto y practicado por los antiguos videntes. Se dieron cuenta de que un hombre nagual o una mujer nagual, por el hecho de tener más energía que el hombre común, pueden empujar el resplandor de la conciencia y sacarlo de las emanaciones acostumbradas y moverlo a las emanaciones vecinas. Ese empujón es conocido como el golpe del nagual.

Don Juan dijo que este movimiento forzado tuvo una aplicación práctica para los antiguos videntes, quienes la usaron para mantener sojuzgados a sus aprendices. Mediante ese golpe elevaban a sus aprendices a un agudísimo estado de conciencia acrecentada y los transformaban en seres extremadamente impresionables; mientras permanecían indefensos y moldeables, los antiguos videntes les enseñaban aberrantes técnicas de hechicería que convertían a los aprendices en hombres siniestros, iguales a sus maestros.

Los nuevos videntes utilizaron la misma técnica, pero en vez de usarla para propósitos sórdidos, la usaron para guiar a sus aprendices en la investigación de las posibilidades totales del hombre.

Don Juan explicó que el golpe del nagual tiene que darse en un punto preciso, en el punto de encaje, y que el lugar exacto de este punto varía en grados minúsculos de persona a persona. También, el golpe lo tiene que dar un nagual que ve. Me aseguró que es igualmente inútil tener la fuerza de un nagual y no ver, como ver y no tener la fuerza de un nagual. En ambos casos los resultados son simplemente golpes en la espalda. Un vidente podría dar golpes en el punto preciso, una y otra vez, sin tener la fuerza para mover la conciencia, y un nagual que no ve no podría golpear a propósito el punto preciso.

Dijo también que los antiguos videntes descubrieron que el punto de encaje no se encuentra en el cuerpo físico, sino en la concha luminosa, en el capullo. El nagual identifica ese punto por su intensa luminosidad y, más que golpearlo, lo empuja. La fuerza del empujón crea una hendidura en el capullo, y se siente como un golpe en el omóplato derecho, un golpe que saca todo el aire de los pulmones.

– ¿Existen diferentes tipos de hendiduras? -pregunté.

– Sólo hay dos tipos -respondió-. Uno es una concavidad y el otro es una grieta; cada cual tiene un efecto distinto en el estar consciente de ser. La concavidad es una característica provisional, y crea un cambio también provisional; pero la grieta es una característica profunda y permanente del capullo, y por consiguiente produce un cambio permanente.

Explicó que generalmente, un capullo endurecido por la absorción en sí mismo no se ve afectado en absoluto por el golpe del nagual. Sin embargo, en ocasiones el capullo del hombre es muy flexible y la más pequeña fuerza crea una hendidura, como un plato de sopa, que varía desde una depresión del tamaño de una naranja a una que abarca la tercera parte de todo el capullo; o crea una grieta que puede correr a todo lo ancho de la concha luminosa, o a lo largo, dando la impresión de que el capullo se ha enroscado en sí mismo.

Después que se crea la hendidura, algunas conchas luminosas al instante vuelven a cobrar su forma original. Otras retienen la hendidura durante horas o incluso durante días enteros, pero al final recobran su configuración. Y hay otras en las que se forma una hendidura tan firme e inafectable, que requiere de otro golpe del nagual, en una área circunvecina, para restaurar su forma original. Y algunas nunca más pierden la hendidura una vez que la reciben. No importa cuántos golpes reciban de un nagual, jamás recobran sus formas ovoides.

Don Juan dijo que al desplazar el resplandor de la conciencia la hendidura agranda el área de la primera atención. La hendidura presiona a las emanaciones interiores, y los videntes pueden ver cómo la fuerza de esa presión hace que el resplandor de la conciencia brille sobre otras emanaciones en otras áreas que generalmente son inaccesibles para la primera atención.

Le pregunté si el resplandor de la conciencia se ve sólo en la superficie del capullo luminoso. No me contestó de inmediato. Pareció perderse en sus pensamientos. Después de varios minutos contestó a mi pregunta; dijo que normalmente el resplandor de la conciencia de ser era visto en la superficie del capullo de todos los seres conscientes. Sin embargo, cuando el hombre ha desarrollado la atención, el resplandor adquiere profundidad. En otras palabras, es transmitido de la superficie del capullo a un número considerable de emanaciones del interior.

– Los antiguos videntes sabían lo que hacían cuando manejaban el resplandor de la conciencia -prosiguió-. Se dieron cuenta de que creando una hendidura podían forzar al resplandor de la conciencia, ya que resplandece en las emanaciones interiores del capullo, a extenderse a las emanaciones vecinas.

– Usted habla como si todo esto fuera un asunto físico -dije-. ¿Cómo pueden hacerse hendiduras en algo que es tan sólo una luminosidad?

– De alguna manera inexplicable, es un asunto de una luminosidad que crea una hendidura en otra luminosidad -contestó-. Tu defecto es seguir pegado al inventario de la razón. La razón no trata al hombre como energía. La razón trata con instrumentos que crean energía, pero jamás se le ha ocurrido seriamente a la razón que somos mejores que instrumentos: somos organismos que crean energía. Somos una burbuja de energía. Por eso no resulta tan jalado de los cabellos el que una burbuja de energía hiciera una hendidura en otra burbuja de energía.

Dijo que el resplandor de la conciencia, movido por la hendidura, debería llamarse realmente atención provisionalmente acrecentada, porque acentúa emanaciones que están tan próximas a las habituales que el cambio es mínimo. Pero a pesar de ser mínimo, el cambio produce una mayor capacidad para concentrarse, comprender y aprender. Los videntes sabían con exactitud como usar esta mejora cualitativa. Vieron que, después del golpe del nagual, brillaban, de repente, con más fuerza sólo las emanaciones que rodean a aquellas que utilizamos cotidianamente. Las más alejadas permanecen inafectadas, lo que significaba para ellos que, mientras están en un estado de atención provisionalmente acrecentada, los seres humanos pueden tratar con todo como si estuvieran en el mundo de todos los días. La necesidad de un hombre nagual o de una mujer nagual se volvió de suprema importancia para ellos, porque ese estado dura sólo mientras persiste la depresión; cuando se desvanece, todo se olvida de inmediato.

– ¿Por qué es que uno se olvida? -pregunté.

– Porque las emanaciones que permiten mayor claridad dejan de estar en relieve cuando uno sale de la conciencia acrecentada -contestó-. Si el resplandor de la conciencia no brilla más en ellas, lo que uno experimente o atestigüe también se apaga.

Don Juan dijo que una de las tareas que los nuevos videntes desarrollaron para sus aprendices era el forzarlos, años más tarde, a recordar, esto es, a volver a acentuar por sí mismos aquellas emanaciones utilizadas durante estados de conciencia acrecentada.

Me recordó que Genaro siempre me recomendaba aprender a escribir con la punta del dedo en vez de hacerlo con un lápiz, para así no acumular notas. Don Juan me aseguró que lo que Genaro realmente había querido decir era que, mientras estaba yo en estados de conciencia acrecentada, debía utilizar emanaciones no habituales para archivar diálogos y vivencias, y algún día recordarlo todo al hacer brillar nuevamente el resplandor de la conciencia en las emanaciones usadas como archivo.

Prosiguió, explicando que un estado de conciencia acrecentada es visto no sólo como un resplandor que abarca mayor profundidad dentro de la forma ovoide de los seres humanos, sino también como un resplandor más intenso en la superficie del capullo. Sin embargo no es nada comparado con el resplandor producido por un estado de conciencia total, que es visto como una explosión de incandescencia en todo el huevo luminoso. Es una explosión de luz de tal magnitud que los límites de la concha se vuelven difusos y las emanaciones interiores se extienden más allá de todo lo imaginable.

– ¿Esos son casos especiales, don Juan?

– Desde luego. Sólo los videntes los viven. Ningún otro hombre o criatura viviente se ilumina así. Los videntes que premeditadamente alcanzan la conciencia total son algo digno de verse. Ese es el momento en el que arden por dentro. El fuego interior los consume. Y en plena conciencia se funden con las emanaciones en grande, y se expanden en la eternidad.


Me quedé unos días más en Sonora, y luego regresamos en coche a la casa, en el sur de México, donde vivían don Juan y su grupo de videntes.

El día siguiente fue cálido y brumoso. Me sentía con flojera, y de alguna manera molesto. A media tarde había en ese pueblo una quietud desesperante. Don Juan y yo estábamos sentados en los sillones de la sala. Le dije que la vida en el México rural no era lo ideal para mí. Algo me hacía sentir que el silencio del pueblo era forzado. Y esto me causaba una tremenda frustración. El único ruido que alguna vez llegué a escuchar era el sonido de voces de niños gritando, en la distancia. Nunca pude enterarme si jugaban o gritaban de dolor.

– Cuando estás aquí, siempre estás en un estado de conciencia acrecentada -dijo don Juan-. A eso se debe la diferencia. Pero sea como fuera, deberías andar acostumbrándote a vivir en un pueblo así. Algún día vivirás en uno.

– ¿Por qué tendría yo que vivir en un pueblo así, don Juan?

– Ya te expliqué que la meta de los nuevos videntes es ser libres. Y la libertad tiene las más devastadoras implicaciones. Entre ellas está la implicación de que los guerreros deben buscar intencionalmente el cambio. Tu predilección es vivir como lo haces. Estimulas tu razón examinando tu inventario, muy a la ligera, y oponiéndolo a los inventarios de tus amigos. Esas maniobras te dejan muy poco tiempo para hacer un examen de ti mismo y de tu destino. Tendrás algún día que renunciar a todo eso. Ahora, si todo lo que conocieras fuera la calma muerta de este pueblo, tarde o temprano, tendrías que buscar la otra cara de la moneda.

– ¿Es eso lo que hace usted aquí, don Juan?

– Nuestro caso es un poco diferente, porque nos encontramos al final de nuestra senda. No buscamos nada. Lo que todos nosotros hacemos aquí sólo es comprensible para un guerrero. Pasamos de un día a otro sin hacer nada. Estamos esperando. No me cansaré de repetirte esto: sabemos qué estamos esperando y sabemos lo que estamos esperando. ¡Estamos esperando que nos llegue la libertad!

"Y ahora que lo sabes -añadió con una sonrisa maliciosa-, volvamos a nuestra discusión.

En general, cuando nos encontrábamos en ese cuarto no nos interrumpía nadie y don Juan siempre decidía la duración de nuestras sesiones. Pero esta vez alguien tocó la puerta. Genaro entró y tomó asiento. Yo no había visto a. Genaro desde la noche en que precipitadamente salimos de su casa. Lo abracé.

– Genaro tiene algo que decirte -dijo don Juan-.

Ya te he dicho que él es un maestro del arte de manejar la conciencia. Ahora te puedo decir lo que todo eso significa. Genaro puede hacer que el punto de encaje penetre a mayor profundidad en el huevo luminoso después de que el punto ha sido movido de su posición por el golpe del nagual.

Explicó que Genaro había empujado mi punto de encaje, incontables veces, una vez que estaba yo en la conciencia acrecentada. Como aquel día que fuimos a la gigantesca roca plana. Genaro había hecho entonces que mi punto de encaje, se moviera dramáticamente hacia el lado izquierdo; tan dramáticamente que hasta resultó algo peligroso.

Don Juan dejó de hablar y pareció dispuesto a cederle la palabra a Genaro. Movió la cabeza, como dándole una señal a Genaro para que dijera algo. Genaro se incorporó y vino a mi lado.

– Las llamas son muy importantes -dijo en voz baja-. ¿Recuerdas aquel día en que estábamos sentados en aquella gran roca plana, y yo te hice mirar el reflejo de la luz del sol en un pedazo de cuarzo?

Cuando lo mencionó recordé al instante. Aquel día, justo cuando don Juan había dejado de hablar, Genaro señaló la refracción de luz que atravesaba un pedazo de cuarzo pulido que sacó de su bolsa y colocó sobre la roca. De inmediato, el brillo del cuarzo atrajo mi atención. Y eso era todo. En el siguiente instante estaba yo de cuclillas en la roca mientras don Juan, también de cuclillas a mi lado, me miraba con un gesto de preocupación.

Estaba a punto de decirle a Genaro lo que había recordado cuando él comenzó a hablar. Acercó sus labios a mi oído y señaló una de las dos lámparas de gasolina que estaban en el cuarto.

– Mira a la llama -dijo-. En ella no hay calor. Es llama pura. La llama pura puede llevarte a las profundidades de lo desconocido.

Conforme hablaba, comencé a sentir una extraña presión: era una pesadez física. Me zumbaban los oídos; mis ojos lagrimearon al punto de que apenas podía distinguir la forma de los muebles. Mi visión parecía estar totalmente fuera de foco. Aunque tenía abiertos los ojos, ya no podía ver la intensa luz de las lámparas de gasolina. A mi alrededor todo era oscuridad. Había rayos de fosforescencia color verde amarillento que iluminaban oscuras nubes en movimiento. Luego, tan abruptamente como oscureció, aclaró.

No podía determinar dónde estaba. Parecía que flotaba, como un globo. Estaba solo. Tuve un momento de terror, y mi razón se apresuró a elaborar una explicación racional: Genaro me había hipnotizado, usando la llama de la lámpara de gasolina. Me sentí casi satisfecho. Floté sin agitación, tratando de no preocuparme; pensé que una forma de evitar la preocupación era concentrarme en las fases que tendría que atravesar para despertar.

Lo primero que noté fue que yo no era yo mismo. No podía mirar realmente a nada porque no tenía nada con que mirar. Cuando hice un esfuerzo por examinar mi cuerpo me di cuenta de que sólo podía tener conciencia, y sin embargo era como si desde una gran altura contemplara un espacio infinito. Había portentosas nubes de luz brillante y masas de oscuridad; ambas estaban en movimiento. Vi claramente a una onda de resplandor ambarino que venía hacia mí como una enorme y lenta ola marina. Supe en ese instante que yo era como una boya flotando en el espacio y que la ola iba a alcanzarme y a arrastrarme con ella. Lo acepté como algo inevitable. Pero justo antes de que me envolviera ocurrió algo completamente inesperado, un viento fuertísimo me sacó del camino de la ola.

La fuerza de ese viento me arrastró con tremenda velocidad. Atravesé un inmenso túnel de intensas luces coloridas. Mi visión se borró completamente. Luego sentí que despertaba, que había vivido un sueño, un sueño hipnótico provocado por Genaro. El próximo instante estaba de vuelta en el cuarto con don Juan y Genaro.


Dormí la mayor parte del día siguiente. Entrada la tarde, don Juan y yo volvimos a reanudar nuestra discusión. Hablé con Genaro más temprano, pero se negó a comentar mi experiencia.

– Anoche, Genaro empujó de nuevo tu punto de encaje -dijo don Juan-. Pero como siempre, el empujón fue demasiado fuerte.

Con ansia, le relaté a don Juan el contenido de mi visión. Sonrió, obviamente aburrido.

– Tu punto de encaje se alejó de su posición normal -dijo-. Y eso te hizo percibir emanaciones que no son percibidas comúnmente. Parece muy fácil, ¿verdad? Y sin embargo es un logro supremo. Los nuevos videntes casi se extinguieron tratando de examinarlo.

Explicó que, por dos razones, nosotros, los seres humanos, ponemos en relieve ciertas emanaciones para percibirlas. La primera y más importante, es porque nos han enseñado que esas emanaciones son perceptibles, y la segunda, porque nuestros puntos de encaje han sido entrenados a seleccionar y preparar esas emanaciones para ser utilizadas.

– Cada ser viviente tiene un punto de encaje -prosiguió-, que selecciona las emanaciones que serán acentuadas. Los videntes pueden saber si los seres conscientes comparten la misma visión del mundo, al ver si son iguales las emanaciones que sus puntos de encaje han seleccionado.

Afirmó que uno de los más importantes adelantos de los nuevos videntes fue descubrir que el sitio donde se encuentra localizado ese punto, en el capullo de todos los seres vivientes, no es una característica permanente. La conducta habitual lo sitúa en ese sitio específico. De ahí la tremenda importancia que le dan los nuevos videntes a las nuevas acciones, a las nuevas posibilidades prácticas. Desesperadamente, quieren llegara nuevos usos, a nuevos hábitos.

– El golpe del nagual es de suprema importancia -continuó-, porque hace que ese punto se mueva. Altera su ubicación. A veces incluso llega a crear una grieta permanente en ese sitio. El punto de encaje queda completamente desalojado, y la percepción cambia de manera dramática. Pero lo que resulta ser aún de mayor importancia, es entender todas las verdades de la conciencia de ser. Sólo así llega uno a darse cuenta de que ese punto debe moverse desde adentro. La triste verdad es que los seres humanos siempre pierden por negligencia. Simplemente desconocen sus posibilidades.

– ¿Cómo puede uno lograr ese movimiento desde adentro? -pregunté.

– Los nuevos videntes dicen que la técnica es la comprensión -dijo. Afirman que, en primer lugar, uno debe saber a ciencia cierta que todo lo perceptible emana del sitio específico donde se localiza nuestro punto de encaje. Una vez entendido esto, podemos desplazar el punto de encaje casi a voluntad, como consecuencia de nuevos hábitos.

Le pedí que aclarara el tema de tener nuevos hábitos. Yo no lo entendía.

– El punto de encaje del hombre aparece, en torno a un área definida, en el capullo, porque así lo decreta el Águila -dijo-. Pero el sitio preciso donde se fija queda determinado por los hábitos, por los actos repetitivos. Primero aprendemos que puede situarse allí y después nosotros mismos le ordenamos que ahí se sitúe. Nuestro comando se convierte en el comando del Águila y el punto queda fijo en ese sitio. Considera esto con cuidado; nuestro comando se convierte en el comando del Águila. Por tal hallazgo, los antiguos videntes pagaron carísimo.

Una vez más aseveró que los antiguos videntes nunca entendieron lo que hacían. Desarrollaron miles de las más complejas técnicas de brujería, y jamás supieron que sus procedimientos, por más intrincados que hubieran sido, sólo servían para romper la estabilidad de sus puntos de encaje y hacerlos desplazarse.

Le pedí que me explicara mejor lo que había dicho.

– Te mencioné una vez que la brujería es algo como entrar en un callejón sin salida -contestó-. Lo que quería decir era que las prácticas de brujería no tienen ningún valor intrínseco. Su valor es indirecto. Su verdadera función es hacer que el punto de encaje se desplace al lograr que la primera atención abandone momentáneamente su control sobre ese punto.

"Los nuevos videntes se dieron cuenta del verdadero papel que jugaban esas prácticas de brujería, y decidieron pasarlas por alto e ir directamente a hacer que sus puntos de encaje se desplazaran, evitando así todas las demás tonterías de rituales y encantamientos. Sin embargo, en cierto momento, los rituales y los encantamientos son realmente necesarios. Yo personalmente, te he iniciado en todo tipo de rituales y encantamiento, pero sólo con objeto de permitir que tu primera atención salga de la absorción en sí misma. Esa absorción es la que crea la fuerza que mantiene el punto de encaje rígidamente fijo.

Agregó que los rituales y los encantamientos, siendo repetitivos, obligan a la primera atención a liberar una porción de la energía empleada en contemplar el inventario humano y el punto de encaje pierde así su rigidez.

– ¿Qué le ocurre a las personas cuyos puntos de encaje pierden rigidez? -pregunté.

– Si no son guerreros, creen que se están volviendo locos -dijo sonriendo-. Cómo te pasó a ti en cierta época, cuando creías que te habías desquiciado. Si son guerreros, saben que ya los agarró la locura, pero esperan con paciencia. Saben a ciencia cierta que el tener cordura y sentido común sólo significa que el punto de encaje está fijo y rígido en su posición habitual. Cuando se mueve, pues no está desquiciado, sin más ni más.

Dijo que se les abren dos opciones a los guerreros cuyos puntos de encaje se han desplazado. Una es reconocer estar enfermos y comportarse como locos, reaccionando emocionalmente ante los extraños mundos que la nueva posición de sus puntos de encaje los obliga a presenciar; la otra es permanecer serenos, inconmovibles, sabiendo que el punto de encaje siempre vuelve a su posición original.

– ¿Qué pasa si el punto de encaje no regresa a su posición original? -pregunté.

– En ese caso esos sujetos están perdidos -dijo-. O están incurablemente locos porque sus puntos de encaje jamás podrían rearmar la percepción del mundo que conocemos, o son incomparables videntes que han comenzado su movimiento hacia lo desconocido.

– ¿Qué determina el que sea una cosa o la otra?

– ¡La energía! ¡La impecabilidad!. Los guerreros impecables no pierden la razón. Permanecen intactos. Te he dicho muchas veces que los guerreros impecables pueden ver mundos horripilantes y sin, embargo, en su trato cotidiano nadie lo notaría. Hablan y ríen con sus amigos o con extraños como si nada hubiera ocurrido.

Me sentí obligado a explicarle una vez más algo que le había contado ya muchas veces; lo que me hizo pensar que había perdido la razón fueron una serie de extrañísimas experiencias sensoriales que tuve como efectos posteriores a la ingestión de plantas alucinógenas. Experimenté alarmantes estados de total discordancia de espacio y tiempo, lapsos de concentración mental y alucinaciones.

– Bajo todos los puntos de vista cotidianos, de hecho estabas perdiendo la razón -dijo-, pero desde el punto de vista de los videntes, si la hubieras perdido no habrías perdido gran cosa. Para un vidente, la razón no es más que la autorreflexión del inventario del hombre. Si uno pierde esa autorreflexión, pero no pierde los cimientos, uno vive de verdad una vida infinitamente más interesante, variada, y fuerte.

Comentó que el defecto estaba en mi reacción emocional. Ella me impidió comprender que la rareza de cada una de mis experiencias sensoriales estaba determinada por la profundidad a la que se había movido mi punto de encaje, dentro de la banda de las emanaciones del hombre. Me quejé de que no podía entender lo que me explicaba, porque la configuración que él llamaba la banda de las emanaciones del hombre me resultaba incomprensible. La había visualizado como una cinta colocada sobre la superficie de una pelota.

Dijo que llamarla una banda era falso, y que iba a usar una analogía para ilustrar lo que quería decir. Explicó que la forma luminosa del hombre es como una bola de queso blanco que tiene inyectado un grueso disco de un queso más oscuro. Me miró y se rió. Sabía que no me gustaba el queso.

Hizo un diagrama sobre un pequeño pizarrón. Dibujo una forma ovoide y la dividió en cuatro secciones longitudinales, diciendo que de inmediato borraría las líneas divisorias porque las había dibujado sólo para darme una idea de dónde se localizaba la banda en el capullo del hombre. Subrayó la línea entre la primera y la segunda sección y borró las otras líneas divisorias. Explicó que la banda era un disco de queso amarillo que había sido insertada en la bola de queso blanco.

– Ahora bien -prosiguió-, si esa bola de queso blanco fuera transparente, tendrías la réplica perfecta del capullo del hombre. El queso amarillo penetra completamente al interior de la bola de queso blanco. Es un disco que va de la superficie de un lado a la superficie del otro.

"El punto de encaje del hombre se localiza bastante arriba en la superficie del capullo, a tres cuartas partes, hacia la parte superior del capullo. Cuando el nagual presiona ese punto de intensa luminosidad, el punto se desplaza al interior del disco de queso amarillo. La conciencia acrecentada sucede al momento en que el intenso resplandor del punto de encaje enciende las emanaciones dormidas en la profundidad del disco de queso amarillo. Ver que el resplandor del punto de encaje se desplaza hacia el interior de ese disco da la sensación de que se mueve hacia la izquierda sobre la superficie del capullo.

Repitió su analogía tres o cuatro veces, pero yo no la entendía y tuvo que explicarla aún más. Dijo que la transparencia del huevo luminoso crea la impresión de un movimiento hacia la izquierda, cuando en esencia cada movimiento del punto de encaje es hacia las profundidades, hacia el centro del huevo luminoso, dentro del grosor de la banda del hombre.

Comenté que lo que decía me daba la impresión de que los videntes usan los ojos cuando ven que se mueve el punto de encaje.

– El hombre no es lo que no se puede conocer -dijo-. La luminosidad del hombre puede verse casi cono si uno usara solamente los ojos.

Explicó que definitivamente los antiguos videntes habían visto el movimiento del punto de encaje pero jamás se les ocurrió que era un movimiento en hondo; en vez de eso se guiaron por lo que veían y acuñaron la frase "movimiento hacia la izquierda", que los nuevos videntes conservaron aunque sabían que era erróneo llamarlo así.

Dijo también que, en el curso de mi actividad con él, yo había hecho desplazar a mi punto de encaje incontables veces, como estaba sucediendo en aquel preciso momento. Debido a que esos desplazamientos de mi punto de encaje fueron siempre hacia lo hondo, jamás había yo perdido mi sentido de identidad, a pesar de que estaba utilizando, emanaciones que nunca antes usé.

– Cuando el nagual da su golpe -prosiguió-, el punto acaba en cualquier lugar dentro de la banda del hombre, pero, no importa en absoluto dónde acabe, porque dondequiera que lo hace será siempre terreno virgen.

"La gran prueba que los nuevos videntes desarrollaron para sus guerreros aprendices es desandar el viaje que sus puntos de encaje llevaron a cabo bajo la influencia del nagual. A este repaso, cuando ha sido concluido, le llamaron recuperar la totalidad de uno mismo.

Prosiguió diciendo que los nuevos videntes vieron que, en el curso de nuestro crecimiento, el resplandor de la conciencia, una vez que se enfoca en la banda de emanaciones del hombre y elige algunas de ellas para acentuarlas, entra en un círculo vicioso. Mientras más acentúe ciertas emanaciones, más estable se vuelve el punto de encaje. Esto equivale a decir que nuestro comando se convierte en el comando del Águila. Por lo tanto, es un verdadero triunfo romper ese comando y mover al punto de encaje.

Don Juan dijo que también el punto de encaje es responsable de que la primera atención perciba en términos de racimos. Un ejemplo de un racimo de emanaciones que recibe énfasis al unísono es lo que percibimos como el cuerpo humano. Otro racimo, parte de nuestro ser total, nuestro capullo luminoso, jamás recibe énfasis y queda relegado al olvido porque el efecto del punto de encaje no es tan sólo el hacernos percibir racimos de emanaciones, sino también hacernos ignorarlos.

Insistí que me diera una explicación más amplia de los racimos perceptibles. Me contestó que sólo podía agregar que el punto de encaje es como un imán luminoso que irradia un resplandor que automáticamente agrupa haces de emanaciones adondequiera que se mueve dentro del capullo. Cuando estos racimos se alinean, como racimos, con las emanaciones en grande, percibimos el mundo que conocemos. El agrupamiento de emanaciones se lleva a cabo aún cuando los videntes tratan con emanaciones que nunca se usan diariamente. Cada vez que son acentuadas, las percibimos igual que percibimos los racimos de la primera atención.

– Uno de los más grandes momentos de los nuevos videntes -prosiguió-, fue cuando se encontraron que lo desconocido era tan sólo las emanaciones desechadas por la primera atención. Este descubrimiento fue la gloria de los nuevos videntes, porque virtió nueva luz sobre lo desconocido.

"La enormidad de lo desconocido es casi sin límites pero aún en esa enormidad el resplandor del punto de encaje agrupa emanaciones. Lo que no se puede conocer, por otra parte, es una eternidad donde nuestro punto de encaje no tiene manera alguna de agrupar nada.

Explicó que los nuevos videntes se dieron cuenta de que sus visiones obsesivas, aquellas que eran prácticamente imposibles de concebir, coincidían con el movimiento de sus puntos de encaje a profundas regiones en la banda del hombre.

– Esas son visiones del lado oscuro del hombre -aseguró.

– ¿Por qué lo llama usted el lado oscuro del hombre? -pregunté.

– Porque es nuestro lado sombrío y nefasto -dijo-. No es tan sólo lo desconocido, sino lo que nadie quiere conocer.

– ¿Qué pasa con las emanaciones que están dentro del capullo, pero fuera de los límites de la banda del hombre? -pregunté-. ¿Pueden percibirse?

– Sí, pero de maneras verdaderamente indescriptibles -repuso-. No son lo desconocido humano, como en el caso de las emanaciones desechadas en la banda del hombre, sino lo desconocido casi inconmensurable, donde las características humanas no figuran para nada. En realidad es un área de tan abrumadora inmensidad que los videntes más extraordinarios se verían en dificultades para describirla.

Insistí una vez más que a mí me parecía que el misterio, obviamente, radica dentro de nosotros.

– El misterio queda afuera de nosotros -dijo-. En nuestro interior sólo tenemos emanaciones que intentan romper el capullo. Y, de una manera u otra, este hecho nos aberra, ya seamos hombres comunes o guerreros. Sólo los nuevos videntes pueden superar esto. Luchan por ver. Y a través de los desplazamientos de sus puntos de encaje, llegan a darse cuenta de que el misterio es percibir. No tanto lo que percibimos, sino lo que nos hace percibir.

"Te he mencionado que los nuevos videntes creen que nuestros sentidos son capaces de captar todo. Creen esto porque ven que es la posición del punto de encaje la que dicta lo que perciben nuestros sentidos.

"Si el punto de encaje alinea otras emanaciones interiores, diferentes a las normales, los sentidos humanos perciben de maneras inconcebibles."

Загрузка...