Al día siguiente, don Juan y yo dimos un paseo por la carretera a la ciudad de Oaxaca. A esa hora, el camino estaba desierto. Eran las dos de la tarde.
De pronto, mientras caminábamos tranquilamente, don Juan comenzó a hablar. Dijo que nuestra discusión acerca de los pinches tiranos sólo había sido una introducción al tema de estar consciente de ser. Yo comenté que la discusión me había revelado un nuevo panorama. Me pidió que explicara lo que quería decir.
Le dije que tenía que ver con una conversación que habíamos tenido algunos años antes, acerca de los indios yaquis. En el curso de sus enseñanzas para el lado derecho, él trató de explicarme las ventajas que los yaquis podían encontrar en su opresión. Yo afirmé apasionadamente que no había ventajas posibles en las miserables condiciones en que vivían. Le dije que yo no podía entender cómo él, siendo un indio yaqui, no reaccionaba contra tan enorme injusticia.
Me escuchó con atención. Y luego, cuando yo estaba seguro de que iba a defender su punto de vista, aceptó que las condiciones de los indios yaquis eran realmente miserables. Pero recalcó que era inútil aislar específicamente a los yaquis cuando las condiciones de vida del hombre en general eran horrendas.
– No solamente sientas lástima por los pobres indios yaquis -dijo-. Siente lástima por la humanidad. En el caso de los indios yaquis, incluso puedo decir que son los afortunados. Están oprimidos, pero al final, algunos de ellos hasta pueden salir triunfando. Los opresores son otra historia, los pinches tiranos que los aplastan, no tienen esperanza alguna.
De inmediato, le contesté con una descarga de lemas políticos. Yo no había entendido lo que quería decirme. De nuevo intentó explicarme el concepto de los pinches tiranos, pero la idea se me escapó por completo. Sólo ahora todo encajaba en su lugar.
– Nada ha encajado en su lugar todavía -dijo, riéndose de lo que yo le decía-. Mañana, cuando estés en tu estado de conciencia normal, ni siquiera recordarás lo que has entendido ahora.
,Me sentí completamente deprimido, porque sabía que él tenía razón.
– Lo que te va a pasar a ti es lo que me pasó a mí -prosiguió-. Mi benefactor, el nagual Julián, me hizo comprender, en estados de conciencia acrecentada, lo que tú acabas de comprender acerca de los pinches tiranos. Y, en mi vida diaria, acabé cambiando de opiniones sin saber por qué.
"Toda mi vida me oprimieron, y por eso yo tenía un verdadero odio contra mis opresores. Imagínate mi sorpresa cuando me di cuenta de que andaba buscando la compañía de pinches tiranos. Pensé que me había vuelto loco.
Llegamos a un lugar, a la vera del camino, donde unas enormes rocas estaban medio enterradas por un derrumbe; don Juan se sentó sobre una roca plana. A
señas, me indicó que me sentara frente a él. Y sin mayores preámbulos, comenzó su explicación de la maestría de estar consciente de ser.
Dijo que los videntes, tanto antiguos como nuevos, descubrieron una serie de verdades acerca de estar consciente de ser, y que esas verdades fueron arregladas en un orden específico. La mayoría de ellas fueron descubiertas por los antiguos videntes. Pero el orden en que esas verdades estaban dispuestas era obra de los nuevos videntes. Y sin ese orden, las verdades eran casi incomprensibles.
Explicó que la maestría de estar consciente de ser consistía en entender y manejar dichas verdades, en el orden en que habían sido puestas. Dijo que la primera verdad era que éramos parte y estábamos suspendidos en las emanaciones del Águila, y que era sólo nuestra familiaridad con cl mando que percibimos lo que nos forzaba a creer que estamos rodeados de objetos, objetos que existen por sí mismos y como sí mismos, tal como los percibimos.
Luego me dijo que antes de poder explicar qué cosa eran las emanaciones del Águila, él tenía que hablar acerca de lo conocido, lo desconocido y lo que no se puede conocer. Dijo que uno de los grandes errores que cometieron los antiguos videntes fue suponer que lo desconocido y lo que no se puede conocer eran la misma cosa. Fueron los nuevos videntes quienes corrigieron ese error y definieron lo desconocido como algo que está oculto, envuelto quizás en un contexto aterrador, pero aun así al alcance del hombre. En cierto momento, lo desconocido se convierte en lo conocido. Lo que no se puede conocer, por otra parte, es lo indescriptible, lo impensable, lo irrealizable. Es algo que jamás comprenderemos y que sin embargo está ahí, deslumbrante, y a la vez aterrador en su inmensidad.
– ¿Cómo pueden los videntes diferenciar el uno del otro? -pregunté.
– Hay una simple regla práctica -dijo-. Frente a lo desconocido, el hombre es audaz. Una cualidad de lo desconocido es que nos da un sentido de esperanza y de felicidad. Frente a él, el hombre se siente fuerte, animado. Incluso la aprensión que despierta es muy satisfactoria. Los nuevos videntes vieron que lo mejor del hombre aflora cuando se enfrenta a lo desconocido.
Dijo que cuando los videntes enfrentan a lo que no se puede conocer los resultados son desastrosos. Se agotan, se sienten confusos, sus cuerpos pierden tono, su razonamiento y su sobriedad vagan sin rumbo, porque lo que no se puede conocer no está dentro del alcance humano, y por ello no imparte energía alguna. Los nuevos videntes se dieron cuenta de que tenían que estar preparados a pagar precios exorbitantes por el más leve contacto con lo que no se puede conocer.
Don Juan explicó que los nuevos videntes, a fin de separar lo desconocido de lo que no se puede conocer, tuvieron que superar formidables barreras. En la época en que comenzó el nuevo ciclo, ninguno de ellos sabía con certeza cuáles procedimientos de su inmensa tradición eran los correctos y cuáles no. obviamente, los antiguos videntes cometieron errores crasos, pero los nuevos videntes no sabían cuáles eran. Los antiguos videntes fueron maestros de la conjetura. Habían, por ejemplo, supuesto que su habilidad de ver era una protección; eso es, hasta que los invasores los aniquilaron. A pesar de su total certeza de que eran invulnerables, los antiguos videntes no tuvieron protección alguna.
Los nuevos videntes no perdieron el tiempo especulando cuál fue el error de sus predecesores y empezaron a delinear lo desconocido para separarlo de lo que no se puede conocer.
– ¿Cómo delinearon lo desconocido, don Juan? -pregunté.
– A través del uso controlado de ver -contestó.
Le dije que lo que había querido preguntar era: ¿qué implicaba delinear lo desconocido?
Repuso que implicaba hacerlo accesible a nuestra percepción. Mediante la práctica constante del ver, los nuevos videntes encontraron que lo desconocido y lo conocido tienen realmente la misma base; ambos quedan al alcance de la percepción humana. En cierto momento, los videntes pueden penetrar en lo desconocido y transformarlo en lo conocido.
Todo lo que queda más allá de nuestra capacidad de percibir es otro asunto. Y la distinción entre lo que se puede y lo que no se puede conocer es crucial. Confundirlos colocaría a los videntes en una posición extremadamente precaria.
– Cuando esto les sucedió a los antiguos videntes -prosiguió don Juan- le echaron la culpa a sus procedimientos. Nunca se les ocurrió que casi todo lo que nos rodea está más allá de nuestra comprensión. Ese fue el espeluznante error que les costó más caro.
– ¿Qué pasó después de que quedó establecida la distinción entre lo desconocido y lo que no se puede conocer? -pregunté.
– Comenzó el nuevo ciclo -contestó-. Esa distinción es la frontera entre lo antiguo y lo nuevo. Todo lo que han hecho los nuevos videntes se origina allí.
Don Juan dijo que el ver había sido el elemento crucial tanto en la destrucción del mundo de los antiguos videntes como en la reconstrucción del nuevo ciclo.
Fue gracias a que veían que los nuevos videntes descubrieron ciertos factores innegables que utilizaron para llegar a conclusiones, ciertamente revolucionarias para ellos, acerca de la naturaleza del hombre y del universo. Estas conclusiones, que hicieron posible el nuevo ciclo, eran las verdades que me estaba explicando acerca del estar consciente de ser.
Don Juan me pidió que lo acompañara al centro del pueblo a dar un paseo alrededor de la plaza principal. Ya en camino, comenzamos a hablar de maquinarias e instrumentos de precisión. Dijo él, que los instrumentos son extensiones de nuestros sentidos, y yo sostuve que hay instrumentos que no corresponden a esa categoría, porque llevan a cabo funciones que nosotros no estamos fisiológicamente capacitados para realizar.
– Nuestros sentidos son capaces de todo -afirmó.
– Muy a la ligera, le puedo mencionar que existen, por ejemplo, instrumentos que captan las ondas de radio que provienen del universo -dije-. Nuestros sentidos no pueden captar ondas de radio.
– Yo opino de otro modo -dijo-. Yo pienso que nuestros sentidos pueden captar todo lo que nos rodea.
– ¿Y qué ocurre en el caso de los sonidos ultrasónicos? -insistí-. No tenemos el equipo orgánico necesario para escucharlos.
– Es la convicción de los videntes que sólo hemos organizado una porción muy pequeña de nosotros mismos -contestó
Guardó silencio por un largo rato. Parecía estar perdido en sus pensamientos, como si tuviera dudas de seguir hablando. Al fin, me sonrió.
– La primera verdad acerca del estar consciente de ser, como ya te lo dije -comenzó-, es que el mundo que nos rodea no es en realidad como pensamos que es. Pensamos que es un mundo de objetos y no lo es.
Hizo una pausa, como si midiera el efecto de sus palabras. Le dije que yo estaba de acuerdo con su premisa, porque todo podía concebirse como campos de energía. Dijo que yo solamente intuía una verdad, que razonarla no era verificarla, y que no daba un comino si yo estaba o no estaba de acuerdo con él. Lo que quería era mi esfuerzo por comprender lo que implicaba esa verdad.
– Tú no puedes ver los campos de energía -prosiguió-. No como hombre común y corriente. Porque, si pudieras verlos, serías un vidente, y en ese caso tú estarías explicando las verdades acerca del estar consciente de ser. ¿Entiendes lo que quiero decir?
Siguió adelante, diciendo que las conclusiones a las que llegamos mediante el razonamiento tienen muy poca o ninguna influencia para alterar el curso de nuestras vidas. De ahí los incontables ejemplos de personas poseedoras de las más claras convicciones y que sin embargo actúan diametralmente en contra de ellas una y otra vez.
– La primera verdad dice que el mundo es tal como parece y sin embargo no lo es -prosiguió-. No es tan sólido y real como nuestra percepción nos ha llevado a creer, pero tampoco es un espejismo. El mundo no es una ilusión, como se ha dicho que es; es real por una parte, e irreal por la otra. Pon mucha atención en esto, porque debe entenderse, no sólo aceptarse. Nosotros percibimos. Este es un hecho innegable. Pero lo que percibimos no es un hecho del mismo tipo, porque aprendemos qué percibir.
"Lo que nos rodea afecta nuestros sentidos. Esta es la parte que es real. La parte irreal es lo que nuestros sentidos perciben como lo que nos rodea. Piensa en una montaña, por ejemplo. Tiene tamaño, color, forma. Incluso tenemos categorías de montañas, que son, por cierto, precisas. No hay nada malo en todo eso; el error está en que nunca se nos ha ocurrido que nuestros sentidos sólo juegan un papel superficial. Nuestros sentidos perciben como, lo hacen porque una característica específica de nuestra conciencia de ser los obliga a hacerlo así.
De nuevo comencé a darle la razón, pero no porque estaba convencido, ya que no le había yo entendido muy bien. Era simplemente mi reacción ante algo incomprensible. Él me hizo callar.
– He usado el término el mundo -continuó don Juan- para abarcar todo lo que nos rodea. Desde luego, hay un término mejor, pero va a ser totalmente incomprensible paré ti. Los videntes dicen que debido á nuestra conciencia de ser, nosotros pensamos que nos rodea un mundo de objetos. Pero lo que, en realidad, nos rodea son las emanaciones del Águila, fluidas, siempre en movimiento, y sin embargo inalterables, eternas.
Con un gesto de la mano me detuvo justo cuando iba a preguntarle qué eran las emanaciones del Águila. Explicó que uno de los legados más dramáticos de los antiguos videntes era el descubrimiento de que los seres vivientes existen solamente para acrecentar la conciencia de ser. Don Juan lo llamó un descubrimiento colosal.
En un tono medio serio, me preguntó si yo conocía una mejor respuesta a la pregunta que siempre ha perseguido al hombre: la razón de nuestra existencia. De inmediato adopté una posición defensiva y comencé a discutir que la pregunta carecía de significado, porque uno no puede contestarla lógicamente. Le dije que para discutir ese tema tendríamos que hablar de creencias religiosas y convertirlo todo en un asunto de fe.
– Lo que los antiguos videntes dijeron no tiene nada que ver con la fe -dijo-. No eran tan prácticos como los nuevos videntes, pero lo eran lo suficiente como para darse cuenta de lo que veían. Lo que yo trataba de hacerte ver con esa pregunta, que tanto te molestó, es que nuestro raciocinio, por sí solo, no puede proporcionarnos una respuesta a la razón de nuestra existencia. Cada vez que trata de hacerlo, la conclusión es siempre un asunto de fe y credo. Los antiguos videntes tomaron otro camino, y por cierto llegaron a otra conclusión que no tiene nada que ver con la fe y el credo.
Dijo que los antiguos videntes, enfrentándose a peligros incalculables, habían visto la fuerza indescriptible que es el origen de todos los seres conscientes. La llamaron el Águila, porque al vislumbrarla brevemente, la vieron como algo que parecía un águila, negra y blanca, de tamaño infinito.
Ellos vieron que es el Águila quien otorga la conciencia de ser. El Águila crea seres conscientes a fin de que vivan y enriquezcan la conciencia que les da con la vida. También vieron que es el Águila quien devora esa misma conciencia de ser, enriquecida por las experiencias de la vida, después de hacer que los seres conscientes se despojen de ella, en el momento de la muerte.
– Para los antiguos videntes -prosiguió don Juan- no es un asunto de fe o de deducción decir que la razón de la existencia es enriquecer la, conciencia de ser. Ellos vieron que era así.
"Ellos vieron que la conciencia de ser se separa de los seres conscientes y se aleja volando en el momento de la muerte. Y luego flota como una luminosa mota de algodón justo hacia el pico del Águila, para ser consumida. Para los antiguos videntes esa era la evidencia de que los seres conscientes viven sólo para acrecentar la conciencia de ser: el alimento del Águila.
La elucidación de don Juan se interrumpió porque tuvo que hacer un viaje corto de negocios. Néstor lo llevó en coche a Oaxaca. Mientras los despedía, recordé que al principio de mi asociación con don Juan, cada vez que mencionaba un viaje de negocios, yo pensaba que era un eufemismo. Al paso del tiempo me di cuenta de que en realidad hacía viajes de negocios. Cada vez que los hacía, se ponía uno de sus muchos trajes inmaculadamente cortados, y parecía cualquier cosa menos el viejo indio que yo conocía. Le había comentado la sofisticación de su metamorfosis.
– Un nagual es alguien lo suficientemente flexible para ser cualquier cosa -había dicho-. Entre otras cosas, ser un nagual significa no tener puntos qué defender. Recuerda esto, regresaremos al mismo tema una y otra vez.
Y habíamos vuelto sobre lo mismo, una y otra vez, de todas las maneras posibles. En verdad, don Juan no parecía tener puntos qué defender, pero durante su ausencia en Oaxaca me entró una duda. De repente, me di cuenta de que un nagual sí tenía un punto qué defender: la descripción del Águila y lo que hace merecía, en mi opinión, una defensa apasionada.
Intenté plantearle esa pregunta a algunos de los videntes, compañeros de don Juan, pero eludieron mis indagaciones. Me dijeron que ese tipo de discusión me estaba vedado hasta que don Juan terminara su explicación del estar consciente de ser.
En cuanto regresó, nos sentamos a hablar y yo le pregunté acerca de ello.
– Esas verdades no son algo que hay que defender apasionadamente -contestó-. Si crees que trato de defenderlas, te equivocas. Esas verdades fueron recopiladas para el deleite y el esclarecimiento de los guerreros, no para despertar sentimientos de propiedad. Cuando te dije que un nagual no tiene puntos qué defender, quería decir, entre otras cosas, que un nagual no tiene obsesiones.
Le dije que por lo visto yo no estaba siguiendo sus enseñanzas, porque la descripción del Águila y lo que hace me había obsesionado terriblemente. Le comenté una y otra vez la horrorosa magnitud de tal idea.
– No es tan sólo una idea -dijo-. Es un hecho. Y en mi opinión, un hecho que lo deja a uno pasmado. Los antiguos videntes no andaban jugando con ideas.
– Pero, ¿qué tipo de fuerza sería el Águila?
– No sabría como contestar eso. El Águila es algo tan real para los videntes como la gravedad y el tiempo lo son para ti, y tan abstracto e incomprensible.
– Un momento, don Juan -le argüí-. Esos son conceptos, por cierto, abstractos, pero sí se refieren a fenómenos reales que pueden corroborarse. Hay disciplinas enteras dedicadas a ello.
– El Águila y sus emanaciones son igualmente corroborables -replicó don Juan-. Y la disciplina de los nuevos videntes se dedica precisamente a hacerlo.
Le pedí que explicara lo que son las emanaciones del Águila.
Dijo que las emanaciones del Águila son una cosa-en-sí-misma, inmutable, que abarca todo lo que existe, lo que se puede y lo que no se puede conocer.
– No hay manera de describir con palabras lo que son las emanaciones del Águila -prosiguió don Juan-. Un vidente tiene que ser testigo de ellas.
– ¿Usted las ha visto, don Juan?
– Claro que sí, y sin embargo no puedo decirte lo que son. Son una. presencia, casi una especie de masa, una presión que crea una sensación deslumbrante. Uno sólo puede vislumbrarlas, así como sólo es posible vislumbrar al Águila misma.
– ¿Diría usted, don Juan, que el Águila es el origen de las emanaciones?
– ¡Qué pregunta! ¿Quién más que el Águila puede ser el origen de sus emanaciones?
– Lo que quería decir era si eso es algo visual.
– El Águila no tiene nada de visual. Todo el cuerpo del vidente siente al Águila. Hay algo en cada uno de nosotros que puede hacernos percibir con todo nuestro cuerpo. Los videntes explican el acto de ver al Águila en términos muy sencillos: puesto que el hombre está compuesto por las emanaciones del Águila, uno sólo necesita regresar a sus componentes. El problema lo crea la conciencia de ser. En el momento crucial, cuando todo debía ser el simplísimo caso de las emanaciones que se reconocen a sí mismas, lo consciente del hombre se ve obligado a interpretar. El resultado es la visión de un Águila y de sus emanaciones. Pero no hay ningún Águila y no hay emanaciones algunas. Lo que nos rodea es algo que ninguna criatura viviente puede comprender.
Le pregunté si le llamaron Águila porque en general las águilas tienen atributos importantes.
– Llamarle Águila es el caso de encontrar una vaga semejanza entre lo que no se puede conocer y algo conocido -contestó-. Debido a ello, ciertamente, se le han querido adjudicar a las águilas atributos que no poseen. Pero eso siempre ocurre cuando la gente impresionable aprende a realizar actos que requieren gran sobriedad. Los videntes vienen en todo tamaño y forma.
– ¿Quiere usted decir que hay diferentes tipos de videntes?
– No. Quiero decir que hay muchísimos imbéciles que se convierten en videntes. Los videntes son seres humanos llenos de debilidades, o más bien, seres humanos llenos de debilidades que son capaces de volverse videntes. Igual que en el caso de gente atroz que se convierte en magníficos científicos.
"La característica de los videntes de mala muerte es que están dispuestos a olvidar la maravilla que nos rodea. Se quedan abrumados por el hecho de que ven, y creen que su talento es lo que cuenta. Un vidente debe ser un parangón para poder superar la flojedad casi invencible de nuestra condición humana. Lo que hacen los videntes con lo que ven es más importante que el ver en sí.
– ¿Qué quiere decir con eso, don Juan?
– Mira lo que nos han hecho los antiguos videntes. Nos han ensillado como burros con su visión del Águila que nos domina y ordena y que nos devora al momento de morir.
Dijo que había una definitiva flojedad en esa versión, y que a él personalmente no le gustaba la idea de que algo nos devora. Para él, sería más preciso si los videntes hubieran dicho que hay una fuerza que atrae nuestra conciencia, muy a la manera en que un imán atrae limaduras de hierro. En el momento de morir, todo nuestro ser se desintegra bajo la atracción de esa inmensa fuerza.
Que un evento de tal alcance fuese interpretado como el Águila devorándonos, le parecía grotesco, porque convierte un acto indescriptible en algo tan mundano como comer.
– Yo soy un hombre terriblemente mundano -dije-. La descripción del Águila que nos devora tiene un impacto aterrador para mí.
– El verdadero impacto no puede ser medido hasta el momento en que tú mismo veas al Águila -dijo-. Pero debes tener en cuenta que nuestros defectos permanecen con nosotros aún después de convertirnos en videntes. Así que cuando veas esa fuerza, es muy posible que estés de acuerdo con los videntes flojos que la llamaron el Águila, así como lo hice yo. Por otra parte, quizá resistas la tentación de atribuirle un carácter humano a lo que es incomprensible, y a lo mejor le inventas un nuevo nombre, un nombre más preciso.
– Los videntes que ven las emanaciones del Águila muchas veces las llaman comandos -dijo don Juan-. A mí no me importaría llamarlas comandos si no me hubiera acostumbrado a llamarlas emanaciones. Fue una reacción mía a la preferencia de mi benefactor; para él eran comandos. Pensé que ese término le encajaba mejor a. él que a mí, debido a su dominante personalidad. Yo quería algo impersonal. Comandos me parece demasiado humano, pero eso es lo que realmente son, los comandos del Águila.
Don Juan dijo que ver las emanaciones del Águila equivale a cortejar el desastre. Los nuevos videntes muy rápidamente descubrieron las tremendas dificultades que esto representaba, y sólo después de grandes tribulaciones, al tratar de delinear lo desconocido y separarlo de lo que no se puede conocer, se dieron cuenta de que todo está compuesto por las emanaciones del Águila. Solamente una pequeña porción de esas emanaciones queda al alcance del conocimiento humano, y esa pequeña porción se ve reducida a una fracción aún más minúscula por los apremios de nuestras vidas diarias. Lo conocido es esa minúscula fracción de las emanaciones del Águila; la pequeña parte que queda a un posible alcance del conocimiento humano es lo desconocido, y el resto, incalculable y sin nombre es lo que no se puede conocer.
Prosiguió diciendo que los nuevos videntes, debido a su orientación pragmática, comprendieron de inmediato que las emanaciones poseían una fuerza apremiante y obligatoria. Se dieron cuenta de que todos los seres vivientes se ven obligados a usar las emanaciones del Águila, sin jamás saber lo que son. Y comprendieron que los organismos están hechos para captar cierta porción de esas emanaciones, y que cada especie tiene una gama definida. Las emanaciones ejercen enorme presión sobre los organismos, y a través de esa presión, los organismos construyen su mundo perceptible.
– En nuestro caso, como seres humanos -dijo don Juan- nosotros utilizamos esas emanaciones y las interpretamos como la realidad. Pero lo que el hombre capta es una parte tan pequeña de las emanaciones del Águila que resulta ridículo dar tanto crédito a nuestras percepciones, y sin embargo no es posible pasarlas por alto. Llegar a entender ésto, que parece tan simple, les costó inmensidades a los nuevos videntes.
Don Juan estaba sentado donde generalmente se acomodaba en la sala grande de la casa. Nunca hubo muebles en ese cuarto, todos se sentaban en el suelo, sobre pequeños petates; pero Carol, la mujer nagual, había logrado amueblarlo con sillones muy cómodos para las sesiones en las que ella y yo nos turnábamos, leyéndole a don Juan obras de los poetas de habla hispana.
– Quiero que estés muy consciente de lo que estamos haciendo -me dijo en cuanto me senté-. Estamos hablando de la maestría del estar consciente de ser. Las verdades que estamos discutiendo son los principios de esa maestría.
Agregó que en sus enseñanzas para el lado derecho demostró esos principios a mi conciencia normal con la ayuda de uno de sus compañeros videntes, Genaro, y que Genaro había jugado con mi conciencia normal con todo el humor y la irreverencia que caracterizaban a los nuevos videntes.
– Genaro es el que debería estar aquí hablándote del Águila -dijo-, pero sus versiones son demasiado irreverentes. Él piensa que los videntes que llamaron Águila, a esa fuerza inconcebible, o eran muy estúpidos o estaban haciendo una broma monumental, porque las águilas no sólo ponen huevos, sino que también cagan mojones.
Don Juan se rió y dijo que los comentarios de Genaro le parecían siempre tan apropiados que nunca podía resistir la risa. Agregó que, sin duda alguna, si los nuevos videntes hubieran sido los que describieron al Águila, la descripción se habría hecho medio en broma.
Le dije a don Juan que en cierto nivel yo consideraba al Águila como una imagen poética, y que como tal me encantaba; pero que en otro nivel me aterraba porque la consideraba como un hecho.
– Una de las fuerzas más grandes en la vida de los guerreros es el miedo -dijo-. Los impulsa a aprender.
Me recordó que la descripción del Águila provenía de los antiguos videntes. Los nuevos videntes rehusaron descripciones, comparaciones y conjeturas de cualquier especie. Querían llegar directamente al origen de las cosas, y para lograrlo se arriesgaron a peligros ilimitados. Vieron las emanaciones del Águila, pero jamás alteraron la descripción del Águila. Sabían que requería demasiada energía ver al Águila, y que los antiguos videntes ya habían pagado muy caro por sus breves vislumbres de lo que no se puede conocer.
– ¿Cómo fue que los antiguos videntes llegaron a describir al Águila? -pregunté.
– Necesitaban unas guías mínimas de lo indescriptible a fin de instruir a sus aprendices -contestó-. Lo resolvieron con una descripción esquemática de la fuerza que rige todo lo que hay, pero no de sus emanaciones. Las emanaciones no pueden describirse, de ninguna manera, con un lenguaje de comparaciones. Personalmente, ciertos videntes sí pueden tener la urgencia de hacer comentarios acerca de ciertas emanaciones, pero esa urgencia es siempre individual. En otras palabras, no existe una versión conveniente de las emanaciones, como la hay del Águila.
– A mí me parece que los nuevos videntes eran muy abstractos -comenté-. Me suenan como ciertos filósofos de hoy en día.
– No. Los nuevos videntes eran hombres terriblemente prácticos -repuso-. No se dedicaban a urdir teorías racionales.
Dijo que los que fueron pensadores abstractos eran los antiguos videntes. Construyeron monumentales edificios de abstracciones, propias a ellos y a su tiempo. Y, al igual que los filósofos de hoy, no tuvieron control alguno sobre sus fabricaciones. En cambio, los nuevos videntes, imbuidos con lo práctico, se ocuparon sólo de ver. Y lo que vieron fue un flujo de emanaciones, y cómo el hombre y los otros seres vivientes las usan para construir el mundo que perciben.
– ¿Cómo utiliza el hombre esas emanaciones, don Juan?
– Es tan simple que suena como una idiotez. Para un vidente, los hombres son seres luminosos. Nuestra luminosidad se debe a que una minúscula porción de las emanaciones del Águila está encerrada dentro de una especie de capullo en forma de huevo. Nosotros somos huevos luminosos. Esa porción, ese manojo de emanaciones que está encerrado es lo que nos hace hombres. Percibir consiste en emparejar las emanaciones encerradas en nuestro capullo con las que están afuera.
"Por ejemplo, los videntes pueden ver las emanaciones interiores de cualquier ser viviente, y pueden saber cuáles emanaciones exteriores hacen juego con ellas.
– ¿Las emanaciones son como rayos de luz? -pregunté.
– No. De ninguna manera. Eso sería demasiado simple. Son algo indescriptible. Y, sin embargo, mi comentario personal sería decir que son como filamentos de luz. Lo que es incomprensible para la conciencia normal es que los filamentos están conscientes de ser. No puedo decirte lo que significa eso, porque no sé lo que estoy diciendo. Lo único que puedo decirte con mis comentarios personales es que los filamentos están conscientes de si mismos, vivos y vibrantes, que hay tantos que los números pierden todo sentido, y que cada uno es una eternidad.