XII. EL NAGUAL JULIAN

Había una extraña agitación en la casa. Todos los videntes compañeros de don Juan parecían estar tan animados que andaban distraídos, algo que yo nunca había presenciado antes. Su acostumbrado alto nivel de energía parecía haber aumentado. Todo eso me puso muy nervioso. Le pregunté a don Juan qué era lo que les ocurría. Me llevó al patio trasero. Durante un momento caminamos en silencio. Dijo que se acercaba el momento en que todos tendrían que partir. Apresuraba su explicación para poder terminar a tiempo.

– ¿Cómo sabe usted que están a punto de partir? -pregunté.

– Es un conocimiento interno -dijo-. Tú mismo lo sabrás algún día. Como ya te dije, el nagual Julián movió incontables veces a mi punto de encaje, así como he hecho moverse el tuyo. Luego me dejó la tarea de realinear todas esas emanaciones que me había ayudado a alinear a través de esos movimientos. Esa es la tarea que le queda por cumplir a cada nagual.

"En todo caso, el trabajo de realinear todas esas emanaciones prepara el camino para la peculiar maniobra de encender todas las emanaciones interiores del capullo. Ya casi he logrado eso. Estoy a punto de alcanzar mi máximo. Puesto que yo soy el nagual, cuando finalmente encienda todas las emanaciones interiores de mi capullo desapareceremos todos en un instante.

Sentí que debía entristecerme y llorar, pero algo en mí se llenó de tanto regocijo al escuchar que el nagual Juan Matus estaba a punto de ser libre que salté y grité de puro júbilo. Sabía que tarde o temprano alcanzaría otro estado de conciencia y lloraría de tristeza. Pero ese día sólo podía dar viva satisfacción a mi felicidad y optimismo

Le dije a don Juan cómo me sentía. Se rió y me tomó del brazo.

– Recuerda lo que te he dicho -dijo-. No les des mucha importancia a las comprensiones emocionales. Primero deja que tu punto de encaje se mueva, y luego, años más tarde, ten la comprensión emocional.

Caminamos al cuarto grande y nos sentamos. Don Juan no dijo nada por un momento. Miró por la ventana. Desde mi silla yo veía el patio. Era temprano por la tarde; un día nublado. Parecía que iba a llover. Nubarrones de tormenta se acercaban desde el oeste. Por alguna razón, los días nublados me hacían sentir muy bien. A don Juan no. Parecía inquieto, mientras buscaba una posición más cómoda para sentarse.

Don Juan comentó que la dificultad para recordar lo que ocurre en la conciencia acrecentada se debe a la infinidad de posiciones que puede adoptar el punto de encaje después de ser sacado de su sitio habitual. Por otra parte, la facilidad para recordar todo lo que ocurre en la conciencia normal tiene que ver con la fijeza del punto de encaje en el sitio en el que acostumbradamente se localiza.

Me sugirió que reconociera francamente la posibilidad de un fracaso total en mi tarea de recordar, y que era enteramente dable el que jamás pudiera realinear todas las emanaciones que él me había ayudado a alinear.

– Considéralo de esta manera -dijo sonriendo-. Quizá nunca puedas recordar esta conversación, que en este momento te parece tan natural, tan de todos los días.

"Este es en verdad el misterio del estar consciente de ser. Los seres humanos están empapados en ese misterio, estamos empapados en las tinieblas, en lo inexplicable. Si nos consideramos a nosotros mismos en cualquier otra terminología, somos unos imbéciles o estamos locos. Por lo tanto, no deshonres el misterio del hombre sintiendo lástima por ti mismo o tratando de razonar ese misterio. Degrada a lo disparatado del hombre comprendiéndolo. Pero no pidas disculpas ni por una ni por otra cosa; ambas son necesarias.

"Una de las de las maniobras de los acechadores es poner el misterio y los disparates frente a frente en cada uno de nosotros.

Explicó que las prácticas de acecho no son algo que uno pueda disfrutar abiertamente; son en verdad prácticas censurables, hasta ofensivas. Los nuevos videntes se dieron cuenta muy rápido que no es recomendable discutir o practicar los principios del acecho en la conciencia normal.

Le señalé una inconsistencia. El había dicho que los guerreros no pueden actuar en el mundo coherentemente, mientras se encuentran en un estado de conciencia acrecentada, y también dijo que el acecho es simplemente un especifico comportamiento con la gente. Las dos aseveraciones se contradecían una a la otra.

– Yo creía que ya te había explicado todo eso -dijo, frunciendo el ceño-. Cuando dije que no se debe enseñar el acecho en la conciencia normal, me refería únicamente a enseñárselo a un nagual, porque un nagual, en estado de conciencia acrecentada, puede comportarse tan naturalmente como cualquier persona. Así que el propósito del acecho para un nagual es doble; primero, mover el punto de encaje con la mayor constancia y el menor peligro posibles, y nada puede lograr esto tan bien como el acecho; y segundo, imprimir sus principios a un nivel tan profundo que el inventario humano es pasado por alto, como lo es también la reacción natural de desechar y menospreciar algo que puede ser ofensivo a la razón.

Le dije que dudaba sinceramente que yo pudiera menospreciar o desechar una enseñanza tan abstracta como el acecho. Se rió y dijo que yo no podía ser una excepción, que reaccionaría como todos los demás si él me contara, por ejemplo, las proezas de un maestro del acecho, como su benefactor, el nagual Julián.

– No exagero cuando digo que el nagual Julián fue el más extraordinario acechador que jamás he conocido -dijo don Juan-. Todos mis compañeros, que eran sus aprendices, ya te han contado de sus proezas como acechador. Pero yo nunca te he contado lo que me hizo a mí.

Yo quería aclararle que nadie me había contado nada acerca del nagual Julián, pero al momento en que iba a expresar mi protesta una extraña sensación de incertidumbre se apoderó de mí. Don Juan pareció saber instantáneamente lo que yo sentía. Se rió de buena gana.

– No puedes recordar, porque aún no entiendes lo que es el intento -dijo-. Necesitas una vida de impecabilidad y una gran reserva de energía, y sólo entonces, quizá, el intento dé libertad a esas memorias.

"Te voy a contar la historia de cómo se portó conmigo el nagual Julián cuando lo conocí. Si encuentras que su comportamiento es ofensivo o aún cruel, imagina cómo te repugnaría si estuvieras en tu conciencia normal.

Yo protesté que me estaba guiando a una trampa. Me aseguró que lo único que quería hacer con sus advertencias era mantenerme alerta, para que yo entendiera cómo operan los acechadores y las razones por las que lo hacen.

– El nagual Julián fue el último acechador de la guardia vieja -prosiguió-. Era acechador no tanto por las circunstancias de su vida sino porque esa era la inclinación de su carácter.

Don Juan explicó que los nuevos videntes vieron que hay dos grupos principales de seres humanos: aquellos a quienes les importan los demás y aquellos a quienes no les importan. Entre estos dos extremos vieron que hay una combinación interminable de los dos. El nagual Julián pertenecía a la categoría extrema de hombres a quienes no les importan los demás; don Juan se clasificó a sí mismo dentro de la categoría totalmente opuesta.

– Pero, ¿no me dijo usted que el nagual Julián era generoso, que era capaz de regalar la camisa que traía puesta? -pregunté.

– Claro que lo era -contestó don Juan-. No sólo era generoso; también era un hombre absolutamente encantador, irresistible. Siempre estaba profunda y sinceramente interesado en todos los que le rodeaban. Era amable y abierto y regalaba todo lo que tuviera a quien lo necesitara, o a cualquier persona que le caía simpática. A su vez todos lo adoraban porque, siendo un maestro del acecho, les comunicaba a todos sus verdaderos sentimientos: nadie le importaba lo más mínimo.

No dije nada, pero don Juan se dio cuenta de mi incredulidad o incluso de mi zozobra ante lo que decía. Se sonrió y movió la cabeza de un lado a otro.

– Eso es el acecho -dijo-. ¿Ves?, ni siquiera he comenzado mi historia del nagual Julián y ya estás molesto.

Cuando intenté explicar lo que sentía, se rió a carcajadas.

– Al nagual Julián nadie le importaba un pepino -continuó-. Por eso podía ayudar a la gente. Y lo hizo; les daba todo lo que tenía y aún lo que no tenía, porque dar o no dar le importaban un cacahuete.

– ¿Quiere usted decir, don Juan, que los únicos que ayudan a sus semejantes son aquéllos a quienes no les importan en absoluto? -pregunté, verdaderamente enfadado.

– Eso es lo que dicen los acechadores -respondió con una sonrisa radiante-. Por ejemplo, el nagual Julián era un curandero fabuloso. Curó a miles y miles de personas, pero jamás exigió que reconocieran sus méritos. Dejaba creer a la gente que una mujer vidente de su grupo era la curandera.

"Ahora bien, si hubiera sido un hombre al que le importaran sus semejantes, hubiera exigido que lo honraran. Los que se preocupan por los demás se preocupan por sí mismos y exigen que se reconozcan los méritos de quien lo merezca.

Don Juan dijo que él, puesto que pertenecía a la categoría de aquéllos que se preocupan por sus semejantes, jamás había ayudado a nadie. La generosidad lo incomodaba; ni siquiera podía concebir que alguien le tuviera la clase de cariño que le tenían al nagual Julián, y se sentiría ciertamente estúpido regalándole a alguien la camisa que traía puesta.

– Me importan tanto mis semejantes -prosiguió-, que no hago nada por ellos. No sabría qué hacer. Y si hiciera algo, siempre tendría la irritante sensación de estarles imponiendo mi voluntad con mis regalos.

“Naturalmente, ayudado por el camino del guerrero, he superado todos estos sentimientos. Cualquier guerrero puede tener tanto éxito con la gente, como lo tuvo el nagual Julián, siempre y cuando mueva su punto de encaje a una posición en la que no tienen ninguna importancia si la gente lo quiere o no lo quiere o si lo ignoran. Pero eso no es lo mismo.

Don Juan dijo que cuando le dieron a conocer, por primera vez los principios del acecho, como me pasaba a mí en ese entonces, se vio en un estado de zozobra total. El nagual Elías, quien era muy parecido a don Juan, le explicó que los acechadores como el nagual Julián son líderes naturales. Pueden ayudar a una persona a hacer cualquier cosa.

– El nagual Elías dijo que estos guerreros pueden ayudar a la gente a curarse -prosiguió don Juan-, o los pueden ayudar a enfermarse. Los pueden ayudar a encontrar la felicidad o los pueden ayudar a encontrar la desgracia. Le sugerí al nagual Elías que nosotros en vez de decir que estos guerreros ayudan a la gente, deberíamos decir que la afectan. El nagual Elías dijo que no sólo afectan a la gente, sino que la llevan y la traen activamente, como rijan las circunstancias.

Don Juan soltó una carcajada y me miró con fijeza. Había un brillo malicioso en sus ojos.

– Extraño, ¿verdad? -preguntó-. ¿La manera en que los acechadores ven a la gente?

Don Juan comenzó entonces a contarme su historia. Dijo que el nagual Julián estuvo esperando a un aprendiz nagual durante muchos, muchos años. Un día, volviendo a casa después de una corta visita a unos conocidos en un pueblo vecino, se topó con don Juan. El nagual Julián, en ese preciso momento estaba pensando, como solía hacerlo a menudo, en su necesidad de encontrar un aprendiz nagual. Oyó un disparo de pistola y vio gente huyendo en todas direcciones. Corrió con ellos a la maleza al lado del camino y sólo salió de su escondite al ver a un grupo de personas en torno a alguien que yacía herido en el suelo.

Desde luego, la persona herida era don Juan, a quien disparó el tiránico capataz. Al momento, el nagual Julián vio que don Juan era un hombre especial cuyo capullo estaba dividido en cuatro secciones en vez de dos; también vio que don Juan estaba gravemente herido. Sabía que no tenía tiempo que perder. Su deseo se había cumplido, pero tenía que actuar con rapidez, antes de que alguien se diera cuenta de lo que ocurría. Se agarró la cabeza y gritó: " ¡Han herido a mi hijo!". Iba con una de las videntes de su grupo, una india muy fornida que en público siempre oficiaba como su astuta pero horriblemente regañona esposa. Eran un excelente equipo de acechadores. Le hizo una seña a la vidente, y ella también empezó a llorar y a lamentarse por el hijo que estaba inconsciente y desangrándose. El nagual Julián le rogó a los espectadores que no llamaran a las autoridades sino que lo ayudaran a llevar a su hijo herido y moribundo.

Los jóvenes cargaron a don Juan hasta la casa del nagual Julián. El nagual fue muy generoso con ellos y les pagó bastante bien. Los jóvenes se vieron tan conmovidos por la pareja, que había llorado a lágrima viva por su hijo durante todo el trayecto hasta la casa, que se negaron a aceptar el dinero, pero el nagual Julián insistió en que lo tomaran, para darle buena suerte al herido.

Durante algunos días, don Juan no supo qué pensar de la amable pero extraña pareja que lo había llevado a su hogar. Dijo que el nagual Julián le parecía un viejito casi senil. No era indio, pero estaba casado con una india joven, irascible y gorda, que era tan fuerte físicamente como malhumorada. Don Juan pensó que sin duda alguna la mujer era curandera, a juzgar por la manera en que había atendido su herida y por las cantidades de plantas medicinales que tenía guardadas en el cuarto en el que lo habían alojado.

La mujer también dominaba al viejito y a gritos lo obligaba a poner remedios en la herida de don Juan todos los días. Le hicieron una cama a don Juan en el suelo, usando un petate grueso, y el viejo pasaba momentos angustiosos tratando de arrodillarse para curarlo. Don Juan tenía que luchar para no reírse ante la cómica visión del frágil viejecillo que hacía todo lo posible por doblar las rodillas. Don Juan dijo que, mientras limpiaba su herida, el viejo murmuraba incesantemente, tenía una mirada vacuna, le temblaban las manos y su cuerpo se estremecía de pies a cabeza.

Una vez de rodillas, jamás podía incorporarse por su cuenta. Con una voz ronca, llena de furia contenida, llamaba a gritos a su mujer. Ella entraba al cuarto y ambos se enfrascaban en una horrible discusión. Muy a menudo la mujer se marchaba, llena de furia dejando al viejo que se las arreglara como pudiera.

Don Juan me aseguró que jamás sintió tanta lástima por alguien como por aquel pobre y bondadoso viejito. Muchas veces quiso incorporarse para ayudarlo a ponerse de pie, pero él mismo apenas podía moverse. Una vez.mientras jadeaba y se arrastraba como una lombriz, el viejo pasó media hora maldiciendo y gritando hasta llegar a rastras al filo de la puerta abierta. Lo usó como soporte para levantarse penosamente a una posición vertical.

Le explicó a don Juan que su delicada salud se debía a su avanzada edad, a huesos rotos que no soldaron debidamente, y al reumatismo. Don Juan dijo que el viejito alzó los ojos al cielo y le confesó a don Juan que era el hombre más desgraciado de la tierra; había acudido a la curandera buscando ayuda, y terminó casándose con ella y convirtiéndose en un esclavo.

– Le pregunté al viejo por qué no se iba de la casa -prosiguió don Juan-. El miedo le agrandó los ojos. Tratando de hacerme callar se atragantó con su propia saliva, luego se puso rígido y cayó al suelo como un leño, junto a mi cama, aún intentado hacerme callar. "No sabes lo que dices; no sabes lo que dices" repitió una y otra vez con una expresión loca en los ojos.

"Y le creí. Quedé convencido que con todo lo que me había pasado, yo nunca fui tan feliz como ese pobre hombre. Y con cada día que pasaba me sentía más y más incómodo, aunque yo la pasaba muy bien. La comida era buena y la curandera siempre andaba fuera de casa y yo me quedaba solo con el viejo. Hablamos mucho. Le contaba de mi vida y me encantaba platicar con él. Le dije que no tenía dinero para corresponderle su amabilidad, pero que haría cualquier cosa por ayudarlo. Me dijo que el auxilio no existía más para él, que ya estaba listo para morir, pero que si mi oferta era sincera, me agradecería desde el más allá si me casara con su esposa después que él falleciera.

"En ese mismo instante supe que el viejito estaba más loco que una cabra. Y también supe que tenía que huir de ahí cuanto antes.

Don Juan dijo que ya me había contado parte de la historia, y que cuando se hubo repuesto lo suficiente para poder caminar sin ayuda de alguien el viejecillo le dio una escalofriante demostración de su habilidad como acechador. Sin ningún aviso o preámbulo, puso a don Juan cara a cara con un ser viviente inorgánico. Presintiendo que don Juan planeaba escaparse, aprovechó la oportunidad para asustarlo con el aliado que de alguna manera era capaz de adoptar una grotesca forma humana.

– Al ver a ese aliado casi me volví loco -prosiguió don Juan-. No podía creer lo que veían mis ojos, y sin embargo el monstruo estaba frente a mí en el umbral de la puerta. Y el frágil viejito estaba a mi lado gimiendo y rogándole al monstruo que le perdonara la vida. Y es que mi benefactor era como los antiguos videntes; podía repartir su miedo, en pedacitos, y el aliado reaccionaba con ese miedo. Yo no sabía eso. Lo único que podía ver con mis propios ojos era a una criatura horrenda que avanzaba hacia nosotros, lista para hacernos pedazos, miembro por miembro.

"Cuando el aliado corrió bruscamente hacia mí, silbando como serpiente, yo me desmayé. Al volver a recuperar el conocimiento, el viejito me dijo que había hecho un trato con el monstruo.

Le explicó a don Juan que el hombre había acordado dejarlos vivir a los dos, siempre y cuando don Juan entrara a su servicio. Con ansiedad, don Juan preguntó en qué consistía ese servicio. El viejito le contestó que consistía en una esclavitud, pero señaló que la vida de don Juan prácticamente llegó a su fin con un tiro de revólver. Si él y su esposa no hubieran pasado por allí y no hubieran detenido la hemorragia, con toda seguridad don Juan habría muerto, así que tenía muy poco con qué regatear, o muy poco por qué regatear. El hombre monstruoso sabía esto y no le dejaba salida alguna. El viejo le dijo a don Juan que se dejara de titubeos y que aceptara el trato, porque de negarse, el hombre monstruoso, que escuchaba tras la puerta irrumpiría en el cuarto y los mataría allí mismo de una vez por todas.

– Tuve suficiente presencia de ánimo para preguntarle al viejo, que temblaba como hoja, cómo nos mataría el monstruo -continuó don Juan-. Dijo que el monstruo pensaba rompernos todos los huesos del cuerpo, comenzando por los pies, mientras gritábamos en una agonía indescriptible, y que tardaríamos por lo menos cinco días en morir.

"Al instante, acepté las condiciones del hombre. Con lágrimas en los ojos el viejito me felicitó y dijo que en realidad el pacto no era tan malo. Íbamos a ser más prisioneros que esclavos del hombre monstruoso, pero que al menos comeríamos dos veces al día; y puesto que teníamos vida, podíamos trabajar para ganar nuestra libertad; podíamos fraguar, tramar, mentir y salir de ese infierno luchando a brazo partido.

Don Juan sonrió y luego comenzó a carcajearse. Parecía saber, de antemano, como iba yo a reaccionar con la historia del nagual Julián.

– Te dije que te ibas a enojar -dijo.

– Realmente no entiendo, don Juan -dije-. ¿Cuál era el motivo para montar un engaño tan elaborado?

– El motivo es muy sencillo -dijo sin dejar de sonreír-. Este es otro método de enseñanza, uno muy bueno. Requiere de una tremenda imaginación y de un tremendo control de parte del maestro. Mi método de enseñanza es más parecido a lo que tú consideras enseñanza. Requiere de una tremenda cantidad de palabras. Yo voy a los extremos de la plática. El nagual Julián iba a los extremos del acecho.

Don Juan dijo que entre los videntes hay dos métodos de enseñanza. Él los conocía bien a ambos. Prefería el método que explica todo y deja que la otra persona conozca de antemano el curso de la acción. Era el sistema que fomenta la libertad, la selección de alternativas y la compresión. Por otra parte, el método de su benefactor era más coercitivo y no permitía ni la selección de alternativas ni el entendimiento. Su gran ventaja era que obligaba a los guerreros a vivir directamente los conceptos de los videntes, sin ninguna elucidación intermediaria.

Don Juan explicó que todo lo que hizo su benefactor con él era una obra maestra de estrategia. Cada una de las palabras y acciones del nagual Julián era premeditada y escogida para crear un efecto particular. Su arte consistía en proporcionar el contexto más adecuado a sus palabras y acciones para que tuvieran el impacto necesario.

– Ese es el método de los acechadores -prosiguió don Juan-. No fomenta la comprensión sino la visión total. Por ejemplo, me llevó casi toda una vida comprender lo que me había hecho al ponerme frente a frente al aliado, y sin embargo yo me di cuenta de todo eso, sin explicación alguna, mientras vivía esa experiencia.

"Te he dicho, por ejemplo, que Genaro no entiende lo que hace, pero se da cuenta cabal de lo que está haciendo. Eso se debe a que su punto de encaje fue movido con el método de los acechadores.

Dijo que si el punto de encaje es movido de su sitio acostumbrado mediante el método de explicarlo todo, como en mi caso, siempre se requiere de otra persona no sólo para ayudar a desplazar el punto de encaje, sino también para dar las explicaciones de lo que está ocurriendo. Pero si el punto de encaje es movido mediante el método de los acechadores, como en su propio caso, o el de Genaro, sólo se requiere del acto catalizador inicial que, de un tirón, saca al punto de donde normalmente está localizado.

Don Juan dijo que cuando el nagual Julián lo hizo enfrentarse al aliado, su punto de encaje se movió con el impacto del miedo. Aunado a su débil condición física, un susto tan intenso era ideal para desplazar su punto de encaje.

A fin de neutralizar los efectos dañinos del susto, su impacto tenía que ser contrarrestado, pero no disminuido. El explicar lo que ocurría hubiera disminuido el miedo. Lo que quería el nagual Julián era asegurarse de que podría utilizar ese miedo catalizador inicial cuantas veces lo necesitara, pero también quería asegurarse de que podía contrarrestar su devastador impacto; ese era el motivo del engaño. Mientras más elaboradas y dramáticas eran sus historias, mayor era su efecto contrarrestante. Si él mismo parecía compartir el aprieto, el susto de don Juan no podía ser tan intenso como el que habría sentido si hubiera estado solo.

– Con su afición por el drama -prosiguió don Juan-, mi benefactor pudo mover mi punto de encaje lo suficiente para imbuirme, de inmediato, con las dos cualidades básicas de los guerreros: el esfuerzo sostenido y el intento inflexible. Yo sabía que para ser libre algún día, tendría que trabajar de manera constante y ordenada y en cooperación con el frágil viejito, quien a mi parecer necesitaba de mi ayuda tanto como yo necesitaba de la suya. Y también sabía sin duda alguna que eso era todo lo que yo quería hacer en esta vida.

No pude volver a hablar con don Juan hasta dos días después. Estábamos en Oaxaca, paseando en la plaza principal, temprano por la mañana. Había niños caminando a la escuela, gente yendo a misa, algunos hombres sentados en las bancas y conductores de taxi esperando a turistas del hotel.

– Hacer mover al punto de encaje -dijo don Juan-, es la culminación de lo que busca el guerrero. De ahí en adelante es otra búsqueda; es la búsqueda del vidente propiamente dicha.

Repitió que en el camino del guerrero, el mover el punto de encaje lo es todo. Los antiguos videntes jamás llegaron a esa conclusión. Pensaban que el movimiento del punto era como una marca que determinaba sus posiciones en una escala de méritos. Jamás concibieron que era precisamente esa posición la que determinaba lo que percibían.

– Con el método de los acechadores -continuó don Juan-, un acechador consumado como el nagual Julián puede lograr estupendos cambios del punto de encaje. Estos son movimientos muy sólidos. Como ya te darás cuenta, al apoyar al aprendiz, el maestro acechador obtiene la total cooperación y participación del aprendiz. Obtener la total cooperación y participación de alguien es probablemente el más importante resultado del método de los acechadores. Y el nagual Julián era un genio indisputable que siempre conseguía ambas cosas.

Don Juan dijo que no tenía palabras para describir la agitación y confusión que vivió al irse enterando, poco a poco, de la riqueza y lo complejo de la personalidad y la vida del nagual Julián. Mientras don Juan estuvo convencido de que trataba con un indefenso viejecillo, frágil y asustado, se sentía seguro de sí mismo, cómodo. Pero un día, poco después de haber hecho el trato con el hombre monstruoso, su seguridad se vino al suelo y se rompió para siempre. El nagual Julián le dio a don Juan otra desconcertante demostración de sus habilidades acechadoras.

Aunque para entonces don Juan ya estaba bastante repuesto, el nagual Julián aún dormía en el mismo cuarto para cuidarlo. Aquel día, cuando don Juan despertó, el nagual Julián le comunicó que su captor estaría ausente un par de días y que eso le iba a permitir un momento de libertad. En tono de confidencia dijo que él no era en realidad un viejecillo, sino que sólo pretendía serlo para burlar la vigilancia del hombre monstruoso.

Sin darle a don Juan ni tiempo de pensar, con increíble agilidad se levantó de su petate de un salto; se inclinó y metió la cabeza en un balde de agua durante un momento largo. Cuando se enderezó, tenía el cabello completamente negro, el cabello blanco había desaparecido, y don Juan miraba a un hombre que nunca había visto antes, un hombre qué a lo mucho tenía treinta años. Flexionó los músculos, respiró profundamente y estiró cada parte de su cuerpo como si hubiera estado demasiado tiempo en una jaula apretada.

– Cuando vi al nagual Julián como un hombre joven, pensé que en realidad era el demonio -continuó don Juan-. Cerré los ojos y supe que mi fin estaba cerca. El nagual Julián se rió hasta llorar.

Don Juan dijo que entonces el nagual Julián lo tranquilizó haciéndolo cambiar una y otra vez entre la conciencia del lado derecho y la del lado izquierdo.

– Durante dos días ese joven dio de saltos y corrió por toda la casa, como un niño que juega a lo loco cuando su mamá no está -prosiguió don Juan-. Me contó la historia de su vida y chistes que me hacían caerme de risa. Pero la manera en que había cambiado su esposa, fue aún más asombroso para mí. Estaba delgadita y era hermosísima. Pensé que era una mujer completamente diferente. Me deshice en elogios. Me fascinaba lo completo de su cambio y lo hermosa que se veía. El joven dijo que cuando su captor se ausentaba ella era otra mujer.

Don Juan se rió y dijo que su diabólico benefactor decía la verdad. En realidad, esa bellísima mujer era otra vidente del grupo del nagual.

Don Juan le preguntó al joven por qué aparentaban ser lo que no eran. Con los ojos llenos de lágrimas, el joven miró a don Juan y le dijo que, en verdad, los misterios del mundo son insondables. Él y su joven esposa habían sido atrapados por fuerzas inexplicables y tenían que protegerse fingiendo así. Actuaba como un viejecillo frágil porque su captor siempre los estaba vigilando. Le suplicó a don Juan que le perdonara por haberlo engañado.

Don Juan preguntó quién era aquel hombre de aspecto monstruoso. Suspirando profundamente, el joven confesó que ni siquiera podía adivinarlo. Le dijo a don Juan que aunque él era un hombre educado, un famoso actor del ambiente teatral de la Ciudad de México, no tenía explicaciones. Lo único que sabía era que había venido a casa de la curandera para ser tratado de una tisis que padecía desde hacía muchos años. Estaba a un paso de la muerte cuando sus parientes lo llevaron adonde la curandera. Ella lo ayudó a restablecerse, y él se enamoró tan locamente de la hermosa joven india que acabó casándose con ella. Su plan era llevársela a la capital y enriquecerse con su habilidad curativa.

Antes de iniciar el viaje a la Ciudad de México, ella le advirtió que tenían que disfrazarse para poder escapar de un brujo. Le explicó que su madre también había sido curandera y que aprendió a curar con ese brujo maestro, quien le exigió que ella, la hija, permaneciera con él para toda la vida. El joven dijo que se había negado a preguntarle a su esposa acerca de aquella relación. Sólo quería liberarla, y por eso se disfrazó de viejo y a ella la disfrazó de mujer gorda.

El cuento no tuvo un desenlace feliz. El hombre horripilante los capturó y los mantuvo prisioneros. No se atrevían a quitarse el disfraz ante aquel hombre de pesadilla, y en su presencia se comportaban como si se odiaran; pero en realidad, languidecían el uno por el otro y vivían sólo para disfrutar los cortos periodos en los que se ausentaba aquel hombre.

Don Juan dijo que el joven lo abrazó y le dijo que el cuarto donde estaba su cama era el único lugar seguro de la casa, y que si sería tan amable de salir a montar guardia mientras le hacía el amor a su esposa.

– Su pasión estremeció a la casa -continuó don Juan-, mientras yo me senté junto a la puerta, sintiéndome culpable por escucharlos y mortalmente asustado con la idea de que el hombre regresara en cualquier momento. Y así fue, escuché que entró a la casa. Golpeé la puerta, y cuando no contestaron, entré al cuarto. La bellísima joven dormía desnuda y el joven no estaba. Jamás en mi vida había visto a una mujer tan hermosa, tan dormida y tan desnuda. Oí al hombre monstruoso caminando hacia el cuarto. Yo aún estaba muy débil. Mi vergüenza y mi terror eran tan grandes que me desmayé otra vez.

La historia me molestó sobremanera. Le dije a don Juan que yo no entendía el valor de las habilidades acechadoras del nagual Julián. Don Juan me escuchó sin hacer un solo comentario, y me dejó hablar acaloradamente, mientras seguimos caminando.

Cuando finalmente nos sentamos en una banca, yo estaba muy cansado. No supe qué decir cuando me preguntó por qué su relato del método de enseñanza del nagual Julián me había molestado tanto.

– No me puedo quitar la idea de que simplemente le estaba haciendo jugarretas crueles a todos -dije al fin.

– Los que hacen jugarretas no enseñan nada a nadie -repuso don Juan-. El nagual Julián ponía en escena dramas mágicos que requerían mover el punto de encaje.

– A mí me parece una persona muy egoísta -insistí.

– Te parece ser eso porque lo estás juzgando -contestó-. Actúas como moralista. Yo me sentía al igual que tú. Figúrate ahora, si tú te sientes así solamente oyendo hablar del nagual Julián, imagínate cómo debí sentirme yo viviendo en su casa durante años. Por supuesto que no sólo me cayó mal, también lo envidiaba y le tenía terror.

"Pero también lo quería mucho, sin embargo mi envidia era más grande que mi cariño. Le envidiaba su facilidad, su misteriosa capacidad de ser joven o viejo a voluntad; le envidiaba su estilo, y sobre todo, le envidiaba su manera de influenciar a cualquier persona que estuviera cerca de él. Me mataba oírlo cuando iniciaba las más interesantes conversaciones con la gente. Siempre tenía algo qué decir; yo nunca tenía nada, y sólo sabía sentirme incompetente e ignorado.

Las revelaciones de don Juan me hicieron sentirme incómodo. Deseaba que cambiara de tema, porque no quería oír que era como yo. En mi opinión, él era un nagual sin par. Se dio cuenta de cómo me sentía:

– Lo que estoy tratando de hacer con la historia de mi envidia -prosiguió-, es señalarte algo de gran importancia, que la posición del punto de encaje dicta cómo nos comportamos y cómo nos sentimos.

"En aquel entonces mi gran defecto era que no podía entender este principio. Estaba aún verde. Al igual que tú, vivía a través de la importancia personal, porque ahí era donde estaba emplazado mi punto de encaje. Cómo te darás cuenta, yo aún no había aprendido que la forma de mover ese punto es establecer nuevos hábitos, moverlo con el intento. Cuando al fin se movió, fue como si yo acabara de descubrir que la única manera de tratar con guerreros sin par, como mi benefactor, es no tener importancia personal para así poder celebrarlos sin prejuicios.

Repitió otra vez que todos los entendimientos son de dos tipos. Uno es simplemente exhortaciones que uno se da a sí mismo, grandes arranques de emoción y nada más. El otro es el producto de un movimiento del punto de encaje; no va unido a arranques emocionales sino a la acción. Los entendimientos emocionales vienen años después, cuando los guerreros, mediante el uso, han solidificado la nueva posición de sus puntos de encaje.

– Incansablemente, el nagual Julián nos guió a todos nosotros a ese tipo de movimiento -prosiguió don Juan-. Obtuvo de todos nosotros total cooperación y participación en sus enormes dramas. Por ejemplo, con su drama del hombre joven y su esposa y su captor, atrapó mi absoluta concentración e interés. Para mí, el cuento del hombre viejo que era en realidad joven fue muy consistente. Había visto al hombre monstruoso con mis propios ojos, y eso hacía que el joven tuviera mi imperecedera afiliación.

Don Juan dijo que el nagual Julián era un mago que podía manejar la fuerza del intento a un grado que resultaría incomprensible para el hombre común. Sus dramas incluían personajes mágicos convocados por la fuerza del intento, como el ser inorgánico que podía adoptar una grotesca forma humana.

– El poder del nagual Julián era tan impecable -continuó don Juan-, que podía obligar al punto de encaje de cualquiera a moverse y a alinear emanaciones que le harían ver lo que el nagual quisiera. Por ejemplo, dependiendo de lo que quería lograr, podía verse muy viejo o muy joven para su edad. Y de su edad, lo único que podían decir quienes conocían al nagual era que fluctuaba. Durante los treinta y dos años que lo conocí, a veces se veía muy joven, y en otras ocasiones estaba tan miserablemente anciano que ni siquiera podía caminar.

Don Juan dijo que, bajo la dirección de su benefactor, su punto de encaje se movió de una manera imperceptible pero profunda. Por ejemplo, un día, sin saber cómo, le vino un temor que por una parte no tenía sentido alguno para él y que por otra parte tenía todo el sentido del mundo.

– Mi temor era que debido a la estupidez perdería mi oportunidad de ser libre y que repetiría la vida de mi padre.

"Y toma en cuenta que la vida de mi padre no tuvo nada de malo. Vivió y murió ni mejor ni peor que la mayoría de los hombres; lo importante era que mi punto de encaje se movió y que un día me di cuenta de que la vida y la muerte de mi padre no tuvieron ningún significado, ni para otros ni para él mismo.

"Mi benefactor me dijo que mi padre y mi madre vivieron y murieron sólo para tenerme a mí, y que sus propios padres hicieron lo mismo por ellos. Dijo que los guerreros son diferentes porque mueven a sus puntos de encaje lo suficiente para darse cuenta del tremendo precio que se ha pagado por sus vidas. Este movimiento les da el respeto y el terror reverente que sus padres jamás sintieron por la vida en general, o por el estar vivo en particular.

Don Juan dijo que el nagual Julián no sólo hizo que sus aprendices movieran sus puntos de encaje, sino que se divirtió tremendamente mientras lo hacían.

– Por lo menos se divirtió inmensamente conmigo -dijo-. Años después, cuando los demás de mis compañeros videntes empezaron a llegar, incluso yo esperaba ansiosamente las disparatadas situaciones que creaba y desarrollaba con cada uno de ellos.

"Cuando el nagual Julián abandonó el mundo, el deleite se fue con él, y jamás volvió. A veces, Genaro nos deleita, pero nadie puede ocupar el lugar del nagual Julián. Sus dramas siempre eran enormes, sin medida. Te aseguro que no sabíamos lo que era divertirse hasta que vimos lo que hacía cuando se le aguaban algunos de esos dramas."

Don Juan se incorporó de su banca favorita. Se volvió hacia mí. Sus ojos estaban brillantes, en paz.

– Yo no soy buen acechador porque quiero a mis semejantes -dijo-. Por ejemplo, si resultara que eres tan estúpido como para fracasar en tu tarea, tienes que tener por lo menos suficiente energía para mover tu punto de encaje y venir a esta banca. Siéntate aquí durante un momento, libre de pensamientos y deseos; yo trataré de venir a recogerte de dondequiera que esté. Te prometo que procuraré hacerlo.

Explotó en una gran carcajada, como si su promesa fuera demasiado ridícula para ser creída.

– Esas palabras deberían decirse ya entrada la tarde -dijo aún riendo-. Nunca en la mañana. La mañana lo hace a uno sentirse optimista y palabras como esas pierden su significado.

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