I. LOS NUEVOS VIDENTES

Había pasado la noche en la ciudad de Oaxaca, en el sur de México, iba camino a las montañas de Ixtlán a buscar a don Juan. Al salir en mi coche de la ciudad, temprano por la mañana, tuve el buen tino de dar una vuelta por la plaza principal, y ahí lo encontré, sentado en su banca favorita, como si esperase a que yo pasara.

Paré el coche y me reuní con él. Me dijo que estaba en la ciudad atendiendo negocios, que se hallaba hospedado en una pensión local y que con toda confianza podía quedarme con él, ya que tenía que permanecer en la ciudad por dos días más. Por un largo rato hablamos de mis actividades y problemas en el mundo académico.

Como era su costumbre, de repente me dio una palmada en la espalda, cuando menos me lo esperaba, y el golpe me hizo entrar en un estado de conciencia acrecentada.

Estuvimos sentados durante mucho tiempo, en silencio. Yo esperaba con ansia que comenzara a hablar y, sin embargo, cuando lo hizo me sorprendió.

– Mucho tiempo antes de que los españoles llegaran a México -dijo- existían extraordinarios videntes toltecas, hombres capaces de actos inconcebibles. Eran el último eslabón en una cadena de conocimiento que se extendió a lo largo de miles de años.

"Esos videntes toltecas fueron hombres extraordinarios; brujos poderosos, sombríos y obsesionados que desentrañaron misterios y poseyeron conocimientos secretos que utilizaban para afectar o subyugar a quienes cayeran en sus manos. Sabían como inmovilizar la atención de sus víctimas y fijarla en lo que fuera.

Dejó de hablar y me miró. Sentí que esperaba que yo le hiciera una pregunta, pero no sabía qué preguntar.

– Tengo que hacer hincapié en un hecho importante -prosiguió-, el hecho de que aquellos brujos sabían cómo inmovilizar la atención de sus víctimas. No te diste cuenta, cuando yo lo mencioné no significó nada para ti. No es raro. Una de las cosas más difíciles de admitir es que el estar consciente de ser es algo que puede ser manejado.

Me sentí confuso. Sabía que me guiaba hacia algo. Sentía una aprensión familiar, el mismo sentimiento que siempre me asaltaba cuando don Juan comenzaba un nuevo ciclo de enseñanzas.

Le dije cómo me sentía. Hizo un gesto vago de sonrisa. De costumbre, cuando sonreía, rezumaba felicidad; esta vez estaba definitivamente preocupado. Durante un momento pareció considerar si seguir hablando o no. De nuevo me miró atentamente, paseando su mirada con lentitud a lo largo de todo mi cuerpo. Aparentemente satisfecho, asintió con la cabeza y dijo que yo estaba listo para emprender la etapa final; el aprendizaje que todos los guerreros tenían que llevar a cabo para al fin entender el camino del conocimiento.

– Vamos a hablar del estar consciente de ser -continuó-. Los videntes toltecas, de hecho, fueron los maestros supremos del arte de estar consciente de ser. Cuando digo que sabían cómo inmovilizar la atención de sus víctimas, quiero decir que su conocimiento y sus prácticas secretas les permitieron romper el misterio del estar consciente de ser. Muchas de sus prácticas han sobrevivido hasta el día de hoy, afortunadamente, en una forma modificada. Digo afortunadamente porque esas actividades; como ya te lo explicaré, no llevaron a los antiguos videntes toltecas a la libertad, sino a su ruina.

– ¿Usted conoce esas prácticas? -pregunté.

– Claro que sí -contestó-. No hay manera de que nosotros no conozcamos esas técnicas, pero eso no quiere decir que las practiquemos. Tenemos otras miras. Pertenecemos a un nuevo ciclo.

– Pero, ¿usted no se considera brujo, verdad, don Juan? -le pregunté.

– No le hagas, -dijo-. Yo soy un guerrero que ve. En realidad, todos nosotros somos los nuevos videntes. Los antiguos videntes eran los brujos.

"Para el hombre común -prosiguió-, la brujería es asunto negativo, pero de todos modos fascinante. Por esa razón, siempre te animé, en tu estado de conciencia normal, a que pensaras que nosotros somos brujos. Es recomendable hacerlo. Sirve para atraer el interés. Pero, para nosotros ser brujos sería como entrar en un callejón sin salida.

Quise saber que quería decir con eso, pero se negó a hablar al respecto. Dijo que se explayaría en el tema conforme siguiera avanzando con su exposición del estar consciente de ser.

Le pregunté acerca del origen del conocimiento de los toltecas.

– Al comer plantas de poder los toltecas dieron el primer paso en el camino del conocimiento -contestó-. Ya fuera empujados por la curiosidad, o el hambre, o el error, las comieron. Una vez que las plantas de poder produjeron sus efectos, solamente fue asunto de esperar hasta que algunos de ellos comenzaran a analizar sus experiencias. En mi opinión, los primeros hombres que recorrieron el camino del conocimiento fueron muy intrépidos y al mismo tiempo muy desacertados.

– ¿No es todo esto una conjetura de su parte, don Juan?

– No, esto no es ninguna conjetura mía. Yo soy vidente, y cuando me enfoco en aquella época sé todo lo que ocurrió.

– ¿Puede ver los detalles de las cosas del pasado? -pregunté.

Ver es un sentido peculiar de saber -contestó-, de saber algo sin la menor duda. En este caso sé lo que hicieron esos hombres, no solamente a causa de que veo, sino porque estamos tan estrechamente ligados con ellos.

Don Juan explicó entonces que su uso del término "tolteca" no correspondía a la manera como yo lo usaba. Para mí significaba una cultura, el imperio tolteca. Para él, el término "tolteca" significaba "hombre de conocimiento".

Dijo que en la época a que se refería, siglos o tal vez incluso milenios antes de la Conquista española, todos aquellos hombres de conocimiento vivían dentro de una vasta área geográfica, al norte y al sur del valle de México, y que se dedicaban a ocupaciones específicas: curar, embrujar, hacer relatos, bailar, ser oráculos, preparar alimentos y bebidas. Tales ocupaciones fomentaban un conocimiento específico, un conocimiento que los diferenciaba del hombre común y corriente. Por otra parte, esos toltecas eran personas que encajaban en la estructura de la vida cotidiana, muy a la manera en que lo hacen en nuestra época los médicos, artistas, maestros, sacerdotes y hombres de negocios. Practicaban sus profesiones bajo el estricto control de cofradías organizadas y llegaron a ser expertos tan influyentes que incluso dominaron todas las áreas vecinas.

Don Juan dijo que después de siglos de usar plantas de poder, algunos de ellos aprendieron finalmente a ver. Los más emprendedores comenzaron entonces la enseñanza de cómo ver. Y ese fue el principio de su perdición. Al pasar el tiempo aumentó el número de videntes, y la obsesión de ver llegó a tal punto que dejaron de ser hombres de conocimiento. Se volvieron expertos en ver y en ejercer control sobre los extraños mundos que atestiguaban, pero todo ello no sirvió de nada. El ver había socavado su fuerza y los había obligado a obsesionarse con lo que veían.

"Sin embargo, hubo videntes que escaparon a ese destino -prosiguió don Juan-, grandes hombres que, a pesar de ver, nunca dejaron de ser hombres de conocimiento. Estoy convencido de que, bajo su dirección, las poblaciones de ciudades enteras penetraron en los mundos que veían, y de ellos no volvieron a salir jamás.

"Pero los videntes que podían sólo ver fueron un fracaso, y cuando su tierra fue invadida por pueblos conquistadores se encontraron tan indefensos como todos los demás.

"Esos conquistadores -continuó- se apoderaron del mundo tolteca, se apropiaron de todo, pero nunca aprendieron a ver.

– ¿Por qué cree usted que nunca aprendieron a ver? -pregunté.

– Porque copiaron los procedimientos de los videntes toltecas sin tener el conocimiento interno que los acompaña. Hasta la fecha hay cantidades de brujos por todo México, descendientes de esos conquistadores, que siguen imitando a los toltecas, pero sin saber lo que hacen, o lo que dicen, porque no son videntes.

– ¿Quiénes fueron esos conquistadores, don Juan?

– Otros indios -dijo-. Cuando llegaron los españoles, los antiguos videntes habían desaparecido hacía ya siglos. Lo que encontraron los españoles fue una nueva casta de videntes que comenzaba ya a asegurar su posición en un nuevo ciclo.

– ¿Qué cosa es una nueva casta de videntes?

– Después que el mundo de los primeros toltecas fue destruido, los videntes que sobrevivieron se recluyeron y empezaron un recuento de sus prácticas. Lo primero que hicieron fue establecer el acecho, el ensoñar y el intento como los procedimientos claves, luego descontinuaron el uso de las plantas de poder; quizás eso nos da cierta idea de lo que realmente les sucedió con las plantas de poder.

"El nuevo ciclo apenas comenzaba a establecerse cuando los conquistadores españoles acabaron con todo. Afortunadamente, para entonces los nuevos videntes estaban completamente preparados para enfrentar ese peligro. Ya eran practicantes consumados del arte del acecho.

Don Juan dijo que los subsecuentes siglos de subyugación les proporcionaron a los nuevos videntes las circunstancias ideales para perfeccionar sus habilidades. Por extraño que parezca, fue el extremo rigor y la coerción de dicho periodo lo que les dio el ímpetu para refinar sus nuevos principios. Y gracias al hecho de que nunca divulgaban sus actividades, se les dejó libres y pudieron explorar y delinear el curso de sus actos.

– ¿Hubo un gran número de videntes durante la Conquista? -pregunté.

– Al principio había muchos. En la época colonial sólo quedó un puñado. El resto había sido exterminado.

– ¿Y cómo está la cosa hoy en día?

– Hay unos cuantos. Como tú comprenderás, están dispersos por todas partes.

– ¿Los conoce, usted, don Juan?

– Una pregunta tan sencilla es la más difícil de contestar -repuso-. Hay unos a quienes conocemos muy bien. Pero no son exactamente como nosotros, porque se han concentrado en otros aspectos específicos del conocimiento, tales como bailar, curar, embrujar, hablar, en vez de lo que recomiendan los nuevos videntes: el acecho, el ensueño y el intento. Los que son exactamente como nosotros no cruzarían nuestro camino. Así lo dispusieron los videntes que vivieron durante los tiempos coloniales para evitar ser exterminados por los españoles. Cada uno de esos videntes fundó un linaje. Y no todos ellos tuvieron descendientes, de modo que quedan muy pocos.

– ¿Conoce usted a algunos que sean exactamente como nosotros?

– Unos cuantos -contestó lacónicamente.

Le pedí entonces que me diera toda la información posible; el tema me interesaba de manera vital; me era de suma importancia conocer nombres y direcciones con objeto de validar y corroborar todo lo que me estaba diciendo.

Don Juan no parecía interesado en complacerme.

– Los nuevos videntes pasaron por todas esas corroboraciones -dijo-. La mitad de ellos dejó los huesos en el cuarto donde los corroboraban. Así que ahora son pájaros solitarios. Dejémoslo así. Lo único de lo que podemos hablar es de nuestro linaje. Acerca de eso, tú y yo podemos decir todo lo que queramos.

Explicó que todos los linajes fueron iniciados en la misma época y de igual manera. Hacia fines del siglo dieciséis cada nagual se cerró en sí mismo y aisló a su grupo de videntes para que no tuvieran ningún contacto abierto con otros videntes. La consecuencia de esa drástica segregación fue la formación de linajes individuales. Dijo que nuestro linaje estaba compuesto de catorce naguales y ciento veintiséis videntes. Algunos de esos catorce naguales tuvieron solamente siete videntes con ellos, otros tuvieron once y algunos hasta quince.

Me dijo que su maestro, o su benefactor, como le llamaba, era el nagual Julián, y el anterior a Julián era el nagual Elías. Le pregunté si conocía los nombres de todos los catorce naguales. Los nombró y los enumeró, a fin de que yo supiera quiénes eran. Dijo también que había conocido personalmente a los quince videntes que formaron el grupo de su benefactor, y que había conocido al maestro de su benefactor, el nagual Elías, y a los once videntes de su grupo.

Don Juan me aseguró que nuestro linaje era bastante excepcional, porque sufrió un cambio drástico en el año 1723. Una influencia externa vino a afectarnos y alteró nuestro curso de manera inexorable. En ese momento no quiso hablar del evento en sí, pero dijo que, a partir de ese entonces, nuestra línea tomaba en cuenta un nuevo comienzo, y que se consideraba que los ocho naguales que habían gobernado el linaje desde ese instante, eran intrínsecamente diferentes a los seis que los precedieron.


Don Juan debió tener negocios que atender al día siguiente, porque no lo vi hasta casi el mediodía. Mientras tanto, llegaron a la ciudad tres de sus aprendices, Pablito, Néstor y la Gorda. Venían a comprar herramientas y materiales para el negocio de carpintería de Pablito. Los acompañé y los ayudé a cumplir todos sus encargos. Luego regresamos todos a la pensión.

Los cuatro estábamos sentados conversando cuando don Juan entró a mi cuarto. Nos dijo que partiríamos después del almuerzo, y que, inmediatamente, tenía algo que discutir conmigo, en privado. Sugirió que nosotros dos diéramos un paseo alrededor de la plaza antes de que nos reuniéramos todos en un restaurante.

Pablito y Néstor se pusieron de pie y salieron diciendo que aún no terminaban sus quehaceres. La Gorda parecía estar muy disgustada.

– ¿De qué van a hablar? -chilló, pero de inmediato reconoció su error y se rió nerviosamente.

Don Juan la miró de manera extraña pero no dijo nada.

Alentada por su silencio, la Gorda propuso que la lleváramos con nosotros. Nos aseguró que no nos molestaría en lo más mínimo.

– Estoy seguro de que no nos molestarás -le dijo don Juan-, pero realmente no quiero que oigas nada de lo que tengo que decir.

El enojo de la Gorda era muy obvio. Se sonrojó. Cuando don Juan y yo salíamos del cuarto, la miré a hurtadillas y noté que tenía la boca abierta y los labios resecos. Toda su cara se había nublado con ansiedad y tensión, distorsionándose al instante.

El malhumor de la Gorda me causó una gran ansiedad. De hecho, sentía una incomodidad física. No dije nada, pero don Juan pareció darse cuenta de cómo me sentía.

– Deberías darle gracias a la Gorda día y noche -dijo de repente-. Ella te está ayudando a destruir tu importancia personal. Ella es la pinche tirana en tu vida, pero aún no te das cuenta de eso.

Paseamos alrededor de la plaza hasta que todo mi nerviosismo se desvaneció. Entonces nos volvimos a sentar en su banca preferida.

– Los antiguos videntes en realidad fueron muy afortunados -comenzó don Juan-, porque tuvieron tiempo de sobra para aprender cosas increíbles. Con decirte que sabían maravillas que hoy no podemos ni siquiera imaginar.

– ¿Quién les enseñó todo eso? -pregunté.

– Aprendieron todo por su cuenta, eran videntes, veían -contestó-. La mayoría de lo que sabemos en nuestro linaje fue obra de ellos. Los nuevos videntes corrigieron los errores de los antiguos videntes, pero la base de lo que conocemos y hacemos está perdida en el tiempo de los toltecas.

Explicó que uno de los más sencillos y al mismo. tiempo más importantes hallazgos, desde el punto de vista de la instrucción, es saber que el hombre tiene dos tipos de conciencia. Los antiguos videntes los llamaban el lado derecho e izquierdo del hombre.

– Los antiguos videntes se dieron cuenta -prosiguió-, de que la mejor manera de enseñar su conocimiento era hacer que sus aprendices cambiaran a su lado izquierdo, a un estado de conciencia acrecentada, porque ahí es donde tiene lugar el verdadero aprendizaje.

"A los antiguos videntes les entregaban niños muy pequeños como aprendices -continuó don Juan-, para que de esa manera no conocieran otra clase de vida. A su vez, cuando esos niños crecían, tomaban a otros niños como aprendices. Imagínate las cosas que debieron descubrir en esos cambios a la izquierda y a la derecha, después de siglos de hacerlo.

Yo comenté lo desconcertante que eran para mí esos cambios. Me aseguró que mi experiencia era similar a la suya. Su benefactor, el nagual Julián, le creó un profundo cisma al hacerlo cambiar una y otra vez de un tipo de conciencia al otro. Dijo que la claridad y la libertad que experimentaba en estados de conciencia acrecentada estaban en completo contraste con las racionalizaciones, las defensas, el enojo y el miedo que eran parte de su estado normal.

Dijo que los antiguos videntes solían crear esta polaridad para satisfacer sus propósitos particulares; con ella, obligaban a sus aprendices a lograr la concentración necesaria para aprender técnicas de brujería. Los nuevos videntes, por otro lado, la usaban para guiar a sus aprendices a la convicción de que existen en el hombre posibilidades que jamás son realizadas.

– El mejor logro de los nuevos videntes -prosiguió don Juan-, es su explicación del misterio de estar consciente de ser. Lo condensaron todo en unos conceptos y actos que se enseñan mientras los aprendices están en el estado de conciencia acrecentada.

Dijo que el valor del método de enseñanza de los nuevos videntes radica en que aprovecha las cualidades peculiares de la conciencia acrecentada, especialmente la inhabilidad de los aprendices para recordar. Esta inhabilidad constituye una barrera casi infranqueable para los guerreros que tienen que recordar toda la instrucción que se les dio, si han de seguir adelante. Sólo después de años de esfuerzo y de disciplina monumentales pueden los guerreros recordar su instrucción.

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