– Hoy vamos a dar una vuelta a pie por la carretera a Oaxaca -me dijo don Juan-. Genaro nos está esperando por ahí.
Su petición me sorprendió. Yo no esperaba ir a ningún sitio. Durante todo el día había aguardado a que continuara su explicación. Salimos de la casa, y en silencio atravesamos el pueblo hasta alcanzar el camino de terracería. Durante largo tiempo caminamos pausadamente. De pronto, don Juan comenzó a hablar.
– Te he contado acerca de muchos de los grandes hallazgos hechos por los antiguos videntes -dijo-. Así como el descubrimiento de que la conciencia orgánica no es la única conciencia presente en la tierra, también descubrieron que la tierra misma es un ser viviente.
Esperó un momento antes de proseguir. Me sonrió, como invitándome a hacer algún comentario. No se me ocurría nada que decir.
– Los antiguos videntes vieron que la Tierra tiene un capullo -prosiguió-. Vieron que hay una pelota que contiene a la tierra, un capullo luminoso que encierra a las emanaciones del Águila. La tierra es un gigantesco ser consciente sujeto a las mismas fuerzas que nosotros.
Explicó que, al descubrir ésto, los antiguos videntes se interesaron de inmediato en los usos prácticos de ese hallazgo. El resultado de su interés fue que las más elaboradas técnicas de su brujería tenían que ver con la tierra. Consideraban que la tierra era la fuente última de todo lo que somos.
Don Juan reafirmó que a este respecto los antiguos videntes no se equivocaban, porque de verdad, la tierra es nuestra original fuente de todo.
No dijo nada más hasta que nos encontramos a Genaro como a un kilómetro y medio del pueblo. Nos esperaba, sentado sobre una roca a un lado del camino.
Me saludó con afecto. Me dijo que debíamos subir a la cima de unas escarpadas montañas, cubiertas de arbustos.
– Los tres vamos a sentarnos contra una roca -me dijo don Juan-, para contemplar la luz del sol que se refleja en las montañas que están hacia el este: Cuando el sol se hunda detrás de las montañas del oeste, quizá la tierra te permita ver el alineamiento.
Al llegar a la cima de la montaña, nos sentamos de espaldas contra una roca. Don Juan me hizo sentarme entre los dos.
Yo me sentía terriblemente nervioso. Le pregunté qué era lo que se proponía hacer. No me contestó. Siguió hablando como si yo no hubiera dicho nada.
– Fueron los antiguos videntes quienes dieron accidentalmente con algo monumental al descubrir que la percepción es alineamiento -dijo-. Lo triste es que nuevamente, sus extravíos les impidieron saber lo que habían logrado.
Señaló la cordillera al este del angosto valle donde se encontraba el pueblo.
– Hay suficiente resplandor en esas montañas para sacudir a tu punto de encaje -me dijo-. Justo antes de que se ponga el sol, tendrás unos momentos para captar todo el resplandor que necesites. La llave mágica que abre las puertas de la tierra está hecha de silencio interno y de cualquier cosa que brille.
– ¿Qué es exactamente lo que debo hacer, don Juan? -pregunté.
Ambos me examinaron. Pensé ver en sus ojos una mezcla de curiosidad y repugnancia.
– Simplemente para el diálogo interno -me dijo don Juan.
Sentí una intensa punzada de ansiedad y duda; no tenía fe en que pudiera hacerlo a voluntad. Después de un momento inicial de molesta frustración, me resigné simplemente a quedarme sentado allí.
Miré a mi alrededor. Me di cuenta que estábamos a suficiente altura para contemplar todo el largo y estrecho valle abajo de nosotros. Más de la mitad estaba cubierto por las sombras vespertinas. El sol aún brillaba sobre las colinas al pie de la cordillera oriental de montañas, del otro lado del valle; la luz solar le daba a los erosionados cerros un color ocre, mientras que los picos distantes y azulados adquirieron un tono casi purpurino.
– Tú estás consciente de que ya has hecho esto antes, ¿verdad? -me susurró don Juan.
Le dije que no estaba consciente de nada por el estilo.
– Hemos estado sentados aquí en otras ocasiones -insistió-, pero eso no importa, porque esta ocasión es la que contará.
"Hoy, con la ayuda de Genaro, vas a encontrar la llave que lo abre todo. Por el momento aún no podrás usarla, pero sabrás lo que es y donde está. Los videntes pagan los más altos precios por saber eso. Tú mismo has estado pagando, paulatinamente, a lo largo de todos estos años.
Explicó que lo que llamaba la llave de todo era el conocimiento directo de que la tierra es un ser consciente, y que como tal puede darle a los guerreros un tremendo levantón; es decir, un impulso proveniente de la conciencia de la tierra, en el instante en el que las emanaciones interiores del capullo de los guerreros se alinean con las emanaciones apropiadas del interior del capullo de la tierra. Puesto que tanto la tierra como el hombre son seres conscientes, sus emanaciones coinciden, o más bien, la tierra contiene todas las emanaciones presentes en el hombre, o para el caso, todas las emanaciones presentes en todos los seres vivientes, orgánicos o inorgánicos. Cuando tiene lugar un momento de alineamiento, los seres vivientes usan ese alineamiento de manera limitada, y perciben su mundo. Como todos los demás, los guerreros pueden usar ese alineamiento ya sea para percibir, o como un levantón que les permite entrar a mundos inimaginables.
– He estado esperando que me hagas la única pregunta significativa que se puede hacer, pero nunca la haces -prosiguió-. Y siempre insistes en preguntar si el misterio de todo queda dentro de nosotros. Nunca acertaste, pero te acercaste bastante.
"En realidad, lo desconocido no está en el interior del capullo del hombre en las emanaciones no tocadas por la conciencia, y sin embargo, de cierta manera, está allí. Este es el punto que no has entendido. Cuando te dije que podemos alinear siete mundos aparte del que conocemos, lo consideraste como un asunto interno, porque tu prejuicio final consiste en creer que sólo imaginas todo lo que haces con nosotros. Por eso, nunca me has preguntado dónde se encuentra realmente lo desconocido. Durante años he hecho círculos con la mano para señalarte todo lo que nos rodea y te he dicho que ahí se encuentra lo desconocido. Nunca hiciste la conexión.
Genaro comenzó a reírse y eso lo hizo toser. Finalmente se puso de pie.
– Aún no hace la conexión -le dijo a don Juan.
Admití que si había una conexión por hacer, se me había pasado totalmente por alto.
Don Juan volvió a decir una y otra vez que la porción de emanaciones que hay en el interior del capullo del hombre se encuentra allí sólo para evocar la conciencia de ser, y que la conciencia consiste en alinear porciones de emanaciones internas con las mismas porciones de las emanaciones en grande. Se les llama emanaciones en grande porque son inmensas; y decir que lo que no se puede conocer queda fuera del capullo del hombre es decir que queda dentro del capullo de la tierra. Sin embargo, dentro del capullo de la tierra también queda lo desconocido, y en el interior del capullo del hombre lo desconocido consiste en las emanaciones no tocadas por el fulgor de la conciencia cotidiana. Cuando las toca, se activan y se alinean con las emanaciones en grande que les corresponden. Una vez que eso ocurre, lo desconocido se percibe y se convierte en lo conocido.
– Soy demasiado duro de cabeza, don Juan. Tiene que explicármelo en pedazos más chicos -dije-.
– Genaro te lo va a dar en pedacitos -repuso don Juan.
Genaro se incorporó y empezó el mismo paso de poder que había ejecutado cuando le dio vueltas a una enorme roca plana cerca de su casa. Don Juan lo miraba fascinado, luego me susurró al oído que debía procurar escuchar los movimientos de Genaro, especialmente el movimiento de sus muslos al subir hasta su pecho cada vez que daba un paso.
Seguí con la mirada los movimientos de Genaro. En cosa de segundos sentí que una parte de mí había quedado atrapada en las piernas de Genaro. El movimiento de sus muslos no me soltaba. Sentía que caminaba con él. Hasta me faltaba aliento. Me di cuenta entonces de que realmente seguía a Genaro; caminaba a su lado, y nos alejábamos de donde habíamos estado sentados.
No vi a don Juan, sólo a Genaro caminando delante de mí con su paso de poder. Caminamos durante horas y horas. Mi fatiga era tan intensa que me vino un terrible dolor de cabeza, y de pronto me dio vómito. Genaro dejó de caminar y acudió a mi lado. Había un intenso brillo a nuestro alrededor y la luz se reflejaba en los rasgos de Genaro. Sus ojos resplandecían.
– ¡No mires a Genaro! -ordenó una voz en mi oído-. ¡Mira a tu alrededor!
Obedecí. ¡Estaba en el infierno! La impresión de ver lo que me rodeaba fue tan grande que grité, pero mi voz no tenía sonido. A mi alrededor estaba el más vívido cuadro de todas las descripciones del infierno de mi educación católica. Veía un mundo rojizo, caliente y opresivo, oscuro y cavernoso, sin cielo, sin más luz que el maligno reflejo de luces rojizas que daban vueltas a nuestro alrededor a gran velocidad.
Genaro comenzó a caminar de nuevo, y algo me jaló a moverme con él. La fuerza que me hacía seguir a Genaro también me impedía mirar a mi alrededor. Mi conciencia estaba pegada a los movimientos de Genaro.
Vi a Genaro desplomarse como si estuviera absolutamente agotado. Al instante en que tocó tierra y se estiró para descansar, algo en mí quedó en libertad y nuevamente pude mirar a mi alrededor. Don Juan me escudriñaba con curiosidad. Yo estaba frente a él, de pie. Estábamos en el mismo lugar en el que nos habíamos sentado, en una ancha cornisa de roca en la cima de una montaña. Genaro jadeaba y silbaba al respirar y yo también. Estaba cubierto de sudor. Mi cabello estaba completamente empapado. Mi ropa estaba mojada, como si me hubieran metido a un río.
– Dios mío, ¡qué es lo que me están ustedes haciendo! -exclamé en un tono de total sinceridad.
La exclamación sonó tan ridícula que don Juan y Genaro comenzaron a reírse.
– Estamos tratando de hacerte entender el alineamiento -dijo Genaro.
Don Juan me ayudó a sentarme. Se sentó a mi lado.
– ¿Recuerdas lo que pasó? -me preguntó.
Le dije que sí e insistió en que le dijera con exactitud lo que vi. Su petición resultaba incongruente con lo que dijo, que el único valor de mis experiencias era el movimiento de mi punto de encaje y no el contenido de mis visiones.
Explicó que Genaro ya me había ayudado del mismo modo en otras ocasiones, pero que yo nunca podía recordar nada. Dijo que, como antes, Genaro guió mi punto de encaje para que alineara un mundo con otra de las grandes bandas de emanaciones.
Hubo un largo silencio. Yo estaba entumecido, asombrado, y sin embargo, mi conciencia de ser estaba más aguda que nunca. Pensé que por fin pude entender lo que era el alineamiento. Algo dentro de mí, que yo activaba sin saber cómo, me dio la certeza de que había entendido una gran verdad.
– Creo que ya comienzas a moverte por tu propia cuenta -me dijo don Juan-. Regresemos a casa. Ya hiciste bastante hoy día.
– No le hagas -dijo Genaro-. Es más fuerte que un toro. Hay que empujarlo un poquito más.
– ¡No! -dijo don Juan con firmeza-. Tenemos que ir muy despacio con él. Su fuerza no le da.
Genaro insistió en que nos quedáramos. Me miró y me guiñó el ojo.
– Mira -me dijo señalando a la cordillera oriental de montañas-. Las sombras de la tarde apenas han ascendido dos centímetros en las laderas de esas montañas y sin embargo anduviste en el infierno con pasos de plomo por horas y horas. ¿No te parece eso más que asombroso?
– ¡No lo asustes por las puras! -protestó don Juan casi con vehemencia.
Fue entonces que vi sus maniobras. En ese momento la voz del ver me dijo que don Juan y Genaro eran dos acechadores extraordinarios que jugaban conmigo. Don Juan era quien siempre me empujaba más allá de mis límites, pero siempre dejaba que Genaro hiciera el papel agresivo. Aquel día en la casa de Genaro, cuando llegué a un peligroso estado de temor histérico mientras Genaro le preguntaba a don Juan si yo debía ser empujado, y don Juan me aseguró que Genaro se divertía a mi costa, la verdad era que Genaro se preocupaba por mí.
Mi ver me causó tanta sorpresa que comencé a reír. Don Juan y Genaro me miraron con asombro. Al instante, don Juan pareció darse cuenta de lo que ocurría en mi mente. Se lo comunicó a Genaro, y ambos se rieron como niños.
– Ya estás entrando en la madurez -me dijo don Juan-. Justo a tiempo; no eres ni demasiado estúpido ni demasiado inteligente. Igual que yo. Eres un poco más estrafalario que yo. En ese respecto eres como el nagual Julián, salvo que él era brillante.
Se puso de pie y estiró la espalda. Me miró con los ojos más penetrantes y feroces que jamás he visto. Me incorporé lleno de terror.
– Un nagual jamás le deja saber a nadie que él controla todo -me dijo-. Un nagual va y viene sin dejar huella. Esa libertad es lo que lo hace nagual.
Sus ojos relumbraron por un instante, luego se cubrieron con una nube de suavidad, de bondad, de humanidad, y nuevamente fueron los ojos de don Juan.
Apenas podía yo mantener el equilibrio. Me iba a desvanecer, y no podía evitarlo. Genaro saltó a mi lado y me ayudó a sentarme. Se sentaron ambos, uno de cada lado.
– Vas a recibir un levantón de la tierra -me dijo don Juan al oído.
– Piensa en los ojos del nagual -me dijo Genaro en el otro oído.
– El levantón te vendrá en el momento en que veas un brillo en la cima de esa montaña -dijo don Juan señalando el pico más alto de la cordillera oriental.
– Nunca más volverás a ver los ojos del nagual -susurró Genaro.
– Deja que el levantón te lleve adonde fuera -dijo don Juan.
– Si piensas en los ojos del nagual, te darás cuenta de que una moneda tiene dos caras -susurró Genaro.
Quería pensar en lo que ambos me decían, pero mis pensamientos no me obedecían. Algo me presionaba desde arriba. Sentía que me contraía. Tuve una sensación de náusea. Vi que las sombras vespertinas avanzaban rápidamente, ascendiendo por las laderas de las montañas orientales. Tenía la sensación de correr tras ellos.
– ¡Ahí viene! -exclamó Genaro en mi oído.
– Fíjate en esa cima. Fíjate en el resplandor -me dijo don Juan al otro oído.
En verdad, había un punto de intenso brillo en el lugar que señalaba don Juan, en el pico más alto de la cordillera. Miré cómo el último rayo de luz solar se reflejaba en él. Sentí un hoyo en la boca del estómago, como si estuviera en la montaña rusa de un parque de diversiones.
Más que escuchar, sentí un lejano estruendo de terremoto. Las olas sísmicas, que me alcanzaron abruptamente, eran tan ruidosas y tan enormes que perdieron todo significado para mí. Yo era un insignificante microbio que giraba y se torcía sin tregua.
Por grados, el movimiento disminuyó. Hubo una sacudida final antes de que todo se detuviera. Traté de ver a mi alrededor. No tenía ningún punto de referencia. Parecía estar plantado, como un árbol. Arriba de mí había un cúpula blanca, reluciente, inconcebiblemente grande. Su presencia me hizo sentirme exaltado. Volé hacia ella, o más bien fui lanzado como un proyectil. Tuve la sensación de seguridad, de bienestar, de tranquilidad; mientras más me acercaba a la cúpula, más intensos se volvían estos sentimientos. Finalmente me hicieron perder toda conciencia de mí mismo.
Cuando volví a estar consciente de mí, me mecía lentamente en el aire como una hoja que cae. Me sentí agotado. Una fuerza succionadora comenzó a jalarme. Pasé por un agujero oscuro y después me encontré sentado entre don Juan y Genaro en la cornisa de roca.
Al día siguiente, los tres fuimos a Oaxaca. Ya entrada la tarde, don Juan y yo paseamos por la plaza. De pronto, comenzó a hablar acerca de lo ocurrido el día anterior. Me preguntó si entendí a lo que se refirió cuando dijo que los antiguos videntes habían tropezado con algo monumental.
Le dije que sí lo entendí, pero que no podía explicarlo con palabras.
– ¿Y qué crees que era lo más importante que queríamos que descubrieras en la cima de esa montaña? -preguntó.
– El alineamiento -dijo una voz en mi oído, al mismo tiempo que lo dije.
Me volví instantáneamente y me topé con Genaro, quien estaba justo atrás de mí, caminando en mis huellas. La rapidez de mi movimiento lo sobresaltó. Soltó una risa nerviosa y me abrazó.
Nos sentamos. Don Juan dijo que era muy poco lo que realmente podía decir acerca del levantón de la tierra que yo recibí, que los guerreros siempre se encuentran solos en esos casos, y que la verdadera comprensión llega mucho más tarde, después de años de lucha.
Le dije a don Juan que mi dificultad para entender se amplificaba con el hecho de que él y Genaro hacían todo el trabajo. Yo era simplemente un sujeto pasivo que sólo podía reaccionar ante sus maniobras. Yo no podía iniciar ninguna acción, aunque mi vida hubiera dependido de ello. No sabría cuál sería una acción apropiada ni tampoco como iniciarla.
– Tienes toda la razón del mundo -dijo don Juan-. Se supone que te vas a quedar solo y por tu cuenta, para que reorganices todo lo que ahora te estamos haciendo. Sólo así sabrás cómo y cuándo actuar.
"El nagual Julián hizo lo mismo conmigo, y de una manera mucho más despiadada que la que usamos contigo. Sabía lo que hacía; era un nagual brillante que en unos cuantos años fue capaz de reorganizar todo lo que le enseñó el nagual Elías. En pocos años, hizo lo que a ti o a mí nos llevaría toda una vida realizar. La diferencia estriba en que todo lo que necesitaba el nagual Julián era una ligera insinuación; su agudísima conciencia partía de allí y abría la única puerta que hay.
– ¿Qué quiere decir, don Juan, con la única puerta que hay?
– Quiero decir que cuando el punto de encaje del hombre se mueve más allá de cierto límite crucial, los resultados son siempre los mismos para todos los hombres. Las técnicas para moverlo pueden ser tan diferentes como sea posible, pero los resultados son siempre los mismos. En este caso, el punto de encaje de cualquier hombre alinea los mismos mundos ayudado por el levantón de la tierra.
– ¿Eso quiere decir que el levantón de la tierra es el mismo para todos los hombres, don Juan?
– Desde luego. Para el hombre común la dificultad es el diálogo interno. Uno solamente puede usar ese levantón habiendo alcanzado un estado de silencio total. Podrás corroborar esa verdad el día que tú mismo trates de usarlo.
– No te recomendaría tratar de hacerlo ahora -dijo Genaro con sinceridad-. Convertirse en guerrero impecable tarda años. Para poder resistir el impacto de esa fuerza de la tierra debes ser mejor de lo que eres ahorita.
– La velocidad de ese levantón disuelve todo lo que nos rodea -dijo don Juan-. Bajo su impacto nos convertimos en nada. La velocidad excesiva y el sentido de la existencia individual no van de la mano. Ayer en la montaña, Genaro y yo te sostuvimos y te servimos de anclas; de otra manera no habrías regresado. Serías como algunos de los antiguos videntes que usaron ese levantón intencionalmente, penetraron en lo desconocido y aún siguen vagando en esa incomprensible inmensidad.
Quise que me explicara aquello en más detalle, pero se negó a hacerlo. Abruptamente, cambió de tema.
– Hay algo que aún no entiendes acerca de la tierra como ser consciente -dijo-. Y Genaro, este terrible Genaro, quiere empujarte hasta que lo entiendas.
Se rieron los dos. Genaro me dio de empujones y me guiñó el ojo al mover la boca sin ruido alguno, diciendo: "Soy terrible".
– Genaro es un supervisor exigente y riguroso, cruel y despiadado -prosiguió don Juan-. Tu miedo le vale un comino y te empuja sin piedad. Si no fuera por mi…
Era el cuadro perfecto del caballero bueno y considerado. Bajó los ojos y suspiró. Los dos irrumpieron en sonoras carcajadas.
Cuando se hubieron calmado, don Juan dijo que Genaro quería darme una demostración de algo que yo aún no entendía, que la suprema conciencia de la tierra es lo que hace posible que cambiemos a otras grandes bandas de emanaciones.
– Nosotros, los seres vivientes, somos perceptores -dijo-. Y percibimos porque algunas emanaciones del interior del capullo del hombre se alinean con algunas emanaciones exteriores. Por ello el alineamiento constituye el pasadizo secreto, y la llave es el levantón de la tierra.
– Genaro quiere que observes el momento del alineamiento. ¡Obsérvalo!
Como un prestidigitador en el teatro. Genaro se puso de pie e hizo una venia hasta el suelo, y después nos mostró que no tenía nada escondido dentro de las mangas o en los pantalones. Se quitó los zapatos y los sacudió para mostrar que ahí tampoco escondía nada.
Don Juan se reía con un total abandono. Genaro movió las manos para arriba y para abajo. De inmediato, ese movimiento creó en mí un estado de fijeza, o aun soñolencia. Sentí que de repente los tres nos incorporamos y nos alejamos caminando de la plaza, yo al centro con uno de ellos a cada lado.
Mientras caminábamos, perdí mi visión periférica. Ya no distinguí más casas o calles. Tampoco vi más montañas o vegetación. En cierto momento me di cuenta de que había perdido de vista a don Juan y a Genaro; en vez de ellos vi a dos masas luminosas a mis costados que subían y bajaban levemente.
Sentí un pánico instantáneo, que de inmediato controlé. Tuve la extraña pero bien conocida sensación de que yo era yo mismo y a la vez no lo era. Sin embargo, tenía conciencia de todo lo que me rodeaba, gracias a una rara y a la vez casi familiar capacidad: todo mi ser veía. La totalidad de lo que en mi conciencia normal llamó mi cuerpo era capaz de percibir, como si fuese un ojo gigantesco que captara todo. Después de ver las dos burbujas de luz, lo primero que vi fue un mundo de color violeta intenso, hecho de lo que parecían ser entrepaños o doseles de colores. Por doquier había entrepaños de círculos concéntricos irregulares, planos, como pantallas.
Sentí una enorme presión, y luego escuché una voz en el oído. Estaba viendo. La voz dijo que la presión se debía al acto de moverme. Me movía junto con don Juan y Genaro. Sentí una leve sacudida, como si hubiera roto una barrera de papel, y me encontré frente a un mundo luminoso. De todas partes brotaba una luz que no era enceguecedora. Parecía que el sol estaba a punto de surgir de atrás de unas nubes blancas y diáfanas. Desde un punto alto, yo contemplaba la fuente de la luz. Era una vista sobrecogedora. No había masas terrestres, sólo nubes blancas algodonadas y luz. Y nosotros caminábamos sobre las nubes.
En un momento dado, algo volvió a aprisionarme. Me movía al mismo paso que las dos burbujas de luz a mis costados. Poco a poco comenzaron a perder su brillantez; se opacaron, y finalmente se convirtieron en don Juan y Genaro. Caminábamos por una calle desierta, alejándonos de la plaza principal. Nos dimos la vuelta y regresamos hacia la plaza.
– Genaro acaba de ayudarte a alinear tus emanaciones con unas emanaciones en grande que pertenecen a otra banda -me dijo don Juan-. El alineamiento tiene que ser un acto muy pacífico e imperceptible. Nada de salir volando, nada de escándalo.
Dijo que la sobriedad necesaria para que el punto de encaje alineara otros mundos es algo que no puede improvisarse. La sobriedad tiene que madurar y convertirse en una fuerza en si misma antes de que los guerreros puedan romper la barrera de la percepción.
Nos acercábamos a la plaza principal. Genaro no dijo una sola palabra. Caminaba en silencio, perdido en sus pensamientos. Unas cuadras antes de llegar, don Juan dijo que Genaro quería demostrarme una cosa más: que la posición del punto de encaje lo es todo, y que el mundo que nos hace percibir, sea el que fuera, es tan real que no deja lugar para nada, excepto para esa realidad.
– Exclusivamente para tu provecho, Genaro dejará que su punto de encaje alínie otro mundo -me dijo don Juan-. Y entonces te darás cuenta de que, conforme lo percibe, la fuerza de su percepción no dejará lugar para nada más.
Genaro caminó delante de nosotros, y don Juan me ordenó que al mirar a Genaro yo debía mover los ojos en el sentido de las manecillas del reloj, para evitar ser arrastrado por la fuerza del alineamiento que Genaro iba a efectuar. Le obedecí. Genaro estaba como a unos dos metros de mí. De pronto, su forma se volvió difusa y en un instante desapareció, como un soplo de aire. Pensé en películas de ciencia-ficción que había visto y me pregunté si estaremos subliminalmente conscientes de nuestras posibilidades.
– En este momento, Genaro está separado de nosotros por la fuerza de la percepción -dijo don Juan casi en un susurro-. Cuando el punto de encaje alínea un mundo, ese mundo es total. Esta es la maravilla con la que se toparon los antiguos videntes sin jamás darse cuenta de lo que era: la conciencia de la tierra puede darnos un levantón para alinear otras grandes bandas de emanaciones, y la fuerza de ese nuevo alineamiento hace desaparecer al mundo que conocemos.
"Cada vez que los antiguos videntes efectuaban un nuevo alineamiento, creían que descendían a las profundidades o ascendían a los cielos. Nunca supieron que el mundo desaparece como un soplo de aire cuando un nuevo alineamiento total nos hace percibir otro mundo total.