UN COMENTARIO FINAL DEL AUTOR

Algunos lectores de este libro se habrán percatado quizás de que los versos que dejo pronunciar a Mancino se parecen mucho a los poemas del gran poeta francés François Villon que nació en París en 1431, estudió bellas artes entre 1448 y 1452 en la Universidad de París, escribió numerosos poemas notables y también una novela en verso que se desarrolla en el barrio universitario parisino -desgraciadamente esta novela no ha llegado hasta nosotros- y hacia 1464 desapareció misteriosamente del campo visual de sus contemporáneos de manera que nadie puede decir dónde vivió después de 1464 ni cuándo murió.

Reconozco que los versos que pongo en boca de Mancino muestran una acusada semejanza de forma y fondo con los poemas de François Villon, no obstante no se me debe hacer el reproche de haber cometido un plagio. Pues me he tomado la libertad -que tal vez es una gran imprudencia- no sólo de sugerir, sino de mostrar claramente en este libro, que Mancino no es otro que aquel Frangois Villon, estudiante, poeta, vagante y miembro de una banda de ladrones que, desaparecido en Francia, reaparece en el Milán de final de siglo, donde vive entre los artistas que habitan el círculo mágico de la catedral -escultores, fundidores de bronce y maestros canteros- y después encuentra un final, sin gloria ciertamente, pero, en mi opinión bastante caballeresco. Si, por lo tanto, él es François Villon, tiene todo el derecho de hacer pasar por suyos los versos de François Villon. Quizás algún que otro lector se niegue a seguirme por este camino y no esté dispuesto a dejarse convencer de que Mancino y el poeta francés desaparecido son la misma persona. Yo, evidentemente, no se lo puedo prohibir. En tal caso Mancino, que se llama a sí mismo borracho, jugador, buscavidas, pendenciero y putero, será tachado además de plagiario, eso ya no importa. Pero cualquiera que sea la opción del lector, ya tenga a Mancino por François Villon o por un descarado usurpador, los versos del epitafio que se dedicó a sí mismo y nos legó el vagante y poeta francés, pueden atribuirse por su contenido también a Mancino. Traducidos muy libremente dicen así:

No tenía vaso ni jarra,

no tenía nada, el pobre diablo.

¡Dale Tu paz a este hombre!

¡Dale, Señor, la luz eternal

Загрузка...