Y si antes no ha dispuesto de sus
bienes, urgidle para que haga
testamento… para descargo de su
conciencia y sosiego de sus
ejecutores.
La visitación de los enfermos
– No parece que hayas adelantado mucho -dijo Charles. Se sentó en un sillón e inspeccionó el hermoso salón. La doncella que pulía el suelo lo encontró muy guapo, con aquel pelo rubio, bastante largo, y su porte altivo. Decidió que el suelo del salón necesitaba algo más de dedicación que lo habitual-. En este tipo de asuntos lo mejor es ser práctico. No tenemos mucho tiempo porque empiezo a trabajar en la fábrica de cerveza el lunes que viene. -Archery se sintió molesto. Él mismo se veía obligado a descuidar sus deberes parroquiales-. Estoy seguro de que ese Roger Primero no es trigo limpio. Le llamé antes de venir aquí anoche, y tengo una cita con él esta mañana, a las once y media.
Archery echó un vistazo a su reloj, eran casi las diez.
– ¡Pues date prisa! ¿Dónde vive?
– ¿Ves? Eso hubiera sido la primera cosa que yo hubiese averiguado. Vive en Forby Hall. Supongo que se cree el señor de un latifundio feudal. -Miró de reojo a su padre y rápidamente preguntó-: ¿Puedo coger el coche?
– Está bien. ¿Qué vas a decirle, Charles? Puede que te eche de su casa.
– No lo creo -dijo pensativo-. Me he estado informando sobre él y parece que le chifla la publicidad. Siempre está muy preocupado por su imagen. -Vaciló y luego con osadía añadió-: Le dije que era redactor jefe de las crónicas sociales del Sunday Planet, y que estábamos haciendo una serie de artículos sobre magnates. ¿No crees que es una buena idea?
– Si no fuera porque es mentira -dijo Archery.
Charles respondió enseguida:
– El fin justifica los medios. Pensaba enfocar la entrevista sobre su juventud y las adversidades que tuvo que afrontar, como la muerte de su padre, el asesinato de su abuela, sin porvenir, en fin, ése es el plan. Tiene fama de ser muy abierto con la prensa.
– Será mejor que vayamos a sacar el coche.
El día era tan caluroso como de costumbre, pero mucho más bochornoso. Una fina neblina velaba el sol. Charles llevaba una camisa blanca con el cuello desabrochado y unos pantalones demasiado ajustados. Archery pensó que parecía un duelista de la época de la regencia.
– Todavía tienes tiempo -le dijo-, Forby sólo está a siete kilómetros. ¿Te gustaría ver un poco la ciudad?
Anduvieron por High Street y cruzaron el puente de Kingsbrook. Archery estaba orgulloso de llevar a su hijo al lado. Sabía que se parecían mucho, pero, ni por un momento, se le ocurrió que la gente les pudiese tomar por hermanos. El tiempo húmedo y pesado le provocaba lumbago, y ya no se acordaba de lo que era tener veintiún años.
– Tú que estás estudiando letras -le dijo a Charles-. Dime, ¿de quién es esta poesía? -al menos, aún podía confiar en su memoria. Recitó la estrofa verso por verso:
Ve, pastor, y descansa en paz;
tu vida ha llegado a su fin.
El cordero de Dios acoge
a los pastores en su aprisco.
Charles se encogió de hombros, y dijo:
– Me resulta conocida, pero no consigo situarla. ¿Dónde la viste?
– En una lápida del cementerio de Forby.
– Eres el colmo, papá. Creí que querías ayudarnos a Tess y a mí, y te has dedicado a husmear por los cementerios.
Archery hizo un esfuerzo para controlarse. Si Charles pensaba tomar el asunto en sus manos, no había ninguna razón para que él no regresara a Thringford. No tenía nada que hacer en Kingsmarkham. Sin embargo, no podía explicarse por qué la idea de volver a la parroquia se le hacía tan cuesta arriba. De repente, se detuvo y dio un ligero codazo a su hijo.
– ¿Qué pasa?
– Esa mujer que está enfrente de la carnicería, la de la capa, es la señora Crilling, de la que ya te he hablado. Prefiero no encontrarme con ella.
Pero era demasiado tarde. Evidentemente, ella ya les había visto, porque se dirigió hacia ellos, ondeando su capa al viento como un galeón.
– ¡Señor Archery! ¡Mi querido amigo! -Le cogió por ambas manos y las balanceó como si fuesen a bailar un reel escocés-. ¡Qué sorpresa más agradable! Esta misma mañana le decía a mi hija: «Espero volver a ver a ese caballero tan bondadoso para darle las gracias por atenderme en mi terrible sufrimiento.»
Su estado de ánimo era muy diferente al de la última vez que la vio. Parecía una viuda de alcurnia, presidiendo una gala. La señora Crilling llevaba aquella capa que él ya conocía y debajo un vestido de algodón corriente, muy sencillo y desaliñado, con algunas manchas de salsa en la pechera. Ella le dirigió una amplia sonrisa, tranquila y afable.
– Éste es mi hijo. Charles -murmuró Archery-. Charles, ésta es la señora Crilling.
Para su sorpresa, el muchacho cogió la mano, no muy limpia, que le tendía aquella mujer e inclinó la cabeza.
– Encantado de conocerla. -Miró airadamente a su padre por encima del hombro de la mujer-. He oído hablar mucho de usted.
– Espero que bien. -Ella no pareció pensar en ningún momento que Archery no hubiera tenido ocasión de ver alguna de sus cualidades. Estaba muy cuerda, alegre, incluso frívola-. Ahora, no me van a negar un pequeño capricho, desearía que me acompañasen al Carousel a tomar una taza de café. Yo invito, desde luego -añadió maliciosamente.
– Estamos a su libre disposición -dijo Charles con una grandilocuencia fuera de lugar, a los ojos de Archery-. Es decir, hasta las once y cuarto. Y no vamos a discutir una invitación en presencia de una dama.
Evidentemente, ésa era la mejor manera de tratarla.
– ¿No es un cielo? -dijo ella-. Los hijos son una bendición, ¿no es cierto? La copa del árbol de la vida. Aunque le haga sombra, usted tiene que estar orgulloso de él.
Charles retiró la silla para que ella se sentara. Eran los únicos clientes y, sin embargo, por el momento, no había venido nadie a tomar nota. La señora Crilling se inclinó hacia Archery y le dijo confidencialmente:
– Mi nena ha conseguido una colocación y empieza mañana: operarla en un establecimiento de ropa para señoras. Tengo entendido que las perspectivas son excelentes. Con su inteligencia podrá llegar muy lejos. El problema es que nunca ha tenido una verdadera oportunidad. -Hablaba en voz baja y relamida. De pronto, le dio la espalda, golpeó la mesa con el azucarero y gritó, en dirección hacia la cocina-: ¡Servicio!
Charles se sobresaltó. Archery le lanzó una mirada triunfal.
– Siempre le dan esperanzas y luego se quedan en nada -prosiguió como si tal cosa-. A su padre le pasaba exactamente lo mismo. El pobre enfermó de tuberculosis en la flor de la edad y murió sólo seis meses después. -Archery retrocedió cuando ella se volvió bruscamente hacia él-. ¿Dónde demonios se han metido esas dichosas camareras?
Una mujer vestida con un uniforme verde en cuya solapa se leía la palabra «Gerente» bordada salió de la cocina. Cuando estuvo cerca de ellos, miró a la señora Crilling con expresión de fastidio y le espetó:
– Le dije que no volviese más por aquí, señora Crilling, si no aprendía a comportarse. -Sonrió fríamente a Archery-. ¿Qué quiere tomar, señor?
– Tres cafés, si es tan amable.
– El mío solo, por favor -dijo Charles.
– ¿De qué estaba hablando?
– De su hija -le recordó Archery con optimismo.
– ¡Oh, sí! Mi nena. No me explico cómo ha tenido tan mala suene, porque cuando era pequeña todo iba miel sobre hojuelas. Verán, yo tenía una íntima amiga que adoraba a mi nena. Y estaba forrada, tenía sirvientes y de todo…
Les sirvieron los cafés, unos expresos con crema.
– Puede traerme un poco de azúcar blanco -dijo la señora Crilling con mal humor-. Esta porquería me revuelve el estómago. -La camarera se marchó furiosa, volvió con otro azucarero y lo tiró encima de la mesa. La señora Crilling soltó un pequeño chillido y, en cuanto la muchacha se alejó exclamó-: ¡Zorra estúpida!
Luego volvió al tema:
– Mi amiga era muy vieja e, indiscutiblemente, ya no estaba en su sano juicio. Senilidad, le llaman. Me solía decir, una y otra vez, que quería hacer algo por mi nena. Yo no le hacía mucho caso, desde luego, me repugnaba entrometerme en los asuntos de los demás. -Se detuvo y, acto seguido, echó cuatro cucharaditas de azúcar en su café.
– ¡Naturalmente! -dijo Charles-. Lo último que se podría decir de usted es que es una entrometida, señora Crilling.
Ella sonrió, complacida, y para regocijo de Archery, se inclinó por encima de la mesa y palmeó la mejilla de Charles.
– Es usted un sol -dijo-. Muy amable y comprensivo. -Respiró hondo y fue al grano-: No obstante, se tiene que velar por la familia. No insistí sobre la cuestión, hasta que el doctor me dijo que a mi marido sólo le quedaban seis meses de vida. Sin seguro, pensé desesperada, sin pensión. Me imaginé en la necesidad de abandonar a mi nena en la puerta de un orfanato.
Archery por su parte, era incapaz de imaginárselo. En aquel entonces, Elizabeth era una robusta niña de cinco años.
– Siga, por favor -dijo Charles-. Es muy interesante.
– «Debe hacer testamento», le aconsejé a mi amiga. «Puedo ir inmediatamente a por los documentos necesarios. Mil o dos mil libras significarían la salvación de mi nena. Ella ha sido la alegría de sus últimos años y, en cambio, ¿qué han hecho sus nietos por usted?» Malditos sean, pensé.
– Pero su amiga no llegó a hacer testamento -dijo Archery.
– ¿Qué sabe usted de eso? Déjeme que le cuente mi versión. Eso fue alrededor de una semana antes de su muerte. Yo había conseguido los impresos semanas atrás, y durante todo ese tiempo mi marido se iba debilitando, se había convertido en una sombra de lo que fue. Pero ¿cree que ella los rellenó? No, la vieja tonta. Me vi obligada a utilizar toda mi capacidad de persuasión. Cada vez que yo le decía algo esa criada chiflada ponía trabas. Entonces, la sirvienta (se llamaba Flower) cogió un buen resfriado y tuvo que guardar cama. «¿Ha vuelto a pensar en poner en orden sus asuntos?», le pregunté a mi amiga como si tal cosa. «Tal vez deba hacer algo por Lizzie», me dijo, y yo pensé: ésta es mi oportunidad.
»Atravesé la calle como un rayo. Como yo no quería firmar como testigo, ya que mi nena iba a ser la beneficiaría, llamé a la señora White, mi vecina, que vino a la casa acompañada por la señora que le ayudaba con la limpieza. Estaban encantadas. Aquello suponía un poco de emoción en sus aburridas vidas.
Archery estuvo a punto de decir: «Pero la señora Primero murió sin hacer testamento.» Pero no se atrevió. Cualquier insinuación sobre lo que él sabía quizá interrumpiese sus confesiones.
– Bueno, escribimos el testamento. Me gusta mucho leer, señor Archery, por eso pude redactarlo en los términos más correctos. «La sangre es más espesa que el agua», decía mi vieja amiga (desvariaba), sin embargo puso por escrito que sus nietos recibirían quinientas libras cada uno y le dejaría ocho mil a mi nena, que quedarían a mi cargo hasta que ella cumpliese veintiún años, y el resto era para esa mujer, Flower. Mi amiga lloraba amargamente. Creo que se dio cuenta de lo mezquino que había sido no hacerlo antes.
»Y eso es todo. Acompañé a la señora White y a la otra señora hasta la puerta: ¡qué tonta fui!, aunque no lo sabía en aquel momento. Le dije a mi amiga que pondría el testamento en un lugar seguro, y lo hice. Ella no tenía que mencionarlo a nadie. Y, ¿pueden creerlo?, una semana más tarde pasó a mejor vida.
Charles dijo inocentemente:
– ¡Vaya comienzo para su hija, señora Crilling!, fuesen cuales fuesen los infortunios que sufriera después.
El muchacho se sobresaltó cuando ella se levantó repentinamente. Su rostro estaba tan pálido como aquel día en el juzgado y sus ojos llameaban.
– Toda la ayuda que recibió -dijo en voz ahogada- vino de los familiares de su difunto padre. Era caridad, simple caridad. «Envíame las facturas de la escuela, Josie», me decía su tío. «Las pagaré directamente, y su tía la acompañará a comprar el uniforme. Si crees que necesita tratamiento para los nervios su tía la acompañará a Harley Street, también.»
– Pero ¿qué hay del testamento?
– ¡Ese maldito testamento! -gritó la señora Crilling-. No era legal. Me enteré cuando mi amiga ya estaba muerta. Lo llevé directamente a Quadrants, un gabinete de procuradores de High Street. Por aquel entonces, el viejo señor Quadrant aún vivía. «¿Quién ha hecho todos estos cambios?», me preguntó. No sabía de qué me hablaba, así que le eché un vistazo ¡y allí estaban!, la vieja estúpida había garrapateado un sinfín de notas adicionales mientras yo acompañaba a la señora White hasta la puerta principal. Había añadido algunas cosas y tachado otras. «Estos cambios lo invalidan», dijo el señor Quadrant. «Los testigos tienen que firmarlos, o codicilarlos. Podría disputarlo en los tribunales», me dijo, mirándome de arriba abajo con aprensión, pues sabía que yo no tenía dinero. «Pero no creo que tenga muchas posibilidades.»
Ante el horror de Archery la señora Crilling comenzó a soltar una sarta de obscenidades, muchas de las cuales no había oído nunca antes. La gerente se acercó y la cogió por el brazo.
– Usted se va a la calle. No podemos tolerar ese tipo de lenguaje aquí.
– ¡Dios mío! -dijo Charles, después de que la echaran. Ahora te comprendo.
– Tengo que confesar que su lenguaje me intimidó un poco.
Charles se rió.
– No está hecho para tus oídos.
– No obstante, fue muy ilustrativo. ¿Todavía quieres ir a ver a Primero?
– ¿Por qué no?
Archery tuvo que esperar un buen rato en el pasillo, frente al despacho de Wexford. Justo cuando empezaba a pensar que tendría que marcharse y volver más tarde, se abrieron las puertas de la comisaría y entró un hombre menudo de ojos alegres, acompañado por dos policías de uniforme. Evidentemente, se trataba de algún criminal habitual en aquel lugar, porque todos los presentes parecían conocerle y contemplarle con irónica diversión.
– No soporto estas chironas modernas -comentó con insolencia al sargento de la comisaría. Wexford salió en ese momento de su despacho y se acercó al mostrador, ignorando la presencia de Archery-. Prefiero las antiguas. Tengo una mente sórdida, ése es mi problema.
– No me interesa su opinión sobre la decoración, Monkey -dijo Wexford.
El sujeto se volvió hacia él, sonrió y dijo:
– Tiene usted una lengua viperina. Cuanto más asciende, peor se vuelve su sentido del humor. ¡Qué lástima!
– ¡Cállese!
Archery escuchaba con admiración. ¡Ojalá él tuviese el poder y la autoridad para hablar así a la señora Crilling!, o poder investir a Charles con ella, capacitándole para interrogar a Primero sin servirse de un subterfugio. Mientras hablaba con toda tranquilidad de bombas e intentos de asesinato, Wexford hizo entrar al hombre en su despacho y cerró la puerta. «Esas cosas pasaban en realidad», pensó Archery. Quizá las nuevas teorías que tomaban forma en su mente no fuesen tan disparatadas, después de todo.
– Quisiera hablar un momento con el inspector Burden -dijo con más confianza al sargento del mostrador.
– Iré a ver si está libre, señor.
Finalmente, Burden apareció.
– Buenos días, señor Archery. El calor sigue apretando, ¿eh?
– Tengo que decirle algo importante. ¿Me concede cinco minutos?
– Desde luego.
Pero el inspector no hizo ademán de llevarle a un lugar más privado. El sargento estaba examinando atentamente un enorme libro. Sentado frente al despacho de Wexford, en una ridícula silla en forma de cuchara, Archery se sintió como un niño que, tras haber esperado mucho tiempo para ver al director, se ve obligado a confiarse y acaso recibir un castigo, de manos de un inferior. Un tanto mortificado, le contó a Burden la conversación que acababa de tener con la señora Crilling.
– Muy interesante. ¿Quiere decir que cuando la señora Primero fue asesinada, la señora Crilling pensaba que el testamento era válido?
– Más o menos. Ella no mencionó el asesinato en ningún momento.
– No podemos hacer nada. ¿Comprende?
– Me gustaría que usted me dijera si cree que es una razón suficiente como para escribir al ministro del Interior.
Un policía apareció de la nada, llamó a la puerta de Wexford y entró.
– No tiene ninguna prueba circunstancial -dijo Burden-. Estoy seguro de que el inspector jefe no le respaldará.
Se escuchó una carcajada irónica al otro lado del delgado tabique. Archery sintió una ira irracional.
– De todos modos, pienso escribirle.
– Haga lo que quiera, señor. -Burden se levantó-. ¿Ha tenido ocasión de visitar la zona?
Archery se tragó su enfado. Si Burden pretendía que la entrevista terminase con una charla banal, eso le daría. ¿No había prometido a su viejo amigo Griswold y, por lo mismo, al inspector jefe, que no causaría problemas?
– Ayer, fui a Forby -dijo-. Estuve en el cementerio y por casualidad encontré la tumba de aquel muchacho del que me habló el señor Wexford el otro día en el juzgado. Se llamaba Grace. ¿Le suena?
El semblante cortés de Burden no varió de expresión, pero el sargento levantó la vista, y dijo:
– Soy de Forby, señor. Allí, John Grace es casi una leyenda. Aunque ocurrió hace veinte años, todavía se sigue hablando de él.
– ¿Por qué?
– Él creía que era todo un poeta, pobre chico, también escribía obras de teatro. Era una especie de místico religioso. Solía ir de puerta en puerta, intentando vender sus poemas.
– Como W.H. Davis -dijo Archery.
– Supongo que sí.
– ¿Era pastor?
– Que yo sepa, no. Era repartidor de una panadería o algo parecido.
Se abrió la puerta del despacho de Wexford, salió el policía y le dijo a Burden:
– El inspector jefe quiere verle, señor.
Wexford voceó:
– ¡Vuelva aquí, Gates, y tome declaración a Guy Fawlkes! Déle un cigarrillo, si no va a explotar.
– Tengo que dejarle, señor, con su permiso…
Burden acompañó a Archery hasta la puerta.
– Llegó usted justo a tiempo para hablar con Alice Flower -dijo-. Si es que no lo ha hecho ya.
– Sí, fui a verla el otro día. ¿Por qué?
– Murió ayer -dijo Burden-. Hay una nota necrológica en la gaceta local.
Archery encontró un quiosco. El Kingsmarkham Chronicle había salido esa misma mañana y había un montón de ejemplares nuevos sobre el mostrador. Compró uno y halló la nota al pie de la última página.
«Defunción de la señorita A. Flower.»
La ojeó y regreso a la terraza del hotel para poder leerla con más tranquilidad.
«Murió hoy -lo que quería decir ayer, pensó Archery, mirando la fecha. Siguió leyendo-. La señorita Alice Flower murió hoy en el hospital de Stowerton, a la edad de ochenta y siete años. La señorita Flower, que vivió en la región durante los últimos veinticinco años, será recordada por su testimonio en el juicio del notorio asesinato en Victor’s Piece. Durante años fue criada y fiel amiga de la señora Primero…»
Seguía un breve relato sobre el asesinato y el juicio.
«El entierro será el próximo lunes en la iglesia de Forby. Por expreso deseo del señor Roger Primero, el funeral será oficiado en la intimidad, y se ruega a los curiosos que se abstengan.»
«Roger Primero fiel hasta el fin», pensó Archery. Esperaba fervientemente que Charles no hubiese importunado a aquel hombre, amable y cumplidor. Así que Alice Flower había muerto por fin, la muerte había esperado lo justo para que ella pudiese contarle todo lo que sabía sobre el asesinato de su señora. De nuevo pensó en la mano del destino. ¡Seas bienhallada!, servidora honrada y fiel. ¡Que el Señor te acoja en su gloria!
Entró en el comedor, agotado y deprimido. ¿Dónde diablos estaría Charles? Hacía ya dos horas que se había marchado. Probablemente, Primero se habría percatado de la absurda artimaña de su hijo y-
Se imaginó a Wexford, en su faceta más desagradable, interrogando al muchacho. Acababa de probar su macedonia con helado cuando Charles entró en el comedor, balanceando las llaves del coche.
– Empezaba a preguntarme dónde te habrías metido.
– La mañana ha sido muy provechosa. ¿Ha pasado algo por aquí?
– No mucho. Alice Flower ha muerto.
– No creo que me puedas contar nada que ya no sepa. Primero no hablaba de otra cosa. -Se dejó caer en una silla, al lado de la de su padre-. ¡Dios, qué calor hacía en ese coche! El hecho de que muriese ayer me facilitó las cosas para hacerle hablar del asesinato.
– ¿Cómo puedes ser tan insensible? -Le reprochó Archery.
– ¡Vamos, papá! Cumplió muchos más de setenta años. Seguramente, ya no deseaba seguir viviendo. ¿Quieres saber lo que me ha dicho?
– Desde luego.
– No vas a tomar café, ¿verdad? Salgamos fuera entonces.
No había nadie en la terraza. El suelo y las estropeadas sillas de mimbre estaban cubiertos de pétalos caídos de un rosal trepador amarillo. Los escasos residentes del hotel habían dejado sobre las sillas, para reservar sus asientos, una variopinta colección de objetos: revistas, libros de la biblioteca, unas agujas y un ovillo de lana azul y unas gafas. Con parsimonia, Charles retiró los que había en dos de las sillas y las sacudió para que cayeran al suelo los pétalos de rosa. Archery notó que, por primera vez desde que llegó, su hijo estaba de buen humor.
– Bueno -empezó cuando se hubieron sentado-, primero la casa. Es un edificio impresionante, unas diez veces mayor que Thringford Manor, construido con piedra gris con una especie de frontispicio sobre la puerta principal. La señora Primero vivió allí cuando era una niña y Roger la adquirió cuando la pusieron en venta esta primavera. Tiene un parque con ciervos que hay que atravesar por un ancho camino que parte de una entrada con columnas. No puedes ver la casa desde la carretera, porque la ocultan los cedros del parque.
»Tienen un mayordomo italiano. (No es tan fino como tener un mayordomo inglés, ¿verdad? Pero supongo que estos últimos son una raza a extinguir.) El caso es que el mayordomo me abrió la puerta y me hizo esperar durante diez minutos en un vestíbulo del tamaño de la planta baja de nuestra casa. Yo estaba un poco nervioso, porque cabía la posibilidad de que Roger hubiera llamado al Sunday Planet y hubiera descubierto que allí nadie me conocía. Pero no fue así y todo salió bien. Él estaba en la biblioteca. Tiene una magnífica colección de libros y algunos se veían usados, así que supongo que alguien los debe leer, aunque no creo que sea él.
»Los muebles eran de cuero negro, ya sabes, estos trastos modernos tan sugerentes. Me pidió que me sentara y me ofreció una copa…
– Un poco temprano, ¿no?
– La gente como él bebe a todas horas. Si fueran de la clase obrera les llamarían alcohólicos, pero cuando tienes un mayordomo y cincuenta mil libras al año puedes hacer lo que te dé la gana. Entonces entró su esposa. Es una mujer bastante atractiva (algo mayor, desde luego) y muy bien vestida. Bueno, no me gustaría que Tess se vistiera así… -Su rostro se entristeció y Archery se apiadó de él-. Si es que algún día puedo opinar sobre ello- añadió apenado.
– Sigue.
– Nos tomamos unas copas. La señora Primero no habló mucho, pero su marido fue muy locuaz. No tuve que insistir demasiado (así que no tienes que sentirte culpable) para que él hablara sobre el asesinato de forma espontánea. No dejaba de decir que lamentaba haberse marchado tan pronto aquel domingo por la tarde. Pudo haberse quedado sin problemas.
»Me explicó que había quedado con un par de amigos en un bar de Sewingbury. “Y, la verdad, fue una pérdida de tiempo -dijo- porque no se presentaron. O, quizá vinieron y yo me equivoqué de bar. Así que esperé durante una hora aproximadamente y luego regresé a mi alojamiento.” Después añadió: “No sé cuántas veces me he maldecido a mí mismo por no haberme quedado en Victor’s Piece.”
– ¿Qué piensas de todo esto? Huele un poco raro, ¿no?
– No sé qué decirte -dijo Archery-. En cualquier caso, la policía le debió de interrogar en su momento.
– Quizá sí o quizá no. No me lo dijo. -Charles se recostó en la silla, apoyó los pies en el enrejado y prosiguió-: Entonces, hablamos de dinero. Huelga decir que el dinero es el motor de su existencia.
Inexplicablemente, Archery se sintió en el deber de defender a Primero. Alice Flower lo había descrito como una persona intachable.
– Pensaba que era una buena persona -dijo.
– Es un buen tipo -dijo Charles con indiferencia-. Es muy modesto con su éxito y su riqueza. -Sonrió-. De esos que lloran cuando van al banco. De todos modos, ahora viene el quid de la cuestión.
»Justo antes de que la señora Primero muriese, un colega suyo le preguntó si le gustaría montar un negocio con él, de importación y exportación. Bueno no sé muy bien de qué se trataba exactamente, ahora tampoco importa. Ambos tenían que aportar diez mil libras. Primero no tenía el dinero, ni sabía de dónde sacarlo. Por lo que a él se refería, no tenía ni la más remota esperanza. Entonces su abuela murió.
– Eso ya lo sabemos -protestó Archery-. Alice Flower me contó más o menos lo mismo…
– Vale, espera un momento. Alice Flower ignoraba lo que te voy a contar ahora. «Ése fue mi comienzo -me dijo despreocupadamente, aunque añadió enseguida-: No quiere decir que no estuviese desolado por la muerte de mi abuela.» Durante todo ese tiempo, su esposa permaneció en silencio con el rostro inexpresivo. Él no dejaba de mirarla con preocupación.
»-Puse mi parte del dinero y empezamos -dijo, y añadió con cierta premura-: Y desde entonces, no volví a mirar al pasado:
»Me vi en un pequeño dilema. Todo iba sobre ruedas y no quería meter la pata. Él me observaba con desconfianza y, de repente, entendí por qué: él ignoraba lo que yo sabía sobre el dinero de la señora Primero. Ella murió sin hacer testamento, habían pasado dieciséis años, yo era un reportero y, a su juicio, estaba interesado en él, no en su abuela.
– Me parecen muchas cosas para adivinarlas en una sola mirada desafiante -dijo Archery.
– Tal vez fue cuestión de intuición. Pero déjame que te lo cuente. Entonces, hice una pregunta. Era una posibilidad remota, pero dio resultado. Le dije: «Así que consiguió sus diez mil libras, ¿justo lo que usted necesitaba?» Lo dije con la mayor naturalidad. Él no me contestó, pero su mujer me miró y dijo: «Eran exactamente diez mil libras después de pagar el impuesto sobre sucesiones. En realidad, debería entrevistarme a mí, Roger me lo ha contado tantas veces que me lo sé mejor que él.»
»Bueno, no podía quedarme ahí. Persistí: «Tengo entendido que tiene usted dos hermanas, señora Primero -dije-. ¿También heredaron ellas la misma cantidad de dinero que usted?» Advertí un brillo suspicaz en su mirada. Después de todo, no era asunto mío y no tenía nada que ver con el artículo que se suponía que yo iba a escribir. «¿Han triunfado ellas como usted en los negocios?», pregunté, intentando justificarme. Fue una salida genial. Perdóname por presumir así, pero es verdad, pude ver cómo se relajaba.
»-No las veo muy a menudo -dijo.
»-¡Oh, Roger! -exclamó su esposa-, sabes muy bien que no las vemos nunca.
»Primero la fulminó con la mirada.
»-Una está casada -dijo- y la otra trabaja en Londres. Son mucho más jóvenes que yo.
»-Debe ser estupendo heredar diez mil libras cuando aún eres un niño.
»-Me imagino que siempre es estupendo, pero no he vuelto a tener el placer de heredar nunca nada más. ¿Dejamos el tema y seguimos con la historia de mi vida?
»Fingí que tomaba apuntes. En realidad, eran simples garabatos, pero le hice creer que era taquigrafía. Al terminar la entrevista, se levantó, nos dimos la mano y me dijo que estaría al tanto del Sunday Planet para ver el artículo. Al oír eso, me sentí un poco incómodo y no supe qué decir, pero su esposa me salvó, invitándome a comer. Acepté la invitación y me ofrecieron una comida espléndida: salmón ahumado, unos enormes filetes de lomo de buey y, de postre, frambuesas en licor.
– Tienes una cara muy dura -dijo Archery con admiración teñida de reprobación. Se enderezó en la silla-. Lo que has hecho no está bien, no es ético.
– Lo hice por una buena causa. ¿Es que no puedes entenderlo?
«¿Por qué los hijos siempre piensan que eres infantil y, a la vez, senil, que te pasas de práctico pero que eres irracional, capaz de mantenerlos pero al mismo tiempo completamente obtuso?»
– Por supuesto -dijo Archery con irritación-. Tanto Alice Flower como la señora Crilling dijeron que la señora Primero sólo disponía de diez mil libras, pero al parecer Roger Primero no sólo recibió un tercio de esa suma, sino la totalidad.
Charles se volvió bruscamente hacia él, haciendo caer nuevos pétalos del enrejado.
– Pero ¿por qué? Definitivamente, no hubo testamento. Lo he comprobado. Y sólo había tres herederos, Roger, Ángela e Isabel. La señora Primero no tenía más familiares y según la ley, la herencia debía ser dividida entre los tres nietos, sin embargo Roger consiguió hacerse con todo.
– No lo comprendo.
– Yo tampoco; todavía no. Quizá todo se aclare cuando haya hablado con las hermanas. Naturalmente, no he podido preguntarle a Roger dónde vivían, pero su apellido no es muy común, y puede que el nombre de la que está soltera aparezca en la guía telefónica de Londres. Todavía no he decidido cómo me las voy a arreglar para ponerme en contacto con ellas, pero tengo ya alguna idea, quizá pueda decirles que soy de Hacienda…
– Facilis descesus Averni.
– En asuntos como éste -dijo Charles resueltamente-, hay que ser frío, calculador y decidido. ¿Me dejarás el coche, mañana?
– Si es imprescindible.
– Pensaba que te gustaría ir a Victor’s Piece -dijo Charles en tono optimista- y echar un vistazo. Averiguar si Roger Primero pudo haberse escondido en algún sitio y luego subir las escaleras a hurtadillas o algo por el estilo, en vez de salir por la puerta principal aquel domingo por la noche.
– ¿No te estás dejando llevar por la imaginación?
– Es un defecto de familia. -Sus ojos se entristecieron repentinamente y, ante la consternación de Archery, ocultó su cara entre las manos. Su padre no sabía qué hacer-. Tess no me ha hablado en dos días. No me resigno a perderla. No puedo. -Si Charles hubiese tenido diez años menos, su padre le habría cogido entre sus brazos; pero si fuese así, todo aquello no estaría ocurriendo.
»Me importa un bledo -dijo Charles, controlándose- lo que hiciese o dejase de hacer su padre. Me da igual que hayan ahorcado a todos sus antepasados. Pero a ti y a ella os importa, y… ¿qué más da? -Se levantó de su silla-. Siento haberme puesto así. -Todavía con la cabeza agachada, arrastró los pies entre los pétalos despojados-. Haces lo que puedes -dijo con ceremoniosa gravedad-, pero no espero que lo comprendas, a tu edad. -Sin mirar a su padre, se dio media vuelta y entró en el hotel.