Hay falsos testigos que levantan
testimonio en mi contra y hablan en
falso.
Salmo 27, designado para el quinto día
En general, a Wexford le disgustaba el clero. El alzacuellos se le asemejaba a una aureola caída indicadora de falsa santidad, probable hipocresía y un abrumador amor propio. Desde su punto de vista los vicarios no eran precisamente humildes. La mayoría espera que se venere a Dios a través de ellos.
El inspector jefe no los asociaba con personas bien parecidas y con encanto; por lo tanto, Henry Archery le causó cierta sorpresa. Éste debía de ser un poco más joven que Wexford, y conservaba todavía una figura esbelta, además de ser un hombre muy atractivo. El pastor vestía un traje claro, una camisa y una corbata corrientes. En su espeso cabello rubio apenas se notaban las canas, sus rasgos eran finos y regulares, y su piel estaba bronceada.
Al intercambiar las primeras frases de cortesía, Wexford apreció la belleza de su voz. Tenía que ser un placer oírle leer en voz alta. Wexford se rió para sus adentros, mientras indicaba al pastor una silla para que tomase asiento y él se sentaba a su vez frente a su visitante. Se imaginó a un grupo de cansadas feligresas envejecidas esforzándose hasta lo indecible para obtener la mísera recompensa de una sonrisa de aquel hombre. En ese momento Archery no sonreía y su aspecto no era precisamente tranquilo.
– Conozco bien el caso, inspector -empezó-. He leído la transcripción oficial del juicio y he hablado sobre él con el coronel Griswold.
– Entonces ¿qué es lo que quiere usted saber exactamente? -preguntó Wexford, con su acostumbrada rudeza.
Archery respiró hondo y dijo apresuradamente:
– Quiero que me diga si, en algún resquicio de su mente existe una ínfima duda, aunque sea la sombra de una duda, sobre la culpabilidad de Painter.
Así que de eso se trataba. O, al menos, en parte. Las teorías de Burden sobre el posible parentesco del pastor con los Primero o sus intenciones de comprar la casa no podían ser más equivocadas. Este hombre, por algún interés desconocido, estaba empeñado en exculpar a Painter.
Wexford frunció el ceño y, un momento después, dijo:
– No puedo ayudarle. Fue Painter, no hay lugar a dudas. -Apretó los dientes con obstinación-. Si desea citarme en su libro, tiene mi consentimiento. Puede usted decir que, después de dieciséis años, Wexford todavía sostiene que Painter era culpable sin la menor sospecha de error.
– ¿De qué libro me habla? -Archery inclinó su noble cabeza cortésmente. En sus ojos castaños se reflejaba el desconcierto. Luego se rió. Era una risa agradable y Wexford la oía por primera vez-. No soy escritor -dijo-. Bueno, una vez escribí un capítulo de un libro sobre gatos abisinios, pero eso no se puede considerar…
«Gatos abisinios. Esos enormes bichos rojos», pensó Wexford.
– ¿A qué se debe su interés por Painter, señor Archery?
Éste vaciló. El sol resaltaba las arrugas de su rostro que hasta el momento le habían pasado inadvertidas al inspector jefe. «¡Es curioso! -pensó éste taciturno-, que las mujeres morenas envejezcan más tarde que las rubias, y con los hombres suceda lo contrario.»
– Mis razones son muy personales, inspector. No creo que merezcan su interés. Pero le puedo asegurar que, por supuesto, no tengo intención de publicar nada de lo que me diga.
Bueno, se había comprometido con Griswold, así que no tenía elección. De todas formas, ya se había resignado a sacrificar la mayor parte de la tarde con ese clérigo. El cansancio empezó a apoderarse de él. Quizá reuniese fuerzas para recordar, recuperar del pasado palabras y escenas familiares, pero esta calurosa tarde no le iba a permitir ser demasiado riguroso. Las razones personales -y confesó mentalmente sentir una curiosidad infantil por conocerlas- saldrían a la luz probablemente a su debido tiempo. La expresión sincera y jovial del rostro de su visitante le hacía pensar que no iba a mostrarse particularmente discreto.
– ¿Qué quiere usted que le cuente? -preguntó.
– ¿Por qué está tan seguro respecto a la culpabilidad de Painter? Por supuesto, mis conocimientos en este tipo de asuntos no van más allá de los de cualquier profano, pero a mi parecer existen numerosas lagunas en las pruebas. Había otras personas involucradas, personas a quienes beneficiaba la muerte de la señora Primero.
Wexford dijo fríamente:
– Estoy completamente dispuesto a discutir cualquier detalle con usted, señor.
– ¿Ahora mismo?
– Desde luego. ¿Ha traído la transcripción?
Archery la sacó de un ajado maletín de cuero. Sus manos eran largas y delgadas pero no afeminadas. A Wexford le recordaban las de los santos de los cuadros que él denominaba «beatos». Durante cinco minutos el inspector examinó el documento en silencio, rememorando pequeños detalles; luego lo dejó a un lado y dirigió su mirada al rostro de Archery.
– Tenemos que remontarnos al sábado, 23 de septiembre -dijo-, el día anterior al asesinato. Painter no fue aquella tarde a llevar el carbón a la casa. Las dos ancianas esperaron hasta alrededor de las ocho, cuando el fuego estaba a punto de apagarse, y la señora Primero dijo que se iba a acostar. Alice Flower estaba rabiosa y salió, según sus propias palabras, «a por algunos pedazos».
– Entonces fue cuando se hizo daño en la pierna -puntualizó Archery.
– No fue una herida seria pero la señora Primero se enfadó y echó la culpa a Painter. A la mañana siguiente, alrededor de las diez, mandó a Alice a la cochera para decirle a Painter que le quería ver a las once en punto. Éste llegó diez minutos tarde, Alice le condujo al salón y luego oyó como él y la señora Primero discutían.
– Eso nos conduce a la primera observación que quiero resaltar -dijo Archery. Hojeó la transcripción y se la pasó a Wexford, señalando el principio de un párrafo-. Esto, como bien sabe usted, es parte de la propia declaración de Painter. Él no niega haber discutido con la señora Primero y admite que ésta le amenazó con despedirle, pero que, finalmente, ella se avino a razones y, aunque se negó a subirle el sueldo, con el argumento de que eso le daría alas y volvería a pedirle otro aumento a los pocos meses, le dijo que, en su lugar, le daría lo que ella llamaba una prima.
– Lo recuerdo muy bien -dijo Wexford impaciente-. Según él, la anciana le pidió que fuese a su dormitorio, en el piso superior, buscase un bolso en su armario ropero y se lo trajera, y, según afirma, eso fue lo que hizo. En el bolso había cerca de doscientas libras, y le dijo que podía llevárselo, junto con su contenido, a modo de prima, a condición de que cumpliera religiosamente el cometido de traer el carbón a las horas acordadas. -Tosió-. No me creí ni una palabra, y el jurado tampoco le creyó.
– ¿Por qué no? -preguntó Archery con aplomo.
«¡Santo cielo!, -pensó Wexford-, ésta va a ser una sesión muy larga.»
– En primer lugar, porque las escaleras de Víctor’s Piece están situadas entre el salón y la cocina, donde Alice Flower estaba preparando el almuerzo, y ella, que tenía muy buen oído para su edad, no oyó a Painter subir esas escaleras. Y, créame, era el más torpe de los patanes que se hayan visto. -Archery arrugó ligeramente la nariz ante el comentario, pero Wexford prosiguió-: En segundo lugar, la señora Primero nunca habría enviado al jardinero a fisgonear en su dormitorio. A no ser que esté diametralmente equivocado respecto a su carácter, habría mandado a Alice, con algún otro pretexto, a recoger el dinero.
– Quizá no desease que Alice lo supiera.
– De eso puede usted estar seguro -replicó Wexford con aspereza-. Nunca lo hubiera permitido. Por eso he dicho con algún otro pretexto. -Eso enfrió un tanto los humos del pastor. Con aplomo, Wexford continuó-: En tercer lugar, la señora Primero tenía fama de tacaña. Alice llevaba más de medio siglo a su servicio, pero nunca obtuvo nada, aparte de su sueldo y una libra extra por Navidad. -Señaló la página con el dedo-. A ver, aquí está por escrito. Sabemos que Painter necesitaba dinero. La noche anterior, cuando no llevó el carbón, estuvo bebiendo en el Dragón con un amigote de Stowerton. El amigo quería vender una moto y se la ofreció a Painter por algo menos de doscientas libras. Éste no tenía aparentemente la más mínima esperanza de reunir el dinero, pero le pidió que se la guardase durante un par de días y que se pondría en contacto con él en cuanto pudiese darle una contestación. Según cree usted, él consiguió el dinero el domingo, antes del mediodía. En cambio, yo vuelvo a afirmar que lo robó por la tarde, después de asesinar brutalmente a su patrona. Si usted está en lo cierto, ¿por qué no se puso en contacto con su amigo el domingo por la tarde? Hay una cabina telefónica al final del camino. Interrogamos al sujeto: no salió de casa en todo el día y nadie le llamó por teléfono.
Archery se rindió, al menos en apariencia, ante el peso de la evidencia. Se limitó a decir:
– Por lo que dice, usted cree que Painter subió al guardarropa por la tarde, después de matar a la señora Primero, sin embargo no hallaron rastros de sangre dentro de la alcoba.
– En primer lugar, Painter llevaba unos guantes de goma cuando cometió el asesinato. Además, en la acusación se argumentaba que primero la dejó sin sentido de un golpe con el hacha plana, cogió el dinero y, al bajar, le entró el pánico y la remató.
Archery tembló visiblemente y luego dijo:
– ¿A usted no le parece raro que, si fue Painter quien lo hizo, se comportase de un modo tan transparente?
– Eso suele suceder. Recuerde que estos individuos son bastante estúpidos -dijo Wexford, con una mueca de desprecio. Seguía sin conocer el motivo del interés que Archery mostraba por Painter, pero era evidente que estaba del lado del sujeto-. Muy estúpidos -repitió, con el propósito de herir al pastor en lo más vivo, y fue recompensado con otra mueca de Archery-. Ellos piensan que el jurado se va a creer todo lo que digan, que basta con echarle la culpa a un vagabundo o a un ladrón. Painter era de esos. Nos salió con el cuento del vagabundo -dijo-. ¿Cuándo fue la última vez que vio usted un vagabundo? Seguro que han pasado más de quince años.
– Hablemos del asesinato -dijo Archery quedamente.
– ¡No faltaba más! -Wexford volvió a coger la transcripción y, tras una breve ojeada, localizó la información que necesitaba-. Vamos a ver -empezó-, Painter afirmaba que fue a por el carbón a las seis y media. Él recordó la hora (eran las seis y veinticinco cuando salió de la casa de la cochera) porque su mujer le comentó que faltaban cinco minutos para la hora de acostar a la niña. De todas formas, el tiempo no es excesivamente importante. Sabemos que la anciana fue asesinada entre las seis y veinte y las siete. Painter fue allá, partió algo de leña y se hizo un corte en el dedo. Eso decía él. En efecto, tenía una herida en el dedo; se la hizo deliberadamente.
Archery ignoró este último comentario, y dijo:
– Él y la señora Primero tenían el mismo grupo sanguíneo -dijo.
– Ambos eran del grupo O. Hace dieciséis años, las pruebas de identificación de la sangre no eran tan precisas como las de hoy día. A Painter eso le favorecía. Pero no le sirvió de mucho.
El clérigo se cruzó de piernas y se recostó sobre el respaldo de su asiento. Wexford se percató de que estaba intentando disimular su nerviosismo, sin mucho éxito.
– Creo que fue usted quien le interrogó después de que se descubriera el crimen.
– Nosotros llegamos a la casa de la cochera a las ocho menos cuarto. Painter había salido. Le pregunté a la señora Painter dónde estaba su marido y me respondió que había vuelto de la casa grande alrededor de las seis y media, se había lavado las manos, y había vuelto a salir enseguida. Le habría dicho que iba a Stowerton a ver a su amigo. Apenas llevábamos allí diez minutos cuando Painter regresó. Su explicación no convenció a nadie, había demasiada sangre en la casa para tratarse de un simple corte en un dedo. Bueno, ya conoce el resto. Está en la transcripción. Le detuve por asesinato, allí mismo.
El documento temblaba ligeramente en la mano de Archery. Le costaba mantener el pulso. Finalmente, el pastor dijo en voz baja arrastrando las palabras:
– Painter declaró que no fue a Stowerton. «Esperé en la parada que hay en el cruce, pero el autobús no vino. Vi subir unos coches por el camino y me pregunté qué había ocurrido. Estaba un poco mareado porque el dedo no paraba de sangrar y regresé a casa. Pensé que quizá mi mujer sabría qué estaba pasando.» -Archery hizo una pausa y luego añadió con una especie de deseo implorante-: A mí no me parece la declaración de un retrasado mental, tal y como lo pinta usted.
Con la paciencia que habría empleado con un adolescente precoz, Wexford le contestó:
– Las declaraciones se editan, señor Archery. Las resumen y les dan coherencia. Créame. Usted no estuvo en el juicio, como yo. En cuanto a la veracidad de esa declaración, yo iba en uno de esos coches patrulla, con los ojos bien abiertos. Adelantamos al autobús de Stowerton y giramos a la izquierda para coger el camino. No había nadie esperando en la parada.
– Imagino que usted supone que, mientras decía estar en la parada del autobús, había ido en realidad a esconder la ropa.
– ¡Por supuesto que estaba escondiendo la ropa! Cuando trabajaba siempre llevaba un impermeable. En las declaraciones verá que tanto la señora Crilling como Alice corroboran este dato. A veces lo colgaba en la cochera y otras en un gancho que había detrás de la puerta trasera de Victor’s Piece. Según Painter, él lo llevaba puesto aquella noche y luego lo dejó en el gancho de la puerta trasera, pero no pudimos encontrarlo. Tanto Alice como Roger Primero afirmaron que lo habían visto colgado en la puerta trasera esa misma tarde, pero la señora Crilling juró que ya no estaba allí cuando fue con Elizabeth, a las siete.
– Finalmente, ustedes lo encontraron enrollado debajo de un seto, al otro lado de unos prados, más allá de la parada de autobús.
– El impermeable y un jersey -replicó Wexford-, y unos guantes de goma. Todo empapado de sangre.
– Pero cualquiera pudo haberse llevado el impermeable y ustedes no consiguieron identificar el jersey.
– Alice Flower declaró que se parecía a uno que Painter llevaba de vez en cuando.
Archery suspiró profundamente. Durante un rato no había dejado de bombardear a Wexford con preguntas y apreciaciones, pero de pronto se sumió en el silencio. En su rostro se leía algo más que indecisión. Wexford esperó. Por fin había llegado a ese punto en que iba a ser necesario revelar ese «interés personal». Archery se debatía en una lucha interna y, en tono afectado, preguntó:
– ¿Qué hay de la esposa de Painter?
– No se puede obligar a una esposa a que declare en contra de su marido. Como usted sabe, ella no estuvo presente en el juicio. Se fue con su hija a otro lugar y, unos años más tarde, oí que había vuelto a casarse.
Wexford miró fijamente a Archery, arqueando las cejas. Sus palabras hicieron decidirse al clérigo. Un rubor apenas visible cubría sus mejillas bronceadas. Sus ojos castaños brillaban, cuando nervioso de nuevo se inclinó hacia el inspector.
– Y la niña…
– ¿La niña? Ella estaba durmiendo en su cuna cuando registramos el dormitorio de los Painter, y ésa fue la única vez que la vi.
Con la voz quebrada, Archery dijo:
– Ahora tiene veintiún años y es una joven muy hermosa.
– No me sorprende. Painter no era feo, dentro de su estilo, y la señora Painter era atractiva. -Wexford se detuvo. «Archery era clérigo. ¿Podía ser que la hija de Painter hubiese seguido los pasos de su padre y, a causa de sus transgresiones, estar ahora bajo su tutela? A lo mejor Archery acostumbraba a visitar la cárcel. Tenía toda la pinta», pensó Wexford con desagrado. El inspector sintió la cólera crecer en su interior al aventurar la posibilidad de que toda esta discusión hubiera sido urdida sólo porque Archery deseaba ayuda para encontrar el abordaje psicológico más adecuado para una ladrona o una confidente convicta-. ¿Qué interés tiene usted en ella? -dijo Wexford bruscamente. ¡Griswold podía irse al infierno!-. A ver, señor, sería mejor que me lo contase de una vez.
– Tengo un hijo, inspector, es hijo único. También tiene veintiún años…
– ¿Y bien?
Era evidente que al clérigo le resultaba difícil encontrar las palabras adecuadas. Archery vaciló y retorció sus largas manos. Finalmente, sin excesiva confianza y en voz baja, dijo:
– Quiere casarse con la señorita Painter. -El pastor observó el sobresalto de Wexford y, sin dejar de mirarle, añadió-: O la señorita Kershaw, que es su apellido legal, ahora.
El inspector jefe sintió que perdía pie. Estaba perplejo, cosa poco frecuente en él, y visiblemente conmovido. Pero ya había mostrado la suficiente sorpresa que le permitía su diplomacia y dijo con serenidad:
– Me tiene que perdonar, señor Archery, pero no entiendo cómo su hijo, el hijo de un clérigo de la Iglesia anglicana, llegó a conocer a una chica de la posición de la señorita Painter, es decir, de la señorita Kershaw.
– Se conocieron en Oxford -respondió Archery con naturalidad.
– ¿En la universidad?
– Así es. La señorita Kershaw es una joven muy inteligente. -Archery esbozó una tímida sonrisa-. Está haciendo una tesis sobre los grandes contemporáneos. Creo que será la número uno de su promoción.