Capítulo Doce

A Rachel le gustó Jane Sullivan nada más verla. Alguien que con tanta tranquilidad mimaba a Joe, y después afrontaba la ira de Grant Sullivan sin parpadear, era alguien a quien Rachel quería conocer. Las dos mujeres se presentaron, mientras Sullivan esperaba con los brazos cruzados sobre el pecho, sus ojos dorados disparando fuego mientras observaba a su esposa con el entrecejo fruncido.

– ¿Cómo me encontraste? -dijo con voz áspera, en voz baja y casi inaudible-. Me aseguré de no dejar ninguna huella.

Jane lo olfateó.

– Tú no, de modo que hice lo más lógico y fui donde no ibas y te encontré -dándole la espalda, saludó a Kell con un abrazo entusiasta-. Sabía que tenía que ver contigo. ¿Estás en problemas?

– Un poco -dijo Kell, sus ojos negros se llenaron de diversión.

– Me lo figuraba. Vine a ayudar.

– Estoy condenado -estalló Grant.

Jane le dirigió una mirada tranquila.

– Sí, puede ser. Marchándote a hurtadillas y dejándome con los bebés…

– ¿Dónde están?

– Con tu madre. Cree que me está haciendo un favor. De todas maneras, eso es lo que me hizo llegar tan tarde. Tuve que llevarle los gemelos. Y luego decidir qué harías si quisieras evitar que alguien supiera dónde estabas.

– Voy a ponerte cruzada sobre mis rodillas-le dijo, y la miró como si el pensamiento le diera una gran satisfacción-. Esta vez no te librarás.

– No lo harás -dijo ella con aire satisfecho-. Estoy embarazada otra vez.

Rachel había estado disfrutando del espectáculo de ver a Grant Sullivan llevado hasta la desesperación por su hermosa esposa, pero ahora casi sintió lastima por él. Estaba pálido.

– No puedes estarlo.

– No apostaría sobre eso -Kell entró, disfrutando del giro en los acontecimientos tanto como Rachel.

– Los gemelos sólo tienen seis meses -graznó Grant.

– ¡Lo sé! -contestó Jane con cara indignada-. Estaba allí, ¿recuerdas?

– No íbamos a tener más durante un tiempo.

– La tormenta -dijo ella sucintamente, y Grant cerró los ojos. Estaba verdaderamente pálido, y a Rachel le dio pena.

– Entremos, estaremos más frescos -sugirió, abriendo la puerta metálica. Ella y Kell entraron, pero nadie los siguió. Rachel miro a hurtadillas por la puerta; Jane estaba en los brazos musculosos de su marido, y su cabeza rubia estaba inclinada hasta la oscura de su mujer.

Curiosamente, esa visión añadió un poco más de dolor al interior de Rachel.

– Ellos lo lograron -susurró ella.

Los brazos de Kell se deslizaron alrededor de su cintura, y él la empujó de regreso contra de él.

– Él está en eso ahora, ¿recuerdas? Estaba jubilado antes de se encontraran.

Rachel quiso preguntar por qué no podía retirarse también, pero tenía que abstenerse de expresar esa pregunta. Lo que había servido para Grant Sullivan no servía para Kell Sabin; Kell era único en su especie. En lugar de eso preguntó:

– ¿Cuándo te marchas? -debería haberse sentido orgullosa de que su voz fuera firme, pero el orgullo no significaba nada para ella a esas alturas. Le habría suplicado de rodillas si hubiera creído que surtiría efecto, pero dedicación al servicio era más fuerte.

Él guardó silencio por un momento, y ella supo que no iba a gustarle la respuesta, aunque la esperase.

– Mañana por la mañana.

De modo que tenía una noche más, a menos que él y Sullivan pasaran más tiempo resolviendo los detalles de su plan.

– Nos acostaremos temprano -dijo él, tocando su pelo, y ella se retorció entre sus brazos para encontrar sus ojos de medianoche. Su cara era distante, pero él la quería; lo podía distinguir en sus caricias, por algo fugaz en su expresión. Oh, Dios mío, ¿Cómo iba quedarse quieta viéndole marchar y sabiendo nunca volvería a verle?

Jane y Grant entraron, y la cara de Jane estaba radiante. Sus ojos se abrieron con deleite cuándo vio a Rachel en los brazos de Kell, pero algo en sus expresiones evitó que dijese algo. Jane era muy intuitiva.

– Grant no me dirá qué pasa -anuncio ella, y se cruzó de brazos tercamente-. Voy a seguirle hasta que me entere.

Las cejas negras de Kell se alzaron.

– ¿Y si te lo digo yo?

Jane consideró eso, mirando de Kell a Grant, luego de regreso a Kell.

– ¿Quieres negociar? Quieres que regrese a casa.

– Regresas a casa -dijo quedamente Grant, su voz acerada-. Si Sabin quiere informarte, depende de él, pero este nuevo bebé me da doblemente la razón para asegurarme de que estas a salvo en la granja, en lugar de jugarte el pellejo saliendo en mi búsqueda.

Un destello en los ojos de Jane le dio lugar a Rachel para pensar que Sullivan tenía una pelea entre manos, pero se Kell anticipó diciendo:

– Bien, creo que mereces saber que ocurrió, puesto que Grant está involucrado en esto. Sentémonos, y te lo contaré.

– Sólo lo que necesite saber -adivinó exactamente Jane, y Kell le dirigió una sonrisa sin humor.

– Sí. Sabéis que siempre hay detalles que no pueden ser revelados, pero puedo contarte la mayor parte.

Se sentaron alrededor de la mesa, y Kell esbozó los puntos principales de lo qué había ocurrido, las implicaciones y por qué necesitaba a Grant. Cuando termino Jane miró a ambos hombres durante mucho tiempo, luego lentamente inclinó la cabeza.

– Tienes que hacerlo -después se echó hacia delante, plantando ambas manos sobre el mantel y dando una imagen inflexible a Sabin, quien la miró de lleno-. Pero déjame decirte, Kell Sabin, que si algo le ocurre a Gran, iré detrás de ti. No te imaginas la de problemas que te causaré si eso ocurre.

Kell no respondió, pero Rachel sabía lo que pensaba. Si ocuría algo no era probable que tampoco él sobreviviese. No sabía como podía saber lo que pensaba, pero lo hacía. Sus sentidos estaban concentrados en Kell, y un cambio o un gesto mínimo en su tono era registrado por sus nervios como un terremoto en el sismógrafo más fino.

Grant se puso de pie, levantando a Jane y poniéndola a su lado.

– Es hora de que durmamos un poco, ya que nos marcharemos temprano. Y tú te irás a casa -le dijo a su esposa-. Dame tu palabra.

Jane no discutió ahora, cuando sabía en qué estaba metido.

– Bien. Iré a casa después de recoger a los gemelos. Lo que quiero saber es cuando te puedo esperar de vuelta.

Grant recorrió con la mirada a Kell.

– ¿Tres días?

Kell inclinó la cabeza.

Rachel se puso de pie. En tres días habría terminado, de una forma u otra, pero para ella terminaba mañana. Mientras tanto tenía que buscar un lugar para que durmieran los Sullivan, y casi agradeció tener algo con lo que ocupar su tiempo, aunque no su mente.

Le pidió perdón a Jane por no tener una cama más, pero no pareció que le molestase en lo más mínimo.

– No te preocupes -dijo aliviada Jane-. Me he acostado con Grant en tiendas de campaña, cavernas y cobertizos, de modo que el bonito suelo de la sala de estar no es más incomodo para nosotros.

Rachel ayudada por Jane reunió edredones y almohadas de más para formar una cama, cogiéndolos de la parte alta del armario y apilándolos sobre los brazos de Jane. Jane la miró astutamente.

– ¿Estás enamorada de Kell?

– Sí -Rachel dijo esa única palabra firmemente, sin pensar en negarlo. Era un hecho, tan parte de ella como sus ojos grises.

– Es una clase de hombre duro, raro, pero para que el acero sea de excelente calidad, tiene que ser difícil de manejar. No será fácil. Lo sé. Mira el hombre que yo escogí.

Se miraron la una a la otra, dos mujeres con un mundo de conocimientos en los ojos. Para bien o para mal, los hombres que amaban eran diferentes a otros hombres, y nunca tendrían la seguridad que la mayoría de las mujeres esperaban.

– Cuando se marche mañana, se acabará-dijo Rachel con la garganta cerrada-. No volverá.

– Él quiere que esto termine -aclaró Jane, sus ojos de color café extraordinariamente sombríos-. Pero no digas que no volverá. Grant no quería casarse conmigo. Dijo que no saldría bien, que nuestras vidas eran demasiado diferentes y que nunca tendría cabida en su mundo. ¿Te suena familiar?

– Oh, sí -Sus ojos y voz estaban desolados.

– Tuve que dejarle marchar, pero finalmente me siguió.

– Grant ya estaba jubilado, y el trabajo es el problema.

– Es un problemón, pero no es infranqueable. Es duro para los hombres como Grant y Kell aceptar amar a alguien. Siempre han estado solos.

Sí, Kell siempre había estado solo, y decidió seguir así. Saber y entender sus razones no hacía que vivir con ellas fuera mas fácil. Dejó a Jane y Grant hacerse una cama en la sala de estar, y Kell la siguió a la habitación, cerrando detrás de si la puerta. Ella estaba en la mitad de la habitación con las manos agarradas con fuerza, sus ojos ensombreciéndose a medida que lo observaba.

– Deberíamos habernos marchado esta noche -dijo quedamente él-. Pero quería una noche más contigo.

Ella no se permitiría llorar, no esa noche. No importaba lo que ocurriera esperaría hasta mañana, cuando se marchase. Él apagó la luz y fue a ella por el cuarto oscurecido, sus manos ásperas cerrándose sobre sus hombros y tirando de ella contra él. Su boca era dura, hambrienta, casi hiriéndola cuando la besó con una necesidad salvaje. Su lengua investigó la suya, exigiendo una respuesta que tardó en llegar, porque el dolor era grande dentro de ella. Él siguió besándola, deslizando las manos por su espalda y caderas, acunándola contra el calor de su cuerpo, hasta que finalmente ella comenzó a relajarse y se dejó vencer por él.

– Rachel -le susurró, desabrochando su camina para encontrar sus pechos desnudos y ahuecándolos en las palmas calientes de sus manos. Despacio rodeó con los pulgares sus pezones y los sedujo con su dureza; el calor, el sentido punzante de la excitación y la anticipación comenzaron a aumentar en el interior de ella. Su cuerpo lo conocía y respondió, volviéndose pesado y húmedo, preparándose para él porque sabía que no la dejaría insatisfecha. Él deslizó la camisa por sus hombros, inmovilizándole los brazos con la tela mientras la levantaba, arqueándola sobre su brazo y empujando sus pechos hasta él. Intencionadamente puso la boca sobre su pezón y lo chupó, el fuerte movimiento hizo que el ardiente hormigueo se extendiera por su carne sensible. Ella hizo un ruido apenas perceptible, jadeando por el placer a medida que las sensaciones se extendían desde sus pechos hasta su bajo vientre, donde el deseo tiraba.

Su cabeza se echó para atrás y ella tuvo la repentina sensación de caer, lo que hizo que se agarrara a su cintura. Hasta que no sintió el frescor de las sábanas bajo ella, no se dio cuenta de que él la había estado bajando hasta la superficie de la cama. Su camisa estaba atrapada bajo ella, con las mangas bajada atrapando desde sus codos hasta sus muñecas, inmovilizando eficazmente sus brazos mientras que su torso estaba desnudo para que sus labios y lengua investigaran saboreando. La miró con una expresión torturada, luego inclinó la cabeza y la enterró entre sus pechos, sus manos cerrándose alrededor de su cara como si desease absorber su perfume y sentir su piel satinada.

Ella gimió cuando su cuerpo latió por la necesidad, y probó a intentar liberar sus brazos.

– Kell -su voz era alta, forzada.-. déjame sacar los brazos.

Él levantó la cabeza y evaluó la situación.

– Aún no -gimió-. Simplemente acuéstate ahí y déjame amarte hasta que estés lista para mi.

Ella emitió un sonido rudo de frustración, tratando de rodar hacia un lado de modo que pudiera liberarse, pero Kell la sometió, sus manos duras sujetándola.

– Estoy lista -insistió ella antes de que su boca bajase hasta la suya y acallara más protestas.

Cuando él levantó la cabeza otra vez la satisfacción llenaba sus rasgos tensos.

– No tanto como estarás -luego se inclinó sobre sus senos otra vez, sin detenerse hasta que estuvieron mojados y brillantes por su boca y sus pezones estuvieron rojos y fueron apretados nudos. Delicadamente mordió la curva de su pecho, usando lo justo sus dientes para dejar que ella los sintiera pero no lo suficiente para causar dolor.

– Librémoste de estos -la tensión también era evidente en su voz, cuando tiró de los botones de los pantalones cortos de ella. La soltó y la cremallera chirrió suavemente cuando la bajó. Su mano entró en sus pantalones cortos abiertos, excavando bajo sus bragas hasta encontrar la carne caliente, húmeda y dolorida que buscaba.

– Ah -dijo él con satisfacción serena cuando sus dedos la recorrieron y la encontraron lista, de verdad-. ¿Te gusta esto?

– Sí -todo lo que ella pudo hacer fue gimotear la palabra.

– Te gustará más cuando esté dentro de ti -prometió con voz ronca, y deslizó sus bragas y pantalones cortos por sus caderas y muslos, pero no los quitó. Los dejó por encima de sus rodillas, y sus piernas quedaron atrapadas tan eficazmente como sus brazos. Lentamente pasó su mano sobre ella, de sus pechos hasta su vientre, demorándose en su vientre desnudo.

Ella se retorció bajo sus dedos minuciosos, su corazón tronando en su pecho e interfiriendo con el ritmo de su respiración.

– No te haces una idea -sollozó ella, sus manos agarrándose a la sábana bajo ella. Él la estaba mirando de una manera que la informó de que le gustaría sujetarla indefensa mientras él jugaba y disfrutaba con su cuerpo. Era poco civilizado, sus instintos rápidos y primitivos.

Él soltó una risa baja, áspera.

– Bien, amor. No tienes que seguir esperando. Te daré lo que quieres -velozmente la desnudó, hasta le sacó los brazos de la camisa que los había sujetado, y se quitó sus propias ropas, después dejó caer su peso sobre ella. Rachel lo aceptó con un suspiro de alivio doloroso, sus brazos envolviéndose alrededor de él cuando él le abrió las piernas y entró en ella. Ella alcanzó la cima rápidamente, convulsionándose entre sus brazos, y lentamente el volvió a darle placer. Esa noche no podía tener bastante de ella, volviendo a ella varias veces, como si el tiempo se ralentizara cuando ambos se encerraban en el amor.

Fue poco antes del amanecer cuando ella volvió a despertarse, descansando sobre su pecho sobre él, acurrucada en la curva caliente de su pecho y sus muslos, tal y como habían dormido todas las noches desde que había recobrado el conocimiento. Ésa sería la ultima vez que la sujetaría así, y ella yació muy quieta, no deseando despertarle.

Pero él ya estaba despierto. Su mano avanzando despacio sobre sus pechos, luego hasta sus muslos. Levantó la pierna, dejándola sobre su muslo y deslizando su mano por su espalda. Su mano se aplastó contra su estomago para sujetarla mientras empezaba a moverse.

– Una última vez -gimió él contra su pelo. Dios querido, ésa era su última vez, y él no creía que pudiera soportarlo. Si alguna vez había sido feliz, había sido durante esos cortísimos días con Rachel. Ésta sería la última vez que su cuerpo suave enfundaría su dureza, la última vez que sus pechos llenarían sus manos, la última vez que vería la mirada brumosa por la pasión en sus ojos grises como lagunas. Ella tembló bajo sus manos, mordiéndose los labios para evitar gritar cuando el placer creció dentro de ella. Cuando llegó el momento la estrechó contra él, sujetándose profundamente dentro de ella mientras ésta apoyaba la cara en la almohada para reprimir los sonidos que hacía, después empujó profunda y duramente y se estremeció con su liberación.

Ahora el cuarto estaba iluminándose, el cielo resplandeciente con el color rosa perlado de la salida del sol. Él se enderezo en la cama y miró hacia abajo a ella, a cuerpo húmedo y enrojecido como el cielo. Quizás la última vez había sido un error, ya que no había tomado las precauciones habituales, pero no podía lamentarlo. No podría haber soportado ninguna separación entre sus cuerpos.

Rachel yació exhausta en las almohadas, observándole con el corazón en los ojos. Su cuerpo aún latía por el amor, y su pulso sólo estaba un poco menos acelerado.

– Podrás no regresar nunca-susurró ella-. Pero te esperare aquí, de todas formas.

Sólo el tirón fuerte de un músculo al lado de su boca reveló su reacción. El negó con la cabeza.

– No, no desaproveches tu vida. Encuentra a alguien, cásate y ten una casa llena de niños.

De algún modo ella formó una sonrisa.

– No seas tonto -dijo con dolorosa ternura-. Como si pudiera haber otro después de ti.


Estaban listos para marcharse, y Rachel estaba tan rígida en su interior que pensó que podía romperse en pedazos si alguien la tocaba. Sabía que no habría besos de despedida, ninguna palabra final que ardiera en su memoria. Simplemente se marcharía, y habría terminado. Él ni siquiera se llevaba su pistola, lo cual le daría una excusa para ponerse en contacto con ella para devolvérsela. La pistola estaba registrada a su nombre; él no quería nada que pudirera servir para localizarla en caso de que las cosas salieran mal.

Sullivan había escondido su coche de alquiler en alguna parte de la carretera; Jane iba a llevarlos allí, luego regresaría a su granja. Rachel se quedaba sola en una casa con un eco insustancial, y ya estaba tratando de pensar en formas de ocupar su tiempo. Trabajaría en el huerto, segaría el césped, lavaría el coche, tal vez fuese a nadar. Más tarde saldría a comer, ver una película, cualquier cosa para posponer el regreso. Quizás para entonces estuviera tan cansada que podría dormir, aunque no tenía muchas esperanzas en ello. Con calma, porque tendría que lograr sobreponerse, porque no tenía alternativa.

– Te informaré-susurró Jane, abrazando a Rachel.

Los ojos de Rachel brillaron.

– Gracias.

Grant abrió la puerta y salió andando sobre el porche, lo cual puso de pie a Joe, y los gruñidos llenaron el aire. Serenamente Grant examinó al perro.

– Pues bien, caramba -dijo él suavemente.

Jane bufó.

– ¿Tienes miedo a ese perro? Es tan dulce como puede serlo.

Kell los siguió hasta el porche.

– Joe, siéntate -ordeno él.

Se oyó el peculiar sonido, agudo de un rifle siendo disparado y la madera se astilló en el poste y a cuatro centímetros de la cabeza de Kell. Kell cambió de dirección y se tiró de cabeza por la puerta abierta al mismo tiempo que Rachel saltaba hacia él, y la golpeó echándola al suelo. Casi simultáneamente Grant lanzó literalmente a Jane por la puerta cuando otro disparo estalló, luego la cubrió con su cuerpo.

– ¿Estáis todos bien? -pregunto Kell a través de los dientes apretados, mirando ansiosamente a Rachel cuando movió un pie y pateó la puerta cerrándola.

Ella se había golpeado la cabeza contra el suelo, pero no era nada serio. Su cara estaba blanca, se agarró a él.

– Sí, estoy b-b-bien -tartamudeó ella.

Él comenzó a ponerse de pie, poniéndose en cuclillas bajo la ventana.

– Tú y Jane tumbaos en el vestíbulo -ordenó él con brusquedad, cogiendo la pistola del dormitorio donde la había dejado.

Grant había ayudado a Jane a sentarse, apartándole el pelo de la cara y dándole un beso rápido antes de empujarla hacia Rachel.

– Vamos muévete-chasqueó él, sacando la pistola del cinturón.

Hubo otro disparo, y la ventana más cercana a Grant se hizo pedazos, creando una lluvia de cristales a su alrededor. Maldijo de forma espeluznante.

Rachel clavó los ojos en ellos, tratando de ordenar sus pensamientos. Sólo estaban armados con pistolas, mientras que quienquiera que les estuviera disparando tenía un rifle, inclinando la balanza contra Kell y Grant. Un rifle tenía la ventaja de la puntería a una distancia mayor, permitiendo al asaltante disparar desde más lejos que las pistolas. Su rifle del 22 no era muy potente, pero tenía mayor alcance y precisión que las pistolas, y ella gateó hasta el dormitorio a por él, así como a por la munición que tenía. ¡A dios gracias que Kell le había dicho que comprase munición!

– Aquí -dijo ella, gateando de vuelta a la sala de estar y deslizando el rifle hacia Kell. Él echó un vistazo alrededor, su puño cerrándose sobre el arma. Grant se movió a través de la casa, inspeccionando para asegurarse de que nadie entraba por la puerta de atrás.

– Gracias -dijo brevemente Kell-. Vuelve al vestíbulo, dulzura.

Jane estaba tumbada allí, clavando los ojos en su marido con una furia extraña en sus ojos.

– Te dispararon -gruñó ella.

– Si -confirmó él.

Estaba tan furiosa como un volcán a punto de entrar en erupción, murmurando para si misma cuando arrastró la bolsa que había llevado con ella, abrió la cremallera y lanzó la ropa y el maquillaje a un lado.

– No lo soporto-dijo con furia-. ¡Maldición, te dispararon!

Ella sacó una pistola y la dejó en la mano de Rachel, luego volvió a buscar en el bolso. Ella sacó un maletín pequeño, del tamaño de la funda de un violín y se lo lanzó a Grant.

– ¡Toma! ¡ No sé cómo juntar esta cosa!

Él abrió la caja y le lanzó una dura mirada a Jane incluso mientras comenzaba a montar el rifle con movimientos rápidos, y ensayados.

– ¿Dónde demonios obtuviste esto?

– ¡No importa! -ladró ella, lanzándole un cargador de munición hacia él. Él cogió uno de ellos y lo colocó en el arma. Kell la miró por encima del hombro.

– ¿Tienes algo de C-4 o granadas?

– No -dijo con pesar Jane-. No tuve tiempo para conseguir todo lo que quería.

Rachel gateó hasta la ventana, levantando cautelosamente la cabeza para mirar fuera. Kell juró.

– Agáchate-chasqueó él-. Mantente fuera de esto. Vuelve al vestíbulo, es más seguro.

Estaba pálida, pero tranquila.

– Sólo sois dos, y la casa tiene cuatro lados. Nos necesitas.

Jane agarró la pistola descartada por Grant.

– Ella está en lo cierto. Nos necesitas.

La cara de Kell era dura como una piedra. Eso era exactamente lo que más había deseado evitar, uno de sus mayores temores haciéndose realidad. La vida de Rachel estaba siendo amenazada a causa de él. ¡Diablos! ¿Por qué no se había ido anoche, como debería haber hecho? Había permitido que el deseo sexual sobrepasara a su sentido común, y ahora ella estaba en peligro.

– ¡Sabin! -la voz llegó desde los pinos.

No contestó, pero sus ojos se entrecerraron a medida que examinaba el espacio impenetrable y espeso, intentando encontrar al que había hablado. No iba a contestar y revelar su posición; los dejaría descubrirlo del modo más difícil.

– ¡Ven, Sabin, no lo hagas más difícil de lo que tiene que ser! -continuó la voz-. ¡Si rindes, te doy mi palabra de que ninguno de los demás será dañado!

– ¿Quién ese mentiroso? -gruño Grant.

– Charles Dubois, alias Charles Lloyd, alias Kurt Schmidt, alias varios otros nombres -murmuró Kell

Los nombres no tenían ningún sentido para Rachel, pero las cejas de Sullivan se alzaron.

– De modo que finalmente decidió venir detrás de ti -miro alrededor-. No estamos en una buena posición. Tiene hombres alrededor de la casa. No son tantos, pero estamos cercados. Comprobé el teléfono, no funciona.

Kell no necesitaba que le dijeran que la situación no era buena. Si Dubois usaba proyectiles contra la casa, como los que había llevado en su barco, estarían todos muertos. Pero de todas maneras estaba intentando capturar a Kell vivo. Vivo, ya que valía mucho dinero que muchos pagarían por ponerle las manos encima.

Intentó pensar, pero el frío hecho era que no había salida de la casa. Aunque esperaran hasta la noche y trataran de salir a hurtadillas, había poca cobertura que usar salvo los arbusto, lo que era bueno si estaban dentro de la casa. Fuera de la casa, estarían al descubierto por un buen trozo en todas las direcciones. Eso significaba que sería difícil pasar desapercibidos, pero también quería decir lo mismo a la inversa. Aunque saliese andando y se rindiera, no salvaría a los demás. Dubois nunca dejaría testigos con vida. Él lo sabía, y Sullivan lo sabía; sólo podía esperar que Rachel y Jane no se dieran cuenta de lo desesperada que era realmente la situación.

Una mirada a Rachel desechó esa idea. Ella lo sabía bien. Ese había sido el problema desde el principio; era demasiado consciente, sin un velo de ignorancia para protegerla. Quiso cogerla entre sus brazos y sujetarla contra su hombro, asegurarle que estaría bien, pero con esos ojos claros grises, mirándolo con serenidad, él no podría mentirle, ni siquiera para darle una comodidad momentánea. Nunca deseó que hubiera mentiras entre ellos.

Hubo un disparo en el dormitorio, y todo el color abandonó la cara de Grant, pero antes de que pudiera moverse Jane lo llamó.

– ¡Grant! ¿Se supone que es a la rótula a dónde debo disparar a estas personas?

Si era posible, el se puso más pálido y juró largo y bajo.

– Pues bien, da igual -añadió filosóficamente-. No apunté bien, de todos modos. Pero le di a su arma, si eso cuenta.

– ¡Sabin! -gritó el hombre otra vez-. ¡Estás poniendo a prueba mi paciencia! Esto no puede continuar durante más tiempo. Sería una lástima que la mujer fuera dañada.

"La mujer," en lugar de "mujeres". Después Kell se dio cuenta de que Rachel no había salido al porche; habían visto a Jane y creído que era Rachel. Ambas eran delgadas y tenían el pelo oscuro, aunque Jane era más alta y su pelo un poco más largo, pero nadie se había dado cuenta con la distancia.

No les daba mucha ventaja, pero podía ayudar el que Dubois menospreciara el número de personas armadas.

– ¡Sabin!

– ¡Estoy pensando! -gritó Kell, manteniendo la cabeza fuera de la ventana.

– El tiempo es un lujo que no puedes permitirte, amigo mío. Sabes que no puedes ganar. ¿Por qué no te facilitas las cosas? ¡La mujer será liberada, te lo prometo!

Las promesas de Dubois no valían ni el aire que las llevaba, y Kell lo sabía. Tiempo. De algún modo tenía que conseguir algo de tiempo. No sabía lo que iba a hacer, pero cada segundo de más les daba una oportunidad para intervenir. La oportunidad momentánea no dejaría de ser crítica, y si podía detener a Dubios de algún modo podría quitárselo de encima.

– ¿Qué pasa con mi otro amigo? -grito él.

– Por supuesto -mintió Dubois lisamente-. No tengo nada contra el.

Los labios de Grant se curvaron en una abierta sonrisa fiera.

– Seguro. No hay forma de que no me haya reconocido.

Que hazaña sería para Dubois capturar tanto a Sabin como al Tigre, el guerrero leonado grande con ojos salvajes, dorados que se había juntado con Sabin en la selva y después se convirtió en su primer agente. Cada uno era legendario por derecho; juntos habían sido increíbles, tan armonizados que actuaban como un solo hombre. Sullivan había tenido un choque con un cierto número de los hombres de Dubois unos años atrás; no, Dubois no había olvidado eso, considerando que Sullivasn lo había hecho quedar como un tonto.

Un movimiento repentino entre los árboles llamo la atención de Kell, y sus ojos negros se entrecerraron.

– Mira a ver si lo puedes obligar a decir algo -dijo a Grant, deslizando el cañón del 22 solamente una pulgada fuera de la ventana rota y manteniendo sus ojos fijos en los árboles.

– Ven, Dubois -gritó Grant-. No juegues. Sé que me has reconocido.

El dedo de Kell apretó ligeramente el gatillo mientras reinaba el silencio; ¿realmente Dubois estaba sorprendido de que ellos supieran quién era? Era cierto que había operado desde el fondo en lugar de arriesgar su propia seguridad, pero Kell había ido detrás de él durante años, desde que Dubois comenzó a vender sus servicios como terrorista.

– Así que ese eres tú, Tigre.

Allí estaba otra vez, ese leve movimiento. Kell miró por encima del cañón y suavemente apretó el gatillo. La detonación del rifle hizo eco en la pequeña casa, ahogando completamente cualquier grito de dolor, pero Kell supo que no había fallado. Pero no sabía si le había dado a Dubois o a otro.

Una lluvia de balas se rompió sobre la casa, haciendo añicos todas las ventanas y astillando las paredes y los marcos de las ventanas, pero el acero reforzado mantuvo sujeta la puerta.

– Creo que no le gustó eso -masculló Kell.

Grant se había agachado en el suelo, y ahora levantó la cabeza.

– Sabes, nunca me gustó ese apodo que no vale un carajo -habló arrastrando las palabras, luego giró el rifle levantándolo. Era automático, y abrió fuego, disparando tres veces, como cualquier soldado bien entrenado haciendo un buen uso de su capacidad de fuego sin desaprovechar munición. Se oyeron a la vez disparos de pistola provenientes del dormitorio y del despacho de Rachel; luego volvió a estallar el infierno. Destrozaban la casa, y el miedo helado lo llenó, porque Rachel estaba atrapada.

– ¡Rachel! -gritó él-. ¿Estáis bien?

– Estoy bien -contestó ella, y su voz tranquila le provocó dolor.

– ¡Jane! -gritó Grant. No hubo respuesta-. Jane -gritó de nuevo, su cara grisácea a medida que su mirada se dirigía al dormitorio.

– ¡Estoy ocupada!

Grant parecía que si estuviera a punto de explotar, y a pesar de todo Kell sonrió abiertamente. Mejor a Grant que a él. La vida de Jane también estaba en peligro, y el pensamiento de que le ocurriera algo era casi tan difícil de soportar como el que alguien lastimara a Rachel.

Hubo otro momento de calma, y Grant arrancó su cargador vacío y puso otro en su lugar.

– Sabin, mi paciencia está acabándose -llamó Dubois, y Kell hizo una mueca. Maldición, no había sido a Dubios a quien había dado.

– Aún no has hecho ninguna oferta verdadera -gritó a cambio él. Cualquier cosa para ganar tiempo.

Jane salió a gatas del dormitorio, su pelo completamente desordenado y sus ojos agrandados.

– Creo que viene la caballería -dijo ella.

Los dos hombres la ignoraron, pero Rachel fue a su lado.

– ¿Qué? -preguntó ella.

– Hombres a caballo -dijo Jane, agitando la mano hacia el dormitorio-. Los vi, vienen por el camino.

Rachel sintió ganas de llorar o reír, pero no podía hacerlo con su mente así.

– Es Rafferty -dijo ella, y ahora logró su atención-. Mi vecino. Debe de haber oído los disparos.

Grant se puso en cuclillas y atravesó corriendo la casa hasta la cocina, desde donde podría ver.

– ¿Cuántos? -preguntó Kell.

– Veinte, más o menos -dijo Grant-. Maldición, van directamente hacia los disparos de armas automáticas. ¡Comenzad a disparar y atraed el fuego de Dubois!

Lo hicieron. Rachel avanzó a rastras hasta una ventana, sujetó la pesada pistola por fuera de ella y disparó hasta vaciarla, entonces volvió a cargarla antes de vaciarla otra vez. Kell hacía un uso juicioso del 22, y Jane tenía una habilidad reveladora por si misma. ¿Le habían dado a Rafferty suficiente tiempo como para colocarse detrás de Dubois y sus hombres? Si seguían disparando, podían dar a sus rescatadores.

– Cubríos -gritó Kell. Se tumbaron en el suelo cubriéndose las cabezas mientras las paredes eran astilladas por las balas. Los disparos golpearon las paredes haciendo que los cristales volaran. Grant maldijo, y vieron como la sangre fluía de un corte en su mejilla. Jane dio un grito agudo y se movió hacia él, a pesar de que seguían disparando; Kell la agarró y forcejeó con ella para tumbarla.

– Estoy bien -gritó Grant-. Es sólo un pequeño corte.

– Quédate cerca del suelo -le dijo Kell a Jane, luego la soltó, seguro de que seria arriesgado intentar evitar que fuera con Grant.

Después, repentinamente, todo quedo quieto salvo por algunos disparos sueltos, y abruptamente cesaron, también. Rachel se colocó sobre el suelo, apenas atreviéndose a respirar, el olor acre de la pólvora llenaba sus fosas nasales y su boca. Kell puso una mano en su brazo, y sus ojos negros se deslizaron sobre sus rasgos blanquecinos como si intentara memorizarlos.

– ¡Oye! -bramó una voz profunda-. ¿Rachel, estas allí?

Sus labios temblaron, y repentinamente sus ojos se llenaron de lágrimas.

– ¡Es Rafferty! -susurró ella, luego levantó su cabeza para llamarlo-. ¡Jonh! ¿Está todo bien!

– Depende -llegó la respuesta-. Estos bastardos de aquí no piensan que esté bien.

Kell lentamente se puso de pie y tiró de Rachel hacia él.

– Suena como uno de mis hombres.

Rachel sintió como si fuera una sobreviviente de un naufragio cuando salió al porche con Kell sujetándola. Grant y Jane los siguieron, con Jane dando toquecitos al corte en la mejilla de Grant, llorando levemente cuando se quejó sin parar de él. Sin el brazo alrededor de su cintura, Rachel estaba segura de que no hubiera sido capaz de mantenerse en pie.

Ella soltó un grito fantasmal cuando vio a los tres gansos muertos en el patio, con la sangre oscureciendo el blanco de sus plumas, pero no pudo hacer ningún sonido cuando vio a Joe tirado a un lado del borde del porche. Kell la tomó entre sus brazos, presionando su cara contra su hombro.

John Rafferty era grande, armado con un rifle de caza y rodeado por sus hombres, quienes también estaban armados vigilaban a una quincena de hombres que estaban reunidos delante de ellos. Los ojos de Rafferty eran feroces y estaban entrecerrados bajo sus cejas oscuras cuando aguijoneó al hombre delgado, de pelo cano que estaba ante él.

– Oímos el tiroteo y vinimos a ver que sucedía -John habló arrastrando las palabras-. No me gusta que la chusma dispare a mi vecina.

Charles Dubois estaba ferozmente blanco, sus ojos no se apartaban de Sabin. A su lado estaba Noelle, sus bellos ojos llenos de aburrimiento.

– No ha terminado, Sabin -protestó Dubois, y Kell apartó amablemente a Rachel, entregándosela a Grant. Kell tenía negocios que atender, y explicándolo para la ley, luego manteniéndole quieta a ella tomaba alguna obra.

– Ha terminado por lo que a ti respecta -dijo brevemente él.

Al lado de Charles, Noelle sonrió lenta, somnolientamente, después se retorció de forma repentina; ya que era una mujer, el vaquero que tenía detrás no la había sujetado con fuerza. Y, de algún modo, cogió un arma, un revólver pequeño y feo.

Rachel lo vio, y todo se movió a cámara lenta. Con un grito se liberó del brazo de Grant, arrojándose hacia Kell. Un hombre agarró el brazo de Noelle, y la pistola estalló en el mismo momento en que Rachel golpeaba a Kell, tirándole de un golpe. Ella gritó otra vez cuando el dolor ardiente estalló en su costado; luego todo su mundo se volvió negro.

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