Capítulo 7

Diecisiete años y embarazada. Su padre la mataría. Su madre, su madre se bebería un vaso de vodka y después se echaría a llorar.

Melanie la cuidaría. La envolvería en un enorme abrazo y después se ofrecería a llevarla a la misma clínica a la que Rachel la había acompañado en dos ocasiones.

Pero Rachel no quería considerar siquiera aquella posibilidad. Aunque la alternativa, tener un hijo… ¿cómo iba a hacerlo? Todo lo que ella iba a ser, todo lo que esperaba de sí misma, dependía de lo que hiciera durante los próximos años. Ella quería tener una profesión, quería seguridad, estabilidad. Pero, sobre todo, quería tener un hogar, un hogar estable en South Village.

Y no quería volver a depender nunca de nadie.

Sin embargo, de pronto había aparecido alguien en su vida que dependía completamente de ella. Pero qué podía saber ella de bebés, se preguntó medio histérica. Los bebés necesitaban calor, cuidados y un cariño incondicional. Y ella ni siquiera estaba segura de saber lo que aquellas palabras significaban.

Ben le habría dado todas esas cosas. Pero también quería arrastrarla por todos los rincones del planeta, sin llegar a establecerse nunca.

Aquella noche, al mirarlo a los ojos, Rachel había visto el amor que sentía hacia ella y había estado a punto de ceder. Pero, por irónico que pareciera, había sido la enormidad de lo que Ben sentía por ella lo que la había hecho retroceder.

De modo que había cedido al miedo y le había pedido que se marchara.

Y, con una facilidad impactante, Ben se había marchado, dejándola allí, sola, tal como ella quería.

Pero una parte de ella no podía dejar de preguntarse hasta qué punto era profundo su amor si había sido capaz de abandonarla tan fácilmente.

La despertó el sol que penetraba por la ventana. Sólo había sido un sueño. Un sueño horrible, devastador. Comenzó a suspirar aliviada, pero el intenso dolor le hizo recordarlo todo.

No era un sueño. Era verdad y había sucedido.

Pero ella ya no era una joven solitaria. Tenía a Emily, formaban una familia, y eso lo hacía todo más soportable. Para demostrárselo, intentó sentarse. La visión se le nubló durante unos segundos y sus costillas enviaron un intenso dolor a su cerebro. Se tensó, esperando una nueva arremetida, pero, sorprendentemente, no sintió nada que no fuera soportable.

Levantarse, sin embargo, era una historia completamente diferente. Lo intentó hasta que terminó jadeando y sudando sin haberlo conseguido.

De acuerdo, todavía no estaba preparada, decidió mientras se sentaba al borde de la cama y se secaba el sudor de la frente. ¿Y qué iba a hacer? Aquel pijama representaba un serio problema. Era completamente inadecuado para mostrarse ante un ex amante que de pronto había regresado a su casa.

Vestirse. Esa era la prioridad número uno. Quitarse la parte superior del pijama no fue difícil. La nueva escayola era sorprendentemente ligera. Se limitó a dejar caer los tirantes con la mano buena, negándose a ceder al dolor, y dejó que la camisola descendiera hasta su cintura. Con unos cuantos movimientos, consiguió quitarse también la parte de abajo.

Pero vestirse no iba a ser tan fácil. Al darse cuenta de que no tenía ropa limpia a su alcance, de pronto comprendió que quitarse el pijama no había sido un movimiento sensato. Y sí, aquello que estaba sonando era el timbre de la puerta.

Tenía la bata a los pies de la cama. Utilizando su brazo bueno, la agarró y la atrajo hacia ella. Hasta ahí todo iba bien. Pero la bata era demasiado pesada. Consiguió meter una mano, pero la otra…

Volvió a sonar el timbre.

¡Maldita fuera! ¿Dónde estaba Emily? ¿Se habría ido al colegio sin despedirse de ella? ¿Y Ben? Casi temía preguntárselo porque, con la mala suerte que tenía, era capaz de conjurar su presencia.

Para cuando consiguió terminar de ponerse la bata, estaba destrozada. Agradeciendo que Ben le hubiera dejado la silla de ruedas justo al lado de la cama, consiguió sentarse en ella. Jadeando para tomar aire, posó las manos sobre las ruedas y pagó el precio de olvidar hasta qué punto le dolían el brazo malo y el hombro.

– Mueve sólo el brazo derecho, sólo el brazo derecho -gimoteó para sí, llevándose el brazo izquierdo hacia el pecho.

Pero mover únicamente el brazo derecho implicaba que sólo sería capaz de moverse en círculos. Frustrada, lo intentó una vez más y dejó escapar un grito ahogado al sentirse incapaz de ir a ninguna parte.

– ¡Rachel! -Garret entró a grandes zancadas en el dormitorio y dejó una taza de delicioso café sobre la mesilla-. Déjame ayudarte.

El vecino de Rachel era un hombre alto, de pelo oscuro. Usaba gafas y siempre llevaba en el bolsillo un ordenador del tamaño de su mano. El bueno de Garret. Le cortaba el césped todos los fines de semana, jugaba al Frisbee con su hija y sólo se ocupaba de sus propios asuntos. Al menos habitualmente.

– Estaba en el porche -dijo Garret-, y he oído un golpe. He pensado que a lo mejor te habías caído.

– ¿Y no podía levantarme?

– Bueno, sabía que Emily y Ben se habían ido a desayunar. He llamado al timbre para advertirte de que iba a entrar -le mostró la llave que Emily le había entregado después del accidente y quitó el freno que Rachel había colocado en el lado izquierdo de la silla de ruedas-. Inténtalo ahora.

Por supuesto, funcionó. Sintiéndose una estúpida y asegurándose de tener la bata cerrada, Rachel suspiró.

– Supongo que no vas a ofrecerme una taza de tu café por vía intravenosa.

Garret le acercó la taza.

– Intenta tomarlo de la forma habitual.

Rachel lo miró por encima del borde de la taza, intentando, como de vez en cuando hacía, sentirse algo atraída por él.

Pero no… no saltó ni una sola chispa.

Mientras saboreaba el café, alguien volvió a gritar su nombre y, a los pocos segundos, apareció en el marco de la puerta. Aquella vez se trataba de Adam Johnson, su contable, consejero financiero, amigo y un hombre completamente opuesto a Garret. Alto, rubio y sin grandes inclinaciones deportivas, era, sin embargo, extremadamente inteligente y uno de los hombres más dulces que nunca había conocido.

En tres diferentes ataques de soledad, Rachel había salido con él. Y en las tres ocasiones Adam le había hecho sonreír. Rachel había disfrutado inmensamente e incluso habría aceptado una cuarta cita si no hubiera sido por el accidente.

Y, por supuesto, por el hecho de que no se sentía más atraída por él que por Garret.

Adam llevaba en una mano una docena de rosas rojas y en la otra un archivador, seguramente de la propia Rachel. Adam era capaz de decirle en cualquier momento hasta el último penique que tenía.

– La puerta de la calle estaba abierta -dijo, entrando en la habitación-. Espero no llegar en un mal momento, nadie ha contestado a mi llamada y estaba preocupado.

– Lo siento -Rachel intentó sonreír, aunque el esfuerzo que había tenido que hacer para ponerse la bata y sentarse en la silla la había dejado agotada-. Estoy bien, de verdad.

– ¡Mamá! -Emily se detuvo en el marco de la puerta.

– Bienvenida a la Estación Central -la saludó Rachel.

La respiración se le cerró en la garganta cuando apareció Ben detrás de Emily con unos pantalones con grandes bolsillos y una camiseta negra, que le daba un aspecto salvaje y peligrosamente sexy. Era más alto que Adam, más moreno que Garret y, teniendo en cuenta que no había una sola gota de grasa en todo su cuerpo, mucho más fuerte que ninguno de los dos.

Ben deslizó su lenta mirada alrededor de la habitación sin perderse un solo detalle.

Rachel se cerró la bata con fuerza y dejó escapar una bocanada de aire.

Ben Asher no era el más atractivo ni el más culto de aquellos tres hombres, pero era, sencillamente, el hombre más potente y letalmente masculino que había conocido en su vida.

Y no podía apartar la mirada de él.

– Papá y yo hemos ido a desayunar -anunció Emily con el rostro resplandeciente.

Rachel miró a Ben. Y él le devolvió la mirada.

– Ah, y ahora tengo que irme al colegio -miró a Ben con el corazón en los ojos-. Gracias por el desayuno.

– ¿No tenías que decirle algo a tu madre? -le preguntó Ben.

– ¿Qué tenías que decirme?

– Eh… -Emily se mordió el labio, una señal inconfundible de que estaba pensando. Y cuando Emily empezaba a pensar, sólo Dios sabía los problemas que podía causar-, lo dejaremos para después del colegio, ¿de acuerdo? No quiero llegar tarde.

– Em… -dijo Ben a modo de advertencia, pero antes de que hubiera podido presionar, Garret se levantó.

– Tengo que ir a la consulta -dijo.

– Garret se cita con las modelos después de arreglarles los dientes -anunció Emily.

Garret hizo mueca.

– Soy dentista -aclaró.

– Un dentista de las estrellas -se jactó Emily.

Ben asintió sin juzgarlo, pero Rachel sabía que para él aquel mundo debía de ser tan extraño como lo era el suyo para ella.

Adam, que tampoco había sido presentado, le tendió la mano a Ben.

– Adam Johnson, consejero financiero y amigo de la preciosa paciente -alzó las flores y se las tendió después a Rachel.

Rachel intentó agarrarlas con su mano buena mientras continuaba cerrándose la bata con el brazo escayolado, pero, tal como le ocurría a menudo desde que había tenido el accidente, su cerebro no fue capaz de transmitir la orden a sus dedos y las flores terminaron cayendo a sus pies.

– Oh, Adam -suspiró frustrada-, lo siento.

– No te preocupes. Siempre hay más -Adam se agachó y le ofreció una dulce sonrisa mientras las recogía.

– Eh, tengo que irme -dijo Emily y le dirigió a su padre una mirada extraordinariamente elocuente.

– Después del colegio, entonces -dijo su padre con firmeza.

Emily asintió, pasó por delante de Garret y le dio un beso a Ben.

– Adiós, papá.

– Adiós, cariño.

Rachel habría jurado que le había oído susurrar a Emily: «está en mi habitación, vigílala», pero decidió que el dolor le estaba afectando a la cabeza. Esperó el beso de Emily, pero ésta salió bailando hacia la puerta.

– Eh, Em, ¿no me das un beso?

Con un suspiro de mártir, Emily regresó y besó a Rachel.

Garret siguió a Emily hasta la puerta y se volvió hacia Rachel.

– Llámame si necesitas cualquier cosa -y, tras despedirse de Adam y de Ben con un asentimiento de cabeza, desapareció.

Adam se enderezó con el maltrecho ramo entre las manos y lo dejó sobre la cama.

– Yo también tengo que irme, tengo un cliente -le dirigió a Ben una mirada antes de agacharse para darle un beso a Rachel en la mejilla-. Si quieres asegurarte de que todo está en orden, ¿podría invitarte a cenar?

– Oh, Adam, eres muy amable. Pero no hace falta que te tomes tantas molestias.

– No es ninguna molestia.

Al oír la invitación de Adam, Emily se detuvo en el pasillo, dio media vuelta, pasó por delante de un sorprendido Garret y asomó de nuevo la cabeza en el dormitorio de su madre.

– Mamá, papá va a preparar la cena esta noche. Se me había olvidado decírtelo -añadió con una sonrisa. Sabía, por experiencia, que una sonrisa siempre ayudaba a la causa.

Afortunadamente, su padre ni siquiera pestañeó.

– Oh, bueno, entonces -Adam besó a Rachel otra vez y le dirigió a Emily una sonrisa que ésta estaba segura de que su madre habría considerado dulce y, por fin, por fin, se marchó.

Emily volvió a mirar a su padre. ¡Sí! Tenía el ceño fruncido mientras miraba a Adam saliendo de la habitación. Sí, sí, sí… ¡A él tampoco le había gustado que hubiera besado a Rachel! De modo que si sus padres todavía no se habían enamorado tal y como ella esperaba, quizá lo hicieran en un día o dos.

Aun así, tendría que trabajar rápido. Con la mala suerte que tenía, Adam era capaz de hacer alguna estupidez, como proponerle a su madre matrimonio.

– Ahora sí tengo que irme -y salió corriendo hacia el pasillo.

Ignorando los gemidos de la perrita, bajó por la barra y llegó al cuarto de estar justo en el momento en el que Adam estaba terminado de bajar las escaleras.

Emily le abrió la puerta de la calle y salió tras él.

– Gracias por venir a ver cómo estaba mi madre -le dijo.

– No tienes por qué darme las gracias, Emily. Me gusta venir a verla.

– Pero ahora que está mi padre aquí, puede cuidarla él.

Adam escrutó su rostro y asintió lentamente.

– Sí, ya entiendo.

– ¿De verdad?

– Sí -asomó a sus labios una sonrisa-, te gustaría que me desvaneciera.

Emily se sonrojó.

– Bueno, no quería herir tus sentimientos ni nada parecido.

– Quieres que vuelvan a estar juntos -dijo Adam con una sonrisa.

– ¿Cómo lo sabes?

– Mis padres estaban divorciados. Digamos que reconozco la desesperación. Emily, sabes que tus padres llevan mucho tiempo separados y…

– ¡Sé que volverán! ¡Estoy segura de que volverán a estar juntos!

Adam cerró la boca, la miró con una sonrisa y asintió.

– Es posible.

– ¿Entonces vas a dejar de besarla?

Adam dejó escapar una risa.

– Te diré una cosa: si tu madre me pide que deje de besarla, lo haré.

Estaba Emily regresando al interior de la casa tras despedirse de Adam, cuando sonó el teléfono. Emily contestó esperando que fuera Alicia, su nueva amiga cibernética. Se habían conocido unas semanas atrás y habían decidido ser las mejores amigas. Alicia, que vivía en Los Ángeles, le había prometido llamarla para que pudieran hablar de verdad.

– Eh, cariño, ¿cómo está tu madre?

Era su tía Mel. Caramba, eso significaba que aquella mañana no había conseguido convencerla de que no se preocupara por ellas.

– Hola. Ya te he dicho que mamá está muy bien. De hecho, creo que acaba de decir otra vez que no quiere que tengas que perder el tiempo con ella porque se encuentra perfectamente.

– ¿De verdad?

– De verdad. Se ha levantado ella sola de la cama -en aquel momento, entró su padre en el cuarto de estar con el cachorro bajo el brazo y le dirigió una larga mirada antes de sacar a Parches al jardín.

– ¿Y qué tal el colegio? -le preguntó entonces Mel.

– Es asqueroso.

Mel se echó a reír. En aquel momento, volvió a entrar su padre levantando el pulgar y señalando a Parches, lo cual significaba que la perrita había cumplido con sus obligaciones. Pero al ver a Emily, Parches comenzó a ladrar emocionada.

– Tía Mel, tengo que colgar si no quiero llegar tarde al colegio -dijo rápidamente-. Pero de verdad, las cosas van…

– ¿Estupendamente?

– Sí, así que quédate donde estás y ya sabes, disfruta de la vida.

Parches volvió a ladrar por segunda vez.

– ¿Qué ha sido eso? -preguntó Mel.

– Nada. El autobús del colegio. ¡Tengo que irme!

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