JURO QUE YO NO LA MATÉ, cómo iba a matarla si apenas la había visto un par de veces. Es cierto que la vieja vino a mi oficina y que le di dinero, sí, incluso podemos decir que me estaba haciendo chantaje, pero eso no es motivo para matar a nadie. Yo soy catalán y esto es Cataluña y no Chicago o Colombia. ¡Además, a cuchilladas! Nunca en mi vida he usado un cuchillo contra nadie, ni en sueños, y suponiendo, vamos a ver, que lo hubiera hecho, ¿quién es capaz de imaginarme asestándole veinte puñaladas? Perdón, para ser exactos, treinta y cuatro puñaladas. ¡Absolutamente nadie! ¡Y menos en medio de mi pista! Si lo hubiera hecho acto seguido tendría que haberme suicidado, porque un cadáver en el Palacio Benvingut inexorablemente iba a señalarme a mí como el principal sospechoso. ¿Y qué ganaba matando a la vieja? Nada, sólo problemas y más problemas, hasta reventar. Desde el día en que esa desdichada murió mi vida ha sido una pesadilla. Todo el mundo me ha vuelto la espalda. Fui despedido de mi trabajo y expulsado del partido. Nadie esperó mi versión de los hechos. Pilar, a la que tanto ayudé, dice ahora que desde hacía tiempo sospechaba de mí. Mentira podrida. El secretario del partido en Gerona dice que mi actitud siempre le pareció equívoca. Otra mentira. ¡Mentiras torpes, además! Porque si mi conducta era obvia y ellos lo sabían, ¿por qué no hicieron algo antes deque se consumara la estafa y el asesinato? Yo os lo diré: no hicieron nada porque nada sabían, nada intuían, nada les inquietaba. Lo mejor que podrían hacer ahora es cerrar la boca y apechugar cada uno con su parte. Sí, usé dinero público para construir la pista de hielo del Palacio Benvingut, pero aquí tengo papeles que demuestran la rentabilidad que podría sacarse de la pista, con una buena gestión, en un plazo de siete años, para no hablar de los servicios que prestaría a los deportistas de la comarca, e incluso de la provincia, huérfanos de cualquier instalación adecuada para la práctica de este deporte de invierno. La pista, esto lo digo para quienes piensen que estoy improvisando excusas y coartadas, tiene las medidas reglamentarias: 56x26 metros, que es el mínimo oficial (el máximo es 60x30). Si a la pista le añadimos un vestidor (honesto y digno, como aconsejan las normas) y una gradería sencilla pero cómoda, el pueblo de Z se hallaría, de la noche a la mañana, en posesión de una joya que sería la envidia de todos los pueblos vecinos, perfectamente homologable a cualquier pista europea de alta competición. ¿Que nadie me autorizó a gastar el dinero del erario público en una instalación deportiva? ¿Que lo hice a espaldas de todo el mundo, sobre todo a espaldas de convergentes y comunistas? ¿Que actué movido por afán personal, para conquistar los favores de una patinadora? ¿Que soy un loco y un megalómano y, probablemente, al ser descubierto, también un asesino? Lo digo con palabras compungidas y sinceras: nada es cierto, no soy un monstruo, soy una persona con iniciativa y tesón, actué de buena fe. Pongo un ejemplo: los planos para construir la pista no costaron un duro, los diseñé yo mismo tomando como punto de partida los planos del famoso ingeniero Harold Petersson, el padre de la primera pista de hielo de Roma, construida por orden expresa de Benito Mussolini en 1932. La parrilla es creación mía, inspirada en las parrillas archi baratas de John F. Mitchell y James Brandon, los arquitectos deportivos funcionalistas. No tuve necesidad de cavar: rellené la vieja piscina de Benvingut. Buena parte de la maquinaria me la vendió a precio de saldo un amigo de Barcelona, industrial en bancarrota ante la avalancha de firmas extranjeras. Conseguí los servicios del constructor más infame de Z, sólo tuve que apretar un poco (él luego apretó a sus peones) y ya lo tuve en mis manos. ¡El negocio salió redondo y nadie lo quiere reconocer! Pregunto: quién hubiera sido capaz de hacer algo parecido, en el más estricto secreto y gastando poco dinero. Ahora es fácil hablar de 20, 30 o 40 millones desaparecidos, pero puedo asegurar que me apropié de una partida muy por debajo de esas sumas. En fin, ya sé que nadie se levantará y dirá: yo puedo hacerlo mejor. Tampoco es mi intención presentarme como un ejemplo a seguir. Sé que hice algo indebido. Sé que cometí un error. Probablemente Pilar perderá las elecciones por mi culpa. He traído el desprestigio a mis correligionarios. Sin querer he soltado una jauría de lobos sobre Nuria. He sido el hazmerreír de España al menos durante dos noches, y el hazmerreír de Cataluña durante toda una semana. Mi nombre ha sido escarnecido hasta en los más despreciables programas deportivos de la radio. Pero de eso a considerarme un asesino media un abismo. Juro que yo no la maté, la noche del crimen estuve en mi casa, durmiendo a saltos, envuelto en pesadillas y en sábanas mojadas de transpiración. Lamentablemente mi pobre madre tiene el sueño pesado y no puede atestiguarlo…