AHORA YA ES INÚTIL que intente arreglar lo que no tiene arreglo, sólo me propongo aclarar mi participación en los hechos acaecidos el pasado verano en Z. No me pidan que hable con mesura y distanciamiento, al fin y al cabo este es mi pueblo y aunque ahora tal vez deba marcharme, no quiero hacerlo dejando tras de mí un cúmulo de equívocos y de engaños. No soy, como se ha venido diciendo, el hombre de paja de un narcotraficante colombiano, no pertenezco a ninguna mafia latinoamericana de tratantes de blancas, no estoy relacionado con la variante brasileña de la disciplina inglesa, aunque, lo confieso, no me disgustaría que así fuera. Sólo soy un hombre que ha tenido mucha suerte, y también soy, o era, un escritor. Llegué a este pueblo hace años, en una época de mi vida que me parecía oscura y mediocre. Para qué hablar de entonces. Baste con decir que había trabajado de vendedor ambulante en Lourdes, Pamplona, Zaragozay Barcelona, y que tenía unos ahorros. Pude haberme establecido en cualquier parte, la casualidad quiso que lo hiciera en Z. Con el dinero ahorrado alquilé un local que transformé en tienda de bisutería, el sitio más barato que pude encontrar y que consumió hasta mi última peseta. Pronto me di cuenta que debido a mis constantes viajes a Barcelona en busca de género, que por otra parte compraba en cantidades irrisorias, iba a ser imposible llevar el negocio sin ayuda y tuve que buscar un empleado. Precisamente en uno de estos viajes encontré a Alex Bobadilla. Yo volvía en el tren de la tarde con cuatro mil pesetas en bisutería y él leía con embeleso la Guía del Trotamundos; a su lado, en un asiento vacío, había una mochila pequeña y vieja de la que asomaba un voluminoso paquete de cacahuetes. Alex comía y leía, nada más; parecía un monje budista que hubiera decidido hacerse boy-scout, o viceversa; también parecía un mono. Después de observarlo con atención le pregunté si se dirigía al extranjero. Respondió que eso pensaba hacer cuando acabara el verano, en septiembre u octubre, pero que antes debía encontrar un trabajo. Se lo ofrecí de inmediato. Así fue como empezó nuestra ascensión en los negocios y nuestra amistad. El primer año, Alex y yo dormimos en la misma tienda, en el suelo, junto a las mesas donde durante el día exhibíamos collares y pendientes. Al terminar la temporada, en septiembre, el balance era óptimo. Pude haber guardado el dinero, conseguir un piso decente o marcharme de Z, pero lo que hice fue alquilar un bar que por causas desconocidas había quebrado. Ese bar es el Cartago. Cerré la tienda y durante el invierno trabajé en el bar. Alex permaneció conmigo, ausentándose sólo un fin de semana en que fue a visitar a sus padres, dos ancianos muy simpáticos, jubilados, que dedican su tiempo libre a cuidar el huerto que tienen en Badalona y que suelen venir a Z una vez al mes; la verdad es que más parecen sus abuelos que sus padres. Aquel invierno convertimos la tienda en nuestra casa, es decir allí teníamos nuestras colchonetas y sacos de dormir, nuestros libros (aunque nunca vi a Alex leer otra cosa que no fuera la Guía del Trotamundos) y nuestra ropa. El Cartago nos dio de comer y para el verano siguiente teníamos dos negocios funcionando. La tienda de bisutería, ya consolidada, dio dinero, pero el bar dio mucho más. Mi segundo verano en Z fue estupendo, todo el mundo quería vivir sin reservas sus quince días o su semana de felicidad, como si la Tercera Guerra Mundial estuviera por comenzar. Al finalizar la temporada alquilé otra tienda de bisutería, esta vez en Y, a pocos kilómetros de Z, y también me casé, pero de esto hablaré más adelante. La temporada siguiente no desmereció de las anteriores y pude poner un pie en X, un poco más al sur de Y, pero lo suficientemente cerca de Z como para que Alex controlara diariamente el movimiento de caja. Tres temporadas después ya estaba divorciado, y para entonces teníamos a pleno rendimiento, además del bar y las tiendas, un camping, un hotel, y otros dos locales en donde alternaba la venta de bisutería con los souvenirs y los potingues para la playa. El hotel, pequeño pero confortable, se llamaba Del Mar. El camping tiene por nombre Stella Maris. Las tiendas: Frutos de Temporada, Sol Naciente, Bucanero, Costa Brava y Montané e Hijos. Huelga decir que yo no he cambiado sus nombres originales. El Del Mar pertenece a una viuda alemana. El Stella Maris es de una vieja familia de Z, gente de pro, que inicialmente intentó explotar el camping pero ante los pésimos resultados optó por alquilarlo; en realidad ellos desearían vender el terreno pero nadie se atreve a comprarlo pues sobre él no se puede edificar. Algún día, sin duda, todos los campings de Z serán convertidos en hoteles y edificios de apartamentos, entonces yo deberé decidir entre comprar o hacerme a un lado. Probablemente cuando llegue ese día ya esté lejos de aquí. Mi primera tienda, como su nombre indica, fue un negocio de hortalizas y verduras. De las otras poco puedo decir: Montané e Hijos es la de pasado más oscuro. ¿Quiénes son o eran el señor Montané y sus hijos? ¿A qué se dedicaban? El local está alquilado a una agencia, pero hasta donde sé el propietario no se apellida Montané. A veces, por decir algo, le digo a Alex que en aquel local debió funcionar un negocio de pompas fúnebres o de antigüedades, o una tienda dedicada a la caza deportiva, ocupaciones, todas, que disgustan profundamente a mi ayudante. Son poco sociales, dice. Traen mala suerte. Tal vez tenga razón. Si Montané e Hijos fue una tienda de cazadores, es posible que haya atraído sobre mí un poco de la mala suerte de la que antes me vi libre… La sangre… El asesinato… El miedo de la víctima… Recuerdo un poema, hace tiempo… El asesino duerme mientras la víctima lo fotografía… ¿Lo leí en algún libro o lo escribí yo mismo…? Francamente, lo he olvidado, aunque creo que lo escribí yo, en México D. F., cuando mis amigos eran los poetas de hierro y Gasparín aparecía en los bares de la Colonia Guerrero o de la calle Bucareli después de caminar de una punta de la ciudad a la otra, ¿buscando qué?, ¿buscando a quién…? Los ojos negros de Gasparín en medio de la niebla mexicana, ¿por qué será que al pensar en él el paisaje adquiere contornos antediluvianos? Enorme y lento; dentro y fuera de las miasmas… Pero tal vez no lo escribí yo… E-1 asesino duerme mientras la víctima le toma fotografías, ¿qué les parece? En el lugar más idóneo para el crimen, el Palacio Benvingut, claro…