Jefe del Condado Zhong, pon la mano en el corazón y piensa: como protector del gobierno, ¿dónde está la bondad en tu alma? Si eres un oficial malvado, vete a casa y quédate en la cama; pero si eres un servidor íntegro, toma el mando y haz algo bueno…
Extracto de una herejía cantada por Zhang Kou mientras permanecía en las escaleras de la oficina del gobierno después de que la sobreabundancia de ajo hubiera obligado a miles de aldeanos a acudir al administrador local, que se negó a salir de la cama en busca de ayuda.
Jinju apenas había entrado en el patio de Gao Ma cuando, lanzando un grito de angustia, se desplomó. El feto levantó los puños y rugió:
– ¡Dejadme salir! ¡Maldita sea, dejadme salir de aquí!
– Gao Ma… Ven aquí… Ayúdame… Ven a hacer caso a tu hijo…
Cruzó el patio a gatas y luego se puso de pie, sujetándose a la jamba de la puerta. Cuatro paredes desnudas, un puchero oxidado, charcos de agua negra y algunas ratas que saltaban desde detrás del puchero fue todo lo que vio en el interior. Era como si hubieran soltado a un toro y una sensación de catastrofismo paralizante la hubiera atrapado. Cuando el bebé que llevaba en su vientre arremetió con los puños y los pies, comenzó a gemir:
– Gao Ma… Gao Ma…
El bebé le dio un puñetazo.
– ¡Deja de gritar! ¡Gao Ma es un fugitivo, un criminal! ¿Cómo he podido tener unos padres como vosotros?
Le dio una patada y una sensación de escalofrío recorrió la columna vertebral de Jinju, que gritó otra vez, y todo se volvió negro.
Mientras se caía al suelo, golpeó su cabeza contra la única mesa que no había sido destrozada por sus hermanos.
El padre, agotado por la paliza que había administrado, se sentó en el umbral de la puerta fumando su pipa. La madre, igualmente extenuada, se sentó en el fuelle para recuperar la respiración y restregarse los ojos bañados en lágrimas. Jinju yacía enroscada encima de una pila de hierba y de matojos, sin quejarse ni llorar, con una sonrisa congelada en el rostro.
Sus hermanos regresaron; el mayor de ellos traía un par de cubos de metal y una hilera de pimientos secos, y el más joven empujaba una bicicleta seminueva con algunos uniformes militares en el portaequipajes. Ambos se habían quedado sin aliento.
– No tenía muchas cosas que mereciera la pena coger -dijo el más joven, y luego señaló a su hermano mayor-. Tuve que detener a éste para que no destrozara el puchero y al menos le quedara algo.
– Dime, ¿todavía sigues pensando escapar con Gao Ma? -La ira del padre se reavivó.
El sonido de la música que salía del reproductor de cásete de Gao Ma inundó sus oídos. Las palabras del padre, procedentes de alguna parte, le resultaban irrelevantes.
– ¿Estás sorda? ¡Tu padre te ha preguntado si todavía piensas fugarte con él! -gritó la madre, bajándose del fuelle y dando unos golpecitos a su hija en la frente con un atizador.
Jinju cerró los ojos.
– Sí -respondió suavemente.
– ¡Pégala! ¡Pégala! -El padre saltó del umbral de la puerta y se puso de pie-. ¡Colgadla! ¡Voy a enseñar a esta pequeña puta lo que significa desafiarme!
– No puedo, padre -disintió Hermano Mayor-. Es mi hermana. Ahora mismo no sabe lo que hace, sólo es eso. Adelante, grítala, con eso será suficiente. Jinju, eres lo bastante inteligente como para saber que estás llevando la vergüenza a la familia con tu comportamiento. La gente se va a reír de nosotros durante generaciones. Admite que te has equivocado y empieza a llevar una vida normal. Los errores forman parte de toda educación. Sé una buena chica y di que lo sientes.
– No -dijo ella en voz baja.
– ¡Dadle una paliza! -repitió el padre dirigiéndose a sus hijos-. ¿Qué pasa con vosotros? ¿Estáis muertos o sordos o qué?
– Padre, nosotros… -Hermano Mayor estaba lleno de recelo.
– ¡Es mi hija y si digo que muera, es que muera! ¿Quién me va a detener? -dijo metiéndose la pipa en la cintura y lanzando a su esposa una mirada malvada-. ¡Sal y echa el cerrojo de la puerta!
La madre estaba temblando.
– Déjala hacer lo que quiera, ¿vale?
– ¿Tú también quieres recibir una paliza? -dijo dándole una bofetada-. He dicho que salgas y eches el cerrojo.
La madre retrocedió un par de pasos. Los ojos empezaban a ponérsele vidriosos, luego se dio la vuelta, como si fuera una marioneta, y se arrastró hacia la puerta. Jinju sentía lástima de ella.
El padre cogió de la pared un rollo de cuerda nueva, la sacudió y ordenó a sus hijos:
– ¡Desnudadla!
Hermano Mayor se puso blanco como la pared.
– No le pegues, padre, no tengo necesidad de casarme.
El padre arremetió contra él con la cuerda, envolviéndola alrededor de la cintura de su hijo y haciendo que se enderezara al instante. Él y su hermano se dirigieron hacia donde se encontraba Jinju y apartaron la mirada mientras buscaban a tientas los botones de la ropa de su hermana. Pero ella les apartó las manos y se quitó la chaqueta, luego los pantalones, y se colocó delante de ellos vestida únicamente con una raída camiseta y unos calzones rojos.
El padre alargó un extremo de la cuerda a Hermano Mayor.
– Atale los brazos -ordenó.
Sujetando la cuerda con la mano, Hermano Mayor suplicó a Jinju:
– Por favor, pide perdón a nuestro padre.
– No -respondió sacudiendo la cabeza.
Segundo Hermano apartó a Hermano Mayor de un manotazo, luego pasó los brazos de Jinju por la espalda y la ató por las muñecas.
– Me sorprende el hecho de que esta familia haya dado un miembro del Partido Comunista que prefiera morir antes que rendirse.
Ella se rió en su cara. Su hermano pasó el extremo suelto de la cuerda por encima de la viga del tejado y miró a su padre.
– ¡Colgadla!
Jinju sintió que los brazos se sacudían hacia fuera y hacia arriba. Sus tendones estaban tensos y los hombros sobresalían. Toda la cuerda le levantó la piel de los brazos y el sudor emanaba por todos los poros de la piel. Se mordió el labio, pero era demasiado tarde para contener los angustiosos lamentos que emanaron de su garganta.
– ¿Qué dices ahora? ¿Todavía piensas en volver a fugarte?
– ¡Sí! -respondió haciendo un esfuerzo por elevar la cabeza.
– ¡Levántala más! ¡Levántala!
Por delante de sus ojos flotaban unas chispas verdes, el sonido de las llamas crepitando explotó alrededor de sus oídos; las plantas de yute se balanceaban delante de su cuerpo. El potro castaño estaba junto a Gao Ma, lamiéndole el rostro para limpiarle la sangre seca y la mugre con su purpúrea lengua mientras las capas doradas de la niebla ascendían desde la carretera, desde miles de hectáreas de plantas de yute, y desde las cosechas de pimientos del Condado Caballo Pálido. El potro desapareció, luego volvió a aparecer entre la niebla dorada… El rostro de Hermano Mayor era pálido, el de Segundo Hermano estaba azul, el de su padre era verde y el de la madre era negro; los ojos de Hermano Mayor eran blancos, los de Segundo Hermano eran rojos, los del padre eran amarillos y los de la madre eran púrpuras. Mientras su cuerpo colgaba en el aire, bajó la mirada hacia ellos y se sintió extraordinariamente agradecida. Su padre volvió a gritar. Ella miró su rostro verde y sus ojos amarillos y, luciendo una sonrisa, sacudió la cabeza. El padre corrió hacia el patio, agarró el látigo que tenía en el carro del buey y la azotó con él: allá donde llegaba la punta, la piel se llenaba de llamas.
Jinju recuperó la consciencia en una esquina de la pared; la gente hablaba a su alrededor incluyendo, a su entender, al adjunto Yang. Se puso de pie con esfuerzo: se sentía un tanto mareada y con las piernas cansadas, y se desplomó a los pies del kang de sus padres. Una mano se alargó para ayudarla a levantarse. Jinju no sabía de quién se trataba. Al levantar la cabeza se encontró con los rostros de sus padres.
– Podéis golpearme hasta la muerte si queréis, pero aún así seguiré perteneciendo a Gao Ma, porque me he acostado con él y llevo en mi vientre a su bebé.
Dicho eso, se deshizo en lágrimas y en agudos gemidos.
– Me rindo. -Escuchó decir a su padre-. Dile a Gao Ma que me pague diez mil yuan. Le entregaremos a la muchacha cuando nos dé el dinero.
Jinju sonrió.
El ceñudo hijo de Gao Ma soltó un rugido.
– ¡Sacadme de aquí! ¡Dejadme salir ahora mismo! ¿Qué clase de madre no deja salir a su hijo?
Los ojos de Jinju sangraron. Apartando a un lado la fría cabeza del potro castaño, dijo:
– No salgas, mi niño. Tu madre sabe qué es lo mejor para ti. ¿Qué piensas hacer ahí fuera? ¿Acaso tienes idea de lo difícil que es la vida?
El bebé dejó de luchar.
– ¿Cómo son las cosas ahí fuera? Dime.
El potro castaño trató de lamer el rostro de Jinju con su lengua cálida y purpúrea.
– ¿Oyes los gritos de los periquitos, mi niño? -preguntó-. Escucha atentamente.
Las orejas del bebé se enderezaron mientras se concentraba en el sonido.
– Son los periquitos del patio de Gao Zhileng: los hay amarillos, rojos, azules, de todos los colores imaginables. Tienen los picos curvos y crestas en la cabeza. Comen carne, beben sangre y succionan cerebros. ¿Todavía tienes valor para salir, mi niño?
Esto hizo que el bebé se llenara de miedo y se encerrara en sí mismo.
– Mira, mi niño, ¿ves cómo esa amplia extensión de ajo parece un nido de serpientes venenosas entrelazadas? También son carnívoras, beben sangre y absorben cerebros. ¿Todavía tienes valor para salir, mi niño?
Los pies y manos del bebé se doblaron hacia dentro y los ojos se escarcharon.
– Cuando era como tú, mi niño, también quería salir y ver el mundo exterior pero, después de llegar aquí, me daban gachas para cerdos y comida para perros, y trabajé como un buey y un caballo juntos, me golpearon y me dieron patadas, tu abuelo incluso me colgó y me azotó con el látigo. ¿Todavía quieres salir, mi niño?
El bebé metió el cuello entre los hombros, convirtiéndose en algo parecido a una pelota, con los ojos llenos de temor y de espanto.
– Mi niño, tu padre es un fugitivo de la justicia y su familia es tan pobre que ni siquiera puede criar ratas. Tu abuelo fue atropellado por un coche, tu abuela está detenida y tus tíos han dividido nuestra propiedad. La familia ya no existe: algunos miembros se han ido, otros están muertos y no tengo a nadie a quién acudir. ¿Todavía quieres salir, mi niño?
El bebé cerró los ojos.
El potro castaño asomó la cabeza a través de la ventana abierta para, lamerle la mano con su cálida lengua. La campanilla que colgaba de su cuello resonó con fuerza. Jinju golpeó su mullida cabeza y sus ojos hundidos con la mano que le quedaba libre. El pelo del potro tenía el brillo helado del valioso satén. Las lágrimas inundaron los ojos de Jinju y también había lágrimas en los ojos del potro.
El bebé comenzó a retorcerse de nuevo.
– Madre -dijo, entreabriendo los ojos-, quiero salir a curiosear. He visto girar una bola de fuego.
– Es el sol, mi niño.
– Quiero mirar el sol.
– No puedes hacerlo, mi niño, sus llamas queman la piel y la carne de tu madre.
– He visto flores en los campos y he olido su aroma.
– Esas flores son venenosas, mi niño, y su aroma es fétido. ¡Pro – vocarán la muerte de tu madre!
– Madre, quiero salir y acariciar la cabeza roja del potro.
Jinju se levantó y dio una palmada al potro, sorprendiéndolo por unos instantes antes de que retirara la cabeza de la ventana y se alejara galopando.
– No hay ningún potro, mi niño. Es una aparición.
El niño cerró los ojos con fuerza y dejó de moverse.
Jinju encontró un poco de cuerda en la esquina, la pasó por encima de una viga e hizo un nudo corredizo en el otro extremo. A continuación, agarró un taburete y se subió a él. Las ásperas hebras de la cuerda le pincharon los dedos. Tal vez debería frotarlas con un poco de aceite. Estaba empezando a vacilar. A continuación escuchó relinchar al potro al otro lado de la ventana y, para proteger al bebé de cualquier sufrimiento futuro, metió la cabeza a través del nudo y dio una patada al taburete. El potro volvió a asomar la cabeza por la ventana. Ella quería estirarse y acariciar su frente fría y lustrosa, pero fue incapaz de levantar los brazos.