CAPÍTULO 4

El ajo en la tierra negra, el jengibre en el suelo arenoso, las ramas de sauce para las cestas, las cañas de cera para los cestos, el ajo verde y el ajo blanco para freír pescado y carne, el ajo negro y el ajo podrido para crear una montaña de abono…

Extracto de una balada cantada por Zhang Kou a los funcionarios públicos municipales durante la sobreabundancia de ajo.


Cuarto Tío golpeó a Jinju en la cabeza con la cazoleta de su pipa, que estaba hecha de bronce rojo, haciendo que cayera de bruces al suelo, enfadada y humillada.

– ¡Eres un bruto! -gritó-. ¡Me has golpeado!

– ¡Te lo has buscado! -replicó una enrabietada Cuarta Tía-. ¡Tienes suerte de que no matamos a las personas inmorales como tú!

– ¿Que yo soy inmoral? ¿Y qué me dices de vosotros? -gritó Jinju-. Sois una pandilla de matones…

– ¡Jinju! -la cortó bruscamente Hermano Mayor Fang Yi- jun-. ¡No te permito que hables a tu madre de ese modo!

Después de golpear a Gao Ma en el suelo, los hermanos Fang se quedaron vigilándole bajo la temblorosa luz de la lámpara, que lucía amenazadora. Jinju se incorporó para limpiar su frente abrasada y cuando retiró la mano vio la sangre que había en ella.

– ¡Mirad lo que habéis hecho! -gritó.

La silueta de Hermano Mayor Fang Yijun cambió irregularmente bajo la luz de la lámpara.

– La primera regla para un hijo o una hija -dijo-, es escuchar a sus padres.

Jinju replicó desafiante.

– ¡No pienso escucharles y no voy a formar parte de ese falso pacto de matrimonio!

– Su problema es que no la hemos golpeado lo suficiente -comentó Segundo Hermano Fang Yixiang-. Está demasiado mimada.

Jinju agarró una pipa y la arrojó contra su hermano.

– ¡En ese caso, golpéame, maldito matón, ven a golpearme!

– ¿Es que has perdido el juicio? -preguntó Cuarto Tío, sacudiendo la cabeza. Bajo la luz de la lámpara de queroseno, su rostro parecía estar hecho de bronce.

– ¿Y qué si lo he perdido? -replicó dando una patada a la mesa.

Cuarto Tío se levantó como un viejo león, furioso. Volvió a coger su pipa y la lanzó salvajemente contra la cabeza de Jinju, que se protegió con sus brazos, esquivando el cuenco y gritando de terror.

Mientras la atención de los hermanos Fang se había desviado, Gao Ma se puso de pie.

– Es a mí a quien queréis -dijo.

Un escalofrío recorrió el corazón de Jinju mientras observaba cómo Gao Ma se tambaleaba penosamente.

Los hermanos se giraron. Mientras el mayor trataba con denuedo de mantener el equilibrio, el más joven permanecía erguido y firme, mientras Gao Ma echaba a correr, directo a una cerca, que protestó ruidosamente antes de venirse abajo, llevándose consigo a Gao Ma. La valla tenía como misión proteger el jardín de verduras de la familia y, más tarde, cada vez que Gao Ala recordase ese episodio, se acordaría del olor a pepinos frescos que salía de ella.

– ¡Sacadlo de nuestra propiedad! -ordenó Cuarto Tío.

Dirigiéndose hacia la valla caída, los hermanos agarraron a Gao Ma por los pies y le arrastraron hacia el otro lado de la puerta. Era un hombre tan grande que el hijo mayor casi se dobla del esfuerzo.

Jinju rodó por el suelo, llorando lastimosamente.

– Desde que eras un bebé -se quejó su madre- lo único que has aprendido a hacer es comer y vestirte. Te hemos mimado demasiado. ¿Qué quieres ahora de nosotros?

Jinju escuchó un ruido seco seguido del golpe de la puerta de lantera, y supo que sus hermanos habían echado a Gao Ma. Ambos proyectaban una sombra terrible y distorsionada -una larga y una corta- que la llenaba de desagrado. Su corazón se encogió, se sentó sobre la valla caída, donde lloró y lloró, hasta que su angustia y su humillación quedaron sumergidas en una sensación de remordimiento que empezó como un pequeño goteo pero que acabó por convertirse en una inmensa marea. A continuación, como ya no tenía más lágrimas que derramar, se levantó furiosa buscando algo que destruir. Desafortunadamente, se sentía demasiado mareada como para mantenerse de pie y volvió a desplomarse sobre la valla. Sus manos se perdieron en la oscuridad que se extendía ante ella y aterrizaron en una enredadera espinosa cubierta de pepinos tiernos. En su frenesí, los arrancó lo más rápidamente que pudo, luego desgarró la enredadera, arrancándola del suelo, y la arrojó hacia su padre, que se encontraba sentado junto a la mesa chupando su pipa. La enredadera se retorció en el anillo que formaba la luz de la lámpara, como una serpiente moribunda. Pero en lugar de golpear al padre, aterrizó sobre la desordenada mesa. El hombre dio un brinco, y su madre hizo lo mismo.

– ¡Pequeña bastarda rebelde! -gritó el padre.

– Vas a matarnos a todos. ¿Es eso lo que quieres? -se quejó la madre entre lágrimas.

– Jinju, ¿cómo has podido hacer una cosa así? -preguntó severamente Hermano Mayor.

– ¡Golpeadla! -lanzó Segundo Hermano.

– ¡Adelante, golpeadme! -gritó mientras se ponía torpemente de pie y cargaba contra Segundo Hermano, que se apartó a un lado y la agarró por el pelo mientras pasaba. Apretando los dientes, la agitó varias veces antes de lanzarla contra el jardín, donde rompió, arrancó o aplastó todo lo que había a su alcance, gritando a pleno pulmón. Cuando acabó con los pepinos, dirigió toda su ira hacia su propia ropa.

– ¿Por qué has hecho eso? -se quejó Hermano Mayor a Segundo Hermano-. Mientras nuestros padres vivan, sólo ellos tienen derecho a enseñarle disciplina. Nosotros sólo podemos razonar con ella.

Segundo Hermano resopló con desprecio:

– He hecho todo lo que he podido por ti -dijo-. Has conseguido una esposa y ahora te crees que eres mejor que los demás.

En lugar de replicarle, el tullido Hermano Mayor cojeó por la valla caída, se agachó y trató de ayudar a levantarse a su hermana. Pero sus manos frías solamente aumentaron su enfado y Jinju se liberó de ellas.

– Hermana -imploró después de enderezarse-. Por favor, hazme caso. Levántate y deja de llorar. Nuestros padres se están haciendo viejos. Nos han cambiado los pañales y limpiado cuando mojábamos la cama, criándonos hasta que nos hemos convertido en adultos. Lo último que ahora necesitan es más quebraderos de cabeza.

Jinju todavía estaba llorando, pero su ira comenzó a remitir.

– Todo es culpa mía. Como no puedo conseguir una esposa por mí mismo, tengo que utilizar a mi hermana pequeña como moneda de cambio…

Mientras hablaba, balanceaba su pierna coja hacia delante y hacia atrás, provocando que las zarzas que había bajo su pie se partieran y se quebraran.

– Soy un inútil…

De repente, se agachó y empezó a golpearse la cabeza con los puños. Enseguida comenzó a llorar como un niño pequeño. Su dolor y desesperación ablandaron el corazón de Jinju y convirtieron sus gemidos en sollozos.

– Vete y vive tu vida. No necesito una esposa. Seguiré soltero hasta el día que me muera…

La madre caminó hacia él.

– Levantaos los dos -dijo-. ¿Qué van a pensar los vecinos si os ven peleando como perros y gatos?

– ¡Levantaos! -repitió el padre severamente.

Hermano Mayor, obediente, hizo que las zarzas crujieran mientras se levantaba.

– Padre, madre -dijo entre sollozos-, haré lo que vosotros digáis.

Jinju permaneció un poco más sobre la valla antes de ponerse de pie.

Mientras tanto, Segundo Hermano entró en la casa y encendió la radio a todo volumen. Un cantante de ópera estaba gritando: Wah-wah.

Hermano Mayor colocó un taburete detrás de Jinju y extendió las manos sobre sus hombros.

– Siéntate, hermana. «Los vientos huracanados siempre cesan y las familias pronto regresan a la paz». No puedes confiar en los extraños, pero tus hermanos siempre estarán a tu lado.

Demasiado débil como para mantenerse en pie, Jinju cedió a la amable presión de sus manos y se sentó. Y lo mismo hicieron el padre y la madre, él para volver a turnar su pipa y ella para encontrar una manera de hacer entrar en razón a su hija. Mientras tanto, Hermano Mayor entró en la casa con la intención de mezclar un poco de pasta de fideos para extenderla en la cabeza herida de su hermana. Pero ella lo rechazó cuando éste trató de embadurnarla.

– Sé una buena chica -dijo-, y déjame que te aplique un poco de esto.

– ¿Por qué la tratas así? -preguntó el padre-. ¡No tiene el menor sentido de la vergüenza!

– Mira quién habla -replicó Jinju.

– Vigila esa boca -amenazó su madre.

Hermano Mayor agarró su taburete y se sentó junto con los demás.

Una estrella fugaz asomó mientras atravesaba la Vía Láctea.

– Jinju, ¿recuerdas cuando tenías dos años y te llevé a ti y a nuestro hermano a pescar al río? Cuando llegamos te senté en la orilla para que él y yo pudiéramos echar las redes y, cuando me di la vuelta, ya te habías ido. Casi me muero del susto. Pero Segundo Hermano gritó: «¡Ahí está!». Y cuando miré, estabas revoleándote en el agua. Así que agarré la red y te atrapé de un solo intento. ¿Recuerdas lo que dijo Segundo Hermano? «¡Esta vez sí que has atrapado a un pez enorme!» Por entonces, mi pierna todavía estaba sana. El hueso no empezó a reblandecerse hasta al año siguiente…

A continuación, se detuvo y suspiró. Luego continuó con una risa desdeñosa:

– Han pasado casi veinte años y ahora ya eres toda una mujer.

Más suspiros.

Jinju escuchó las agudas pisadas del potro castaño mientras corría por delante de la puerta y bajaba hasta el borde de la era y percibió los chillidos de los periquitos que procedían del patio de Gao Zhileng, pero eso no le hizo reír ni llorar.

El padre se levantó después de golpear su pipa contra la planta de su zapato y tosió unas cuantas veces.

– Es hora de acostarse -dijo, mientras se dirigía hacia el interior de la casa. Unos minutos más tarde, apareció con una enorme llave de latón para cerrar la puerta. Zas. La atrancó.

A la noche siguiente, la propiedad de los Fang era un hervidero. Los dos hijos habían sacado una mesa octogonal y tomaron prestados cuatro bancos de la escuela elemental. La madre se encontraba en la cocina, donde el wok chisporroteaba con fuerza. Jinju se encontraba dentro de la casa -su pequeña habitación estaba aparte de la de sus hermanos- escuchando el jaleo que había fuera. No había salido de su cuarto en todo el día y Hermano Mayor, que permaneció en casa en lugar de ir a atender los campos, entraba cada cierto tiempo para mantener una breve conversación con su hermana, pero ésta se tapaba con la manta por encima de la cabeza y no le recompensaba ni con una sola palabra como respuesta.

El padre y la madre se encontraban hablando entre susurros en la habitación exterior.

– Todos están marchitos y amarillos -dijo ella-, y envolverlos en plástico no va a servir de nada.

Jinju percibía el olor del ajo.

– No los has sellado lo suficientemente bien -dijo el padre-. No se habrían secado o puesto amarillos si hubieras sacado todo el aire.

– No sé cómo el gobierno se las arregla para mantenerlos tan verdes y bonitos durante todo el invierno, como si los acabaran de arrancar de la tierra -comentó la madre.

– Almacenamiento en frío, así es como lo hacen. Cuando estás dentro de uno de esos congeladores tienes que llevar abrigo y pantalones forrados, incluso en pleno verano. Así ¿cómo se van a estropear?

– Deja que sea el gobierno quien haga las cosas -dijo la madre con un suspiro de admiración.

– Siempre y cuando puedan seguir exprimiendo al pueblo.

El zuok chisporroteaba todavía más, inundando la casa con el olor del ajo.

– ¿Por qué no pedimos a Segundo Hermano que vaya a hablar con el adjunto Yang a la oficina municipal?

– No -rechazó el padre-. Podría hartarse de que recurramos siempre a él y no volver jamás.

– Vendrá, Si no lo hace por nosotros, al menos lo hará por su sobrino.

– En realidad no es su sobrino -dijo el padre pesadamente.

Más tarde, cuando las lámparas se encendieron, Jinju escuchó voces en el patio y, por los fragmentos de conversación que pudo percibir, dedujo que entre los invitados estaban su futuro suegro, Liu Jiaqing, y Cao Jinzhu, el padre de su futura cuñada, Cao Wenling. Los demás miembros de la futura familia estaban presentes, al igual que el adjunto Yang, que trabajaba en el gobierno municipal. Una vez que se dispensaron las debidas formalidades, llegó la hora de beber.

Hermano Mayor se dirigió hacia la habitación de Jinju con un humeante pastel y un plato de cerdo con ajo frito.

– Hermana -dijo suavemente-, come algo. Luego lávate, cámbiate de ropa y ven a saludar a tu futura familia política. Tu abuelo político está preguntando por ti.

Ni una palabra, ni un sonido.

– No seas tonta -continuó diciendo en voz baja-. Alguien tan rico como el señor liu seguramente no vendrá con las manos vacías en un día como hoy.

Ni una palabra, ni un sonido.

Colocó la comida sobre el kang y salió invadido por el desanimo. Fuera, en el patio, habían comenzado a beber y la fiesta empezaba a caldearse. Se podía escuchar la voz del adjunto Yang por encima de la ie los demás. A continuación, Jinju escuchó a su madre y a Hermano Mayor susurrar en la habitación de al lado.

– ¿Cuánto falta? -preguntó el hermano.

– Todavía media botella… Doscientos gramos o más. ¿Es suficiente?

– De sobra. El adjunto Yang y el anciano Liu pueden pulirse una botella entera ellos solos.

– ¿Y si pedimos prestado un poco?

– ¿A estas horas de la noche? Vete a por una botella vacía. Diluiremos lo que nos queda con agua e intentaremos que cuele.

– ¿Qué pasa si no sabe igual? Seremos el hazmerreír.

– En este momento ya tendrán las papilas gustativas entumecidas. Serán incapaces de saborear nada.

– Aun así, no me parece correcto.

– ¿Qué es lo que no te parece correcto? En estos tiempos, allá donde mires siempre hay alguien que trata de engañarnos con algo. El que no devuelve el engaño es que es idiota. Pero si hasta el funcionario del gobierno es deshonesto, ¿por qué no vamos a poder serlo os pobres campesinos?

La madre no dijo nada y, un minuto después, Jinju escuchó el sonido del líquido derramado en el interior de una botella.

– ¿No tenemos DDT?

– ¡Bestia inmunda! -la madre trató de mantener la voz baja. -¿Cómo puedes tener esos pensamientos tan malvados?

– Dicen que un poco de DDT hace que sepa como el verdadero Maotai.

– Vas a matar a alguien.

– No te preocupes. Sólo añadiré una gota y es una botella muy grande. Lo peor que podría suceder es que vomiten las lombrices.

– ¿Y qué me dices de tu padre?

– Es demasiado tacaño como para beberse una él solo.

Jinju se agitó repentinamente, retiró la colcha y se levantó. Miró el rollo de Año Nuevo que había colgado en la pared con un querubín vestido con un chaleco rojo sujetando un enorme melocotón rojo entre sus manos a modo de ofrenda.

– Ah, adjunto Yang, Viejo Maestro, padre -ése tenía que ser Cao Jinzhu; sólo de pensarlo se ponía enferma-, prueben un poco de esta delicia que mi hermano compró en el mercado del caballo. Dicen que sabe un poco como el Maotai, pero como nunca hemos probado el Maotai, no puedo asegurarlo.

Cao Jinzhu sorbió ruidosamente un par de veces.

– Nuestro amigo Octavo Tío ha viajado mucho. Si alguien lo ha probado, ése es él.

El adjunto Yang rió con suficiencia.

– Sólo un par de veces. Una vez en la casa del secretario del Partido Geng y otra en casa de Zhang Yunduan. Ochenta yuan por botella no suponen nada para alguien tan rico como Zhang.

– Vamos, Octavo Tío, dinos si sabe como el Maotai -apremió Hermano Mayor.

Jinju le escuchó relamerse los labios e imaginó que habría tomado un trago.

– ¿Y bien?

Debió tomar otro, porque Jinju escuchó cómo volvía a relamerse.

– Bueno, maldita sea, realmente sabe un poco como el Maotai.

– Fantástico -dijo el padre-. Bebamos.

El querubín que había en la pared bajó la mirada hacia Jinju como si quisiera salir del cuadro.

Liu Jiaqing se aclaró la garganta.

– Padre de la novia -dijo-, he escuchado que la chica tiene mucho genio.

– No es más que una niña -replicó el padre- y la mitad de las veces no sabe lo que hace. Es impetuosa, pero no se va a salir con la suya mientras me quede un gramo de aliento en el cuerpo.

– No es extraño que alguien tan joven tenga ideas propias -zanjó Cao Jinzhu-. Wenling es igual. Cuando se enteró de que Jinju quería romper el acuerdo, montó tal escena en casa que su madre y yo tuvimos que darle una paliza.

– Dame, padre, deja que te llene el vaso -dijo Hermano Mayor.

– No quiero más, ya he bebido bastante -objetó Cao Jinzhu-. Esta bebida enseguida se me sube a la cabeza.

– Eso es lo que hace una buena bebida -dijo el adjunto Yang-. Pero una vez que la chica es adulta, no deberíais golpearla. En nuestra nueva sociedad, va contra la ley golpear a una chica, aunque sea tu propia hija.

– ¡Me importa un rábano la ley! -espetó Cao-. Si no hace lo que se le dice, la golpeo. ¿Quién va a impedírmelo?

– No seas testarudo -dijo el adjunto Yang-. ¿Un poco más de bebida? Si hay una cosa a la que no tiene miedo el Partido Comunista es a las personas cabezotas como tú. Va contra la ley golpear a una persona y como no hay duda de que tu hija es una persona, golpear a tu hija es, por definición, golpear a una persona y, por lo tanto, golpearla va contra la ley. Si quebrantas la ley, te van a detener. Tú ves la televisión, ¿verdad? Cuando el gobernador incumplió la ley, se lo llevaron esposado, como si se tratara de una persona más. No me dirás ahora que tú eres más importante que el gobernador, ¿verdad? Si me preguntas, te diré que no eres más que un apestoso trozo de ajo.

– ¿Y qué si lo soy? -replicó enojado Cao Jinzhu. Desde dentro sonó como si se acabara de poner de pie ruidosamente-. Si no fuera por los pedazos de ajos apestosos como nosotros, los peces gordos del gobierno como tú tendríais que rellenar la panza con el viento del noroeste. Son nuestros impuestos los que pagan vuestros sueldos y os llenan la mesa de buen vino y suculenta comida, para que luego no hagáis más que pensar en la manera de chuparle la sangre al pueblo.

– Viejo Cao -el adjunto Yang se había puesto de pie y probablemente estaba apuntando a Cao Jinzhu con un palillo chino-, suena como si tuvieras cuentas pendientes con el Partido Comunista. ¿Acaso sois los únicos que pagáis nuestros sueldos? ¡Eso son bobadas! Estamos en un subsidio gubernamental y si nos pasáramos todo el día tumbados a la sombra observando cómo trepan las hormigas por los árboles seguiríamos cobrando nuestro sueldo. Tu ajo podría pudrirse hasta que no fuera más que un mejunje infecto y yo seguiría cobrando mi sueldo.

– Muy bien -intercedió el padre-, ya es suficiente. Ahora somos familia, así que deberíamos apoyarnos mutuamente, en lugar de pelear.

– Es una cuestión de principios -insistió el adjunto Yang.

– ¿Es que no has escuchado lo que un anciano acaba de decir? -intervino Liu Jiaqing-. No es fácil establecer lazos familiares hoy en día y como los asuntos nacionales tienen muy poco que ver con nosotros, ¿por qué nos vamos a preocupar por ellos? Será mejor que nos ocupemos de los asuntos locales, como emborracharnos.

– ¡Bien dicho, emborrachémonos! -repitió Hermano Mayor-. ¿Quieres un poco más de vino, Tío?

– Hermano Mayor -dijo el adjunto Yang-. Os lo advierto a los dos. Veamos, ¿dónde está tu hermano?

Hermano Mayor le dijo que se había marchado.

– En cualquier caso, habéis golpeado a Gao Ma muy gravemente.

– ¡Podrían haber golpeado a ese bastardo hasta la muerte y aún así no haber acabado de ajustar las cuentas! -dijo el padre.

– Cuarto Tío -prosiguió el adjunto Yang-, te comportas como si hubieras perdido el juicio. Sólo digo que es ilegal golpear a la gente.

– Ha deshonrado a mi familia. Él es la razón de que Jinju se comportara así.

– Interferir en los planes de boda de los demás es un asunto feo -dijo Liu Jiaqing.

– Gao Ma ha presentado una denuncia contra ti -explicó el adjunto Yang-. Le he echado, pero sólo porque somos familia. Si se hubiera tratado de otra persona, no me habría molestado.

– Estamos muy agradecidos -dijo Hermano Mayor.

– Dile a tu hermano que no vuelva a levantarle la mano a nadie.

– Octavo Tío, sabes tan bien como cualquiera, que mi hermano y yo hemos sido ciudadanos honrados y respetuosos con la ley desde nuestra infancia. No habríamos recurrido a la violencia si no nos hubiera deshonrado.

– Si tienes que golpear a alguien, dale en el trasero, no en la cabeza.

– ¿Qué opinas, Octavo Tío? ¿Qué crees que va a hacer?

– En un caso como éste…

Todos bajaron la voz, así que Jinju se acercó a la ventana y apoyó la oreja contra el papel pintado para escuchar lo que estaban diciendo.

– Wengling no tiene más que diecisiete años, es demasiado joven como para registrarse como una mujer casada -dijo Cao Jinzhu.

– ¿Hay alguna triquiñuela que podamos utilizar?

– ¿Me estás pidiendo que haga algo improcedente?

– Lanlan no tiene más que dieciséis años, lo que es todavía peor.

– El registro censal de Wengling se puede cambiar, pero no el de Lanlan. Estamos hablando de un municipio distinto y por muy largos que sean mis tentáculos, no puedo abarcar todo el cielo…

– Di a la chica que salga y déjame hablar con ella -dijo Liu Jiaqing en voz alta. Su discurso sonó un poco borroso.

– Ve a buscarla -dijo el padre. Su voz también sonó borrosa.

Jinju se apartó rápidamente de la ventana y se tumbó en el kang, tapándose la cabeza con la colcha. Las pisadas se acercaban cada vez más y cuando se escondió en la oscuridad, comenzó a temblar.

Los días pasaron rápidamente hacia el final del cuarto mes lunar. Jinju ya no era vigilada tan estrechamente como antes: la puerta dejó de estar cerrada con llave y tenía permiso para salir durante el día. Hermano Mayor, que la trataba mejor que nunca, incluso le compró un par de zapatos de piel de cerdo, que ella se limitó a arrojar a los pies del kang sin ni siquiera mirarlos.

La mañana del día veinticinco, Hermano Mayor le dijo:

– En lugar de pasarte todo el día deambulando por casa con cara mustia, ¿por qué no vienes a ayudarme a coger alubias? Segundo Hermano ha ido a ayudar al adjunto Yang a hacer briquetas y no me las arreglo solo.

Parecía una petición razonable, así que Jinju cogió su guadaña y le siguió hasta la puerta.

Los campos habían cambiado notablemente en los dos meses que pasaron desde la última vez que los visitó. Los granos de sorgo maduros y secados al sol habían adquirido un tono rojo oscuro, las barbas del maíz se habían marchitado y las hojas de las alubias presentaban un tono amarillo pálido. Bajo el cielo azul intenso la vista parecía interminable; el pequeño monte Zhou parecía un enorme abanico roto de color verde. Los pájaros, alejados de sus nidos, cantaban ruidosamente en el cielo, un sonido triste que Jinju encontró especialmente desagradable. No soportaba ver los movimientos forzados de Hermano Mayor mientras cortaba las alubias, arrastrando su pierna lisiada. Aquella pierna estaba inexorablemente unida a su destino y, después de dos meses de confinamiento, a menudo había soñado que se rompía la suya, y se despertaba asustada, sin poder respirar, con los ojos bañados en lágrimas.

Su campo de alubias lindaba con el campo de maíz de Gao Ma, que todavía no había sido cosechado. ¿Dónde estás, Gao Ma? Pensó en el verano anterior, cuando un alto y fornido Gao Ma se acercó, silbando confiadamente, para ayudarle a recoger el mijo. Todavía podía escuchar el sonido de su voz y ver su figura. Pero cuanto más se refugiaba en el pasado, más se le oprimía el corazón, ya que también podía escuchar el sonido de los taburetes golpeando sobre la cabeza de Gao Ma, un sonido líquido que daba vueltas en sus oídos. No habría creído que su amable y decente Hermano Mayor hubiera sido capaz de cometer semejante ferocidad si no lo hubiera visto con sus propios ojos.

– Siéntate allí si tienes miedo de que esto te deje rendida -dijo Hermano Mayor con una mueca-. Puedo arreglármelas solo.

En los rabillos de sus ojos, que parecían apagados y sin vida, se marcaban unas profundas líneas. Algo se ocultaba detrás de aquella expresión, pensó, pero no fue capaz de ponerle nombre. Sin embargo, le recordaba a la pierna que arrastraba por todo el campo. La cojera deforme llevaba consigo las cicatrices de la felicidad y le hacía merecedor de la compasión de los demás; pero era espantosa y despertaba el desagrado de todos. Los sentimientos de Jinju hacia su hermano se correspondían con los sentimientos que sentía por su pierna: algunas veces compasión, y desagrado el resto del tiempo. Compasión y desagrado, un conflicto emocional que todavía no había resuelto.

El campo de maíz de Gao Ma se agitaba al paso de la brisa, que le despeinaba y se deslizaba por debajo del cuello hasta enfriarla.

Pensar en Gao Ma hizo que se convirtiera en algo peligroso y necesario a la vez mirar su campo de maíz mientras protestaba agitadamente entre la brisa. Las borlas y los tallos marchitos apenas conservaban un asomo de humedad y disfrutaban de la resistencia de su juventud cuando se doblaban con el viento, con sus hojas de color esmeralda balanceándose grácilmente con cada ráfaga como lazos de satén hasta formar hermosas hondas verdes. Esos pensamientos le llenaron los ojos de lágrimas, ya que ahora el viento hacía que los tallos se estremecieran mientras permanecían erguidos y rígidos, de forma que los movimientos gráciles de antaño no eran más que un recuerdo.

Las hojas amarillas y marchitas de las alubias susurraban entre las plantas y se agitaban alrededor del suelo. Jinju, después de clavarse una espina en el dedo, se miró las manos, que se habían vuelto suaves como consecuencia de los meses que habían pasado desde la última vez que salió a trabajar a los campos. Suspiró sin saber muy bien por qué. Sintiendo la mirada de Hermano Mayor sobre ella, notó cómo aumentaban tanto el desagrado que sentía hacia él como la añoranza de Gao Ma. Mientras su guadaña se movía mecánicamente a través del campo de alubias, una liebre de color arenoso asomó la cabeza a través de su madriguera. No era más grande que un puño y sus ojos relucían negros y brillantes. Se hizo un ovillo como una pequeña bola de pelo, aplastó las orejas sobre su espalda por el miedo y permaneció inmóvil. Jinju tiró su guadaña y se dirigió hacia el parsimonioso animal. Se agachó y, colocando su mano sobre él, sintió que su corazón se inundaba de compasión mientras pellizcaba dulcemente una de sus orejas, que eran como un pétalo traslúcido. Lo cogió con cuidado para no dañar sus orejas, y cuando su blanda panza se apoyó sobre su palma y el pequeño animal olisqueó la mano de esa manera tan tímida y cautelosa que tienen de olisquear las liebres, se sintió profundamente conmovida.

– Coge un pedazo de cuerda y átala -dijo Hermano Mayor, que se había acercado hasta donde ella estaba-. Tal vez quieras quedártela de mascota.

Ella rebuscó en su bolsillo con la esperanza de encontrar algo, pero estaba vacío. Mientras buscaba en el suelo, su hermano se quitó silenciosamente un cordón de su zapato y lo ató alrededor de la pata de la liebre.

Jinju bajó la mirada hacia el pie descalzo que asomaba en el extremo de la pierna coja de Hermano Mayor. Estaba cubierto de una capa de barro y brillaba como el esmalte. Su hermano llevó la liebre al borde del campo y la ató a uno de los tallos de maíz de Gao Ma. Después cortó un tallo viudo, lo limpió y lo masticó para extraer su dulce savia.

Cada vez que Jinju miraba la liebre, algo que hacía a menudo, veía cómo ésta luchaba por liberarse, peleando con tanta fuerza contra el cordón del zapato que parecía como si tratara de separarse de la extremidad atada para poder escapar apoyándose en las otras tres. Finalmente, Jinju se acercó a ella, deshizo el lazo, desató el extremo que estaba enrollado alrededor de su pata y la dejó libre. Mientras observaba cómo saltaba y desaparecía entre los antaño hermosos pero ahora disecados tallos, una vaga sensación de esperanza inundó su espíritu. Un secreto oscuro y sin límites se encontraba oculto entre todo aquel maíz.

– Tienes el corazón de un Bodhisattva, hermana -dijo Hermano Mayor mientras se acercaba-. Algún día, tu bondad se verá recompensada.

Su aliento a ajo le puso enferma.

Aquel día, durante el almuerzo, a Jinju la trataron con afecto, probablemente porque todo el mundo se había enterado de lo compasiva que había sido aquella mañana. Durante la temporada de cosecha de otoño, cuando todos desearían haber tenido otro par de manos, no podrían vigilarla todo el tiempo. Así que, después del almuerzo, Jinju se fue al pozo a coger agua. El padre y la madre la siguieron con la mirada, pero ninguno dijo una palabra. Ella regresó con dos cubos llenos, los vació en el barril de agua y luego regresó a por más. Su instinto le decía que se había ganado su confianza.

Decepcionada por no haber podido ver a Gao Ma, sin embargo fue saludada por las vecinas que se apostaban alrededor del pozo, y las expresiones extrañas que creyó ver en sus ojos se desvanecieron cuando miró con mayor detenimiento. Quizá todo son imaginaciones mías, pensó. En su tercer viaje al pozo, se encontró con la esposa de Yu Qiushui, el vecino de Gao Ma, una enorme mujer de treinta años con pechos erguidos cuyos pezones siempre parecían asomar por debajo de la chaqueta.

Cuando las dos mujeres se vieron al otro lado del pozo, la esposa de Yu Qiushui dijo:

– Gao Ma quiere saber si tus sentimientos han cambiado.

Casi le da un vuelco el corazón.

– ¿Acaso los suyos sí? -preguntó suavemente.

– No.

– Entonces los míos tampoco.

– Eso está bien -replicó la esposa de Yu Qiushui, mirando alrededor antes de dejar caer un pedazo de papel en el suelo.

Jinju se inclinó rápidamente como si estuviera extrayendo agua, cogió la nota y la guardó en el bolsillo.

Aquella tarde, cuando llegó la hora de regresar a los campos, Jinju inventó una excusa, quejándose de que le dolía el estómago. El padre la miró con recelo, pero Hermano Mayor dijo generosamente:

– Quédate en casa y descansa un poco.

Así pues, Jinju se dirigió a su habitación, cerró la puerta tras de sí y sacó el papel -durante el almuerzo la preocupación que sentía por el contenido de la nota hizo que le resultara casi imposible mantener una conversación con sus padres-, que había plegado cuidadosamente con mano trémula. Podía escuchar su propia respiración. Cuando notó que un poco de aire fresco se introducía a través de las grietas de la puerta, volvió a doblar el papel ansiosamente y abrió. La habitación exterior estaba vacía. Entonces, escuchando el martilleo rítmico que procedía del patio, se asomó a la ventana, donde vio a su madre de pie bajo el radiante sol de otoño, golpeando las cascarillas de las espigas de grano con un mazo de color púrpura brillante. Su chaqueta de tul se había pegado a su espalda sudorosa y una capa de cascarillas amarillas se había adherido a la chaqueta.

Por fin, Jinju pensó que podría desplegar el papel sin peligro. Leyó con avidez los caracteres escritos a mano.

Las palabras, escritas con bolígrafo, estaban borrosas por el sudor.

Más de una vez se acercó hasta el borde del campo de maíz, pero en cuanto llegaba, se daba la vuelta y regresaba. El viento frío del otoño había eliminado la mayor parte de la humedad de las cosechas, así que el maíz de Gao Ma crujía ruidosamente y las vainas de alubias del campo de Jinju habían empezado a partirse y a caer. Hermano Mayor y el padre habían tomado la delantera. Hermano Mayor se quejaba de que Octavo Tío Yang hubiera ordenado a Segundo Hermano que le ayudara a hacer briquetas en plena temporada de recolección.

– ¿Por qué protestas? Para eso sirve la familia: para ayudarnos unos a otros.

Sintiéndose regañado, Hermano Mayor se sujetó la lengua, volviéndose para mirar a Jinju como si buscara su apoyo.

El padre avanzaba gateando, apoyándose en las manos y las rodillas; Hermano Mayor iba cojeando y el penoso aspecto de los dos hombres hizo que declinara su decisión de abandonarlos. El maíz de Gao Ma crujía, se balanceaba, y Jinju sabía que él estaba escondido en alguna parte, observando con ansiedad todos sus movimientos. A medida que aumentaba el anhelo de Jinju hacia él, cada vez le resultaba más difícil recordar qué aspecto tenía Gao Ma, así que decidió concentrarse en el aroma del índigo y en el olor de su cuerpo. Finalmente, decidió ayudar a su padre y a Hermano Mayor a recoger las alubias antes de huir.

Afanándose en hacer su trabajo, enseguida dejó atrás a los dos y a última hora de la tarde ya había recogido más que los dos hombres juntos. Cuando se acercaron a la sección final del campo de alubias, se levantaron y se estiraron, suspirando de alivio. El padre miró satisfecho.

– Hoy has trabajado mucho -la felicitó su hermano-. Cuando lleguemos a casa, le voy a pedir a madre que te haga un par de huevos.

La tristeza impidió que pudiera responder. Todavía recordaba las virtudes de su madre y algunos acontecimientos contusos de su infancia.

Mi hermano mayor cojo me llevaba a cuestas; ahora él y mi padre se arrastran y cojean por el campo, cortando alubias. El sol del atardecer iluminaba el cielo por el oeste. Sus cabezas relucían. Incluso los bosques salvajes son amables y acogedores. Allí, hacia el norte, se encuentra la aldea donde llevo viviendo veinte años. El humo de la chimenea me indica que mi madre está preparando la cena. Si me escapo… El pensamiento era insoportable. Hacia el este, un buey bajaba lentamente por el camino, tirando de un carro lleno hasta rebosar de alubias. La canícula del verano, abrasando en el sexto mes, cantaba el boyero. La Segunda Hija cabalga a lomos de su asno adentrándose en el desierto…

Las golondrinas volaban como una nube que se disipa con el viento, dirigiéndose hacia el campo de maíz de Gao Ma, que se movía ligeramente. Una figura elevada apareció ante su vista y, a continuación, se desvaneció al instante. Jinju se dirigió hacia ella, pero se detuvo al notar que se veía empujada en direcciones opuestas por fuerzas igualmente poderosas.

La voz de su padre rompió el punto muerto:

– ¿Qué andas buscando por ahí? Cuanto antes acabemos, antes podremos volver a casa.

No había el menor calor en su voz y la resolución de Jinju retornó al instante. Después de tirar al suelo su guadaña, corrió hacia el campo de maíz de Gao Ma.

– ¿Dónde crees que vas? -gritó un infeliz padre.

Ella siguió corriendo.

– No pensarás irte a casa hasta que no acabemos, ¿verdad? -gritó Hermano Mayor.

Ella se volvió.

– Tengo que orinar. ¡Si no confías en mí, puedes venir conmigo!

Y, sin volver a mirar a ninguno de ellos, se adentró en el campo de maíz.

– Jinju.

Gao Ma la agarró por la cintura y la sujetó por unos instantes.

– Agáchate -susurró-. ¡Corre como el viento!

Los dos corrieron cogidos de la mano, ocultos en un surco, dirigiéndose hacia el sur con toda la rapidez que les permitían sus piernas. Las hojas de maíz seco golpeaban su rostro, así que cerró los ojos y simplemente corrió hacia donde la mano la llevaba. Las cálidas lágrimas resbalaban por sus mejillas. No voy a regresar jamás, pensaba. El hilo de seda que la ataba a su hogar se había roto y no había vuelta atrás. El estruendo producido por las hojas secas de maíz casi la paralizaba de miedo y podía oír el latido de su corazón.

El campo de maíz estaba limitado por la ribera de un río cubierta de arbustos de índigo e, incluso en su estado de confusión, podía sentir su aroma característico y embriagador.

Gao Ma la arrastró hacia la ribera del río. Ella se giró instintivamente para mirar a su espalda y vio una enorme esfera de bronce que se hundía lentamente en el horizonte: contempló las nubes multicolor; observó una extensión de campos bañados por el sol y vio a su padre y a Hermano Mayor avanzando hacia ella dando traspiés, blandiendo sus guadañas. Las lágrimas inundaban sus ojos.

Gao Ma la arrastró hacia la pendiente interior de la ribera, pero ella se sentía demasiado débil como para seguir de pie. El estrecho río formaba el límite entre dos condados: Caballo Pálido hacia el sur, Paraíso hacia el norte. Se llamaba Corriente Favorable. El flujo de las turbias y poco profundas aguas provocaba un balanceo casi imperceptible de los juncos que se encontraban en la orilla del río mientras

Gao Ma la cargaba sobre sus espaldas y corría por el agua sin quitarse los zapatos ni remangarse las perneras de los pantalones. Desde la perspectiva privilegiada que le proporcionaba ir a cuestas, Jinju escuchó cómo los juncos secos susurraban y el agua salpicaba en todas direcciones. Por el modo en el que Gao Majadeaba, sabía que el barro era espeso y viscoso.

Después de ascender por la orilla opuesta, se encontraron en el Condado Caballo Pálido, donde una inmensa ciénaga se extendía ante sus ojos, plantada exclusivamente de yute. Como era una planta de recolección tardía, todavía estaba verde y llena de vida. Se sintieron como si hubieran encallado en mitad de un océano y no pudieran ver dónde estaba la orilla.

Con Jinju todavía encaramada sobre su espalda, Gao Ma se derrumbó en los campos de yute. Ahora eran como dos peces sumergidos en ese océano.

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