CAPÍTULO 15

Puntea el erhu de dos cuerdas y causa en mí gran regocijo, canta algo que hable del brillante Comité Central del partido. La Tercera Sesión Plenaria ha tomado el rumbo adecuado: ¡Ancianos y hermanos, enriqueceos con el ajo, rehaceos!

Canción de felicitación entonada por Zhang Kou durante el primer mes lunar de 1987, en el jubiloso banquete nupcial del tercer hijo de Wang Mingniu en el Bazar Qingyang (Zhang Kou, borracho como una cuba, durmió durante tres días seguidos en casa de Wang).


Durante la segunda noche de su encarcelación, Cuarta Tía soñó que Cuarto Tío, envuelto en sangre, se encontraba de pie junto a su cama.

– ¿Por qué no intentas limpiar el nombre de tu marido y vengar su muerte en lugar de sentarte a engullir comida precocinada y a disfrutar de una vida de ocio?

– Esposo -respondió-, ni puedo limpiar tu nombre ni vengar tu muerte porque me he convertido en una criminal.

– Entonces, supongo que no hay nada que hacer -dijo Cuarto Tío soltando un suspiro-. He guardado doscientos yuan en un hueco que hay entre la segunda hilera de ladrillos debajo de la ventana. Cuando salgas de la cárcel, utiliza cien para comprarme una réplica del Tesoro Nacional y llénala de todo tipo de riquezas. El mundo de la oscuridad funciona igual que el mundo de la luz: para hacer cualquier cosa tienes que arreglártelas buscando un atajo, y todo cuesta dinero.

Cuarto Tío levantó el brazo para limpiarse el ensangrentado rostro, se dio la vuelta y se alejó lentamente.

El espectro asustó a Cuarta Tía hasta despertarla; su lecho, duro y áspero como un blindaje, estaba empapado de sudor frío. La imagen siniestra y sangrienta de Cuarto Tío pasó ante sus ojos, aterrorizándola y entristeciéndola al mismo tiempo. ¿Realmente existe un mundo inferior?, se preguntó. Cuando llegue a casa, voy a derribar la segunda hilera de ladrillos que hay debajo de la ventana y, si encuentro allí doscientos yuan, eso quiere decir que hay un mundo inferior. No debo contarle nada de esto a mis hijos, ya que esos dos bastardos parece que tratan de aventajar el uno al otro en su carrera hacia el mal.

Sólo pensar en sus hijos hizo que Cuarta Tía suspirara. Aquella noche la habían vuelto a sacar para interrogarla y, cuando la llevaron de vuelta a la celda, se desplomó sobre su catre y lloró durante un rato y permaneció en esa posición como si hubiera entrado en trance. Después de quedarse dormida, comenzó a roncar de forma ensordecedora, primero rápidamente, luego más despacio, como si estuviera soñando.


* * *

A Cuarta Tía le resultaba imposible conciliar el sueño. Su marido todavía no había regresado de vender el ajo. Un murciélago atravesó volando la ventana, dibujó un par de círculos en la habitación y volvió a salir. La ilimitada oscuridad de la noche envolvía una serie de murmullos dispersos que parecían ensoñaciones y los graznidos siniestros de los periquitos. Se levantó, se colocó la chaqueta sobre los hombros y se dirigió hacia el patio. Entre los escalofriantes gritos de los periquitos de su vecino, levantó la mirada hacia las estrellas y hacia la iluminada media luna. Ya había pasado la medianoche y se sentía preocupada.

– Yixiang -había dicho a su hijo después de cenar-, ¿por qué no vas a buscar a tu padre?

– ¿Para qué? -respondió-. Si no está camino de casa, ¿de qué sirve ir a buscarle? Y si viene, ¿qué daño voy a hacer si no salgo a su encuentro?

Cuarta Tía se quedó sin habla.

– Me pregunto por qué me he tomado la molestia de criarte -dijo después de un instante.

– No te he pedido que lo hicieras. Deberías haberme arrojado a la fosa séptica cuando nací y haber dejado que me ahogara. De ese modo, podrías haberme ahorrado muchos años de sufrimiento.

Ahogada por el llanto, Cuarta Tía se sentó en el borde del kang y dejó que las lágrimas brotaran. Su sombra se extendía por el suelo, teñida con la luz amarilla de la luna.

Se escuchó un golpe frenético en la puerta.

Cuarta Tía se precipitó a abrirla. Gao Yang entró a trompicones en la habitación.

– Cuarta Tía -murmuró entre sollozos-. Cuarto Tío ha muerto atropellado por un coche…

Cuarta Tía se desplomó en el suelo, donde permaneció sin moverse. Gao Yang la cogió y le dio unos golpecitos en la espalda y en los hombros hasta que escupió una bocanada de flemas.

– Número Uno, Número Dos, Jinju… Levantaos, todos. Vuestro padre ha muerto atropellado por un coche…

Jinju, cuyo embarazo estaba muy avanzado, entró corriendo, seguida de sus hermanos.

Al amanecer, un carricoche tirado por dos caballos entró en el callejón y se detuvo delante de la era. Cuarta Tía salió corriendo, gritando por su marido. Se había congregado una gran multitud, incluyendo al jefe de la aldea, Gao Jinjiao. Hermano Mayor y Segundo Hermano se quedaron impasibles junto al carricoche.

– Vuestro padre, ¿dónde está vuestro padre? -preguntó Cuarta Tía, con las manos extendidas de forma inquisidora.

Hermano Mayor se agachó y se sujetó la cabeza entre las manos mientras lloraba suavemente.

– Padre… Mi querido padre…

Su hermano menor, con los ojos secos, levantó la sábana de plástico que cubría el lecho del carricoche para mostrar el cadáver rígido de Cuarto Tío. Tenía la boca abierta, la mirada fija y las mejillas salpicadas de barro.

– ¡Esposo, mi esposo, qué manera más cruel de morir! Deja que toque tu rostro, tus manos. Tu semblante está frío como el hielo, al igual que tus extremidades. ¡La noche pasada estabas lleno de vida y esta mañana no eres más que un frío cadáver!

Cuarta Tía acarició la cabeza rapada de Cuarto Tío, luego sus orejas. A través de los jirones de su fina chaqueta pudo contemplar su abdomen oscuro y hundido. Las rasgadas perneras de los pantalones dejaban ver un amasijo viscoso de piel y carne.

– Esposo, todo el mundo sabe que sacar adelante una granja es un trabajo muy duro. Un golpe en la pierna no debería bastar para acabar contigo. -Cuarta Tía tanteó su calva en busca de heridas, y encontró una abolladura del tamaño de un huevo en el centro de la cabeza. Aquí está, el punto donde te partieron el cráneo y clavaron astillas de hueso en tu cerebro: así es como te han matado.

Dos de los aldeanos se llevaron a Cuarta Tía a rastras, con los dientes apretados y sin apenas poder respirar. Temerosos de que estuviera a punto de seguir los pasos de su esposo, un par de vecinos la obligaron a abrir la boca con un palillo; los gritos lastimeros y patéticos de jinju sonaban de fondo.

– ¡Tranquilo, no tan fuerte! No le saques los dientes -advirtió el hombre que le sujetaba la cabeza al que agarraba el palillo.

Una vez que hubo separado los labios, una bocanada de agua fría hizo que recuperara los sentidos.

La vaca muerta permanecía tumbada de costado en el segundo carricoche, con sus rígidas pezuñas asomando por encima de él como si fueran cañones. Dentro de su vientre, un ternero nonato se retorcía y agitaba.

A un arrebato de llanto le seguía otro de lamentos. Cuando todos levantaron la mirada, vieron que el sol se encontraba en lo más alto del cielo.

– Fang Yijun -dijo Gao Jinjiao, el jefe de la aldea-, tu padre ha muerto y, aunque derrames todas las lágrimas del mundo, eso no le va a devolver la vida. Con este calor, no va a tardar en empezar a oler, así que debes vestirle con la ropa más elegante que encuentres. Luego alquila un coche y llévalo al crematorio del Condado. En cuanto a la vaca, quítale la piel y vende la carne. Mañana es día de mercado y el precio de la ternera se ha puesto por las nubes. El dinero que consigas por el pellejo y por la carne será más que suficiente para cubrir los gastos del funeral.

– Tío -dijo Fang Yijun al jefe de la aldea-, ¿acaso esperas que aceptemos la muerte de nuestro padre sin rechistar? Gao Yang dice que estaba aparcado a un lado de la carretera y que el coche se abalanzó sobre ellos.

– ¡Oh! -comentó Gao Jinjiao-. ¿Es así como sucedió? Entonces, el conductor debería ir a la cárcel y el propietario debería pagar una indemnización. ¿Qué coche era?

– Pertenecía al gobierno municipal. El secretario del partido Wang Jiaxiu estaba dentro del coche cuando sucedió todo -dijo Gao Yang.

Gao Jinjiao se quedó blanco.

– Gao Yang -dijo gravemente-, quiero oír la verdad. ¿Estás seguro?

– Ésa es la verdad, tío. El coche tenía roto el radiador y se averió unos segundos después. Estaba sujetando a Cuarto Tío entre mis brazos y llorando cuando él secretario Wang y su chófer vinieron corriendo. El

Pequeño Zhang temblaba como una hoja y apestaba a alcohol. «No tienes nada que temer mientras yo esté aquí, Pequeño Zhang», le tranquilizó el secretario Wang. Después, preguntó de qué aldea era yo y cuando se lo dije, lanzó un suspiro de alivio y dijo: «Pequeño Zhang, no hay nada que temer. Son campesinos de nuestro municipio. Es un asunto sencillo. Un poco de dinero para la familia será suficiente para que se solucione todo».

– ¡Ya basta de decir tonterías, Gao Yang! -dijo Gao Jinjiao-. ¿Cuál era el número de la matrícula?

– Era un coche negro, sin matrícula. El único momento en el que se atreven a conducirlo es por la noche -comentó enfadado Gao Zhileng, el vecino que criaba periquitos-. El chófer es primo de la esposa del secretario Wang. Antes conducía un tractor y no tiene carné de conducir.

– ¡Gao Zhileng! -gritó Gao Jinjiao.

– ¿Qué? -preguntó Gao Zhileng-. Quieres que tenga la boca cerrada, ¿no es eso? ¡Muy bien, tú puedes tener miedo de él, pero yo no! ¡Mi tío es director adjunto del Departamento de Organización del Comité Municipal y nuestro Wang Jiaxiu no le llega a la altura de los zapatos!

– Muy bien, haz lo que quieras -dijo Gao Jinjiao-. Siempre y cuando se incinere el cuerpo y se pague al comité de la aldea una tarifa administrativa de diez yuan por la venta de la vaca.

– Si vosotros, hermanos Fang, no fuerais tan inútiles, llevaríais a vuestro padre hasta el recinto municipal y apretaríais las clavijas a Wang Jiaxiu -dijo Gao Zhileng.

Hermano Mayor se puso de pie titubeando, pero los ojos de su hermano relucían.

– ¡Vamos, hermano! -dijo resueltamente-. Jinju, vigila la casa. Madre, ven con nosotros.

Los muchachos sacaron en volandas el cuerpo de su padre del carricoche y lo depositaron boca abajo en el suelo como si fuera un perro muerto.

– Espera un momento, Número Dos -dije-. Primero viste a tu padre. En casa hay una chaqueta forrada nueva. Si va a ver a un oficial, debe tener buen aspecto.

– ¡Que le jodan al buen aspecto! -dijo el Número Dos-. Pero si está muerto.

Después cogió una puerta y colocó a su padre sobre ella, todavía boca abajo.

– Ponle boca arriba, Número Dos -dije.

Mi hijo dio la vuelta a mi marido, dejando que mirara sin ver nada al cielo. El bueno del viejo Gao Zhileng fue a casa a coger un par de cuerdas para atar el cuerpo. Después los chicos llevaron a su padre al recinto municipal, el mayor de ellos cojeando por delante y el más joven detrás, llevándome a mí a su espalda. Los aldeanos se congregaron a mi alrededor y hasta ese cabrón de Gao Ma apareció. Pero, por mucho que los demás hablen mal de él, sigue siendo nuestro yerno. Bueno, apareció por allí y le quitó el palo de las manos a mi hijo mayor. Como Gao Ma y mi segundo hijo son de la misma altura, la puerta se niveló y la cabeza del anciano dejó de ir de un lado a otro.

Pero cuando llegamos al recinto, el portero trató de impedirnos la entrada, así que Gao Ma le llevó a un lado. El complejo municipal estaba desierto, salvo por un enorme perro que ladraba y permanecía agachado junto a la puerta de la cocina. El coche que había asesinado a mi marido se encontraba allí aparcado. El techo estaba cubierto casi por completo de una carretada de ajo verde y el capó aparecía manchado de sangre.

Los tres esperamos en el recinto junto al cuerpo de mi marido. Esperamos y esperamos hasta el mediodía, pero nadie vino a preguntarnos qué era lo que queríamos. Las moscas revoloteaban por encima del rostro de mi marido, tratando de penetrar en las cuencas de los ojos, en la boca, en los orificios nasales y en las orejas para depositar las larvas en su interior. ¿Qué es una larva? Ya sabes, gusanos. No tardaron mucho en empezar a revolotear por allí. Estaban por todas partes. Cuando una bandada de moscas se iba, otra ocupaba su lugar. Después, se alejaban volando. Traté de cubrir el rostro del anciano con una hoja de periódico, pero las moscas seguían encontrando la forma de llegar hasta él. Los aldeanos de todas partes vinieron a curiosear -de la Aldea del Este, del Caserío del Oeste, de la Villa del Norte y de la Ciudad del Sur-, todo el mundo salvo los oficiales, que eran los que deberían estar allí.

Mi hijo menor se dirigió al café local y compró unos cuantos buñuelos, los trajo envueltos en un periódico, y trató de hacerme comer. Pero me resultó imposible, no mientras mi marido yaciera cadáver delante de mí. Llevaba allí toda la mañana y estaba empezando a oler. Mi hijo mayor tampoco podía comer. De hecho, su hermano era el único que tenía apetito. Sacó un puñado de ajo del coche y permaneció allí con el ajo en una mano y los buñuelos en la otra, dando un bocado a lo que tenía en la mano izquierda, luego a lo que tenía en la derecha, una y otra vez. Tenía los ojos abiertos de par en par y las mejillas hinchadas y estaba segura de que, en lo más profundo de su interior, se sentía muy desdichado.

Por fin, nuestra espera dio sus frutos. Apareció un oficial, aunque por entonces el sol estaba ya rojo. Se trataba del adjunto Yang, un pariente lejano que nos repudió por permitir que nuestra hija se fuera con Gao Ma. Pero al menos no se trataba de un extraño. De hecho, mi hijo mayor le llama Octavo Tío y el menor le ayuda en los quehaceres domésticos, como ayudarle a construir su casa, levantar paredes, extender el abono, cosas así. Se podría decir que era su mano derecha.

El diputado se montó en la bicicleta y se dirigió hacia la puerta. Al fin, pensé. ¡Después de esperar a que salieran las estrellas y la luna, nuestro salvador que está en los cielos había llegado! Mis hijos se dirigieron a saludarle, conmigo pegada a sus talones. Pero ¿cómo se supone que debería llamarle? «Octavo Tío» parece lo más apropiado, pensé.

– Octavo Tío, necesitamos tu ayuda. Me arrodillo ante ti y te suplico. Como dice el refrán, arrodillarse es la forma más solemne de mostrar respeto.

El adjunto Yang no consintió que me postrara ante él y rápidamente me ayudó a levantarme. Hasta unos minutos después, no me di cuenta de que todo aquello sólo lo hacía para impresionar. Incluso sacó un pañuelo y me secó los ojos. Luego levantó la hoja de periódico y se quedó mirando el rostro de mi esposo. Las moscas, que salieron emitiendo un zumbido, hicieron que retrocediera asustado.

– Cuarta Tía -me dijo-, no puedes dejarlo aquí. Eso no solucionaría nada.

Mi segundo hijo dijo:

– Como el secretario Wang ha matado a mi padre, lo menos que podría hacer es dejarse ver y admitirlo. Mi padre puede que haya sido un hombre pobre, procedente de un estrato social humilde, pero era un ser vivo. ¡Si huyes como un perro, al menos ofrece tus disculpas a su propietario!

Entornando los ojos, el adjunto Yang dijo:

– Número Dos, cuando tu hermana se fugó con otro hombre y rompió el contrato de matrimonio, mi pobre sobrino sufrió una terrible conmoción. Ahora se pasa el día llorando como un bebé o riendo como un perturbado. Pero ni siquiera eso altera el hecho de que seamos familia. Como se suele decir, un contrato que se ha agriado no afecta a la justicia ni a la humanidad. No me malinterpretes, pero lo que dices demuestra que no estás usando la cabeza. El secretario Wang no conducía el coche así que ¿cómo pudo haber matado a tu padre? El chófer se equivocó al atrepellar a tu padre y los tribunales se ocuparán de él. Pero lo único que consigues transportando el cuerpo al recinto municipal y atrayendo a cientos de transeúntes curiosos es obstruir el trabajo del municipio. Cuando digo «municipio» me estoy refiriendo al gobierno, así que obstruir al municipio es obstruir al gobierno, y eso es ilegal. Al principio estabas en el lado correcto de la ley, pero si sigues así acabarás pasándote al lado equivocado. ¿Tengo o no razón?

Sin conmoverse lo más mínimo por su argumento, Número Dos replicó:

– No me importa. El secretario Wang es el responsable de lo que sucedió, ya que iba montado en el coche oficial y estaba negociando con el ajo cuando atropello a mi padre. Y ahora ni siquiera es capaz de dar la cara. Ese tipo de conducta es inaceptable, sea donde sea.

– Número Dos, cada vez que abres la boca metes la pata -dijo el adjunto Yang-. ¿Quién te dijo que el secretario Wang estaba haciendo negocios con el ajo? ¡Eso es una calumnia! El secretario Wang se encuentra en una reunión de emergencia sobre seguridad pública en el pleno del Condado. ¿Qué es más importante, una reunión de emergencia sobre seguridad pública o este asunto de tu padre? Cuando regrese de su reunión, anunciará las medidas que vaya a tomar respecto a la conducta criminal que altera nuestro orden social. Lo que estás haciendo aquí es un perfecto ejemplo de ello.

Eso hizo que el chico cerrara la boca, así que fue el turno de su hermano mayor.

– Octavo Tío, nuestro padre está muerto, algo que no es extraño en un hombre cuando cumple los sesenta. Debe haber sido cosa del destino. De lo contrario, ¿cómo si no de todos los millones de personas que hay sobre la faz de la Tierra fue el único al que le atropello el coche? El destino había planeado para él este trágico final desde hacía mucho tiempo. Si el rey Yama del Inframundo quiere reclamar a un mortal durante la tercera guardia, ¿quién se atreve a aguardar hasta la quinta? Supongo que el inframundo tiene sus normas y sus reglas, como cualquier otro sitio. Así que dinos lo que debemos hacer, Octavo Tío.

– En mi opinión -dijo el adjunto Yang-, deberíais llevarle a casa e incinerarle lo antes posible, tal vez a primera hora de la mañana, ya que hoy es demasiado tarde. Puedes hacer que el crematorio envíe un coche fúnebre por cuarenta yuan. El precio de todo lo demás es más elevado, pero contratar el coche fúnebre sólo cuesta cuarenta yuan. Una verdadera ganga. Creo que deberías lavarle, afeitarle y vestirle con ropas de funeral decentes, luego velar el cadáver durante toda la noche, como buenos hijos que sois. Tendrás el coche fúnebre en la puerta de casa a primera hora de la mañana. Tu padre nunca montó en coche mientras estaba vivo, así que no vendría mal derrochar un poco ahora que se ha ido. Mientras tanto, voy a hablar con la persona que se ocupa del crematorio y a pedirle que llene la urna más de lo habitual con las cenizas de tu padre. A continuación, después de que lo llevéis a casa, llama a tus amigos y a tus parientes para celebrar el velatorio. Eso debería reportaros algo de dinero en metálico. El cabeza de familia ha muerto, pero el resto de ella tiene que seguir viviendo, ¿verdad? Pero si seguís con esta actitud, no sólo echaréis por tierra vuestra reputación, sino que conseguiréis que las cosas os vayan mal durante el resto de vuestra vida. ¿Tengo o no razón, Cuarta Tía?

Le respondí que yo sólo era una mujer y que, por lo tanto, no sabía nada. Le dije que lo dejaba en sus manos.

– Lo que más me preocupa -dijo Número Dos-, es que una vez que mi padre haya sido incinerado el secretario Wang no admita nada.

– No hables como si fueras estúpido, Número Dos -le regañó el adjunto Yang-. Después de todo, el secretario Wang es el secretario del partido. Cada día pasa por sus manos más dinero del que eres capaz de contar. Mientras no le pongas las cosas difíciles, no tendrás que preocuparte de nada. El gobierno municipal puede ser pequeño, pero sigue siendo el gobierno, y el dinero que se desliza por sus rendijas es suficiente como para que tu familia tenga la vida solucionada para siempre.

– Octavo Tío, la gente dice que deberíamos informar de esto al Condado. ¿Qué opinas? -preguntó Número Uno.

– Es tu padre el que ha muerto, 110 el mío -respondió el ad junto Yang-, así que depende de ti. Pero yo en tu lugar, no lo ha ría. Ya es demasiado tarde para hacer nada por él, así que es hora de que penséis en vosotros mismos: en otras palabras, en el dinero. Os recomiendo que lo ganéis de la mejor manera que podáis. Si lleváis el caso al Condado, aunque el conductor vaya a la cárcel, ¿qué beneficio obtenéis de ello? Una vez que un caso llega a los tribunales, las cosas se tienen que hacer siguiendo las normas. En ese caso, lo más que podéis esperar es algo de dinero para cubrir los gastos del funeral. Con los contactos que tiene el secretario Wang a nivel del Condado, aunque el chófer fuera a la cárcel, quedaría libre en un par de meses y estaría en la calle, haga lo que haga. Y si ofendéis al secretario Wang, quedaréis marcados como personas non gratas. En ese caso, ya podéis olvidaros de ver vuestro día de boda. Por otra parte, si os olvidáis de denunciarle, y os ocupáis únicamente de los preparativos del funeral, la gente dirá que sois gente sencilla y, disfrutando de la reputación de ser una buena familia, el secretario Wang se sentirá feliz de arreglar las cosas de forma amistosa, para beneficio vuestro. Ahora, haced lo que consideréis que es adecuado.

– ¿Acaso la gente sólo vive para el dinero? -preguntó Gao Ma.

– ¡Aja! -dijo el adjunto Yang-. Así que tú también has venido. ¿Qué andas haciendo aquí? Primero engatusas a su hija para que se fugue contigo, luego la dejas preñada sin casarte con ella, y finalmente tiras por tierra los planes de boda de tres familias, Cao, Fang y Liu. Lo has echado todo a perder, ¿qué ganas con esto? Chicos, haced lo que queráis. De todos modos, esto no es asunto mío. No tengo que preocuparme de que la gente hable a mis espaldas.

Hermano Mayor Fang habló:

– Gao Ma, ya nos has hecho suficiente daño. Consigue diez mil yuan y llévate a Jinju. ¡No queremos una hermana como ella, y estamos seguros de que el Infierno no quiere a un cuñado como tú!

Gao Ma, con el rostro escarlata, se alejó sin pronunciar palabra.

Mientras estaba tendida en la celda de la prisión, Cuarta Tía revivió los acontecimientos que rodearon al regreso de Cuarto Tío del recinto gubernamental. Una vez más, el hermano mayor cojo iba delante y el hermano menor iba detrás, y eso hacía que la puerta se balanceara y que la cabeza de Cuarto Tío se moviera de un lado a otro. El sonido de su cabeza golpeando contra la puerta era tan nítido como lo había sido en el camino de ida. En cuanto salieron a la calle, la puerta se cerró a sus espaldas. Atormentada por una sensación de vacío, Cuarta Tía se giró para echar un último vistazo al interior, donde vio a un grupo de administrativos en el patio que apareció como si hubiera brotado del suelo, para congregarse alrededor del adjunto Yang. Lanzaban comentarios desdeñosos y sus rostros lucían sonrisas maliciosas, incluyendo el del adjunto Yang.

El paso del cadáver de Cuarto Tío atrajo mucho menos la atención que durante el camino de ida, cuando todo aquel que pudiera andar se había sumado a la penosa procesión. Ahora el cortejo constaba únicamente de unos cuantos perros ladrando.

De vuelta a casa, los hermanos dejaron los palos delante de la cancela; la puerta golpeó contra el suelo y levantaron una multitud de gritos entre los periquitos de Gao Zhileng. Jinju, con una mirada perdida en sus ojos, abrió la puerta.

– Meted a vuestro padre en la casa y depositadlo sobre el kang -dijo Cuarta Tía.

Ningún hijo habló ni se movió.

– Madre -Número Uno rompió el silencio-, la gente dice que no deberías depositar el cuerpo de alguien que haya fallecido por muerte violenta sobre el kang…

Cuarta Tía le cortó:

– Vuestro padre trabajó como un perro durante toda su vida y ahora que está muerto, le negáis el bienestar de un cálido kang. Hasta aquí hemos llegado.

– Después de todo, está muerto, así que una cama normal también sirve. La muerte es como apagar una luz, dice el refrán. La respiración se convierte en una brisa primaveral, la carne y los huesos se convierten en lodo. Si le colocas sobre un kang caliente, se va a pudrir con más rapidez -comentó Número Dos.

– En otras palabras, ¿tenéis pensado dejar a vuestro padre a la intemperie?

– Es un lugar tan bueno como otro cualquiera -respondió Número Dos-. Los vientos fríos cortarán el olor y nos ahorraremos el problema de tener que sacarle mañana por la mañana.

– ¿Y dejar que los perros se le acerquen?

– Madre -repuso Número Uno-, vamos a quitar la piel a la vaca y a sacarle la carne para venderla mañana en el mercado. Lo que dijo el adjunto Yang es completamente lógico, especialmente la parte en la que comentó que los muertos ya no están, pero los vivos tienen que seguir viviendo.

La pobre Cuarta Tía no tenía elección.

– Esposo, como tus hijos no te dejan dormir en el kang, tienes que quedarte aquí esta noche -dijo entre sollozos.

– No empeores las cosas, madre -dijo el hermano mayor-. Entra en casa y túmbate. Nosotros nos ocuparemos de todo.

Dicho esto, encendió la linterna y la colocó sobre un rodillo de piedra al lado de la era, mientras su hermano sacó un par de taburetes y los colocó a unos metros de distancia del suelo. Cogieron la puerta sobre la que se encontraba el cadáver de Cuarto Tío y la apoyaron sobre los taburetes.

– Entra y descansa un poco, madre -apremió su hijo mayor-. Nosotros vigilaremos el cuerpo. Di lo que quieras, pero nuestro padre estaba destinado a morir de este modo, así que no hay motivo para estar triste.

Pero ella se sentó junto a la puerta y quitó con una ramita los gusanos que se arrastraban por los diversos orificios de Cuarto Tío mientras sus hijos extendían una lona desvencijada sobre la era y colocaban el cadáver de la vaca sobre ella hasta que su vientre quedó mirando hacia el cielo. A continuación, apuntalaron al animal en esa posición colocando unos ladrillos a cada lado de su espina dorsal. Las cuatro patas, tiesas como tableros, se extendían en el aire.

Número Uno cogió un cuchillo de carnicero y Número Dos una cuchilla. Comenzando por el centro del abdomen, abrieron el animal en tiras y, a continuación, comenzaron a desollarlo. Número Uno hacia el este, Número Dos hacia el oeste. Los conductos nasales de Cuarta Tía se impregnaron del intenso hedor que emanaba de los cadáveres de la vaca y de Cuarto Tío.


* * *

Cuñada, la luz tenebrosa de esa linterna caía sobre el rostro de mi marido, y sus ojos negros se posaron en mí hasta que las ráfagas de aire frío sacudieron las articulaciones de mi cuerpo. Por mucho que lo intenté, no pude apartar de él esos gusanos. Sé que es nauseabundo, pero en aquel momento no me lo pareció. Odiaba esos gusanos y aplasté a todos los que tenía en mi mano. Y a mis hijos lo único que les importaba era despellejar esa vaca. No pensaron lo más mínimo en su padre. Pero mi hija sacó una palangana llena de agua para lavarle el rostro con un algodón húmedo. Y como no teníamos otro cuchillo, recortó la incipiente barba gris de su mentón con un par de tijeras y hasta le cortó los pelos de la nariz. Cuando era joven, mi marido tenía una hermosa figura, pero al llegar a viejo se arrugó completamente, y era digno de ver. Después, mi hija le quitó su chaqueta de color verde oscuro y las dos se la pusimos por encima. Sé que no parece adecuado que un par de mujeres vista a un hombre, pero justo después de pedir a mis hijos que nos ayudaran, me di cuenta de que tenían las manos ensangrentadas y les dije que lo olvidaran. Jinju, dije, es tu propio padre, no es ningún extraño, así que vamos a vestirle entre tú y yo. Era un saco de huesos y pellejo y las ropas ayudaron mucho a mejorar su aspecto. Esta vez, mis hijos estaban luchando con el cuero, hasta que sus rostros quedaron empapados de sudor. Eso me recordó un chiste. Un anciano llama a sus tres hijos a su lecho de muerte: «Voy a morir pronto. ¿Cómo pensáis deshaceros de mi cuerpo?». El hijo mayor dijo: «Papá, somos tan pobres que no podemos permitirnos un ataúd decente, así que voy a comprar una caja de pino barata, te voy a meter dentro de ella, y luego te voy a enterrar. ¿Qué te parece?». «No me gusta, no me gusta ni un pelo», dijo su padre, sacudiendo la cabeza. El segundo hijo dijo: «Papá, creo que deberíamos envolverte en una esterilla de paja vieja y enterrarte de esa manera. ¿Qué te parece?». «Muy mal -dijo su padre- no me gusta nada». El tercer hijo dijo: «Papá, yo recomiendo hacer lo siguiente, te cortamos en tres pedazos, te desollamos y lo llevamos todo al mercado y te vendemos como si fueras carne de perro, ternera y burro. ¿Qué te parece?». Su padre sonrió y dijo: «Número Tres sabe cómo piensa su padre. Eso sí, no olvidéis añadir un poco de agua a la carne para que pese más». ¿Estás dormida, Cuñada?


* * *

Las manos de sus hijos estaban tan cubiertas de sangre y visceras que los cuchillos se les resbalaban, así que se las limpiaron en el suelo; los amarillos granos de arena que se pegaban en las manos parecían pequeñas pepitas de oro. Las moscas del recinto gubernamental, atraídas por el olor, llegaban revoloteando y se posaban sobre el cadáver de la vaca, arrastrándose por encima de ella. Número Dos las aplastó con el dorso de su cuchilla. Mientras tanto, Cuarta Tía pidió a Jinju que cogiera su desgastado abanico para evitar que las moscas se posaran sobre el rostro de Cuarto Tío y produjeran más gusanos.

El sonido de los pájaros mientras volaban por encima de sus cabezas rompió el silencio. Los oscuros nichos de la pared eran el hogar de los ojos verdosos y de los jadeos agitados de las criaturas salvajes.

Alrededor de la medianoche los hermanos por fin acabaron de desollar la vaca. El animal había quedado en carne viva, salvo en las cuatro pezuñas, y ofrecía un aspecto que recordaba al de un hombre desnudo que sólo llevara un par de zapatos. Número Dos vació un cubo de agua sobre el animal despellejado; a continuación, los chicos se sentaron en cuclillas a su lado y sacaron un cigarrillo. Cuando terminaron de fumar, comenzaron el proceso de carnicería.

– Ahora despacio -dijo Número Uno-. No dañemos los órganos.

Número Dos realizó una incisión en el abdomen, y las entrañas del animal se desparramaron, junto al ternero nonato. Un hedor caliente y apestoso invadió los orificios nasales de Cuarta Pía mientras los gritos de los pájaros inundaron el cielo por encima de sus cabezas.

Después de evacuar la larga espiral de intestinos, Número Dos estaba decidido a deshacerse de ellos, pero Número Uno se lo impidió diciendo que, si se limpiaban a fondo, iban bien con vino. Por lo que se refiere al ternero, declaró que un feto bovino nonato tenía propiedades medicinales y que la gente se enriquecía vendiéndolo como bálsamo de útero de ciervo.

No estés tan triste, Cuñada. ¿Dices que te han caído cinco años? Bueno, ya verás cómo pasan volando y, cuando llegue el momento de salir, tu hijo será un miembro útil para la sociedad.

– Es mejor ser un asesor militar que un repartidor de la propiedad -dijo Gao Jinjiao, el jefe de la aldea-. ¿Por qué yo? «Los oficiales que no solucionan los problemas del pueblo deberían quedarse en casa a plantar boniatos». Muy bien, oigamos lo que cada uno de vosotros tiene que decir y limitémoslo al presente.

– Director -dijo Número Uno-, queremos que dividas las propiedades.

Así pues, Gao Jinjiao comenzó.

– Tenéis una casa de cuatro habitaciones. Una para cada hermano y dos para Cuarta Tía. Cuando ella muera, y no es mi intención hacerle sentir mal, Cuarta Tía, pero la verdad no siempre es agradable, cada uno de vosotros recibirá una de sus habitaciones. Una es más grande que la otra y la pequeña incluye la puerta de entrada y el arco que se extiende por encima de ella. Los utensilios de cocina se dividirán en tres partes; más tarde, haréis lotes para ver quién se queda con cada parte. Los daños ocasionados a Cuarto Tío y a la vaca ascienden a tres mil seiscientos yuan, que al dividirlos da un resultado de mil doscientos para cada uno. Hay mil trescientos yuan en el banco, así que cada hijo percibe cuatrocientos y Cuarta Tía percibe quinientos. Cuando Gao Ma entregue los diez mil yuan, la mitad ir; a parar a Cuarta Tía y la otra mitad se dividirá en partes iguales entre los dos hermanos. Cuando Jinju se case, Cuarta Tía se hará responsable de la dote. Vosotros, chicos, podéis echarle una mano, pero nadie está obligado a hacerlo. Vuestros almacenes de grano se dividirá en tres partes y media, siendo Jinju la que reciba esa media. Cuando Cuarta Tía llegue a una edad en la que no pueda cuidar de sí misma tendréis que hacer turnos para ocuparos de ella, os alternáis cada mes o cada año, como queráis. Eso es todo. ¿Me he olvidado de algo?

– ¿Qué pasa con el ajo? -preguntó Hermano Mayor.

– Divididlo también en tres partes -respondió Gao Jinjiao- Pero no sé si Cuarta Tía, con la edad que tiene, podrá ir al mercado y vender su parte. Número Uno, ¿por qué no añades su cuota a la tuya y la vendes en el mismo mercado, dividiendo luego los beneficios?

– Director, esta pierna mía…

– Muy bien, entonces, ¿lo harás tú, Número Dos?

– Si él no lo hace, ¡ni pensarlo!

– Estamos hablando de vuestra madre, no de una completa desconocida.

– No necesito su ayuda. ¡Lo venderé yo misma! -proclamó Cuarta

Tía.

– Eso lo soluciona todo -dijo Número Dos.

– ¿Alguna cosa más? -preguntó Gao Jinjiao.

– Recuerdo que tenía una chaqueta nueva -dijo Número Uno.

– No se te pasa nada por alto, ¿verdad, pequeño bastardo? -espetó Cuarta Tía a su hijo-. Esa chaqueta es para mí.

– Recuerda lo que dice el refrán-protestó Número Uno-: Con la chaqueta del padre y las ataduras de la madre, la siguiente generación encuentra riqueza. ¿Para qué quieres conservar su chaqueta?

– Como estamos dividiendo las cosas, hagámoslo bien -comentó Número Dos.

– La mayoría manda -declaró Gao Jinjiao-. Será mejor que la saques, Cuarta Tía.

Ella abrió un viejo y desvencijado cajón y sacó la chaqueta.

– Hermano -dijo Número Uno-, ahora que hemos dividido todas las propiedades de la familia, mi soltería queda establecida para siempre. Como para ti resulta sencillo encontrar una esposa, entiendo que debería quedarme con la chaqueta.

– Querido hermano -replicó Número Dos-, puedo comer mierda, pero eso no significa que me guste su sabor. Como estamos dividiendo las propiedades de la familia, tenemos que ser justos. Nadie debería salir mejor parado que los demás.

– Una sola chaqueta y los dos la queréis -comentó Gao Jinjiao-. ¿Se os ocurre alguna idea? No sé qué hacer, salvo cortarla en dos partes iguales.

– Entonces, la única solución es dividirla en dos mitades -concluyó Número Dos.

Recogiendo la chaqueta, la extendió sobre un tocón de madera, entró a por la cuchilla y rajó la chaqueta por la mitad; Cuarta Tía le miró fijamente y los ojos se le llenaron de lágrimas. Después, apretando los dientes con el fuego de la determinación grabado en sus ojos, el hermano menor cogió las dos mitades y arrojó una a su hermano.

– Una mitad para ti y otra para mí -dijo-. Ahora estamos iguales.

Jinju, desdeñosa, cogió un par de zapatos raídos.

– Eran de nuestro padre. ¡Uno para ti y otro para ti!

Y arrojó un zapato a cada uno de sus hermanos.

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