CAPITULO 2

El ajo del Condado Paraíso es largo y crujiente: para el hígado de cerdo o el cordero frito olvidad las cebollas y el jengibre.

Si plantas puerros y vendes ajo serás rico: podrás comprarte ropa nueva, un nuevo hogar y encontrar una nueva esposa…

Extracto de una balada cantada una noche de verano de 1986

por Zhang Kou, el rapsoda ciego.


Ya se habían vendido todos los tallos de ajo y las trenzas de las cabezas colgaban de los aleros. Luego vino la cosecha del mijo, que se extendía para secarse antes de almacenarse en tinajas y barriles. La era que se extendía delante de la casa de Cuarto Tío se había barrido y al anochecer estaba completamente limpia, mientras los montones de paja aromática se elevaban bajo la centelleante luz de las estrellas. La brisa de junio que procedía de los campos hacía bailar la llama de la lámpara, a pesar de estar protegida por el cristal, contra el que las polillas verdes se golpeaban ruidosamente: tac, tac, tac. Nadie prestaba atención a esto salvo Gao Ma. Todos los demás permanecían de pie, sentados o en cuclillas bajo la luz de la lámpara, absortos por la presencia de Zhang Kou, el rapsoda ciego, que se encontraba sentado en un taburete, con las mejillas iluminadas por la luz dorada de la lámpara, que transformaba su rostro oscuro y demacrado.

Esta noche voy a coger su mano, eso es lo que voy a hacer, decidió Gao Ma con creciente emoción. Un torrente de fresca satisfacción emanó de su cuerpo mientras, con el rabillo del ojo, observó a la hija de Cuarto Tío, Jinju, que se encontraba de pie a no más de tres pasos de él. En cuanto Zhang Kou agarre su erhu para recitar el primer verso de su balada, la cogeré de la mano y se la apretaré, le apretaré hasta el último dedo. Ese rostro, redondo como un girasol de pétalos dorados, me ha roto el corazón. Incluso sus orejas son doradas. Tal vez no sea muy alta, pero es fuerte como la cría de un buey. No puedo esperar más tiempo, puesto que ya ha cumplido los veinte. El calor que emana de su cuerpo me está quemando.

Zhang Kou tosió y Gao Ma se acercó sólo un paso a Jinju. A continuación, tal como hacían todos los demás, clavó la mirada en Zhang Kou.

El intenso aroma de excrementos de caballo irrumpió desde el extremo opuesto de la era, donde un potro de color castaño galopaba ruidosamente, relinchando con toda su fuerza. Las estrellas brillaban intensamente en el oscuro, profundo y mullido firmamento, mientras a sus pies las mazorcas de maíz, esforzándose por crecer, se estiraban y crepitaban. Todo el mundo observaba a Zhang Kou, que estaba sentado con la espalda recta como una tabla mientras con una mano sujetaba el erhu y con la otra agarraba el arco hecho con crin de caballo, haciendo que las dos cuerdas emitieran un sonido rasgado y apagado que lentamente se convertía en notas intensas y melodiosas que se apretaban alrededor de los complacientes corazones de su audiencia. Los parpadeos escondidos en sus hundidas cuencas revolotearon y, mientras estiraba el cuello hacia su público, inclinaba la cabeza hacia atrás como si estuviera contemplando la noche estrellada.

Gao Ma se acercó tanto a Jinju que podía escuchar el ligero sonido de su respiración y sentir el calor de su voluptuoso cuerpo. Acercó tímidamente la mano hacia la suya, como si fuera una mascota en busca de una caricia en el hocico. Cuarto Tío, subido sobre un elevado taburete frente a Jinju, tosió. Gao Ma se estremeció, guardó precipitadamente la mano en el bolsillo de su pantalón y, encogiéndose de hombros con impaciencia, salió del anillo de luz y escondió su rostro en la sombra que proyectaba la cabeza de uno de los presentes.

El erhu de Zhang Kou lloró, pero el sonido era suave y dulce, brillante y terso, como hilos de seda que fluían hacia el corazón de su público, empujando la mugre que había acumulada en él y penetrando en sus músculos y en su carne, despojándolos de su polvo terrenal. Con los ojos clavados en la boca de Zhang Kou, escucharon cómo un canto ronco, aunque sonoro, salía de la inmensa abertura que aparecía en su rostro.

– Lo que quiero decir es… -la palabra «es» sonó más elevada, luego se acomodó lenta y lánguidamente, como si quisiera que la concurrencia la siguiera y viajara desde este mundo a otro fantástico que les llamaba a todos, pidiéndoles sólo que cerraran los ojos-, lo que digo es que un torrente de aire fresco emergió del Tercer Pleno del Comité Central: los ciudadanos del Condado Paraíso ya nunca más serán pobres.

Su erhu nunca se apartó de este simple estribillo y su público, aunque se sentía cautivado por la música, también sonrió en silencio. La causa de su júbilo era su enorme boca abierta, en la que perfectamente podía caber un pastel entero recién horneado. El ciego cabrón no tenía la menor idea de lo grande que era su boca. Las risas de su público no parecían molestarle. Cuando Gao Ma escuchó la risa de Jinju, se imaginó un rostro sonriente: las pestañas revoloteando, los dientes reluciendo como hileras de jade pulido. No pudo contenerse más y la observó con el rabillo del ojo; pero sus pestañas no se movían y sus dientes permanecían ocultos detrás de sus labios apretados. Su expresión solemne era, en cierto modo, una burla para él.

– El gobierno de la provincia nos ha pedido que plantemos ajo: el Departamento de Comercio va a comprar nuestras cosechas, a un yuan el kilo, las va a guardar en almacenes refrigerados y las va a vender en primavera con un margen de beneficios…

Una vez que se había acostumbrado a la visión de la enorme boca abierta de Zhang Kou, la muchedumbre se olvidó de su alegría y escuchó atentamente su balada.

El pueblo se alegró enormemente cuando vendió su ajo.


Frió un poco de cerdo, extendió con el rodillo unas tortas


y las rellenó de cebolletas,


el vientre de Gran Hermana Zhang es tan grande como una nrna.


«¡Oh! -exclamó ella- mírame, ¡estoy embarazada!».


La multitud rugió alegremente. -¡Maldito seas, viejo ciego! -gritó una mujer. Una ventosidad cálida se escapó de Gran Hermana Li: «Ja, ja», la mitad de las mujeres del público se echó a reír.

Jinju era una de ellas. Maldito seas, Zhang Kou, ¿por qué tienes que decir cosas así? Gao Ma murmuró para sí mismo. Cuando te doblas, se te levanta el trasero y puedo ver la línea de tu ropa interior a través de tus finos pantalones. Eso mismo te sucede cuando estás en los campos durante el día. Zhang Kou, prueba a contar el cuento de El Peñasco Rojo.

Quiero cogerte la mano, Jinju. Ya he cumplido los veintisiete y tú ya tienes veinte años. Quiero que seas mi esposa. Cuando estás con la azada en tu campo de alubias, yo rocío mi campo de maíz y mi corazón suena como los pulgones que se posan sobre las mazorcas durante la temporada seca. Los campos parecen no tener fin. Hacia el sur se encuentra el pequeño monte Zhou, que tiene un cráter volcánico en cuyo interior se arraciman las nubes. En momentos como ése, suspiro por poderte hablar, pero tus hermanos siempre están cerca, descalzos y desnudos hasta la cintura, con la piel bronceada por el sol. Tú estás completamente vestida y empapada de sudor. ¿De qué color eres, Jinju? Eres de color amarillo, eres de color rojo, eres de color dorado. Tuyo es el color del oro; por eso brillas como él.

El erhu de Zhang Kou se volvió más melodioso a medida que su voz se elevaba mientras relataba el cuento de El Peñasco Rojo:

Jiang Xuequin salió a dar un paseo,


el jefe de policía se dirigió con paso decidido hacia ella,


con un reloj de oro en la muñeca


y en su cuello una trenza de ajo de tres metros.


Va agazapado mientras camina.


Su padre es chino y su madre americana,


y se unieron para engendrar a un monstruo viviente.


Mira lascivamente a través de sus sesgados ojos


mientras sostiene una pistola en cada mano.


Bloquea el paso de la pobre chica. Una risa siniestra.


Ja, ja…


Las pistolas apretadas contra los pechos de Gran Hermana Jiang.


Ella es demasiado buena para alguien como Liu Shengli. Casarse con él sería como plantar una flor en una montaña de excrementos de vaca o como ver a una bella mariposa enamorarse de un escarabajo pelotero. Voy a cogerle la mano. Hoy es la noche. Se acercó un poco más a ella, hasta que sintió que se tocaban sus pantalones. Siguió mirando hacia la boca de Zhang Kou -que se abría y cerraba, se abría y cerraba- tratando de aparentar tranquilidad y compostura. ¿No hay nadie a mi alrededor? Mi corazón suena como las hojas de maíz movidas por el viento. Y recordó la primera vez que sintió que su corazón se dirigía a Jinju, hacía un año.

Me encontraba tumbado en el campo de maíz, mirando cómo las nubes se cortaban por las afiladas hojas que se extendían por encima de mi cabeza. Las nubes se desvanecían, el cielo estaba despejado, el suelo abrasado por el sol quemaba mi espalda. La savia blanca se arracimaba y colgaba de filamentos suaves, negándose a caer a la tierra, como las lágrimas sobre sus pestañas… El mijo se movía formando ondas y luego se quedaba inmóvil en cuanto el viento se detenía. Los tallos maduros se inclinaban hacia el suelo y un par de urracas estridentes pasó volando sobre mi cabeza, mientras una mordisqueaba la cola de la otra. Una golondrina curiosa las seguía, mezclando los gritos con los suyos. El aire apestaba al olor del ajo fresco que procedía de la tierra.

Jinju se encontraba sola en el campo, con la espalda doblada mientras cortaba el mijo, que dejaba caer un puñado tras otro entre sus piernas, y crujía pesadamente, golpeaba el suelo y se enroscaba hacia arriba como una tupida cola amarilla. Mi mijo estaba todo amontonado y apilado. Las hileras demacradas de maíz trataban de ver el sol y llenaban los vacíos que existían entre los montones, como consecuencia de haber plantado un cultivo mixto; pero el mijo avasallaba a los endebles tallos de maíz. Una hectárea no era suficiente para un soltero como yo. He clavado mis ojos en ella desde que me despidieron del ejército el año pasado. Ella no es hermosa, pero yo tampoco lo soy. Tampoco es que sea fea, aunque yo tampoco lo soy. No era más que una niña desgarbada cuando me marché y ahora ha crecido mucho y es muy fuerte. Me gustan las mujeres robustas. Llevaré a mi mijo a casa esta misma tarde. Mi reloj de pulsera marca Diamante hecho en Shanghái, que se adelanta aproximadamente veinticinco segundos cada día, dice que son las 11.03 horas. Lo ajusté con el reloj de la radio hace unos días, así que deben ser las once en punto. No tengo prisa por llegar a casa.

El sentimiento de compasión de Gao Ma se hizo más intenso a medida que se levantaba, guadaña en mano, observando en secreto a Jinju, que trabajaba con la misma concentración con la que las urracas se perseguían la una a la otra sobre su cabeza, seguidas de cerca por una solitaria golondrina. Ella no sabía que había alguien a su espalda. Gao Ma llevaba en su bolsillo un pequeño reproductor de cásete, que escuchaba utilizando unos auriculares. Las baterías gastadas distorsionaban el sonido, pero la música era buena y eso era lo que importaba. Una chica joven es como una flor. La espalda de Jinju era amplia y plana y su cabello estaba húmedo. Respiraba con dificultad.

El compasivo Gao Ma se quitó los auriculares y los dejó caer junto al cuello, donde la música distorsionada todavía era audible.

– ¡Jinju! -gritó con voz suave.

La música que procedía de los extremos mullidos de los auriculares resonó contra su garganta, haciendo que ésta vibrara. Los cogió y los ajustó.

Ella se enderezó lentamente, con una expresión vaga en su rostro sudoroso y polvoriento. Sujetaba una guadaña con la mano de recha y un puñado de mijo con la izquierda. Sin decir una palabra, miró el rostro de Gao Ma, que estaba ensimismado por la curva de su pecho, que se dibujaba debajo de los bolsillos de una casaca andrajosa de color azul difuminado. Jinju no dijo nada. Dejó caer la guadaña, dividió el mijo en dos montones y los dejó caer al suelo. Entonces sacó un pedazo de cáñamo y envolvió con él los montones.

– Jinju, ¿por qué tienes que hacer eso tú sola?

– Mi hermano ha ido al mercado -contestó suavemente, frotándose el rostro con la manga y golpeándose la cintura con el puño. El sudor había modificado su rostro pálido. Las hileras de cabellos húmedos se le pegaron a las sienes.

– ¿Tienes calambres?

Ella sonrió. Los dientes incisivos estaban moteados ligeramente por unas manchas de color verde, pero las demás piezas relucían. Un ojal sin abrochar mostraba un escote blanco y terso que le desconcertaba. La garganta estaba salpicada de pequeñas marcas rojas que le producían las espigas del mijo, que también habían depositado troci- tos de polvo blanco sobre su piel.

– ¿Tu hermano mayor también se ha ido al mercado?

Gao Ma deseaba no haber dicho eso, ya que su hermano mayor estaba tullido y, por esa razón, era Segundo Hermano el que normalmente iba al mercado.

– No -contestó serenamente.

– Entonces, debería haber venido a ayudarte.

Ella miró de soslayo bajo la luz del sol. Gao Ma sintió lástima de ella.

– ¿Qué hora es, Hermano Mayor Gao Ma?

Éste miró su reloj.

– Las once y cuarto -y rápidamente añadió-: pero mi reloj se adelanta un poco.

Ella suspiró suavemente y miró por encima del campo de mijo.

– Tienes suerte, Hermano Mayor Gao Ma, sólo tienes que preocuparte de ti mismo. Y ahora que has terminado, puedes irte a descansar. -Volvió a suspirar de nuevo y, a continuación, se giró y volvió a coger la guadaña-. Tengo que regresar al trabajo.

El se quedó inmóvil por un momento detrás de su figura encorvada.

– Voy a ayudarte -dijo suspirando.

– Gracias, pero no puedo permitir que lo hagas -replicó ella mientras se enderezaba.

El la miró a los ojos.

– ¿Por qué no? No tengo nada que hacer. Además, ¿para qué están los vecinos?

Ella bajó la cabeza y murmuró.

– Muy bien, puedes ayudarme…

Gao Ma sacó el reproductor de cásete de su bolsillo, lo apagó y lo dejó en el suelo, con los auriculares.

– ¿Qué estás escuchando? -preguntó Jinju.

– Música -contestó, colocándose el cinturón.

– Debe ser bonita.

– No está mal, pero las baterías están desgastadas. Mañana voy a comprar otras para que puedas escucharla.

– No, yo no -dijo con una sonrisa-. Si lo rompo, no podré pagar el arreglo.

– No es tan frágil -replicó-. Y es la cosa más sencilla del mundo. Además, nunca te pediría que lo pagaras.

Comenzaron a cortar su mijo, que crujía ruidosamente. Ella^a por delante de él, pero por cada dos hileras que cortaba, él segaba tres. Ella extendía los puñados y él los recogía.

– Tu padre no es tan viejo como para no venir a ayudarte -se quejó.

Jinju detuvo la guadaña en el aire.

– Hoy tiene invitados.

El tono apesadumbrado y afligido de su voz no pasó por alto a Gao Ma, que decidió zanjar el tema y volver al trabajo. Su ánimo también se sintió dolido por el mijo que rozaba su rostro y sus hombros.

– Corto tres hileras por cada dos que cortas tú y no me dejas avanzar -dijo bruscamente.

– Hermano Mayor Gao Ma -se quejó ella, a punto de echarse a llorar-, estoy agotada.

– Debería haberlo imaginado -replicó-. Este trabajo no es para una mujer.

– Los seres humanos podemos soportar toda ciase de cosas.

– Si tuviera una esposa estaría en casa, atendiendo la cocina o cosiendo la ropa o dando de comer a las gallinas. Nunca la obligaría a trabajar en el campo.

Jinju le miró y murmuró:

– Sería una mujer con suerte, fuera quien fuera.

– Jinju, dime qué es lo que los aldeanos hablan de mí.

– Nunca les he oído comentar nada.

– No te preocupes… Sea lo que sea, podré soportarlo.

– Bueno, algunos dicen… No te enfades… Dicen que metiste la pata cuando estuviste en el ejército.

– Y es verdad, así fue.

– Dicen que tú y la esposa del comandante de un regimiento… Que os pillaron juntos…

Gao Ma se echó a reír.

– No era su esposa, sino su concubina. Y yo no la amaba. La odiaba… Les odiaba a todos.

– Cuántas cosas has visto y hecho… -dijo ella lanzando un suspiro.

– Todo eso vale menos que el pedo de un perro -gruñó. Arrojando al suelo la guadaña, recogió un montón de mijo y se incorporó. Dándole una patada con enfado, volvió a maldecir-: ¡Vale menos que el pedo de un perro!

Entonces apareció cojeando el hermano tullido de Jinju, recordó Gao Ma. Aunque todavía no había cumplido los cuarenta, tenía el pelo blanco y su rostro estaba enormemente arrugado. Su pierna izquierda, más corta que la derecha, era muy fina y le producía una pronunciada cojera.

– ¡Jinju! -gritó-. ¿Es que piensas quedarte aquí hasta el almuerzo?

Colocando una mano sobre sus ojos, Gao Ma murmuró:

– ¿Por qué tu hermano te trata como si fueras su peor enemigo? Ella se mordió el labio mientras dos enormes lágrimas resbalaron por sus mejillas.

Jinju, no he conocido un momento de paz desde que lloraste ese día. Te amo, quiero que seas mi esposa… Ya ha pasado un año, Jinju, pero me evitas cada vez que intento hablar contigo… Quiero rescatarte de una vida infernal. Zhang Kou, sólo te pido que recites otra docena de versos, el tiempo suficiente para que pueda coger su mano… Aunque ella grite delante de todos, aunque su madre salte sobre mí y me maldiga o me abofetee. No, no va a gritar, sé que no lo hará. Es infeliz con el matrimonio que han concertado para ella. El mismo día en que su hermano mayor la llamó, el día que la ayudé a recoger la cosecha, sus padres firmaron un acuerdo con el abuelo de Liu Shengli y los padres de Cao Wen, emparejando a tres chicos con tres chicas como si fueran langostas, una cadena con tres vínculos, una forma sórdida de crear nuevas familias. Ella no me odia; sé que le gusto. Cuando nos encontramos, baja la cabeza y se aleja, pero puedo ver cómo las lágrimas resbalan por sus mejillas. Me duele el corazón, rne duele el hígado, me duelen los pulmones, me duele el estómago, me duelen las entrañas, me duele todo lo que hay dentro de mí…

– Comandante, deprisa, da la orden -espetó Zhang Kou-. Envía tus tropas por la montaña… Salva a nuestra Hermana Mayor Jiang… Han muerto tantas polillas en la llama amarilla de la linterna. Nuestra Hermana Mayor Jiang se encuentra cautiva, las masas temen por su seguridad. ¡Camaradas! Debemos mantener la cabeza f ría: si nos arrebatan a nuestra Hermana Mayor, yo seré el primero en llorar su pérdida… La vieja dama dispara dos pistolas, su cabello blanco revolotea con el viento, las lágrimas resbalan por su rostro.

Di algo, Zhang Kou. Canta, Zhang Kou.

– Mi marido languidece en un campo de prisioneros… Su viuda y su hija huérfana siguen con la revolución…

Zhang Kou, sólo te pido un par de versos más, dos más, y podré coger su mano, podré sentir el calor de su cuerpo, podré oler el sudor de sus axilas.

– Hacer la revolución no significa actuar de forma temeraria. Debe hacerse de forma lenta y segura y tenemos que ir paso a paso.

Se desató una explosión dentro de su cabeza y un halo de luz se arremolinó hasta que se vio circundado por una nube de muchos colores. Alargó el brazo; su mano parecía tener ojos, o quizá la mano de Jinju le había estado esperando todo este tiempo. Gao Ma la agarró con fuerza.

Sus ojos se abrieron, pero no pudo ver nada. No hacía frío y, sin embargo, estaba tiritando; su corazón palideció.

A la noche siguiente Gao Ma se escondió detrás de un montón de paja que se acumulaba en el borde de la era de Jinju, esperando ansiosamente. La noche era de nuevo estrellada y una fina luna creciente daba la sensación de estar suspendida en el cielo, desde la punta de un elevado árbol, con sus rayos luminosos debilitados por el firmamento envolvente. Un potro castaño galopaba por el borde de la era, que estaba limitada al sur por una amplia zanja cuya pendiente se encontraba repleta de arbustos de color índigo. De vez en cuando, el potro galopaba hacia el interior de la zanja y ascendía por el otro lado y, cuando atravesaba los arbustos, los hacía crujir. Las lámparas estaban encendidas en la casa de Jinju, donde su padre -Cuarto fío Fang- se encontraba en el patio, gritando y siendo constantemente interrumpido por Cuarta Tía, la madre de Jinju. Gao Ma se esforzó por escuchar su conversación, pero se encontraba demasiado lejos. Un puñado de periquitos -que superaba sobradamente el centenar- emitía un estruendo ensordecedor en el hogar de Gao Zhileng, el vecino de los Fang. Aquel ruido ponía los nervios de punta a todos. Gao Zhileng criaba periquitos para ganar dinero, cosa que hacía en gran cantidad; era la única familia de la aldea que no tenía que recurrir al ajo para poder vivir.

Los agudos chillidos de los periquitos taladraban los oídos, mientras el potro castaño, sacudiendo la cola con rapidez, se paseaba por la zona, introduciendo sus brillantes ojos en todos los agujeros que había en la neblinosa oscuridad. Comenzó a mordisquear una pila de paja, aparentemente sólo a medias, pero bastante como para enviar con el viento el olor un poco enmohecido del mijo hacia donde se encontraba Gao Ma, que se agazapaba alrededor de la pila para estar más cerca de la puerta enrejada de Jinju, a través de la cual se filtraba la luz. No podría saber qué hora era, ya que su reloj no tenía la pantalla iluminada. Alrededor de las nueve, supuso. Justo entonces, el reloj de la casa de Gao Zhileng comenzó a dar las horas y Gao Ma se alejó unos pasos de los gritos de los periquitos para poder contar las campanadas. Las nueve en punto. Había acertado. Sus pensamientos regresaron a lo que había sucedido la noche anterior y a la película Le Rouge et le Noir, que había visto cuando estaba en el ejército: Julien le coge la mano a Madame de Renal mientras cuenta las campanadas del reloj de la iglesia.

Gao Ma había apretado la mano de Jinju y ella le había apretado la suya. No se las soltaron hasta que Zhang Kou acabó su balada y lo hicieron muy a su pesar. En la confusión que se produjo mientras todos se levantaban y se marchaban, él susurró:

– Mañana por la noche te esperaré junto al montón de paja. Tenemos que hablar.

Él no la miró, ni siquiera sabía si ella le había escuchado. Pero al día siguiente trabajó con la mente tan distraída que constantemente arrancaba los brotes y dejaba las malas hierbas. El sol de la tarde todavía se elevaba sobre el cielo cuando se fue a casa, donde se recortó la barba, se explotó un par de espinillas que tenía en la nariz, se quitó con las tijeras un poco de mugre entre los dientes y se lavó la cabeza sin pelo y el cuello con jabón de baño. Después de comer algo rápidamente, sacó un cepillo de dientes apenas usado y la pasta dentífrica y obsequió a sus dientes con un buen cepillado.

Los gritos de los periquitos le hicieron perder los nervios y cada vez que se acercaba resueltamente a la puerta, daba media vuelta y regresaba a su escondite. Entonces, la puerta crujió e hizo que su corazón diera un vuelco. Metió la mano en la pila de paja hasta el codo sin sentir nada en absoluto. De repente, el potro castaño se encolerizó y empezó a galopar, emitiendo un ruido sordo con los cascos mientras embarraba la paja en su carrera.

– ¿Dónde crees que vas a estas horas? -gritó Cuarta Tía.

– No es tarde. Apenas acaba de anochecer. -El simple hecho de oír la voz de Jinju le hizo sentir un poco culpable.

– Te he preguntado a dónde vas -repitió Cuarta Tía.

– Voy junto al río a refrescarme -respondió Jinju con determinación.

– No tardes.

– No te preocupes, no me voy a escapar.

Jinju, Jinju, protestó suavemente Gao Ma, ¿cómo lo puedes soportar?

El cerrojo sonó ruidosamente cuando la puerta se cerró. Desde el lugar privilegiado que ocupaba junto a la paja, Gao Ma observó con anhelo cómo la borrosa silueta de la joven se dirigía hacia el norte, en dirección al río, en lugar de acercarse hacia él. Hizo un esfuerzo por contener el instinto de correr tras ella, pensando que aquello era una farsa para engañar a su madre.

Jinju… Jinju… Enterró su rostro en la paja, sus ojos se humedecían. Mientras tanto, el potro galopaba de acá para allá detrás de él, y los periquitos seguían gritando con fuerza. Hacia el sur, en el apestoso embalse plagado de maleza, las ranas se croaban unas a otras, emitiendo un sonido que resultaba desagradable para el oído.

Todo esto hizo que Gao Ma recordara aquella noche hacía tres años en la que él y la concubina del comandante de su regimiento se habían escapado juntos: cómo aquella mujer de nariz respingona y rostro pecoso se había arrojado a sus brazos, cómo la había cogido por el talle y había olido su intenso olor corporal. Como si se aferrara a un tronco de madera, la había abrazado aunque no la amaba. Eres despreciable, se regañó a sí mismo, fingir que estás enamorado para mejorar tu situación con su patrón. Sin embargo, al final se hizo justicia y tuve que pagar un precio muy alto por mi hipocresía.

Pero el caso es muy diferente con Jinju. Me muero por ella, por mi Jinju.

Ella caminó envuelta entre la sombra de la pared, esquivando la luz de las estrellas que iluminaba la era, y se acercó hacia él. El corazón de

Gao Ma latía ferozmente y comenzó a temblar mientras le castañeteaban los dientes.

Jinju anduvo alrededor del montón de paja y se detuvo a unos metros de él.

– ¿De qué querías hablarme, Hermano Mayor Gao Ma? -su voz se estremecía.

– Jinju… -Tenía los labios tan rígidos que apenas podía emitir palabra. Oyó cómo latía su propio corazón y una voz que se estremecía como la de una mujer. Luego tosió, aunque la tos sonó bastante forzada y artificial.

– No… Por favor, no hagas ningún ruido -suplicó ella ansiosamente mientras retrocedía unos cuantos pasos.

El potro, sintiéndose travieso, frotó la ijada contra el montón de paja, incluso extrajo un poco con sus labios y la extendió por el suelo delante de ellos.

– Aquí no -repuso Gao Ma-. Bajemos a la zanja.

– No puedo… Si tienes algo que decirme, date prisa y dilo.

– Ya te he dicho que aquí no.

Gao Ma descendió al borde de la era, encaminándose hacia la zanja. Jinju siguió sin moverse. Pero cuando él se giró para ir a por ella, ésta comenzó a caminar tímidamente hacia él. Gao Ma se abrió camino por entre los arbustos índigos y esperó a que Jinju llegara al fondo de la zanja y, cuando la joven alcanzó la suave pendiente lateral, la cogió de la mano y tiró de ella hacia él.

Jinju trató de retirar su pequeña mano, pero Gao Ma la envolvió firmemente entre las suyas y la apretó.

– Te amo, Jinju -soltó-. ¡Cásate conmigo!

– Hermano Mayor Gao Ma -contestó dulcemente-, sabes que estoy prometida para que mi hermano se pueda casar.

– Lo sé, pero también sé que eso no es lo que deseas.

Ella se soltó con la mano que le quedaba libre.

– Sí que lo es.

– No, sé que no. Liu Shengli es un hombre de cuarenta años y tiene infectada la tráquea. Está demasiado enfermo como para poder cargar agua. ¿Me estás diciendo que te quieres casar con una carne de ataúd como ésa?

Jinju respondió con un quejido y el sonido permaneció suspendido en el aire durante un instante.

– ¿Qué puedo hacer? -gimió-. Mi hermano ya ha cumplido los treinta… Está tullido… Cao Wenling sólo tiene diecisiete años y es más hermosa que yo…

– Tú no eres tu hermano y no tienes obligación de ir a la tumba por él.

– Hermano Mayor Gao Ma, así es el destino. Debes encontrar una buena mujer… Yo… La próxima vida…

Sujetándose el rostro entre las manos, Jinju se giró y se dirigió hacia los arbustos de índigo. Pero Gao Ma la sujetó, haciendo que tropezara y cayera en sus brazos.

Él la abrazó con tanta fuerza que podía sentir el calor de su blando vientre, pero cuando trató de encontrar su boca con la suya, ella se cubrió el rostro con las manos. Impávido, Gao Ma comenzó a mordisquear el lóbulo de su oreja mientras las finas hileras de cabello rozaban su rostro. Su emoción dio paso a unas cenizas que ardían en lo más profundo de su corazón. Ella comenzó a retorcerse, como si le atormentara un intenso picor. De repente, dejando caer las manos, pasó los brazos alrededor de su cuello.

– Hermano Mayor Gao Ma, por favor, no me mordisquees la oreja -suplicó entre lágrimas-. No puedo soportarlo…

Gao Ma volvió a llevar su boca a la de Jinju y comenzó a lamer su lengua. Ella gimió, mientras las lágrimas ardientes resbalaban por sus ojos y humedecían sus rostros. Un torrente de aire caliente emanó del estómago de Jinju, dejando en Gao Ma el sabor del ajo y de la hierba fresca.

Sus manos se movieron bruscamente por el cuerpo de la joven.

– Hermano Mayor Gao Ma, debes ser más delicado. Me estás haciendo daño.

Se sentaron abrazados en la pendiente de la zanja, con las manos corriendo libremente por los cuerpos. A través de las hendiduras que había entre las espesas ramas de índigo podían ver la luz dorada del firmamento en el intenso azul del cielo. La luna creciente se estaba hundiendo. Un satélite orbitaba a través de la Vía Láctea y el aire estaba inundado del aroma característico del índigo.

– ¿Qué es lo que amas de mí? -preguntó Jinju, mirándole a los ojos.

– Todo.

La temperatura de la noche se iba refrescando mientras hablaban en tono susurrante.

– Pero sabes que estoy comprometida -dijo Jinju con un escalofrío-. Lo que estamos haciendo está mal, ¿verdad?

– No, en absoluto. Estamos enamorados.

– Pero yo estoy prometida.

– Tienes que registrarte para estar legalmente casada.

– ¿Eso significa que podemos estar juntos?

– Sí. No tienes más que decirle a tu padre que no estás de acuerdo con el matrimonio.

– No -protestó, chasqueando la lengua-. Me matarían… Siempre he sido una carga para ellos.

– ¿Quieres decir que prefieres casarte con un moribundo?

– Eso me temo. -Se echó a llorar-. Mi madre dice que se envenenará si no lo hago.

– Es una táctica para asustarte.

– No sabes cómo es.

– Sé que sólo intenta asustarte.

– ¿No sería maravilloso que tuvieras una hermana pequeña? Así ella se podría casar con mi hermano y yo podría ser tu esposa.

Gao Ma suspiró y acarició el frío hombro de Jinju. Estaba a punto de echarse a llorar.

– Hermano Mayor Gao Ma, podemos ser amantes secretos. Entonces, cuando él muera, nos casaremos.

– ¡No! -explotó Gao Ma. Después la besó y pudo sentir el calor en su vientre. Un hocico peludo rozó sus cabezas, mientras el sonido de la respiración áspera y el aroma de la hierba fresca rodearon sus cuellos. Casi se mueren del susto, hasta que descubrieron aliviados que se trataba del potro, que estaba cometiendo una de sus travesuras.

Jinju enseñó a Gao Ma el funesto contrato de matrimonio. Había llegado a mediodía al hogar de Gao Ma, un mes después de su encuentro entre el índigo. Después de aquello, se veían casi todas las noches: primero en la zanja, luego en los campos, ocultándose en las tierras de cultivo plantadas de chalotes. Observaban cómo avanzaba la luna llena o la luna creciente, cubierta o no de nubes; las hojas estaban moteadas de insectos plateados que emitían todo tipo de sonidos y el rocío fresco humedecía la tierra seca bajo sus pies. Ella lloraba y él reía; él lloraba y ella reía. Las intensas pasiones del amor hacían que la joven pareja cada vez estuviera más demacrada, pero sus ojos resplandecían y centelleaban como cenizas ardientes.

Los padres de Jinju habían enviado un mensaje de protesta a Gao Ma: nunca ha existido la hostilidad ni el rencor entre nuestras familias y no tienes ningún derecho a interferir en nuestros matrimonios concertados.

Jinju atravesó la puerta como un torbellino y miró ansiosamente por encima de su hombro, como si alguien la estuviera siguiendo. Gao Ma la llevó hasta el kang, donde se sentó.

– No van a venir a buscarnos, ¿verdad? -preguntó con voz temblorosa.

– No -le aseguró Gao Ma, acercándole una taza de agua. Pero Jinju apenas humedeció los labios antes de dejar la taza de color ébano sobre la mesa.

– No te preocupes, nadie va a venir -le aseguró él-. Y, además, ¿qué ocurre si lo hacen? No tenemos nada de qué avergonzarnos.

– Lo he traído.

Jinju extrajo de su bolsillo un pedazo de papel rojo doblado y lo dejó caer sobre la mesa antes de derrumbarse sobre el kang, ocultando el rostro con sus manos y echándose a llorar.

Gao Ma frotó dulcemente su espalda tratando de que dejara de llorar pero, cuando vio que era inútil, desplegó la hoja de papel, que estaba escrita con caligrafía negra:

En el propicio décimo día del sexto mes del año mil novecientos ochenta y cinco, prometemos al nieto mayor de Lia Jiaqing, Lin Shengli, con Fang Jinju, hija de Fang Yunqiu; a la segunda hija de Cao Jinzhu, Cao Wenling, con el hijo mayor de Fang Yunqiu, Fang Yijun y a la segunda nieta de Liu Jiaqing, Liu Lanlan, con el hijo mayor de Cao Jinzhu, Cao Wen. Con este acuerdo, nuestras familias quedan unidas para siempre, aunque los ríos se desequen y los océanos se conviertan en desiertos. Quedan como testigos los tres protagonistas: Liu Jiaqing, Fang Yunqiu, Cao Jinzhu.

En el papel, junto a los nombres de los tres protagonistas, figuraban sus oscuras huellas dactilares.

Gao Ma volvió a doblar el contrato y lo guardó en el bolsillo, luego abrió un cajón y sacó un folleto.

– Jinju -dijo-, deja de llorar y escucha la Ley sobre Matrimonio. La sección 3 dice: «Están prohibidos los matrimonios concertados, los matrimonios mercenarios y todos los demás matrimonios que restrinjan la libertad individual». A continuación, en la sección 4 dice: «Los dos contrayentes del matrimonio deben dar su consentimiento. Ni ellos ni ninguna tercera parte pueden utilizar la coerción para obligar a que la otra parte celebre el matrimonio». Esa es la política nacional, que es más importante que este mugriento pedazo de papel. No tienes por qué preocuparte.

Jinju se incorporó y se secó los ojos con la manga.

– ¿Qué se supone que debo decirle a mis padres?

– Muy fácil. No tienes más que decir: «Padre, Madre, no amo a Liu Shengli y no voy a casarme con él».

– Haces que parezca muy sencillo. ¿Por qué no se lo dices tu?

– No creas que no lo haré -respondió malhumorado-. Se lo diré esta misma noche. Y si a tu padre y a tu hermano no les gusta, lo arreglaremos como hombres.

Era una noche nublada, cálida y bochornosa. Gao Ma engulló un poco de arroz que había sobrado y se dirigió al banco de arena que había detrás de su casa, todavía sintiendo cierto vacío en su interior. El sol del atardecer, como una sandía dividida por la mitad, teñía de rojo las nubes dispersas que flotaban sobre el horizonte y las copas de las acacias y los sauces. Como no había ni un soplo de viento, el humo de la chimenea se elevaba formando ligeras columnas que luego se desintegraban y se mezclaban con los residuos de las columnas adyacentes. Las dudas iban en aumento: ¿debería ir a casa de Jinju?, ¿qué iba a decir cuando llegara? Los rostros sombríos y amenazadores de los hermanos Fang flotaban ante sus ojos, al igual que hacían los ojos de Jinju inundados de lágrimas. Finalmente, abandonó el banco de arena y se dirigió hacia el sur. La calle, que siempre se le hacía dolorosamente larga, de repente parecía haberse acortado como por arte de magia. Apenas había partido y ya se encontraba allí. ¿Por qué no podía ser más largo el camino, mucho más largo?

Cuando se detuvo frente a la puerta de Jinju, se sintió más vacío que nunca. Levantó varias veces la mano para llamar, pero enseguida la dejaba caer. Al anochecer, los periquitos proferían un sonido enloquecedor en el patio de Gao Zhileng, como si quisieran burlarse de Gao Ma. El potro castaño galopaba por la era, con una campanilla nueva atada alrededor del cuello que sonaba estruendosamente y provocaba el relinchar de los caballos que se encontraban en la lejanía; el potro corría como una flecha en vuelo, dejando tras de sí el rastro del repicar de la campanilla.

Gao Ma apretó los dientes hasta casi ver las estrellas y, a continuación, golpeó la puerta, que abrió Fang Yixiang, el impetuoso y ligeramente ridículo segundo hijo. 51

– ¿Qué deseas? -preguntó sin disimular su desagrado.

Gao Ma sonrió.

– Sólo vengo a haceros una visita amistosa -contestó pasando junto a Fang Yixiang y dirigiéndose hacia el patio. La familia se encontraba cenando fuera, rodeada de una oscuridad que hacía imposible ver lo que había en la mesa. Gao Ma sintió que el valor empezaba a abandonarle.

– ¿Todavía estáis cenando? -preguntó.

Cuarto Tío se limitó a resoplar.

– Sí -dijo impasible Cuarta Tía-. ¿Y tú?

Gao Ma respondió que ya había comido.

Cuarta Tía ordenó bruscamente a Jinju que encendiera la linterna.

– ¿Para qué necesitamos la linterna? -preguntó Cuarto Tío con cierta desconsideración-. ¿Tienes miedo de mancharte la nariz con la comida?

Pero Jinju entró en la casa y encendió una linterna. Luego la llevó al patio y la colocó en el centro de la mesa, donde Gao Ma advirtió la presencia de una cesta de sauce llena de tortas y de un tazón de espesa pasta de alubias. El ajo estaba esparcido por todas partes.

– ¿Estás seguro de que no quieres un poco? -preguntó Cuarta Tía.

– Acabo de comer -respondió Gao Ma dirigiendo su mirada hacia Jinju, que se sentaba con la cabeza agachada, sin comer ni beber.

Por otra parte, Fang Yijun y Fang Yixiang estaban rellenando las tortas de pasta de alubias y ajo, luego las enrollaban y se las metían en la boca con ambas manos hasta que se les hinchaban las mejillas. Mientras fumaba su pipa. Cuarto Tío observaba a Gao Ma con el rabillo del ojo.

Cuarta Tía miraba a Jinju.

– ¿Por qué no comes en lugar de estar ahí sentada como un trozo de madera? ¿Es que pretendes ser inmortal?

– No tengo hambre.

– Sé muy bien lo que está pasando por vuestras furtivas cabezas -dijo Cuarto Tío- y ya os podéis ir olvidando.

Jinju miró a Gao Ma antes de decir con tono brusco:

– ¡No lo haré…! ¡No voy a casarme con Liu Shengli!

– ¡No esperaba otra cosa de una puta como tú! -maldijo Cuarto Tío mientras lanzaba la pipa contra el suelo.

– ¿Con quién te quieres casar? -le preguntó entonces Cuarta Tía.

– Con Gao Ma -respondió desafiante.

Gao Ma se puso de pie.

– Cuarto Tío, Cuarta Tía, la Ley sobre el Matrimonio estipula…

– ¡Dadle una paliza a ese bastardo! -le cortó Cuarto Tío-. ¡No puede venir a nuestra casa y comportarse de esta manera!

Los dos hermanos soltaron la comida que tenían en las manos, cogieron los taburetes y se lanzaron a la carga.

– ¡Emplear la violencia va contra la ley…! ¡Es ilegal! -protestó Gao Ma mientras trataba de esquivar los golpes.

– ¡Nadie nos va a culpar si te golpeamos hasta la muerte! -replicó Fang Yijun.

– Gao Ma -dijo Jinju entre lágrimas-. ¡Sal de aquí!

Su cabeza sangraba a borbotones.

– Adelante, golpeadme si queréis. Ni siquiera os voy a denunciar. ¡Pero no podéis detenernos ni a Jinju ni a mí!

Desde su asiento al otro lado de la mesa, Cuarta Tía cogió un rodillo y lanzó a Jinju un golpe en la frente.

– ¿Acaso la palabra «vergüenza» no significa nada para ti? Vas a matar a tu propia madre.

– ¡Que se jodan tus antepasados, Gao Ma! -gritó Cuarto Tío-. ¡Mataré a mi hija antes de dejar que se case contigo!

Gao Ma se limpió la sangre que tenía en las cejas.

– Puedes golpearme todo lo que quieras, Cuarto Tío -dijo-, pero si le pones un dedo encima a Jinju, te denunciaré a las autoridades.

Cuarto Tío cogió su pesada pipa de bronce y golpeó a Jinju con fuerza en la cabeza. Esta, emitiendo un débil quejido, se derrumbó en el suelo.

– ¡Vamos, denúnciame por esto! -dijo Cuarto Tío.

Mientras Gao Ma se agachaba para ayudar a Jinju a levantarse, Fang Yixiang le golpeó con un taburete.

Cuando Gao Ma recobró el conocimiento, se encontraba tumbado en mitad de la calle, con una enorme figura mirando por encima de él. Era el potro castaño. Unas cuantas estrellas se asomaban tímidamente a través de las nubes. Los periquitos del patio de Gao Zhileng gritaban. Levantando un brazo lentamente, tocó el cuello satinado del potro, que le mordisqueaba el dorso de la mano mientras su campanilla repicaba ruidosamente.

Al día siguiente de recibir la paliza, Gao Ma acudió a la s5e3de del gobierno municipal para hablar con el administrador adjunto, quien, borracho como una cuba, estaba sentado en un sofá andrajoso, sorbiendo té. En lugar de saludar a Gao Ma, le dirigió una mirada con cara de sueño.

– Adjunto Yang -dijo Gao Ma-, Fang Yunqiu está violando la Ley sobre Matrimonio obligando a su hija a casarse con Liu Shengli. Cuando ella protestó, le golpeó en la cabeza hasta hacerla sangrar.

El adjunto dejó el vaso sobre la mesa que se encontraba junto al sofá.

– ¿Y eso a ti qué te importa? -preguntó sarcásticamente.

– Es la mujer con la que me quiero casar -dijo Gao Ma después de dudar por un instante.

– Por lo que he oído, es la mujer con la que se va a casar Liu Shengli.

– En contra de su voluntad.

– Eso no es asunto tuyo. Tomaré cartas en el asunto cuando ella venga a verme, pero no antes.

– Su padre no dejará que salga de casa.

– ¡Vete, vete, vete! -El diputado le echó como si estuviera espantando a una mosca-. Tengo cosas mejores que hacer que discutir contigo.

Antes de que Gao Ma pudiera protestar, un hombre encorvado de mediana edad entró en la sala. Su complexión pálida contrastaba enormemente con sus labios encarnados; parecía que se encontrara a las puertas de la muerte. Gao Ma se echó a un lado y observó cómo cogía una botella de licor y un poco de pescado en lata de una bolsa negra que trataba de imitar al cuero y lo colocó todo sobre la mesa.

– Octavo Tío -dijo-, ¿qué es eso que he oído acerca de un incidente que se produjo en la familia Fang?

Sin dignarse a responder al comentario de su sobrino, el diputado se levantó del sofá y tocó la cabeza de Gao Ma.

– ¿Qué te ha ocurrido? -preguntó divertido.

La piel que rodeaba la herida estaba tirante y los dolores agudos casi hicieron gritar a Gao Ma. Notaba cómo le pitaban los oídos. Con voz débil y aguda, dijo:

– Me caí… y me golpeé la cabeza.

– ¿Porque alguien te golpeó? -el diputado preguntó con una sonrisa de complicidad.

– No.

– Los hermanos Fang son un par de mierdas inútiles -prosiguió el diputado, dejando de sonreír. Y luego añadió maliciosamente-: ¡Si hubiera sido yo, te habría roto tus malditas piernas y habrías tenido que volver a casa arrastrándote!

El diputado roció a Gao Ma de saliva, que se limpió con la manga mientras el hombre abrió la puerta para echarle y la cerró a su espalda con un fuerte golpe. Gao Ma saltaba torpemente sobre los escalones de cemento, tratando de no perder el equilibrio. Se sentía tan mareado que tuvo que apoyarse contra la pared para evitar que todo le diera vueltas. Cuando por fin el mareo remitió un poco, miró hacia la puerta verde y comenzó a recuperar lentamente la conscien- cia. Algo caliente y húmedo se introdujo en sus cavidades nasales, descendiendo luego por el rostro. Trató de contenerlo, pero no pudo; sea lo que fuera lo que saliera de su nariz y entrara en su boca, tenía un sabor salado y apestoso, y cuando bajó la cabeza, observó el líquido rojo brillante que goteaba sobre los pálidos escalones de cemento.

Gao Ma se tumbó mareado sobre el kang, sin la menor idea de cuánto tiempo llevaba allí o de cómo había llegado a casa desde el recinto municipal. De hecho, lo único que recordaba era la sangre fresca que goteaba silenciosamente desde su nariz hasta los escalones.

Las pequeñas perlas rojas salpicaban como cerezas maduras -desmenuzándose, salpicando…-. La presencia de esas perlas rojas rompiéndose reconfortó a Gao Ma. Estaban unidas formando una hilera; todo el calor de su cuerpo se concentraba en un único punto, saliendo a través de la nariz hasta formar un charco de sangre en los escalones. La punta de su lengua, que ya se había familiarizado con aquel sabor empalagoso, tocó sus labios fríos y se abrió otra grieta en su cerebro. El potro castaño se encontraba en el recinto municipal ante la puerta verde, donde las malvarrosas amarillas florecían en abundancia. El animal le observaba con sus ojos húmedos y cristalinos. Gao Ma se dirigió hacia él y alargó la mano para agarrar una rama cubierta de malvarrosas con espinos. Los rayos del sol caían con fuerza y sintió cómo las pesadas flores bailaban por encima de su cabeza. Trató de levantar la mirada, pero la luz del sol golpeó sus ojos. Arrancó una hoja de malvarrosa por la mitad e hizo una bola con ella, con la que se taponó la nariz, pero la acumulación de sangre caliente hinchó su cabeza y, mientras el sabor salado se extendía a través de la boca, supo que la sangre estaba descendiendo por la garganta. Todos los orificios humanos están conectados.

Gao Ma quería machacar la puerta verde del complejo, pero no le quedaban fuerzas suficientes. Asumió que todos los que trabajaban en las oficinas municipales -oficiales, carpinteros, fontaneros, personas que se ocupaban de los asuntos de las mujeres, planifica- dores familiares, recaudadores de impuestos, nuevos transportistas, bebedores, consumidores de comida, bebedores de té, fumadores-, más de cincuenta en total, habían visto cómo fue expulsado del recinto como quiei56arranca un hierbajo o como quien fustiga a un perro. Trató de mantener la respiración mientras intentaba limpiarse su mano ensangrentada en las letras rojas que estaban esculpidas en el cartel blanco del edificio del gobierno.

El joven portero, que llevaba una camisa a cuadros, le dio una patada por la espalda.

– ¡Maldito cabrón! -bramó Camisa a Cuadros, aunque Gao Ma sólo escuchó un ruido sordo-. ¿Dónde crees que te estás limpiando esa sangre de perro que tienes? ¡Estúpido cabrón! ¿Quién te ha dicho que puedes dejar aquí tu sangre de perro?

Después de retroceder un par de pasos para mirar las letras rojas del cartel de madera, Gao Ma sintió que le abrasaba el fuego de la ira; dirigió una bocanada de saliva ensangrentada hacia Camisa a Cuadros, que era ágil y que probablemente practicaba artes marciales. El portero se apartó de la trayectoria y se lanzó a por Gao Ma, que preparaba otro salivazo ensangrentado que lanzó hacia su fino y alargado rostro.

– ¿Qué estás haciendo ahí fuera, Li Tie? -sonó la voz de la autoridad, que procedía del interior del recinto gubernamental.

Camisa a Cuadros bajó los brazos sumisamente.

Gao Ma lanzó el sangriento escupitajo contra el suelo y se alejó de allí sin volver la vista hacia el portero. Con el horizonte azul extendiéndose ante sus ojos, observó con tristeza la suave pendiente del arroyo. Convencido de que no podría caminar erguido, clavó las rodillas en el suelo para ir gateando a cuatro patas hasta casa, como si fuera un perro.

Sería un largo y penoso viaje; la cabeza se caía por su propio peso y sentía como si se fuera a desprender del cuerpo y a caer re dando en el arroyo. Las espinas se le clavaban en las manos y tenía la sensación de que le habían acribillado la espalda con dardos envenenados.

Después de superar la pendiente del arroyo, se incorporó. El dolor punzante que sentía en la espalda era tan intenso que se giró para mirar atrás y vio a Camisa de Cuadros dirigiéndose hacia la puerta con un cubo de agua y un estropajo para limpiar la sangre del cartel. El vendedor ambulante de melones que había en la cuneta daba la espalda a Gao Ma, quien todavía no se había quitado de la cabeza la imagen de los ojos fosforescentes del anciano. Aunque se encontraba muy mareado, podía distinguir el grito del vendedor: «Melones… melones mollares…».

Aquel sonido apuñalaba su corazón. Sólo quería ir a casa y tumbarse tranquilamente en su kang, como un hombre que está muerto a ojos del mundo.

Entonces alguien llamó a su puerta. Trató de incorporarse, pero la cabeza le pesaba demasiado. Haciendo un esfuerzo por abrir los ojos, vio a la esposa de su vecino, Yu Qiushui, observándole con los ojos llenos de compasión.

– ¿Te sientes mejor? -preguntó.

Gao Ma trató de abrir la boca, pero un torrente de líquido amargo ahogó su garganta y su nariz.

– Llevas inconsciente tres días -dijo Yu Qiushui-. Nos has dado un susto de muerte. Aunque tenías los ojos cerrados, no parabas de gritar: «¡Chicos y chicas, los niños a la pared!» y «¡El potro! ¡El pequeño potro!». Hermano Mayor Yu llamó al médico y te puso un par de inyecciones.

Gao Ma hizo un esfuerzo por incorporarse, con la ayuda de la esposa de Llermano Mayor Yu, que le colocó un mugriento edredón detrás de la espalda. Bastó con mirar el rostro de Yu para darse cuenta de que lo sabía todo.

– Muchas gracias y dale también las gracias a Hermano Mayor Yu -dijo mientras las lágrimas empezaban a aflorar.

– Llorar no te va a ayudar -le consoló-. No te atormentes pensando que lo tuyo con Jinju iba a funcionar eternamente. Por ahora, preocúpate sólo de recuperarte. Dentro de unos días me marcho a casa de mi familia y te encontraré a una mujer tan buena como Jinju.

– ¿Qué ha pasado con Jinju? -preguntó preocupado.

– Dicen que su familia la golpea a diario. Cuando los Cao y los Liu se enteraron de la noticia, corrieron a su casa a mediar. Pero, como dice el refrán, no puedes obligar- a un melón a ser dulce. A Jinj u no le espera una vida feliz.

Gao Ma, repentinamente agitado, trató de levantarse del kang, pero ella le detuvo.

– ¿Qué crees que estás haciendo?

– Tengo que ir a ver a Jinju.

– Querrás decir que tienes que ir al encuentro de la muerte. Los Cao y los Liu se encuentran allí. Si te dejas ver, sería un milagro si no te matan.

– ¡Yo… yo los mataré primero! -gritó con fuerza, agitando el puño en el aire.

– Querido Hermano Pequeño -dijo la esposa de Yu severamente-, utiliza la cabeza. No pienses esas cosas. Lo único que vas a conseguir es que te metan una bala en el cuerpo.

Exhausto, Gao Ma se recostó en el kang mientras las lágrimas resbalaban por su desaliñado rostro y se introducían en sus orejas.

– ¿A quién le importa? -lloró-. No tengo a nadie por quien merezca la pena vivir.

– Vamos. No te rindas tan fácilmente. Si Jinju y tú estáis hechos el uno para el otro, nadie podrá separaros eternamente. Después de todo, vivimos en una sociedad nueva, así que tarde o temprano prevalecerá la razón.

– ¿Le podrías enviar un mensaje?

– No hasta que las cosas se calmen un poco. Mientras tanto, controla tus impulsos y concéntrate en recuperarte. Las cosas van a mejorar, no te preocupes.

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