Un jefe de prefectura que extermina clanes, un administrador del Condado que aniquila familias. Ninguna broma delirante sale de las bocas del poder: nos dices que plantemos ajo y eso es lo que hacemos, así que, ¿qué derecho tienes a no comprarnos nuestra cosecha?
Extracto de una balada de Zhang Kou cantada delante de la casa del administrador de la Provincia Zhong después de la saturación.
Ella perdía y recuperaba la consciencia mientras se apoyaba en la espalda de Gao Ma, con los brazos enrollados fuertemente alrededor de su poderoso cuello. Cuando cruzaron el río Corriente Favorable, abandonando un condado y entrando en otro, sentía que todos los lazos que había entre ella y su pasado, entre ella y su hogar, entre ella y sus familiares -si es que todavía seguía considerándolos como tales-, se habían cortado de un solo golpe. Dejó de escuchar los gritos de su padre y de su hermano, pero sentía que todavía estaban a su espalda. Lanzados con dardos dorados, bailaban en el aire antes de volar por el río y se enganchaban en las puntas de los arbustos de yute. Con los ojos cerrados, se pudo concentrar en el sonido que emitía el cuerpo de Gao Ma mientras atravesaba el campo de yute, tan densamente tupido que incluso detenía el viento, creando un suave sonido de olas oceánicas.
El yute se movía agitado, rompiéndose como el agua para dejar un pasillo por el que poder atravesarlo para después cerrarse al instante. Había momentos en los que Jinju se sentía como si se encontrara navegando en un pequeño bote -algo que nunca había hecho en la vida real- y cuando abrió los ojos tuvo ante sí un panorama extraordinariamente colorido. Así que los cerró de nuevo y sintió el sosiego que se apoyaba sobre la base del agotamiento. La respiración agitada de Gao Ma sonaba como los soplidos de un temible toro mientras corría a través del yute, como una interminable extensión de grilletes suaves y flexibles contra los cuales forjaban un camino fijo -al menos, así es como ella se sentía-. En su mente, un sol enorme del color del bronce se hundía lentamente en un cielo velado en la punta de un universo caótico. Un racimo de palabras desconocidas inundaba el aire -ella ni las entendía ni recordaba dónde las había oído antes- y se desvanecía con la misma rapidez con la que apareció, dejando tras de sí la majestuosa presencia del cielo y la tierra. El yute se doblaba dulcemente con el fresco viento del anochecer y después se ondulaba ligeramente antes de enderezarse con lentitud: era como un mar de color escarlata. Ella yisu hombre se habían transformado en un pez que se había olvidado de nadar.
El yute, todos los arbustos de yute estáis en su camino, y en el mío. Vuestros labios verdes se amohinan y vuestros astutos ojos de ébano miran de soslayo; os reís con inusitada alegría y estiráis las piernas con los rostros sonrientes, extremidades traicioneras.
Gao Ma se tropezó y cayó al suelo y, mientras su cuerpo amortiguó la caída de Jinju, ésta sintió cómo el yute cedía bajo su peso. Un mar de yute aumentó y golpeó por encima de ellos como las olas de la marea, tragándolos completamente. Sin atreverse a abrir los ojos, trató de sumergirse en un estado de letargo. Los sonidos del mundo se perdieron en la distancia hasta que todos sus sentidos se agudizaron para captar la suavidad del yute.
Se despertó con el rugido de las olas, que rompían persistentemente sobre su cuerpo hasta que abrió los ojos. Lo primero que vio fue el rostro demacrado de Gao Ma, bañado en los intensos rayos anaranjados del sol. Su rostro era de color púrpura, sus labios estaban resecos y partidos; tenía círculos oscuros alrededor de los ojos y su cabello parecía el pelaje áspero de un chucho callejero. Estremeciéndose al contemplar semejante panorama, al instante se dio cuenta de que su mano apretaba fuertemente la suya y, mientras le miraba a los ojos, tuvo la sensación de que aquella persona que le agarraba la mano era un completo desconocido. El terror que le recorrió todo el cuerpo se vio invadido por una ligera sensación de culpabilidad, cuya aceptación la aterrorizó todavía más. Jinju le soltó la mano y se apartó de él, hasta que su retirada se vio cortada por una imponente e inflexible pared de yute. Las tajadas doradas de los rayos de sol asomaban a través de los agujeros de la pared de yute y las hojas en forma de garra temblaban emitiendo algún tipo de indicación secreta.
Escuchó la voz de su padre, vieja y áspera: «Jinju… Jinju…». Se incorporó torpemente y agarró la mano de Gao Ma. «Jinju… Jinju…». Esta vez se trataba de la voz de Hermano Mayor, aguda y nerviosa. Sus gritos planeaban sobre las puntas de los arbustos de yute y avanzaban hacia el horizonte. Gao Ma se incorporó, con los ojos redondos y despiertos, como los de un perro arrinconado.
Contuvieron la respiración y escucharon atentamente. El crujido de los arbustos y los sonidos de las pesadas respiraciones en el banco de arena dirigiéndose hacia el norte penetraron profundamente en la quietud de la noche. Jinju podía escuchar su propia respiración.
– Jinju… Jinju… Jinju… Jinju! ¡Pequeña puta, te comportas así para acabar conmigo!
Casi podía ver llorar a su padre. Soltándose de la mano de Gao Ma, se levantó con lágrimas en los ojos.
Los gritos de su padre eran más sombríos que nunca. Jinju lanzó un grito justo antes de que Gao Ma le tapara la mano con la boca. La mano apestaba a ajo -ella la arañó, y sus gritos ahogados se escaparon entre los dedos-. Gao Ma pasó el otro brazo alrededor de su cintura y comenzó a llevársela a rastras. Ella le arañó la cabeza. Mientras Gao Ma contenía la respiración, dejó caer la mano con la que tapaba la boca de la joven. Un líquido húmedo y viscoso se deslizó por las yemas de los dedos de Jinju mientras se clavaban en el cráneo de Gao Ma y observó cómo aparecían regueros de sangre de color rojo cobrizo en el nacimiento del pelo y resbalaban hacia las cejas.
Jinju pasó sus brazos alrededor del cuello de Gao Ma.
– Dime… ¿Qué es esto? -dijo llorando.
Gao Ma se tocó la frente con su palma.
– Has arrancado la costra de la herida que me hicieron con el taburete.
Jinju, apoyando la cabeza sobre el hombro de su amado, gimió suavemente.
– Hermano Mayor Gao Ma, todo es culpa mía… Yo te he hecho esto.
– No es culpa tuya. Me lo he buscado yo solo -dijo haciendo una pausa-. Jinju, me he dado cuenta con total claridad de cómo son las cosas. Vuelve a casa.
Una vez dicho esto, se agachó y ocultó la cabeza entre sus manos.
– No… Hermano Mayor… -Jinju se agachó y pasó sus brazos alrededor de las rodillas de Gao Ma-. He tomado una decisión. Voy a seguirte allá donde vayas, aunque tengamos que mendigar para sobrevivir.
La noche cayó mientras el sol se hundía en el horizonte. Las puntas del yute estaban envueltas por una neblina verde etérea, a través de la cual asomaba una docena de estrellas del tamaño de un puño. Jinju se torció el tobillo y cayó.
– Gao Ma -gritó-. No puedo dar un paso más…
Él se agachó y la ayudó a incorporarse.
– Tenemos que seguir avanzando. Tu familia enviará a alguien para que nos dé caza.
– Pero no puedo caminar -replicó entre lágrimas.
Él se despegó de sus brazos y comenzó a pasear de un lado a otro. El zumbido de los insectos de otoño se escuchaba entre el yute, al tiempo que un perro ladraba desde una aldea lejana.
Jinju se tumbó de espaldas completamente aturdida. Tenía el tobillo hinchado y le dolían las piernas.
– Duerme un poco -dijo Gao Ma-. Aquí debe haber cinco mil hectáreas de yute y la única manera de que nos puedan encontrar es usando perros policía. Cierra los ojos y trata de dormir un poco.
Jinju se despertó en mitad de la noche. El cielo estaba cubierto de estrellas que parpadeaban misteriosamente. Las pesadas perlas de rocío golpeaban con ruido sobre las hojas del yute que se habían caído al suelo.
Los insectos emitían sus zumbidos con más fuerza que nunca, llenando el aire de un sonido que recordaba al roce de las cuerdas del laúd con una púa de bambú. Desde el suelo del campo de yute procedía un susurro parecido al de las arenas movedizas. Así es como se debe sentir uno cuando navega por el océano, pensó Jinju, tumbada de espaldas. El yute desprendía un olor acre que recogía el aroma fétido de la tierra húmeda que emanaba del suelo. Un par de aves nocturnas volaba formando círculos sobre sus cabezas, mientras el aleteo de sus alas y sus espeluznantes bramidos penetraban en la espesa bruma. Jinju trató de darse la vuelta, pero le resultó imposible, ya que su cuerpo era tan pesado que tenía la sensación de haberse convertido en piedra. Una miríada de ruidos diminutos y apenas perceptibles procedía del campo, como si estuviera invadido por pequeñas criaturas misteriosas que brincaban y se deslizaban de puntillas entre las plantas de yute, cuyos ojos fosforescentes parpadeaban y brillaban con luz trémula. Volvió a sentirse invadida por el pánico.
Haciendo acopio de toda la fuerza que le quedaba, Jinju se puso de pie con mucho esfuerzo. El aire frío de la noche de otoño le había helado hasta los huesos, entumeciendo sus extremidades con la humedad del suelo. De repente, se acordó de una advertencia que una vez le había dado su madre: si duermes al raso sobre el suelo húmedo en una noche de bruma puedes contraer la lepra. El rostro de la anciana pasó como una centella por delante de sus ojos, arrastrando consigo un torrente de remordimientos: no tenía ningún kang caliente sobre el que dormir, ningún ratón se escabullía por las vigas del techo, ningún grillo chirriaba en la esquina de la pared, y no escuchaba a Hermano Mayor hablar en sueños ni los ronquidos de Segundo Hermano en la habitación de al lado. Se quedó paralizada como si su cuerpo hubiera dejado de funcionar, con el pensamiento fijo en su acogedor y humeante kang. Asustada al pensar en la noche que la envolvía y en el día que estaba por venir, de repente se vio a sí misma como una mujer completamente irracional y a Gao Ma como un ser detestable.
Sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad y ahora las estrellas brillaban con fuerza en el cielo, y una parte de su luz se había vuelto de color verde pálido, como si se reflejaran en ella las hojas y los tallos del yute. Miró a Gao Ma, que se encontraba sentado a sólo unos cuantos pasos de distancia, con las manos entrelazadas alrededor de las rodillas para que le sirvieran de almohada a la cabeza. Como si fuera una figura esculpida en piedra, no se movía ni emitía el menor sonido. En ese momento, estaban separados por un inmenso abismo y Jinju se sintió muy sola mientras, uno a uno, los ojos verdes de su alrededor se acercaban más y más y el crujido de las hojas secas producido por unas diminutas garras repiqueteaba en sus oídos. A su espalda se extendía un manto de aire fresco, mientras unos hocicos helados se arrimaban a su cogote. Un grito se escapó de su garganta sin que pudiera evitarlo.
Gao Ma se puso de pie de un salto y corrió en círculos mientras el yute crujía como el aceite hirviendo, y una hilera de pequeñas luces verdes brillaba a su alrededor como un aro que da vueltas.
– ¿Qué ocurre? ¿Qué está pasando?
Se trataba de un hombre, y no de una fría y oscura roca en un arrecife, y su pánico hizo que Jinju se olvidara de sus pensamientos. Las oleadas de aire frío que venían por su espalda le empujaron a los brazos de Gao Ma, hacia el calor de su cuerpo.
– Hermano Mayor Gao Ma, tengo miedo, y también frío…
– No temas, Jinju. Estoy aquí.
Gao Ma la sujetó con firmeza, y la fuerza de sus brazos reavivó en ella una serie de recuerdos que llevaban mucho tiempo dormidos. Sólo unos meses atrás, aquel hombre me había agarrado tal y como lo hace ahora y había apretado su boca barbuda contra la mía. Pero ahora Jinju no disponía de la voluntad ni de la fortaleza necesaria para responder a la llamada de sus labios ardientes, que desprendían un fuerte hedor a ajo enmohecido.
Jinju volvió su rígido cuello y le abrazó con fuerza.
– Tengo frío… por todo el cuerpo…
Gao Ma la soltó y las rodillas de Jinju se doblaron. Cogió el abrigo de donde ella lo había dejado y, mientras lo sacudía, una nube de destellos verdes salpicó el yute, aumentando y apagándose, resplandeciendo y difuminándose.
Gao Ma le cubrió los hombros con el abrigo. El aire húmedo de la noche lo había vuelto pesado y despedía el apestoso hedor de una repugnante piel de perro. Gao Ma le ayudó a tumbarse en el suelo para masajearle las articulaciones con sus manos encallecidas. Cada uno de los dedos, cada uno de los músculos y tendones fueron frotados y masajeados, y todas sus articulaciones fueron pinchadas y punzadas por las manos de Gao Ma. En cada punto que tocaba se extendía una sucesión de corrientes eléctricas. Una ola de calor le recorría de pies a cabeza y regresaba de nuevo a los pies. Cerrando los ojos hasta que no fueron más que unas simples hendiduras, Jinju alargó el brazo para atrapar las chispas verdes que flotaban alrededor de la espalda desnuda de Gao Ma, que era delgada y enjuta. Pero lo que encontró más atractivo de él fueron sus oscuros pezones masculinos del tamaño de un guisante, que repentinamente Jinju se sintió tentada a pellizcar.
Algunas veces, Gao Ma aplicaba sobre sus músculos una fuerte presión, otras veces su mano apenas pasaba por encima de su piel; algunas veces pinchaba sus articulaciones con fuerza y otras apenas las punzaba. La respiración de Jinju se agitaba cada vez más y su corazón empezaba a latir con fuerza, haciendo que borrara de su mente todas las cosas que había pensado hacía sólo unos minutos. El cuerpo de Gao Ma estaba frío y húmedo junto al calor del suyo, respirando en bocanadas heladas que ahora emitían un olor ligeramente mentolado. Jinju se puso en tensión al sentir lo que estaba por llegar.
Cuando los dedos de Gao Ma se separaron de su piel, Jinju reaccionó con una mezcla de temor y curiosidad, levantando los brazos como si quisiera protegerse de algo. Pero las ásperas manos de Gao Ma acariciaban sus pechos, haciendo que sintiera multitud de escalofríos que le tensaban la piel, mientras un torrente de sacudidas eléctricas recorría todo su cuerpo.
Alrededor de Gao Ma relucían unos puntos verdes; se posaban en los arbustos de yute, bailaban, volaban, describían arcos irregulares, densos y deliciosos… Gao Ma estaba casi envuelto en esas chispas verdes, que aparecían incluso sobre sus dientes.
Jinju escuchó sus propios gemidos.
Una multitud de chispas verdes, una multitud de luciérnagas que chisporroteaban mientras volaban por el aire. Jinju dobló la columna, apoyándose en su espalda como si estuviera agarrando las chispas que se iluminaban sobre Gao Ma. «No siempre son verdes. Observa cómo cambian de color: ahora son de un escarlata intenso…, ahora son verdes…, ahora escarlata…, ahora verdes otra vez… Y, por último, presentan un reluciente manto de oro».
No se levantaron hasta poco antes del amanecer. Sólo cuando estaba acurrucada en sus brazos, Jinju percibía que aquello era real; en cuanto sentía su abrazo, todo cobraba forma, pero no sustancia.
– Debes estar agotado, Hermano Mayor. ¿Te encuentras bien?
La boca de Gao Ma estaba pegada a la oreja de ella, respirando en su interior bocanadas de aire mentolado.
Las estrellas, diminutos fragmentos de jade verde, parpadeaban en el cielo pálido. La bruma era cada vez más intensa, como también lo era el apestoso hedor de la tierra húmeda. Los insectos, rendidos después de resonar durante toda la noche, dormían plácidamente. Ningún sonido salía de los rostros congelados de los arbustos de yute. Con el retumbar de las olas en sus oídos, los párpados humedecidos y pegajosos, Jinju enterró su cabeza en el pliegue del codo de Gao Ma, y allí cayó en un profundo sueño, con los brazos envueltos firmemente alrededor de su cuello.
Los trinos de los pájaros anun-ciaron la llegada del amanecer. Las gotas de perla del rocío cubrían las verdes hojas del yute que, una vez recuperada toda su energía, apuntaban directamente hacia el cielo. Los tallos -de color rojo intenso que de vez en cuando se tornaba amarillo claro- permanecían erguidos e imponentes. El sol de la mañana enviaba sus rayos rojos hacia la tierra hasta iluminar el rostro de Gao Ma. Era un rostro enjuto, aunque claro y despierto. Un brillo irrefrenable de felicidad centelleaba en sus ojos. En ese momento, supo que Jinju ya no podría apartarse de él ni siquiera! 22i minuto. Su fuerza le atraía hacia él como si fuera un imán, hasta el punto de que los ojos de Jinju seguían todos sus movimientos. Los recuerdos de la noche que acababan de pasar hacían que su corazón latiera con fuerza y que la sangre se precipitara sobre su rostro. Una vez más, Jinju se arrojó a sus brazos, incapaz de controlar sus emociones, mordisqueándole el cuello. Tragó con avidez su propia saliva, mezclada con la mugre salada y sudorosa de su amado. Cuando le mordió en la arteria carótida sintió su poderoso palpitar, una sensación que la transportaba a un mundo de encantamiento y de maravillas, donde perdía el control sobre sí misma. Jinju le mordió, le chupó, acarició la piel con sus labios y, mientras lo hacía, sintió cómo sus órganos internos se abrían como si fueran flores nuevas.
– Hermano Mayor Gao Ma -dijo-, Hermano Mayor Gao Ma, no hay nada que pueda hacerme arrepentir de esto, ni siquiera la muerte.
Las perlas de rocío golpeaban contra el suelo y las ramas parecían estar recubiertas de una capa de aceite que emitía un brillo deslumbrante, mientras que de la tierra emanaba una humedad vaporosa. De algún lugar situado a su espalda llegó el grito de una codorniz moteada, un sonido interminable y ahogado como si, por arte de magia, el ave hubiera introducido su pico en la tierra para amortiguar su grito. Otra codorniz devolvió la llamada desde algún lugar situado enfrente. El aire de la primera hora de la mañana permanecía inmóvil, sujetando los arbustos de yute como un arrecife de coral que permanece inerte en un mar rojo.
– Tenemos que comer algo -dijo Gao Ma apartándola.
Ella le dedicó una sonrisa y volvió a tumbarse, levantando la mirada hacia las caóticas chispas verdes y a los fragmentos de luz del sol de color rojo dorado. Enseguida se concentró en algún punto oculto que se encontraba en el hueco de su mente donde permanecía el sonido de las mareas crecientes, distantes y misteriosas. Deseando poder sumergirse eternamente en ese reino, permaneció completamente inmóvil y contuvo la respiración; las chispas, como diminutos glóbulos de mercurio, se congelaron en el espacio y se estremecieron brevemente, como si quisieran mostrar que podían deslizarse en cualquier momento.
– Vamos, levántate a comer -dijo Gao Ma, sacudiéndole la muñeca. Sacó algunas tortas y un poco de ajo de su fardo. Después de pinchar las puntas secas y marchitas y los extremos bulbosos de los tallos, dejando únicamente las partes intermedias frescas y verdes, enrolló seis de ellos en una de las tortas y se la entregó a Jinju.
La joven sacudió la cabeza, ya que todavía estaba inmersa en las placenteras sensaciones que había sentido un momento antes y quería aferrarse a ellas el mayor tiempo posible. El olor acre del ajo le puso los pelos de punta -con el tiempo, había llegado a odiarlo-.
– Come algo, así nos podremos poner de nuevo en marcha -dijo Gao Ma.
Jinju cogió a regañadientes el rollo de torta, pero esperó hasta que él hubiera empezado la suya antes de realizar su primera tentativa. La torta era fina, dura y resistente como un trapo congelado. La mandíbula de Gao Ma rechinaba, sus mejillas se contraían y Jinju escuchaba el sonido del ajo crudo y frío que crujía repugnantemente en su boca. Por fin se decidió a morder su ración de ajo, que se partió fríamente, como si fuera un bambú cortado con un cuchillo. La boca se le llenó de saliva, pero su corazón, que ahora estaba crudo y frío, se arrugó en su interior.
Gao Ma engullía su comida, gruñendo ásperamente mientras masticaba, y lanzó una ruidosa ventosidad. Jinju, torciendo el rostro con una sensación de desagrado, volvió a dejar la torta enrollada dentro del fardo azul, donde se abrió para mostrar su contenido de ajo.
– ¿Qué te ocurre? -preguntó ansiosamente con un hilillo de fibra de ajo atrapado entre los dientes.
– Nada, tú come -respondió ella en voz baja. El aliento a ajo de Gao Ma hizo que volviera a ser consciente del abismo que se abría entre los dos.
Una vez que hubo terminado su torta, Gao Ma introdujo su mano en el fardo y sacó la torta de Jinju.
– No tienes por qué comer esto si no quieres -dijo mientras la enrollaba-. Te voy a comprar algo más apetitoso cuando lleguemos a Caballo Pálido.
– ¿A dónde vamos, Gao Ma?
– Cuando lleguemos a Caballo Pálido, cogeremos el autobús a Lanji y el tren al noreste. Estoy seguro de que tus hermanos y el resto de tu familia nos están esperando en la estación de Paraíso -dijo mientras su voz iba adoptando un tono siniestro, y luego prosiguió-: Nos aseguraremos de que su plan no tenga éxito.
– ¿Qué vamos a hacer en el noreste? -preguntó Jinju, un tanto aturdida.
– Iremos al municipio de Magnolia, en Hailong jiang. Uno de mis compañeros del ejército es el administrador adjunto del municipio. Él puede ayudarnos a encontrar trabajo -dijo Gao Ma, demostrando que había pensado las cosas. Luego dirigió su atención hacia la segunda torta enrollada, que comenzó a comer mientras dejaba escapar otra estruendosa ventosidad.
Ella soltó una risita tonta, sin saber muy bien qué era lo que le hacía tanta gracia.
Gao Ma se sonrojó.
– Creo que he vivido solo demasiado tiempo -dijo avergonzado-. No te rías de mí.
Sintiendo que le perdonaba inmediatamente, Jinju dijo como si estuviera hablando con un niño:
– No eres distinto a los demás. Todo el que come grano sabe lo que es tener gases.
– ¿Las mujeres también? No me imagino a alguien tan hermoso como tú dejando escapar ventosidades.
– Las mujeres también son humanas -dijo Jinju.
La neblina que se había posado sobre las hojas de yute se había evaporado. Hacia el norte, en algún lugar del bosque, un burro rebuznaba estruendosamente.
– No podemos viajar a plena luz del día, ¿verdad? -preguntó ella.
– Pues claro que podemos, precisamente eso es lo último que esperan que hagamos. Estamos a quince kilómetros de Caballo Pálido, a unas tres horas andando. Para cuando tus hermanos lleguen para seguirnos la pista, ya estaremos en Lanji.
– No quiero ir -protestó Jinju-. Ahora te pertenezco a ti. Tal vez mi familia haya cambiado de opinión y nos permita estar juntos.
– Deja de soñar, Jinju -replicó Gao Ma-. Tendrás suerte si no te golpean hasta la muerte.
– Mi madre me quiere… -Sus ojos se llenaron de lágrimas.
– ¿Cómo puedes decir eso? Ella sólo quiere a tus hermanos y te utiliza como títere para poder casarlos. ¿Acaso quieres pasar el resto de tu vida con Liu Shengii? Usa la cabeza, Jinju, y ven conmigo. Mi compañero del ejército es el administrador adjunto del municipio. ¿Te lo puedes creer? Administrador adjunto del municipio. Piensa en toda la influencia que posee. No tiene más que decir una palabra para encontrarnos trabajo. Eramos como hermanos.
– Gao Ma, te he dado todo lo que tengo. Si me llamas, iré corriendo a tu lado, como si fuera un perro…
– Jinju -respondió, pasándole el brazo alrededor de su hombro-, voy a asegurarme de que lleves una vida digna, aunque para ello tenga que vender mi propia sangre.
– Hermano Mayor, ¿por qué no nos abrazamos y acabamos con todo ahora mismo? Mátame primero a mí.
– No, Jinju, no vamos a morir. Vamos a salir adelante y vamos a dar a tus padres motivos para pensar.
Contemplando la firme determinación que se reflejaba en los ojos de su amado, Jinju tocó con la punta de los dedos la costra que tenía en su frente.
– ¿Todavía te duele? -preguntó con ternura.
– Me duele aquí -dijo Gao Ma cogiendo su mano y colocándosela sobre el corazón.
Ella apoyó la cabeza sobre su pecho.
– Has sufrido mucho. Mis hermanos son unos lobos sin corazón.
– No deberías decir esas cosas. La vida tampoco es fácil para ellos -protestó Gao Ma magnánimamente y luego prosiguió con vehemencia-: ¿Te acuerdas de aquel día del año pasado? Ya sabes, cuando te estaba ayudando en el campo y te dije que iba a comprar pilas nuevas a mi reproductor de cásete para que pudieras escucharlo. Pues bien, al final lo hice. Aquí está, escúchalo.
Extrajo el reproductor de cásete de su fardo, apretó el botón de encendido y empezó a escuchar el sonido áspero de la voz de una mujer: La luz de la luna en la decimoquinta cascada se cierne sobre mi viejo hogar y sobre los pasos fronterizos / En el silencio de la noche, él añora a alguien, al igual que lo hago yo.
– Es el nuevo disco de Dong Wenhua -dijo Gao Ma-. Es una cantante rechoncha y muy hermosa que pertenece al ejército, al Distrito Militar de Shenyang.
– ¿La has visto alguna vez?
– Sólo en la televisión -confesó-. Sun Baojia tiene un nuevo televisor en color. Su familia plantó seis hectáreas de ajo este año y lo vendió por más de cinco mil yuan. Si no nos hubiéramos metido en este jaleo, me quedaría en casa y haría el agosto con el ajo, ya que el municipio va a dejarnos plantar todavía más superficie el año que viene.
Conectó los auriculares al reproductor y apagó el altavoz, para desconcierto de Jinju. A continuación, colocó los auriculares sobre la cabeza de su amada.
– Así suenan mejor -dijo elevando la voz.
Ella observó cómo Gao Ma sacaba del fardo un sobre lleno de billetes de diez yuan.
– He vendido todo lo que he podido. Mi vecino Yu Qiushui prometió cuidar mi casa… Tal vez, dentro de unos años, podamos regresar del noreste.
Pero Jinju escuchaba la estridente voz de la cantante a través de los auriculares: ¡Ali Baba, hai! ¡Ali Baba es un joven feliz¡