Los palos cayeron provocando un estruendo. Los siete hombres que estaban en el tee de salida se giraron para mirarla. Intentó parecer avergonzada. -Oops. Mierda. Gran error.
Ted había mandado su drive lejos, a la zona desnivelada de la izquierda, y Skipjack sonrió. -Señorita Meg, puedo asegurarle que me alegro de que no sea mi caddie.
Ella clavó sus deportivas en el suelo. -Realmente lo siento -. No lo hacía.
¿Y qué hizo Ted en respuesta a su metedura de pata? ¿Le agradeció por recordarle lo que hoy era más importante? O por el contrario, ¿la acechó y la estranguló con sus palos como ella sabía que él quería hacer? Oh, no. El señor Perfecto era demasiado frío para algo de eso. En su lugar, sonrió como los niños del coro, fue hasta ella con su trote ligero y él mismo enderezó la bolsa. -No te preocupes, Meg. Sólo has hecho el partido más interesante.
Era el mejor actor que había visto nunca, pero incluso si los otros no podían verlo, ella sabía que estaba furioso.
Todos se alejaron por la calle. La cara de Skipjack estaba roja, su camiseta de golf se pegaba a su barriga. Ella comprendía suficientemente bien ahora el juego como para saber lo que tenía que suceder. Debido a su handicap, Skipjack consiguió un golpe extra en este hoyo, así que si todo el mundo hacía lo esperado, Skipjack ganaría el hoyo para su equipo. Pero si Dallie o Ted hacían birdie en el hoyo, Skipjack necesitaría también un birdie para ganar el hoyo, algo que parecía muy poco probable. De lo contrario, el partido acabaría con un insatisfactorio empate.
Gracias a su intervención, Ted estaba muy alejado del banderín, así que fue el primero en realizar el segundo tiro. Como no había nadie lo suficientemente cerca para oírlos, pudo decirle exactamente lo que pensaba. -¡Déjale ganar, idiota! ¿No ves cuánto significa para él?
En lugar de escucharla, ejercitó su hierro cuatro en la calle, haciéndolo de tal forma que incluso ella pudo ver que era la posición perfecta. -Tonto -, murmuró ella. -Si consigues un birdie, no harás más que garantizar que tu invitado no pueda ganar. ¿Realmente piensas que es la mejor forma para ponerlo de buen humor para tus odiosas negociaciones?
Él le arrojó su palo. -Sé como se juega a este juego, Meg, y también lo sabe Skipjack. Él no es un niño -. Él se alejó.
Dallie, Kenny y un ceñudo Skipjack realizaron su tercer tiro en el green, pero Ted sólo estaba dos por detrás. Había perdido el sentido común. Aparentemente perder un partido era un pecado mortal para aquellos que rendían culto en la santa catedral del golf.
Meg llegó junto a la bola Ted primero. Estaba en la cima de una gran mata de césped alimentado químicamente, en la posición perfecta para conseguir un birdie fácilmente. Ella bajó la bolsa, volvió a pensar en sus principios y, a continuación, golpeó la bola tan fuerte como pudo con su zapatilla.
Cuando escuchó llegar a Ted detrás de ella, negó con la cabeza tristemente. -Es una pena. Parece que caíste en un agujero.
– ¿Un agujero? -Él la apartó a un lado para ver su bola metida profundamente en la hierba.
Cuando ella dio un paso atrás, vio a Skeet Cooper de pie en el borde del green mirándola con sus pequeños ojos arrugados por el sol. Ted miró hacia abajo, a la bola. -¿Qué…?
– Algún tipo de roedor -. Dijo Skeet, de tal forma que le hizo saber que él sabía exactamente lo que ella había hecho.
– ¿Roedores? No hay ningún… -Ted se giró hacia ella. -No me digas…
– Puedes agradecérmelo después -, dijo ella.
– ¿Problemas por ahí? -preguntó Skipjack desde el lado opuesto.
– Ted está en problemas -, respondió Skeet.
Ted necesitó dos golpes para salir del agujero en que ella lo había metido. Él todavía estaba en el par, pero el par no era suficiente. Kenny y Skipjack ganaron el partido.
Kenny parecía más concentrado en volver a casa con su esposa que en saborear la victoria, pero Spencer se estuvo riendo todo el camino hasta el edificio del club. -Eso sí fue un partido de golf. Es una lástima que perdierais al final, Ted. Mala suerte -. Mientras hablaba, estaba sacando un fajo de billetes para la propina de Mark. -Buen trabajo hoy. Puedes ser mi caddie cuando quieras.
– Gracias, señor. Fue un placer.
Kenny le dio algunos billetes de veinte a Jenny, le dio la mano a su compañero y se fue a casa. Ted rebuscó en su propio bolsillo, le puso la propina en la palma a Meg y le cerró los dedos alrededor de ella. -Sin resentimientos, Meg. Lo hiciste lo mejor que pudiste.
– Gracias -. Ella había olvidado que estaba tratando con un santo.
Spencer Skipjack apareció detrás de ella, poniéndole la mano en la parte baja de su espalda y frotándole. Demasiado horripilante. -Señorita Meg, Ted y mis amigos vamos a tener una cena esta noche. Sería un honor que fuera mi cita.
– Caramba, me gustaría, pero…
– Le encantaría -, dijo Ted. -¿Verdad, Meg?
– Normalmente sí, pero…
– No seas tímida. Te recogeremos a las siete. La actual casa de Meg es difícil de encontrar, así que yo conduciré -. Él la miró y el fuego en sus ojos le envió un claro mensaje, le decían que se buscara una nueva casa si no cooperaba. Ella tragó saliva. -¿Atuendo casual?
– Casual de verdad -, dijo él.
Mientras los hombres se alejaban, pensó en lo funesto de ser forzada a salir con un fanfarrón egoísta que era prácticamente tan viejo como su padre. Suficiente malo por sí mismo, pero incluso más deprimente con Ted mirando todos sus movimientos.
Se frotó el hombro dolorido, y luego estiró los dedos para comprobar la propina que había recibido por pasar cuatro horas y media transportando arriba y abajo una bolsa de golf de dieciséis kilos bajo el ardiente sol de Texas.
Un billete de un dólar la contemplaba.
Letreros de neón de marcas de cerveza, astas de animales y recuerdos deportivos decoraban la barra de madera cuadrada que estaba en el centro del Roustabout. Asientos acolchados se alineaban en dos de las paredes del bar de country, mesas de billar y videojuegos en las otras. Los fines de semana una banda de country tocaba, pero ahora Toby Keith sonaba en una máquina de discos cerca de una pequeña y rayada pista de baile.
Meg era la única mujer en la mesa, lo que la hacía sentir un poco como una mujer que trabajaba en un club de caballeros, aunque estaba contenta que ni la mujer de Dallie ni la de Kenny estuvieran presentes ya que ambas mujeres la odiaban. Estaba sentada entre Spencer y Kenny, con Ted enfrente, al lado de su padre y el fiel caddie de Dallie, Skeet Cooper.
– El Roustabout es una institución por aquí -, dijo Ted cuando Skipjack estaba terminando de dar buena cuenta a un plato de costillas. -Ha visto muchas historias. Buenas, malas y peligrosas.
– Estoy seguro de recordar las peligrosas -, dijo Skeet. -Como aquella vez que Dallie y Francie tuvieron un altercado en el aparcamiento. Ocurrió hace más de treinta años, mucho antes de que se casaran, pero todavía hoy la gente habla de ello.
– Eso es verdad -, dijo Ted. -No puedo decir cuántas veces he oído esa historia. Mi madre olvidó que tiene la mitad de tamaño que mi padre e intentó derribarlo.
– Lo que estuvo malditamente cerca de suceder. Puedo decirte que fue una gata salvaje esa noche -, dijo Skeet. -La ex mujer de Dallie y yo casi no pudimos acabar con es pelea.
– No fue exactamente como lo están haciendo sonar -, dijo Dallie.
– Fue exactamente como suena -. Kenny guardó su móvil después de comprobar que su esposa estaba bien.
– ¿Cómo lo sabes? -se quejó Dallie. -Eras un niño entonces y ni siquiera estuviste aquí. Además, tú tienes tus propias historias en el aparcamiento del Roustabout. Como la noche en que Lady Emma se cabreó contigo y robó tu coche. Tuviste que correr por la carretera detrás de ella.
– No me llevó mucho pillarla -, dijo Kenny. -Mi mujer no era una gran conductora.
– Todavía no lo es -, dijo Ted. -El conductor más lento del condado. Justo la semana pasada causó un atasco en Stone Quarry Road. Tres personas me llamaron para quejarse.
Kenny se encogió de hombros. -No importa cuánto lo intentemos todos, no podemos convencerla que nuestros límites de velocidad son sólo educadas recomendaciones.
Esto había estado ocurriendo toda la noche, los cinco entreteniendo a Skipjack con su camaradería mientras Spence, como ella había sido instruida para llamarlo, se deleitaba con una combinación de diversión y un pequeño asomo de arrogancia. A él le encantaba ser cortejado por aquellos hombres famosos, le encantaba saber que él tenía algo que ellos querían, algo que tenía en su poder negarles. Él se pasó la servilleta por su boca para limpiar algo de salsa barbacoa. -Tenéis extrañas costumbres en este pueblo.
Ted se reclinó en su silla, tan relajado como siempre. -No ponemos obstáculos con una gran burocracia, eso seguro. La gente de aquí no encuentra sentido a hacer todo ese tipo de trámites burocráticos. Si queremos que algo pase, seguimos adelante y lo hacemos.
Spence sonrió a Meg. -Creo que estoy a punto de escuchar un discurso político.
Era tarde. Sus huesos estaban cansados y no quería otra cosa que acurrucarse en el coro y dormir. Después de su desastrosa ronda como caddie, pasó el resto del día en el carrito de bebidas. Por desgracia, su jefe inmediato era un fumeta con mínimas habilidades comunicativas, no sabía como su predecesor había servido las bebidas. ¿Cómo iba ella a saber que las golfistas femeninas del club eran adictas al té dietético Arizona y se ponían de mal humor si nos las estaba esperando en el tee catorce? Aunque, eso no había sido tan malo como quedarse sin Bud Light. En un curioso caso de masivo autoengaño, los golfistas masculinos con sobrepeso parecían haber concluido que la palabra light significaba que podían beber el doble. Sus barrigas deberían haberles indicado que su razonamiento era incorrecto, pero aparentemente no lo habían hecho.
La parte más sorprendente del día de hoy, sin embargo, fue que no lo había odiado. Debería haber detestado trabajar en un club de campo, pero le encantaba estar al aire libre, aunque no le permitieran conducir por todo el campo tanto como quería y tuviera que permanecer aparcada en el quinto o decimocuarto tee. No ser despedida era un bonus.
Spence intentó echar un vistazo furtivo bajo su top, el cuál había hecho a partir de un trozo del chal de seda que usó en la cena de ensayo, que ahora llevaba con vaqueros. Durante toda la noche, él la había estado tocando: delineando un hueso de su muñeca, acariciando su hombro y la parte baja de su espalda, fingiendo interés por sus pendientes como una excusa para frotar el lóbulo de sus orejas. Ted se había dado cuenta de cada toque y, por primera vez desde que se conocieron, parecía feliz de que ella estuviera alrededor. Spence se inclinó demasiado cerca. -Aquí está mi dilema, señorita Meg.
Se puso más cerca de Kenny, algo que había estado haciendo toda la noche hasta que prácticamente estuvo en su regazo. Él parecía no notarlo, aparentemente estaba tan acostumbrado a que las mujeres se pegaran a él que ya no se daba cuenta. Pero Ted se estaba dando cuenta, y él quería que se quedara justo donde Skipjack pudiera manosearla. Ya que su sencilla sonrisa nunca cambiaba, no tenía ni idea de cómo sabía eso, pero lo sabía, y la próxima vez que estuviera a solas con él, tenía intención de decirle que añadiera "proxeneta" a su gran e impresionante currículum.
Spence jugaba con los dedos de ella. -Estoy mirando dos encantadoras propiedades, una a las afueras de San Antonio, una ciudad que es un semillero de actividad comercial. La otra en el medio de la nada.
Ted odiaba el juego del gato y el ratón. Ella lo sabía porque él se inclinó más hacia atrás en su silla, tan imperturbablemente como un hombre lo podía ser. -La zona de la nada más bella que nadie ha visto nunca -, dijo él.
Y todos ellos la quería destruir con un hotel, condominios, calles cuidadas y verde artificial.
– No olvides que hay una pista de aterrizaje a menos de treinta y dos kilómetros del pueblo -. Kenny tecleaba en su móvil.
– Pero no mucho más de lo que hablar -, dijo Spence. -No hay boutiques de lujo para las damas. Ni discotecas, ni restaurantes.
Skeet se rascó la mandíbula, sus uñas raspando su barba canosa de tres días. -No veo eso como una desventaja. Todo eso significa que la gente gastará más dinero en tu resort.
– Cuando vengan a Wynette será para conseguir su dosis de típico pueblo americano -, dijo Ted. -El Roustabout, por ejemplo. Es algo auténtico, no una falsa franquicia nacional de producción masiva con cuernos colgados de la pared. Todos conocemos cuánto aprecian las personas ricas lo auténtico.
Una interesante observación viniendo de un multimillonario. Se dio cuenta que todo el mundo en esa mesa era inmensamente rico, excepto ella. Incluso Skeet Cooper debía tener un par de millones escondidos, procedentes de todos los premios monetarios que había ganado como caddie de Dallie.
Spence enrolló su mano en la muñeca de Meg. -Vamos a bailar, señorita Meg. Necesito bajar mi cena.
Ella no quería bailar con él, y quitó su mano con la excusa de coger su servilleta. -No entiendo exactamente por qué estás tan ansioso por construir un resort. Ya eres el dueño de una gran compañía. ¿Por qué complicar más tu vida?
– Un hombre está destinado a hacer ciertas cosas -. Sonaba como una frase de una de las peores películas de su padre. -¿Has oído hablar de Herb Kohler?
– No lo creo.
– Kohler Company. Fontanería. Mi mayor rival.
No prestaba mucha atención al mobiliario del cuarto de baño, pero incluso ella había oído hablar de Kohler, y asintió.
– Herb es dueño del American Club en Kohler, Wisconsin, al lado de cuatro de los mejores campos de golf del medio oeste. Cada habitación del American Club está equipada con las últimas novedades en fontanería. Incluso hay un museo de fontanería. Cada año el sitio está en lo alto del ranking.
– Herb Kohler es un hombre importante -, dijo Ted con una falta de astucia que estuvo cerca de hacer que ella rodara los ojos. ¿Era la única persona que se daba cuenta como era Skipjack? -Lo que es seguro es que se ha hecho una leyenda en el mundo del golf.
Y Spence Skipjack quería superar a su rival. Esa era la razón por la que construir este resort era tan importante para él.
– Es un lástima que Herb no construyera su hotel en un lugar donde la gente pudiera jugar todo el año -, dijo Dallie. -Wisconsin es un estado malditamente frío.
– Esa es la razón por la que fui lo suficientemente listo como para elegir Texas -, dijo Skipjack. -Vine aquí desde Indiana cuando era un crío para visitar a la familia de mi madre. Y siempre me he sentido en casa en el Estado de la Estrella Solitaria [12]. Más tejano que Hoosier [13]-. Volvió su atención a Meg. -Dónde sea que lo construya, asegúrese de decirle a su padre que está invitado a jugar cuando quiera, como mi invitado.
– Lo haré -. Su atlético padre todavía amaba el baloncesto y, gracias a su madre, ahora montaba a caballo por placer, pero no podía imaginárselo golpeando una pelota de golf.
Hoy había tenido conversaciones por teléfono, por separado, con sus padres pero en lugar de pedirles que le enviaran dinero, les había dicho que había conseguido un gran trabajo en la hostelería en un importante club de campo en Texas. Aunque no les dijo que era coordinadora de actividades, tampoco corrigió a su madre cuando llegó a esa conclusión y dijo lo maravilloso que era que finalmente Meg hubiera encontrado una salida útil a su creatividad natural. Su padre simplemente estaba feliz porque tuviera trabajo.
No pudo guardar silencio más tiempo. -¿Alguno ha pensado en dejar la tierra tal como está? Quiero decir, ¿realmente el mundo necesita otro campo de golf consumiendo nuestros recursos naturales?
Ted frunció el ceño casi imperceptiblemente. -Los espacios verdes de recreo mantienen a la gente saludable.
– Por supuesto que lo hacen -, dijo Spence antes que Meg pudiera sacar a colación a los golfistas y sus Bud Light. -Ted y yo hemos hablado mucho sobre eso -. Empujó hacia atrás su silla. -Vamos, señorita Meg. Me gusta esta canción.
Spence podría tener su brazo, pero Meg podría haber jurado sentir la mano invisible de Ted empujándola hacia la pista de baile.
Spence era un bailarín decente y la canción era de un tiempo, así que las cosas empezaron bien. Pero cuando llegó una balada, él la acercó tanto que la hebilla de su cinturón presionaba contra ella, por no mencionar algo más desagradable. -No se que ocurrió para que estés en una mala racha -. Spence le acarició la oreja. -Pero podría usar a alguien para que la cuide hasta que se recupere.
Ella esperaba que no quisiera decir lo que ella creía que él quería decir, pero la evidencia bajo la hebilla de su cinturón parecía indicar lo contrario.
– No estoy hablando de nada que la haga sentir incómoda -, dijo él. -Sólo de nosotros dos pasando algo de tiempo juntos.
Ella deliberadamente tropezó con los pies de él. -Oops. Necesito sentarme. Hoy conseguí un par de ampollas.
Spence no tuvo más remedio que seguirla de vuelta a la mesa. -Ella no pudo seguir mi ritmo -, refunfuño.
– Apuesto que no mucha gente puede -, dijo el alcalde chupa poyas.
Spence puso su silla más cerca y paso su brazo por los hombros de ella. -Tengo una gran idea, señorita Meg. Volemos a las Vegas esta noche. Tú también, Ted. Llama a una novia y ven con nosotros. Llamaré a mi piloto.
Él estaba tan seguro de su conformidad que cogió su teléfono, y como ningún hombre de la mesa hizo nada por disuadirle, se dio cuenta que tendría que hacerlo ella. -Lo siento, Spence. Tengo que trabajar mañana.
Él le guiño un ojo a Ted. -No es mucho lo que haces en el club de campo, y apuesto que Ted puede hablar con tu jefe para que te dé un par de día libres. ¿Qué piensas, Ted?
– Si él no puede, yo puedo -, dijo Dallie, echándola a los lobos.
Kenny le ayudó. -Vamos a hacerlo. Estaré feliz de hacer una llamada.
Ted la miró por encima de su botella de cerveza, sin decir nada. Ella lo miró de vuelta, tan enfadada que su piel quemaba. Había tragado con mucho últimamente, pero no pasaría con esto. -Lo que pasa… -Ella escupió las sílabas. -No estoy exactamente libre. Emocionalmente.
– ¿Cómo es eso? -preguntó Spence.
– Es… complicado -. Estaba empezando a sentir náuseas. ¿Por qué la vida no venía con un botón de pausa? Era lo que más necesitaba ahora mismo, porque sin tiempo para pensar, iba a decir lo primero que se le había pasado por la mente, la cosa más estúpida que podía imaginar, pero como no había botón de pausa. -Ted y yo.
La botella de cerveza de Ted chocó contra sus dientes. Kenny se animó. Spence parecía confundido. -Esta mañana dijiste que no eran pareja.
Ella apretó su boca en una sonrisa. -No lo somos -, dijo. -Todavía. Pero tengo esperanzas -. Las palabras se clavaron en su garganta como un hueso. Acababa de dar la razón a toda la gente que creía que esas eran sus motivaciones para detener la boda.
Pero Kenny daba patadas contra el suelo en su silla, más divertido que acusatorio. -Ted hace eso con las mujeres todo el tiempo. Ninguno de nosotros sabe cómo.
– Claro que no -. El padre de Ted la miró con su peculiar mirada. -Era el niño más feo que nunca hayas visto.
Ted dejo salir las palabras con una sonrisa perezosa. -Eso no va a ocurrir, Meg.
– El tiempo lo dirá -. Ahora que veía cuánto lo había irritado, se regocijó en el tema, a pesar de sus importantes implicaciones. -Tengo un mal historial en cuanto a enamorarme del hombre equivocado -. Dejo que se calmase un momento. -No es que Ted no sea perfecto. Un poco demasiado perfecto, obviamente, pero… la atracción no siempre es lógica.
Las espesas cejas castaño oscuro de Spence se reunieron en la mitad de la frente. -¿No fue el mes pasado cuándo estaba a punto de casarse con la hija de la presidenta?
– A finales de mayo -, dijo ella. -Y Lucy es mi mejor amiga. Fue una debacle total, como estoy segura que te enteraste por toda la prensa -. Ted la miró, su sencilla sonrisa puesta en su sitio, un microscópico nervio saltaba en la esquina de su ojo. Ella comenzaba a disfrutar. -Pero Lucy nunca fue la mujer adecuada para él. Gracias a mí, él lo sabe ahora y, francamente, su gratitud sería embarazosa si yo no tuviera los pies en el suelo.
– ¿Gratitud? -La voz de Ted era acero templado.
Al diablo con él. Agitó una mano en el aire y comenzó a embellecer el asunto con toda la habilidad de su padre, actor y dramaturgo. -Podría hacerme la tímida y fingir que no estoy totalmente, y quiero decir totalmente, enamorada de él, pero nunca he sido del tipo de mujer a la que le gusten los juegos. Yo pongo mis cartas sobre la mesa. Es mejor a largo plazo.
– La honestidad es una cualidad admirable -, dijo Kenny disfrutando abiertamente.
– Sé lo que todos están pensando. Que no hay posibilidades de haberme enamorado de él tan rápidamente, porque no importa lo diga la gente, yo no acabé con la boda. Pero… -. Ella le lanzó a Ted una mirada de adoración. -Esta vez es diferente para mí. Tan diferente -. No pudo resistirse a avivar las llamas. -Y… a juzgar por la visita de anoche de Ted…
– ¿Ustedes dos se encontraron ayer por la noche? -dijo su padre.
– Muy romántico, ¿verdad? -Ella fabricó una sonrisa soñadora. -A medianoche. En el coro…
Ted se puso de pie. -Vamos a bailar.
Con una inclinación de cabeza, ella se transformo en la madre de todas las penas. -Ampollas.
– Baile lento -, dijo él suavemente. -Puedes ponerte sobre mis pies.
Antes de que ella pudiera conseguir una salida, Ted tenía su brazo y la arrastraba hacia la pista de baile llena de gente. Él la agarró contra él, a un paso del estrangulamiento. Al menos él no llevaba cinturón, así que ella no tenía que soportar una hebilla… o cualquier otro objeto presionando contra su carne. Lo único duro en Ted Beaudine era la expresión de sus ojos. -Cada vez que pienso que no puedes causar más problemas, te las arreglas para sorprenderme.
– ¿Qué se supone que tenía que hacer? -replicó ella. -¿Volar a las Vegas con él? ¿Y desde cuando "prostituirse" llego a ser parte de tu descripción de trabajo?
– No habría llegado tan lejos. Todo lo que tenías que hacer era ser agradable.
– ¿Por qué debería serlo? Odio este pueblo, ¿recuerdas? Y no me importa si tu estúpido resort de golf se construye. No quiero que se construya.
– Entonces, ¿por qué has llegado tan lejos con esto?
– Porque soy una vendida. Para poner comida en mi estómago.
– ¿Es la única razón?
– No lo sé… Parecía lo correcto. Dios sabe por qué. Contrariamente a la opinión popular, no soy la bruja malvada que todo el mundo ha hecho creer que soy. Pero eso no significa que esté dispuesta a convertirme en una prostituta por el bien de todos vosotros.
– Nunca dije que fueras mala -. En realidad parecía que tenía el nervio dañado.
– Sabes que él sólo está interesado en mí por mi padre -, dijo entre dientes. -Es un pequeño hombre con un gran ego. Estando alrededor de gente famosa, incluso de personas de segunda fila como yo, se siente importante. Si no fuera por mis padres, no me miraría ni dos veces.
– No estaría tan seguro de eso.
– Vamos, Ted. No soy exactamente el tipo de mujer florero de un hombre rico.
– Eso es verdad -. Un mundo de compasión suavizó su voz. -Las mujeres floreros son generalmente mujeres de buen corazón que son agradables.
– Estoy segura que hablas por experiencia. Por cierto, puedes ser el Dios Todopoderoso en el campo de golf, pero eres un pésimo bailarín. Déjame conducir a mí.
Él perdió el paso, entonces la miró de una forma extraña como si ella finalmente hubiera logrado sorprenderlo, aunque no se podía imaginar por qué, y relanzó su ataque. -Tengo una idea. ¿Por qué no viajáis a las Vegas tu amante y tú con Spence? Estoy segura que vosotros dos podrías hacer que se lo pase muy bien.
– Eso en realidad te molesta, ¿no?
– ¿El hecho de ponerle los cuernos a Lucy? Oh, sí. Ahora mismo ella está devorada por la culpa. Y no pienses ni por un segundo que no le voy a contar todos los sórdidos detalles tus actividades extracurriculares tan pronto como tengamos la oportunidad de mantener una larga conversación.
– Dudo que te crea.
– No entiendo ni siquiera por qué le propusiste matrimonio.
– No estar casados estaba empezando a retenerme -, dijo él. -Estaba listo para pasar a la siguiente etapa de mi vida, y necesitaba una esposa para eso. Alguien espectacular. La hija de la presidenta se ajustaba a la perfección.
– ¿Alguna vez la amaste? ¿Aunque sea un poco?
– ¿Estás loca? Era una farsa desde el principio.
Algo le dijo a ella que él estaba corriendo una cortina de humo, pero la cosa de estar leyendo mentes que ella había estado haciendo toda la noche le falló. -Debe ser difícil ser tú -, dijo ella. -El señor Perfecto por fuera. Mister Malvado por dentro.
– No es tan duro. El resto del mundo no es tan perspicaz como tú.
Su sencilla sonrisa se deslizó sobre ella y un pequeño ¡zas!, casi imperceptible, tan pequeño que apenas lo notó, pero aún así existió, golpeó sus terminaciones nerviosas. No todas. Sólo un par de ellas. Las localizadas en algún lugar al sur de su ombligo.
– ¡Mierda! -él exclamó, expresando los sentimientos de ella a la perfección.
Ella giró su cabeza y vio lo que le había llamado la atención. Su perfecta amante morena se dirigía directamente hacia Spence.
Ted dejó a Meg y se encaminó a la mesa, a Meg le sorprendió que sus pasos llenos de determinación no le hicieran dejar marcas en el suelo. Echó el freno justo cuando su amante le tendía la mano al visitante.
– Hola. Soy Torie Traveler O'Connor.