CAPÍTULO 12

El club cerraba al día siguiente por vacaciones, así que Meg hizo la colada y luego fue hacia el cementerio para arrancar maleza con un par de oxidadas herramientas que había encontrado en lo que quedaba de cobertizo.

Mientras limpiaba alguna de las lápidas más antiguas, intentó no obsesionarse demasiado con Ted y cuando la llamó, ni siquiera se lo cogió, aunque no pudo resistirse a escuchar el mensaje. Una invitación para cenar el viernes por la noche en el Roustabout. Como Sunny y Spence indudablemente formarían parte de esta cena, no le devolvió la llamada.

Debería haber sabido que no sería tan fácil disuadirlo. Alrededor de las tres, llegó en su polvorienta camioneta azul. Considerando la forma en la que las féminas de la ciudad se acicalaban para él, estaba feliz por sus brazos llenos de tierra, las piernas al aire y la ajustada camiseta con el logo de Texas que había rescatado del cubo de la basura del vestuario de mujeres, para luego modificarlas cortándole las mangas y el cuello.

Considerándolo todo, lucía justo como quería.

Cuando salió del coche, un par de pájaros escribanos de color índigo encaramados en las ramas de los saúcos de Bursa empezaron una alegra canción. Negó con la cabeza con incredulidad. Él llevaba una gorra de béisbol y unas de sus habituales bermudas, de las que parecía haber una cantidad interminable en su armario, éstas eran unos chinos, y una igualmente habitual camiseta verde con estampado hawaiano. ¿Cómo se las arreglaba para que cualquier pedazo de mierda que eligiera al azar por la mañana le quedara como algo de alta costura?

Recordó lo que paso la noche anterior, todos aquellos gemidos vergonzosos y demandas humillantes. Para compensarlo, le soltó. -Si no estás planeando desnudarte, estás muerto para mí.

– Vosotras, las mujeres californianas, sois demasiado condenadamente agresivas -. Hizo un gesto hacia el cementerio. -Mando a un equipo de mantenimiento aquí una vez al mes para que lo limpie. No tienes que hacerlo.

– Me gusta estar al aire libre.

– Para ser una mocosa mimada de Hollywood, tienes algunas formas inusuales de entretenerte.

– Es mejor que llevar tu bolsa -. Ella se quitó su gorra de béisbol y se secó el sudor de su frente con el dorso de su sucio brazo. Sus rebeldes rizos cayeron sobre sus ojos y se pegaron en la parte de atrás de su cuello. Necesitaba un corte de pelo, pero no quería gastarse dinero. -No voy a ir al Roustabout contigo el viernes. Demasiados Skipjacks -. Se volvió a poner la gorra. -Además, contra menos tiempo pasemos juntos en público, mucho mejor.

– Nunca dije que ellos fueran a ir.

– Tampoco dijiste que no irían, y he tenido más que suficiente de ambos -. Tenía calor, estaba de mal humor y determinada a ser desagradable. -Sé honesto, Ted. Todo esto del resort de golf… ¿En realidad quieres dejara que los Skipjacks arruinen otro área natural sólo para que más idiotas puedan dar golpes a una estúpida pelota blanca? Ya tienen el club de campo. ¿No es suficiente? Sé de los beneficios a la economía local, pero ¿no crees que alguien, quizás el alcalde, debería pensar en el impacto a largo plazo?

– Estás siendo un verdadero dolor en el culo.

– ¿En lugar de ser un besador de culos?

Lo había enfadado de verdad y se encaminó hacia su camioneta. Pero en lugar de arrancar precipitadamente, le abrió la puerta del pasajero. – Entra.

– No estoy exactamente vestida para salir.

– La única persona que te verá seré yo, lo que es algo bueno, porque te ves como el infierno y supongo que hueles peor.

Estaba contenta de que él se hubiera dado cuente. -¿Tu camioneta tiene aire acondicionado?

– Descúbrelo tú misma.

Ella no iba a dejar pasar una salida misteriosa para quedarse arrancando malas hierbas. Sin embargo, se tomó su tiempo para llegar a la camioneta. Mientras subía, observó que faltaban algunos indicadores, algunos controles de aspecto extraño y un par de placas con circuitos montadas en lo que había sido la guantera.

– No toques esos cables -, le dijo mientras se colocaba detrás del volante, -a menos que quieras electrocutarte.

Naturalmente, ella los tocó, lo que lo puso de mal humor. -Podría haber estado diciendo la verdad -, dijo él. -No lo sabías a ciencia cierta.

– Me gusta vivir al límite. Es algo de California. Además, me he dado cuenta que "la verdad" es una palabra flexible por aquí -. Mientras él cerraba la puerta, ella apuntó con una uña sucia hacia una serie de ruletas cerca del volante. -¿Qué es eso?

– Controles para el sistema de aire acondicionado por energía solar que no funciona como quiero.

– Genial -, se quejó. -Es simplemente genial -. Mientras se alejaban de la iglesia, inspeccionó una pequeña pantalla colocada entre los dos asientos. -¿Qué es esto?

– El prototipo de un nuevo tipo de sistema de navegación. Tampoco funciona bien, así que mantén tus zarpas lejos de él.

– ¿Hay algo en esta camioneta que funcione?

– Estoy muy contento con mi último motor de hidrógeno.

– Aire acondicionado de energía solar, sistema de navegación, motores de hidrógeno… Seguro que has ganado tu friki lazo azul [25].

– Estás celosa de la gente productiva.

– Sólo porque soy una mortal y, por lo tanto, estoy sujeta a las emociones humanas. No importa. No entenderías lo que significa.

Él sonrió y giró para entrar a la carretera.

Tenía razón. El sistema solar de aire acondicionado no funcionaba muy bien, pero lo hacia lo suficientemente bien como para mantener la cabina de la camioneta más fresca que las abrasadoras temperaturas del exterior. Condujeron a lo largo del río unos cuantos kilómetros sin hablar. Un viñedo dio paso a un campo de lavanda. Ella trató de no pensar en el modo que le había permitido convertirla en un revoltijo pegajoso con la necesidad de gemir.

Él torció a la izquierda, por una estrecha carretera pavimentada con asfalto desgastado. Tras pasar unos matorrales y rodear un risco de roca caliza se encontraron ante un paisaje en el que se extendía una gran colina baja sin árboles que se elevaba artificialmente unos diez pisos más que la zona de alrededor. Apagó el motor y salió de la camioneta. Ella le siguió. -¿Qué es esto? No parece natural.

Él se metió los pulgares en los bolsillos traseros. -Deberías haberlo visto hace cinco años antes de que se cargaran.

– ¿Qué quieres decir con "cargaran"?

Él señaló con la cabeza hacia un cartel oxidado que ella no había visto.

Estaba colgado torcido entre un conjunto de postes metálicos no muy lejos de unos neumáticos abandonados. Centro de Tratamiento de Residuos Sólidos Indian Grass. Ella miró las malas hierbas y los matorrales.

– ¿Este es el vertedero de la ciudad?

– También conocida como el área virgen natural por la que estás tan preocupada que le afecte el desarrollo. Y no es un vertedero. Es un centro de tratamiento.

– Es lo mismo.

– Para nada -. Empezó a dar una breve pero impresionante conferencia sobre utilización para la compactación de tierras, esteras geotextiles, sistema de recogida de lixiviados y todas las otras cosas que distinguen a los modernos centros de tratamientos de residuos de los antiguos vertederos. No debería haber sido interesante, y probablemente no lo habría sido para la mayoría de gente, pero eso era el tipo de cosas que ella había estado estudiando cuando dejó la universidad en su último año. O quizás sólo quería ver las diferentes expresiones de su cara y la forma en que su pelo castaño se rizaba en el borde su gorra de béisbol.

Él hizo un gesto hacia el espacio abierto. -Durante décadas, el condado alquilaba estas tierras a la ciudad. Hace dos años el vertedero llegó a su máximo de capacidad y tuvo que ser cerrado permanentemente. Eso nos provocó pérdidas de ingresos y unas veinte hectáreas de tierra degradada, además de otras cuarenta hectáreas de zona de protección. La tierra degradada, por si no todavía no te lo has imaginado, es una tierra que no sirve para nada.

– ¿Excepto un campo de golf?

– O un resort de ski, lo que no es práctico en el centro de Texas. Si un campo de golf se hace de la forma correcta, puede ofrecer una gran cantidad de ventajas naturales como un santuario de vida salvaje. También ayudar a la conservación de las plantas nativas y mejorar la calidad del aire. Incluso puede regular la temperatura. Los campos de golf pueden ser algo más que idiotas persiguiendo bolas.

Debería haber sabido que alguien tan listo como Ted habría pensado en todo esto y se sintió un poco estúpida por haber sido tan creída.

Él señaló hacia unas tuberías que salían de la tierra. -Los vertederos desprenden metano, así que tiene que estar monitorizado. Pero el metano puede se recogido y usado para generar electricidad, que es lo que planeamos hacer.

Ella lo miró desde debajo de la visera de su gorra de béisbol. -Todo eso suena demasiado bien.

– Eso es un campo de golf del futuro. No podemos permitirnos más campos como Augusta, eso es malditamente cierto. Campos como ese son dinosaurios, con su hierba tan tratada que puedes comer en ella y sus cuidados terrenos succionadores de agua.

– ¿A Spence le gusta todo eso?

– Diremos que una vez empecé a exponer el valor publicitario de la construcción de un campo de golf verdaderamente sensible al medio ambiente, la importancia que eso le reportaría, y no sólo en el mundo del golf, se mostró muy interesado.

Tuvo que admitir que era una estrategia brillante. Ser anunciado como un pionero respecto al medio ambiente fertilizaría el enorme ego de Spence. – Pero no he oído a Spence mencionar nada de esto.

– Está demasiado ocupado mirándote las tetas. Las cuáles, por cierto, merecen la pena ser miradas.

– ¿Sí? -Ella se apoyó contra el parachoques de la camioneta, con las caderas ligeramente hacia delante, con los shorts marcándole el hueso de las caderas, más que feliz por tener un poco de tiempo para pensar en lo que acababa de descubrir sobre Ted Beaudine.

– Sí -. Él la miró con su mejor sonrisa torcida, la cuál casi parecía genuina.

– Estoy completamente sudada -, dijo.

– No me importa.

– Perfecto -. Ella quería quitarle esa fría confianza, confundirlo como él hacia con ella, así que se quitó la gorra, agarró el borde de su demasiado ajustada camiseta recortada y se la sacó por la cabeza. -Soy la respuesta a tus sueños de casanova, chico grande. Sexo sin toda esa mierda emocional que tú odias.

Él le tocó el sujetador azul marino sudado que se aferraba a su piel. – ¿Qué hombre no lo hace?

– Pero tú realmente lo odias -. Ella dejó caer su camiseta al suelo. – Eres el tipo de persona que deja las emociones al margen. No es que me esté quejando de lo que pasó anoche. Por supuesto que no -. Cállate, se dijo a sí misma. Simplemente cállate.

Arqueó una ceja ligeramente. -Entonces, ¿por qué parece que lo estuvieras haciendo?

– ¿Lo hace? Lo siento. Tú eres lo que eres. Quítate los pantalones.

– No.

Le había cortado el rollo por culpa de su bocaza. Y, en realidad, ¿por qué tenía quejarse? -Nunca he conocido a un tío tan ansioso por quedarse con la ropa puesta. ¿Qué pasa contigo de todos modos?

El hombre que nunca se ponía a la defensiva atacó. -¿Tienes algún problema con lo que pasó anoche del que no estoy al tanto? ¿No quedaste satisfecha?

– ¿Cómo podría no haber quedado satisfecha? Deberías comerciar con lo que sabes del cuerpo femenino. Juró que me llevaste a un viaje hasta las estrellas por lo menos tres veces.

– Seis.

Los había estado contando. No estaba sorprendida. Pero ella estaba loca. ¿Por qué sino insultaría al único amante que había tenido que se preocupaba más por el placer de ella que por el suyo propio? Necesitaba ver a un terapeuta.

– ¿Seis? -Ella rápidamente buscó en su espalda y desabrochó el sujetador. Manteniendo sus manos sobre las copas del sujetador, dejo que los tirantes se deslizaran por sus hombros. -Entonces será mejor que hoy te lo tomes con calma.

La lujuria ganó a su indignación. -O quizás sólo tengo que tomarme un poco más de tiempo contigo.

– Oh, Dios, no -. Ella gimió.

Pero ella había cuestionado sus legendarias habilidades haciendo el amor y una mirada de sombría determinación se había apoderado de su rostro. Con una zancada cubrió la distancia que había entre ellos. Lo siguiente que supo fue que su sujetador estaba en el suelo y sus pechos en sus manos. Allí, en el perímetro del vertedero, con toneladas de basura descomponiéndose en la tierra compacta, con medidores de metano absorbiendo el aire y lixividiados tóxicos goteando de las tuberías bajo tierra, Ted Beaudine sacó toda la artillería.

Ni siquiera la lenta tortura de la noche anterior la podía haber preparado para el calculado y meticuloso tormento de hoy. Debería haber sabido mejor que no debería haber sugerido que ella no estaba completamente satisfecha, porque ahora él estaba determinado a hacer que se comiera sus palabras. Él mordió el dragón de su cadera mientras se agachaba para bajarle los shorts y las bragas. La cogió y la giró. Él la tocaba, la acariciaba y la exploraba con sus dedos de inventor. Una vez más estaba a su merced. Necesitaría esposas y grilletes si alguna vez intentaba controlar a este hombre.

Mientras el ardiente sol de Texas caía sobre ellos, la ropa de él desapareció. El sudor caía por su espalda y dos arrugas de su frente crecían mientras el ignoraba las urgentes demandas de su propio cuerpo para conseguir una matrícula de honor incitando al cuerpo de ella. Ella quería gritarle que se dejara llevar y disfrutara, pero estaba demasiado ocupada gritando sus otras demandas.

Él abrió la puerta de la cabina de la camioneta, puso el cuerpo inerte de ella en el asiento y le mantuvo las piernas abiertas. Manteniendo sus propios pies en el suelo, jugó con ella y la atormentó, usando sus dedos como dulces armas de invasión. Naturalmente, un orgasmo no era suficiente para él, y cuando ella estalló en mil pedazos, la sacó de la cabina y la puso de cara contra un lado de la camioneta. El metal caliente actuaba con un juguete sexual contra sus ya excitados pezones, mientras él jugaba con ella desde su espalda. Finalmente, le dio la vuelta y comenzó con todo de nuevo.

Para cuando quiso entrar en ella, había perdido la cuenta de sus orgasmos, aunque estaba segura que él no. La abrazó contra el lateral de la camioneta con aparente facilidad, sus piernas rodeándole la cintura, su trasero en manos de él. Soportar su peso no podía estar siendo cómodo para él, pero no mostraba signos de tensión.

Sus envestidas eran profundas y controladas, la comodidad de ella era suprema, incluso cuando él inclinó su cuello, giró la cara al sol y encontró su propia liberación.

¿Qué más podía pedir cualquier mujer de su amante? Todo el camino de vuelta a casa, se hizo a sí misma esa pregunta. Era espontáneo, generoso e inventivo. Tenía un cuerpo fantástico y olía maravillosamente. Era absolutamente perfecto. Excepto por eso agujero emocional de su interior.

Había estado preparado para casarse con Lucy y pasar el resto de su vida con ella, pero su huída no parecía haber alterado en lo más mínimo su existencia diaria. Algo para recordar si alguna vez se ponía a pensar vagamente en el hecho de tener un futuro juntos. Lo único que sentía Ted era un profundo sentido de la responsabilidad.

Mientras él giraba por el camino que dirigía a la iglesia, empezó a armar con uno de los misteriosos controles de la camioneta. Ella sospechaba que estaba esperando su evaluación como amante y ¿cómo podía darle otra cosa que no fuera una matrícula de honor? Su decepción persistente era cosa de ella, no de él. Sólo una auténtica perra le haría eso a un tío que hacía todo, casi todo, bien.

– Eres un amante genial, Ted. De verdad -. Ella sonrió, queriendo decir cada palabra.

Él la miró con su expresión pétrea. -¿Por qué me dices eso?

– No quiero que pienses que soy una desagradecida.

Debería haber mantenido la boca cerrada porque en los ojos de él comenzaron a brillar señales doradas de tormenta. -No necesito tu maldita gratitud.

– Sólo quería decir que… fue increíble -. Pero sólo lo estaba empeorando y, por la forma en que sus nudillos se apretaban contra el desgastado volante, podía probar a todas aquellas personas que decían que nada molestaba a Ted Beaudine que claramente no sabían de lo que hablaban.

– Estaba allí, ¿recuerdas? -Sus palabras eran fragmentos de metal.

– Por supuesto -, dijo. -¿Cómo podría olvidarlo?

Él pisó el freno. -¿Qué diablos te pasa?

– Sólo estoy cansada. Olvida todo lo que dije.

– Estate malditamente segura que lo haré -. Él pasó la mano por delante de ella y le abrió la puerta del pasajero. Como su tentativa conciliadora había fracasado estrepitosamente, volvió a su personalidad de borde. -Voy a darme una ducha y tú no estás invitado. De hecho, no me vuelvas a tocar.

– ¿Por qué querría hacerlo? -le disparó de vuelta. -Algunas mujeres son malditamente demasiado complicadas.

Ella suspiró, más disgustada consigo misma que con él. -Lo sé.

Él la señaló con un largo dedo hacia su cabeza. -Será mejor que estés lista a las siete el viernes por la noche, porque es cuando voy a venir a recogerte. Y no esperes verme antes porque tengo trabajo en Santa Fe. Y tampoco te voy a llamar. Tengo cosas más importantes que hacer que discutir con una loca.

– Olvida lo del viernes. Te dije que no quería pasar más tiempo con los Skipjacks… o contigo -. Ella saltó de la camioneta, pero sus todavía temblorosas piernas le complicaron el aterrizaje.

– Me dices muchas tonterías -, replicó él. -No las tengo en cuenta -. Él le cerró la puerta en la cara, el motor rugió y se fue en una nube de polvo.

Ella recuperó el equilibrio y se giró hacia las escaleras. Ambos sabían que ella prefería pasar una noche con los Skipjacks que mirando las paredes de la iglesia mega silenciosa. Y, a pesar de lo que los dos habían dicho, ambos sabían que lo suyo estaba lejos de terminar.


Los siguientes dos días fueron días ajetreados en el club. Lo del amor ciego que Spence le profesaba se había extendido desde la fiesta de Shelby y sus propinas se incrementaron cuando los golfistas se dieron cuenta que ella podía influir en el rey de la fontanería. Incluso el padre de Kayla, Bruce, le dio un dólar. Ella les agradecía por su generosidad y les recordaba que reciclaran las botellas y latas. Ellos le decían que la aceptaban y le recordaban que la gente estaba observando todos sus movimientos.

El jueves llegaron las cajas que le había pedido al ama de llaves de sus padres que le mandara desde L.A… Había viajado demasiado como para tener un exquisito vestuario, y también tendía a regalar cosas, pero necesitaba sus zapatos. Incluso más importante, necesitaba la gran caja de plástico que contenía el botín de sus viajes: cuentas, amuletos y monedas, muchas de ellas antiguas, que había recogido por todo el mundo.

Ted no la llamó desde Santa Fe, pero no lo había esperado de él. Sin embargo, echaba de menos verle y su corazón dio un salto cuando él y Kenny se detuvieron en su carrito de bebidas a media tarde del viernes durante su partido. Kenny le dijo que Spence y Sunny acababan de regresar de Indianápolis y que estarían en el Roustabout esa noche para cenar. Ella le dijo a Ted que conduciría su propio coche, así que no necesitaba que él la recogiera. A él no le gustó, pero tampoco quería tener una discusión con ella delante de Kenny, así que fue hasta la máquina de limpiar las bolas, metió su Titleist Pro V1 original y bombeó la manivela más vigorosamente de lo que era necesario.

Mientras él daba el primer golpe, los rayos de sol lo bañaban en oro, pero al menos los pájaros estaban callados. ¿Alguna vez perdía el control? Ella intentó imaginarse una oscura turbulencia rodando por debajo de su tranquila fachada. En ocasiones, incluso pensó que había visto algo de vulnerabilidad cuando su perezosa sonrisa había tardado un segundo de más en formarse o un destello de cansancio aparecía en sus ojos. Pero esas gestos habían desaparecido tan pronto aparecían, dejando su brillante fachada intacta.


Meg fue la última en llegar al Roustabout. Había elegido la mini blanca y negra de Miu Miu de la tienda de segunda mano, junto con una camisa de tirantes suelta amarilla y uno de sus pares de zapatos favoritos, unas sandalias de plataforma rosas con cuentas y bordados. Pero mientras se dirigía a la mesa, su falda de segunda mano atrajo más la atención que sus fabulosos zapatos.

Además de Ted y los Skipjacks, todos los Travelers y sus cónyuges se habían reunido alrededor de una gran mesa de madera: Torie y Dexter, Emma y Kenny, Warren Traveler y Shelby. Sunny se había puesto a la derecha de Ted desde donde ella podía exigir mejor su atención. Mientras Meg se acercaba, él se fijó en su minifalda, luego le dirigió una mirada mordaz que ella interpretó como una orden para que se sentara a su izquierda. Ella había sido más que clara sobre ocultar su relación, así que se puso en una silla entre Torie y Shelby, directamente en frente de Emma.

La complicidad entre Torie, Emma y Shelby le hizo echar de menos a sus propias amigas. ¿Dóndes estaba Lucy ahora y cómo le estaba llendo? Respecto a las demás… Había estado evitando las llamadas de Georgie, April y Sasha durante semanas, no quería que ninguna de sus amigas supiera cómo de precaria era su situación, pero como estaban acostumbradas a que no diera señales de vida, la falta de respuestas a sus llamadas no parecía haber activado las alarmas.

La astuta familia Traveler halagaba ostentosamente a los Skipjacks. Shelby hizo preguntas concretas sobre la nueva línea de productos Viceroy, Torie prodigó elogios a Sunny sobre su brillante pelo oscuro y su elección de ropa clásica, Kenny señaló los puntos fuertes del juego de Kenny. El ambiente era agradable, casi relajado, hasta el momento que Meg cometió el error de dirigirse a la esposa de Kenny como "Emma".

Uno por uno, todos los de la mesa que eran de allí se callaron. -¿Qué hice? -dijo ella cuando ellos se giraron para mirarla. -Me dijo que la llamara Emma.

Emma cogió su copa de vino y la vació.

– Simplemente eso no se hace -, respondió Shelby Traveler con su boca fruncida como geste de desaprobación.

El marido de Emma negó con la cabeza. -Nunca. Ni siquiera yo. Al menos mientras tiene la ropa puesta.

– Mala educación -, añadió Torie con un movimiento de su largo cabello oscuro.

– Irrespetuosos -, agregó su padre, Warren.

Ted se echó para atrás en su silla y la miró fijamente. -Había pensado que a estas alturas ya no insultaría a alguien que apenas conoces.

Emma bajo lentamente la cabeza y se golpeó la frente contra la mesa tres veces.

Kenny frotó la espalda de su mujer y sonrió. La diversión bailaba en los ojos de Ted.

Meg había oído claramente a Spence y Sunny dirigirse a la esposa de Kenny como Emma, pero sabía que sería inútil señalarlo. -Mis más sinceras disculpas, Lady Emma -, dijo arrastrando las palabras. -Espero tener una última comida antes de la decapitación.

Torie inhaló. -No hay necesidad de ser sarcástica.

Emma miró a través de la mesa hacia Meg. -No tienen remedio. En serio.

Su marido le plantó un satisfactorio beso en los labios, luego volvió a la hablar sobre los nuevos hierros Callaway de Spence. Ted intentó unirse, pero Sunny quería toda su atención y ella sabía cómo la conseguirla. – ¿Qué tal la eficiencia del nuevo depósito de tu nueva célula de combustible?

Meg ni siquiera sabía lo que eso significaba, pero Ted mostraba su habitual auto confianza. -Entre un treinta y ocho y un cuarenta y dos por ciento, dependiendo de la carga.

Sunny, completamente atenta, se puso más cerca.

Spence invitó a Meg a bailar y, antes de poder negarse, dos pares de manos femeninas la agarraron de las manos y la pusieron de pie. -Pensaba que nunca se lo pedirías -, dijo dulcemente Shelby.

– Me gustaría que Dex fuera tan hábil con los pies como tú, Spence -, susurró Torie.

Al otro la de la mesa, Emma parecía tan preocupada como alguien con una camiseta amarilla con girasoles podía lucir y Meg juraría que observó fruncir el ceño a Ted.

Afortunadamente, la primera canción fue de un tiempo y Spence no hizo tentativas de comenzar una conversación. Demasiado pronto, sin embargo, Kenny Chesney empezó a entonar "All I need to know", y Spence la atrajo hacia él. Era demasiado viejo para echarse la colonia que llevaba y ella se sintió envuelta por una tienda de Abercrombie & Fitch. -Me estás volviendo más que un poco loco, señorita Meg.

– No quiero volver loco a nadie -, dijo cuidadosamente. Excepto a Ted Beaudine.

Por el rabillo del ojo, vio a Birdie, Kayla y Zoey sentarse en una mesa cerca de la barra. Kayla lucía sexy, con una camiseta blanca ajustada de un sólo tirante que le envolvía los pechos sin exponer demasiado, y una minifalda con estampado tropical que mostraba sus piernas bien formadas. Birdie y Zoey llevaban ropa más casual y las tres miraban atentamente a Meg.

Spence la cogió de las manos y la acercó a su pecho. -Shelby y Torie me hablaron sobre lo tuyo con Ted.

Su alarma interna sonó. -¿Qué te dijeron exactamente?

– Que finalmente has entrado en razón y aceptado el hecho que Ted no es el hombre para ti. Estoy orgulloso de ti.

Ella perdió el paso mientras maldecía interiormente a ambas mujeres.

Él le apretó los dedos, un gesto que ella supuso debía ser reconfortante. -Sunny y yo no tenemos ningún secreto. Me dijo que te tiraste a los brazos de Ted en la fiesta de Shelby. Supongo que su rechazo te hizo darte cuenta de la verdad, y sólo quiero decir que estoy orgulloso que enfrentaras ese hecho. Te vas a sentir mucho mejor contigo misma ahora que has dejado de perseguirle. Shelby está segura de ello y Torie dijo… Bueno, no importa lo que dijo Torie.

– Oh, no. Dime. Estoy segura que será bueno para mi… crecimiento personal.

– Bueno… -Él le frotó la espalda. -Torie dijo que cuando una mujer se obsesiona con un hombre que no está interesado en ella, mata su alma.

– Muy filosófico.

– Estoy bastante sorprendido. Ella parece un poco tonta. También me dijo que estabas planeando tatuarte mi nombre en el tobillo, lo que no creí -. Él dudo. -No es verdad, ¿no?

Cuando ella negó con la cabeza, él parecía decepcionado. -Algunas personas de este pueblo son raras -, dijo él. -¿Lo has notado? No eran raras. Eran astutos como zorros y el doble de inteligentes. Movió sus rígidas rodillas. -Ahora que lo mencionas.

Torie arrastró a su marido a la pista de baila y maniobró para ponerse tan cerca de Spence y Meg como pudo, indudablemente esperando oír algo. Meg le dirigió una mirada asesina y se separó de Spence. -Discúlpame. Necesito ir al baño.

Apenas acababa de entrar en el baño cuando Torie, Emma y Shelby llegaron para confrontarla. Emma señaló el retrete más cercano. -Adelante. Te esperaremos.

– No te preocupes -. Meg se volvió hacia Shelby y Torie. -¿Por qué le dijisteis a Spence que ya no estaba enamorada de Ted?

– Porque nunca lo has estado -. Las pulseras brillantes de colores de la muñeca de Shelby sonaron mientras gesticulaba. -Al menos eso creo. Aunque tratándose de Ted…

– Y tú siendo una mujer… -Torie cruzó sus brazos. -Aunque es obvio que inventaste todo eso para evitar a Spence y todos lo habríamos dejado pasar si Sunny no hubiera aparecido.

La puerta del baño se abrió, y Birdie entró, seguida de Kayla y Zoey.

Meg alzó las manos. -Genial. Voy a conseguir que me violen.

– No deberías hacer bromas sobre un asunto tan importante como este -, dijo Zoey. Llevaba unos pantalones piratas blancos, una camiseta azul marino en la que se leía el cuadro de honor de las escuelas públicas de Wynettte y unos pendientes que parecían haber sido hechos con pajitas de beber.

– Así son la gente de Hollywood -, dijo Birdie. -No tienen las mismas reglas morales que nosotros -. Y luego le dijo a Shelby, -¿le dijiste que tenía que alejarse de Ted ahora que Sunny se está enamorando de él?

– Estamos en ello -, dijo Shelby.

Emma tomó el mando. Era de señalar la autoridad que podía poseer una mujer relativamente pequeña con mejillas de muñeca de porcelana y rizos de dorados. -Debes pensar que nadie comprende tu situación. Una vez yo también fui una forastera en Wynette, así que yo…

– Todavía lo eres -, observó Torie con un susurro.

Emma la ignoró. -… así que no soy indiferente. También sé lo que es tener las atenciones de un hombre que no te atrae, aunque el duque de Beddington era bastante más odioso que el señor Skipjack. Sin embargo, mi odioso pretendiente no tenía la economía de este pueblo en sus manos. Pero tampoco intenté utilizar a Ted para disuadirlo.

– Hiciste algo parecido -, dijo Torie. -Pero Ted sólo tenía veintidós años en esa época y Kenny se dio cuenta.

La boca de Emma se apretó, enfatizando su carnoso labio inferior. -Meg, tu presencia ha contribuido a complicar una situación ya de por sí complicada. Obviamente encuentras las atenciones de Spence desagradables, y lo entendemos.

– Yo no -. Kayla se ajustó sus gafas de sol Burberry sin montura que había colocado sobre su pelo rubio. -¿Tienes idea de lo rico que es? Y tiene un gran pelo.

– Desafortunadamente, tu método para desalentarle incluye a Ted -, siguió Emma, -lo que habría sido aceptable si Sunny no hubiera aparecido.

Birdie tiro del dobladillo de la camisa de seda rojo tomate que llevaba con una falda de algodón. -Cualquiera con dos ojos en la cara puede ver lo loco que está Spence por su hija. Puedes rechazarlo, pero no puedes hacerlo usando al hombre del que su pequeña está enamorada.

Torie asintió. -Lo que Sunny quiere, Sunny lo consigue.

– Ella no va conseguir a Ted -, dijo Meg.

– Algo que Ted no le dejará ver hasta que la tinta del contrato esté seca -, dijo Emma con fuerza.

Meg había escuchado suficiente. -Esto es algo aterrador. ¿Qué pasa si vuestro santo alcalde decide echaros a los lobos y ocuparse de sí mismo?

Zoey la señalo con su dedo acusador de directora, un gesto notablemente efectivo para una mujer que sólo era una año mayor que la propia Meg. – Esto es una gran broma para ti, pero no es una broma para los niños de mi escuela que están afinados en aulas superpobladas. O para los profesores intentando hacer su trabajo con libros anticuados y sin ayuda.

– Estate segura que no es una broma para mi -. Kayla se miró de refilón en el espejo. -Odio llevar una tienda de segunda mano llena de ropa de mujeres mayores, pero ahora mismo no hay más que un puñado de mujeres en este pueblo que pueda permitirse comprar el tipo de ropa que estaba destinada a vender -. Sus ojos recorrieron la minifalda de segunda mano de Meg.

– He estado queriendo abrir un salón de té con librería desde que me hice cargo del hotel -, dijo Birdie.

Shelby puso su melena rubia detrás de su oreja, revelando pequeños aros de oro. -Tengo un marido que apenas duerme por las noches sintiéndose culpable porque su empresa no puede proveer suficientes empleos para mantener a flote el pueblo.

– Dex se siente igual -, dijo Torie. -Un pueblo de este tamaño no puede sobrevivir con una industria.

Meg se giró hacia Emma. -¿Qué hay de ti? ¿Qué razón tienes para esperar que me prostituya con Spencer Skipjacks?

– Si este pueblo se muere -, dijo Emma en voz baja, -Kenny y yo tenemos suficiente dinero para estar bien. La mayoría de nuestros amigos no.

Torie golpeó el suelo con la punta de su sandalia de cuero con tachuelas. -Meg, estás complicando las cosas entre Spence, Sunny y Ted. Necesitas irte de Wynette. Y a diferencia de al resto, me caes muy bien, así que esto no es personal.

– A mí no me cae mal -, dijo Emma.

– A mí sí -, dijo Birdie.

– A mí tampoco me cae mal -, dijo Shelby. -Tienes una bonita sonrisa.

Kayla gesticuló hacia el collar de una llave antigua que había hecho hacia unas horas. -A Zoey y a mí nos encantan tus joyas.

Birdie se hinchó como un periquito enfadado. -¿Cómo podéis decir algo bueno de ella? ¿Habéis olvidado lo de Lucy? Gracias a Meg, a Ted le rompieron el corazón.

– Parece que se ha recuperado -, dijo Emma, -así que estoy dispuesta a pasarlo por alto.

Shelby abrió su bolso, un pequeño Juicy de cachemira rosa y marrón, y sacó un pedazo de papel, rápidamente Meg se dio cuenta que se trataba de un cheque. -Sabemos que andas corta de efectivo, así que tenemos algo para ayudarte a comenzar de nuevo en otro sitio.

Por primera vez desde que Meg la había conocido, Torie parecía avergonzada. -Puedes considerarlo un préstamo si te hace sentir incómoda.

– Apreciaríamos que lo cogieras -, dijo Emma amablemente. -Será lo mejor para todos.

Antes de que Meg pudiera mandarlas al infierno, la puerta del baño se abrió y Sunny entró. -¿Hay una fiesta?

Rápidamente Shelby volvió a meter el cheque en su bolso. -No empezamos con esa intención, pero nos pusimos a hablar.

– Y ahora necesitamos tu opinión -. Torie se giró hacia el espejo deliberadamente y fingió buscar un rimel. -¿Charlize Theron o Angelina Jolie? ¿A quién elegirías?

– Diría Angelina Jolie -. Kayla se puso brillo de labios. -En serio. Cualquier mujer que dice que no miente y es profundamente abnegada. Esa mujer exuda sexo.

– En tu opinión -. Zoey, quién había sido tan moralmente rigurosa antes, comenzó a agitar su cabello. -Yo elegiría a Ferry Washington. Una fuerte mujer negra. O Anne Hathaway. Pero sólo porque ella fue a Vassar.

– Tú no te sentirías atraída por a Anne Hathaway -, protestó Birdie. – Anne Hathaway es una gran actriz, pero no es tu tipo.

– Como no soy gay, el quiz de la cuestión no es cual es mi tipo -. Zoey cogió el brillo de Kayla. -Meramente estoy comentando que si yo fuera gay, querría una pareja con cerebro y talento, no sólo belleza.

Emma se alisó su camisa de girasoles. -Debo admitir que encuentro a Keira Knightley muy convincente.

Kayla recuperó su brillo de labios. -Siempre de parte de los británicos.

– Al menos no dijo Emma Thompson -. Torie cogió una toallita de papel del dispensador. -¿Tú que opinas, Meg?

A Meg le ponía enferma ser manipulada. -Prefiero a los hombres. Específicamente a fornidos hombres de Texas. ¿Se te ocurre alguien?

A su alrededor podía escuchar ruedas metálicas mentales rodando mientras las chaladas mujeres de Wynette intentaban buscar algo para responderle. Se dirigió a la puerta y las dejo reflexionando.

Para cuando volvió a la mesa, había llegado a tres conclusiones: Ted tendría que resolver él sólo su problema con Sunny. Se encargaría de Spence día a día. Y nadie la iba a sacar de este pueblo hasta que estuviera lista para irse.

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