CAPÍTULO 04

– ¡Ted! – intentó actuar como si él fuera la persona que estaba deseando ver en lugar de su peor pesadilla. -¿Te has unido a las fuerzas de la ley?

– ¿Dando un largo paseo? -Él apoyó su codo en el coche. Cuando él vio su apariencia, ella tuvo la impresión de que a él tampoco le gustaba su sombrero, o cualquier otra cosa de ella. – Mi calendario para las dos próximas semanas se despejó de repente.

– Ah.

– He oido que te saltaste tu cuenta de hotel.

– ¿Yo? No. Es un error. Yo no… Sólo estaba dando un paseo. Bonito día. ¿No pagar? Tienen mi maleta. ¿Cómo no iba a pagar?

– Supongo que subiéndote a tu coche y conduciendo -, dijo Ted como si fuera un poli. -¿Dónde vas?

– A ninguna parte. Estaba explorando. Me gusta hacerlo cuando visito nuevos lugares.

– Mejor paga tu cuenta antes de irte a explorar.

– Tienes toda la razon. No estaba pensando. Me encargaré de inmediato -. Excepto que no podía hacerlo.

Un camión rugió en dirección al pueblo y otro hilo de sudor se deslizó entre sus pechos. Tenía que pedirle misericordia a alguien y no tardó mucho tiempo en hacer su elección. – Oficial, ¿podría hablar con usted en privado?

Ted se encogió de hombros y se fue a la parte trasera del coche. El oficial se rascó el pecho. Meg pilló su labio inferior entre los dientes y bajó la voz. -Mire, la cosa es… Cometí este error estúpido. Con todo el viaje y sin estar puesta al día con mi mail, resulta que ocurrió una pequeña dificultad con mi tarjeta de crédito. Voy a tener que pedir al hotel que me envien la factura. No creo que sea un problema -. Ella se sonrojó de vergüenza, y su garganta se cerró tan fuerte que apenas le podían salir las palabras. -Estoy segura que usted sabe quiénes son mis padres.

– Sí, señora, lo sé -. El poli echó hacia atrás su cabeza, lo que hacía ver un cuello corto y ancho. – Ted, mira lo que tenemos aquí, una vagabunda.

¡Vagabunda! Salió del coche. -¡Espere un minuto! No soy una…

– Permanezca donde está, señora -. La mano del poli se dirigió a su funda. Ted apoyó su pie en el parachoques trasero y observaba con interés.

Meg se giró hacia él. -¡Pedirle al hotel que me envíe una factura no me convierte en una vagabunda!

– ¿Escuchó lo que dije, señora? – le gritó el policía. – Vuelva al coche.

Antes de tener tiempo para moverse, Ted se acercó de nuevo. – No está cooperando, Sheldon. Supongo que tendrás que arrestarla.

– ¿Arrestarme?

Ted parecía vagamente triste por eso, lo que la lleva a concluir que tenía una vena sádica. Saltó de nuevo en su coche. Ted se apartó. -Sheldon, ¿qué opinas de seguir a la señorita Koranda de vuelta al hotel para que pueda acabar con sus asuntos inacabados?

– Claro que sí -. El oficial Surly señaló la carretera a unos metros. – Dé la vuelta en esa intersección, señora. Estaremos justo detrás suyo.


Diez minutos más tarde, volvía a acercarse a la recepción del Wynette Country Inn, pero esta vez Ted Beaudine caminaba a su lado mientras que el oficial Surley se paraba en la puerta y hablaba por el micro de la solapa.

La hermosa recepcionista rubia prestó atención tan pronto como vio a Ted. Sus labios se curvaron en una amplia sonrisa. Incluso su pelo parecía animarse. Al mismo tiempo, ella frunció el ceño con preocupación. -Hola, Ted. ¿Cómo estás?

– Muy bien, Kayla. ¿Y tú? – Él tenía manía de bajar la barbilla cuando sonreía. Meg le había visto hacérlselo a Lucy en la cena de ensayo. No mucho, quizás sólo una pulgada, lo suficiente para convertir su sonrisa en un curriculum vitae de vida impoluta y buenas intenciones. Ahora él estaba ofreciendo a la recepcionista del Wynette Country Inn una sonrisa idéntica a la que había otorgado a Lucy.

– No me quejo -, dijo Kayla. -Todos hemos estado rezando por ti.

No parecía ni remotamente un hombre que necesitara oraciones, pero asintió. -Te lo agradezco.

Kayla inclinó la cabeza haciendo que su melena rubia y brillante cayera sobre su hombro. -¿Por qué no vienes con papá y conmigo a cenar al club esta semana? Sabes lo bien que siempre te lo pasas con papá.

– Puede que lo haga.

Hablaron unos minutos sobre papá, el tiempo y las responsabilidades de Ted como alcalde. Kayla sacó todo su arsenal, agitando su pelo, batiendo sus pestañas, haciendo lo que hace Tyra Banks con los ojos, básicamente dando todo lo que tenía. – Todos hemos estado hablando de la llamada telefónica que recibiste ayer. Todo el mundo estaba seguro de que Spencer Skipjack se había olvidado de nosotros. Difícilmente podemos creer que Wynette esté de nuevo en la competición. Pero yo le dije a todos que tú lo sacarías adelante.

– Aprecio tu voto de confianza, pero está muy lejos de ser un hecho. Recuerda que hasta el pasado viernes, Spence se inclinaba por San Antonio.

– Si alguien puede convencerlo para que cambie de opinión y construya en Wynette, eres tú. Ten seguro como que necesitamos los puestos de trabajo.

– No lo sé.

Las esperanzas de Meg para que continuaran con su conversación se vinieron abajo cuando Ted volvió a centrar la atención en ella. – Tengo entendido que aquí la señorita Koranda os debe dinero. Parece pensar que tiene una solución.

– Oh, eso espero.

La recepcionista no parecía creerse tal cosa, y un rubor de pánico se extendió desde la cara de Meg hasta su pecho. Se lamió los labios secos. – Tal vez podría… hablar con el gerente.

Ted pareció dubitativo. – No creo que sea una buena idea.

– Tendrá que hacerlo -, dijo Kayla. – Sólo estoy ayudando hoy. Esto va más allá de mi responsabilidad.

Él sonrió. -¡Oh, qué demonios! A todos nos vendría bien un poco alegría. Vamos a buscarla.

El oficial Surley chilló desde la puerta. – Ted, ha habído un acidente en la carretera del cementerio. ¿Puedes encargarte de las cosas aquí?

– Claro que sí, Sheldon. ¿Alguien herido?

– No lo creo -. Señaló con la cabeza hacia Meg. – Llévala a la central cuando hayas terminado.

– Lo haré.

¿Llevarla a la central? ¿Realmente iban a arrestarla?

El policía se fue y Ted se apoyó en la recepción, cómodo en el mundo que lo había corononado como rey. Agarró más fuerte su bolso. -¿Qué querías decir cuando dijiste que hablar con el gerente no era una buena idea?

Ted miró alrededor del pequeño y acogedor vestíbulo y pareció satisfecho con lo que veía. – Simplemente que ella no es exactamente un miembro de tu club de fans.

– Pero si nunca la he visto.

– Oh, tú ya la has conocido. Y por lo que he escuchado, no fue muy bien. La verdad es que no aprecia tu actitud hacia Wynette… o hacia mí.

La puerta de detrás de recepción se abrió y salió una mujer con el pelo en un tono rojo pájaro carpintero y un vestido turquesa de lana.

Era Birdie Kittle.

– Buenas tardes, Birdie -, dijo Ted mientras la propietaria del hotel venía hacia ellos, con su corto pelo rojo ardiendo contra el fondo neutral de paredes beige. – Te ves bien hoy.

– Oh, Ted… – Parecía a punto de llorar. – Siento tanto lo de la boda. Ni siquiera sé que decir.

La mayoría de hombres estarían mortificados por toda la lástima que fluía de los demás, pero él no parecía ni siquiera medianamente avergonzado. – Cosas que pasan, aprecio tu preocupación -. Indicó con la cabeza hacia Meg.

– Sheldon detuvo aquí a la señorita Koranda en la carretera, huyendo de la escena del crime, por así decirlo. Pero ha habido un accidente en la carretera del cementerio, así que me pidió que me encargara yo. Él no cree que nadie esté herido.

– Tenemos demasiados acidentes allí. ¿Recuerdas a la hija de Jenny Morris? Hay que quitar esa curva.

– Seguro que sería bueno, pero sabes tan bien como cualquiera como está el presupuesto.

– Las cosas irán mucho mejor una vez nos consigas el resort de golf. Estoy tan emocionada que apenas puedo soportarlo. El hotel acogerá a todos los turistas que quieran jugar al golf pero no quieran pagar los precios de las habitaciones del resort. Además, por fin será posible abrir una pastelería y una librería al lado como siempre he querido. Estoy pensando en llamarlo Sip 'N' Browse.

– Suena bien. Pero el resort está lejos de ser una realidad.

– Lo será, Ted. Tú te asegurarás de ello. Necesitamos esos empleos tan desesperadamente.

Ted asintió, como si tuviera toda la confianza del mundo para conseguirlo para ellos. Finalmente Birdie giró sus ojos de gorrión hacia Meg. Sus párpados llevaban un polvo ligero de sombra cobre mate, y parecía incluso más hóstil que durante su enfrentamiento en el baño de señoras. – He oído que no pagaste tu cuenta antes de irte.

Salió de detrás de la recepción. – Tal vez los hoteles de L.A. permiten a sus huéspedes tener estancia gratis, pero nosotros no somos tan sofisticados aquí en Wynette.

– Ha habído un error -, dijo Meg. – En realidad una tontería. Pensé que, uhm, los Jorik se habían encargado. Lo que quiero decir es que asumí… yo… – Sólo estaba pareciendo más incompetente.

Birdie cruzó sus brazos sobre su pecho. -¿Cómo va a pagar su cuenta, señorita Koranda?

Meg se recordó a sí misma que no nunca más tendría que ver a Ted después de hoy. – Yo… yo no puedo pagar pero he notado que es una persona muy bien vestida. Tengo un increíble par de pendientes de la dinastía Sung en mi maleta. Unos que compré en Shanghai. Valen por lo menos cuatrocientos dólares -. Por lo menos si creía al conductor de carro de curri. Lo cuál ella hizo. -¿Estaría interesada en un intercambio?

– No llevo despojos de los demás. Supongo que es algo más de L.A.

Descartó el sombrero de Ginger Rogers.

Meg lo intentó de nuevo. – Los pendientes no son chatarra. Son valiosas piezas de antigüedad.

– ¿Puede pagar su cuenta o no, señorita Koranda?

Meg intento conseguir una respuesta, pero no pudo.

– Supongo que eso responde a mi pregunta -. Ted señaló hacia el teléfono de la recepción. -¿Hay alguien a quién puedas llamar? Te aseguro que odiaría tener que llevarte al otro lado de la calle.

No le creyó ni por un momento. No había cosa que le gustaría más que ficharla él mismo. Él probablemente se presentaría voluntario para cachearla.

Agáchese, señorita Koranda.

Se estremeció y Ted le ofreció esa sonrisa lenta, como si pudiera leerle la mente.

Birdie mostró su primera muestra de entusiasmo. – Tengo una idea. Yo estaría más que feliz de hablar con su padre por usted. Explicarle la situación.

Apuesto que sí. – Desafortunadamene, mi padre no está localizable ahora mismo.

– Quizás la señorita Koranda podría trabajar para ti -, dijo Ted. -¿No te he oído decir que estabas corta de doncellas?

– ¿Doncellas? – dijo Birdie. – Oh, ella es demasiado sofisticada para limpiar habitaciones de hotel.

Meg tragó saliva. – Estaría… encantada de ayudarla.

– Deberías pensártelo mejor -, dijo Ted. -¿Qué estás pagando, Birdie? ¿Siete, siete cincuenta la hora? Una vez que el tío Sam reciba su parte, y asumiendo que trabaje un turno completo, serían un par de semanas de trabajo. Dudo que la señorita Koranda pueda soportar limpiar baños tanto tiempo.

– Tú no tienes ni idea de lo que la señorita Koranda puede soportar -, dijo Meg intentando parecer mucho más dura de lo que se sentía. – He estado recogiendo ganado en Australia y escalando el circuito del Anapurna en Nepal.

Sólo dieciséis kilómetros, pero incluso así…

Birdie levantó sus delineadas cejas e intercambió una mirada con Ted que ambos parecieron comprender. – Bueno… necestio una doncella -, dijo Birdie. – Pero si piensas que puedes holgazanear para pagar tu cuenta, te llevarás una desagradable sorpresa.

– No creo nada de eso.

– Está bien entonces. Haz tu trabajo y no presentaré cargos. Pero si intentas escaquearte, te encontraras en la cárcel de Wynette.

– Está bien -, dijo Ted. – Ojalá todos los conflictos se pudiesen resolver tan pacíficamente. Sería un mundo mejor, ¿no creen?

– Seguro que sí -, dijo Birdie. Volvió a centrar su atención en Meg y señaló hacia la puerta detrás de la recepción. – Te llevaré a conocer a Arlis Hoover, nuestra ama de llaves. Estarás a su cargo.

– ¿Arlis Hoover? – dijo Ted. – Maldita sea, me olvidé de eso.

– Ella estaba aquí cuando me hice cargo del negocio -, dijo Birdie. -¿Cómo pudiste olvidarla?

– No lo sé -. Ted sacó un juego de llaves del bolsillo de sus vaqueros. – Supongo que es de ese tipo de personas de las que tratas de olvidarte.

– Dímelo a mí -, murmuró Birdie.

Y con esas siniestras palabras, dirigió a Meg desde el vestíbulo hasta las entrañas de la industria de la hospitalidad.

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