CAPÍTULO 01

La mayoría de los residentes de Wynette, Texas, pensaban que Ted Beaudine se estaba casando por debajo de sus posibilidades. No era como si la madre de la novia fuera todavía la presidenta de Estados Unidos. Cornelia Jorik había dejado el cargo hace alrededor de un año. Y Ted Beaudine era, después de todo, Ted Beaudine.

Los jóvenes querían que se casase con una estrella del rock con discos de platino, pero ya había tenido esa posibilidad y la rechazó. Lo mismo que con una actuao actriz de cine. La mayoría, sin embargo, pensaban que debería haber elegido a alguien del mundo del deporte femenino profesional, específicamente la LPGA. Como fuera, Lucy Jorik ni siquiera jugaba al golf.

Eso no impedía que los comerciantes locales estamparan las caras de Lucy y Ted en alguna edición especial de pelotas de golf. Pero los hoyos les hacían parecer bizcos, así que la mayoría de los turistas que llenaban el pueblo para echar un vistazo a las festividades del fin de semana preferían las toallas de golf más favorecedoras. Los éxitos de ventas incluían placas conmemorativas y tazas producidas en cadena por el Goleen Agers del pueblo, la recaudación se destinaría a reparar los daños producidos por un incendio en la biblioteca pública de Wynette.

Como el pueblo natal de dos de los más grandes jugadores profesionales de golf, Wynette, Texas, solía ver celebridades caminando por sus calles, aunque no a una ex presidenta de Estados Unidos. Cada hotel y motel a unos 25 kilómetros a la redonda estaba lleno de políticos, atletas, estrellas de cine y jefes de estado. Los agentes del servicio secreto estaban por todas partes y, de igual forma, demasiados periodistas estaban ocupando el valioso espacio de la barra del Roustabout. Pero con sólo una industria para apoyar la economía local, el pueblo pasaba por tiempos difíciles, y los ciudadanos de Wynette le daban la bienvenida a los negocios. Los Kiwanis habían sido particularmente ingeniosos vendiendo asientos en frente de la iglesia presbiteriana de Wynette por veinte dólares cada uno.

El público general se había sorprendido cuando la novia había elegido el pequeño pueblo de Texas para la ceremonia en lugar de tener una boda Beltway pero Ted era un chico Hill Country de cabo a rabo, y la gente de la zona nunca se habría imaginado que se casara en cualquier otro lugar. Él se había convertido en un hombre bajo su atenta mirada y lo conocían tan bien como conocían a sus propios familiares. Ni un alma en el pueblo podía decir una sola cosa mala sobre él. Incluso sus ex novias no podían hacer otra cosa que suspirar con pesar. Ese era el tipo de hombre que Ted Beaudine era.

Meg Koranda podría ser hija de la realeza de Hollywood, pero también estaba en la ruina, sin casa y desesperada, lo cual no la ponía de buen ánimo para ser la dama de honor en la boda de su mejor amiga. Especialmente cuando sospechaba que su mejor amiga podría estar cometiendo el error de su vida casándose con el hijo predilecto de Wynette, Texas.

Lucy Jorik, que era la novia, paseaba por la alfombra de su suite en el Wynette Country Inn, la cual su familia había reservado para los festejos. -No me lo dirán a la cara, Meg, ¡pero todo el mundo en este pueblo cree que Ted se está casando por debajo de sus posibilidades!

Lucy parecía tan molesta que Meg quería abrazarla, o quizás quería consolarse a sí misma. Se prometió no añadir su propia miseria a la angustia de su amiga. -Una conclusión interesante la que hacen estos paletos, teniendo en cuenta que simplemente eres la hija mayor de la ex presidenta de los Estados Unidos. No eres exactamente una don nadie.

– Hija adoptiva. Lo digo en serio, Meg. La gente en Wynette me interroga. Cada vez que salgo.

Eso no era exactamente algo nuevo, ya que Meg hablaba con Lucy por teléfono muchas veces a la semana, pero sus llamadas telefónicas no habían revelado las líneas de tensión que parecían haber tomado un sitio permanente sobre el puente de la pequeña nariz de Lucy. Meg tiró de un de sus pendientes de plata, que podía o no ser de la dinastía Sung, dependiendo si creía al conductor del carro de curri de Shanghai que se los había vendido. -Supongo que eres algo más que un partido para los buenos ciudadanos de Wynette.

– Es tan desconcertante -dijo Lucy-. Ellos tratan de ser discretos al respecto, pero no puedo caminar por la calle sin que alguien se detenga a preguntarme si sé en qué año Ted ganó el campeonato amateur de golf de EEUU o el tiempo transcurrido entre su licenciatura y su master… una pregunta con trampa, porque los consiguió a la vez.

Meg había abandonado la universidad antes de conseguir el título, así que la idea de conseguir dos juntos le parecía un poco más que una locura. Sin embargo, Lucy podía ser un poco obsesiva. -Es una nueva experiencia, eso es todo. No tener a todo el mundo absorbiéndote.

– Créeme, no hay peligro de eso -. Lucy puso un mechón de pelo castaño claro detrás de su oreja. -En una fiesta la semana pasada, alguien me preguntó de forma muy casual, como si todo el mundo tuviera esta conversación cursi, si conocía el coeficiente intelectual de Ted, que no lo hacía, pero pensé que ella tampoco lo sabía, así que le dije ciento treinta y ocho. Pero, oh no… Como resultado, cometí un enorme error. Una de las últimas veces que fue examinado, aparentemente, Ted obtuvo una puntuación de ciento cincuenta y uno. Y de acuerdo con el camarero, Ted tenía la gripe o lo hubiera hecho mejor.

Meg quería preguntarle a Lucy si ella realmente había pensado en esto del matrimonio, pero, a diferencia de Meg, Lucy no hacía nada impulsivamente.

Ellas se conocieron en la universidad cuando Meg había sido una estudiante rebelde de primer año y Lucy una comprensiva, pero solitaria, estudiante de segundo año. Como Meg también había crecido con padres famosos, comprendía las sospechas de Lucy sobre las nuevas amistades, pero poco a poco las dos habían conectado a pesar de sus personalidades muy diferentes, y a Meg no le había llevado mucho tiempo descubrir algo que a los demás les pasaba desapercibido. Bajo la feroz determinación de Lucy Jorik para evitar avergonzar a su familia latía el corazón de una chica rebelde. No es que alguien se diera cuenta por su apariencia.

Las características de duendecillo de Lucy y sus pestañas gruesas de niña la hacian parecer más joven que sus treinta y un años. Había dejado crecer su pelo marrón brillante desde sus días de universidad y a veces se lo sujetaba apartándolo de la cara con un surtido de cintas de terciopelo, con las cuales no atraparían a Meg llevándolas ni muerta, al igual que ella nunca hubiera elegido el elegante vestido color agua con un pulcro cinturón negro de cinta de grosgrain. En cambio, Meg había envuelto su largo cuerpo desgarbado en varios metros de seda en tonos joya que había trenzado y atado en un hombro. Sandalias de gladiador vintage negro -un 42 -anudadas a sus pantorrillas y un colgante de plata adornado, que ella había hecho a partir de una antigua cajita de betel que había comprado en un mercado al aire libre en el centro de Sumatra, descansaba entre sus pechos. Ella había complementado sus pendientes Sung probablemente de falsa dinastía con un montón de pulseras que había comprado por seis dólares en TJ Maxx y adornado con unas cuantas perlas de África. La moda corría en su sangre.

Y recorre un camino tortuoso, había dicho su famoso tío modisto de Nueva York.

Lucy se retorció el recatado collar de perlas de su cuello. -Ted es… Es lo más cercano al hombre perfecto que ha creado el universo. ¿Has visto mi regalo de bodas? ¿Qué clase de hombre regala a su novia una iglesia?

– Impresionante, tengo que admitirlo.-A primera hora de esa tarde, Lucy había llevado a Meg a ver la iglesia de madera abandonada situada al final de un camino estrecho a las afueras del pueblo. Ted la había comprado para salvarla de la demolición, luego había vivido allí durante unos meses mientras su actual casa fue construida. Aunque ahora no estaba amueblada, era un viejo edificio encantador y Meg no tenía problemas en comprender por qué a Lucy le encantaba.

– Dijo que toda mujer casada necesita un lugar propio para mantenerse cuerda. ¿Puedes imaginarte algo más considerado?

Meg tenía una interpretación más cínica. ¿Qué mejor estrategia podía usar un hombre casado rico si tenía la intención de crear un espacio para sí mismo?

– Bastante increíble -fue todo lo que dijo. -No puedo esperar a conocerlo -. Maldijo el conjunto de crisis personales y financieras que le habían impedido saltar a un avión hace unos meses para conocer al prometido de Lucy. Tal como estaban las cosas, se había perdido la despedida de soltera de Lucy y se había visto forzada a conducir a la boda desde Los Ángeles en un coche que le había comprado al jardinero de sus padres.

Con un suspiro Lucy se sentó en el sofá junto a Meg. -Mientras Ted y yo vivamos en Wynette, siempre estaré por debajo de las expectativas.

Meg no pudo resistirse más tiempo a abrazar a su amiga. -Tú nunca has estado por debajo de las expectativas en tu vida. Tú sola te salvaste a ti misma y a tu hermana de una infancia en casas de acogidas. Te adaptaste a la Casa Blanca como una campeona. En cuanto a cerebro… tienes un titulo de maestra.

Lucy se levantó de un salto. -Que no conseguí hasta después de conseguir mi diplomatura.

Meg ignoró esa locura. -Tu trabajo defendiendo a niños ha cambiado vidas, y en mi opinión, eso cuanta más que un coeficiente intelectual astronómico.

Lucy suspiró. -Lo amo, pero a veces…

– ¿Qué?

Lucy hizo un gesto con la mano con una manicura recién hecha, mostrando unas uñas pintadas en color rosa pálido en lugar del verde esmeralda que corrientemente Meg prefería. -Es una estupidez. Nervios de última hora. No importa.

La preocupación de Meg creció. -Lucy, hemos sido las mejores amigas durante doce años. Conocemos los oscuros secretos una de la otra. Si algo está mal…

– Específicamente no hay nada mal. Sólo estoy nerviosa por la boda y toda la atención que está generando. La prensa está por todos los lados -. Se puso en el borde de la cama y puso la almohada contra su pecho, justo como solía hacer en la universidad cuando algo la molestaba. -Pero… ¿Qué pasa si él es demasiado bueno para mí? Soy lista, pero él es más listo. Soy guapa, pero él es espléndido. Intento ser una persona decente, pero él es prácticamente un santo.

Meg contuvo una creciente sensación de ira. -Te han lavado el cerebro.

– Nosotros tres crecimos con padres famosos. Tú, yo, y Ted… Pero Ted hizo su propia fortuna.

– No es una comparación justa. Has estado trabajando sin ánimo de lucro, no es exactamente una plataforma de lanzamiento para los multimillonarios -. Pero aún así Lucy era capaz de mantenerse a sí misma, algo que Meg nunca había logrado. Había estado muy ocupada viajando a lugares remotos con el pretexto de estudiar los problemas ambientales locales e investigando las artesanías indígenas, pero en realidad sólo se lo pasaba bien. Amaba a sus padres, pero no le gustaba la forma en que le habían cortado el grifo. ¿Y ahora qué? Tal vez si lo hubieran hecho cuando tenía veintiún años en lugar de treinta no se sentiría como una perdedora.

Lucy apoyó la pequeña barbilla en el borde de la almohada y así la junto con sus mejillas. -Mis padres lo adoran, y sabes cómo son respecto a los chicos con los que he salido.

– No tan abiertamente hostiles como mis padres con algunos con los que salgo.

– Eso es porque sales con perdedores de la peor clase.

Meg no podía discutir ese punto. Esos perdedores habían incluido recientemente a un surfista esquizoide que había conocido en Indonesia y a un guía de rafting australiano con series problemas de control de la ira. Algunas mujeres aprendían de sus errores. Ella, obviamente, no era una de ellas.

Lucy tiró la almohada a un lado. -Ted hizo su fortuna cuando tenía veintiséis años inventando algún tipo de sistema de software increíble que ayuda a las comunidades a dejar de perder poder. Un gran paso hacia la creación de una red inteligente nacional. Ahora él escoge y elige los trabajos de consulta que quiere. Cuando está en casa, conduce una vieja camioneta Ford con un depósito de hidrógenos que él mismo construyó, además un sistema de aire acondicionado con placas solares y todo tipo de otras cosas que no entiendo. ¿Tienes idea de cuántas patentes tiene Ted? ¿No? Bien, yo tampoco, aunque estoy segura que todos los empleados de la tienda de suministros lo hace. Lo peor de todo es que nada lo hace enfadarse. ¡Nada!

– Parece que fuera Jesús. Excepto por lo de rico y sexy.

– Cuidado, Meg. En este pueblo bromear sobre Jesús podría hacer que te dispararan. Nunca sabes cuantos fieles están armados -. La expresión preocupada de Lucy indicaba que podía estar considerando que le dispararan a ella.

Tenían que ir al sitio de ensayos pronto y Meg se estaba quedando sin tiempo para sutilezas. -¿Qué tal la vida sexual? Has sido tan molestamente tacaña en detalles, excepto por esa estúpida moratoria sexual de tres meses en la que insististe.

– Quiero que nuestra noche de bodas sea especial -. Ella tiró de su labio superior con los dientes. -Es el amante más increíble que he tenido nunca.

– No es la lista más larga del mundo.

– Es legendario. Y no me preguntes como lo descubrí. Es el amante soñado por toda mujer. Totalmente desinteresado. Romántico. Es como si supiera lo que una mujer quiere antes de que ella misma lo haga -. Dio un largo suspiro. -Y es mío. Para toda la vida.

Lucy no sonó tan feliz como debería. Meg puso sus rodillas por debajo de ella. -Tiene que tener algo malo.

– Nada.

– Gorra de béisbol hacia atrás. Mal aliento por las mañanas. Una pasión secreta por Kid Rock. Tiene que haber algo.

– Bueno… -. Una mirada de impotencia brilló en la cara de Lucy. -Es perfecto. Eso es lo que está mal.

Justo entonces, Meg lo entendió. Lucy no podía arriesgarse a decepcionar a la gente que amaba, y ahora su futuro marido se había convertido en una de las personas que necesitaba para vivir.

La madre de Lucy, la ex presidenta de Estados Unidos, eligió ese momento para meter la cabeza en la habitación. -Hora de irnos, las dos.

Meg salió disparada del sofá. A pesar de haber crecido rodeada de celebridades, nunca había perdido su capacidad de asombro en presencia de la Presidenta Cornelia Case Jorik.

Los rasgos patricios y serenos de Nealy Jorik, destacando su pelo castaño miel, y los trajes de diseñadores famosos eran familiares por miles de fotografías, pero algunas de ellas mostraban la persona real detrás de la insignia de la bandera americana, la mujer complicada que una vez había huido de la Casa Blanca para cruzar el país en una aventura que le había hecho llegar a Lucy y a su hermana Tracy, así como al amado esposo de Nealy, el periodista Mat Jorik.

Nealy las miró. -Viéndoos juntas… parece que fue ayer cuando erais estudiantes universitarias -. Una capa de sentimentales lágrimas suavizaron los ojos azul acero de la ex líder del mundo libre. -Meg, has sido una buena amiga para Lucy.

– Alguien tenía que serlo.

La presidenta sonrió.

– Lamento que tus padres no puedan estar aquí.

Meg no lo hacía. -No pueden estar separados durante mucho tiempo y esta es la única época en la que mamá podía dejar el trabajo para reunirse con papá mientras rodaba en China.

– Estoy esperando su próxima película. Nunca es predecible.

– Sé que ellos deseaban poder ver a Lucy casarse -. Respondió Meg. -Mamá, especialmente. Ya sabes lo que siente por ella.

– Lo mismo que yo por ti -, dijo la presidenta muy amablemente, porque en comparación con Lucy, Meg había resultado ser una gran decepción. Ahora, sin embargo, no era momento de pensar en sus anteriores fracasos y su lúgubre futuro. Tenía que reflexionar sobre su creciente convicción de que su amiga estaba a punto de cometer el error de su vida.

Lucy había decidido tener sólo cuatro damas de honor, sus tres hermanas y Meg. Se congregaron en el altar mientras esperaban la llegada del novio y sus padres. Holly y Charlotte, las hijas biológicas de Mat y Nealy, se pusieron cerca de sus padres, junto con Tracy la medio hermana de Lucy, que tenía dieciocho años, y su hermano adoptivo afroamericano, Andre, de diecisiete años. En su leída columna del periódico, Mat había declarado: "Si las familias tienen pedigrí, la nuestra tiene mestizaje americano". La garganta de Meg se apretó. Por mucho que sus hermanos le hicieran sentirse inferior, ahora mismo los echaba de menos.

De repente, las puertas de la iglesia se abrieron. Allí estaba él, una silueta contra el sol poniente. Theodore Day Beaudine.

Las trompetas empezaron a sonar. Juro por Dios que las trompetas tocaban coros de aleluya.

– Jesús -, susurró.

– Lo sé -, susurró de vuelta Lucy. -Cosas como éstas le pasan todo el tiempo. Dice que es accidental.

A pesar de todo lo que Lucy le había dicho, Meg todavía no estaba preparada para su primer encuentro con Ted Beaudien. Tenía los pómulos perfectamente torneados, una nariz recta y una mandíbula cuadrada de estrella de cien. Podría haber tenido un cartel en Times Square, excepto que no poseía el artificio de los modelos masculinos.

Caminó por el pasillo central con un paso largo y fácil, con el pelo marrón oscuro besado con cobre. La luz brillante de las ventanas de las vidrieras arrojaba piedras preciosas en su camino, como si una simple alfombra roja no fuera lo suficientemente buena para que un hombre caminara sobre ella. Meg apenas se percató de que sus famosos padres estaban algunos pasos por detrás. No podía apartar la mirada del novio de su mejor amiga.

Saludó a la familia de su novia en un tono bajo y agradable. Las trompetas que tocaban en el coro llegaron a un crescendo, se giró, y Meg sintió una perforación.

Esos ojos… Ámbar dorados tocados con miel y borde de pedernal. Ojos que brillaban con inteligencia y percepción. Ojos que cortaban la respiración. Cuando estuvo en frente de él, sintió que Ted Beaudine veía dentro de ella y se daba cuenta de lo todo lo que ella intentaba tan duramente ocultar: su insuficiencia, su fracaso absoluto para reclamar un lugar digno en el mundo.

Ambos sabemos que eres un desastre, decían sus ojos, pero estoy seguro que algún día madurarás. Si no… Bueno… ¿Qué se puede esperar de una niña mimada de Hollywood?

Lucy estaba presentándolo. -… tan contenta de que finalmente os podáis conocer. Mi mejor amiga y mi futuro marido.

Meg se sentía orgullosa de su apariencia dura, pero apenas consiguió un leve asentimiento.

– Si pudiera tener su atención… -dijo el ministro.

Ted apretó la mano de Lucy y sonrió a la cara vuelta hacia arriba de su novia, una sonrisa de cariño, estaba convencida de que ni una sola vez se perturbó la imparcialidad de sus ojos de tigre de cuarzo. La alarma de Meg creció. Fuera las que fueran las emociones que sentía por Lucy, ninguna de ellas incluía la pasión feroz que su mejor amiga merecía.

Los padres del novio fueron los anfitriones de la cena de ensayo, una barbacoa espléndida para unos cien, en el club de campo local, un lugar que representaba todo lo que Meg detestaba: gente blanca, consentida y rica demasiado obsesionada con su propio placer como para tener en cuenta los daños que los campo de golf químicamente envenenados y con alto consumo de agua le hacían al planeta. Incluso la explicación de Lucy de que era sólo un club semi-privado y cualquiera podía jugar no cambiaba su opinión. El servicio secreto mantenía a la prensa internacional a las puertas, junto con una multitud de curiosos con la esperanza de vislumbrar una cara famosa.

Y las caras famosas estaban por todas partes, no sólo en la fiesta de la boda. La madre y el padre del novio eran mundialmente conocidos. Dallas Beaudine era una leyenda en el golf profesional, y la madre de Ted, Francesca, fue una de las primeras y mejores entrevistadoras de famosos de la televisión. Los ricos y famosos se esparcían desde la terraza trasera de la casa club de estilo anterior a la guerra hasta el primer tee; políticos, estrellas de cine, atletas de élite del mundo del golf profesional, y un contingente de vecinos de diversas edades y grupos étnicos: los maestros y comerciantes, mecánicos y fontaneros, el barbero del pueblo y un motorista que daba mucho miedo.

Meg vio a Ted moverse entre la multitud. Era discreto y modesto, sin embargo, una invisible luz parecía seguirlo a todas partes. Lucy se quedó a su lado, prácticamente vibrando con la tensión cuando una persona tras otra los detuvo para charlar. A pesar de todo, Ted se mantuvo imperturbable, y aunque la habitación zumbaba con la charla feliz, Meg encontraba cada vez más difícil mantener una sonrisa en su cara. Él le parecía más un hombre ejecutando una misión cuidadosamente calculada que un novio enamorado en la víspera de su boda.

Acaba de finalizar una predecible conversación con un ex locutor de televisión sobre cómo ella no se parecía en nada a su increíblemente bella madre cuando Ted y Lucy aparecieron a su lado. -¿Qué te dije? -Lucy cogió su tercera copa de champán de un camarero que pasaba. -¿No es genial? -Sin reconocer el cumplido, Ted estudió a Meg a través de aquellos ojos que lo habían visto todo, incluso aunque él no pudiera haber viajado a la mitad de sitios que Meg había visitado.

Te llamas a ti misma ciudadana del mundo, sus ojos susurraban, pero eso sólo significa que no perteneces a ningún sitio.

Tenía que centrarse en situación de Lucy, no en la suya, y tenía que hacer algo rápidamente. ¿Y qué importaba si quedaba como una borde? Lucy estaba acostumbrada a la franqueza de Meg, y la buena opinión de Ted Beaudine no significaba nada para ella. Ella tocó el nudo de tela en su hombro. -Lucy también olvidó mencionar que eras el alcalde de Wynette… además de ser su santo patrón.

Él ni pareció ofenderse, sentirse alagado o desconcertado por el comentario de Meg. -Lucy exagera.

– No lo hago -, dijo Lucy. -Juro que la mujer junto a la vitrina de trofeos hizo una genuflexión cuando pasaste por allí.

Ted sonrió y Meg se quedó sin aliento. Esa sonrisa lenta le daba una apariencia infantil peligrosa que Meg no se tragó ni por un momento. Ella se arriesgó. -Lucy es mi mejor amiga, la hermana que siempre quise, pero ¿tienes idea de cuántos hábitos molestos tiene?

Lucy frunció el ceño, pero no trató de desviar la conversación, lo que lo decía todo.

– Sus defectos son pequeñas comparados con los míos -. Sus cejas eran más oscuras que su pelo, pero sus pestañas eran pálidas, con puntas de oro, como si hubieran sido sumergidas en las estrellas.

Meg fue más allá. -¿Exactamente cuáles serían esos defectos?

Lucy parecía tan interesada en su respuesta como la misma Meg.

– Puedo ser un poco ingenuo -, dijo. -Por ejemplo, me dejé enredar para ser el alcalde a pesar de que no quería serlo.

– Así que tú eres una persona que complace a la gente -. Meg no intentó hacerlo sonar como otra cosa que una acusación. Quizás podría confundirlo.

– No soy exactamente alguien que complace a la gente -, dijo suavemente. -Simplemente fui tomado por sorpresa cuando mi nombre salió en la votación. Debería habérmelo esperado.

– Eres una especie de persona complaciente -, dijo Lucy vacilante. -No puedo pensar en una sola persona a la que no le caigas bien.

Él le dio un beso en la nariz. Como si ella fuera su mascota. -Mientras te complazca a ti.

Meg dejó la frontera de la conversación cortés atrás. -Así que eres un ingenuo que complaces a la gente. ¿Qué más?

Ted no parpadeó. -Intento no ser aburrido, pero algunas veces me dejo llevar con temas que no siempre son de interés general.

– Nerd -, concluyó Meg.

– Exactamente -, dijo él.

Lucy permaneció leal. -No importa. Tú eres una persona muy interesante.

– Estoy contento de que pienses así.

Él bebió un sorbo de su cerveza, todavía dando una seria consideración a la rudeza de Meg. -Soy un cocinero terrible.

– ¡Eso es cierto! -Lucy lucía como si se hubiera tropezado con una mina de oro.

La alegría de ella le divertía, y una vez más esa sonrisa lenta reclamó su rostro. -No voy a dar clases de cocina, así que tendrás que vivir con ello.

Lucy parecía un poco soñadora, y Meg se dio cuenta que el auto-inventario de defectos de Ted sólo le estaba beneficiando, por lo que redirigió su ataque. -Lucy necesita un hombre que le deje ser ella misma.

– No creo que Lucy necesita un hombre que le permita ser cualquier cosa -, respondió en voz baja. -Ella es su propia persona.

Lo que demostraba lo poco que él comprendía a esta mujer con la que planeaba casarse. -Lucy no ha sido ella misma desde que tenía catorce años y conoció a sus futuros padres -, replicó Meg. -Es una rebelde. Ella nació para causar problemas, pero no agitará las cosas porque no quiere avergonzar a la gente que le importa. ¿Estás preparado para tratar con eso?

Él cortó por lo sano. -Parece que tienes algunas dudas sobre Lucy y yo.

Lucy confirmó cada una de las dudas de Meg al jugar con sus estúpidas perlas en vez de saltar a defender su decisión de casarse. Meg excavó más profundo. -Eres obviamente un tipo genial -. No pudo hacer que sonara como un cumplido. -¿Qué pasa si eres demasiado perfecto?

– Me temo que no estoy siguiendo.

Lo cuál debía ser una nueva experiencia para alguien tan locamente inteligente. -¿Qué pasa si… -dijo Meg -… eres un poco demasiado bueno para ella?

En lugar de protestar, Lucy cerró su boca en una sonrisa de la Casa Blanca y tocó sus perlas como si fueran un rosario.

Ted se rió. -Si me conocieras mejor, comprenderías que ridículo es eso. Ahora si nos disculpas, quiero que Lucy conozca a mi viejo líder de los Boy Scout -. Deslizó su brazo por los hombros de Lucy y la alejó.

Meg necesitaba reagruparse, así que se encaminó al baño de señoras sólo para ser emboscada por una mujer pequeña con el pelo bermejo cortado y un montón de maquillaje cuidadosamente aplicado. -Soy Birdie Kittle -, dijo mirando a Meg con un barrido de sus pestañas con rimel. -Debes ser amiga de Lucy. No te pareces en nada a tu madre.

Birdie estaba probablemente en la mitad de los cuarenta, por lo que habría sido una niña durante el apogeo de la carrera de modelo de Fleur Savagar Koranda, pero su observación no sorprendió a Meg. Todos los que sabían algo acerca de las celebridades había oído hablar de su madre. Fleur Koranda había dejado de ser modelo hace años para establecer una de las agencias de talentos más poderosas del país, pero para el público en general siempre sería Glitter Baby.

Meg puso la sonrisa de la Casa Blanca de Lucy. -Eso es porque mi madre es una de las mujeres más bellas del mundo, y yo no lo soy -. Lo cual era cierto, a pesar de que Meg y su madre compartían más de algunas características físicas, sobre todo las malas. Meg había heredado las cejas trazadas por una pluma de Glitter Baby, así como sus grandes manos, sus pies como pedales, todo menos 5 cm de los casi 1,83 m de altura de su madre. Pero la piel aceitunada, el cabello castaño y demás características irregulares que había heredado de su padre le impedían reclamar cualquier belleza extravagante de su madre, sin embargo tenía los ojos de una interesante combinación de verde y azul que cambiaban de color dependiendo de la luz. Desafortunadamente, no había heredado ni el talento o la ambición que sus padres poseían en abundancia.

– Supongo que eres atractiva a tu modo -. Birdie pasó el pulgar con manicura por el cierre enjoyado de su bolso de noche negro. -Del tipo exótica. Hoy en día llaman supermodelo a cualquiera que se pone delante de una cámara. Pero Glitter Baby era real. Y fíjate en la forma que se convirtió en una mujer de negocios exitosa. Siendo yo misma una mujer de negocios, admiro eso.

– Sí, ella es notable -. Meg amaba a su madre, pero eso no le impedía que algunas veces deseara que Fleur Savagar Koranda tropezase: perder un cliente importante, echar a perder una negociación importante, tener un grano. Pero toda la mala suerte de su madre le había llegado temprano en su vida, antes de que Meg naciera, dejando a su hija con el título del desastre familiar.

– Supongo que te pareces más a tu padre -, continúo Birdie. -Juro que he visto cada una de sus películas. Excepto las depresivas.

– ¿Cómo la película con la que ganó su Oscar?

– Oh, vi esa.

El padre de Meg era una triple amenaza. Un actor mundialmente famoso, ganador como dramaturgo de un premio Pulitzer y un escritor de best-sellers. Con padres tan mega-exitosos, ¿quién podría culparla por ser un fracaso? Ningún niño puede vivir con ese tipo de legado.

Excepto sus dos hermanos pequeños…

Birdie ajustó los tirantes de su vestido negro con cuello en forma de corazón que se le ajustaba un poco demasiado en la cintura. -Tu amiga Lucy es una cosita bonita -. No sonaba como un elogio. -Espero que aprecie lo que tiene con Teddy.

Meg intentó mantener la compostura. -Estoy segura de que lo aprecia tanto como él a ella. Lucy es una persona muy especial.

Birdie aprovechó la oportunidad para ofenderse. -No es tan especial como Ted, pero tendrías que vivir aquí para entenderlo.

Meg no iba entrar en un concurso de quién escupe más lejos con esta mujer, no importaba lo mucho que lo deseara, así que mantuvo su sonrisa firmemente en su lugar. -Vivo en Los Ángeles entiendo muchas cosas.

– Todo lo que digo es que porque ella sea la hija de la Presidenta no significa que esté por encima de Ted o que todo el mundo vaya a darle un trato especial. Él es el mejor joven del estado. Ella tendrá que ganarse nuestro respeto.

Meg luchó para controlar su temperamento. -Lucy no tiene que ganarse el respeto de nadie. Es una mujer amable, inteligente y sofisticada. Ted es el que tiene suerte.

– ¿Estás sugiriendo que él no es sofisticado?

– No. Simplemente estoy señalando…

– Wynette, Texas, puede no significar mucho para ti, pero resulta que es un pueblo muy sofisticado y no apreciamos tener forasteros que vengan y nos juzguen simplemente porque no somos peces gordos de Washington -. Cerró bruscamente su bolso. -O celebridades de Hollywood.

– Lucy no es…

– La gente aquí tiene que dejar su propia huella. Nadie va a besar el trasero de nadie sólo por quienes son sus padres.

Meg no sabía si Birdie estaba hablando de la propia Meg o sobre Lucy, y no le importaba mucho. -He visitado pequeños pueblos alrededor de todo el mundo, y los que no tienen nada que probar siempre dan la bienvenida a los forasteros. Es en los sitios dejados de la mano de Dios, los pueblos que han perdido su lustre, los que ven a cada cara nueva como una amenaza.

Las cejas rojizas delineadas de Birdie llegaron hasta la línea de su pelo. -No hay nada dejado de la mano de Dios en Wynette. ¿Eso es lo que ella piensa?

– No, es lo que pienso yo.

La cara de Birdie se tensó. -Bueno, eso me dice mucho, ahora lo hace.

La puerta se abrió y una adolescente con el pelo largo y castaño claro asomó su cabeza. -¡Mamá! Lady Emma y las otras te requieren para las fotos.

Dirigiendo una última mirada hostil a Meg, Birdie salió escopetada de la habitación, preparada para repetir su conversación con todo aquel que quisiera escucharla.

Meg hizo una mueca. En su intento de defender a Lucy, había hecho más mal que bien. Este fin de semana no terminaría lo suficientemente pronto. Ella ató de nuevo su vestido en el hombro, se pasó los dedos por su corto y loco pelo, y se obligó a regresar a la fiesta.

Mientras la multitud hablaba con entusiasmo sobre la barbacoa y la risa se extendía por el porche, Meg parecía ser la única que no se estaba divirtiendo. Cuando se encontró a solas con la madre de Lucy, supo que tenía que decir algo, pero a pesar de que eligió sus palabras cuidadosamente, la conversación no fue así.

– ¿En serie estás sugiriendo que Lucy no debería casarse con Ted? -Nealy Jorik dijo en un tono de voz que reservaba para el partido de la oposición.

– No exactamente. Sólo…

– Meg, sé que estás pasando por tiempos difíciles, y realmente lo siento pero no permitas que tu estado emocional empañe la felicidad de Lucy. No podría haber hecho mejor elección que Ted Beaudine. Lo prometo, tus dudas son infundadas. Y quiero que me prometas que te las guardarás para ti.

– ¿Qué dudas? -dijo una voz con un débil acento británico.

Meg se dio la vuelta y vio a la madre Ted a su lado. Francesca Beaudine parecía una versión moderna de Vivien Leigh con un rostro en forma de corazón, una nube de pelo caoba y un vestido verde musgo que abrazaba su silueta todavía en buena forma. Durante las tres décadas que Francesca Today había estado en el aire, ella se había enfrentado a Barbara Walters como la reina de las entrevistas a celebridades en horario estelar. Mientras Walters era una periodista superior, Francesca era más divertida de ver. Nealy rápidamente suavizó las cosas. -La dama de honor está nerviosa… Francesca, es una noche maravillosa. No puedo decirte cuánto nos estamos divirtiendo Matt y yo.

Francesca Beaudine no era tonta. Miró a Meg de forma fría y evaluadora, a continuación se llevó a Nealy hacia un grupo que incluía a la pelirroja del baño de señoras y a Emma Traveler, la esposa del padrino de Ted, Kenny Traveler, otra de las grandes estrellas del golf profesional. Después de eso, Meg buscó a los invitados más inadecuados que pudo encontrar, un motorista que declaraba ser uno de los amigos de Ted, pero incluso la distracción de unos grandes pectorales no podía animarla. En cambio, el motorista le hizo pensar en la alegría de sus padres si hubiera llevado alguna vez a alguien a casa remotamente parecido a Ted Beaudine.

Lucy tenía razón. Él era perfecto. Y no podía ser más inadecuado para su amiga.


No importaba como Lucy colocara sus almohadas, no podía ponerse cómoda. Su hermana Tracy dormía silenciosamente después de insistir en compartir la cama de Lucy esta noche. Nuestra última noche para ser sólo de hermanas… Aunque Tracy no estaba triste por la boda. Ella adoraba a Ted tanto como los demás.

Lucy y Ted tenían que agradecer a sus madres por juntarlos. -Él es increíble, Luce -, había dicho Nealy. -Espera a conocerlo.

Y él fue increíble… Meg no debería haber plantado todas esas dudas en su cabeza.

Excepto que las dudas habían estado allí durante meses, aunque Lucy las mantenía alejadas. ¿Qué mujer en su sano juicio no se enamoraría de Ted Beaudine? Él la deslumbró.

Lucy apartó las sabanas. Todo esto era culpa de Meg. Ese era el problema con Meg. Ella volvía todo del revés. Ser la mejor amiga de Meg no hacía que Lucy fuera ciega a sus defectos. Meg era malcriada, imprudente e irresponsable, en busca de desafíos en la cima de una montaña en lugar de centrarse en sí misma. También era decente, cuidadosa, leal, y la mejor amiga que Lucy había tenido nunca. Cada una de ellas había encontrado su propia manera de vivir a la sombra de sus padres famosos: Lucy conformándose y Meg corriendo por el mundo, tratando de escapar del legado de sus padres.

Meg no conocía su propia fuerza: la considerable inteligencia que había heredado de sus padres, pero que nunca descubrió como usarla en su beneficio; la apariencia desgarbada y poco convencional que la hacía más llamativa que las predecibles mujeres guapas. Meg era buena en tantas cosas que había llegado a la conclusión que no era buena en nada. En su lugar, se había resignado a ser inadecuada y nadie, ni sus padres ni Lucy, podía quitarle esa convicción.

Lucy giró su cara contra la almohada, intentando acallar en su memoria ese horrible momento por la noche después de que regresaran al hotel, cuando Meg había apretado a Lucy en un abrazo. -Luce, él es maravilloso -, había susurrado. -Todo lo que dijiste. Y no puedes casarte con él.

La advertencia de Meg no había sido tan alarmante como la propia respuesta de Lucy. -Lo sé -, ella había escuchado su propio susurro de respuesta. -Pero voy a hacerlo de todas formas. Es demasiado tarde para echarse atrás.

Meg le había dado una fuerte sacudida. -No es demasiado tarde. Te ayudaré. Haré todo lo que pueda -. Lucy se había alejado y apresurado a su habitación. Meg no lo entendía. Era una chica de Hollywood, donde los escándalos eran normales, pero Lucy era una chica de Washington, y ella conocía el corazón conservador del país. El público estaba centrado en esta boda. Había visto a los niños Jorik crecer y aceptado unos cuantos errores de juventud. Programas de noticias de todo el mundo se había presentado para cubrir la boda, y Lucy no podía cancelar las cosas por una razón que no era capaz de definir. Además, si Ted era tan malo para ella, ¿no lo habría notado alguien más? ¿Sus padres? ¿Tracy? ¿No hubiera sido Ted, que lo veía todo tan claro, quién lo hubiera descubierto?

El recordatorio del juicio infalible de Ted Beaudine le trajo consuelo suficiente para caer en un sueño poco profundo e inquieto. A la tarde siguiente, sin embargo, ese consuelo se había desvanecido.

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