CAPÍTULO 19

Meg se había olvidado de la cámara de seguridad y Haley no sabía que existiera. En su cabeza estalló el pánico. -Vas a decirle lo que he hecho, ¿verdad?

– No. Vas a decírselo tú -. Hayle se había comportado de una forma rencorosa y destructiva, pero hoy también había protegido a Meg de Spence y Meg le debía algo por eso. La agarró por los hombros. -Escúchame, Haley. Ahora mismo tienes la oportunidad de cambiar el curso de tu vida. Para dejar de ser una niña furtiva, destructiva y resentida para comenzar a ser una mujer con un poco de carácter -. Haley hizo una mueca cuando Meg le apretó los dedos en sus brazos, pero Meg no la soltó. -Si no te plantas y afrontas las consecuencias de lo que has hecho, vas a estar viviendo tu vida en las sombras, siempre avergonzada, siempre sabiendo que no eres más que una rata que traicionó a una amiga.

Haley arrugó la cara. -No puedo hacerlo.

– Puedes hacer todo lo que te propongas. La vida no te da muchas oportunidades como ésta y, ¿sabes lo qué pienso? Pienso que según actúes en los próximos minutos definirás la persona que vas a ser de ahora en adelante.

– No, yo…

Ted saltó de su camioneta y fue hacia Meg. -La gente de seguridad llamó. Dijeron que Spence apareció por aquí. Vine tan rápido como pude.

– Spence se fue -, dijo Meg. -Se fue cuando vio a Haley.

Con un solo vistazo, se fijó en las piernas apenas cubiertas de Meg y la camiseta empapada que no terminaba de cubrir sus bragas mojadas. -¿Qué pasó? Te dio problemas, ¿no?

– Diremos que no está contento. Pero no he estropeado tu gran trato, si es lo que quieres saber -. Por supuesto que era lo que él quería saber. -Al menos no creo haberlo hecho -, añadió.

El alivio que vio reflejado en su cara, ¿era por ella o por el pueblo? Quería decirle por encima de cualquier otra cosa lo que había ocurrido, pero lo pondría en una situación imposible. No importaba lo difícil que fuera, iba a esperar algo de tiempo, sólo unos días.

Él finalmente se dio cuenta de los ojos rojos de Haley y su cara congestionada. -¿Qué te pasó?

Haley miró a Meg, esperando que Meg la acusara, pero Meg sólo la miraba. Haley bajó la cabeza. -Me… me picó una abeja.

– ¿Una picadura de abeja? -dijo Ted.

Haley volvió a mirar a Meg, desafiándola para que dijera algo. O quizás pidiéndole que hiciera lo que ella no podía hacer. Los segundos pasaron y, cuando Meg no dijo nada, Haley comenzó a morderse su labio inferior. -Tengo que irme -, murmuró en voz baja de cobarde.

Ted sabía que había ocurrido algo más que una picadura de abeja. Miró a Meg en busca de una explicación, pero Meg mantuvo su atención en Haley.

Haley buscó en el bolsillo de sus diminutos shorts las llaves del coche. Había aparcado su Focus en dirección a la salida, presumiblemente para escapar rápidamente después de quemar la ropa de Meg. Sacó sus llaves y las estudió durante un momento, todavía esperando que Meg la delatara. Cuando eso no ocurrió, comenzó a dar pequeños pasos tentativos hacia su coche.

– Bienvenida al resto de tu vida -, dijo Meg.

Ted la miró curioso. Haley dudó y luego se paró. Cuando finalmente se giró, sus ojos eran sombríos y suplicantes.

Meg negó con la cabeza.

Haley tragó saliva. Meg contuvo la respiración.

Haley se volvió hacia el coche. Dio otro paso. Se paró y encaró a Ted. -Fui yo -, dijo de forma apurada. -Fui yo quién hizo todas esas cosas a Meg.

Ted la miró. -¿Dé que estás hablando?

– Yo… yo fui quién destrozó la iglesia.

Pocas veces Ted Beaudine se quedaba sin palabras, pero esta fue una de esas veces. Haley jugaba con las llaves es sus manos. -Envié la carta. Puse las pegatinas en su coche, intenté romper los limpiaparabrisas y le tiré la roca a la luna del coche.

Él sacudió la cabeza, intentando asimilarlo. Luego se volvió hacia Meg. -Me dijiste que la roca salió disparada de un camión.

– No quería preocuparte -, dijo Meg. O darte la oportunidad de sustituir mi Rustmobile por un Humvee, algo que eres perfectamente capaz de hacer.

Él se dio la vuelta para enfrentarse a Haley. -¿Por qué? ¿Por qué hiciste algo así?

– Para que se fuera. Lo… lo siento.

Para ser un genio, a veces era lento pillando las cosas. -¿Qué te hizo ella a ti?

Una vez más Haley vaciló. Ésta sería la peor parte para ella, y miró a Meg en busca de ayuda. Pero Meg no se la iba a dar. Haley enrolló sus dedos alrededor de las llaves. -Estaba celosa de ella.

– ¿Celosa de qué?

Meg deseaba que no sonara tan incrédulo.

La voz de Haley se redujo a un susurro. -Por ti.

– ¿Por mí? -más incrédulo.

– Porque estoy enamorada de ti -, dijo Haley, cada palabra sonando miserable.

– Eso es lo más estúpido que he oído nunca -. El disgusto de Ted era tan palpable que Meg casi sintió pena por Haley. -¿Cómo pudiste atormentar a Meg de esa manera por eso que tú llamas amor? -Las palabras fueron un gruñido que destruyeron el mundo de fantasía que Haley había creado.

Ella presionó sus manos contra su estómago. -Lo siento -. Empezó a llorar. -Yo… nunca quise llegar tan lejos. Lo… siento mucho.

– Sentirlo no es suficiente -, soltó de nuevo. Y luego le entregó la prueba final que demostraba lo no correspondidos que eras sus sentimientos. -Entra en tu coche. Vamos a ir a la comisaría. Y será mejor que llames a tu madre de camino porque vas a necesitar todo el apoyo que puedas conseguir.

Las lágrimas rodaban por las mejillas de Haley y pequeños sollozos ahogados se atrapaban en su garganta, pero mantuvo la cabeza alta. Había aceptado su destino y no discutió con él.

– Espera -. Meg cogió aire y luego lo soltó. -Voto que no a lo de la policía.

Haley la miró fijamente. Ted la desechó. -No voy a discutir esto contigo.

– Como yo soy la víctima, tengo la última palabra.

– Y una mierda -, dijo él. -Te aterrorizó y ahora va a pagar por ello.

– Por lo que pagará mi nuevo parabrisas, eso seguro.

Él estaba tan furioso que su piel se puso pálida debajo de su bronceado. -Es mucho más que eso. Ha quebrantado por lo menos doce leyes. Allanamiento, acoso, vandalismo…

– ¿Cuántas leyes quebrantaste -, dijo Meg, -cuándo vandalizaste la Estatua de la Libertad?

– Tenía nueve años.

– Y eres un genio -, ella señaló mientras Haley los miraba sin estar segura de lo que estaba ocurriendo o de cómo la afectaba. -Eso significa que tenías al menos diecinueve años en coeficiente de inteligencia. Lo que hace que fueras mayor de lo que es ella.

– Meg, piensa en todo lo que te hizo.

– No tengo que hacerlo. Haley es la única que tiene que pensar en eso, podría estar equivocada pero tengo el presentimiento que va a pensar un montón en ello. Por favor, Ted. Todo el mundo se merece una segunda oportunidad.

El futuro de Haley dependía de Ted, pero miraba a Meg con una expresión entre avergonzada y asombrada.

Ted fulminó a Haley con la mirada. -No te lo mereces.

Haley se limpió las lágrimas de sus mejillas con los dedos y miró a Meg. -Gracias -, susurró. -Nunca voy a olvidarlo. Y te prometo que de alguna forma te lo devolveré.

– No te preocupes por devolverme el favor -, dijo Meg. -Haz las paces contigo misma.

Haley lo asimiló. Finalmente, asintió con un leve movimiento de cabeza vacilante, y luego firmemente.

Mientras Haley se iba hacia el coche, Meg recordó el presentimiento de que estaba pasando algo por alto. Debía ser esto. En algún lugar de su subconsciente, debía haber sospechado de Haley, aunque no estaba segura de cómo lo había hecho. Haley se fue conduciendo. Ted pateó grava con el talón. -Eres demasiado blanda, ¿lo sabías? Condenadamente demasiado blanda.

– Soy la hija mimada de una celebridad, ¿recuerdas? Ser blanda es todo lo que sé hacer.

– No es momento para bromas.

– Oye, si no puedes pensar en una mayor broma que Ted Beaudine liándose con una mera mortal como Meg…

– ¡Para!

La tensión del día le estaba pasando factura, pero no quería que él viera lo vulnerable que se sentía.-No me gusta cuando te pones de mal humor -, dijo ella. -Desafía a las leyes de la naturaleza. Si tú puedes convertirte en un gruñón, ¿qué será lo próximo? El universo entero podría desaparecer.

Él la ignoró. En su lugar, le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. -¿Qué quería Spence? ¿Otras de sus grandes muestras de atención o quería que le presentases a algunas de tus amistades famosas?

– Eso… básicamente eso -. Ella volvió la mejilla en la palma de su mano.

– Hay algo que no me estás contando.

Convirtió su voz en un ronroneo sexual. -Cariño, hay muchas cosas que no te cuento.

Él sonrió y le acarició con el dedo pulgar su labio inferior. -No puedes hacer las cosas por tu cuenta. Todo el mundo está tratando de que nunca te quedes a solas con él, pero también tienes que colaborar.

– Lo sé. Y créeme, no volverá a pasar. Aunque no puedo decirte cuánto me molesta tener que andar a escondidas sólo porque un millonario cachondo…

– Lo sé. No está bien -. Él presionó sus labios contra su frente. -Sólo mantente fuera de su camino un par de días más y, luego, puedes decirle que se vaya al infierno. De hecho, lo haré por ti. No puedes imaginarte lo cansado que estoy de tener a ese payaso en mi vida.

La sensación volvió sin avisar. La sensación de que algo la acechaba. Algo que no tenía nada que ver con Haley Kittle.

El cielo se había puesto oscuro y el viento hacia que su camiseta se le pegase al cuerpo. -¿No… No te parece extraño que Spence no haya oído hablar sobre lo nuestro? ¿O qué no lo haya hecho Sunny? Mucha gente lo sabe, pero… ellos no. Sunny no lo sabe, ¿no?

Él miró hacia las nubes. -No parece saberlo.

Ella no podía meter suficiente aire en sus pulmones. -Veinte mujeres vieron que me besaste en el almuerzo. Alguna de ellas debe habérselo dicho a sus maridos, amigas… Birdie se lo dijo a Haley.

– Supongo.

El movimiento de las nubes ensombreció el rostro de Ted y ella notaba que se acercaba a lo que tan duramente había estado tratando de saber. Cogió más aire. -Todas esas personas sabían que somos pareja. Pero no Spence y Sunny.

– Estoy es Wynette. Todo el mundo se apoya.

Lo tenía tan cerca que podía sentirlo, no era algo agradable, sino fétido y empalagoso. -Son personas leales.

– Eso no las hace mejores personas.

Y así, se dio cuenta de la venenosa verdad. -Sabías desde el principio que ninguno diría nada a Spence o Sunny.

Un rayo sonó a lo lejos… Estiró el cuello hacia la cámara de video, como si quisiera comprobar que no se había movido. -No entiendo lo que quieres decir.

– Oh, lo vas a entender muy bien -, dijo ella. -Cuando me besaste… Cuando le dijiste a todas esas mujeres que éramos pareja… Sabías que guardarían el secreto.

Él se encogió de hombros. -La gente hace lo quiere.

La verdad se abrió antes sus ojos, mostrando una verdad amarga y podrida. -Todo lo que dijiste sobre la honestidad y la franqueza, y cómo odiabas tener que andar a escondidas, me lo tragué.

– Odio hacer las cosas a escondidas.

Las nubes cubrieron sus cabezas, un trueno retumbó y una ola de furia la atrapó entre sus garras. -Estaba tan conmovida cuando me besaste delante de todo el mundo. Tan mareada porque estabas dispuesto a hacer ese sacrificio. ¡Por mí! Pero tú… tú no estabas arriesgando nada.

– Espera un minuto -. Sus ojos ardían de indignación. -Me lo echaste en cara esa noche. Dijiste que fue algo estúpido.

– Eso era lo que mi cabeza decía. Pero mi corazón… Mi estúpido corazón… -Su voz se rompió. -Estaba cantando de alegría.

Él puso una mueca. -Meg…

El juego de emociones que pasaron por la cara de este hombre, que nunca estaría dispuesto a dañar a alguien, fueron dolorosamente fáciles de descifrar. Su consternación. Su preocupación. Su piedad. Ella odiaba… lo odiaba a él. Quería hacerle daño como él se lo había hecho a ella, y sabía exactamente como castigarle. Con su honestidad.

– Me había enamorado de ti -, dijo ella. -Justo como las otras.

No pudo ocultar su consternación. -Meg…

– Pero para ti no significo algo más que las demás. Algo más de lo que significaba Lucy.

– Espera un momento.

– Soy una idiota. Ese beso significó tanto para mí. Dejé que significara tanto -. Ella soltó una risa desesperada que fue mayormente un llanto, no estaba segura de con cual de los dos estaba más enfadada. -Y la forma en que querías que me quedara en tu casa… Todo el mundo estaba preocupado por eso, pero si hubiera ocurrido, ellos habrían hecho todo lo posible por cubrirte. Lo sabías.

– Está haciendo una montaña de un grano de arena -. Pero no la miró a los ojos.

Ella le miró su perfil, fuerte y delineado. -Con simplemente verte me entran ganas de bailar -, susurró. -Nunca he amado a un hombre como te amo a ti. Nunca imaginé que pudiera tener estos sentimientos.

La boca de él se torció y sus ojos se oscurecieron por el dolor. -Meg, me importas. No creas que no me importas. Eres… eres maravillosa. Me haces…

Él se calló, buscando una palabra y ella se burló de él a pesar de las lágrimas. -¿Hago que tu corazón salte? ¿Hago que te entren ganas de bailar?

– Estás molestas. Estás…

– ¡Mi amor es ardiente! -Las palabras le salieron sin pensar. -Es algo que quema. Bulle y se agita, es profundo y fuerte. Pero todas tus emociones son frías y escasas. Te mantienes en la zona donde no tienes que preocuparte demasiado. Por eso querías casarte con Lucy. Era clara. Era lo lógico. Bueno, yo no soy clara. Soy un confusa y salvaje y perjudicial, y me has roto el corazón.

Con un trueno, la lluvia empezó a caer. La cara de él se contrajo. -No digas eso. Estás disgustada.

Trató de alcanzarla, pero ella se apartó. -Vete de aquí. Déjame sola.

– No así.

– Exactamente así. Porque lo único que tú quieres es lo mejor para las personas. Y, ahora mismo, lo mejor para mí es estar sola.

Ahora la lluvia caía con más fuerza. Podía ver como el cerebro de él funcionaba. Sopesando los pros y los contras. Queriendo hacer lo correcto. Siempre haciendo lo correcto. Así es cómo él funcionaba. Y permitiéndole ver el daño que le había hecho, era cómo más daño podía haberle hecho.

Un rayo cruzó el cielo. Él la encaminó a las escaleras y se resguardaron en el tejadillo de la puerta de la iglesia. Ella se alejó. -¡Vete! ¿No puedes hacer al menos eso?

– Por favor, Meg. Vamos a resolver esto. Sólo necesitamos algo de tiempo -. Él intentó tocarle la cara, pero cuando ella se estremeció dejo caer la mano. -Estás disgustada. Y lo comprendo. Esta noche, nosotros…

– No. Esta noche no -. Ni mañana. Ni nunca.

– Escúchame. Por favor… Mañana tengo el día repleto de reuniones con Spence y su gente, pero mañana por la noche, nosotros… nosotros cenaremos en mi casa donde no tendremos interrupciones. Sólo nosotros dos. Tendremos tiempo de pensar en todo esto y podremos hablarlo.

– Bien. Tiempo para pensar. Eso va arreglarlo todo.

– Sé justa, Meg. Esto ha sucedido de repente. Promételo -, dijo muy serio. -Si no prometes reunirte conmigo mañana por la noche, no me voy a ningún sitio.

– Está bien -, dijo inexpresivamente. -Lo prometo.

– Meg…

De nuevo intentó tocarla y, una vez más, ella se resistió. -Sólo vete. Por favor. Hablaremos mañana.

Él la estudió un largo rato y ella pensó que no se marcharía. Pero finalmente lo hizo, y ella se quedó en lo alto de las escaleras mirando como se iba conduciendo bajo la lluvia.

Cuando estuvo fuera de su vista, hizo lo que no había sido capaz de hacer antes. Caminó hacia un lado de la iglesia y rompió una ventana. Sólo un panel mediante el que podía alcanzar el pestillo. Luego abrió la ventana y saltó al interior del santuario vacío y lleno de polvo.

Él esperaba reunirse con ella a la noche siguiente para tener una tranquila y lógica discusión sobre su no correspondido amor. Ella se lo había prometido.

Cuando un trueno sacudió el edificio, pensó en lo fácilmente que ese tipo de promesas se podía romper. En el coro encontró un par de vaqueros que Dallie y Skeet se habían dejado cuando empaquetaron sus cosas. Todavía había comida en la cocina, pero no tenía apetito. En lugar de eso, paseo por el viejo suelo de pino y pensó en todas las cosas que la habían llevado a esta momento. Ted no podía cambiar su forma de ser. ¿En serio se había creído que él podría amarla? ¿Cómo podía haber pensado, incluso por un momento, que ella era diferente a las demás?

Porque él le había mostrado partes de sí mismo que nunca le mostraba a nadie más y eso había hecho que ella se sintiera diferente. Pero todo había sido una ilusión y, ahora, tenía que irse porque quedarse aquí era imposible.

La idea de no volver a verlo la hacía estremecerse, así que se centró en los aspectos prácticos. La vieja e irresponsable Meg habría saltado al coche esa misma noche y hubiera huido. Pero su nueva y mejorada versión tenía obligaciones. Mañana era su día libre, así que no nadie esperaba que fuera a trabajar y tendría tiempo para hacer lo que necesitaba hacer.


Esperó hasta estar segura que Skeet estaba dormido antes de regresar a su casa. Mientras sus ronquidos retumbaban por el pasillo, se sentó en el escritorio del despacho donde había estado haciendo sus joyas y cogió un bloc amarillo. Hizo una lista con consejos para quién fuera a hacerse cargo del carrito de bebidas, explicando la mejor forma de llevarlo, las lista de preferencias de los habituales y añadió unas cuantas línea sobre el reciclaje de vasos de cartón y latas. Tal ve su trabajo no fuera de gran exigencia mental, pero ella había conseguido doblar los ingresos del carrito de bebidas. Al final, escribió: un trabajo es lo que tú haces de él. Pero se sintió tonta y lo tachó.

Cuando terminó la pulsera que le había prometido a Torie, intentó no pensar en él, pero fue algo imposible y, al amanecer, cuando metió la pulsera en un sobre acolchado, tenía cara de sueño, estaba cansada y más triste que nunca.

Skeet estaba comiéndose su taza de cereales en la mesa de la cocina, con la página de deportes extendida delante de él, cuando entró. -Buenas noticias -, dijo forzando una sonrisa. -Mi asaltante ha sido identificado y neutralizado. No me preguntes los detalles.

Skeet levantó la vista de sus cereales. -¿Ted lo sabe?

Luchó contra la ola de dolor que la amenazaba cada vez que pensaba que no iba a volverlo a ver. -Sí. Y me voy a trasladar de nuevo a la iglesia -. No le gustaba mentir a Skeet, pero necesitaba una excusa para recoger sus cosas sin levantar sospechas.

– No sé por qué tienes tanta prisa -, refunfuñó.

Cuando volvió a centrar la atención en su tazón de cereales, ella se dio cuenta que iba a echar de menos a ese viejo cascarrabias, y a muchas otras personas locas de este pueblo.

La falta de sueño y el dolor le habían pasado factura y apenas había empezado a empaquetar antes de ceder y acostarse. A pesar de sus sueños sombríos, no se despertó hasta a mediodía. Terminó de recoger rápidamente, pero aún así no llegó al banco hasta cerca de las tres. Sacó todo excepto veinte dólares de su pobre cuenta bancaria. Si cancelaba la cuenta, todos los trabajadores del banco empezarían a interrogarla y, cinco minutos después de salir del banco, Ted se enteraría que se iba. No podía soportar otro enfrentamiento.

El único buzón de correos del pueblo estaba delante de las escaleras de la oficina de correos. Ella mandó los consejos sobre el carrito de bebidas y una carta de renuncia a Barry, el asistente del gerente. Mientras metía el sobre con la pulsera de Torie, un coche se detuvo en una zona donde estaba prohibido aparcar. La ventana del conductor se bajó y Sunny Skipjack asomó la cabeza. -Te he estado buscando. Se me olvidó que el club está cerrado hoy. Déjame invitarte a algo y así podemos hablar.

Sunny representaba la eficiencia en persona con su pelo oscuro brillante y sus joyas de plata. Meg nunca se había sentido más vulnerable. -Me temo que no es un buen momento -, dijo. -Tengo millones de cosas que hacer -. Como montarme en mi coche y dar la espalda al hombre del que estoy tan enamorada.

– Cancélalas. Esto es importante.

– ¿Se trata de tu padre?

Sunny la miró sin comprender. -¿Qué pasa con mi padre?

– Nada.

Algunas personas en la acera se pararon para mirar, ninguna intentó ser discreta. Sunny, la ocupada ejecutiva, golpeaba sus dedos contra el volante impacientemente. -¿Estás segura que no puedes buscar un par de minutos en tu apretada agenda para hablar de un posible negocio?

– ¿Negocio?

– He visto tus joyas. Quiero hablar de ellas. Entra.

Los planes de futuro de Meg estaban un las nubes como mucho. Sopesó el riesgo de posponer su partida en una hora contra el beneficio de escuchar lo que Sunny le quería decir. Sunny podría ser un dolor en el culo, pero también era una inteligente mujer de negocios. Meg dejó a un lado sus reticencias de entrar en un espacio cerrado con otro Skipjack y se montó en el coche.

– ¿Has oído hablar del artículo en el Wall Street Journal sobre la subasta de Ted? -dijo Sunny mientras se incorporaban a la carretera. -Parte de una serie de eventos creativos para recaudar fondos para caridad.

– No, no sé nada.

Ella conducía con una mano en el volante. -Cada vez que sale una de esas historias, la subasta sube. Toda esa atención nacional la está encareciendo, pero no he perdido en nada desde hace mucho tiempo -. El teléfono de Sunny sonó. Se lo colocó bajo el pelo oscuro brillante que le rodeaba la oreja. -Hola, papá.

Meg se puso rígida.

– Sí, leí la nota y hable con Wolfsburgo -, dijo Sunny. -Llamaré a Ferry esta noche.

Hablaron durante otro par de minutos sobre abogados y el contrato. Los pensamientos de Meg volvieron a Ted, sólo para ser llevada de nuevo a la realidad cuando Sunny dijo, -lo comprobaré más adelante. Meg y yo estamos saliendo ahora -. Miró a Meg y rodó los ojos. -No, no estás invitado a unirte a nosotras. Te llamo después -. Ella escuchó durante un momento, frunció el ceño y luego colgó. -Parecía enfadado. ¿Qué paso entre vosotros?

Meg le dio la bienvenida a la ola de furia. -Tu padre no es bueno recibiendo un no por respuesta.

– Esa es porque es un hombre exitoso. Listo y centrado. No entiendo por qué se lo estás poniendo difícil. O quizás sí.

Meg no quería tener esta conversación y lamentó haber subido al coche. -Querías hablar sobre mis joyas -, dijo mientras giraban hacia la carretera.

– Las estás vendiendo por debajo de su precio. Tus piezas son únicas y tienen mucho atractivo. Necesitas entrar en el mercado de alta gama. Ve a Nueva York. Usa tus contactos para conocer a los buenos compradores. Y deja de malgastar tu mercancía con los de aquí. No puedes conseguir una buena reputación de diseño al Este de quien sabe donde, Texas.

– Gracias por el consejo -, respondió Meg mientras pasaban por el Roustabout. -Pensé que íbamos a tomar algo.

– Un pequeño desvío al vertedero.

– Ya lo he visto y no quiero volver.

– Necesito hacer algunas fotos. No estaremos mucho tiempo. Además, allí podemos hablar en privado.

– No estoy segura de que necesitemos tener una charla privada.

– Te aseguro que sí -. Sunny entró en el camino que llevaba al vertedero. Había recibido una nueva capa de grava desde que Meg había estado allí, esa vez Ted y ella habían hecho el amor contra el lateral de la camioneta. Otra ola de dolor le golpeó en el pecho.

Sunny aparcó al lado de la señal oxidada, cogió la cámara de su bolso y salió, cada gesto, cada movimiento hecho con determinación. Meg nunca había conocido a alguien con tanta auto confianza.

No iba a quedarse en el coche como una cobarde y también salió. Sunny se puso la cámara contra su ojo y enfocó el vertedero. -Esto es el futuro de Wynette -. La cámara hizo clic. -Al principio me oponía a construir aquí, pero después de conocer mejor al pueblo y a la gente, cambié de opinión.

Hizo más fotos, cambiando el ángulo. -En realidad es un sitio único. La base de América y todo eso. Generalmente, papá no se vuelve loco con las ciudades pequeñas, pero todo el mundo ha sido genial con él aquí, y le encanta jugar con los tipos como Dallie, Ted y Kenny -. Ella bajó la cámara. -En cuanto a mí… No es un secreto que estoy interesada en Ted.

– Tú y el resto del universo femenino.

Sunny sonrió. -Pero, a diferencia del resto, yo también soy ingeniera. Puedo conectar con él a nivel intelectual y, ¿cuántas mujeres pueden decir lo mismo?

Yo no, pensó Meg.

Ella caminó hasta detrás de la señal el vertedero y apuntó la cámara hacia las tuberías de metano. -Entiendo la tecnología en la que está interesado -. Hizo clic. -Aprecio su pasión por la ecología tanto a nivel científico como práctico. Tiene una mente increíble y no mucha gente puede seguir el ritmo de ese tipo de inteligencia.

Otra mujer que pensaba que sabía lo él necesitaba. Meg no pudo resistirse. -

¿Y Ted corresponde tus sentimientos?

– Estamos en ello -. Ella volvió a bajar la cámara. -Al menos eso espero. Soy realista. Tal vez no suceda como quiero, pero soy como mi padre. No me retiro ante un desafío. Creo que Ted y yo tenemos futuro juntos e intentaré hacer todo lo posible para conseguirlo -. Ella miró directamente a Meg a los ojos. -Las cartas están en la mesa. Quiero que te vayas de Wynette.

– ¿Ahora? -No veía razón para decirle a Sunny ella estaría de camino si no la hubiera detenido. -¿Por qué?

– No es algo personal. Creo que eres buena para mi padre. Ha estado deprimido últimamente. Por hacerse mayor y todo eso. Has hecho que se olvidara de eso. El problema es que mantienes a Ted alejado de mí. Él nunca admitirá que se apoya en ti, pero es obvio.

– ¿Crees que Ted se apoya en mí?

– He visto la forma en que te mira, la forma en que habla de ti. Sé que tú y Lucy Jorik son muy amigas. Tú le recuerdas a ella y mientras estés alrededor, va a ser muy difícil para él seguir adelante.

Muy lista y aún así tonta.

– Yo también soy creyente de lo que mujeres mirando por el beneficio de mujeres -, dio Sunny. -Estar tanto alrededor de él tampoco es bueno para ti. He escuchado decir a más gente de la que puedo contar que lo tienes embobado, pero las dos sabemos que eso no es del todo cierto. Afrontémoslo, Meg. Ted nunca va a estar contigo. No tenéis nada en común.

Excepto padres famosos, una educación privilegiada, pasión por la ecología y una alta tolerancia por lo absurdo, algo que Sunny nunca comprendería.

– Ted está cómodo contigo porque le recuerdas a Lucy -, saltó Sunny. -Pero eso a todo lo que llegará. Estando aquí te está cortando las alas y haciendo más complicada mi relación con él.

– Tú realmente eres contundente.

Se encogió de hombros. -Creo en ser honesta.

Pero a lo que Sunny llamaba honestidad no era más que cruel desprecio por cualquier sentimiento u opinión que no fuera la suya.

– La sutileza nunca ha sido mi fuerte -, dijo con el orgullo que enarbolaba su propia importancia. -Si estás dispuesta a desaparecer, yo estoy dispuesta a ayudarte a empezar con tu negocio de joyería.

– ¿Dinero de sangre?

– ¿Por qué no? No eres una mala inversión. Incorporando reliquias auténticas a tus piezas, has tropezado con un bonito y pequeño mercado que podría ser muy rentable.

– Excepto por el detallo de que no estoy segura de querer estar en el negocio de la joyería.

Sunny no podía comprender que alguien rechazara un negocio viable y apenas pudo ocultar una mueca de desprecio. -¿Y qué vas a hacer?

Estaba a punto de decirle que se ocuparía ella misma de su futuro cuando escuchó unas ruedas en la grava. Ambas se giraron cuando un coche extraño frenó detrás de ellas. El sol le daba en los ojos, así que no pudo ver quién estaba conduciendo, pero la interrupción no la sorprendía. Los buenos ciudadanos de Wynette no la dejarían a solas con un Skipjack mucho tiempo.

Pero cuando la puerta se abrió, su estómago se revolvió. La persona que salió del sedán oscuro fue Spence. Ella se giró hacia Sunny. -Llévame de vuelta al pueblo.

Pero los ojos de Sunny estaban puestos en su padre mientras él se acercaba, su sombrero Panama ocultando la mitad de su rostro. -Papá, ¿qué estás haciendo aquí?

– Me dijiste que ibas a hacer las fotos hoy.

A Meg no le quedaban fuerzas para hacer frente a esto. -Quiero volver al pueblo ahora.

– Déjanos a solas -, le dijo Spence a su hija. -Tengo unas cuantos cosas que necesito decirle a Meg en privado.

– ¡No! No te vayas.

La alarma de Meg confundió a Sunny, cuya sonrisa de bienvenida a su padre desapareció. -¿Qué está pasando?

Spence inclinó su cabeza hacia el coche de su hija. -Nos veremos de vuelta en el pueblo. Vete.

– Voy donde tú vayas, Sunny -, dijo Meg. -No quiero quedarme a solas con él.

Sunny la miró como si estuviera llena de gusanos. -¿Qué te pasa?

– Meg es una cobarde -, dijo él. -Eso es lo que le pasa.

Meg no volvería a ser su víctima indefensa. -Sunny, tu padre me atacó ayer.

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