CAPÍTULO 20

– ¿Atacó? -Spence se rió groseramente. -Esa sí que es buena. Muéstrame alguna marca que tengas y te daré un millón de dólares.

La compostura habitual de Sunny había desaparecido y se dirigió a Meg con repugnancia. -¿Cómo puedes decir algo tan vil?

Más coches estaban llegando por el camino de grava, no sólo uno, sino toda una caravana, todos percibieron problemas. -Mierda -, exclamó Spence. -Un hombre no puede cagar en este pueblo sin que todo el mundo se entere.

Kayla salió por la puerta del pasajero del Kia rojo que conducía una de las camareras del Roustabout. -¿Qué estáis haciendo todos vosotros aquí? -gorgojeó yendo hacia ellos como si acabara de toparse con un picnic.

Antes de que nadie pudiera responderle, Torie, Dexter y Kenny salieron de un Range Rover plateado. El pareo hawaiano de Torie no pegaba con la parte superior de su biquini de cuadros. Tenía el pelo mojado y estaba sin maquillar. Su marido llevaba un traje azul oscuro y Kenny llevaba la mano decorada con una tirita de Spiderman. -Buenas tardes, Spence. Sunny. Hace buen tiempo después de lo de ayer. Lo que no quiere decir que no necesitáramos la lluvia.

Zoey salió de un Carey azul marino. -Estaba de camino a la reunión para el plan de estudios de ciencias -, dijo a nadie en particular.

Más coches llegaron detrás del suyo. Parecía que todo el pueblo había presentido la catástrofe en ciernes y todos habían decidido ir a evitarlo.

Dexter O'Connor gesticuló hacia el vertedero. -Eres un hombre afortunado, Spence. Tiene muchas posibilidades.

En lugar de mirarlo, Spence mantuvo su furiosa mirada en Meg, y el alivio que ella había sentido con la aparición de toda esta gente comenzó a esfumarse. Intentó convencerse de que estaba equivocada. Seguramente él lo dejaría pasar. Seguramente no insistiría en eso delante de toda esta gente. Pero había sabido desde el principio que él no toleraría que nadie quedara por encima de él.

– El contrato todavía no se ha firmado -, dijo ominosamente.

Una colectiva expresión de pánico cubrió las caras de todos los presentes. -Papá… -Sunny puso su mano sobre el brazo de su padre.

Torie se hizo cargo de la situación. Apretó el nudo de su pareo y fue hacia Spence. -Dex y yo estábamos planeando hacer una parrillada esta noche. ¿Por qué no os unís Sunny y tú? Si no os importa que estén los niños o podríamos enviarlos a casa de papá. Sunny, ¿has visto alguna vez emús de cerca? Dex y yo tenemos un rebaño completo. Básicamente me casé con él para poder alimentarlos. Él no está tan loco por ellos como yo, pero son las criaturas más dulces que nunca hayas visto -. Torie suspiró deliberadamente y con un largo monólogo describió los cuidados y la alimentación de los emús y sus beneficios para la humanidad. Estaba tratando de ganar tiempo, y como todo el mundo estaba mirando al camino, Meg no tuvo problemas para imaginarse por qué. Estaban esperando a que el caballero de la camioneta azul apareciera y salvara al pueblo del desastre.

Más vehículos llegaban por el camino. Torie se estaba quedando sin material sobre los emús y echó una mirada implorante a los demás. Su hermano fue el primero en reaccionar, pasando un brazo por los hombres de Spence y gesticulando hacia el vertedero con el otro. -He estado dándole muchas vueltas a la cabeza al circuito.

Pero Spence se alejó de él y estudió a la creciente multitud. Su mirada regresó a Meg, y la forma en que sus ojos se estrecharon le dijo a Meg que había llegado la hora. -Resulta que eso, podría ser un poco prematuro, Kenny. Tengo una reputación que considerar y, aquí Meg, acaba de decirle a mi hija algo muy impactante.

El miedo le golpeó el estómago. Él quería venganza, y sabía exactamente como conseguirla. Si mantenía su acusación, dañaría a demasiada gente, pero el pensar en echarse atrás la ponía enferma. ¿Cómo hacer lo mejor podía ser lo equivocado? Se clavó las uñas en las palmas de las manos. -Olvídalo.

Pero Spence quería que pagara cada una de las heridas que le había infligido a su ego, y siguió. -Oh, no puedo hacerlo -, dijo él. -Algunas cosas son demasiado serias como para olvidarlas. Meg dijo que yo… ¿Cuál fue la palabra que usaste?

– Déjalo -, dijo ella aunque sabía que no lo haría.

Él chasqueó los dedos. -Ya recuerdo. Dijiste que te asalté. ¿Estoy en lo cierto, Meg?

Un murmullo se extendió por la multitud. Los labios pintados de Kayla se abrieron. Zoey se llevó la mano a la garganta. Muchos móviles se abrieron de golpe y Meg luchó contra las nauseas. -No, Spence, no estás en lo correcto -, dijo inexpresivamente.

– Pero eso es lo que te escuché decir. Lo que te escuchó mi hija -. Él alzó la barbilla. -Recuerdo estar nadando contigo ayer, pero no recuerdo ningún asalto.

La mandíbula de ella no quería moverse. -Tienes razón -, murmuró ella. -Estoy equivocada.

Él negó con la cabeza. -¿Cómo podrías estar equivocada en algo tan grave?

Él estaba metiendo el dedo en la llaga. La única forma para ella pudiera ganar era dejando que ganara él, así que luchó por mantenerse serena. -Fácil. Estaba molesta.

– Hola a todo el mundo.

La multitud se giró al unísono cuando su salvador llegó. Su llegado había pasado desapercibida porque había llegado conduciendo un Mercedes Benz gris oscuro que todos tendía a olvidar que era suyo. Parecía cansado. -¿Qué está pasando aquí? -dijo. -¿Un fiesta de la que me olvidé?

– Me temo que no -. A pesar de que Spence fruncía el ceño, ella pudo darse cuenta que él estaba disfrutando del poder que tenía sobre todos ellos. -Te aseguro que estoy contento de que llegaras, Ted. Parece que tenemos un problema no previsto.

– ¿Oh? ¿Y cuál es?

Spence se frotó el mentón ensombrecido por la barba de un día. -Va a ser difícil para mí hacer negocios en un pueblo donde una persona puede difundir acusaciones falsas y salirse con la suya.

No iba a cancelar el trato. Meg no lo creía. No con Sunny mandándole esas miradas suplicantes. No con el pueblo entero puesto en línea para adorarlo. Estaba jugando al gato y al ratón, mostrando su poder para humillarla y hacer ver a todo el mundo que él estaba a cargo de la situación.

– Siento oír eso, Spence -, dijo Ted. -Supongo que los malentendidos pueden ocurrir en cualquier sitio. Lo bueno es que en Wynette intentamos resolver los problemas antes de que pasen a mayores. Déjame ver si yo puedo ayudar a resolver esto.

– No sé, Ted -. Spence miró hacia el vertedero vacío. -Es difícil dejar pasar algo así. Todo el mundo cuenta conmigo para que firme esos contratos mañana, pero no puedo imaginar que eso ocurra con esa falsa acusación pendiendo sobre mí.

Murmullos tensos recorrieron la multitud. Sunny no se daba cuenta del juego de su padre y su cara era un cuadro de consternación mientras veía como su futuro con Ted se le escapaba. -Papá, necesitamos hablar de esto en privado.

Mr. Frío se quitó la gorra y se rascó la cabeza. ¿Nadie excepto ella se daba cuenta de su cansancio? -Seguro que te tienes que hacer lo que crees que es lo correcto, Spence. Pero apuesto que puedo ayudar a resolverlo si me dices cuál es el problema.

Meg no pudo soportarlo más. -Yo soy el problema -, declaró. -Insulté a Spence y ahora quiere castigar al pueblo por eso. Pero no tienes que hacerlo, Spence, porque me voy de Wynette. Ya me habría marchado si Sunny no me hubiera detenido.

Ted se volvió a poner la gorra e incluso mientras la miraba mantuvo su voz calmada. -Meg, ¿por qué no dejas que yo me ocupe de esto?

Pero Spence quería sangre. -¿Crees que puedes irte sin consecuencias después de hacer una acusación tan seria delante de mi hija? Eso no vale para mí.

– Espera un momento -, dijo Ted. -¿Por qué no empezamos desde el principio?

– Sí, Meg -, se mofó Spence. -¿Por qué no lo hacemos?

Ella no podía mirar a Ted, así se centró en Spence. -He admitido que mentí. Fuiste un perfecto caballero. No me asaltaste. Yo… hice una montaña de esto.

Ted se giró hacia ella. -¿Spence te asaltó?

– Eso es lo que le dijo a mi hija -. Las palabras de Spence salían con desprecio. -Es una mentirosa.

– ¿Tú la asaltaste? -Ted abrió los ojos. -Hijo de puta -. Sin más aviso que eso, Mr. Frío mandó a la mierda la última gran esperanza del pueblo.

Una exclamación de incredulidad atravesó a la multitud. El rey de la fontanería estaba tirado en el suelo, su sombrero Panamá rodando entre el polvo. Meg estaba tan sorprendida que no podía moverse. Sunny dejó escapar un grito ahogada y todo el mundo permanecía congelado de horror mientras su imperturbable alcalde, su propio Príncipe de la Paz, agarraba a Spencer Skipjacks del cuello de su camisa de vestir y lo ponía de nuevo de pie.

– ¿Quién demonios te piensas que eres? -Ted le gritó en la cara, sus propias facciones contorsionadas por una oscura furia.

Spence arremetió contra Ted con el pie, dándole en la pierna y enviándolos a los dos al suelo.

Todo era un mal sueño.

Un mal sueño que se convirtió en una pesadilla en toda regla cuando dos figuras familiares emergieron de la multitud.

Se los estaba imaginando. Parpadeó, pero la horrible visión no se iba.

Sus padres. Fleur y Jake Koranda. La miraban con el rostro consternado.

No podían estar aquí. No sin haberle dicho que iban a venir. No aquí, en el vertedero, presenciando el mayor desastre de su vida.

Volvió a pestañear, pero todavía estaban allí, con Francesca y Dallie Beaudine justo detrás de ellos. Su madre, gloriosamente bella. Su padre, alto, escarpado y en plena forma. Los luchadores se levantaron y luego volvieron al suelo. Spence pesaba unos veinte kilos más que Ted, pero Ted era más fuerte, más ágil y estaba poseído por una furia que lo había transformado en un hombre que ella no reconocía.

Torie se agarró el pareo. Kenny soltó una obscenidad. Kayla empezó a llorar. Y Francesca intentó ir corriendo a ayudar a su precioso bebé, pero su marido la agarró por detrás.

Nadie, sin embargo, detuvo a Sunny, que no dejaría que ningún hombre, ni siquiera uno por el que se creía sentir enamorada, atacara a su amado padre. -¡Papá! -Con un grito se tiró sobre la espalda de Ted.

Era más de lo que Meg podía aguantar. -¡Quítate de encima de él!

Corrió para interceder, resbaló sobre la grava y cayó sobre Sunny, dejando atrapado a Ted debajo de las dos. Spence se aprovechó del temporal cautiverio de Ted y se puso de pie. Meg miró alarmada cuando echó la pierna hacia atrás para golpear a Ted en la cabeza. Con su propio grito de rabia, giró hacia un lado, se estrelló contra él y le hizo perder el equilibrio. Mientras él caía, ella agarró a Sunny por la parte de atrás de su blusa de diseño. Ted nunca pegaría a una mujer, pero Meg no tenía tantos escrúpulos.

Finalmente Torie y Shelby Travelere apartaron a Meg de una Sunny sollozando, pero el amado y pacífico alcalde del pueblo quería sangre y se necesitó tres hombres para retenerlo. No fue el único en ser retenido. La madre de Meg, Skeet, Francesca y el jefe de bomberos tuvieron que unirse para retener a su padre.

– ¡Estás loco! -gritó Spence. -¡Todos estáis locos!

Los labios de Ted se movían con desprecio. -Fuera de aquí.

Spence cogió su sobrero del suelo. Aceitosas madejas de pelo le caían sobre la frente. Uno de sus ojos estaba empezando a hincharse y su nariz estaba sangrando. -Este pueblo siempre me necesitará más de lo que yo lo necesito -. Golpeó el sombrero contra su pierna. -Beuadine, mientras ves este lugar de putrefacción, piensa a lo que has renunciado -. Se puso el sombrero en la cabeza y miró a Meg, con una expresión venenosa. -Piensa lo mucho que te ha costado una don nadie.

– Papá… -La sucia blusa de Sunny estaba rota, tenía un brazo raspado y un rasguño en la mejilla, pero él estaba demasiado cegado con su propia ira como para preocuparse por ella.

– Podías haberlo tenido todo -, dijo mientras la sangre le brotaba de la nariz. -Y lo echaste todo a perder por una puta mentira.

Sólo su madre, arrojándose sobre su padre, impidió que éste saltara sobre Spence, mientras que el hombre que retenía a Ted casi no podía sujetarlo. Dallie dio un paso hacia delante, sus ojos de azul acero echando chispas. -Te aconsejo que te vayas mientras puedas, Spence, porque lo único que puedes conseguir es que le diga a esos chicos que sujetan a Ted que le dejen terminar el trabajo que empezó.

Spence echó un vistazo a los rostros hostiles y comenzó a volver hacia los coches. -Vamos, Sunny -, dijo con una valentía que no engañaba a nadie. -Vámonos de esta pocilga.

– ¡Eres un perdedor, imbécil! -gritó Torie. -Golpeaba un hierro cinco mejor que tú cuando estaba en el instituto. Y, Sunny, eres una arpía engreída.

Padre e hija, sintiendo que había una multitud enfadada detrás de ellos, corrieron hasta sus coches y se metieron dentro. Mientras se alejaban conduciendo, un par de ojos tras otros se fueron fijando en Meg. Sintió su enfado y vio su desesperación. Nada de esto habría ocurrido si se hubiera ido del pueblo cuando ellos querían que se fuera.

De alguna forma se las arregló para mantener la cabeza alta, incluso mientras parpadeaba para contener las lágrimas. Su exquisita madre, con su uno ochenta metros de altura, comenzó a ir hacia ellas, moviéndose con la autoridad que una vez la llevó a desfilar por las mejores pasarelas del mundo. La atención de la multitud se había centrado tanto en la transcurso de la calamidad que había ocurrido, que nadie se había dado cuenta de los extraños en medio de ellos, pero el brillo del pelo rubio de Glitter Baby, las cejas delineadas perfectamente y la considerable boca la hacia instantáneamente reconocible para todo el mundo mayor de treinta años, y el murmullo subió de nivel. Luego el padre de Meg se puso al lado de su madre y el murmullo paró mientras los espectadores intentaban absorber el hecho asombroso de que el legendario Jake Koranda había salido de la pantalla de televisión para estar entre ellos.

Meg fue hacia ellos con una infeliz combinación de amor y desesperación. ¿Cómo podía alguien tan normal como ella ser la hija de esas dos magníficas criaturas?

Pero sus padres no llegaron a acercarse porque Ted se adelantó. -¡Qué todo el mundo se largue de aquí! -exclamó. -¡Todos! -por alguna inexplicable razón, incluyó a los padres de ella en su proclamación. -Vosotros, también.

Meg no quería otra cosa que irse y nunca regresar, pero no tenía coche y no podía soportar la idea de irse con sus padres antes de haber tenido la oportunidad de calmarse. Torie parecía ser la mejor opción y le dirigió una mirada suplicante sólo para que brazo de Ted la agarrara. -Tú te quedas donde estás.

Cada palabra fue pronunciada de forma precisa y con su debida pausa. Él quería un último enfrentamiento y, después de todo, se lo merecía.

Su padre valoró a Ted y luego se giró hacia ella. -¿Tienes el coche aquí?

Cuando negó con la cabeza, sacó sus llaves y se las lanzó. -Pediremos a alguien que nos acerque al pueblo y te esperaremos en el hotel.

Una persona tras otra se fueron yendo. Nadie quería desafiar a Ted, ni siquiera su madre. Francesca y Dallie llevaron a los padres de Meg en su Cadillac. Cuando los coches comenzaron a irse, Ted caminó hacia la señal oxidada y contempló la vasta extensión de tierra contaminada ahora despojada de cualquiera de sus esperanzas futuras. Sus hombros estaban caídos. Ella le había hecho esto. No intencionadamente, pero lo había provocado al quedarse en Wynette cuando todo le decía que era necesario que se marchara. Luego todo se había agravado por su estúpido enamoramiento de un hombre que le había dado la espalda al amor. Su propia auto-indulgencia había desembocado en este momento donde todo se había derrumbado.

El sol brillaba en el cielo, con su perfil grabado en fuego. El último coche desapareció, pero fue como si ella hubiera dejado de existir y él no se movió. Cuando no puedo estarse quieta más rato, se obligó a sí misma a ir hacia él. -Lo siento -, susurró.

Elevó la mano para limpiarle la sangre de la esquina de la boca, pero él le cogió la muñeca antes de que pudiera tocarlo. -¿Ha sido eso lo suficientemente ardiente para ti?

– ¿Qué?

– ¿Te crees que no siento las cosas? -Su voz ronca por la emoción. -¿Que soy un tipo de robot?

– Oh, Ted… Eso no es lo que quería decir.

– Cómo eres la reina del drama, eres la única a la que se le permite tener sentimientos, ¿no?

Esta no era la conversación que necesitaban tener. -Ted, nunca quise decir que tuvieras que pegar a Spence.

– ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Permitirle que te asaltara y se fuera?

– No hizo eso exactamente. Honestamente no sé lo que habría ocurrido si Haley no llega a aparecer. Él…

– ¡Sudo! -exclamó, sin ningún sentido. -Dijiste que nunca sudo.

¿De qué estaba hablando? Ella lo intentó de nuevo. -Estaba nadando sola en el arroyo cuando apareció. Le pedí que se marchara y no lo hizo. Estaba desnuda.

– Y el hijo de puta pagó por ello -. Él le agarró el brazo. -Hace dos meses estaba listo para casarme con otra mujer. ¿Por qué no puedes darme un descanso? Sólo porque tú saltes por en precipicio no significa que yo también tenga que hacerlo.

Ella estaba acostumbrada a leerle la mente, pero esta vez no sabía de que iba todo esto. -¿Qué quieres decir exactamente con saltar por un precipicio?

Su boca se torció con desprecio. -Enamorarse.

La palabra fue pronunciada tan despectivamente, que deberían haber dejado ampollas en los labios. Ella se alejó y dio un paso atrás. -Yo no llamaría enamorarse a saltar por un precipicio.

– Entonces, ¿cómo lo llamarías exactamente? Estaba preparado para pasar el resto de mi vida con Lucy. ¡El resto de mi vida! ¿Por qué no puedes comprenderlo?

– Lo comprendo. Lo que no comprendo es por qué estamos hablando de esto ahora, después de lo que ha ocurrido.

– Por supuesto que no lo haces -. Su rostro se había puesto pálido. -No comprendes nada de un comportamiento razonable. Crees que me conoces muy bien, pero no sabes nada sobre mí.

Otra mujer que pensaba que comprendía a Ted Beaudine…

Antes de que ella pudiera volver a hablar, él volvió al ataque. -Te jactas de que eres todo emociones. Bueno, una jodida ronda de aplausos para ti. Yo no soy así. Quiero que las cosas tengan sentido y, si eso es un pecado a tus ojos, lo siento mucho.

Era como si de repente él hubiera empezado a hablar en otro idioma. Comprendía sus palabras, pero no el contexto. ¿Por qué no estaban hablando de la parte que ella había jugado en el desastre con Spence?

Él limpió un hilo de sangre de la esquina de su boca con el reverso de mano. -Dijiste que me amabas. ¿Qué significa eso? Yo amaba a Lucy y mira en lo qué acabó.

– ¿Amabas a Lucy? -Ella no se lo creía. No quería creérselo.

– Cinco minutos después de conocerla, supe que era la elegida. Es lista. Es fácil estar con ella. Se preocupa de ayudar a la gente y entiende lo que es vivir en una pecera. Mis amigos la adoraban. Mis padres la adoraban. Queríamos lo mismo de la vida. Y nunca he estado más equivocado sobre algo -. Su voz se quebró. -¿Esperas que olvide todo eso? ¿Esperas que chasque los dedos y haga que todo desaparezca?

– Eso no es justo. Actuabas como si ella no te importase. No parecía que te preocupara.

– ¡Por supuesto que me preocupa! El hecho de que no vaya por ahí mostrando a todo el mundo cada uno de mis sentimientos no significa que no los tenga. Dijiste que te rompí el corazón. Bueno, ella rompió el mío -.

El pulso se marcaba en su garganta. Ella sintió como si él la hubiera abofeteado. ¿Cómo podía no haberse dado cuenta? Había estado convencida de que él no amaba a Lucy, pero la verdad era lo contrario. -Ojala me hubiera dado cuenta -, se oyó decir a sí misma. -No me di cuenta.

Él hizo un gesto duro e indiferente. -Y luego llegaste tú. Con todos tus líos y tus exigencias.

– ¡Nunca te he pedido nada! -exclamó ella. -Eres el único que hace exigencias, desde el principio. Diciéndome lo que podía y no podía hacer. Dónde podía trabajara. Dónde podía vivir.

– ¿Me estás tomando el pelo? -dijo ásperamente. -Todo sobre ti son exigencias. Esos enormes ojos, azul un minuto y verdes al siguiente. La manera en que te ríes. Tu cuerpo. Incluso el tatuaje del dragón de tu culo. Exiges todo de mí. Y luego criticas lo que consigues.

– Nunca…

– Y una mierda no lo hiciste -. Él se movió tan rápidamente que pensó que iba a golpearla. En lugar de eso, la arrimó a él y metió las manos bajo se corta falda de algodón, pegándose a su cintura y agarrándola del culo. -¿Crees que esto no es una exigencia?

– Eso… eso espero -, dijo en voz tan baja que apenas se la reconoció a sí misma.

Pero ya la estaba arrastrando hacia un lado del camino de grava. Ni si quiera le permitió la cortesía del asiento trasero de su coche. En vez de eso, la tumbó sobre el suelo arenoso.

Con sólo el sol abrasador sobre ellos, él enredó las manos entre sus bragas, se las quitó y le abrió las piernas para que quedaran a cada lado de las caderas de él. Cuando él se echó hacia atrás apoyándose en sus talones, el sol calentó la vulnerable piel del interior de sus muslos. Él nunca apartó la mirada de la suave humedad que había expuesto, ni siquiera mientras sus manos abrían su cremallera. Estaba fuera de control, este hombre que era todo lógica y razón.

Despojado de su armadura de caballero.

La sombra de su cuerpo bloqueó el sol. Él se abrió los vaqueros. Podría haberle gritado que se detuviera, podría haberle empujado, podría darle un golpe en la cabeza y decirle que se quitara de encima. Él lo haría. Lo sabía. Pero no lo hizo. Estaba siendo salvaje y quería adentrarse en lo desconocido con él.

Él metió la mano bajo ella y colocó sus caderas para que lo acogiera completamente. No hubo juegos preliminares, ni un tormento minucioso o exquisitas bromas. Sólo la propia necesidad de él.

Algo afilado le rozó la pierna… Una roca se le clavo en la columna… Con un gemido oscuro, él entró en ella. A medida que su peso presionaba contra ella en el suelo, le iba subiendo la camiseta y dejando al descubierto sus pechos. Su barba le raspaba la piel sensible. Una horrible ternura le sobrevino mientras él usaba su cuerpo. Sin cortesía, sin restricción o civilidad. Era un ángel caído, consumido por la oscuridad y la tomó sin ningún cuidado.

Ella cerró los ojos contra el brillante sol mientras él se movía en su interior. Gradualmente, la naturaleza salvaje que lo había reclamado también la reclamó a ella, pero ocurrió demasiado tarde. Con un gritó ronco, él mostró sus dientes. Y luego la inundó.

El áspero sonido de su respiración raspaba sus oídos. Su peso le sacaba el aire de sus pulmones. Finalmente se quitó de encima con un gemido. Y luego todo quedó en silencio.

Esto era lo que ella había querido desde la primera vez que hicieron el amor. Acabar con su control. Pero el costo para él había sido demasiado grande y, cuando él volvió a ser él mismo, ella vio exactamente lo que sabía que iba ver. Un buen hombre afectado por los remordimientos.

– ¡No lo digas! -Le dio con la mano sobre la boca magullada. Le dio en la garganta. -¡No lo digas!

– Jesús… -Él se puso de pie. -No puedo… Lo siento. Estoy tan arrepentido. Jesús, Meg…

Mientras él se ponía la ropa, ella se levantó y bajó la falda. Su cara estaba congestionada, agonizante. No podía soportar escuchar sus atormentadas disculpas por comportarse como un ser humano en lugar de un semidiós. Tenía que hacer algo rápidamente, así que lo empujó en el pecho con fuerza. -Esto era de lo que te he estado hablando todo este tiempo.

Pero él estaba pálido y su intento de cambiar de tema se fue a la mierda. -No puedo… no puedo creer lo que te hice.

Ella no se rendiría tan fácilmente. -¿Puedes hacerlo otra vez? Tal vez un poco más despacio, pero no mucho.

Era como si él no la escuchara. -Nunca me lo perdonaré a mí mismo.

Ella se escudó en sus bravatadas. -Me estás aburriendo, Theodore, y tengo cosas que hacer -. En primer lugar iba a intentar devolverle su dignidad. Luego enfrentaría a sus padres. ¿Y luego qué? Necesitaba darle la espalda a este pueblo para siempre.

Cogió sus bragas y adoptó una arrogancia que estaba lejos de sentir. -Me doy cuenta que me las he apañado para joder completamente el futuro de Wynette, así que deja de liar las cosas por aquí y vete a hacer lo que mejor se te da. Arreglar los desastres de otras personas. Busca a Spence antes de que se vaya. Dile que te volviste loco. Dile que todo el mundo en el pueblo sabe que soy de poca confianza, pero aún así te dejaste envolver por mí. Luego discúlpate por pelearte con él.

– Me importa un bledo Spence -, dijo secamente.

Sus palabras sembraron terror en su corazón. -Hazlo. Tienes que hacerlo. Por favor. Haz lo que te digo.

– ¿Sólo puedes pensar en ese imbécil? Después de lo que acaba de pasar…

– Sí. Y es en todo lo que tienes que pensar. Esta es la cuestión… Necesito una declaración de amor eterno de tu parte, y nunca vas a ser capaz de dármela.

Frustración, arrepentimiento, impaciencia, vio todo eso en sus ojos. -Es demasiado pronto, Meg. Es demasiado malditamente…

– Has sido más que claro -. Le cortó antes de que dijera nada más. -Y no habrá un gran sentimiento de culpa cuando me vaya. Para ser honestos, me enamoro y desenamoro con bastante rapidez. No me llevará mucho tiempo sacarte de mi cabeza -. Estaba hablando demasiado rápido. -Estaba este chico llamado Buzz. Pase unas buenas seis semanas sintiendo pena de mí misma, pero, honestamente, tú no eres Buzz.

– ¿Qué quieres decir con "cuando me vaya"?

Ella tragó. -Algo de lo más extraño, Wynette ha perdido su atractivo. Me iré tan pronto hable con mis padres. ¿No estás contento de no tener que ser testigo de esa conversación?

– No quiero que te vayas. No todavía.

– ¿Por qué no? -Ella lo estudió, buscando alguna señal que podría haber pasado por alto. -¿Para qué se supone que debo quedarme?

Él hizo un geste extraño de impotencia. -No… No lo sé. Simplemente quédate.

El hecho de que no pudiera mirarla a los ojos le decía todo. -No puedo hacerlo, compañero. Simplemente… no puedo.

Era extraño ver a Ted Beaudine tan vulnerable. Ella presionó sus labios contra la esquina no dañada de su boca y corrió hacia el coche que sus atentos padres habían dejado para ella. Mientras se alejaba conduciendo, se permitió mirar por última vez por el espejo retrovisor.

Él estaba de pie en medio de la carretera, mirando como se iba. Detrás de él, el vasto páramo del vertedero se extendía tan lejos como los ojos podían alcanzar a ver.

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