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Echa de menos la música.

Es lo único que piensa.

Aquí hubieran iniciado su camino, a tientas y con cuidado, los sensibles dedos del pianista.

Permanece inmóvil, sentado en el sofá del salón, imaginándose que lo está oyendo.

Aquí habría entrado el saxo.

El cadáver no realiza ninguna danza de la muerte. Está tendido sobre el suelo, con dos agujeros en la cabeza. Es un trozo de carne muerta, nada más.

Otro cadáver que cargar.

Sin nada de alegría, tacha mentalmente el nombre de la lista.

El arte se ha convertido en un oficio, la misión en ejecución. Todo lo que queda es una lista implacable, imperiosa.

Echo de menos la música, piensa, coge la pistola de la mesa y sale por la puerta de la terraza.

En la pared quedan dos balas procedentes de Kazajstán.

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