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Estaban desayunando en el comedor del hotel cuando sonó el móvil de Chávez. Jorge contestó, pero luego no dijo nada, sólo empalideció de pronto. Ese tipo de llamadas le resultaban familiares a Hjelm; creyó saber de qué se trataba.

Un nuevo asesinato.

¿Habían cometido una falta grave en el ejercicio de sus funciones al no enviar inmediatamente un informe con el nombre de Göran Andersson y su retrato?

¿Le habría dado tiempo a Hultin a reorganizar la vigilancia de la junta de Lovisedal a la del Sydbanken, si hubiesen informado enseguida sobre sus pesquisas en una fase en la que no eran más que meras sospechas?

Miró a Kerstin y se dio cuenta de que ella estaba pensando lo mismo.

El deseo de aclararlo todo primero para luego poder construir una explicación global perfecta, ¿había costado una vida?

La idea le produjo vértigo.

Pero eso no fue todo.

– Gunnar Nyberg sufrió graves daños anoche -dijo Chávez apagado mientras colgaba el teléfono-. Durante la vigilancia de uno de los miembros de la junta del Grupo Lovisedal.

Por si fuera poco.

– ¡Mierda! -exclamó Kerstin Holm estrujando el sándwich de paté.

– ¿Cómo de graves?

– No había manera de sacárselo. Nunca me había podido imaginar a Hultin así de cabreado. Por lo menos no peligra su vida. Al parecer, sucedió en casa del presidente de la junta, Jacob Lidner, en Lidingö. Nyberg estaba entrando, alguien le disparó, se levantó, fue preso de un arrebato de cólera, atravesó un maldito seto y se abalanzó encima del coche del tirador, que estaba huyendo de allí a toda pastilla.

Hjelm no pudo impedir una risa ligeramente histérica.

– Pues, sí, eso suena a Nyberg.

– Además, su embestida al coche le salió redonda. El tirador se estampó contra una farola y Söderstedt consiguió sacarlo del coche justo antes de que se incendiara.

– ¿Los coches modernos se incendian? -preguntó Hjelm confuso.

– A que no sabéis quién era el tirador… -continuó Chávez.

– Nada de adivinanzas, por favor -pidió Holm.

– El Igor superviviente. Alexander Brjusov.

– ¡Me cago en Dios! -gritó Hjelm-. ¿Qué coño hacía él allí?

– Y luego hubo otro asesinato también, ¿a que sí? -preguntó Holm concentrada.

Chávez asintió.

– En Gotemburgo. Y, efectivamente, era un miembro de la junta directiva de Sydbanken, año 1990. Ulf Axelsson, se llamaba. Un pez gordo de Volvo.

Se quedaron callados. Al final, Chávez añadió:

– Lo peor, claro, es que una llamada nuestra igual podría haber salvado tanto a Nyberg como a Axelsson…

Otra vez silencio. Chávez de nuevo:

– Aunque eso no lo sabremos nunca…


Jonas Wrede tenía un aspecto más animado que el día anterior. Había recompuesto las facciones y colaboró en la creación de un retrato muy claro y detallado del supuesto colega de la policía criminal nacional, el que en febrero se encargó de tapar la investigación sobre la muerte de Valerij Trepljov en la cámara cerrada.

Tenían el rostro ante ellos, encima del escritorio de Wrede. Los tres lo reconocieron: tez clara, fuerte, endurecido.

La última vez que lo habían visto fue en la cocina del chalet de Nils-Emil Carlberger en Djursholm.

Era Max Grahn.

De la Säpo.

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