CAPITULO TRECE

Una pareja de águilas marinas tenía su nido sobre el acantilado que corría a lo largo de la costa oriental de la isla. Shanna las había observado a menudo, suspendidas de alas inmóviles y remontándose con las corrientes ascendentes de aire sobre la espuma de las rompientes. Su espíritu se remontaba con ellas. Aun con la renovada seguridad de que no se hallaba encinta, ella pensaba poco en las consecuencias de permitir que Ruark invadiera nuevamente sus habitaciones. Su mente estaba llena de placenteros recuerdos de la vez que él llegó hasta ella en lo más oscuro de la noche y el mañana dejó de existir. Ella contentábase con vivir el momento, rodeada por un etéreo castillo de felicidad. Estaba en armonía con el mundo y experimentaba una intensa sensación de paz y una extraña aura de confianza en que todo era como tenía que ser. La comprensión de que este estado debíase a la diaria presencia de Ruark en la mansión no parecía perturbarla como en el pasado. Como una flor, una rosa desplegándose bajo los tibios rayos del sol, ella se bañaba en el resplandor de los ojos de Ruark.

Había transcurrido casi una semana desde la visita de él a su habitación. El día había amanecido con densas nubes que amenazaban envolver en una tormenta a la verde ante isla. Shanna contemplaba desde su balcón el cielo ominosa mente oscuro que parecía presionar sobre las colinas en un maligno presagio.


Un fuerte y furioso relincho desgarró el aire y Shanna se volvió y vio, en el camino frente a la mansión, a varios hombres que luchaban por someter a un caballo que se alzaba sobre sus patas traseras. Desde donde estaba, Shanna alcanzó a ver las heridas ensangrentadas en el lomo castaño rojizo del animal. Montó en cólera al pensar que tan magnífico ejemplar había sido maltratado.


– Eh, mucho cuidado con la yegua. El animal ya está herido. La voz que gritó era desconocida para Shanna pero la indumentaria del hombre le permitió deducir que era un marino. El más grande llevaba una chaqueta con pasamanería mientras que los otros tres vestían como marineros comunes.


– ¡Eh, ustedes! -gritó Shanna mientras corría por la veranda-. ¿Qué significa esto? ¿No saben el valor de ese animal? ¿Acaso todos nacieron sobre las tablas de madera de una cubierta?


Bajó como un torbellino la amplia escalinata y se acercó al grupo. Hablando en tono tranquilizador, estiró una mano para acariciar el suave morro de la yegua y palmearle los flancos temblorosos. El animal se tranquilizó gradualmente bajo el suave contacto y accedió a quedarse quieto mientras los hombres quedaban boquiabiertos por la sorpresa. Todo el camino desde la aldea habían tenido que luchar con la yegua, quien se había resistido a dejarse llevar en carro o de la brida.


El hombre corpulento y de grandes patillas se adelantó y habló en tono de disculpas:


– Tuvimos un poco de mal tiempo después de dejar las colonias y el barco se sacudió tanto que la yegua se hirió contra las paredes del pesebre que construimos para ella. Le aseguro, señora, que no fue por malos tratos..,


Shanna contempló al hombre y decidió que él decía la.verdad. – ¿Cuál es su nombre, señor, y con qué propósito ha traído al animal aquí?


El hizo un rápido movimiento con su cabeza.


– Capitán Roberts, a su servicio, señora. De la Compañía de Virginia. El capitán Beauchamp me ordenó que trajera la yegua al señor Trahern o a su hija en retribución por la generosa hospitalidad que aquí le brindaron. ¿Es usted la viuda Beauchamp?


Shanna asintió con la cabeza.

– Sí, lo soy.


El capitán buscó en su chaqueta y sacó una carta sellada que le tendió a ella.

– Esto es para usted, señora, del capitán Beauchamp.


Shanna aceptó el paquete y observó un momento el sello de cera que exhibía una elaborada "B". Estaba abrumada por la generosidad del capitán, porque el presente que enviaba no era un presente de pobre. Hacía tiempo que ella había aprendido á conocer el valor de los caballos. La delicada cabeza de la yegua, sus ojos grandes y expresivos y el cuello graciosamente arqueado hablaban de sangre, árabe, y cuando leyó la carta Shanna tuvo la confirmación de esto porque Nathanial detallaba en la misiva la línea de sangre del animal. La yegua era tan valiosa como Attila y sin duda produciría excelentes potrillos con el semental.


La nota continuaba asegurándole que los Beauchamp estaban aguardando con alegría su visita y Nathanial expresaba sus esperanzas de que nada pudiera demorar el viaje porque predecía que el otoño de este año sería lleno de colores:


– No teníamos a nadie que cuidara de las heridas del animal, señora -explicó el capitán Roberts.


– Oh, no importa -replicó lentamente Shanna-. Aquí, en la isla, hay un hombre que tiene un talento especial para esas cosas.


Un muchachito, de unos diez años quizá, se adelantó de donde había estado casi oculto, llevando en sus brazos un gran bulto.


– ¿Dónde tengo que llevar esto, señor? -preguntó el muchachito dirigiéndose al capitán, y sin soltar el bulto envuelto en cuero.


– ¿Señora? -El capitán miró a Shanna-. ¿Sabe dónde el muchacho podría encontrar al señor John Ruark?


Shanna respondió sorprendida. -No estoy segura. Podría estar trabajando en el aserradero, pero él tiene una cabaña detrás de la casa. ¿Puedo ayudarles?


– Está esto -dijo el hombre señalando el paquete- que es para él. ¿Podemos dejarlo en la cabaña?


– Sí-. Shanna, señaló hacia los fondos de la casa. Después, de pasar la mansión hay un sendero entre los árboles. Sígalo. Es la cabaña grande, más allá de las otras.


Cuando los hombres se alejaron Shanna acarició afectuosamente el morro de la yegua, contenta con el regalo.


– Los Beauchamps te pusieron, de 'nombre JezebeL Ajá, seguramente tú tentarás a mi Attila porque por aquí no hay otra potranca tan bella como tú. Pero debo buscara Ruark para que te, cure porque no confío en ningún otro para que te atienda." Mi dragón es muy hábil con las damas Susurró', sonriendo pensativa-. Sé que, ¡él te gustará…

"Cuando preguntó por Ruark en la tienda de la aldea, Shanna obtuvo por respuesta un encogimiento de hombros del señor MacLaird.

– No lo sé, muchacha. Estuvo aquí esta mañana temprano para ordenar algunas mercaderías pero desde entonces, no le he vuelto a ver.

¿Ha preguntado en el aserradero?

En el sitio de la, construcción, Shanna recibió la misma respuesta. -Parece que lo necesitaban en la destilería.

Pero tampoco allí pudieron decirle dónde había ido el señor Ruark i

cuando se marchó. Finalmente" bien entrada la tarde, Sl1anna renunció a buscado y regresó a la mansión. Su padre había retornado y sir Gaylord estaba hablando con él acerca de astilleros. Al oír la voz del inglés_ Shanna trató de cruzar el hall sin ser advertida pero el ruido que hizo la puerta alertó a Gaylord, quien la llamó. Insistió en que ella se reuniera


con ellos en el salón y no aceptó la excusa de que Shanna quería cambiarse de ropa para la cena y declaró firmemente que ella estaba perfectamente elegante y atractiva. Shanna maldijo silenciosamente su mala suerte, sonrió dócilmente y se dejó conducir a través -del hall. Fue la velada más aburrida de su vida porque el hombre parecía incapaz de hablar de otra cosa que no fuera la aristocracia de su familia y hasta tuvo el descaro de señalarle a su padre las ventajas que su apellido traería a la fortuna de Trahern. Después de terminada la comida Shanna logró escapar a sus habitaciones donde pidió inmediatamente que le preparasen un baño.

Cerró lo ojos y apoyó la cabeza contra el alto borde de la tina, dejando que el baño aflojara sus tensiones. Ahora era raro pasar todo un día sin ver a Ruark, aunque habitualmente él era necesario en cualquier parte donde se presentaran problemas. Por alguna razón, Shanna sintió que su día no había sido completo.


El reloj de su habitación dio las diez y con la última campanada empezó una nueva melodía que Shanna nunca había escuchado en sus habitaciones. Abrió los ojos sobresaltada e inmediatamente vio la fuente, una caja de música bastante grande que había sido. puesta sobre una mesa, cerca de ella. Y en un sillón junto a la mesa estaba Ruark, cómodamente reclinado, con una graciosa sonrisa en sus labios y sus largas piernas estiradas y cruzadas en los tobillos.


Shanna se incorporó en la tina y 1o miró sorprendida. Una rápida mirada por la habitación le indicó que él se había puesto cómodo. Su sombrero estaba sobre la cama, junto a su camisa. Solamente los calzones cortos cubrían su cuerpo.


– Buenas noches, amor, y gracias -dijo, Ruark y sus ojos bajaron rápidamente hacia los pechos mojados y brillantes de ella.


– No tienes derecho -dijo Shanna por encima de la argentina melodía. Pero ante la serena mirada de él, decidió mostrarse más benévola, como si sólo se sintiera ligeramente ofendida-. Invades el baño personal de una dama y té aprovechas de un espectáculo inesperado.


Ruark sonrió con muy buen humor.

– Ejerzo mis derechos maritales, Shanna. Esto es algo que sucede tan raramente que ciertamente estoy en desventaja. Mientras otros maridos contemplan a sus tesoros todas las noches yo debo conformarme con los recuerdos y refrenar mis deseos, porque no puedo buscar alivio a lo que me atormenta.


– Estás diciendo tonterías, Ruark. -Shanna se enjuagó lentamente con la esponja-. ¿Acaso no he sido más que complaciente con tus caprichos? Se me ocurre que debes de tener alguna razón para haberte arriesgado a estas horas en mis habitaciones.


El señaló la caja de música. -Te he traído un presente. Shanna sonrió coquetamente.


– Gracias, Ruark. ¿Eso viene de las colonias?


– Le pedí al capitán Beauchamp que la hiciera comprar y que la enviara aquí -repuso Ruark-. ¿Te gusta?

Shanna escuchó un momento hasta que se percató de que la tonada era la misma que había escuchado a bordo del Marguerite.


– Hum, me gusta mucho. -Vio que él cerraba la tapa de la caja haciendo cesar la melodía, y levantó la vista con expresión inocente-. ¿Podría haber otro motivo que te trajo a mis habitaciones?


El sonrió lentamente y sus ojos recorrieron todo el cuerpo de ella.


– Me informaron que preguntaste por mí en toda la isla y no pude encontrar motivos para tanta urgencia, excepto uno. -Sus blancos dientes relampaguearon en una rápida sonrisa-. Por eso, aunque ya era tarde, vine aquí en la primera oportunidad para asegurarte que no me había escapado ante una inminente paternidad.


Shanna siguió secándose con la toalla, asimilando las palabras de él. Después de un momento comprendió.


– ¡Bribón! ¡Víbora! -estalló-. ¡Tonto presumido! -Su mano buscó algo en el agua-. ¿Crees que yo andaría pregonando eso en toda la isla?


Levantó la esponja para arrojársela.


– ¡Ah, ah! -Ruark sonrió traviesamente y agitó un dedo hacia ella-. Tencuidado, Shanna. Hergus no aprobará el desorden.


– Ooohhhh -gimió Shanna con los dientes apretados por la frustración. Hundió, la esponja debajo de la superficie del agua, como si quisiera ahogarla.

– Ven -dijo Ruark con voz suave, pero conteniendo la risa, sal de esa tina y sécate.


Ruark le tendió la toalla y esperó junto a la tina. Shanna se puso de pie y se envolvió en la toalla. El le ofreció su mano para ayudarla a salir del baño y la siguió hasta la mesa le tocador, admirando el movimiento de sus caderas que se balanceaban debajo de la toalla de lino.


– ¿Por qué me buscabas? -preguntó Ruark, mientras ella cepillaba sus largos cabellos.


Shanna. Recordó a JezebeL, se volvió y tomó los dedos delgados de Ruark.


– Oh, Ruark, el capitán Beauchamp me ha hecho el más maravilloso de los regalos. Una yegua hermosa, pero ha sido maltratada y necesita que la cuiden.


Ruark enarcó las cejas, sorprendido.


– ¿Maltratada?


– El capitán Roberts dijo que hubo una tormenta en el mar y que el animal se golpeó contra las paredes del pesebre. Le dije al muchacho de los establos que hiciera lo que pudiese hasta que tú vinieras. -Los ojos azul verdoso lo miraron implorantes-. Oh, Ruark, por favor, ocúpate del animal y haz que se ponga bien.


Ruark estiró una mano para acariciar los rizos dorados y la miro con ojos tiernos..


– ¿Te gusta mucho ese animal, Shanna?


– Sí, Ruark, muchísimo.


– Haré todo lo que pueda por ella -sonrió él-. Sabes que soy el más fiel y ardiente de tus esclavos.


Shanna apartó la mano de él y lo miró a través del espejo.


– ¿Y si fueras libre? -preguntó- ¿Te irías de aquí a buscar fortuna en otra parte?


– ¿Qué grandes tesoros podrían arrancarme de tu lado, amor mío? -repuso él mientras jugaba con un rizo de ella-. ¿Cómo podría abandonarte? Tú eres mi tesoro, la joya rara de mis deseos.


Shanna dejó el cepillo a un lado.


– Te burlas de mí, Ruark. Y yo tendría que saber la verdad.


– ¿La verdad? -Ruark hizo una reverencia a la imagen reflejada en el espejo y sonrió-. Deberías recordar los votos formulados ante el altar. Estoy unido a ti hasta que la muerte nos separe.


Shanna se levantó de la banqueta de terciopelo y cruzó la habitación bajo la mirada admirativa de él. No era consciente del efecto que su semidesnudez causaba en Ruark. La toalla ocultaba muy poco y ella movíase lentamente, con languidez y gracia.


– Cómo te gusta fastidiarme con eso, Ruark. Te comportas en una forma e invades mis habitaciones como si en este mundo poseyeras algo más que esa estúpida prenda que usas para cubrirte.


– Si yo soy un hombre pobre, entonces tú eres la esposa de un pobre -señaló Ruark con una risita.


– Eres un canalla que aprovecha cualquier débil pretexto para irrumpir en mis habitaciones -replicó Shanna-. Y para silenciarte, tengo que someterme a fin de que mi secreto no llegue a conocimiento de todo el mundo. Eres un desvergonzado. Alguien que abusa así de una dama ni siquiera es digno de que 1o cuelguen.


Ruark se le acercó con pasos mesurados y con una sonrisa lenta, hipnótica en sus labios. Shanna retrocedió al percatarse de que él estaba encerrándola y trató de mantener la distancia que los separaba.


– Señora, debo admitir que aprovecho cualquier excusa para estar con usted -dijo él en tono de broma-. ¿Pero yo un canalla, un desvergonzado? Seguramente, la vida que estoy llevando últimamente no es tan reprochable.


– ¡Ja! -replicó Shanna y se escabulló cuando él trató de acercársele más. Ruark no alcanzó a detenerla, aunque la fragancia de ella llegó a sus fosas nasales y le nubló la mente. No se dio por vencido y fue tras ella. Tratando de eludirlo, Shanna escapó detrás del largo sofá dejando una estela de risa musical similar al argentino sonido de un arroyuelo de montaña. El trató nuevamente de acercarse y Shanna se refugió detrás de una pequeña mesa con tapa de mármol.


– Ruark, contrólate -dijo ella, tratando de que su voz sonara severa-. Terminaré con esto de una vez por todas.


– Oh, sí que terminaremos -replicó él, hizo la mesa a un lado y le demostró que no había obstáculos para su avance.


La pared detuvo la retirada de Shanna, quien miró frenéticamente a su alrededor. A su izquierda estaba la cama. A su derecha, más allá de las cortinas de seda, se abrían las puertas de su balcón.


Shanna corrió hacia la cama, se arrojó sobre ella, rodó y se puso de pie del otro lado,- con el camisón en sus manos. Levantó los brazos, dejó que la prenda cayera sobre su cabeza y con un rápido movimiento liberó nuevamente sus brazos. El corto camisón detuvo su descenso en las caderas de ella. Shanna trató de bajado pero no lo consiguió, porque las manos de Ruark ya estaban en su cintura. El atrajo hacia sí las caderas desnudas y dejó que ella sintiera la presión de su enhiesta virilidad.


Súbitamente los juegos terminaron. Se miraron a los ojos, sus pulsos se aceleraron. Ruark bajó la cabeza y ella le rodeó el cuello con los brazos. Sus labios y sus cuerpos se unieron fundiéndolos en un solo ser y los dos se sintieron arrojados a un mundo privado de pasión abrasadora. El tiempo se detuvo y el momento pareció perdurar eternamente… hasta que fue destrozado como una copa de cristal por un fuerte golpe en la puerta del dormitorio de Shanna.


– ¿Shanna?-preguntó suavemente la voz de Orlan Trahern,-. ¿Estás despierta, criatura?


Ella respondió con voz ronca, áspera, como si estuviera semidormida, mientras se apartaba rápidamente Ruark.


– Un momento, papá, por favor.


Shanna miró desesperada a su alrededor, buscando alguna salida. Ruark le puso una mano en un hombro y con un dedo en los labios le pidió silencio. Señaló la cama, le puso una mano en las caderas y la empujó hacia allí Cuando Shanna se volvió para mirarlo él ya no estaba. Como una silenciosa ráfaga de viento, había abandonado la habitación. Las cortinas quedaron quietas después que él pasó y Shanna se sentó en la cama y subió los cobertores hasta su mentón.


– Entra, papá -dijo.


Shanna aguardó y oyó el ruido de la cerradura y los pasos de su padre en el saloncito exterior. Entonces advirtió horrorizada que el sombrero y la camisa de Ruark estaban todavía a los pies de la cama. Metió rápidamente las prendas debajo de las sábanas y cuando el hacendado entró en el dormitorio Shanna estaba nuevamente tapada hasta el mentón con las fragantes y frescas sábanas.


– Buenas noches, hija -dijo él, tratando de suavizar su voz habitualmente áspera-. Espero no haberte molestado demasiado.


– No, papá. -Bostezó y declaró, sin faltar a la verdad-: No dormía.


Trahern se sentó en el borde de la cama y Shanna se movió para hacerle lugar. El hacendado tomó una uva de un plato que estaba en la mesa de noche y la masticó con expresión pensativa.


– Pareces contenta de estar nuevamente en casa -dijo él, casi con vacilación.

– Claro que sí, papá -dijo Shanna con una amplia sonrisa. Por el momento se sentía en terreno seguro-. Me temo que yo, como tú, no he nacido para moverme en las cortes y círculos aristocráticos. Aprecio las costumbres y la libertad de esta isla mucho más que la pompa y el esplendor.


El pecho de Orlan rugió con su versión de una risita.


– Nunca pude soportar -dijo él- esas doncellas blancas como la leche, y tú, como tu madre, eres más hermosa con el color del sol en tus mejillas y en tu cabello. Y he comprobado con sorpresa que tienes una mente, y una voluntad propias. Pero hay algo que no puedo explicar. Hay en ti, últimamente, algo así como un aire de mujer casada, de esposa.


Shanna enrojeció y bajó los ojos, súbitamente temerosa de que él pudiera adivinar la verdad. ¿Qué le había hecho Ruark que hasta su padre podía notar la diferencia? Ella se sentía la misma de siempre y la sorprendió que alguien pudiera notar un cambio.


– No te aflijas, papá. -Shanna se preguntó si Ruark se habría marchado o si todavía estaba en el balcón-. Es muy improbable que mi esposo haya podido afectarme tanto en los pocos días que estuvimos juntos.


El la miró con picardía.


– ¿Sabes que tú has afectado profundamente a sir Gaylord? -preguntó.


Shanna quedó paralizada.


– Toda 1a tarde ha estado dándole vueltas al asunto y por fin, después que tú te levantaste de la mesa, se atrevió a pedirme tu mano. -Orlan leyó la expresión súbitamente sorprendida de Shanna y se apresuró a calmar sus temores-. Le dije que la primera condición que debía reunir era contar con tu aprobación. De modo que no te inquietes, hija. Prometí a tu madre que encontraría un marido digno para ti y no renunciaré a ello.


Ahora., fue Trahern quien bajó la mirada y frotó su palma contra la punta de su zapato con hebilla.


– ¿Hay algo que te preocupa, papá? -preguntó Shanna desconcertada, porque nunca, hasta ese momento, había visto a su padre con esa expresión abochornada.


– Sí, algo que me preocupa desde hace un tiempo.


Shanna sintió piedad por este hombre cuyas palabras salían con penosa lentitud.


– Por conseguir mis propios fines te he causado dolor y tristeza -dijo Trahern-. Esa nunca fue mi intención. -La miró a los ojos y sus hombros parecieron encorvarse un poco-. Estoy viejo, Shanna, y cada día envejezco más. -Levantó una mano para impedir que ella protestara-. Tengo una fuerte necesidad de ver continuada mi dinastía por un rebaño de niños. -La risa rugió otra vez-. Una docena, más o menos. Pero me inclino a creer que quienquiera que dirija nuestros destinos se ocupará de eso a su debido tiempo. No apresuraré tu decisión pues no he encontrado un hombre digno de tu mano. No insistiré sobre este asunto y te pido que elijas tu marido donde quiera que lo encuentres.


– Comprendo, papá. -Shanna habló con un peso en el corazón-. y muchas gracias por tu comprensión.


– Ahora, basta de charla -dijo Trahern y se puso de pie a fin de que su rostro quedara oculto en las sombras-. Te he tenido despierta mas de la cuenta.


El minuto se arrastró lentamente hasta que Shanna habló con una vocecita de niña pequeña.;


– Buenas noches, papá. -Cuando Trahern se volvió para marcharse, apenas oyó las siguientes palabras-: Te amo.


No hubo respuesta, sólo otro fuerte resoplido antes que sus pisadas cruzaran el saloncito y la puerta se cerrara suavemente.


Shanna quedó con la vista fija en las sombras, los ojos húmedos, la mente perdida dentro de sí misma.

Pasó un largo momento antes que levantara la vista y encontrara a Ruark a los pies de la cama, mirándola con una extraña semisonrisa en sus labios.


– ¿Has escuchado? _preguntó ella con voz apenas audible.


– Sí, amor mío.


Shanna se sentó en la cama, levantó las rodillas y apoyó en ellas la cabeza.


– Nunca había notado que él se siente tan solo -,-dijo y suspiró profundamente..


Fue un paso gigantesco desde una egoísta juventud hacia la edad adulta y la preocupación por los demás. La transición era grande y dolorosa y Ruark permaneció en silencio, dejando que ella asimilara lentamente la situación.


Shanna meditaba en las profundidades de su recién encontrada madurez. Era una experiencia nueva Y no del todo desagradable. Sabía que su padre la amaba y ello reconfortaba su corazón, pero por debajo estaban los recuerdos de violentas discusiones y el aguijón de las palabras airadas de él protestando por la voluntariosa terquedad de ella.


Su padre la quería casada y con hijos. ¿A quién elegiría ella? ¿Sir Gaylord, una ridícula caricatura de un caballero? En las sombras detrás de él, estaba otra figura, oscura Y misteriosa. Allí su paz se disolvía como nieve bajo las tibias lluvias de primavera y su mente luchaba por comprender el significado de su inquietud.


Lentamente, Shanna alzó su mirada hacia Ruark. Su dragón. ¿Le había arrebatado él la tranquilidad de espíritu?


Ruark miró a Shanna, acurrucada sobre la cama y perdida en sus cavilaciones. Parecía pequeña e indefensa, sin embargo, él sabía que si la desafiaban se erguiría con determinación y se defendería con una furia que empequeñecería a la ferocidad de un tigre herido. Por el momento estaba serena y él hubiera querido darle un poco de sabiduría que calmara la confusión de su mente.


– El dijo que soy libre de elegir esposo cuando yo quiera -murmuró Shanna y Ruark sintió que ella lo observaba atentamente-. ¿Qué voy a hacer contigo?


Ruark respondió después de un momento.


– No tengo deseos de ir en busca del verdugo, Shanna, pero encuentro poco que temer en la verdad.


– Eso puedes decirlo tú -replicó Shanna, irritada porque él tomaba la situación a la ligera-. Pero yo aún puedo verme obligada a casarme con algún petimetre si mi padre vuelve a encolerizarse.


Ruark rió cáusticamente.


– Shanna, si se descubre la verdad, te encontrarás bien casada y con un marido. ¡Yo! Por lo tanto, hasta que me cuelguen, no tienes por qué temer a otros hombres. Ciertamente, si mis servicios son de valor para tu padre, él podría extender mi deuda para cubrir el costo de abogados y defensores. -Ruark se inclinó hacia adelante y sonrió con picardía-. Considera esto, amor mío. Podría ser muy bien mi juego hacer que quedes encinta y esperar que tu padre no desee que su descendiente sea el hijo de un ahorcado.


– ¿Cómo puedes sugerir semejante cosa? -dijo Shanna, atónita-. ¡Eres un vil canalla! ¡Un desvergonzado!


– Ah, amor mío, tus dulces palabras -me conmueven -bromeó Ruark provocativamente-. Sólo puedo señalar que tus ruegos en el calabozo eran más gentiles y que estabas tan afligida que hasta entregaste tu virginidad para lograr tus fines.


– ¡Grosero, hijo de perra! -exclamó Shanna con el rostro de color escarlata y golpeando las sábanas con sus puños. Casi se ahogó en busca de peores epítetos. Esto era desusado porque Shanna, en su juventud,


Había estado expuesta al rudo lenguaje de los marineros y otros trabajadores y era capaz de lanzar una catarata de frases que pondrían envidioso al más vulgar de los truhanes callejeros.


Ruark se inclinó. Su cólera y su frustración empezaban a notarse en su expresión.


– ¿Y ahora -preguntó en tono despectivo- vas a tenerme como tu amante de bolsillo, Shanna? ¿Oculto en tus habitaciones y sin el derecho. de estar a tu lado a la luz del día? Temes que todo se sepa y que tengas que sufrir un castigo, pero yo, Shanna, tengo más que perder: Aun así, si eligiera entre enfrentar a tu padre como tu esposo o esconderme en los rincones oscuros de tus habitaciones, puedo asegurarte que prefiero ser tu esposo, honrado, amado, respetado y aceptado como tal por todo el mundo. -Ruark se volvió y su voz sonó cargada de amargura-. Si hubiera que ganar algo más que mi muerte y tu eterno odio, buscaría a tu padre ahora, reclamaría mis derechos y pondría fin a esta comedia.


– ¡Comedia! -La voz de Shanna estaba cargada de emoción-. ¿Entonces es una comedia que yo trate de evitar una vida junto a un decrépito conde o barón? ¿Una comedia que desee compartir mi vida con un hombre elegido por mí? ¿Es una comedia que desee eso en la vida? Sí, te burlas de mí cuando yo, sólo trato de vivir con cierta esperanza de felicidad.


– ¿Y estás segura de que la vida conmigo no te traería felicidad?


– dijo Ruark y la miró fijamente, aguardando una respuesta.


– ¿Esposa de un siervo? -preguntó Shanna con incredulidad-. No podrías pagar uno solo de mis vestidos.


– No sería por mucho tiempo -replicó él con expresión sombría. Shanna hizo un gesto burlón.


– Claro -dijo-, pronto tu cuello sería estirado más allá de su resistencia. Entonces yo sería verdaderamente una viuda.


– Si te creyera tendría que abandonar toda esperanza -:-dijo Ruark con una ácida sonrisa-. Perdóname, Shanna, si continúo, como hiciste tú, buscando una vida mejor de lo que parece señalarme el destino.


– Me irritas con tu petulancia -dijo Shanna en tono duro pero sin atreverse a mirarlo a los ojos-. Y me cansas con tus teorías.


– Por supuesto, mi lady. -Ruark habló con exagerada gentileza-. Si eres tan amable, mi sombrero y mi camisa. Valoro mucho mis ropas puesto que son lo único que pertenece a John Ruark.


Shanna buscó debajo de las sábanas y le arrojó la camisa sin decir una palabra. Tuvo más dificultad para encontrar el sombrero pero al fin lo sacó de abajo de sus caderas.


Ruark tomó su sombrero y examino largamente su forma aplastada, antes de llevárselo al pecho e inclinarse en una rígida reverencia.


– Me marcho, con tu permiso -dijo-. No te molestaré más con mis infortunios.


Shanna se quedó quieta, sin oír los sonidos de su partida. Por fin se dio vuelta para ver qué lo demoraba y se sorprendió al encontrarse sola.


Shanna quedó mirando hacia las sombras vacías. Un dolor empezó a crecer dentro de su pecho y a corroerla hasta el alma. Súbitamente deseó llamar a Ruark. Aun en sus batallas sentía más alegría que en el doloroso vacío en que se hallaba ahora. No había dicha en el mundo; el mismo era cruel y frío, sin calidez para calmar su helado corazón.


– Oh, Dios -gimió acongojada-, por favor…


Pero aun mientras rogaba, no hubiera podido poner un nombre a lo que pedía. Sacudió la cabeza y luchó contra la abrumadora depresión. Se levantó y sacó del guardarropa una larga bata blanca.


Sus habitaciones ya no eran para ella un refugio y como un espectro extraviado empezó a recorrer la mansión hasta sus rincones más remotos y oscuros buscando algo que calmara su turbado espíritu, pero en ninguna parte encontró lo que buscaba. Por fin se detuvo ante la puerta del salón donde se encontraba su padre. Trahern levantó la vista de sus papeles.


– ¿Shanna? -dijo en tono sorprendido-. ¿Qué haces aquí, criatura? Estaba por irme a la cama.


– Pensé dar un paseo por el jardín, papá -replicó suavemente ella-. Volveré pronto. No me esperes levantado.


Orlan Trahern contempló a su hija que se alejó de la puerta y después esperó, rodeado por el silencio de la casa, mientras los pies desnudos de ella cruzaban el piso de mármol del hall. Se abrió la puerta principal, en seguida se cerró y volvió a reinar el silencio. Orlan Trahern suspiró profundamente, se levantó de su sillón y lentamente subió a sus habitaciones.

Shanna caminó entre los árboles pero en cada sendero que tomaba le parecía oír una voz enronquecida por la pasión y sentía como si unos ojos ardientes de color ámbar estuvieran observándola. Había llegado a cierta distancia de la casa y pasaba cerca de los establos cuando oyó un suave relincho. En la oscuridad, fue hacia el origen del sonido, rozando con sus pequeños pies la hierba mojada por el rocío.


Cuando estuvo cerca de la puerta de las caballerizas oyó la voz de Ruark que trataba de tranquilizar a la yegua. Shanna se sintió más animada. Se asomó y vio el perfil de él recortado en la luz de una linterna. Sus dedos largos y ágiles curaban las heridas de la yegua con la misma suavidad a la que Shanna había respondido tan a menudo.


– Vamos, Jezebel -dijo él en tono admonitorio.


Shanna se sorprendió al oído usar el nombre de la yegua pues ella no 1o había mencionado.


– ¿Cómo sabes su nombre? -preguntó.


Ruark se irguió y miró hacia la oscuridad más allá del círculo de luz proyectado por la linterna. Se secó las manos mientras Shanna se le acercaba y la miró como si la bata no existiera..


– ¿Su nombre? -Se alzó de hombros-. El muchacho. Elot.


– Oh. -La voz de ella perdió el tono desafiante.


Shanna miró a su alrededor, preguntándose por el muchacho del establo.


Ruark señaló con el pulgar hacia el cuarto de arneses.


– El es bueno para limpiar y ensillar los caballos pero no para curarlos. Lo envié a la cama.


Shanna cruzó sus manos en la espalda y dejó que sus ojos vagaran por las caballerizas, incapaz de enfrentar la mirada directa de Ruark.


– ¿Qué es eso? _dijo, señalando un pequeño cazo de madera que contenía una sustancia maloliente.


– Hierbas y ron en sebo caliente -replicó Ruark secamente-. Bueno para limpiar y curar las heridas.


– Oh.- Nuevamente él pareció no escucharla.


Después de un momento de silencio Ruark volvió, a su trabajo y hundió sus dedos en la odiosa mixtura. A espaldas de él, sobre un banco alto, Shanna vio el círculo de paja aplastada que era su sombrero. Lo levantó, se sentó en el banco y apoyó los pies en el travesaño. Hizo girar lentamente en sus manos el sombrero estropeado.


– Siento lo de tu sombrero, Ruark. No fue mi intención destruirlo -dijo, luchando contra el pesado silencio que había caído sobre los establos.

Ruark gruñó sin interrumpir su trabajo.


– Es un regalo de la compañía -dijo-. Tengo otro.


Shanna se sintió picada por la seca respuesta de él y replicó, en tono cortante: Por la mañana dejaré un chelín en tu plato por el costo del sombrero.


La carcajada de Ruark fue rápida y la irritó aún más.,


– Vaya, Shanna. Me pagas por un daño sufrido en tu cama.


– Maldita sea, Ruark -exclamó Shanna con furia y su tono hizo que él la mirara fijamente. La, cólera de ella desapareció bajo esa mirada tranquila, dorada. En tono mas suave, continuó:


– Ruark, perdón por todo. No fue mi intención herirte.


– Pese a tus buenas intenciones -dijo Ruark, con los dedos metidos en la mezcla de hierbas y ron-, nunca dejas de golpear donde mas duele. -Sonrió ácidamente-. Si quieres pregúntale a cualquiera de tus pretendientes y ellos, sin duda, estarán de acuerdo. El más leve golpe de ti llega hasta el alma.


Shanna protestó:


– ¿Acaso tú me has tratado bien? Me zahieres cruelmente, aunque te he dado mucho más de lo que convinimos.


– ¡Al demonio con el pacto! -estalló Ruark, y volvió junto a la yegua- ¿Crees que eso ahora me deja contento? -preguntó bruscamente-. Yo era un hombre condenado, mis horas estaban contadas. El pacto fue un dulce respiro y yo pude tranquilizar mi mente aguardando su consumación. -Rió brevemente-. ¿Qué más me atreví a esperar de ti?

En el silencio que siguió, Shanna estiró el cuello para poder verlo pero con las sombras que había en el establo no 1o consiguió.


Buscó una de las linternas encendidas, trepó a las tablas del establo contiguo y sostuvo la luz en alto. Ruark aceptó el servicio y no hizo ningún comentario hasta que terminó de curar unas heridas y cambió de lugar para ocuparse de otra lastimadura en la pata trasera de la yegua. Se agachó, casi entre los cascos del animal, y señaló con el cazo de madera.


– Un poco más hacia aquí -dijo por encima del hombro. Cuando Shanna movió la lámpara, agregó-: Así está bien.


Al primer contacto de la mezcla Jezebel resopló y empezó a agitarse, sorprendiendo a Shanna.


– Ruark, ten cuidado -exclamó ella.


El se limitó a palmear el flanco de la yegua y a hablarle en tono suave, tranquilizador.


– Tranquila, muchacha. Tranquila, Jezebel


El animal se calmó, pero cuando Ruark aplicó nuevamente la mixtura en la herida, resopló, levantó las patas y agitó los cascos peligrosamente cerca de la cabeza de Ruark…


– ¡Quieres hacerte atrás! -exclamó Shanna, irritada por la imprudencia de él.


Ruark la miró.

– Se pondrá bien, Shanna. Es sólo que esta cortadura es más profunda que las otras. Al principio duele pero después se calmará.


Shanna ahogó un gemido. -Oh, testarudo. Sal de abajo de sus cascos de una buena vez.


Ruark aplicó una última dosis de medicina en la pata de la yegua y en seguida retrocedió apresuradamente para evitar las coses. Dejó el cazo sobre un travesaño, salió del establo y cerró la puerta tras de sí. Se apoyó en un poste y miró a Shanna con una amplia sonrisa en su rostro atractivo.


– Vaya, mi amor -dijo en torno burlón-. ¿Entonces has venido a cuidar de mí?


– Sí como cuido de todos los tontos y de los niños -replicó Shanna malhumorada y bajó de las tablas donde se había encaramado-. Es un milagro que tu ángel guardián no se haya desplomado por exceso de cansancio con todo el trabajo que tú le das.


– Sí, Shanna. – Ruark empezó a hablar con una graciosa imitación de sir Gaylord, con sílabas entrecortadas-. Pero fue maravilloso el trabajo que ha hecho hasta ahora el muchacho ¿eh?


Shanna no pudo reprimir una sonrisa. Pasó junto a él, le entregó la linterna y se sentó nuevamente en el banco. Ruark dejó la lámpara en una repisa y empezó a lavarse las manos en un cubo de agua y con abundante jabón. Shanna observó fascinada el juego de los músculos en la espalda desnuda hasta que él se volvió para mirada. Entonces desvió rápidamente la vista:


– ¿Soy un tonto si tengo la esperanza de que tú ya no deseas mi muerte, Shanna? -preguntó él sonriendo.


Shanna 1o miró con ojos dilatados.


– Nunca deseé tal cosa -se defendió rápidamente-; ¿Cómo puedes creer eso?


– El pacto… -empezó él, pero la réplica de Shanna llegó rápidamente, como un eco de la de él.

– ¡Al demonio con el pacto!


Ruark rió suavemente y se le acercó.


– ¿No has dicho que me odiabas, amor mío? -preguntó él suavemente y mirándola a los ojos.


– ¿y cuándo has dicho tú que me amabas? -repuso Shanna- He tenido lores a montones, príncipes en abundancia y libertinos fervorosos, todos implorando que les concediera mi mano o por lo menos algún favor singular. Me decían palabras tiernas destinadas a conmover mi corazón y hacerme saber que me deseaban, hasta que me admiraban. ¿Pero tú? ¿Dónde están esas palabras para alimentar mi vanidad femenina? ¿Alguna vez me has tomado la mano y me has dicho que soy -se alzó de hombros y tendió las manos en1 un gesto de interrogación- bonita? ¿Agraciada? ¿Deseable? ¿Adorable? No, me acosas con argumentos como un niño llorón que pide una golosina.


Ruark rió, colgó la toalla de un gancho y se detuvo a pensar un momento. Se inclinó hacia adelante y habló, casi en un, susurro.


– Últimamente tienes un pretendiente que parece atraerte bastante…


Shanna negó con la cabeza.


– y te mira -continuó él- como si tuviera sobre ti derechos que no tienen los demás.


– ¿Sir Gaylord? -Shanna rió ante lo ridículo de la acusación. Entonces se interrumpió y lo miró con incredulidad-. ¡Ruark! ¡Estás celoso!


– ¿Celoso? -Bajó los ojos y habló en voz tan baja que ella apenas oyó sus palabras-. Sí. De cualquiera que se te acerque en público y que te toque aunque sea un cabello y que te mire cuando yo no puedo mirarte. Cuando yo debo reprimir la menor demostración de amor hacia ti. -Ahora continuó con fiera determinación-. Tú hablas de palabras tiernas. Mi lengua las ha formado millares de veces cuando estaba solo en mi cama de noche.


– Dilas ahora, entonces -dijo Shanna alegremente-. Vamos -lo exhortó-. Finge que soy una dama de alcurnia. -Se irguió, levantó adecuadamente su nariz, puso los brazos debajo de su espesa mata de cabellos y levantó la melena hacia arriba para dejada caer en seguida en glorioso esplendor-. Y tú -señaló imperiosamente con un dedo- serás mi señorial pretendiente que viene a rendirme pleitesía.

Déjame probar una muestra de tus preciosas rimas.


Ruark rió, tomó su sombrero estropeado y se lo puso en la cabeza. Shanna ahogó una carcajada ante el aspecto cómico de él.


– Como ordene mi lady -dijo Ruark, y habló con una voz rica y profunda que desmentía su humilde apariencia-. A menudo he vagado sin rumbo en la oscuridad, acosado por una visión de tanta hermosura que mi mente sencilla se niega a dejarla. Eres tú, amor mío. Eres tú y tu hermoso rostro está constantemente frente a mí. He puesto mis pies en. muchas tierras extrañas y me he aventurado atrevidamente con las mujeres de esos lugares. Pero ni en mis momentos de mayor delirio hubiera tenido que dibujar el retrato de la que me hace caer sin sentido a sus pies y murmurar ruegos febriles por el más leve contacto de su mano, por una sonrisa amable, por una caricia fugaz, seguramente habría dibujado esta gloria sedosa que descansa! sobre tu cabeza.


Ruark levantó una mano como para tocarle el cabello y la dejó caer.


– y habría añadido un rostro que me atormenta en mis momentos de soledad como una pesadilla, y ciertamente sería tu rostro. Si debajo de mi trémula, pluma tomara forma un cuerpo de mujer sería uno que he sentido tibio y vivo entre mis brazos y qué me hace despertar de mis sueños helado y tembloroso.


Shanna lo miraba con los ojos humedecidos. Las palabras de él se clavaban en su carne como dardos diminutos.


– Tú eres aquella a quien temo encontrar todos los días, y sin embargo no veo la hora de encontrar. Sé que el dolor vendrá. Sé que en mi garganta se ahogarán las palabras que no pronunciaré. Busco tu belleza, aunque sé que al verla quedo debilitado y dolorido. No tengo otro mundo fuera de ti. Tu sonrisa es mi sol. Tus ojos, mis estrellas. Tu rostro, mi luna. Tu contacto y tus tibias caricias, mi tierra y mi alimento. Sí, eso es Shanna -susurró.


Shanna estaba fascinada por la elocuencia y calidez de las palabras de él. Confundida, sólo pudo devolverle la mirada. Una parte de ella ansiaba creerle y abrazarlo, y devolverle palabras de amor. Pero también, en su interior, había una parte que aún no estaba dispuesta a rendirse y que temía el más ligera contacto de él. Y además, no tenía forma de saber si él hablaba sinceramente a si se limitaba a recitar algunas palabras memorizadas para usadas cuando. se le presentaba la ocasión. Para protegerse, Shanna adaptó una pastura frívola.


– Mi buen señor -dija- su lengua es lisonjera y elocuente. Pera ya recuerda a alguien que tomó la brida de mi caballo y me amenazó can ajas llenas de cólera, y otro que me acosó constantemente hasta que me entregué a su placer. Perdóneme, mi lord, pera ese no parece el mismo que ahora declara que ya soy su ideal de mujer. Las palabras suenan falsas a la luz de la que ha pasado. Me tema que esta no es más que una treta para complacer mis oídos pero bastante alejada de la verdad.


Ruark sonrió perversamente.


– Le ruego, mi lady, que apresure su decisión. Su padre ha hablado de una docena de descendientes para complacerlo, y hasta una joven dama usted necesita tiempo para cumplir la tarea. -Apoyó, como al descuida, una mano en un muslo de ella y se inclinó más-. ¿Cree que debemos poner manos a la obra?


Shanna apartó cuidadosamente las manos de él.


– Sin duda a ti te gustaría que mi vientre se hinchara todos los inviernos para que después la primavera me encuentre dando a luz a otro vástago tuyo, a fin de probar que tu potencia excede a la del más prolífico de las príncipes de la corte. Per dígame, señor mío, si yo le diera una a más hijos, ¿qué apellido llevarían?


– La elección es tuya, amar mía. Y en.tu elección debe descansar tu tranquilidad de conciencia.


– Eres imposible -protestó Shanna-. Me ofreces muy pacas soluciones y mucha confusión.


– Entonces deja tranquilo el problema. -Ruark quedo un paca enfadada par la réplica de ella-. A su debida tiempo., y par la gracia de Díos, toda se solucionará.

– Simplemente te niegas a comprender. -Shanna se golpeó las radillas con los puños, exasperada-. ¿Es que no te das cuenta del dilema en que estoy?


– Quizá comprenda más de la que tú crees -dijo él tiernamente-. Es el mismo problema que enfrenta toda mujer: cuándo renunciar a los sueños de la infancia y enfrentar las realidades de la vida.


Ruark se le acercó más.


– No. te me acerques. -La orden fue súbita pero le faltó convicción-Mantén la distancia, bribón. Veo tus intenciones. Una vez más tratas de derribarme de espaldas y montarme como un semental.


El acercó sus labios a las de ella pera Shanna todavía no estaba preparada para una rápida rendición. Se escabulló debajo del brazo de él Y encontró otro asiento en una percha para sillas de montar que había cerca de la puerta, pero se mantuvo alerta, lista para escapar en cualquier momento.


Ruark pareció renunciar a sus propósitos y con una horquilla de heno empezó a limpiar las briznas de paja del suelo del establo.


– ¿De veras te gusta la yegua? -preguntó en tono inocente.


– Sí, me gusta -repuso Shanna, sin dejar de vigilar los movimientos de él-. Es una vergüenza que haya sufrida tanta en el viaje.


– Sí, pero se pondrá bien -comentó Ruark-. Esa Jezebel es de buena raza.


La yegua golpeó el suelo con las patas y resopló al oír su nombre.


Ruark miró hacia el establo de la yegua, coma si estuviera preocupado.


– Parece que está muy dolorida -dijo y se enderezó-. ¿Qué ha sido eso?


Shanna volvió la cabeza y no bien dejó de mirar a Ruark la horquilla való hacia un rincón. Cuando cayó ruidosamente al suelo, Shanna se encontró prisionera entre los brazas de Ruark. Gritó, pero no muy fuerte para no despertar al muchacho del establo. En su mayor parte, la lucha se desarrolló silenciosamente.


– Ruark, déjame -imploró-. ¡Compórtate! ¡Este no. es lugar…!


El rió al oido de ella.


– Dijiste que cuidabas de las tontas y de los niños. Si esa significa que me amas, no me importa la que me consideres.


– Ruark, no puedes. Oh, déjame.


El le mordió suavemente una oreja y la hizo. estremecerse de pies a cabeza.


– Ruark, te he dicho que no puedes… ¡No aquí! ¡Basta!


Shanna consiguió apartar la mano de él y casi logro escapársele cuando él aflojó momentáneamente la presión. Pero volvió a retenerla. Shanna la empujó con todas sus fuerzas. El talón de Ruark quedó atrapado en una piedra floja y él cayó cuan largo era sobre una pila de heno. Pero tuvo la suerte de alcanzar a tomarla del vestido, de modo que ella cayó encima de él. Par un momento ella luchó por levantarse mientras sentía que empezaba a reaccionar apasionadamente a la proximidad de él. Pero Ruark rodó con ella y se le puso encima.


– De modo que te tengo atrapada, hechicera tentadora. ¿Te convertirás en alguna otra casa y huirás volando? ¿O entonarás tu canto de sirena hasta que mi pobre cabeza pierda la razón y yo me arroje contra las rocas de esta costa desierta? Mis ojos ven una ninfa de formas encantadoras, ojos de esmeralda y pechos de espuma de mar que me tienta hasta enloquecerme, y que después dice no, no, no, y huye y me deja llorando como un niño hambriento.

Shanna habló con voz suave y lo miró en esos ojos que lo iban hipnotizando lentamente Y acabando con su resistencia.


– ¿Cuándo te he tentado sin satisfacer después tus deseos?


– Tú eres, amor mío, la circe de mis sueños, quien cuando yo cierro los ojos me convierte en un mísero cerdo que se arrastra a tus pies mendigándote una migaja de tus favores.


– Si tanto te hago sufrir… -dijo Shanna y rió con una cálida chispa en sus ojos-, ¿por qué no te marchas? Quizá, cuando el aserradero esté terminado, yo podría pedir a mi padre tu libertad y tu pasaje a las colonias. ¿Te marcharías, entonces?


Súbitamente se puso seria y lo miró fijamente, aguardando una respuesta. Ruark estaba iguahnente serio y apartó gentilmente un rizo de la frente de ella.


– No, Shanna. -susurró-. Aunque me enviaras a diez mil millas de aquí y construyeras una muralla para impedir mi regreso, yo vendría como una polilla, atraído por la llama de tu fuego, a buscar mi pasión y mi dolor.


Aunque Shanna había pensado que la segura negativa de el la, molestaría, sintió en cambio que en su interior, muy profundamente, empezaba a crecer una cálida ternura.


– ¿Y entonces -ciertamamte era una maligna serpiente la que tentaba a Shanna a arrancar la manzana del árbol, y darle un mordisco


– negarás tu afecto hacia esa muchacha, Milly, Y serás solamente mío?


Ruark se incorporo sorprendido atónito, al oír el nombre de la muchacha.


– ¡Milly! -La palabra escapó involuntariamente de sus labios-. Pero si esa pequeña…


Unas briznas de paja cayeron desde arriba sobre los dos, en seguida un chillido desgarró el aire y toda una lluvia de heno casi los cubrió completamente. Ruark se incorporó sobre sus rodillas escupiendo briznas de paja. Shanna se puso de pie y cerró su bata, Hubo un movimiento debajo de la paja. La forma quedó quieta y se sentó. Nuevamente el nombre brotó de 1os labios de Ruark, ahora más fuerte.


– ¡Milly! ¡Qué demonios.! -No pudo encontrar más palabras.


La muchacha sonrió tontamente.


– Oí que pronunciabas mi nombre y me acerqué para ver, qué querías, y entonces…,.


Bajo la furiosa mirada de Shanna, Milly cerró su blusa abierta para cubrir sus pequeños pechos desnudos.


– Además -continuó Milly con un; mohín y en tono petulante.-estaba empezando a cansarme de esperarte allí arriba, y a mí no me gusta ser la segunda..


– ¡Queeeé! -La palabra explotó en los labios de Shanna. Una cólera helada, violenta y que anuló toda cordura, hizo empalidecer las mejillas de Shanna y puso un intenso fuego verde en sus ojos cuando comprendió el significado de la presencia de Milly.


– ¡Shanna! Ruark empezó a ponerse de pie, viendo ya el desastre que se avecinaba.


Ciegamente, Shanna extendió una mano en busca de un arma. ¡Cualquier arma! Sus dedos rozaron varios arneses que colgaban de los ganchos. Un gemido furioso escapó de entre sus dientes apretados cuando ella arrojó toda una masa de correas de cuero que fueron a caer sobre la paja, entre los otros dos. El pesado collar de tiro golpeó a Ruark en la espalda y 1o hizo caer nuevamente sobre el heno. Rodó y vio a Shanna de pie sobre él, las piernas separadas, el cabello suelto, la bata blanca flotando alrededor de su cuerpo como en un torbellino. Era como una antigua druida vengadora surgida del pasado. Nunca la había visto tan hermosa ni tan furiosa.

– ¡Revuélcate en el heno con tu pequeña! -gritó Shanna con una voz que hubiera hecho congelar las olas del mar.


Corrió hacia el establo y mientras Ruark trataba de librarse de la masa de correas, abrió la puerta. Milly empezó a luchar contra la maraña de arneses y sólo consiguió que los dos quedaran más enredados. Shanna tomó la cuerda que sujetaba a Jezebel y sacó al animal del establo. Después, tomándose de las crines, saltó sobre el lomo de la yegua.


– ¡Maldita sea, Shanna! ¡Detente! -gritó Ruark.


Yegua y amazona salieron por la puerta de los establos como si el animal tuviese alas y se perdieron en la oscuridad.


Ruark trató de librarse de los arneses pero los movimientos de Milly se 1o impedían.


– Quédate quieta -gritó con furia.


Milly obedeció.


– Sólo estaba bromeando gimió ella, súbitamente temerosa de la furia de él.


La única respuesta de Ruark fue un gruñido inarticulado. Por fin consiguió desembarazarse de las correas y corrió hacia la puerta pero chocó con Elot, el muchacho del establo, quien, frotándose los ojos, había elegido ese momento para emerger del cuarto de arneses.


El sorprendido muchacho se sentó en el suelo donde había caído derribado por Ruark.


– Qué… -empezó a decir.


– ¡Vuelve a la cama! -Las palabras sonaron como un latigazo.


Ruark salió corriendo y dejó a Elot mirando sorprendido a la joven que parecía que estaba tratando de colocarse varios arneses al mismo tiempo.


Elot murmuró algo acerca de pesadillas y regresó a su cama de la cual se levantaría por la mañana preguntándose la causa de los magullones que misteriosamente 1o afectaban.


Milly soltó un gemido de exasperación mientras seguía luchando con la maraña de arneses. Quedó paralizada cuando apareció junto a ella una alta sombra. Temerosa, alzó la vista.


– Ah, señor -suspiró aliviada-. Me asustó. Creí que era el señor Ruark que había regresado.


Una mano enguantada de negro levantó los arneses que la tenían atrapada y los colgó en los ganchos de los que habían sido arrancados. La capa negra se agitó y reveló una figura alta y flaca cuando el hombre se arrodilló para ayudar a Milly a ponerse de pie. Ella se apoyó en él, sonrió mirándolo a los ojos y acarició con una mano el pecho del recién llegado, con gran familiaridad.


– Yo dije lo que usted me indicó -murmuró ella, mirándolo a la cara. Pudo ver que la sonrisa de él se hacía más amplia, aunque sus facciones estaban ocultas en las sombras del tricornio-. ¿Pero por qué me empujó? Casi me rompí el cuello cuando me caí. -Hizo una pausa y sonrió con expresión de conocedora_. Le hubiera arruinado su diversión. Sí, esa es la verdad.


El hombre se limitó a asentir con la cabeza y después la ayudó a subir la escalera hacia el henil para continuar allí con 1o que fuera que los tenía ocupados antes de la llegada de Ruark.

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