CAPITULOVEINTIUNO

Orlan Trahern tomó de prisa un desayuno ligero y rápidamente se levantó de la mesa, evitando así toda conversación con sir Gaylord. El caballero había tomado la costumbre de unirse con la familia para la comida de la mañana. En realidad, el hombre no era tan aburrido como parecía. Era solamente que la mención de dinero, finanzas, barcos, el mar, Inglaterra, guerra, paz, o las posibilidades de barcos, agua, comercio, naciones, viento o lluvia terminaba en una perorata de él sobre la prudencia de invertir en un pequeño astillero que podía proporcionar centenares de balandras y goletas por el precio de un solo navío de alto bordo. Sus temas eran notablemente limitados, aunque él parecía sumamente dispuesto a tomar cualquier tópico al azar como puente hacia lo que le interesaba.


– Así fue que el hacendado Trahern dirigió a su hija una última mirada de compasión, se encogió de hombros ante el ruego silencioso de ella y partió con una energía que desmentía su edad y su gordura. Shanna vio alejarse a su padre y se las compuso para dirigir una sonrisa tolerante a sir Gaylord, quien dedicaba su delicada pero efectiva atención a su bien lleno plato de comida. Sus modales no le permitían hablar con la boca llena, por lo cual Shanna se sentía sumamente agradecida, pero sí podía recorrer apreciativamente el cuerpo de ella con los ojos.


Shanna se disculpó con una levísima inclinación de cabeza y cuando se dirigía al salón, pidió quedamente a Berta que le llevara té, pensando que ahora podría beberlo sola y tranquila. Pero no bien se había sentado en el sofá entró Gaylord, limpiándose de los labios los últimos restos de comida, hecho lo cual metió la servilleta dentro de su manga. Si no hubiera sido. por la ornamentada "T" que llevaba, el paño habría podido servir de elaborado pañuelo. Pero el hombre parecía tener debilidad por cualquier cosa artísticamente bordada con una letra y un gusto especial por la "B", que adornaba todas sus ropas. Hasta sus chaquetas tenían el monograma a la altura del corazón.

Cuando Berta dejó la bandeja y se preparó para servir el té, él se levantó y la hizo a un lado.


– No es una gracia masculina, mi querida -le informó él pomposamente a Shanna-. Pero" debe realizársela con una habilidad que raramente uno encuentra lejos de Inglaterra.


Levantó la tetera con florido ademán, llenó dos tazas nada más que hasta la mitad con el líquido y añadió una generosa porción de crema. Revolvió hasta que el fluido se convirtió en una sustancia espesa sin ningún parecido con el té. No advirtió la expresión horrorizada de Berta, añadió en una taza varias cucharadas de azúcar y se detuvo ante la otra.


– ¿Una o dos, querida mía? -preguntó con solicitud.


– Sin crema, sir Gaylord, por favor. Solamente té y muy poca azúcar.


– ¡Oh! -exclamó él Probó su propio té-. Delicioso, querida mía. Realmente, debería probado de este modo. Es la locura de Londres.


– Lo he probado -repuso Shanna sin malicia, se inclinó hacia adelante y se sirvió ella misma una taza a la que añadió una cucharada de azúcar.


Gaylord acomodó su cuerpo en una silla de respaldo recto, cruzó las piernas y bebió más té.


– Bueno, no importa. Confío en que tendré toda una vida para enseñarle los refinamientos de las personas inglesas elegantes.


Shanna levantó rápidamente su taza y bajó la vista, mientras Berta fulminaba al caballero con su mirada.


– Shanna, querida mía -sir Gaylord se echó atrás en su silla y la contempló -no tiene usted idea de lo que estar simplemente cerca suyo significa para un par del reino. -Mi corazón se acongoja porque pasamos tan poco tiempo a solas, de otro modo le expresaría las maravillosas pasiones que agitan mi corazón.


Shanna se estremeció levemente y se disculpó pues vio que él lo notó.


– Demasiada azúcar, me temo.


Agregó más té a su taza y no se atrevió a mirar a Berta. El ama de llaves estaba en el vano de la puerta que daba al vestíbulo y acariciaba con los dedos una pesada escultura, mientras entrecerraba los ojos en una forma muy poco característica. La anciana pareció llegar a una decisión y avanzó resueltamente.


– Tengo cosas que hacer -le informó a Shanna, 1o cual provocó una expresión de desaliento en el rostro de su ama y un brillo de renovadas esperanzas en los ojos de sir Gaylord-. Llámeme si me necesitan.


Antes que Shanna pudiera protestar, Berta dirigió una última mirada dubitativa a sir Gaylord y se marchó. El salón quedó silencioso un momento. Shanna casi saltó cuando el caballero carraspeó, se levantó de su silla y se detuvo frente a ella. Ella miró con ojos límpidos y se preparó para hablar seriamente.


– Mi querida Shanna, hay muchas cosas que debemos discutir. Es tan. raro que yo pueda encontrar alguien dispuesto a comprender las necesidades de la nobleza de sangre. Usted es tan hermosa y tan rica… ejem, deseable. Ninguna.otra podría aliviar mi situación. Estoy afectado hasta lo más hondo del alma.


Se acercó un paso y Shanna se vio en un dilema. Temía tanto que él le tomara la mano o qué ella misma estallara en carcajadas. Algo de su lucha interior debió traslucirse porque él continuó sin detenerse.


– Le ruego que no se altere, querida mía. Tenga la seguridad de que nada de lo sucedido ha afectado en lo más mínimo mi respeto hacia usted.


Shanna estaba casi frenética. La razón la abandonó y no encontraba ninguna excusa aceptable. Sentíase atrapada, pero Gaylord tomó su incomodidad por indecisión y cobró valor. Su rodilla ya empezaba a flexionarse y estaba a punto de arrodillarse ante ella cuando su mirada fue más allá. Súbitamente el inglés se puso rígido.


– Buenos días. -La voz sonó animosa desde la puerta-. Es un día realmente hermoso.


Shanna ahogó una exclamación, se volvió en el sofá y miró sorprendida, a Ruark, la última persona que se le hubiera ocurrido que vendría a rescatada.


– ¡Señor Ruark! ¿Está seguro de que debe estar levantado? -Puso en su voz toda la preocupación que le fue posible, a fin de disimular el enorme alivio que la inundó-. ¿Cómo está su pierna? ¿Ha mejorado tanto?

Ella sabía mejor que nadie que tres días de reposo y de bien preparados emplastos habían hecho maravillas. La noche anterior el cirujano, al cambiar las vendas había declarado que la herida estaba curada. Shanna advirtió el suspiro., decepcionado de Gaylord, quien debió resignarse a seguir esperando.


Ruark, apoyándose en el bastón de Trahern, fue hasta el sofá y se sentó al lado de Shanna. Ella se apresuró a buscar un escabel para que él apoyara cómodamente la pierna. Cuando se inclinó para colocarle un cojín bajo la pantorrilla, no se preocupó de su escote ni de la forma en que el mismo exhibía sus pechos para los ojos de Ruark. Sin embargo, Gaylord se irritó muchísimo al ver que la mirada de Ruark recorría libremente lo que su propia mirada ansiaba. Fue tomado por sorpresa cuando Ruark levantó la vista, y los blancos dientes del siervo relampaguearon en una amplia sonrisa de in disimulado placer.


Shanna, admirando secretamente el aspecto de Ruark, no notó el intercambio de miradas. El se había puesto una camisa blanca suelta y calzones hasta las rodillas, de color castaño sobre medias blancas. Además, sorprendentemente, zapatos castaños con hebillas de bronce. Shanna se estremeció interiormente al pensar en el dolor que debió haber sentido él al ponerse el zapato izquierdo. Sobre la camisa llevaba el largo justillo de cuero que había usado como capitán pirata. Sobre todo el conjunto, su rostro parecía más morenos y delgado, sus ojos más vivaces, sus dientes más blancos, su cabello más negro. Ella nunca lo había visto más apuesto y no pudo ocultar el tierno resplandor de sus ojos al mirarlo.


– ¡Señora Beauchamp!


Shanna se sobresaltó al notar que Gaylord exigía su atención.


– Perdón. No escuché…


– Obviamente, señora, puesto que tuve que repetir dos veces la pregunta. Pregunté si desearía dar un paseo por el jardín. De pronto aquí la atmósfera se ha vuelto sofocante y viciada.


– Oh, bueno, entonces abriré las ventanas.


Sin responder a la pregunta de él, corrió a abrir las amplias puertas ventanas y quedó un momento disfrutando de la brisa matinal.


– Está fresco -informó dirigiéndose a los dos, pero sus ojos fueron hacia Ruark-. A fines de septiembre siempre hay, brisas más frescas y chaparrones por la tarde. Las nubes se juntan en el extremo sur de la isla y poco antes. del crepúsculo pasan sobre las colinas y nos regalan con un chaparrón. Esta es la época en que la caña de azúcar crece más rápidamente.


Las puertas de cristal la enmarcaban maravillosamente y más allá el verde de los prados acentuaba su belleza de modo que a Ruark casi le resultaba doloroso mirarla. Era una visión.


Súbitamente, los tres se sobresaltaron por un fuerte ruido que venía del porche. Algo se había roto allí.


Con expresión intrigada, Shanna salió y alcanzó a ver a Milly que corría alrededor de un sillón en su prisa por marcharse. Un gran tiesto de plantas estaba caído cerca de las puertas del salón.


– ¡Milly! ¿Qué estás haciendo? -preguntó Shanna. Comprendió, sorprendida, que la muchacha debía de haber estado fisgoneando detrás del sillón. Pero entonces recordó que 1o mismo había hecho en los establos no pudo dejar de preguntarse qué se traía la jovencita entre manos.


Milly se volvió inmediatamente, a la defensiva. – Yo no 1o rompí. ¡Usted no puede culparme!


– Sí, la brisa es muy fuerte hoy. -dijo Shanna con un toque de sarcasmo-. Pero eso no importa. ¿Qué buscas aquí? ¿Has traído pescado?


– Yo… Hum… yo -Milly miró dentro del salón y tartamudeó-: Oí que el señor Ruark estaba herido y vine a ver si yo podía hacer algo por él.


– Llegas un poco tarde, pero entra. El está aquí.


Shanna hizo entrar a la muchacha, evitó la mirada interrogativa de Ruark y la hizo sentar junto a él. Pese a que él le había asegurado que nada tenía que ver con Milly, Shanna Sintióse un poco fastidiada ante la aparente incapacidad de la muchacha de dejar a Ruark tranquilo. Sir Gaylord se puso de pie cuando entró la recién llegada y Milly le hizo una rápida reverencia.


– Milly Hawkins, a sus órdenes, jefe -dijo la jovencita presentándose con atrevimiento. Se sentó y miró a Ruark-. Oí que estaba herido en la entrepierna, señor Ruark. Espero que no sea nada serio.


Shanna cerró los ojos como para borrar la visión de Milly mientras Ruark luchaba por contener la risa. Cuando recobró su compostura, le sonrió a Shanna.


– Fueron las atenciones de la señora Beauchamp las que me salvaron la vida, Milly.


– ¿Oh, sí? -preguntó Milly y volvió a Shanna sus ojos grandes y oscuros-. Vaya, ella debe de haberse calmado mucho desde la última vez que los vi juntos, cuando le arrojó esos arneses.


Gaylord preguntó, interesado:


– ¿Eh? ¿Arneses? ¿Qué dice usted?


– No tiene importancia -dijo Shanna rápidamente-. ¿Alguien desearía tomar té?


– Berta prometió traerme una bandeja aquí -dijo Ruark-. Tomaré una taza cuando ella llegue.


Súbitamente, Shanna comprendió por -qué el ama de llaves se había marchado con tanta prisa.

Sin duda, había visto a Ruark entrando en el comedor desde el vestíbulo.


Casualmente, sir Gaylord estaba pensando en eso. Berta raramente lo atendía con cortesía, empero, se ocupaba amablemente del siervo. El hosco Pitney no le dirigía la palabra más que el mínimo necesario hacia un caballero del reino, pero el individuo parecía beberse cada frase pronunciada por este rústico colonial. Hasta Orlan Trahern mostrabase reservado, aunque ciertamente nada podía decirse de su cortesía, y buscaba el consejo de este siervo que se había convertido en una molesta piedra en el camino del valiente sir Gaylord.


Llegó Berta y se mostró ansiosa de ayudar a Milán a servir el desayuno a Ruark. Sir Gaylord se mantuvo aparte, muy incómodo. Sentía como si acabara de oír un chiste cuyo meollo se le escapaba mientras que los otros reían a carcajadas. Casi era más de lo que un caballero podía soportar, y para hacer las cosas más intolerables, ni siquiera podía cuestionar graciosamente la presencia de este siervo.


– ¡Bueno! -dijo Milly, dándose una fuerte palmada en el muslo-, no pensaba quedarme mucho. Sólo quería ver cómo estaba el señor Ruark. Además, aquí no puedo conversar con tantas personas alrededor.


La joven se dirigió a la puerta meneando sus caderas y Berta la observó con expresión de reprobación. En el vano de la puerta que daba al vestíbulo, Milly se volvió.


– Saldré por aquí -anunció-. No me atrevo a pasar por el porche. Podría cortarme los pies con los trozos del tiesto, -Retorció los dedos de los pies descalzos-. Otra vez olvidé ponerme mis sandalias.


Shanna casi soltó un audible suspiro de alivio pero se contuvo justo a tiempo, cuando Gaylord, con sus enormes manos a la espalda, se le acercó y se inclinó levemente.


– Ahora, señora Beauchamp, acerca de ese paseo…


Shanna se animó. Por supuesto, sir Gaylord -dijo poniéndose de pie-, ¿Le gustaría acompañarnos, señor Ruark? Creo que un paseo le hará mucho bien.


La cara del inglés se contorsionó en una mueca de disgusto. – Yo no saldría si fuera él -dijo-. Podría resbalar y romperse la otra pierna.


Ruark se puso de pie con una agilidad que sorprendió a Shanna y dirigió al caballero una perversa -sonrisa de blancura deslumbrante-. Al contrario, creo que el ejercido me hará mucho bien. -Dobló un brazo y se inclinó-. Después de usted, señora.


– Saldremos por el frente -dijo Shanna dulcemente-. Al señor Ruark le será más fácil bajar los escalones apoyándose en la balaustrada.


Fue hasta la puerta del salón y se detuvo para permitir que otro la abriera. Gaylord se apresuró a hacerlo y se inclinó galantemente esperando que ella pasara. Se disponía a ponerse alado de ella cuando Ruark se interpuso.


– Gracias, sir Gaylord. – Ruark pasó junto a él y se ubicó al lado de Shanna-. Es usted sumamente considerado.


Gaylord no tuvo más remedio que quedarse atrás, como un- criado. Ni siquiera el ver a Milly que todavía se demoraba en el pasillo alteró la sensación de alivio que experimentó Shanna por haber burlado al caballero.


– Sí, jefe -resonó la voz de Milly en la inmensidad del hall cuando atrapó en el aire la moneda que le arrojó Ralston. Inmediatamente la guardó en su corpiño y corrió hacia la puerta. Por encima de su hombro, dijo-: Allí estaré.


Ralston saludó seriamente a los tres y en presencia de Shanna tuvo que hacer una inclinación de cabeza a Ruark. Miró fugazmente a Gaylord y en seguida volvió su mirada a Shanna.


– Vine a buscar unos papeles en el estudio de su padre. ¿Si me disculpa, señora?

– Naturalmente- dijo Shanna con frialdad-. ¿Quiere que le mande a Jasón para que le ayude a buscarlos?


– No es necesario -replicó tiesamente el agente-. Su padre me indicó dónde se encuentran.


El pequeño grupo traspuso la puerta mientras Ralston quedó observándolos con expresión sombría. Cerró su puño alrededor del mango de la fusta, ansiando castigar con ella al siervo, y pasó un largo momento antes de que se volviera y se dirigiera a las habitaciones del hacendado.


Ralston se sentó en el sillón de Trahern y empezó a revisar los papeles y dibujos dispersos sobre el enorme escritorio. Estudió atentamente los bosquejos del trapiche y el aserradero. La construcción del aserradero había entusiasmado a Trahern, y Ralston notó marcas recientes en el pergamino que sólo habían podido ser hechas por el siervo. Sin duda el ansioso hacendado había acudido junto a la cama del señor Ruark para discutir el proyecto sin demora. En esos momentos. Trahern estaba en el lugar de la construcción, asumiendo lo mejor que podía las funciones de arquitecto.


Aunque Ralston siguió cuidadosamente cada línea y cada anotación, poco logró entender del plano y desechó los dibujos como arma para desacreditar al proyectista. Con arrogancia, se echó atrás en el sillón que parecía empequeñecer su cuerpo mezquino y caviló sobre los éxitos de John Ruark. Chocaba a su sentido de su propia importancia el hecho de que el hombre se hubiera elevado a una posición tal que el hacendado lo consideraba indispensable. Algún día, se prometió Ralston, tendría la oportunidad de ocuparse de ese siervo en la forma que se lo merecía.


A sir Gaylord también le resultaba difícil manejarse con John Ruark y sus interferencias. Aunque herido, el siervo se las arreglaba para interponerse entre la dama y él. Gaylord ansiaba disponer de un momento a solas con ella para cortejarla y se sentía profundamente agraviado al encontrarse continuamente con el despreciable colonial. Finalmente, pidió que lo disculparan..


– Siervos y esclavos arrogantes -murmuró Gaylord para sí mientras cruzaba los prados con su andar desgarbado-. Deberían ser azotados. -Sonrió interiormente-. Pero después de la boda, me encargaré de ponerlos en el lugar que les corresponde.


Ruark se apoyó en el bastón de endrino y observó alejarse al inglés. -Por lo menos, ese bobo tiene el buen sentido de saber cuándo no se desea su compañía.


Cuando quedaron solos, a Shanna le resultó difícil mantener una apariencia de serenidad. Su corazón latía con fuerza en su pecho y ella se sentía como una jovencita tímida ante su primer cortejante. Por el rabillo del ojo, vio -fue él tropezaba y al mirarlo a la cara alcanzó a ver una expresión de dolor antes de que él pudiera disimular.


– ¡Tu pierna! -Fue como si ella misma sintiera el dolor-. Debe de dolerte terriblemente.


Ruark la miró a los ojos y el tiempo tembló hasta detenerse. Shanna apoyó gentilmente una mano en el hombro de él. Permanecieron inmóviles, tocándose. Esos labios rosados, suavemente curvados, parecían atraerlo cada vez con más fuerza…


– Tendríamos que regresar -dijo Shanna-. No estás acostumbrado a esto.


– Eso es verdad -dijo Ruark roncamente-. No estoy habituado a estar cerca de ti. Estás poniendo a prueba mi capacidad de controlarme.


Shanna se volvió para no encontrarse nuevamente con la mirada de él. Ruark se acercó y le puso una mano en la cintura.


– ¡No! -dijo ella, luchando por controlarse-. No me toques.


– Trató de reír alegremente pero medio se ahogó-. ¿Debo recordarle, señor, que estamos sin compañía? Mantenga su distancia.


Las palabras sonaron densas, no ligeras y divertidas como había sido su intención.


– ¿Es algo que dije o hice? -preguntó Ruark suavemente.


– No. -Shanna trató de sonreír pero fracasó.


– Han pasado tres noches desde que… desde que te quedaste a mi lado -murmuró Ruark-. Anoche, tarde, te oí moverte en tus habitaciones, como si estuvieras alterada por algo. ¿Estás enfadada conmigo?


– ¡No! -La respuesta salió con demasiada vehemencia. Shanna negó con la cabeza y apretó los labios


Ruark se inclinó para acariciar un rizo de sus cabelles.


– ¿Puedo tocarte… sólo un momento? -preguntó roncamente. Ella no respondió.


– Te deseo -susurró él.


– ¡Oh, Ruark, no digas, eso! -Las palabras salieron como un sollozo-. No puedo…


Shanna se llevó una mano temblorosa a los labios.


– ¿No quieres que te toque? -preguntó él con voz dura-. Shanna, ¿me tienes miedo?


Ella abrió los ojos y vio un relámpago de ira en los de él.


"¡Sí, sí, sí!" gritó la mente de ella hasta que la cabeza empezó a dolerle, pero parecía haber perdido la voz y se limitó a mirado en silencio. "Sí", dijeron silenciosamente sus pensamientos. "Tengo miedo de ti, tengo miedo de que me toques porque podría desplomarme. Tengo miedo de que digas que me amas. Tengo miedo de no poder resistirme más. ¿No comprendes? Ahora estoy indefensa. Me has conocido demasiado íntimamente y yo te he conocido en la misma forma. He atendido tus heridas y calmado tus penas como tú calmaste las mías. He aguardado angustiada alguna palabra de esperanza de tus labios y te he contemplado débil e indefenso en la cama. No puedo seguir negándome a ti".


Pero permaneció silenciosa ante Ruark, retorciéndose las manos y humedeciéndose los labios súbitamente secos.


– Yo… mi padre regresará pronto. -Su voz sonó aguda y tensa como una cuerda de violín-. Debo ocuparme de su almuerzo.


Con esa débil excusa, Shanna huyó del jardín y dejó que Ruark regresara solo, apoyándose cuidadosamente en el bastón.


Súbitamente recordó las palabras de Ruark y se detuvo donde estaba, al comprender que nuevamente estaba paseándose por su habitación. Siete tortuosas noches habían pasado desde que ella acudiera junto a él. Pero su voluntad claudicaba. Lo ojos de Ruark la acosaban, la torturaban, porque en ellos veía un espejo de sus propios deseos y pasiones. Ahora que él había recuperado cierto grado de movilidad, siempre estaba cerca, observándola, vigilándola, aguardando. El único alivio se producía cuando venía alguno de los supervisores del aserradero a obtener detalles o explicaciones de sus dibujos, y ella se sentía unos momentos libre de la mirada de él.


En busca del sueño que tanto ansiaba, Shanna probó de todo: un baño caliente, leer, una comida ligera, poesía, hasta una copa de leche tibia que le trajo Hergus. Sin embargo, seguía inquieta. La cama parecía

Excesivamente grande y las sábanas frías al tacto. Aunque el reloj había dado las once, ella no tenía deseos de dormir. En realidad, sentía en su interior un nuevo despertar, tan agudo y punzante que casi era físico. Desde su retorno ponía más cuidado, en sus modales con Hergus y era más consciente del carácter dulce y afectuoso de Berta y de la ocasional brusquedad de Pitney, a veces hasta con su padre. Nunca había sido abiertamente demostrativa de afecto con ninguno de ellos, sino que, como una criatura, respondía afectuosamente cuando tenía ganas y se enfurecía cuando ellos no lo hacían.


Y además, estaba Ruark. Su pierna curaba con rapidez casi mágica, y aunque ella luchaba para enfriar el asunto, cada vez más se sorprendía comparándolo con todos los otros hombres. Ya no usaba como cartabón su imaginario caballero ideal. Y excepto Ruark todos le parecían defectuosos.

Temía hasta interrogarse sobre el significado de esto, temía tener que admitir cosas en las que se negaba pensar.


Con paso lento, Shanna salió al balcón. Soplaba una fresca brisa y se alegró de haber elegido una bata más abrigada después de su baño. Se sentó a medias en la balaustrada y miró pensativa el cielo sin luna. Las estrellas estaban brillantes y claras y titilaban contra el negro terciopelo de la noche. El brumoso fulgor de la Vía Láctea se arqueaba de horizonte a horizonte en magnífico esplendor.


Shanna empezó a caminar y llegó frente a las puertas ventanas de la habitación de Ruark. El cuarto estaba a oscuras. ¿Dormía él? ¿Estaba despierto? Había dicho que la escuchaba caminar a menudo. Sintió el deseo de satisfacer su curiosidad y sus pies la llevaron contra su voluntad. El estaba allí. Podía ver su forma bajo la sábana. Entonces se percató de que tenía los ojos abiertos y que la observaba.


Sus manos bajaron hasta su cinturón y la bata cayó al suelo. Su piel, suave, pálida, fulgió fugazmente en la oscuridad antes de que ella levantara la sábana y se acostara junto a él.


Los brazos de Ruark la rodearon, su boca la beso, insistente, moviéndose, buscando, encontrando, encendiendo fuegos que ardían con una intensidad insoportable en llamaradas de éxtasis. Era la bendición de la vuelta al hogar, el trueno de la renovada pasión, la dulzura de un despertar primaveral y el dolor de unirse en uno solo y mezclarse con los rítmicos movimientos de sus cuerpos mientras él entraba ansiosamente en ella. La unión fue explosiva y los fundió en uno solo, para elevarlos después a alturas vertiginosas hasta dejarlos agotados y sin aliento.


– ¿Ruark? -susurró ella contra el pecho velludo.


– ¿Sí, mi amor? Hubo un largo silencio.


– Oh… nada. -Ella se apretó contra él y sonrió antes de quedarse dormida.


Así fue como, los últimos restos de los sueños de Shanna empezaron a disolverse bajo la fuerza decidida del amor de Ruark. Ella encontraba solitarias sus habitaciones cuando no estaba con él. Si él iba con su padre al aserradero, ella aguardaba ansiosamente su regreso como lo había hecho con su padre cuando era pequeña. Ocasionalmente, los capataces venían con problemas que sólo Ruark podía solucionar, y entonces, para evitar la persistente compañía de Gaylord, Shanna se refugiaba en sus habitaciones. Allí, mientras aguardaba a Ruark, el péndulo del reloj parecía inmovilizarse. Más de una vez el libro de poemas se deslizó de sus manos cuando el sueño la dominó. Después despertaba y sonreía somnolienta cuando los fuertes brazos de él la estrechaban con fuerza. Una voz ronca le susurraba al oído: "te amo", y entonces los momentos pasaban rápidamente y el tic tac del reloj parecía acelerarse.


El estanque, tan importante para el molino del aserradero, estaba por encima de la aldea pero cerca de donde los troncos podían ser izados desde la bahía y traídos flotando en los arroyuelos que descendían de las colinas. La presa estaba terminada y el torrente se había reducido a un hilillo de agua. El agua llenaba la garganta cerrada con piedras. El aserradero estaba ubicado de manera que era fácilmente accesible para los carros que se llevarían la madera aserrada. Un alto saetín llevaría el agua y los troncos al aserradero desde el estanque donde serían reunidos. Todo estaba dibujado en los planos, pero muchos detalles no habían sido volcados en el papel. Entre atender al hacendado y las insistentes consultas de los capataces, Ruark tenía casi todas sus horas ocupadas, sobre todo por las mañanas.


En esta mañana, habiendo despachado al último de los capataces, Ruark se encontró solo en la inmensa mansión, excepto los sirvientes. Cuando se sentaba, Milán o Berta se acercaban deseosos de complacerlo con algún servicio, aunque fuera pequeño. Cuando caminaba, Jasón permanecía cerca de la puerta principal para abrirla en caso de que el huésped de la casa también deseara salir. Ruark empezó a sentir que alteraba la rutina de ellos, lo cual no contribuyó a disminuir su agitación. Le irritaba que Shanna hubiera salido a cabalgar con sir Gaylord. Era algo duro de tragar tener que ver a otros brindando atenciones a su esposa mientras él no podía reclamar sus derechos más insignificantes de marido. La casa se convirtió en una cámara de torturas para él, de modo que se puso su chaqueta de cuero y salió.


Attila estaba en el establo, inquieto, pues no le gustaba que lo dejaran allí, y tomó nerviosamente los terrones de azúcar de la mano de Ruark. Ruark no lo había montado desde su captura y ahora decidió poner a prueba su pierna.

– Vamos, cabeza de calabaza -le dijo acariciando el morro aterciopelado del animal-. Vamos a divertimos un poco.


Por unos momentos mantuvo al semental al paso para probar la fuerza de su pierna. Después, satisfecho, agitó las riendas y el animal se lanzó al galope por el camino que iba al trapiche.


La brisa venía cargada de bruma y cuando él descendió al pequeño valle donde estaba el trapiche, su camisa se encontraba empapada donde no la cubría el justillo. La cabalgata había sido estimulante. Lo único que echaba de menos era la presencia de Shanna.


Los rodillos del trapiche estaban silenciosos, aguardando la nueva cosecha, y sólo quedaban unos pocos supervisores. El resto de los hombres trabajaban en el aserradero para terminarlo antes de que Trahern partiera hacia las colonias. Ruark entró al trapiche por la sala de calderas y dirigió un amable saludo al hombre que alimentaba los fuegos de los calderos de melaza.


– Vaya, señor Ruark, ¿qué lo trae por aquí?


– Sólo vine a mirar, un poco -repuso Ruark-. ¿Algún problema? -No, señor -dijo el hombre-. Usted ha construido esto muy bien. Pero el maestro destilador podrá decírselo mejor que yo. Está probando su ron.


Cuando entró al ala de la destilería, Ruark quedó impresionado con la sensación de actividad ordenada que reinaba en el lugar. El crepitar de las hogueras debajo de los grandes calderos mezclábanse con el gotear de los grifos y el siseo del vapor en las tuberías, llenando el lugar de suaves sonidos. Donde el sol entraba por las ventanas del fondo de la habitación, se alargaba sobre el piso empedrado la sombra, de un hombre. Ruark preguntó algo en voz alta al maestro destilador y empezó a acercarse entre los calderos que relucían dorados debajo de las espirales de las serpentinas de cobre. El calor era casi insoportable y de su camisa y calzones empapados se elevaba el vapor. El sudor brotaba de todos los poros y Ruark se preguntó vagamente si el hombre se había cocinado vivo en el aire húmedo y caliente o si se había quedado sordo. Entonces, cuando rodeaba una columna de madera, su pie resbalo en el suelo mojado y él debió luchar por conservar el equilibrio. El súbito esfuerzo de su pierna debilitada le produjo una punzada de dolor. Soltó un juramento, se aferró a la columna para sostenerse y se apoyó contra ella hasta que pasó el calambre.


Súbitamente se oyó en el recinto un fuerte ruido metálico, y una sección de tubería del ancho de un brazo cayó pesadamente contra el madero donde él se apoyaba, vomitando mosto y vapor recalentado hacia todas partes. Ruark retrocedió y, se cubrió la cara con un brazo para protegerse los ojos. Su pierna todavía estaba demasiado envarada para permitirle tales movimientos y él cayó de espaldas sobre el piso de piedra, pero logró rodar y ponerse fuera de alcance del géiser de ron a medio destilar.


Las vigas fueron oscurecidas por la nube de vapor parduzco y Ruark comprendió que si hubiera dado otro paso más, habría quedado atrapado en medio del infierno que brotaba de la tubería y no habría podido escapar. Sólo la breve pausa lo salvó de la agonía y quizá de la muerte.


Sonó un grito a sus espaldas y él vio un obrero que se agachaba en la entrada y trataba de ver entre la espesa niebla. Cuando Ruark lo llamó, el hombre entró hasta llegar a su lado.


– ¿Está usted bien, señor? -preguntó el hombre, gritando por encima del fuerte silbido del vapor a presión que escapaba.


Ruark asintió y el hombre se acercó más.


– Hay una válvula. Trataré de cerrarla. -Desapareció entre las nubes de vapor antes que Ruark pudiera decirle que el maestro destilador estaba allí para hacerlo. Después de un largo momento, la nube siseante empezó a disminuir y finalmente hubo silencio.


– ¡Señor! ¿Qué ha sucedido aquí? -El grito venia desde la puerta y Ruark reconoció, sorprendido, la voz del maestro destilador. Se puso de pie.


– Se soltó una tubería. Un accidente…


– No fue un accidente, señor. -El fogonero salió del medio de la nube de vapor-. Mire esto. -Mostró un pesado martillo-. Algún maldito idiota golpeo la juntura con esto.


– ¡Mis calderos! ¡Mi ron! ¡Arruinado! -El maestro destilador se retorció las manos-. Me llevará días limpiar todo esto. -Su voz se convirtió en un grito de ira-. ¡Si llego a atrapar a ese bellaco le torceré el cuello!


– Yo le ayudaría con gusto -dijo Ruark secamente-. Me hubiera cocinado vivo si no fuera por esa columna.


El maestro miró a Ruark como si lo viera por primera vez y quedó pasmado.


– Sí -dijo el fogonero-. Algún maldito bellaco trató de matar al señor Ruark. Yo revisé cada unión y cada tubo antes de poner fuego a los calderos.


– Podría ser que el hombre no haya querido hacerme daño, que sólo haya querido provocar inconvenientes. Cualquiera que haya sido su intención, dejaremos el asunto así a menos que encontremos un motivo. Ruark silenció las objeciones de los hombres alzando una mano-. Si él quiso atacarme, ahora estoy alertado y en adelante seré mucho más prudente.


Ruark salió por la puerta pequeña y se apoyó en la pared. Aspiró profundamente varias veces y se masajeó el muslo que le dolía. Era imposible que nadie que estuviera en la sala de destilar no hubiera notado su presencia, de modo que sólo le quedó suponer que alguien tenía motivos para hacerle daño.


Sus ojos recorrieron el patio en busca de señales del atacante y se detuvieron. A corta distancia, cerca de la tolva, estaban dos hombres, uno alto y flaco y vestido de negro. El hombre con quien éste hablaba era uno de los obreros, un individuo membrudo con gruesos brazos. Cuando su mirada se encontró con la de Ruark, Ralston se puso rígido. Se volvió bruscamente, fue hasta su caballo y el obrero se quedó mirándolo con la boca abierta.


Ruark se puso ceñudo. Ahora que lo pensaba, recordaba haber oído ruido de cascos a cierta distancia detrás de él, cuando venía por el camino al trapiche. ¿El agente lo había seguido con malas intenciones? Quizá Ralston temía que él pudiera contarle a Trahern acerca de la compra de siervos en la cárcel, pero en ese caso el hombre debía comprender que él tenía que cuidar su secreto, pues tenía mucho que perder con la cuerda del verdugo alrededor de su cuello.


Ruark pasó las riendas sobre la cabeza de Attila, montó y partió. El semental estaba en excelente forma y Ruark le dejó que estirase los músculos.


Había dejado la silla y la brida en su lugar en el establo y estaba frotando los flancos de Attila con un puñado de gruesa arpillera cuando Ruark oyó, o sintió, un pequeño movimiento a sus espaldas. Fue rápido para mirar por temor a que se abatiera sobre él otro desastre. Era Milly, quien lo miraba desde la puerta del establo. Por un momento la muchacha pareció decidida a huir, pero reunió coraje, enderezó los hombros y se le acercó meneando las caderas en lo que ella esperó que fuera una forma provocativa. Ruark continuó su tarea, sin saber si sentirse aliviado o más receloso.


– Buenos días, señor Ruark -dijo perezosamente la joven-. Lo vi venir por el camino en ese hermoso caballo. -Attila resopló y rozó con el morro el hombro de Milly. Ella rió-. Me entiendo muy bien con los animales. No estamos tan alejados.


Ruark gruñó y tendió la sudadera para que se secara. Empezó a peinar las crines y la cola del animal.


– Bueno, querido Johnnie -el tono de Milly se endureció- tú puedes ignorarme si lo deseas, pero es a ti a quien he venido a ver.


Ruark se detuvo y la miró intrigado.


– Claro, muchacha -dijo-. ¿A mí? ¿Y qué asunto te trae a un establo maloliente?


Ruark levantó uno de los cascos de Attila para ver si había quedado allí algún guijarro.


– Es el único lugar -dijo ella- donde puedo hablar contigo sin que esa altanera señora Beauchamp se cuelgue de tu cuello.

Ruark rió.


– ¡Basta, Milly! -se burló gentilmente-. Pero parece que tienes algún asunto que aclarar.


– ¡Claro que sí! -estalló ella con sorprendente rencor-. Y lo que tengo que decir pondrá a esa perra Shanna en su debido lugar.


Ruark se irguió y miró a la joven por encima del lomo del caballo.


– Vamos, Milly, habla de una vez. Esa mujer tiene un genio muy vivo y no le gustaría la forma en que te refieres a ella. -Dio la vuelta alrededor de Attila y apoyó un brazo en una tabla del establo-. Ten mucho cuidado con lo que dices.


Milly separó las piernas, se inclinó hacia adelante y con el índice señaló su propio pecho.


– Estoy en-cin-ta -dijo, y rió con altanería.


Cada sílaba fue acentuada con fuerza y Ruark perdió todo su buen humor. Súbitamente, la situación se había vuelto difícil. Antes de que ella hablara el supo cuales serian sus próximas palabras.


– Y tu -lo señalo con el dedo -ceras el padre.


Ruark apretó los labios y sus ojos despidieron rayos helados.


– Mi1ly ¿crees que me dejaré engañar tan fácilmente?


– No. -Ella dio un paso atrás y empezó a masticar una brizna de heno, llena de confianza y seguridad-. Pero tengo amigos que dirán que es así. Y yo sé todo acerca de ti y de la orgullosa señora Beauchamp. A su padre no le gustará enterarse de que su siervo duerme con su querida hijita. Ella hasta podría pagar por mi silencio. Si lo pienso, podría facilitamos mucho nuestra vida, cariñito.


Ruark la miró y comprendió que la muchacha hablaba muy en serio.


– No me dejo coercer fácilmente, Milly, y no haré de padre al crío de algún marinero porque a ti te convenga. -Habló en voz baja pero en un tono que hirió más que las palabras.


– Juraré que la criatura es tuya -lo desafió ella.


– Sabes que jamás te he tocado. Mentirías y pronto se descubriría la verdad.


– ¡Te obligaré a casarte conmigo!


– ¡No lo permitiré!


– El mismo Trahern se ocupará de ello.


– No puedo casarme contigo -gruñó él.


Milly lo miró desconcertada.


– Ya tengo esposa. -Fue lo único que pudo decir para detenerla. Ella abrió la boca y se tambaleó, como si la hubieran golpeado.


– ¡Esposa! -Rió ácidamente-. ¡Esposa! Claro, puedes tener una esposa en Inglaterra, y también hijos seguramente. La orgullosa señora Beauchamp quedará muy sorprendida cuando lo sepa. -Miró frenéticamente a su alrededor y empezó a reír histéricamente-. ¡Una esposa!


Medio llorando, medio gimiendo, huyó muy alterada.

Shanna, montada en Jezebel, estaba justamente en ese momento por entrar en los establos, cuando la yegua retrocedió y levantó las patas delanteras. Milly, huyendo, casi pasó bajo los cascos del animal.


– ¿Qué demonios estás haciendo, ahora, Milly? -estallo Shanna, irritada por el descuido de la muchacha.


Sollozando, Milly se hizo a un lado y la miró.


– ¡La orgullosa señora Shanna Trahern Beauchamp! ¿Así que usted se ha conseguido un hombre? Siempre elige lo mejor ¿verdad? Y ahora, consigue el hombre más apuesto para llevárselo a su cama. Bueno, tengo una noticia para usted. El no la necesita. El no puede casarse con usted. El ya tiene una esposa.

Horrorizada, Shanna intentó calmar a la furiosa muchacha.


– ¡Milly! ¡Milly! ¡No sabes lo que dices! ¡Cállate!


– ¡Oh, aguarde a que se enteren los demás! -gritó la muchacha-. Todos la consideran a usted tan blanca y pura como un lirio. Aguarde a que se enteren.


Shanna se apeó.


– ¡Milly, no! -imploró-. Tú no tienes idea de lo que sucede. ¡Milly!


La muchacha danzó en círculo alrededor de Shanna y espantó nuevamente a la yegua.


– ¡Quédate quieta, tonta!


– ¡Oh, que tonta fui! -dijo Mi1ly-. La orgullosa Shanna se acuesta con un siervo. Y aquí todos temían que los piratas la hubieran violado. Oh, aguarde a que lo sepan.


– ¡Milly! -dijo Shanna, en tono de severa advertencia.


– Usted lo tiene todo. Nunca trabajó. Nunca le faltó nada. Ahora consiguió un hombre. Pero no es mejor que yo. El es un hombre casado. Ojalá que usted también quede encinta.


La cara de Shanna se puso de color escarlata con este último comentario. No pudo seguir tolerando los insultos y estalló.


– ¿Y con quién crees que está casado él? -preguntó.


No bien lo hubo dicho, Shanna comprendió que se había traicionado. Espantada, se llevó una mano a la boca como si pudiera hacer retroceder las palabras, pero fue demasiado tarde. Milly estaba comprendiendo lentamente la verdad y su cara iba adquiriendo una expresión de penosa sorpresa.


– ¡Usted! -exclamó-. ¡Usted! ¡Ooohhhh Nooo! -Su voz se volvió lastimoso quejido. Ahora sollozando fuertemente, Milly se volvió y huyó por-el camino que llevaba al pueblo.


Shanna golpeó el suelo con el pie, furiosa por su estupidez. Se volvió para llevar a Jezebel al establo pero se encontró frente a frente con Ruark.


– Señora, me temo que acaba de contar la verdad al pregonero del pueblo.


– ¡Oh, Ruark! -Shanna se arrojó en sus brazos-. Ella acudirá directamente a mi padre. El se pondrá tan furioso que no se detendrá a escuchar. ¡Te devolverá a Inglaterra para que te cuelguen!


– Tranquilízate, amor mío, serénate. – Ruark la abrazó y le susurró al oído-. De nada sirve afligirse. Si ella se lo dice, nosotros lo admitiremos. Tu padre es un hombre razonable. Por lo menos, nos escuchará.


Sorpresivamente, la idea de tener que confesar su casamiento ya no le pareció tan terrible.


– Por lo menos, Milly ya no te molestará -sollozó ella débilmente.


Ruark se protegió los ojos con la mano y miró a la distancia.


– ¿Y qué hay de Gaylord? -preguntó-. ¿Dónde está tu buen amigo? Sé que él salió contigo.


Shanna rió regocijada al pensar en las malas aptitudes de jinete del caballero-.


La última vez que lo vi, estaba en dificultades con su cabalgadura. Fue poco después que dejamos los establos, y ahora probablemente aún está tratando de hacer que el caballo se vuelva para regresar a casa.


– Últimamente parece exigir mucho de tu tiempo -dijo él, en tono más cortante que lo que hubiera querido.


– Vaya, Ruark, no puedes estar celoso de sir Gaylord.


Ceñudo, Ruark volvió el rostro.


– No puedo tolerar sus modales afectados, eso es todo. -Pero con más sinceridad admitió roncamente-, no puedo soportar que te corteje y te mire. Ese privilegio, señora, me pertenece.


– Tú también me miras -replicó ella en tono de broma- y muy intensamente.


Ella entró al establo conduciendo a Jezebel, Ruark gruñó y le dio una palmada en las nalgas.


– Grosero -dijo ella-. ¿Cuándo aprenderás a tener quietas las manos?


– Jamás -declaró Ruark. Le rodeó la cintura con un brazo y la atrajo hacia sí-. Por todas las veces que debo mirarte sin poder tocarte, juro que me desquitaré cuando estemos solos. Tu padre no regresará hasta, tarde. Ven conmigo a mi cabaña.


Shanna asintió de buena gana, y casi en éxtasis dejó que, él la condujera hasta un tronco donde se apoyó mientras él se ocupaba apresuradamente de desensillar la yegua. Después, él cerró la puerta, del establo y la tomó de la mano.


Era casi de noche cuando Shanna se deslizó en la mansión y subió rápidamente la escalera. Hergus, que la esperaba en sus habitaciones, la miró con severidad.


– ¡Otra vez ha estado con él dijo la sirvienta-. ¡Ya plena luz del día! Es una vergüenza lo que está haciendo con el señor Ruark bajo las narices de su padre.


Shanna enrojeció intensamente.


– Era una dama decente hasta que llegó él -continuó Hergus-.Y ahora no puede contenerse. ¡Y él! ¡Igual que, un animal! Parece que siente su olor y aguarda a que su padre se ausente para buscada. Ya la veo con el vientre hinchado con una criatura. ¡El debe de estar orgulloso de lo que tiene dentro de sus calzones para usado tan a menudo con usted!


– ¡Hergus! ¡Basta! Pero Hergus insistió.


– Muchacha, sabe cuánto la quiero. Pero no puedo tolerar esto que está haciéndose a sí misma. He estado a su lado desde que era pequeñita. Yo tenía dieciocho años. -Se echó atrás y aspiró profundamente-. Y ahora la veo entregándose clandestinamente a un vulgar siervo. Mi Jamie y yo -por un momento su mirada se volvió lejana- veníamos de un clan pobre de las tierras altas y no estuvimos mucho tiempo juntos. Pero usted señorita Shanna, ¿tiene idea de lo que hace? ¿No se siente avergonzada?


– No. -El susurro fue tan suave que la sirvienta tuvo que esforzarse para oír la palabra. Shanna le dio la espalda y empezó a desabrochar el corpiño de su vestido-. No me siento avergonzada. El me ama y yo…

Shanna sacudió la cabeza. Suspiró.


– Hay mucho acerca del señor Ruark y de mí que tú no comprendes, Hergus. Creo que todo se sabrá si Milly se sale con la suya.


– ¿Qué sabe Milly?


– Mucho, me temo replicó Shanna preocupada.


Para Hergus, una cosa era criticar las acciones de su ama, pero otra diferente era que alguien hablara mal de ella. En ese sentido, su lealtad era muy firme.


– Esa chiquilla hará bien en frenar su lengua -dijo.


Shanna la miró, intrigada, y se encogió de hombros.


– Su papá está en el salón con el, señor Ralston, el señor.Pitney y ese sir Billingham..Será mejor que se dé prisa. El ha llegado hace tiempo y preguntó por usted. Le dije que usted había regresado.


Hergus limpió una repisa inmaculada llena de objetos curiosos y pasó los dedos por un polvo imaginario. Se volvió otra vez a Shanna.


– Oí a sir Billingham preguntar dónde estaba usted. El encontró su caballo en el establo pero usted se había marchado sin decirle adónde. Supongo que él cree que su padre la vigila muy de cerca. -La mujer pensó un momento-. Quizá su papá está preguntándose acerca de usted, aquí arriba, con el señor Ruark a sólo unos pasos. Pero supongo que él cree que puede confiar en usted. Es una lástima que lo traicione.


Shanna no dio importancia a las protestas de la criada y empezó a desvestirse. Pero con su cuerpo todavía agitado y encendido por la pasión, no se atrevió a quitarse la camisa. La sirvienta comprendió y se marchó, con un último comentario por encima de su hombro.


– Volveré para peinarla.


Shanna se levantó el cabello que aseguró en un rodete en su nuca, se metió en la tina llena de agua perfumada y empezó a pasarse lentamente la esponja por brazos y hombros. Su mente estaba ocupada en soñadoras evocaciones, cuando oyó que alguien silbaba alegremente en el pasillo, fuera de su saloncito. Sonrió suavemente, sabiendo que sólo podía ser Ruark, y se entregó a los recuerdos de la tarde que pasaron juntos.


Las ilusiones desparecieron abruptamente cuando Hergus llamó a la puerta del dormitorio y entró. Shanna se puso de pie, se envolvió el cuerpo con una toalla, y empezó a secarse.

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