CAPITULO DIECIOCHO

Ruark no podía dormirse. Daba vueltas sobre la cama, sin encontrar paz para su mente. Aunque los separaba la gruesa manta era consciente de la presencia de Shanna a su lado. La luna entraba por la ventana y bañaba el interior de la habitación con su luz plateada. Por fin Ruark se levantó con intención de tomar un poco de ron. Empezó a caminar por la habitación, probó ligeramente la bebida y lanzó más de ocasionales miradas hacia la forma suavemente curvada que estaba sobre la cama.


Después se puso sus calzones cortos, llenó una pipa con tabaco, quitó la tranca y abrió la puerta, poniendo cuidado de no despertar a su esposa. Bajó al salón de la posada. Estaba vacío, con excepción de Madre.


– Es una noche calurosa, señor Ruark -dijo Madre cuando se cerco a1 hogar y tomó un palito del fuego para encender su pipa


– Ajá -dijo Ruark-. Nunca me acostumbraré a este calor.


– Adivino que la joven Trahern tiene mucho que ver con el que siente usted -dijo Madre-. Hará que muchos hombres enloquezcan, por sus favores. Cuide de que eso no le suceda a usted, compañero.


Ruark gruñó. y volvió el rostro. Chupó la pipa y dejó salir lentamente una delgada columna de humo.


– Yo no siempre he sido bucanero -dijo Madre-. Yo era un joven en la cumbre de mi profesión. Tutor, en Portsmouth. La crema de la nobleza acudía a mis clases, pero uno de los hipócritas distorsionó mi razonamiento y fui acusado de predicar la traición. Me hicieron un juicio rápido y me mandaron a la cárcel. Después me alistaron y entre en el servicio como marinero común.


Hizo una pausa y miró las ascuas que ardían lentamente en el fogón. Ruark aguardó, interesado, a que el eunuco reanudara su relato.


– Quiere ver las marcas en mi espalda, señor Ruark? Yo aprendía lentamente y no me acostumbraba al mar tan rápidamente como el piloto lo creía necesario. -Bebió un largo sorbo de ron para mojarse la lengua antes d continuar-. El capitán me considero inútil y me vendió a Trahern como siervo. Por Trahern me encuentro ahora entre esta pandilla de piratas. Tenga cuidado de no caer victima de la venganza de ese hombre. Su hija es su orgullo y hará que lo castren por haberla maltratado. Nunca podrá regresar a Los Camellos sin perder alguna porción de su vida, si no toda su vida. Le doy este consejo gratuitamente. No deje que la moza se le meta en la sangre o podría verse tentado a arriesgarse para tenerla nuevamente.


– Bah -replicó Ruark despectivamente, y representando bien su papel-. ¿Qué es una falda por otra? Me cansaré de ella antes de que su padre pague el rescate.


– Será mejor para usted. -Madre asintió con la cabeza y murmuró-: Sé que usted no es un vulgar ladrón. Y sé, también, que no permanecerá mucho tiempo con nosotros.


Ruark hubiera negado esta última afirmación pero Madre alzó una mano para hacerle callar.


– Los otros han decidido deshacerse de usted en un momento conveniente. Por eso Harripen le entregó tan de buena gana la bolsa. Espera recuperarla pronto. Pero usted mató a Pellier, cosa que todos deseaban, y se convirtió en uno de ellos y obtuvo así cierta medida de respeto y libertad. Se espera que usted se marche pronto. Hemos comprobado que los jóvenes enérgicos que llegan hasta aquí se marchan pronto. Sólo esperamos que su partida no nos cueste mucho y la mayoría se alegrará de verlo marcharse, porque usted les recuerda constantemente la juventud y el vigor perdidos. Siga su camino, mi joven amigo, pero no se confíe en nadie, ni siquiera en mí, y no nos exija más allá de lo que podemos soportar. Como habrá adivinado, hasta nuestras propias vidas son menos que deseables en este agujero y vivimos miserablemente. Yo mismo me limito a ver pasar el tiempo y conservar mi libertad hasta que la muerte me libere de esta vacía existencia. Quizá es por eso que desafiamos al peligro y la muerte con tanta facilidad.


Ruark no pudo hacer ningún comentario ni negar la perspicacia de Madre.

Miró pensativo su pipa y sintió cierto respeto por la mente encerrada en ese cuerpo voluminoso.


Madre no dijo nada más y Ruark creyó que se había quedado dormido, una vez agotado ese momento de cordura.


Ruark se puso de pie. Considerábase más afortunado que cualquiera en la isla, pese a que los demás hubieran considerado mala suerte ser encarcelado por asesinato y vendido en servidumbre. En realidad, si no lo hubiesen metido en la cárcel, él no se habría casado con Shanna, consideraba que todos los malos tratos sufridos valían la pena para tener semejante esposa. Todavía había cosas que arreglar, pero por la gracia de Dios serían arregladas y su vida se volvería muy dichosa.


Ruark subió la escalera y cerró la puerta tras de sí. Se desnudo cuidando de no despertar a Shanna, y se sentó en su mitad de la camal apoyó la espalda en la cabecera barrocamente tallada. Largos momentos estuvo contemplando a su esposa dormida. I


– Eres mi esposa, Shanna Beauchamp -murmuró por fin-. Y yo tendré como esposa. Llegará el día en que proclamarás orgullosa nuestro casamiento al mundo.


El calor que llegó con el amanecer fue un anuncio insidioso de lo que traerían las horas. Shanna dormía cubierta hasta el cuello con la sábana y Ruark se deslizó otra vez fuera de la cama. Se puso el calzón y bajó al salón de la posada para ver qué podía encontrar para comer. Sabía que Shanna no había podido comer mucho antes de la ruda orden de Madre. Esta vez él se aseguraría de que ella pudiera comer tranquila.


Dora, la joven sirvienta, estaba limpiando el salón. Madre dormía profundamente y roncaba. Harripen le había dicho a Ruark que Madre no dormía jamás en una cama pues temía sofocarse bajo su propia gordura. “Una pesadilla viviente”, pensó Ruark.


Dirigió su atención a la sirvienta, una joven flaca y huesuda con cabellos castaños y rostro vulgar que algo de encanto tenía cuando sonreía, pero eso sucedía raramente. Gaitlier había dicho que ella aceptaría hacer algunas tareas por monedas y Ruark se preguntó si la muchacha prefería ese método de ganarse la vida en vez de hacer como Carmelita.


Ruark se detuvo junto a ella y pidió una bandeja de comida. En ese momento los ronquidos se interrumpieron. Madre los miró fijamente. Después, con un gruñido, se levantó de su silla y salió caminando pesadamente de la habitación.


La puerta se cerró violentamente detrás del hombre obeso y Dora corrió a buscar lo que Ruark le había pedido. Trajo frutas, pan y carnes y preparó té.


Mientras cortaba la carne, la muchacha miró a Ruark, quien fumaba su pipa en silencio. Estaba confundida por la paciencia que, él demostraba hoy. Los otros piratas la hubieran regañado. Siempre estaban ansiosos de castigarla con los puños y de aplicarle puntapiés en las nalgas. Desde que la tomaran prisionera, hacía unos nueve años y cuando ella tenía nada más que doce, Dora había sufrido humillaciones y malos tratos a manos de todos, sin exceptuar a. Carmelita y al perverso Pellier


Solo Gaitlier y algunos habitantes de la aldea eran amables con ella, pero pasaba los días sirviendo a esas bestias y afligida por los malos tratos de los piratas. Ellos mataron a sus padres y 1a violaron antes de que fuera una mujer. Ellos se deleitaban con todo lo que fuera cruel y perverso y hacia tiempo que ella se había propuesto huir de esta pandilla de ladrones. Envidiaba a la joven traída prisionera desde Los Camellos y al mismo tiempo la compadecía por tenerse que someter a la lujuria del hombre. Por lo menos Trahern era rico y rescataría a su hija de este infierno. Nadie había en el mundo que supiera o se preocupara de que ella, Dora Livingston, estaba viva, y menos que imaginaran que era la esclava de una banda de locos.


Ruark la miró y ella se encogió tímidamente cuando el señalo la blusa con su pipa. Dora creyó que tendría que desnudase.


– ¿Hay un lugar donde pueda conseguir una blusa como esa para la joven Trahern?


Dora sintió recelos pero asintió con la cabeza y respondió, con vacilación:


– Hay una anciana que las hace para vivir.


Ruark buscó en la bolsa que colgaba de su cinturón.


Consígueme varias para la joven y algo de lo que se usa debajo. Y un par de sandalias, por favor-. Miró las que llevaba Dora y las señaló con la pipa. -No demasiado grandes. Más o menos de tu medida. Puedes quedarte con el cambio.


Le dio varias monedas que ella miró intrigada. No sabía cómo responder a esta amabilidad, porque cada vez que sus captores habían hecho la menor exhibición de cortesía, en seguida la habían seguido por alguna nueva depravación. Ahora ella lo miró con desconcierto y recelo.


– Pero señor, hay ricos vestidos en los cofres de Pellier -dijo la muchacha.


– Mis gustos difieren de los de Pellier y debo mantener adecuadamente a esa muchacha para devolverla a su padre. Sólo nos traería problemas hacerla andar semidesnuda, con esas ropas de burdel..


Dora bajó la cabeza, avergonzada.


– Cuando algunas de las mujeres subían con él allí, el capitán Pellier les hacía ponerse esos vestidos. Buscó a la vieja que vende frutas en la aldea, la obligó a ponerse los mejores vestidos y a pasearse mientras él se reía de ella. -El rostro de Dora enrojeció y sus ojos miraron al suelo-. Y a mí también.


La vergüenza de la muchacha era evidente y Ruark hubiese querido decirle una palabra de consuelo, pero su papel de pirata no le permitía demostraciones de amabilidad.


– Aguardaré mientras corres a buscar esas cosas. Pero date prisa,


Cuando Ruark regresó a la habitación con las ropas que trajo Dora cerró la puerta con tranca tras de sí. Después dejó la bandeja de comida sobre la mesa junto a la cama haciendo deliberadamente mucho ruido a fin de despertar a Shanna. Ella despertó alarmada, se sentó y se cubrió con la sábana hasta el mentón.


– Cálmate, amor mío. Es solamente el amo que le trae el desayuno a su bella esclava -dijo en tono burlón.


– ¡Oh, Ruark! -dijo Shanna con voz llena de temor, y se pasó una mano por la frente como para aclararse la mente. Recobró la compostura y recordó el estado de sus relaciones con él-. Soñé que me habías dejado aquí con ellos y que habías huido a las colonias para ser libre. ¿Los sueños se hacen realidad?


Ruark se encogió de hombros.


– A veces, Shanna, pero casi siempre porque uno lo desea y trabaja para ello. -Preparó un plato de comida y se lo alcanzó-. Sabes que nunca te dejaré, Shanna. ¡Nunca!


Ella trató de leer en sus ojos y se preguntó si él estaba bromeando o hablaba en serio.


– Te he traído un presente dijo él súbitamente. Tomó el paquete de ropas de la silla que estaba junto a la puerta y se 1o ofreció con una decorosa, reverencia-. Esto resultará más apropiado que las cosas que dejó Pellier, el buen caballero.


– Pellier no era un caballero – dijo Shanna, mientras bebía su té.


– Bien dicho amor mío -admitió Ruark. Arrugo el entrecejo, como si meditara profundamente en una cosa, y agregó-: Nunca se puede declarar caballero a alguien por su colección de riquezas o su falta de ella. Toma a tu padre, por ejemplo. El es, básicamente, un hombre bueno, un caballero, y sin embargo su padre fue ahorcado. ¿Qué gran daño ha sufrido tu padre? El es un hombre honrado, rico, poderoso. ¿Lo consideras por debajo de los lores y duques, Shanna?


– ¡Claro, que no!

– ¿Y tú misma, amor? La nieta de un salteador de caminos. Y tienes aires de gran duquesa. Sin embargo, si yo tuviera el título o la sangre de un noble, no te consideraría inferior a mí. Quizá si tuviéramos hijos sería una ventaja para ellos. -Se detuvo cuando ella lo miró con indignación, se inclinó hacia adelante y la miró fijamente mientras seguía hablando con lentitud-. Supongamos, amor mío, que yo fuera rico y viniera de una familia con más de un ilustre apellido, ¿podrías entonces amarme y te sentirías dichosa teniendo hijos conmigo, como frutos, hermosos y honorables de nuestro amor?


Shanna se encogió de hombros. No quería responder.


– Sí… sí, supongo que… ¡Oh! -estalló-. Es estúpido hablar de estas cosas cuando ambos sabemos que no son así. Tú no puedes ser mas lo que eres.


– ¿Y qué soy yo? -insistió él.


– ¿Tú me lo preguntas? -dijo ella con irritación, y apartó la vista de esos ojos de ámbar que parecían taladrarla-. Tú deberías saberlo mejor que nadie.


– ¿Entonces la respuesta es, señora, que me aceptarías fácilmente si yo fuera rico y noble? ¿No discutirías más conmigo si yo tuviese ésas cualidades y ninguna de las que tengo ahora


Shanna se removió, incomoda.


– Lo dices cruelmente, Ruark, pero sí, supongo que podría tolerar estar casada contigo si todo lo que dices fuera cierto.


– Entonces, mi querida Shanna, eres una snob remilgada.


Lo dijo con tanta amabilidad, con una sonrisa tan radiante, que Shanna sintió el aguijón del sarcasmo sólo cuando él hubo pronunciado la última palabra. Se ahogó con un sorbo de té y lo miró indignada.


– Ponte tus ropas -sugirió él y empezó a comer su desayuno.


Ella se levantó, tomó las prendas, que había traído él y se las puso. También se puso la falda negra bordada de la noche anterior, aunque esta vez no la levantó. Ajustó la ancha faja de la cintura sobre la blusa blanca de gitana y después arregló su cabello en una trenza larga y gruesa que dejó caer sobre su espalda. Por ultimo se puso las sandalias de cuero Y ajustó las correas entrecruzadas alrededor de sus tobillos.


Su repentina aparición silenció momentáneamente a Harripen y los otros que se habían reunido en el salón de la posada. Esta., mañana no se demoraron con los piratas porque Ruark no quiso que ella quedara expuesta a las miradas hambrientas de los bandidos.


Ruark la tomó de la muñeca y la arrastró, fingiéndose irritado por la lentitud de ella.


– Muévete, muchacha. ¿Crees que no tengo otra cosa que hacer que esperarte?


– ¡Ah, muchacho! -dijo Harripen entre carcajadas-. ¡La tienes a los saltos, tanto en la cama como en el suelo!


Fuertes risotadas resonaron en la habitación mientras Ruark y Shanna salían rápidamente de la posada.


– ¿Ellos no piensan en otra cosa que hacer el amor? -preguntó Shanna con una mirada despectiva por encima de su hombro.


– No es amor lo que hacen en la cama, Shanna -corrigió Ruark-. Ellos no han aprendido ese arte galante. Sólo descargan su lujuria en la que han elegido para esa noche, como animales. El amor es cuan90 dos personas se unen Y comparten una emoción profunda entre. los dos. La persona enamorada deja de lado a todos los demás Y busca a aquel con quien ha decidido vivir la vida, en los momentos buenos Y malos, Y permanecer unidos hasta que la muerte los separe.


– Es extraño que tú digas eso, Ruark – dijo Shanna con frialdad.


– No es así, amor mío -repuso él, ceñudo-. Es que tú no quieres aceptarme.


Shanna levantó desdeñosamente la nariz.


– Es que aún no he encontrado a mi pareja adecuada.


– Shanna -dijo Ruark-, debo recordarte una vez más que yo soy tu pareja, adecuado o no.


Ella lo ignoró deliberadamente.


– Mi padre espera que yo escoja marido pronto. El quiere nietos y no puedo desilusionarlo.


Las entrañas de Ruark se encogieron ante la frialdad del tono de ella


– ¡Maldición, Shanna! ¿Crees que si yo hubiera podido elegir te abría elegido a ti?

Shanna lo miró confundida.


Ruark extendió un brazo, abarcando el mar que se prolongaba interminablemente hacia el horizonte.

– ¿Qué eras tú? La diosa Shanna, del monte Olimpo, criada sobre un pedestal construido por ti, a fin de que todos los hombres tuvieran, que acercársete desde un nivel inferior. La altanera, hermosa, intocable Shanna, la pura que pasa por esta tierra suspirando por el gran caballero en un caballo blanco, ese hombre perfecto que la sacará de este aburrimiento y la llevará a algún Edén escondido y allí, con servil adoración la satisfará en todos sus deseos. ¡Ja! -estalló Ruark-. Ten en cuenta amor mío, que ese hombre perfecto también puede aspirar a una mujer perfecta.


– ¿Qué dices? -preguntó ella, conmovida por las acusaciones de él-. Yo sólo me reservo para el hombre de mi propia elección, y si Dios quiere, todavía encontraré a ese hombre.


Ruark se volvió y la miró sorprendido. Después su ceño se acentuó tempestuosamente


– Te consideras demasiado superior, Shanna. Naturalmente, todo hombre tiene algún defecto y cuando lo descubres tú lo rechazas. ¿Qué; piensas de ti misma? ¿Que eres una esposa especial? ¡Difícilmente! ¿Una gentil compañera para compartir la vida con un hombre? ¡No! La regia Shanna. -Contestó – a su propia pregunta-. Un desafío para cualquier hombre, un premio digno de cualquier riesgo. El hombre que pueda quebrar tu muro de hielo se convertirá instantáneamente en un héroe de los solteros. Tú eres la fortaleza a tomar por asalto, pero una vez tomada perderás todo tu valor. Representas una gran fortuna a ganar ¿pero qué vales como esposa? Un hombre digno buscaría una dama gentil para enriquecer su vida. ¿Has enriquecido tú la mía? Por orden tuya fui entregado como esclavo a los piratas. Ahora tu padre me cree no sólo un siervo prófugo sino también un pirata, y con toda probabilidad ha puesto un alto precio a mi cabeza. Si soy capturado por sus hombres, puedo terminar con una cuerda alrededor de mi cuello. Y eso a causa de ti, mi amante esposa.


Shanna se puso rígida.


– Dijiste que dirías la verdad. ¿Pero dices que me amas?


Ruark abrió los brazos y habló como dirigiéndose al mar abierto.


– Shanna, en este momento tú eres la última ante quien yo admitiría mi amor.


Fue una verdad retorcida porque ciertamente la amaba. Pero mucho tendría que pasar antes de que él pusiera esa arma en las manos de ella


Shanna caminó por la playa hasta el borde del agua, alejándose de la aldea y de la posada. Ruark desde el malecón, la observó solemnemente y se preguntó si sus palabras servirían a sus propósitos o si ella se alejaría de él con el orgullo herido y rechazaría sus intentos de socorrerla.

Ella se volvió fugazmente para mirarlo y después siguió caminando. Se agachó, tomó la parte posterior del ruedo de su falda y la levantó entre sus piernas hasta sujetarla debajo de la faja de la cintura. Se quitó las sandalias que se echó sobre el hombro y se metió en el agua. Ruark seguía observándola, incapaz de calmar el dolor que sentía en su pecho.


Momentos más tarde oyó un grito y al volverse vio a Harripen y varios otros hombres que remaban hacia el Good Hound. El pirata agitó una mano y Ruark devolvió el saludo y se preguntó que estarían haciendo los otros. Harripen y otro hombre subieron a la goleta y el bote de remos quedó bajo la popa. La tripulación aferró el extremo del cable que Harripen les arrojó y lo aseguró al bote. Después, remando con energía, empezaron a hacer girar al esbelto navío a fin de que la popa quedara hacia el muelle. Harripen ladró una orden y el otro hombre abrió la traba del cabrestante del ancla. Ahora la docena de hombres del bote de remos se doblaron esforzadamente sobre sus remos y lentamente el Good Hound empezó a moverse hacia el embarcadero, arrastrando al venir el cable del ancla. Cuando el barco estuvo cerca del muelle, el bote de remos se apartó y dejó que el Good Hound siguiera por propio impulso hasta chocar suavemente contra los pilares. Harripen arrojó un cabo que Ruark se apresuró a amarrar al cabrestante. Después corrió por el muelle para aferrar otro cabo que le arrojó el hombre que estaba en el castillo de proa. Harripen le gritó que subiera a cubierta y Ruark se volvió para ver qué se había hecho de Shanna. Ella estaba protegiéndose los ojos con las manos y mirando los movimientos del barco, pero cuando su mirada se encontró con la, de él, reinició su paseo en el agua poco profunda. Ruark vio que ella estaba a la vista y no muy lejos de modo que podría estar rápidamente a su lado, y subió a bordo. De alguna manera, pensó que Shanna necesitaba quedarse a solas unos momentos para ordenar sus pensamientos. Encontró a Harripen aguardándolo, apoyado sobre los codos mientras, miraba fijamente la solitaria figura en la playa.


– Demonios, hombre, te envidio esa hembra -dijo roncamente el inglés-. Aun desde aquí me calienta los riñones.


Ruark 1o miró ceñudo pero su tono fue ligero cuando replicó, con mucho de sinceridad:

– Ajá, es difícil separarse de ella. Pero basta de eso, Harripen. ¿Qué estás haciendo con mi barco?


– Tú… ah… sí, claro que es tuyo, muchacho, ahora que Robby se ha marchado definitivamente. -El hombre se rascó pensativamente su mentón con la cicatriz-. Nosotros… Hum… hemos votado. Ajá, eso hicimos. Corno es el más grande de todos -señaló los barcos mas pequeños que se mecían en la bahía- pensamos que podíamos poner unas cuantas cosas a bordo, provisiones y demás, por si su señoría, Trahern, viene con su maldita pequeña flota. Esperamos que la balandra regrese esta noche y no estamos muy ansiosos de que nos hagan vo1ar en pedazos.

Ruark señaló con la cabeza los restos del naufragio en los arreciares.


– Pero seguramente -dijo- si la flota española no pudo…


– ¡Ja!- lo interrumpió Harripen-. Esos españoles eran unas gallinas con muchos entorchados, y banderas y fanfarronadas. Pero Trahern es otra cosa, y si alguien puede hacernos daño es él, si se lo propone.


Ruark asintió en silencio. El, inglés se apoyó en la borda y Ruark le siguió la mirada y vio un par de pesados carros, cada uno laboriosamente arrastrado por una pareja de mulas, que venían hacia el muelle.

Cuando estuvieron junto al barco, Ruark vio que el primero traía varios barriles de agua y dos veces, esa cantidad de toneles de ron o de ale. El segundo estaba cargado hasta la mitad con cajones llenos hasta rebosar de platería, vajilla de oro y otro botín. Junto a Hawks, en el asiento del conductor, iba el pequeño cofre negro de monedas de oro. Fue el primer objeto que se cargó a bordo. El tesoro fue rápidamente llevado a la cabina del capitán mientras todas las otras cosas fueron descendidas a la cubierta de cañones, donde las pusieron de forma que no interfiriera con la operación de los pequeños cañones. Ruark vio divertido que el gran cofre de mosquetes aún estaba en la cubierta, donde lo habían, dejado. Cuando todo, estuvo, acomodado, Harripen volvió juntó a él.


– Bueno, muchacho, si quieres soltar amarras, llevaremos el barco donde estaba antes.


Ruark, se detuvo y el hirsuto sujeto lo miró fijamente, con una extraña expresión en sus ojos bizcos.


– Dejaré un par de mis hombres a bordo para que cuiden de lo que queda aquí guardado.

Y si lo has notado, la caja pequeña está cerrada con llave y pesa más de lo que un hombre puede cargar.

– Rió por lo bajo-. Y Madre tiene las llaves. Es su forma de proteger su parte. Pero es que, con la posible excepción de tú y yo, él es el más honrado entre nosotros.


El hombre rió a carcajadas y después quedó serio y se limpió la nariz con la manga.


– Bueno, veo que tu dama está aguardándote, muchacho.


Así despedido, Ruark no tuvo más alternativa que bajar al embarcadero toscamente empedrados y soltar las amarras como le había indicado Harripen. Se ordenó a la tripulación hacer girar el cabrestante, y al compás de una canción monótona, empezaron a caminar alrededor del mismo. El cable del ancla se puso tenso y el Good Hound lentamente se deslizó a aguas más profundas.


El sol estaba sobre el horizonte apenas a una distancia mayor que su propio diámetro cuando Ruark se dirigió donde Shanna estaba aguardándolo. Ella seguía enhiesta y orgullosa aunque evitó mirado a los ojos. Se quedó varias, paso más atrás de él, dejó que su falda cayera libremente y caminó descalza por la arena.


Cuando llegaron a la posada, Ruark se detuvo en el salón para beber un poco de ale pero Shanna subió rápidamente la escalera hasta su habitación. Cerró la puerta tras de sí, fue hasta la ventana, abrió los postigos y se sentó, en el antepecho. Arriba empezaban a acumularse nubes oscuras, y con el bochornoso calor, ella reconoció los signos anunciadores de una tormenta. Suspiró entrecortadamente y empezó a soltarse la gruesa trenza. Cuando miró abajo, al patio, vio allí a un niño que perseguía a un cochinillo. Su negro cabello resplandecía bajo los rayos del sol poniente en forma parecida a la del de Ruark a la suave luz de una vela. Siguió observando la negra cabecita hasta que el niño consiguió atrapar al cochinillo en sus brazos regordetes y se alejó trotando alegremente en dirección a la aldea, mientras el animal chillaba furioso. Cuando el muchachito desapareció en la distancia, detrás de unos árboles escuálidos y achaparrados, Shanna sonrió tristemente, y en el silencio de la habitación, el recuerdo de las palabras de Ruark susurró en su cerebro.


"Hermosos y honorables frutos de nuestro amor".


"¡Pero si él no me ama!" pensó ella, y arrojó sus sandalias al otro extremo de la habitación. Empezó a desatar los lazos de su vestido mientras caminaba nerviosamente de un lado a otro.


"¡Altanera Shanna!, ¡Majestuosa Shanna! ¡Shanna, la no amada!"


Lágrimas ardientes le abrasaron las mejillas. Se quitó la falda y la blusa. Una brisa fresca, la primera del día, agitó las cortinas de la ventana y Shanna encendió una vela y la puso sobre una mesilla, junto a la tina de baño. Se metió en el agua tibia que Gaitlier había preparado y tomó una botella de sales perfumadas que hizo correr entre sus dedos. Las sales se hundieron en el líquido disolviéndose, como las estrellas moribundas al amanecer..


– Eres un hombre extraño, Ruark Beauchamp -dijo en voz alta-. Me acosas como un enamorado, después me regañas como a una criatura y terminas diciéndome que yo sería la última a quien elegirías por esposa.


Se apoyó contra el borde de la tina y se perdió en reflexiones.


Esas palabras dolían, pero había en ellas una amarga verdad. Quienes más ansiosos se habían mostrado por casarse con ella eran los que más necesitaban la fortuna de su padre. Volvió la cara hacia uno de los espejos y estudió lo que veía. Sus ojos azul verdosos brillaban intensamente, contrastando con las pestañas oscuras y largas. Esos ojos eran su mejor arma cuando quería salirse con la suya o conquistar a un hombre. Sus pechos eran altos y llenos. Sonrió. Sus dientes blancos y parejos relampaguearon en el espejo.


"Bien, mi capitán pirata Ruark, si yo te he puesto en esta situación, donde tu cuello corre peligro, debes comprender que yo también soy la llave del perdón de mi padre. Te conviene devolverme a salvo. De modo que en ese aspecto, estaremos parejos"..


La habitación estaba a oscuras cuando por fin entró Ruark.

Shanna regresó a su recinto protegido por cortinas improvisadas y se entregó a un lento proceso de acicalarse. Oyó que él revolvía el contenido del cofre y momentos después el silencio picó su curiosidad. Cuando espió por e1costado de la cortina lo vio sentado a una mesa con una gran hoja de pergamino delante de sí. Estaba inclinado sobre la hoja y hacía anotaciones aquí y allí con una pluma. Shanna volvió a su refugio; después, con súbita decisión, fue al armario y sacó un vestido de seda roja y atrevido corte, que se puso. Aparentemente, la dueña de la prenda había sido una española, porque el corpiño era largo y el vestido le ceñía las caderas, desde donde se extendía con amplitud hasta un ruedo que se levantaba para mostrar enaguas multicolores, El amplio escote era sorprendente y tentador. La espalda del vestido caía también muy bajo y revelaba las curvas suaves y seductoras de su cuerpo. Shanna alisó la suave seda.


“Esto le enseñará a ese vagabundo la diferencia entre una dama y una vulgar mujerzuela” pensó taimadamente. No se detuvo a pensar que ella no tenía en ese momento el aspecto de una dama. Sin embargo tampoco tenía nada de una vulgar mujerzuela.


Shanna hizo la cortina a un lado y se acercó a Ruark meneando provocativamente las caderas. Fue lo que Ruark había esperado: otro ataque a sus sentidos. Le costó un gran esfuerzo volver su atención al pergamino.


Shanna empezó a moverse por la habitación y a hacer pequeña cosas sin importancia en un esfuerzo por atraer la atención de él, pero vio, decepcionada, que Ruark estaba completamente absorto en su, trabajo y no parecía notar para nada su presencia.


Hubo un suave golpe en la puerta y la voz vacilante de Gaitlier pidió permiso para entrar. A una señal de Ruark, Shanna abrió la puerta y vio complacida que el hombre traía una gran bandeja con frutas, pan, aves asadas y hortalizas hervidas. Hasta había una botella de buen borgoña francés. Shanna sintió que se le hacía agua la boca con el tentador aroma y apenas pudo contener su ansiedad por probar la comida.


– ¡Oh, Gaitlier! -exclamó-. ¡Usted es adorable!


Sonrió alegremente mientras el hombre enrojecía de placer pero no vio el sombrío ceño de Ruark.


– Lo preparó Dora -dijo Gaitlier tímidamente, y dirigió a Ruark una mirada cautelosa. Dejó la bandeja sobre la mesa y miró vacilante el mapa enrollado. Ruark pensó que el hombre diría algo, pero cuando se echó atrás en su silla, disponiéndose a escuchar, Gaitlier pareció perder su valor, hizo una rápida reverencia y se marchó.


Shanna se sentó frente a Ruark y empezó a probar pequeños bocados mientras él descorchaba la botella y servía vino en las copas.


– ¿Qué estas haciendo? -preguntó ella por fin, cuando él tomó nuevamente el mapa' y empezó a estudiado mientras comía.


– Trato de encontrar algún indicio del canal a través del pantano – repuso él sin levantar la vista.


La comida continuó en silencio. Ruark no prestó mucha atención a Shanna y después de un momento apartó su plato medio lleno. Shanna se puso de pie y suspiro. Tomó una pequeña tajada de melón y fue hasta la ventana. Se oyó el eco distante de un trueno. Una ráfaga errante entró en la habitación, agitó las cortinas y movió los papeles de Ruark. Shanna abrió completamente los postigos y se apoyó en el antepecho El crepúsculo se volvió súbitamente blanco con un relámpago que sobresaltó a Shanna. Las nubes de tormenta ya estaban encima y las primeras gotas caían sobre la arena sedienta. Pronto, los detalles de la distancia fueron esfumados por la lluvia.


Ruark levantó la vista hacia la ventana y ahogó una exclamación al ver a Shanna. Ella estaba medio sentada, medio apoyada en el antepecho, de perfil, mirando las nubes oscuras. La difusa luz del crepúsculo la hacía parecerse a una estatua clásica de oro, vestida de brillante carmín. Su cabello parecía casi transparente y caía como una cascada de oscura miel hasta la cintura. El vestido se adhería a sus pechos, resaltando sus formas tentadoras. Mientras él la miraba, un relámpago cruzó el cielo y en su luz purísima ella se convirtió en una escultura en blanco marfil. Su rostro se veía pensativo, con una sonrisa triste.


"Dios mío – gimió Ruark interiormente-. ¿Sabe ella lo hermosa que es? ¿Sabe cuánto me atormenta?"


La lluvia se hizo más intensa y Shanna se convirtió en un camafeo, una obra de arte, pero ningún pintor hubiera podido retratar tanta belleza. La oscuridad descendió y ella quedó iluminada por el resplandor de las velas. Nuevamente se convirtió en una belleza misteriosa. Ruark desvió la mirada y quedó con los ojos fijos en un papel en blanco. Su mente empezó a vagar. Ruark pensó en qué ruegos, qué motivos podrían poner fin a la cólera irracional de ella.


¿Debería conducirse como un mozo enamorado? No, eso no. Ella lo rechazaría con desdén. ¿Pero qué esperaba de él? Se sentía perdido

Estaba desconcertado. Si ella conociera los pensamientos de él, ¿le mostraría compasión? Un simple contacto, un dedo apoyado en su brazo. "Una mirada – gritó su mente, desesperada -. ¡Cualquier cosa!"


Nada sucedió. Ningún contacto. Ni besos. Ni miradas. Ruark desvió la vista angustiado.


Shanna volvió lentamente el rostro hacia Ruark, quien aparentemente seguía absorto en sus mapas. Le dolía la garganta por el esfuerzo de contener las lágrimas y súbitamente tuvo el deseo intenso de ser estrechada por los brazos de alguien. Cruzó la habitación, se tendió sobre la cama y empezó a contemplar la espalda bronceada, desnuda de el mientras un millar de ideas cruzaban por su mente para ser rechazadas en seguida.


Ruark empezó a doblar sus mapas. Shanna vio sus movimientos y empezó a pensar alocadamente.


“¡El viene a la cama! ¿Qué haré ahora? Quizá me le entregue si él insiste, un poco.”


“¡No, maldito sea! – se corrigió, nuevamente colérica -. Toma a una vulgar mujerzuela debajo de, mis narices poco después de haberme hecho protestas de amor y sinceridad. Yo le enseñaré lo que es amor y sinceridad. Lo haré, tascar el freno, antes de acabar con él”.


Ruark se levantó y desperezo. Shanna dejó la cama y se dirigió muy altanera a su refugio de cortinas improvisadas. Ruark la miro ceñudo, juró por lo bajo y terminó el vino de su copa en un solo sorbo. Dejó sus calzones sobre el respaldo de una silla y se deslizó, de mala gana, entre las sábanas para aguardar el regreso de ella. Sabia que entonces, iniciaría la batalla de saberla tan cerca y no poder tocarla.


Después de un momento, Shanna regresó envuelta en una, gran toalla de lino. Tomó la manta, evito la mirada de él y nuevamente una barrera en forma de rollo para ponerla en el medio de la cama.


¡Fue demasiado! Con un rugido de ira, Ruark arrebato, el objeto y se puso de pie. De un salto, se acercó a la ventana y arrojó la barrera al patio. Cuando se volvió, la ira lo dominaba y su desnudez le daba un aspecto magnífico. Shanna lo miró con creciente temor y mucha admiración.


– ¡Ya estoy harto de todo esto! -Se acercó nuevamente a la cama y la miró con una expresión de gran determinación.


– Oh, estás harto -dijo Shanna despectivamente-. Tienes el atrevimiento de decir que yo debería ser tu esposa y pretendes que esto no debe ser un obstáculo para tus correrías.


– Hace tiempo, en mi celda, pasaba las horas contando los días de vida que me quedaban -empezó Ruark-. El carcelero hizo que la vida fuera un desafío para mí. Un desafío que yo acepté. -Alzó dramáticamente la mano-. En realidad, se la arrojé en la cara.


– ¡Que arrogancia! -Shanna levantó la mano en un gesto burlón y vio que él se envolvía las caderas con una toalla.


Ruark no hizo caso de sus palabras y siguió hablando:


– y entonces, en mi mundo húmedo y oscuro, llegó una luz y una calidez que yo había olvidado hacía tiempo. El pacto que ella me propuso superaba mis sueños más descabellados y otra vez mi mundo fue algo más que las cuatro paredes de piedra con un techo y una estrecha puerta de hierro para impedirme la huida.

Fue como si ella no lo hubiera escuchado.


– y entonces, cuando yo vine a ti, confundido, una vez más te aprovechaste de mí.


Ruark detuvo sus pasos por la habitación y la señalo con un dedo acusador.


– Por mi honor, representé mi papel y atendí a tu placer. Pero vi morir mi última esperanza y fui arrojado nuevamente a mi celda y tú te deslizaste en mis habitaciones en la oscuridad de la noche y te aprovechaste del sueño que todavía se aferraba a mis ojos.


Shanna se apartó rápidamente y empezó a caminar por la habitación.


– Una vez más, Shanna, el destino me favoreció. -Ruark hablaba con vehemencia y se frotaba un puño con su palma-. El verdugo fue burlado y por pura casualidad me vi arrojado a una vida mejor. Mi cólera era intensa. La necesidad de vengarme me hacía temblar las rodillas.


– Ciertamente, no perdiste oportunidad de hacerme correr el riesgo de quedar encinta y así salirte con la tuya. -Shanna echó la cabeza atrás y lo miró furiosa-. Puedo adivinar, que la falta de la criada de Londres fue que llevaba tu simiente en el vientre.


Ruark se rascó el mentón, pensativo.


– Pero después vi ante mí el pecho desnudo y se me hizo la promesa de reparar la falta que conmigo se había cometido. Se hizo el pacto. Yo desesperé porque no hubiera podido reclamar nada más de la que tanto me atormentaba. No tenía la menor posibilidad de escapar a mi promesa. Pero ella vino nuevamente e hizo más de lo pactado y entonces fui yo quien quedó en deuda. Sin embargo, ella me recibió bien cuando yo más lo necesitaba. Pero el destino cerró su mano contra mí y la más vil de las murmuraciones me enlodó. Otro nombre fue vinculado al mío por lenguas, malvadas.


– Pobre Milly -suspiró Shanna-. Ella cayó tan fácilmente como yo, aunque todavía no ha sentido la tendencia brutal de tu carácter


– Un torpe incidente fue montado para privarme de la pequeña felicidad que tenía.


– Fue la torpeza de ella lo que la hizo caer en tus garras. Pobre muchacha, ella no tenía fortuna para atraerte. Ciertamente, terminar como la otra, la de Inglaterra.


– Yo hubiera salido a defender mi causa, pero nuevamente me traicionaron y me encontré con el, contundente puño del bueno de Pitney.


– Pero tú sigues acusándome con la audacia de un bandido, de un pirata, -Shanna golpeó el suelo con el pie-, Haces que la crueldad de esos de abajo parezca mansedumbre de corderos.


– Tú niegas tus juramentos. Niegas mis derechos. Lastimas a mi orgullo y todo me lo niegas. Me tratas como a un lacayo y me traicionas en toda oportunidad que se presenta.


Shanna lo miró a los ojos y replicó con energía:


– Te apropias de mi corazón y entonces, lo hieres con infidelidades.


– Las infidelidades sólo puede cometerlas un esposo. Tú me las echas en cara y sin embargo, niegas que sea tu esposo. Pero tú aceptas a rebaños de cortejantes y eres con ellos más amable que conmigo.


Shanna se detuvo ante él con el rostro contorsionado por cólera.


– ¡Eres un grosero vulgar!


– ¡Tú eres una mujer casada!


– ¡Soy viuda!

– ¡Eres mi esposa! -gritó Ruark en voz tan alta que se oyó pese al ruido del viento que aullaba en el exterior.


– ¡Yo no soy tu esposa!


– ¡Lo eres!

– ¡No!

Quedaron separados por menos de un metro pero con un océano entre los dos, cada uno afirmado en sus convicciones, ninguno dispuesto a ceder.


En ese momento estalló un relámpago cegador que ilumino fugazmente la habitación. Antes de que el relámpago se apagara un trueno ensordecedor hizo temblar las paredes de piedra. Seguían sus ecos cuando otro relámpago lanzo su luz blanquísima. El rostro de Shanna quedó desencajado por el miedo, con la boca inmovilizada en un silencioso grito de terror. Otro trueno pareció lanzarla a los brazos de Ruark, quien olvidó su cólera, la abrazó y trató de calmar el temblor del cuerpo de ella. Una ráfaga de viento abrió los postigos y la lluvia entro en la habitación y apagó las velas.

Ruark dejó a Shanna cerca dé la cama y cerró los postigos. La noche era atravesada por una interminable sucesión de rayos y truenos que parecían caer en todas las partes de la isla.


Shanna se estremeció en la oscuridad. Tenía los ojos dilatados y las lágrimas corrían por sus mejillas. Cuando él la tomó nuevamente en brazos, ella se apretó contra su pecho y gimió:


– Ámame, Ruark.


– Te amo, amor mío, te amo -susurró él suavemente, lleno de compasión.


La habitación se iluminó completamente y él vio que Shanna agitaba la cabeza de lado a lado. Tenía los ojos cerrados y las lágrimas asomaban entre los párpados y la cara se le crispaba en una mueca de miedo. Se llevó las manos a las orejas para no oír el estampido de los truenos.


– ¡No, no! -gritó y aferró un brazo de Ruark-. ¡Tómame! ¡Tómame ahora! -Cualquier cosa para arrancarla de este horror que le producía la tormenta.


Shanna cayó sobre la cama, arrastrando consigo a Ruark. En otro relámpago él vio la intensa ansiedad en la cara de ella y su sangre se calentó y en el momento olvidó todo lo demás.


La tormenta hubiera podido estar contenida en la habitación y no ellos no le hubiesen prestado atención. Había entre los dos esa tormenta de pasión que cegaba tan efectivamente como el relámpago más brillante y ensordecía como un trueno que hubiera estallado cerca de sus oídos. Cada contacto era fuego, cada palabra una bendición, cada movimiento de su unión una rapsodia de pasión que crecía hasta que parecía que todos los instrumentos del mundo se combinaban para llevar la música de, sus almas a un crescendo continuo.


Momentos más tarde, la voz de Shanna sonó, pequeña y serena, vacilante.


– ¿No te basto yo que tienes que buscar a otras?


– No hubo ninguna otra, Shanna.

– ¿Y Milly?

Un relámpago iluminó la cara de él.


– Esa pequeña víbora -dijo- preparó una travesura y la usó para irritarte. Nunca hubo nada entre ella y yo. Lo juro.


Shanna se cubrió la cara con un brazo.


– ¿Por qué no me lo dijiste?

– No me diste oportunidad.


Shanna emitió un gemido lastimero y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. Ruark la besó suavemente en la boca y trató de calmar sus sollozos.


– ¿Me odias mucho, mi capitán pirata? -preguntó ella.


– Ay -murmuró roncamente-. Te odio cuando te apartas de mí pero ese odio nunca dura más allá de tu primer beso.


Shanna lo abrazó con pasión y empezó a besarlo en la, cara y los labios, medio llorando, medio riendo, hasta que sus temores desaparecieron completamente. Después, aunque afuera rugía la tormenta y abajo seguía amenazando el peligro, los dos se hundieron abrazados, como dos tiernas criaturas, en el reino de los sueños.


A mediodía Gaitlier les trajo comida pero se apresuró a marcharse después de dejar su bandeja, pues Shanna lo miró ceñuda desde la cama y Ruark, el cabello en desorden y ajustándose todavía los calzones cortos, aguardó junto a la puerta con aire impaciente hasta que hombre se retiró.


Ruark cerró la puerta y miró a Shanna. Ella le sonrió suavemente y él se acercó, la tomó en brazos y metió la mano debajo de la sábana para acariciada. Ella rió, y respondió a sus caricias curvando seductoramente su cuerpo hacia él.


– Señora, tiene usted las artimañas de una hechicera -bromeo él-. Ahora dime la verdad. ¿Eres una seductora o una seducida ¿Una violadora o una violada? ¿Una hechicera o, una hechizada?


– Todas esas cosas -dijo Shanna y se estiró perezosamente.


Ruark contempló el cuerpo suave y tentador. Ella era hermosa, más allá de las palabras.


– ¿O quizá prefieres que hoy sea seductora? -dijo ella, atrayéndolo entre sus brazos-. ¿O prefieres una bruja?


En ese momento oyeron unas fuertes pisadas en el pasillo fuerte voz de Harripen.


– ¡Ruark! ¡Ruark! ¡Capitán Ruark!

Ruark soltó un juramento, se estiró sobre la cama y tomó su pistola y su sable. Shanna se apresuro a cubrirse con la sábana hasta el cuello.


La puerta se abrió violentamente y golpeó contra la pared. E ese momento, Harripen se encontró frente a un hombre furioso que le apuntaba a la frente con una pistola amartillada. Harripen abrió los brazos.


– ¡Baja eso, muchacho!


– ¡Maldición, hombre! -gruñó Ruark-. ¿Qué te trae aquí en esa forma?


Harripen permaneció cuidadosamente inmóvil mientras Ruark bajaba la pistola y la dejaba, todavía, amartillada, sobre la mesilla de noche.


– He venido desarmado y sólo quería conversar -dijo Harripen


– ¿Desarmado? -Ruark señaló con su sable el borde de la bota de Harripen, donde asomaba el mango de una pequeña daga. El pirata se encogió de hombros y levantó los brazos.


– ¡Márchate ahora mismo, Harripen! -estalló Ruark-. Bajare a su debido tiempo.


El inglés señaló con sus manos.


– Tranquilízate, muchacho. No vengo con malas intenciones. Pensé que ahora estarían comiendo, eso es todo.

Con un encogimiento de hombros que pareció excusar su intromisión, cruzó la habitación hasta la fuente de comida tomó media gallina con sus manos sucias y empezó a comerla.


– Solo quería discutir contigo un asunto importante muchacho.


– No veo que tengamos nada que discutir -replicó secamente Ruark.


Harripen rió y se acercó a la cama, del lado donde estaba Shanna. Sus ojillos grises, acuosos, recorrieron lentamente el cuerpo de ella. Ignoró la expresión ceñuda de Ruark, se sentó sobre la cama y dirigió a Shanna una grasienta sonrisa mientras se metía en la boca un gran trozo del ave. Shanna retrocedió disgustada y rápidamente se refugió en los brazos de Ruark.


Ruark estaba medio sentado, medio arrodillado, con una rodilla sobre el borde de la cama, directamente frente a Harripen. La hoja del sable completaba el círculo alrededor de ella, con el borde filoso hacia afuera hacia el otro capitán.


Harripen señaló con la gallina y dijo:


– Ajá, veo que ella es ardiente. Muy ardiente y ansiosa por ti. Se diría por la forma en que le arrancó a Carmelita de tu regazo. ¿Cuánto quieres por ella? Difícilmente valga los problemas que te ha causado. -El bucanero se inclinó con ansiedad y sus ojos enrojecidos brillaron malignamente. Ladeó la cabeza y sonrió, con un ojo a, medio cerrar en un guiño inconcluso-. Oyeme, muchacho, te daré otra bolsa por tres noches con ella.


– Puede ser que llegue tu turno replicó Ruark lentamente pero por ahora por lo menos ella es mía.


– Ajá, eso ya lo has dejado claramente establecido -suspiró el pirata-. Sin embargo…


Harripen no pudo resistir el deseo de adelantar una mano grasienta para acariciar la brillante masa de rizos de Shanna pero se detuvo súbitamente cuando comprendió que si movía la mano una fracción de centímetro más, perdería más de un dedo pues el filo del sable se interpuso rápidamente. Sus ojos se posaron en Ruark y se dilataron levemente. Ruark lo miraba con una sonrisa que a la vez que era calma estaba llena de una paciencia extraña, mortal que hizo que a Harripen se le erizara la piel de la espalda.


Harripen retiró su mano como si hubiera tocado fuego, se levantó rápidamente de la cama y puso una buena distancia entre él y Ruark.


– ¡Infierno y condenación! -gruñó-. Eres muy quisquilloso. Pero no he venido a hablar de ella.


Arrojó hacia la mesa la gallina a medio comer y erró por amplio margen. En el espejo vio la imagen de Ruark y esos ojos de ámbar lo taladraron como los de un halcón receloso. Giró, se llevó las manos a la espalda y por un momento se balanceó sobre los talones, antes de empezar a hablar, casi con delicadeza.


– Mi propio barco es un poco más pequeño que el Good Hound pero hace tiempo que he puesto los ojos en el barco de Robby. Yo n quiero probar el filo de tu espada por ella, pero quizá podamos hacer negocio. Eres nuevo aquí y sabes poco de nuestras costumbres. Yo podría hacer que ganáramos una fortuna con un barco como el Good Hound y no arriesgaría su velamen ni a hombres valiosos ocupándome de fruslerías como la hija de Trahern. Pienso que mi parte del oro y mi propio barco serían un precio justo por el que tienes tú.


Ruark se levantó de la cama y apoyó un hombro contra uno de los sólidos postes. Apoyó en el suelo la punta de su sable, como aceptando la tregua ofrecida por Harripen. Pasó un largo momento antes de que respondiera.


– Esto es un asunto que tendré que pensarlo -dijo-. No tengo dudas sobre mi capacidad, pero mucho de lo que dices es verdad y, aunque tengo mi parte y la de Pellier, todavía necesito riquezas lo pensaré y pronto te daté mi respuesta.


Se adelantó, tomó a Harripen del brazo y lo condujo hasta la puerta.


– Pero hay una cosa que deseo pedirte -agregó Ruark-.Esta puerta es sólida. -Golpeó la madera con el puño de su espada-. Y un puño produce un buen sonido. Sabes -miró fijamente a Harripen-, casi rechacé tu propuesta antes de que tú me la hicieras. Te sugiero que no vuelvas a sobresaltarme.


Harripen asintió casi con ansiedad y se marchó. La puerta se cerró. El pirata se enjugó la frente y soltó el aliento. Ruark casi parecía demasiado gentil, pero sus ojos paralizaban a cualquiera cuando estaba furioso. Harripen se alejó y se consideró afortunado por haber salido ileso.


Ruark apoyó la oreja en la puerta y oyó que las pisadas de Harripen se alejaban por él pasillo, mientras Shanna se ponía apresuradamente su ropa.


Momentos después llamaron suavemente. Cautelosamente, Ruark abrió y encontró a Gaitlier acurrucado afuera. El hombrecillo se irguió y miró a Ruark por encima del borde de sus gafas.


– ¿Puedo entrar un momento señor? -dijo casi en un susurro.


Ruark abrió completamente la puerta y le indicó al sirviente que entrara. Gaitlier fue hasta la mesa y levantó del suelo el trozo de gallina. En un gesto nervioso que Ruark había notado antes, empezó a frotarse un pie con el otro, aparentemente sin saber cómo empezar.


– ¡Bueno, hombre! -dijo Ruark-. Habla.


Shanna miró al hombrecillo tan desconcertada como Ruark y dos veces más curiosa. Gaitlier miró al techo como si buscara ayuda divina. Por fin empezó, como si estuviera metiéndose en un mar helado.


– ¡Sé que son marido y mujer!


Lo dijo bruscamente. Shanna ahogó una exclamación y Ruark soltó un ronco gruñido. Gaitlier continuó.


– También sé, señor, que en su pasado hay algo a que temer y que usted es, en realidad, siervo de Trahern.

– Señaló una pequeña abertura muy alta en la pared, que ellos no habían notado antes y explicó-: Un agujero para escuchar y del otro lado una habitación de sirviente. -Ante las expresiones de desconcierto de ellos, continuó-: Una forma para que un sirviente sepa antes de entrar si puede o no interrumpir. Una cosa necesaria con el capitán Pellier.


Shanna enrojeció intensamente y esperó que la tormenta hubiera impedido oír sus expresiones de pasión.


Gaitlier sorprendió la mirada preocupada de Ruark hacia la puerta y se apresuró a tranquilizarlo.


– Esos tontos nada saben del agujero y nunca adivinarían su existencia. Creo que es una idea del Lejano

Oriente. En todo caso, muy útil. -Suspiró entrecortadamente-. Tengo que proponerle un negocio y espero que sea más honrado que el del capitán Harripen. Yo conozco el camino a través del pantano. -Hizo una pausa a fin de permitir que fuera asimilada la importancia de su declaración-. Me matarían si cualquiera de ellos -señaló con la cabeza hacia la puerta llegara a sospechar que lo sé.

Por un largo momento sólo se oyó el aullido del viento y las gotas de lluvia sobre el tejado. Gaitlier se quitó las gafas y las limpió con su camisa.


– Hay un precio, por supuesto -dijo tímidamente-. Cuando ustedes huyan, yo iré con ustedes y también la muchacha, Dora.


Volvió a ponerse las gafas en la nariz y miró a1os dos fijamente.


– Los ayudaré en todo lo posible -dijo- e iré con ustedes para indicarles la entrada del canal.


Ruark miró fijamente al hombrecillo. Nunca había sospechado el coraje del sirviente y estaba un poco sorprendido. Gaitlier interpretó equivocadamente su expresión ceñuda.


– No podría obligarme a revelar el secreto -advirtió el hombre con suficiente determinación para sonar convincente.

Ruark sonrió, acarició con su palma la culata de su pistola y miró a Gaitlier directamente a los ojos, antes de preguntar:


– ¿Y qué le hace pensar que nosotros planeamos escapar?


– Tendrían que hacerlo si no es así. – La mirada de Gaitlier no vaciló-. La balandra regresó anoche de Los Camellos poco antes de que empezara la tormenta. La Jolly Bitch casi fue sorprendida por una fragata que estaba frente a la costa mientras ponía a los siervos a bordo de un bote. Recibió varios disparos antes de poder ponerse a salvo.


– Un bergantín -rió Ruark.


– ¡El Hampstead! -dijo Shanna a sus espaldas-. No era una fragata, seguramente.


– ¡Que mas da! -Gaitlier desechó la corrección con un ademán-.Estos bandidos se han vuelto recelosos de su ingenio y temen la pérdida de varios hombres valiosos. Sólo esperan el momento apropiado para librarse de usted, y la dama sufrirá un destino mucho peor si ellos logran llevar a cabo aunque sea la mitad de sus planes.


Ruark consideró la información y Shanna hizo silencio para permitirle pensar, Ruark miró un largo momento al suelo y después empezó a asentir con la cabeza. Su mirada se elevó y se clavó en Gaitlier.


– Usted tiene razón -dijo-. Debemos buscar nuestras, oportunidades y sacar de ellas el mejor partido posible. -Se volvió para mirar a Shanna. Su mandíbula se puso tensa-. Huiremos en la primera oportunidad.


Ansiosamente, Gaitlier acercó una silla, se sentó y se inclinó hacia adelante.


– El canal es difícil cuando soplan vientos del oeste -dijo- pero después de una gran tormenta, el viento sopla uno o dos días desde el norte. Ese sería el mejor momento para que una tripulación reducida intente el paso.


– Hay cosas que debemos considerar. -Ruark estaba inquieto pero sus ojos brillaban de entusiasmo-¿Puede regresar después del oscurecer? Debemos aventuramos a salir con la tormenta, pero nadie debe saberlo.


Gaitlier tenía una última pregunta: – ¿También llevarán a Dora, la muchacha?


– Sí -le aseguró Ruark-. Sería inconcebible dejar aquí a una inocente.


– Entonces aquí estaré. A última -hora. O si la tormenta amaina un poco, vendré antes. Diré a Dora que reúna lo que necesitaremos.


– ¡Entonces, de acuerdo!

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