Shanna se dejó caer del lomo de la yegua y subió corriendo la escalinata de la mansión. Si Ruark venía en pos de ella ninguna puerta lograría detenerlo. Ciertamente, ella no estaba dispuesta a hacer una escena bajo las narices de su padre pues él sería capaz de exigirle que fuera revelada toda la verdad.
Tenía que huir antes que él la alcanzara. El establo estaba acierta distancia de la casa y Jezebel había cubierto el camino en poco tiempo, pero Shanna sabía que debía darse prisa porque Ruark parecía, un salvaje en algunas de las proezas que había realizado. Era tan rápido, de mente como de piernas y, tenía la pavorosa habilidad de aparecer como salido de ninguna parte.
No perdió tiempo en cerrar tras de sí la puerta de su saloncito, corrió a su dormitorio, abrió el guardarropa y sacó el vestido de campesina. Se puso u par de blandas zapatillas de cuero, se ajustó la falda y acomodó sobre la blusa paisana un chal para estar más cubierta. Finalmente tomó una capa oscura y salió de su habitación directamente por el balcón.
Jezebel estaba aguardándola. Shanna montó y azuzó al animal.
Ruark llegó a tiempo para ver a amazona cabalgadura que corrían entre los árboles, ya demasiado lejos para alcanzadas. Con profunda frustración, soltó un juramento, dio media vuelta y se dirigió lentamente a su cabaña. Allí se sirvió Una buena ración de ron y quedó mirando el reloj, calculando cuánto tiempo pasaría hasta que la cólera de Shanna se agotara y ella regresaría.
La niebla empezó a levantarse y la luna, que brillaba a través de un halo de tenues nubecillas, daba una iluminación fantasmagórica a toda la isla. Shanna cabalgaba en la penumbra y no sabía con seguridad hacia dónde se dirigía. Su mente estaba como atontada. Aflojó las riendas y Jezebel, aunque no conocía la isla, empezó a correr libremente por senderos y caminos. Jezebel había hecho el viaje en barco confinada en un reducido establo y ahora, al sentirse libre, galopaba con alegría. Cuando por fin encontró un prado con suculenta hierba se detuvo para comer un poco. La silenciosa figura que iba sobre su lomo quedó inmóvil, con un agudo dolor corroyéndole el corazón.
Shanna hubiera negado en voz alta que su dolor era el resultado de algo más que una consideración superficial hacia Ruark.
– Es porque casi me le entrego sobre el heno como una vulgar ramera -dijo entre dientes-. Y todo el tiempo tenía allí a esa mujerzuela aguardando por si yo me rehusaba. -Aunque estaba sola, el rostro de Shanna ardía con el recuerdo de la escena-. y pese a todas mis precauciones, él estaba dispuesto a divertirse conmigo y con un público que lo presenciara todo.
Empezó a apoderarse de ella- una intensa indignación por la duplicidad de él y el dolor quedó olvidado. Sollozó. Lloró. Maldijo a la noche y al bastardo libertino. La yegua sintió la desazón de su ama y empezó a relinchar y encabritarse.
Shanna- azuzó a Jezebel con los talones y la yegua, obedientemente, empezó a moverse. Descendieron una pendiente y llegaron a la playa. Más allá brillaba la línea fosforescente de las rompientes. Jezebel entró en el mar, bajó la cabeza para beber y en seguida resopló y retrocedió disgustada por el agua salada. Shanna la calmó con una palabra suave y le acarició el cuero. La yegua se tranquilizó y empezó a trotar.
Un pescador trasnochador se asustó ante la repentina visión de un gran. caballo oscuro sobre la blanca playa y sobre su lomo una furia salida del infierno, el rostro gris a la luz de la luna y de una hermosura ultraterrena. Después juraría que ella cabalgaba sin riendas y sin silla de montar. Aunque pronunció un rosario de " Aves" y cayó- de rodillas,
La amazona no le prestó atención. En cambio, erecta y orgullosa, siguió silenciosamente su camino. Meses después él culparía de todas las enfermedades que lo aquejaban a la visita de aquel espectro nocturno y cada vez que se tomara unas copas de más aburriría a sus compañeros con interminables relatos de aquella visión.
Las débiles luces de la aldea dormida alertaron a Shanna y le hicieron sentir una desesperada necesidad de compañía y de hablar de sus infortunios. Había una sola persona en quien podía confiar y decidió buscarla.
Entró en la aldea al paso y pasó entre las casas a oscuras como un fantasma.
Yegua y amazona- subieron la colina donde la casa de Pitney estaba encaramada sobre el acantilado como un atalaya vigilando el horizonte. Aquí había un refugio para Shanna y alguien que la escucharía mientras ella exponía sus problemas. No había luces en las ventanas, pero cuando ella llamó con urgencia a la puerta apareció el resplandor vacilante de una vela. Varias lámparas se encendieron antes que se abriera la puerta y Pitney apareciera en el vano.
– Entre, muchacha -dijo él-. ¿Qué la trae a estas horas? Shanna evitó su mirada.
– Tenía necesidad de hablar -dijo- y no había otro…
Pitney se sentó en un banco ante el fogón apagado y comparó la hora de su reloj de bolsillo con el que estaba en la pared. Se sorprendió cuando Shanna tiró de la cuerda del pozo y. subió el porrón de ale que estaba enfriándose. Después ella tomó el jarro de estaño que estaba sobre una repisa y se sirvió una generosa porción. Pitney se incorporó alarmado cuando ella tapó con fuerza el porrón y lo arrojó descuidadamente al pozo. La cuerda se puso tensa pero no se oyó ruido alguno que indicara la rotura del recipiente. Aliviado, Pitney se sentó otra vez y dejó escapar un largo suspiro.
Ahora la observó atentamente. Ella bebió del jarro y arrugó la nariz al paladear la amarga bebida. Siguió el inevitable estremecimiento de repulsión. Pitney no se sorprendió, y dedujo que el disgusto de ella era algo más que una leve irritación. Shanna hizo una mueca y le ofreció el jarro. Pitney lo aceptó y siguió observándola, intrigado.
– ¿Es tu padre otra vez? -preguntó cautamente.
Shanna negó con la cabeza.
– No es él. En realidad… -rió suavemente- él me ha liberado de nuevas exigencias de matrimonio hasta que encuentre un marido que me satisfaga.
Shanna arrugó la frente y Pitney vio que ello no presagiaba nada bueno para cualquiera que la hubiera provocado.
– Es ese bribón que trajimos de Newgate el que me molesta.
– Oh. -Pitney se alzó de hombros-. El señor Ruark. O Beauchamp. Lo que fuere. Su marido.
– ¡Marido! -Shanna le dirigió una mirada fulminante-. ¡No llame así a ese canalla! Yo soy viuda.-Acentuó la palabra-. Usted mismo preparó el féretro y presenció el sepelio. -Su voz se endureció cuando añadió-: Quizá si usted hubiera puesto más cuidado me habría ahorrado muchos sufrimientos.
Pitney se sintió un poco picado.
– Ya lo he explicado todo antes. No veo el objeto de volver sobre lo mismo.
Shanna suspiró y comprendió que no llegaría a ninguna parte culpándolo a él. Su problema se originaba exclusivamente en Ruark.
Gimió interiormente. ¡Maldito! ¡Maldito presumido! Jugando con todas las mujerzuelas de la isla a espaldas de ella y después quejándose de su vida monacal!
Ella no podía permitir que él permaneciera en Los Camellos, que compartiera su mesa, frecuentara. La mansión donde estaría obligada a soportar esa sonrisa burlona. El la había usado, la había añadido a su colección. ¿ Cuántas otras mujeres de la isla estaban en la lista? Una isla de solitarias esposas de marinos y de muchachas buscando marido. Debió de ser para él un paraíso con tantas mujeres dispuestas, contándola a ella. Seguramente ahora estaba riéndose a carcajadas de la hija orgullosa de Orlan Trahern, tumbada en la cama por un siervo común. Se estremeció de dolor ante la idea. El canalla no merecía destino mejor que el de un marinero naufragado en una isla desierta. Eso le serviría para conocer realmente la vida de célibe.
¿Pero cómo pediría a Pitney que la complaciera? El se había negado una vez y podría volver a rehusarse si ella no lograba convencerlo.
– Pitney. -Su tono fue suave e implorante-. Usted ha hecho mucho por ayudarme cuando yo no tenía derecho a pedírselo. No quiero parecer desagradecida. Pero soy penosamente importunada por ese hombre. Ha empezado a acosarme…
Pitney la miró con expresión interrogativa y Shanna consiguió ruborizarse.
– Afirma que es mi esposo y quiere que yo admita que soy su esposa.
Pitney guardó silencio pero su expresión se había vuelto pensativa. Encendió un pequeño fuego y puso agua a calentar para el té.
– A menudo me lo he preguntado. -Pitney habló por encima de su hombro-. Aquella noche, después de la boda, cuando lo sacamos del carruaje, luchó con una fiereza impropia para un hombre que ha visto cumplido un simple pacto, y en la cárcel sus palabras indicaron que había sido estafado, que se le debía algo más. Las referencias que hizo de usted no fueron muy amables.
La miró de frente, aguardando una respuesta, y Shanna no supo qué decir. Sentía la cara caliente y supo que Pitney la observaba con mayor atención.
– El… él no hubiera aceptado… -las palabras salían vacilantes a menos que yo le prometiera… que le prometiera pasar la noche con él.
Pitney se balanceó en el pequeño banco y dijo:
– ¿Y le sorprende que el muchacho la persiga?
Hizo temblar la habitación con una sonora carcajada. Shanna lo miró un poco confundida pues no encontraba cómica la situación. Por fin Pitney se tranquilizó.
– Un pacto como ese -dijo, más serio- torturaría a cualquier hombre y yo no puedo culparlo por eso. -Bajó la vista y miró al suelo, de repente serio y pensativo-. Y yo le he hecho mucho daño. Sí, yo le causé mucho dolor. Sin embargo, conmigo siempre se ha mostrado cortés. Desde luego, un siervo no podría hacer otra cosa.
– ¿De modo que se pone de su parte y en contra de mí? -preguntó Shanna con incredulidad.
Pitney respondió en tono inexpresivo.
– No sé cuál es su plan -dijo- pero yo no tengo nada que ver en eso.
Los ojos de Shanna se llenaron de lágrimas. Sollozó lastimeramente y puso en juego sus artimañas.
– Se me ha acercado varias veces -gimió- y trató de reclamar sus derechos.
– No puedo culparlo. El es un hombre y yo no soy tan viejo como para no apreciar que tiene buen gusto.
Shanna sintió la futilidad de sus ruegos y empezó a desesperar.
– ¡Lo quiero lejos de esta isla! ¡Esta noche! No me importa cómo, pero si usted no me ayuda encontraré a otro que lo haga.
– ¡Maldición! -rugió Pitney-. ¡No lo haré! Y no haré que usted quede con esa fechoría sobre su conciencia. Primero acudiré a su padre.
– ¡Ruark trató de violarme en los establos! -exclamó Shanna, con los ojos llenos de lágrimas furiosas.
Pitney se incorporó, evidentemente sorprendido.
– ¡Lo hizo! -gritó Shanna y se ahogó en llanto. Sus labios temblaban de vergüenza pues ella recordaba su propia respuesta apasionada-.Me derribó sobre el heno…
Retorciéndose las manos, Shanna se volvió, incapaz de continuar. No había mentido, pero sabía que la ausencia de toda la verdad distorsionaba el significado de la versión que daba.
Sin saberlo, Shanna dio a Pitney la confirmación de lo que decía porque había briznas de paja enredadas en los rizos que le caían en cascada sobre los hombros. Pitney podía comprender muy bien el apasionamiento de Ruark, pero se enfureció al pensar que Shanna pudo ser maltratada… por cualquiera.
Shanna consiguió detener sus sollozos.
– Lo odio -dijo-. No puedo soportar a ese hombre. No puedo volver a verle la cara… jamás. Quiero que se vaya de esta isla, esta misma noche.
Pitney no dio señales de haberla escuchado. Echó en el agua unas hojas de té que sacó de una lata y dejó la tetera a un lado mientras pensaba en lo que tenía que hacer. Esa misma mañana había entrado en el puerto un barco proveniente de las colonias. El capitán y algunos de sus marineros habían bajado para llevar un caballo a la mansión de Trahern. Pisándole aparentemente los talones a ese barco, había sido avistado otro que enarbolaba la bandera de la Compañía de Georgia. Podía ser una nave hermana de la anterior porque ancló a cierta distancia y sólo vino a tierra un bote pequeño con unos cinco hombres que fueron a la taberna a pasar el tiempo. Trahern registraría al barco colonial que estuviera, en puerto en busca de su siervo, pensó Pitney, pero si había monedas suficientes, quizá el capitán del otro navío pudiera ser persuadido a zarpar y se pusiera fuera de alcance.
– Por usted lo sacaré de la isla -murmuró finalmente Pitney, se caló el tricornio y agregó-: No permitiré que sea maltratada.
Se marchó, cerrando. la puerta tras de sí. Shanna quedó sola mirando la puerta. Sabía que se había salido con la suya pero no se sentía contenta.
Debía mantenerse alejada de la mansión hasta que Pitney concluyera su negocio. Se sirvió una taza de té y se sentó ante la mesa para beberlo. Las últimas ascuas del fuego se apagaron. En la casa vacía, las campanadas del reloj parecieron un eco de las palabras de Pitney.
¡Maltratada!
Shanna percibió súbitamente lo absurdo de ello, la grotesca falacia del mundo. Empezó a reír histéricamente y si alguien la hubiera escuchado habría dudado de su cordura.
Ruark yacía sobre su cama mirando al vacío cuando sonaron Cascos de caballo en el camino que llevaba a la cabaña. Se dirigía a la puerta cuando sonó un leve golpe en la madera. Lo invadió un gran alivio. Era Shanna, por supuesto. Pero cuando abrió, sólo encontró la cara ancha y colérica de Pitney. Entonces la noche estalló en un millón de luces titilantes antes que descendiera la oscuridad con el ruido sordo que hizo su cuerpo al caer sobre la alfombra.
El dolor en su cabeza hizo que Ruark se percatara del lento movimiento del suelo debajo de él. Parecía como si lo acunara, y con sus sentidos atontados sólo oyó unos extraños crujidos. Después se dio cuenta de que estaba amordazado y fuertemente maniatado y que tenía la cabeza cubierta con un saco mohoso. Reconoció el chirrido de toletes y el lento golpear del agua contra la madera. Sólo eso, y una respiración laboriosa cerca de él, le bastó para comprender que lo llevaban mar adentro en un bote de remos, aún no sabía por qué fechoría pero adivinó que todo era obra de Shanna. Se agitó amargamente en el oscuro vacío de su confinamiento. Ella ni siquiera había querido escuchado antes de condenarlo.
– Creo que esta vez es definitiva -dijo la voz de Pitney, y Ruark se dio cuenta de que el hombre estaba hablando solo. Permaneció inmóvil, fingiéndose inconsciente y escuchó las roncas palabras que penetraban en su dolorido cerebro-. No puedo arrojarte a los peces y quizá te espere un destino peor, pero ella dijo que me deshiciera de ti y tengo que hacerla antes que encuentre otra forma de hacerla. -Una larga pausa de silencio mezclada con el ruido de los remos, después un profundo suspiro-. Si por lo menos hubieras tenido el buen sentido de dejar en paz a la muchacha.
Te lo advertí una vez, pero supongo que lo olvidaste. Demasiado tiempo me he ocupado de la seguridad de la muchacha para dejar que alguien la tome por la fuerza. No, ni siquiera tú.
Ruark maldijo mentalmente y trató de aflojar las cuerdas de sus muñecas pero estaban atadas muy bien y muy apretadas. Era inútil luchar, de todos modos. No creía que Pitney le quitaría la mordaza para escucharlo y menos cuando Shanna lo había convencido.
Los remos se movieron más despacio y una voz llegó hasta el bote. Pitney respondió y momentos después Ruark fue levantado sobre un hombro y arrojado sin ceremonias sobre la cubierta del barco. Ruark contuvo un gemido y permaneció sin moverse, aunque le parecía que todo su cuerpo palpitaba con el dolor de su cabeza. No pudo entender las palabras del diálogo que siguió pero oyó el tintinear de monedas mientras era contada una suma considerable. Unas fuertes pisadas cruzaron la cubierta y Ruark supo que Pitney se marchaba. No mucho después le quitaron el saco de la cabeza y arrancaron la mordaza de su boca. Le arrojaron un balde de agua salada y rudamente lo hicieron ponerse de pie. Todavía maniatado, lo amarraron a un mástil.
Acercaron una linterna y en su luz apareció una fea cara.
– Muy bien, muchacho -dijo una voz ronca y áspera-. Quédate quieto aquí hasta que podamos ocuparnos de ti.
La linterna se alejó. En medio de órdenes en voz baja fueron izadas el ancla y las velas. Pronto una fresca brisa matutina acariciaba. el rostro de Ruark y la goleta cabalgaba sobre las olas. Ruark giró el cuello y vio que las luces de Los Camellos, cada vez más lejos, se perdían de vista. Por fin Shanna lo había hecho abandonar la isla.
Ruark suspiró resignado y apoyó nuevamente su cabeza en el mástil. De alguna manera encontraría una forma de regresar y renovar sus reclamaciones. Esto nada cambiaba. Ella aún era su esposa: Pero primero debía superar lo mejor posible esta situación y sobrevivir.
Ruark pasó su primera noche a bordo atado a la base del mástil principal. La goleta apenas había perdido la isla de vista cuando echó el ancla otra vez. Con excepción de la guardia en el alcázar, el navío parecía desprovisto de vida. Sólo cuando hacían dos horas y que había salido el sol, un tripulante pasó lo suficientemente cerca para que Ruark lo llamara. El hombre se encogió de hombros y se dirigió a la popa. Momentos más tarde llegó un inglés corpulento quien después de estar unos minutos apoyado en la borda, vio a Ruark y fue a su lado.
– Yo. diría, señor -dijo Ruark, iniciando la conversación- que hay pocos motivos para tenerme atado, pues no les he hecho ningún dasafio y ciertamente no pienso hacérselo. ¿No sería posible que me desaten para poder atender a mis necesidades?
– Bueno, muchacho -dijo el inglés-, no tenemos motivos para causarte incomodidades pero tampoco veo razón para confiar en ti. Vaya, si ni siquiera te conozco.
– Ese problema se soluciona muy fácilmente -repuso Ruark-. Me llamo Ruark. John Ruark, hasta hace poco siervo de Su Majestad lord Trahern. -Tuvo la inspiración de pronunciar el apellido en un tono levemente despectivo-. Me doy cuenta de que usted ha recibido una suma importante para recibirme a bordo y diría que como pasajero que tiene su pasaje pagado, por lo menos debería disfrutar de libertad en el barco -Señaló con la cabeza hacia el horizonte-. Como podrá usted imaginar, no tengo intenciones de abandonar la cubierta.
– En eso no veo inconveniente. -El hombre escupió por arriba de la borda. Sacó un cuchillo y probó el filo con su pulgar-. Me llamo Harripen o Capitán de mi propio barco cuando estoy a bordo. Harry, para, mis amigos. -Se inclinó y con rápidos movimientos cortó las cuerdas que tenían a Ruark asegurado al mástil.
– Muchas gracias, capitán Harripen. -Ruark eligió el título más, respetable y se frotó vigorosamente las muñecas para restablecer la circulación-. Estoy en deuda con usted.
– Está bien -gruñó su benefactor-. Porque yo no le debo nada a nadie-. Nuevamente miró a Ruark fijamente, como perforándolo con un ojo bizco-. Hablas muy bien para ser un siervo. -Aunque fue una afirmación, sonó como una pregunta.
Ruark rió levemente.
– Le aseguro que es un estado temporario, capitán, y en verdad no sé si condenar a quienes se volvieron contra mí o agradecerles. -Señalo con la cabeza hacia el castillo de proa-. Si me disculpa, capitán, tengo que atender necesidades que esperan desde hace mucho rato. Le quedaré muy agradecido si puede arreglar que yo hable con el capitán de este barco más tarde.
– Puedes estar seguro de eso, muchacho. -El hombre escupió otra vez.
Ruark atendió sus necesidades y después encontró comida y un jarro de ale. Esto último parecía la mercadería más abundante a bordo. Tomado su desayuno, buscó un rollo de cuerda en un lugar a la sombra y se tendió para recuperar el sueño perdido la noche anterior.
Cuando no faltaba mucho para el crepúsculo fue despertado y llevado á la cabina del capitán, donde fue sometido a un largo y silencioso examen por unos hombres sentados alrededor de una mesa.
Ruark nunca había visto caras más siniestras. Un mulato se echó adelante en su silla, apoyó sus gruesos brazos en la mesa y atravesó a Ruark con una mirada sombría.
– ¿Un siervo, dices? ¿Cómo sucedió eso?
Ruark pensó rápidamente mientras miraba las caras con cicatrices que lo miraban curiosas. Si estos eran buenas personas de cualquier sociedad, él era un niñito inocente.
– Asesinato. -Los miró a todos, uno por uno, y ninguno pareció sorprenderse-. Me compraron en la cárcel y me hicieron trabajar para pagar mi deuda.
– ¿Cómo saliste de la isla? -preguntó Harripen, escarbándose los dientes con las uñas.
Ruark se rascó perezosamente el pecho y sonrió lastimeramente.
– Una dama a quien no le gustó una muchachita retozona que estaba aguardándome en el henil.
– Debe de ser una dama muy rica por las monedas que pagó para verte lejos.
Ruark se encogió de hombros.
– ¿Qué guarda el hacendado en sus depósitos? -preguntó el capitán de la goleta-. ¿Tesoros? ¿Sedas? ¿Especias?
Ruark miró al hombre con una perezosa sonrisa y se frotó la barriga.
– Hace tiempo que no pruebo bocado, compañero. -Señaló con el pulgar las fuentes que seguían llenas en un extremo de la mesa-, ¿Puedo comer algo?
Le acercaron una pierna a medio comer de algún animal pequeño junto con un jarro de ale tibio. Ruark acercó una silla y se dispuso a comer.
– ¿Qué hay de esos depósitos?,-insistió el hombre de la cicatriz.
– Páseme el pan por favor, compañero. – Ruark se limpió la boca con el dorso de la mano y bebió un sorbo de ale. Cortó un trozo del pan que mojó en el jugo del plato, después tomó una camisa que colgaba del respaldo de su silla y se limpió las manos con ella.
– Ya has comido lo suficiente -gruñó el mulato-. ¿Qué hay en esos depósitos?
– De todo. – Ruark se encogió de hombros y soltó una carcajada burlona-. Pero no tiene ningún valor para ustedes. -Sonrió a los hombres que lo miraban ceñudos-. Nunca podrán entrar al puerto. -Hundió un dedo en el ale y dibujó sobre la mesa un círculo parcial, dejando sus extremos separados. Su dedo ensanchó el fondo del círculo-. Esto es el pueblo, donde están los depósitos -añadió para beneficio del mulato-.
Aquí -trazó una "X" en un extremo del arco- y aquí -trazó otra "X" frente a la primera- hay baterías de cañones. Para entrar al puerto hay que pasar entre ellos. -Trazó una línea a través de la abertura.
Ruark se echó atrás en su silla, miró los rostros que lo observaban y rió por lo bajo.
– Los harían volar en pedazos antes que se acercaran a los depósitos -dijo.
Ruark sólo había supuesto que podían ser piratas, pero ahora la decepción de sus rostros se lo confirmó. El inglés, Harripen, se echó atrás y nuevamente se limpió los dientes.
– Pareces muy alegre, muchacho -rugió-. ¿Podría ser que estés guardándote algo en la manga?
Ruark cruzó sus brazos desnudos y estuvo un largo momento sin responder, como si estuviera considerando un problema.
– Bien, compañeros -dijo con una sonrisa torcida- si yo tuviera una manga eso podría decirse, pero como pueden ver, nada tengo más que un triste par de calzones apenas dignos de ese nombre. De modo que, en mi pobreza, todo lo que yo posea me es muy preciado y tiene un precio. -Rió ante las expresiones súbitamente iracundas-. Como ustedes, yo no hago nada por nada. He observado mucho tiempo las debilidades de la isla de Trahern y conozco un camino para llegar con pocas pérdidas y con la probabilidad de muchas ganancias. -Ruark se inclinó, hacia adelante, apoyó los codos sobre la mesa y con un gesto les indico que se acercaran, como si fuera a confiarles algo-. Puedo mostrarles un camino para entrar y decirles dónde se guardan los dineros de la tienda y del propio Trahern.
Los piratas encontrarían en esos cofres dinero suficiente para que lo consideraran un buen botín, pero Ruark sabía que Trahern guardaba la mayor parte del dinero en su propia caja fuerte en la mansión.
– Por supuesto -Ruark se reclinó en su silla y pareció despreciar las expresiones ahora ansiosas de los piratas- si ustedes quieren la estopa y las balas de cáñamo de los depósitos, también pueden ir allí. -Esperó un momento, se encogió de hombros y extendió sus manos-. No tengo mucho más para ofrecer, caballeros. ¿Qué dicen?
El capitán mestizo francés sacó un cuchillo de hoja ancha y pasó el dedo por el filo bien asentado.
– Tienes tu vida, siervo -dijo con gesto despectivo.
– Ajá, tengo mi vida -dijo Ruark, y agregó-: Devolví el favor advirtiéndoles de la presencia de los cañones. Pero también les diré que el Hampstead, con veinte buenos cañones, está anclado en el puerto. Si
ustedes entraran en la rada tendrían que enfrentarse con eso. ¿Y cuánto tiempo resistirían?
– Sin duda, exigirás la parte de un capitán por tu plan -replicó sarcásticamente el mestizo- mientras nosotros arriesgamos nuestros pescuezos.
– La parte de un capitán estaría muy bien, gracias -aceptó Ruark con una risita, ignorando la ironía del otro-. No soy excesivamente codicioso. En cuanto a los pescuezos, yo los guiaré y de esa forma arriesgaré el mío por ambos lados.
– ¡Hecho, entonces! La parte de un capitán si tomamos el botín
– dijo el capitán Harripen, disfrutando el disgusto de su compinche francés-. Vamos muchacho, habla. ¿Cuál es tu plan?
Aunque no se notó ningún movimiento, la atmósfera de expectativa se intensificó sensiblemente. Todos eran todo oídos para escuchar los detalles del plan.
– Cerca del extremo oriental de la isla -improvisó Ruark- el agua es profunda y el barco podría llegar a menos de un cable de la costa.
– ¿Y por el oeste? -preguntó el mulato con recelo.
– ¡Poca profundidad! -replicó Ruark-. Dos o tres brazas, como máximo, con un arrecife frente a la costa. Lo más cerca que llegarían serían una o dos millas. – Ruark no quería que desembarcaran cerca de la mansión pero sus palabras eran, en su mayor parte, exactas, aunque no mencionó los hombres que patrullaban las costas de noche..
– ¡Deja que el muchacho hable! -interrumpió Harripen con impaciencia, y el mulato obedeció de mala gana.
.
– En la colina hay un cañón de señales -empezó Ruark nuevamente.
– Sí, eso 1o sabemos. Lo oímos cuando llegamos -dijo el holandés.
– Un disparo es un barco avistado, pero si oyen dos es una alarma -continuó Ruark-. Ahora bien, ustedes pueden desembarcar una fuerza pequeña y yo les mostraré dónde obtener el mejor botín en la forma más sigilosa y sin despertar a toda la isla.
Las cabezas se acercaron y Ruark expuso para ellos su falso plan. El sabía que el cañón haría fuego y que de noche un disparo era 1o mismo que dos para dar la alarma. Donde él haría desembarcar a los piratas, el pueblo tendría una hora larga para prepararse, y ninguno de los pequeños botes que él había visto en la cubierta tenía capacidad para más de unos pocos incursores. Aun si eran arriados dos botes no podrían embarcarse en ellos más de treinta hombres y varios tendrían que quedarse a cuidar las embarcaciones. Trahern no tendría dificultad en despachar a la partida de desembarco y, con la tripulación de la goleta reducida, el Hampstead no tendría problemas en capturar al barco pirata.
A él no le sería fácil escapar una vez que estuviera en tierra aunque, seguramente, Trahern lo escucharía antes de castigarlo. Pero Ruark ya no se sentía obligado por ningún compromiso a seguir protegiendo el secreto de Shanna y diría la porción de la verdad que fuera necesaria.
Los capitanes piratas parecieron satisfechos con su plan y dejaron que Ruark regresara a su lecho de cuerdas. En la hora más oscura de la noche, la tripulación levó anclas y desplegó las velas. El barco apenas había empezado a moverse cuando Ruark encontró al inglés y al mestizo Pellier de pie ante él, apuntándole con sus pistolas.
– Hemos hecho dos cambios en el plan -dijo el francés, riendo burlonamente-. Tú quedarás a bordo como garantía de tu buena información y nosotros elegiremos el lugar de desembarco.
Ruark los miró fijamente. Un helado temor empezó a crecer dentro de su vientre.
Casi amanecía cuando Shanna regresó a sus habitaciones desde la casa de Pitney e inmediatamente cayó en un sueño de agotamiento, pero durmió sólo unas pocas horas, hasta que fue abruptamente despertada por los gritos de su padre que retumbaban en toda la casa.
– ¡Maldición! ¡Búsquenlo y encuéntrenlo!
Shanna saltó de la cama, se vistió de prisa y bajó. Cautamente, trató de aparecer tranquila cuando entró en el comedor, donde estaban reunidos numerosos hombres. Capataces, varios siervos, Elot con el sombrero aplastado de Ruark en las manos, Ralston y hasta Pitney se hallaban alrededor de la mesa, frente al hacendado, quien estaba cualquier cosa menos contento.
– ¿Qué sucede, papá? -preguntó Shanna, fingiendo inocencia, mientras se acercaba a la silla de su padre.
– ¡El muchacho! ¡Se ha ido… ha desaparecido!
Shanna se encogió de hombros dulcemente.
– Papá ¿de qué muchacho hablas? Aquí hay, por lo menos, unos… Trahern la interrumpió.
– ¡Hablo de John Ruark! ¡No se lo encuentra en ninguna parte! -Oh, papá -dijo Shanna y rió con ligereza. Su actuación era brillante-. El señor Ruark no es un muchacho. Es un hombre, sin duda:
¿No lo hemos discutido hace unos meses, acaso?
Trahern rugió:
– No estoy para oír frases ingeniosas cuando hay trabajo que hacer. ¡Y nada puede hacerse sin el señor Ruark!
– Pero seguramente, papá -Shanna puso una mano sobre el brazo de su padre- estos hombres son tan capaces como él para la tarea. ¿Ellos no pueden continuar con el trabajo del señor Ruark hasta que lo encontremos?
– ¡Se ha marchado! -La afirmación de Ralston siguió rápidamente a la pregunta-. Ha huido de su contrato de servidumbre. No se lo atrapará a menos que se envíe una flota para registrar a ese barco colonial que estuvo anclado ayer a la mañana.
Ralston se apresuró a cargar la culpa en cualquier parte antes que alguien recordara que había sido él quien trajera a John Ruark a Los Camellos. Pitney bebía lentamente un jarro matutino de ron y se mantenía fríamente remoto mientras observaba al padre y la hija.
– Elot encontró este sombrero en los establos -dijo uno de los capataces-. El estaba atendiendo a la yegua que trajeron.
– Ajá -dijo Ralston-. Una yegua por un siervo. ¿Es esto lo que los coloniales entienden por un buen trueque? Han tomado al señor Ruark bajo su protección y se lo llevaron, directamente debajo de nuestras narices..
– Tranquilícese, señor Ralston. -El hacendado miró fijamente al hombre flaco-. Yo no lo culpo a usted por la presencia de Ruark ni por este problema. Ciertamente, todos nos hemos beneficiado de los talentos del señor Ruark. Sólo que tenemos más de un proyecto en marcha y no podremos completarlos sin él.
Ralston no estaba más dispuesto a aceptar este enfoque de la cuestión, porque parecía que el señor Ruark podía regresar sin sufrir ningún castigo y eso iba en contra de sus intereses. No pudo pensar una réplica y quedó en confundido silencio.
En medio de esta discusión, que sir Gaylord entró lentamente, con aspecto bien descansado y sus mejillas rosadas pregonando su buena salud..
– Diría que aquí hay mucha conmoción. -Miró a. Shanna momentáneamente ceñudo-. ¿Puedo ayudar en algo?
Shanna casi le hizo una mueca de desprecio pero se dio cuenta de que eso hubiera sido una locura en presencia de su padre. En cambio, tomó delicadamente una taza de té y bebió un sorbo, antes de responder.
– Parece, señor, que el señor Ruark ha desaparecido. ¿Quizá usted sepa dónde se encuentra?
Gaylord levantó las cejas, sorprendido.
– ¿El señor Ruark? ¿El siervo? ¡Vaya! ¿Dice usted que ha desaparecido? Bueno, yo le vi por última vez… a ver, déjeme recordar… anteanoche, en esta misma mesa ¿desde entonces está ausente?
Trahern suspiró con impaciencia. Le costó un esfuerzo considerable suavizar sus palabras.
– Esta mañana tendría que haber estado aquí, en mi mesa. Nunca llegó con retraso.
– Quizá haya enfermado -sugirió Gaylord-. ¿Han enviado a alguien
– El muchacho no está -interrumpió Trahern en tono cortante-. He enviado por él a toda la isla y nadie lo ha visto.
Gaylord pareció perplejo.
– Palabra de honor, no sabía que un hombre podía desaparecer así -dijo-, especialmente en una isla como ésta. ¿El es inclinado a… vagabundear un poco? -Ante la mirada interrogativa de Trahern y de Shanna, se aclaró la garganta y se disculpó ante ella-. Perdóneme, mi estimada señora, por ser tan atrevido en presencia suya. Pero siendo usted una viuda debe estar enterada de que algunos hombres, en ocasiones, disfrutan de… ah… de la compañía de… una dama. Quizá él ha sido… ejem… demorado.
La taza de Shanna tembló en el platillo y casi derramó el líquido caliente sobre su regazo antes de recobrar su compostura. Para desgracia de Gaylord, Berta entró a tiempo para escuchar las últimas palabras y rápidamente dio al hombre una acalorada respuesta.
– Ella es poco más que una criatura, apenas una niña, y le agradeceré que se guarde esas groserías para usted.
Pitney se llevó su ron a la boca y miró a Shanna mientras Gaylord se apresuraba a disculparse humildemente ante las dos mujeres.
Trahern soltó un bufido e ignoró el apuro de Gaylord.
– Reconozco al muchacho -dijo- el mérito de conocer la diferencia entre el placer y el trabajo. Temo que le haya ocurrido una desgracia; de otro modo estaría aquí.
– Ajá -dijo Ralston despectivamente-. Encontró un lugar donde ocultarse en ese barco que zarpó durante la noche. ¿Por qué, si no, zarparía sigilosamente? No volverán a ver al señor Ruark a menos que ofrezcan una recompensa por su devolución. Y si lo atrapan, habría que colgarlo como ejemplo y para que los demás no hagan lo mismo.
Trahern soltó un largo suspiro.
– Si no se lo encuentra tendré que aceptar que se ha marchado por su propia voluntad. Si es así, ofreceré cincuenta libras por su captura.
Ralston se pavoneó con su renovada importancia y dirigió una mirada a Shanna.
– ¿Qué piensa usted, señora? -dijo-. ¿No está de acuerdo en que es un renegado traidor que debería ser colgado por villano?
Shanna estaba aturdida, incapacitada de replicar. Sus pensamientos se atropellában unos a otros en tremenda confusión. Ni siquiera en sus momentos de más descabellada imaginación había pensado que cazarían a Ruark como a una bestia enloquecida. Vio que Pitney la miraba serio, ceñudo, ominoso Y acusador, y no supo qué responder.
La búsqueda de Ruark continuó toda la tarde. Shanna se retiró a su dormitorio y trató de aventar los corrosivos temores que habían empezado a atormentarla. Dio a Hergus la excusa de que no se sentía bien para vestirse y buscó nuevamente la comodidad de su cama para recuperar algunas de las horas de sueño que había perdido durante la noche. Finalmente el agotamiento se impuso a su mente agitada y se hundió en un dulce olvido. Los sueños empezaron a invadir la paz de su sueño. Veíase feliz, rodeada de niños de diferentes edades mientras apretaba a un bebé contra su pecho. Oía las risas de los pequeños que jugaban y uno que apenas estaba aprendiendo a caminar era levantado en los fuertes brazos del padre. Sus cabezas oscuras se unieron y el padre resultó Ruark, quien reía, se le acercaba y se inclinaba para besarla.
Shanna despertó sobresaltada, con el cuerpo empapado en transpiración. ¡Era una mentira! Súbitamente cayó en una profunda tristeza. ¡El sueño jamás podría realizarse! Una sensación opresiva, dolorosa, de soledad la acometió y ella se retorció bajo su peso aplastante y sepultó la cara en las almohadas. A causa de sus actos no volvería a ver jamás a Ruark, no sentiría la dulce, acariciante calidez de los labios de él en los suyos y no volvería a ser consolada entre esos brazos protectores.
Estaba oscuro cuando llegó Hergus con una bandeja de comida. Shanna ocultó sus ojos hinchados detrás de las páginas de un libro y pidió suavemente a la mujer que dejara la bandeja sobre una mesa, sin preguntarle por qué la había traído. La criada, sin embargo, ofreció la información mientras observaba con recelo a su joven ama.
– Su padre me pidió que le dijera que sir Gaylord cree que vio a alguien parecido al señor Ruark en la aldea y el hacendado se ha ido a registrar la población, llevándose consigo a todos los hombres de]a isla
para ver si encuentran al señor Ruark. Vaya, no ha quedado un solo hombre en la casa. Su papá está fuertemente decidido a capturar al señor Ruark, si es que pueden encontrado. Me pregunto adónde puede haber ido.
Shanna siguió muda y la mujer finalmente se marchó, sin más información que la que traía al entrar.
Para Shanna el tiempo empezó a deslizarse en una agonizante eternidad. No pudo obligarse a tomar ni siquiera un pequeño bocado de la comida que estaba en la bandeja. Se puso un camisón liviano y una bata y se sentó a leer con un libro de poesías sobre su regazo. No logró concentrarse: en cada verso veía al héroe, esbelto y moreno, un hombre semidesnudo, de aspecto salvaje y con ojos de ámbar. Con un gemido, arrojó el libro a un lado y se tendió sobre la cama para mirar al vacío. Su reloj anunció las once de la noche. Tiempo después oyó un ruido abajo y pensó que era su padre que regresaba, derrotado, por supuesto. Entonces llegó a sus oídos el ruido de vidrios rotos. ¿Su padre encolerizado? Eso podía entenderlo. El había llegado a estimar a Ruark. Ahora seguramente creía que Ruark 1o había traicionado.
Una puerta se cerró violentamente. Shanna se levantó, tomó una vela, cruzó su saloncito y salió al pasillo. Hergus había dicho que todos los hombres habían salido con el hacendado. Si él había regresado, entonces los sirvientes tenían que haber venido con él. Pero la casa estaba a oscuras y por primera vez en su vida le pareció extrañamente amenazadora.
– ¿Quién está ahí? -preguntó Shanna desde la cima de la escalera y trató de ver entre las sombras de la planta baja.
No obtuvo respuesta, sólo un denso y opresivo silencio. Shanna puso valientemente un pie en la escalera y empezó a descender lentamente, atenta, esperando un sonido familiar que aflojara sus tensiones. Una pisada apagada rompió la fantasmal quietud y Shanna sintió que se le erizaba 1a piel de la espalda. Pero juntó coraje, y terminó de bajar la escalera, protegiendo con su mano la llama de la vela.
– ¿Quién es? i Sé que usted está ahí!
Había dado solamente dos pasos desde la escalera cuando una mano velluda surgió de la oscuridad y arrebató la vela. Shanna ahogó una exclamación y giró. La luz fue levantada hasta que reveló una cara picada de viruelas; una cicatriz que la recorría en toda su longitud tiraba hacia bajo del ángulo de un ojo en un curioso pellizco de piel. Una sonrisa repulsiva dejaba ver unos dientes disparejos, ennegrecidos. En ese momento de terror de pesadilla, pareció que el demonio había tomado forma humana.