Ruark había observado a Pellier llevándose a Shanna por la planchada y entre la multitud hasta que desaparecieron de vista. Entonces volvió su atención a los cuatro que estaban frente a él.
– Tengo cosas más importantes en que ocuparme que barrer ninguna cubierta -afirmó bruscamente.
– Vaya -rió el piloto -veo que quieres empezar por arriba. Bueno, hombre -los ojos del piloto se entre cerraron- para ser un capitán debes tener un barco y tienes que ser el mejor hombre de la tripulación. Pero tú nada has hecho salvo comer nuestra comida y beber nuestro ale.
Lentamente, Ruark retrocedió hasta que sintió la borda contra Su espalda. Su pie dio contra un cubo de arena que se mantenía al alcance de la mano para el caso de que se produjera algún incendio. Su mano dio contra un lugar donde se guardaban las cabillas. Los piratas no tenían pistolas pero tocaban, con evidente deleite, los mangos de los machetes que llevaban en sus cinturones. Ruark adivinó que Pellier había dejado órdenes que lo privarían de la parte de botín que le habían prometido. Un rápido final, sin duda, era lo que esperaba el mestizo. Pero este colonial tenía otros planes.
Sus ojos cayeron sobre la puerta entreabierta de la cabina del capitán y recordó las harinas que había visto allí cuando ellos lo interrogaron. Se apoyó en la borda y miró a los hombres. Había representado hasta ahora el papel de inofensivo cachorro, con la esperanza de que ellos relajaran su vigilancia. Debió de haber considerado que ellos eran chacales, dispuestos a devorar al indefenso. Ruark casi sonrió. "Veamos qué hacen los chacales cuando se enfrentan con un hombre de verdad", pensó.
No viendo nada que ganar si esperaba más tiempo, Ruark se agachó y con un rápido movimiento arrojó el cubo de arena a las caras de ellos. ¡Cuando los hombres, jurando y frotándose los ojos, retrocedieron! tropezando, él tomó rápidamente una cabilla del soporte y golpeó fuertemente con ella la cabeza del que tenía más cerca. A otro lo hizo doblarse en dos con un golpe debajo de las costillas y atajó el salvaje ataque del piloto quien había desenvainado su machete. La cabilla casi se quebró en dos pedazos al atajar el golpe del machete y Ruark, viendo que ya poco le serviría como arma, la arrojó a la cara del cuarto hombre, quien se agachó para esquivarla y chocó con el piloto. Ruark corrió entonces hacia la cabina y cerró la puerta tras de sí mientras varios cuerpos golpeaban del lado opuesto. Corrió el cerrojo y pasó los instantes que había ganado de ventaja en la búsqueda de un arma. Hizo a un lado una ornamentada espada de gala y puso la mano en el puño de un sable largo y corvo. Sacó la hoja de la vaina y el acero desnudo refulgió en la penumbra con un brillo cómplice. Aunque robusto, su equilibrio era tal, que apenas pesaba en su mano.
Ruark se acercó a la puerta y oyó los fuertes golpes. Entonces, en una pausa, descorrió el cerrojo y aguardó. La puerta se abrió violentamente y el peso de los hombres los hizo caer de cabeza dentro de la cabina. Ruark dio un punta pie en el trasero al último que entró. El piloto se puso de pie y cargó con un gran alarido y blandiendo su machete. La pesada hoja se dobló contra el moho del sable y se quebró contra un cofre de hierro. El sable, con la velocidad de una cobra, abrió el hombro del piloto y la delantera de su chaqueta. El hombre cayó hacia atrás.
El piloto miró su pecho donde una línea roja, delgada, empezaba a rezumar gotitas de sangre. Los otros se reunieron detrás de su líder como si su cuerpo los fuera a proteger de la amenazadora hoja del sable. Uno levantó vacilante su machete y Ruark se lo arrancó de las manos y pasó el borde mohoso de su sable por el antebrazo del hombre, donde dejó una línea roja de la que empezó a manar sangre. El pobre tipo gritó como si le hubieran arrancado el corazón. Aquí no había un cobarde desarmado que imploraba clemencia, como le habían dicho, sino un hombre vivo, peleador, decidido a no entregarse sin luchar.
El más pequeño de los cuatro decidió que ya había hecho bastante, cruzó corriendo la cabina y se arrojó contra las ventanas de la popa. Pero los gruesos cristales y los sólidos marcos estaban hechos para resistir la fuerza de los huracanes y el hombre rebotó hacia el suelo donde rodó gimiendo y sangrando por la cabeza y un hombro. Otro tuvo la previsión de abrir la ventana antes de marcharse por allí. Su éxito hizo que sus compañeros lo imitaran. El piloto saltó con una agilidad sorprendente para su edad y cuando Ruark se le acercó, el hombre que estaba en el suelo comprendió la conveniencia de una retirada inmediata. El también saltó al agua Y empezó a nadar hacia la costa.
Ruark se acercó a las ventanas para asegurarse de que se habían marchado y vio una silueta oscura, larga, que pasaba debajo de la popa del barco.
Una alta aleta cortó la superficie un momento después y el grito del piloto anuncio que el también había avistado al tiburón. El hombre se adelantó a sus hombres nadando frenéticamente hacia la costa y pronto todos desaparecieron en la marisma, dejando solamente cuatro huellas mojadas en la playa para señalar su paso.
Ruark ahora revisó la cabina con menos urgencia, aunque la necesidad de ir en pos de Shanna lo hizo apresurarse en su selección. Encontró un par de buenas pistolas en el escritorio del capitán y verificó la carga y los disparadores. Se maravilló ante la forma cómoda en que quedaron ajustadas por su cinturón. Un sombrero de ala ancha, de paja tejida estaba hecho con una perfección que rivalizaba con los sombreros de Trahern. Lo confiscó. Añadió un justillo de cuero sin mangas y tomó prestados una pipa de arcilla y un saquito de tabaco de un estante. La vaina del sable fue colgada de una faja sobre su hombro y, así equipado, Ruark salió a cubierta y por el muelle se dirigió a la costa. No había visto hacia donde habían ido los capitanes y sus hombres pero adivinó que estarían en el edificio blanco, que era el más grande que se veía por allí.
En el camino, a través de un laberinto de casas más. pequeñas, Ruark se vio objeto de muchas miradas, aunque nadie se movió para detenerlo. Las miradas de algunas de las mujeres eran más atrevidas. Por fin llegó frente a la posada y alzó la vista hacia el mascaron de proa que se balanceaba suavemente en sus soportes. De adentro llegaba el ruido de agitado jolgorio. Pellier pedía a gritos más ale y Ruark entró y se quedó en la sombra.
El lugar era un manicomio. Los olores de cuerpos sucios, sudados, hacinados en el salón, mezclaban se con los aromas del ale fuerte y de un cerdo que se asaba en el fogón. Madre dejó su jarro vacío y aguardo en silencio mientras a su alrededor continuaba el barullo. Cuando el gigante habló, dirigiendo su mirada hacia el rincón oscuro, surgieron a su alrededor murmullos airados y muchas manos fueron hacia las empuñaduras de sus armas.
– Ven y toma un trago con nosotros -dijo Madre-. Y dime por qué te quedas en la oscuridad.
Pellier dejó su jarro de un golpe y miró sorprendido cuando Ruark salió de las sombras y aceptó el ofrecido jarro de ale.
Ruark calmó lentamente su sed, suspiró y dejó el pichel. Su mirada recorrió la habitación. Sonrió con despreocupación y se encogió de hombros.
– No tengo la culpa de estar aquí -dijo- pero estos caballeros están en deuda conmigo. -Señaló a los capitanes-. No querría insistir con este negocio, señores -dijo disculpándose burlonamente- pero como ustedes saben, estoy sin un penique y parece que ni siquiera aquí hay nada que sea gratis.
Ruark notó que muchos ojos fueron al sable y a las pistolas cuyas culatas estaban muy cerca de sus manos.
– ¡Bah! -dijo Pellier-. Denle una o dos monedas de cobre y 1arrójenlo de aquí.
– ¿Monedas de cobre? -replicó Ruark-. Mucho más debió usted prometerle a su piloto. -Su tono era despectivo y burlón-. Nunca había visto un hombre con tanta prisa por arrojarse al agua. -Se dirigió, a los otros-. Me prometieron la parte de un capitán, si recuerdan bien, y puedo perdonar el intento de birlarme lo que me corresponde. Pero si yo no les hubiera advertido, ustedes habrían caído directamente bajo los cañones de Trahern. Ellos los habrían hundido con el solo peso del plomo mucho antes que ustedes se acercaran a la aldea.
– Tiene razón -dijo de mala gana uno de los capitanes inferiores-. El nos dijo la verdad.
– y si hubieran desembarcado donde no los veían, como sugerí yo -continuó Ruark- habrían llegado a la aldea y regresado con algo de verdadero valor.
Esto último no era del todo verdad porque él había estado en la atalaya de la colina y sabía que desde allí era visible toda la costa.
– ¡Ah, muchachos! -interrumpió Harripen-. No tengo estómago para esta disputa ociosa. -Sacó de su faja un saquito con monedas y lo arrojó a Ruark-. Aquí, siervo, encuentra una moza para divertirte.
Cuando el oro sea pesado te daremos la parte que te corresponde. Ruark tomó el saquito y calculó que contenía una suma no pequeña. Dio las gracias con un movimiento de cabeza pero Pellier resopló disgustado y volvió a su jarro.
Ante la palabra siervo Madre había puesto más atención y ahora se inclinó hacia el recién -llegado.
– ¿Siervo, has dicho? -Sus ojos relampaguearon a la débil luz de la linterna-. ¿Estabas en servidumbre con Trahern?
– Ajá -replicó Ruark-; fue una elección entre la horca o la servidumbre, de modo que me embarcaron de Inglaterra a Los Camellos. -Apoyó un hombro en un poste y estudió abiertamente a los hombres sentados alrededor de la mesa-. También tengo otra cuenta que arreglar, pero hay tiempo para eso.
Madre rió y lo saludó con su jarro.
– .Entonces tenemos algo en común -dijo-. Yo era siervo de Trahern hace muchos años. La muchacha apenas llegaba a la rodilla de su padre, entonces. -Bebió más ale y continuó-: Peleé con un hombre en una lucha limpia y lo maté. Trahern dijo que yo tenía que hacer su bajío además del mío hasta pagar la deuda del hombre. -Se hundió en su silla y con voz sombría, explico- trate de escapar y me capturaron. Me ataron a. una puerta de escotilla para azotarme como ejemplo. El capataz principal se sentía contento con su trabajo y cuando me hubo dejado la espalda ensangrentada, se ocupó de, mi pecho y golpeó más abajo:
Madre vacío el Jarro y 1o arrojo contra una pared.
– ¡Hizo de mí un maldito eunuco!: -Golpeó la mesa con el puño para acentuar la última palabra. Después se deslizó hacia abajo en su silla y su cuello desapareció entre pliegues de grasa. Casi como para sí mismo, dijo-: Pero él no me agarrará otra vez. No, no lo conseguirá. Harripen se puso de pie para estirar las piernas y al pasar rozó a Ruark con el codo y señaló con la cabeza al gigante.
– Es nuestra querida Madre -sonrió-. El cuida aquí del pueblo, es una especie de alcalde.
Ruark contempló al eunuco quien estaba llenando otro jarro. Madre no era lo que él había esperado, pero no hizo ningún comentario sobre ello. En sus viajes había visto a muchos hombres, pero estos bandidos hubieran hecho que los miserables encerrados en Newgate parecieran niños bien educados. Madre y Harripen actuaban amigablemente para los ladrones que eran pero él no dudaba que si su estilo de vida se veía amenazado, ellos se lanzarían contra el enemigo con la ferocidad de lobos hambrientos.
Ruark siguió observando. No vio señales de Shanna ni de los otros cautivos. Pero con Pellier presente ella no podía estar en peligro muy grande. Sin embargo, se hubiera sentido considerablemente más tranquilo sabiendo dónde se encontraba ella.
Pellier resopló y se puso de pie.
– ¡Bah! -exclamó-. Este ale me amarga las tripas. -Aferró el brazo de la tímida joven que servía a los capitanes y la hizo encogerse de súbito miedo-. Tú, estúpida, tráenos carne y vinos mejores.
La muchacha asintió rápidamente y se marchó para hacer lo que habían ordenado. Pellier volvió a sentarse y se frotó las manos. Fueron traídas fuentes rebosantes de cerdo y aves asadas y Carmelita llevó una botella de vino para Pellier y varias otras que puso sobre la mesa. Cuando ofreció una a Ruark, se inclinó sobre él y le sonrió seductoramente. Se alejó y regresó con una bandeja con finass copas de cristal. Nuevamente miró a Ruark y le sonrió.
– ¡Está contigo, muchacho! -rugió Harripen-. Pero cuídate, muchacho, esa hembra tiene su carácter.
Ruark no hizo ningún comentario pero decidió que ella era una persona a quien convendría evitar en presencia de Shanna. La mujer tenía cabellos negrísimos y piel oscura. Había en ella algo de española, aunque hablaba con un acento similar al de Harripen. Era bastante atractiva para un hombre que buscara una fácil conquista.
Pellier había observado ceñudo los provocativos modales de, Carmelita con el siervo.
Era una afrenta al orgullo del mestizo que ella nunca hubiera desplegado tanta ansiedad por él, y una razón más para. odiar al siervo. Carmelita dejó las copas junto a él y Pellier dejo abruptamente su plato para aferrarla, la hizo sentarse sobre sus rodillas y le acarició rudamente los grandes pechos.
– Ven, Carmelita -dijo Pellier-. Comparte un poquito de eso con un viejo amigo.
Ella apoyó con fuerza su talón sobre el empeine de él, se apartó un poco y le aplicó una sonora bofetada. Pellier quedó atónito mirándola con la boca abierta.
– ¡Viejo amigo! ¡Ja! -se burló ella-. Vienes a mi puerta y la aporreas con tus puños. ¡Bum! ¡Bum! ¡Bum! -Carmelita, con las piernas separadas, agitaba furiosa un puño hacia Pellier-. Me cuentas todos los duelos que tuviste y todos los hombres que mataste, y después te quedas dormido, borracho. -Se le rió en la cara enrojecida y agito flojamente una mano hacia los demás-. ¡El es como el pulpo pequeño que atrapa a un pez grande y no sabe qué hacer con él! ¡Bah!'
Lanzó este último insulto al francés por encima, del hombro después se acercó a Ruark, tomó de manos de él una botella abierta, y sirvió el vino antes de ponerle a él en la boca un trozo escogido de carne
Un extraño sonido vino desde Pellier y Ruark se volvió y miro asombrado. El mestizo había aferrado toda una articulación de cerdo y estaba arrancando vorazmente la carne con los dientes. Masticaba con la boca abierta, bebía un sorbo de vino y después repetía el procedimiento. Ruark miro con incredulidad cuando el hombre se metió en la boca tres bananas maduras y las tragó sin masticar.
Harripen rió.
– Es un bastando de Saint Domingue -dijo-medio francés, medio indio. Aquí trató de hacerse pasar por una persona bien, nacida pero como puedes imaginar, sus modales en la mesa lo delatan. -Después de un momento, Harripen continuó: Pero si Robby es torpe con su comida, en cambio es muy hábil con el acero. Esto todos lo sabemos. Y por eso él está aquí. Ha atravesado con su acero a demasiados franceses en Saint Domingue. Los franceses le hubieran retorcido el cuello una docena de veces. Y si se conociera la verdad, tres docenas de veces. -El -inglés bebió un sorbo de ale y miró a, Ruark-. También le desagrada cualquiera que sea joven y lo suficientemente apuesto como para desafiarle sus derechos con las mujeres. -Harripen rió -. Aja, tenemos aquí algunos tipos raros, y esto es la crema de nuestra pequeña colonia. Espera a conocer a los demás..1
Ruark decidió que tenía paciencia para esperar toda una vida. Ahora, todo lo que quería en el mundo era saber dónde este animal había puesto a Shanna. Probó el vino, un denso tinto italiano, y se preguntó brevemente de qué barco de carga habría sido robado. Sin volverse, dirigió una pregunta a Harripen.
– ¿Cómo arreglan las diferencias aquí? Si hay una discusión sobre algo que dos reclaman al mismo tiempo ¿cómo se decide a quien pertenece?
Harripen rió y gruñó. -Un duelo, amigo mío. Y si es a muerte, el ganador se queda con todo. Por eso Pellier es el más rico de todos nosotros. El ha matado más que ningún otro.
Ruark asintió. Eso era todo lo que necesitaba saber. Se estiró perezosamente, como un gato sin prisa, pasó una pierna sobre el respaldo de una silla y empezó a mirar a los piratas, uno por uno, hasta que ellos empezaron a sentirse incómodos. Cuando la tensión hubo llegado a un nivel aceptable, Ruark rompió el silencio.
– Bien, compañeros, ustedes sigan perdiendo el tiempo con sus copas mientras se está haciendo demasiado tarde.
Hasta Pellier se detuvo y 1o miró intrigado.
– ¿Cuánto tiempo le darán a Trahern para que los cace?
Hubo murmullos de desconcierto y mucho intercambio de miradas porque todos encontraban la pregunta de Ruark ofensiva y confusa.
– Quiero decir -explicó lentamente Ruark, agitando despreocupadamente una mano que sería prudente avisar a Trahern que, ustedes tienen a su hija y que ella está sana y salva. Quizá se le -debería comunicar cuánto tiene que pagar para rescatarla. Veamos-se frotó una mano con un puño-, ella valdría, quizá… cincuenta mil libras. -Se había apoderado de la imaginación de los piratas y muchos ojos brillaron alrededor de la mesa-. Eso bastaría para asegurarle una vida cómoda a cualquiera de ustedes, después, por supuesto, de pagarle un diezmo a Madre por su refugio y quizá unas mil libras a mí. -, Estos hombres entendían la codicia y, en realidad, sospecharían de un hombre que no pidiera su parte. Pero Ruark se apresuró a añadir-: Mi parte sería pequeña pues yo solamente les enseñé el camino para llegar y ustedes fueron quienes la capturaron.
Hizo una pausa y los observó atentamente.
– Pero yo conozco a Trahern -añadió cautamente-. El saldrá en pos de ustedes con todas sus fuerzas y será difícil negociar cuando los tenga bajo sus cañones.
Aunque Pellier le había vuelto la espalda y fingía no escuchar, los otros atendían cuidadosamente todo lo que Ruark decia.
– Si alguno de los prisioneros deseara regresar, se podría enviar un mensaje con él. -Hubo un murmullo general de aprobación, y Ruark continuó, con aire inocente-: ¿Dónde están los hombres?
Antes que los otros pudieran decir nada, el capitán mulato fue al fondo de la habitación, retiró una barra de una gruesa puerta de roble la abrió completamente.
– Fuera, cerdos cobardes -gritó, y se hizo a un lado
Los tres hombres que habían sido capturados con Shanna aparecieron, parpadeando ante la luz. Ruark se acercó y los inspeccionó, uno a uno. Después se volvió, separó las piernas, apoyó las manos en sus caderas, y preguntó:
– ¿Y dónde está la joven?
Pellier resopló. – ¡Ah, maldito! ¡Ahora lo ven! El quiere verla otra vez. Ese fue su juego todo el tiempo..
Del grupo se elevaron gruñidos de cólera pero la voz de Ruark estalló como un látigo.
– Ajá, tonto.
Pellier quedó rígido en su silla al oír el insulto.
– Hay que enviar a estos a Trahern para que le digan que la muchacha está viva. ¿Dónde está ella?
– La perra está donde aprenderá a ser una buena esclava -rugió: Pellier-. Yeso no es asunto tuyo. I
– Cuando Trahern -dijo Ruark- sepa que ella está viva y sana ¡nosotros estaremos seguros. Pero antes no. Si él tuviera alguna duda, arrasaría completamente este lugar.
El mestizo apoyó un pie sobre la mesa, se echó hacia atrás, y miró despectivamente a Ruark.
– Eres un tonto si crees que tú vas a gobernar esta isla -dijo
Ruark entrecerró peligrosamente los ojos. Estaba por desafiar abiertamente al hombre cuando oyó un ruido de algo que caía en el agua y un gemido apagado. En ese mismo momento Ruark vio que la mirrada de su oponente iba hacia la reja sobre la cual había un enorme barril Ruark soltó un juramento y cruzó corriendo el salón.
– ¡Maldito maníaco!
Con el rostro contorsionado por la ira, Ruark pateó el barril y lo envió rodando por el suelo hasta que se detuvo contra la pared.
,
– ¡Harás que nos cuelguen a todos por tus locuras! -gritó con indignación.
Empuñaba una pistola, con la cual disuadió a cualquiera que tuviera intención de interferir. Pero nadie parecía ansioso por detenerlo. Ciertamente, Harripen miraba a Pellier y parecía regodearse anticipadamente pensando en un derramamiento de sangre. Como si fuera una, liviana mesa de juego, Ruark aferró el enrejado y lo arrojó a un costado. De abajo llegaron chillidos y ruidos y después silencio. Sin dejar de vigilar a los piratas, Ruark llamó:
– ¿Mi lady?
Un ruido en el agua y Shanna apareció tendida sobre la pila de desperdicios. Un gemido de dolor se le escapó cuando rodó sobre sí misma y él pudo ver el rostro pálido en la penumbra, contorsionado por miedo. Shanna abrió grandes los ojos cuando lo reconoció, se puso de pie y sollozó el nombre de él. Ruark soltó una maldición y su mirada furiosa recorrió los rostros alrededor de la mesa y se detuvo amenazadora en Pellier. Se juró que esto alguien tendría que pagarlo.
Dobló una rodilla, dejó la pistola apoyada en el borde del agujero y tomó una de las manos de ella que se tendían hacia arriba en silenciosa súplica. Shanna aferró con ambas manos la muñeca de él y él la levantó como si ella fuera una pelusilla de cardo hasta que la depositó sobre el suelo de piedra. Ella se aferró a él, temblando, sollozando suavemente contra su pecho. Entonces vio las caras voraces de los piratas que la miraban y resueltamente se apartó de Ruark para quedar de pie ella sola, sin ayuda. Sin embargo, el esfuerzo fue demasiado para sus miembros trémulos y, como una marioneta cuyos hilos fueran súbitamente cortados, cayó lánguidamente al suelo. Sus sollozos apagados parecieron quemar la mente de Ruark. El no quedaría satisfecho hasta haber saboreado la venganza.
– ¿Ves? -dijo Pellier, riendo burlonamente_. Ella ya ha perdido mucho de esa altanería Trahern.
– Veo que eres incapaz del más simple de los razonamientos -replicó Ruark-. ¿No te das cuenta de que una pieza valiosa debe ser guardada con cuidado?
– Hazte a un lado, bellaco -repuso Pellier-. Quiero ver cómo la ha pasado la perra Trahern..
Shanna levantó la cabeza y dirigió al pirata una mirada cargada de odio.
Ruark se hizo a un lado y permitió que el hombre contemplara a Shanna, pero hizo un llamado al resto de los piratas.
– Es seguro que Trahern pagará el rescate, pero cuando vea así a su hija, encontrará el modo de acabar con todos ustedes.
Los piratas lo miraron fijamente pero se cuidaron de indicar que estaban de acuerdo. El peligro de provocar la ira de Pellier era muy grande.
Pellier se puso de pie y se ajustó los calzones.
– Creo que la dama necesita un poco más de pozo -dijo.
– ¡Ruark! -El gemido de Shanna brotó semi ahogado por el miedo y ella aferró frenéticamente una pierna de Ruark y se apretó contra él.
– Vaya, mi lady -dijo Pellier, burlón-. ¿Acaso su alojamiento no le resulta agradable? -Se acercó unos pasos pero después se detuvo como para reflexionar-. Quizá las sábanas no estén tan limpias como a usted le gusta. -Su voz se convirtió en un áspero gruñido. O quizá sus pequeñas amigas son para usted una compañía más agradable que nosotros;
– Entonces rugió-: ¡Vuelve a tu agujero, perra!
Con esta orden, avanzó para aferrar a Shanna pero ella corrió al ponerse detrás y varios pasos más allá de Ruark. Pudo ser que Pellier simplemente no creyera que otro hombre se atrevería a interferir. Cualquiera que haya sido la causa, ignoró a Ruark y eso fue su caída.
No vio el pie que se proyectó hacia adelante y le hizo una zancadilla. De todos modos, nuevamente probó la dureza del embaldosado de piedra, esta vez con la cara
Un silencio mortal cayó sobre el salón; los que miraban contenían el aliento aguardando lo que sabían que vendría. Pellier rodó sobre, sí mismo, escupiendo polvo, y sus ojos oscuros y llameantes se posaron en Ruark. El colonial se apoderó de una silla y la hizo girar para apoyar su pie sobre ella. Se inclinó hacia adelante, apoyó un codo en la rodilla sacudió la cabeza y habló en tono de reprimenda.
– Aprendes muy lentamente, amigo mío. Yo tengo más derechos que tú sobre la joven. Fui yo quien la veía pasearse de un lado a otro mientras sudaba trabajando para su padre. Fui yo quien los guié a ustedes
hacia la isla. Y si no hubiera sido por mí, ahora estarías sirviendo, de alimento a los peces en el fondo del puerto de Trahern.
La mirada de Pellier pasó a Shanna, quien se refugió detrás de Ruark. Deliberadamente, Pellier se puso de pie y se sacudió el polvo de sus ropas. Ahora estaba extrañamente calmo y había en él una aura de muerte.
– Me has tocado dos veces, siervo -dijo con aire arrogante.
– Para educarte, buen hombre -replicó Ruark y sus palabras fueron como latigazos para el orgullo de Pellier-. A su debido tiempo te enseñaré a respetar a quienes son superiores a ti.
– Me has fastidiado desde el principio -dijo Pellier, luchando por mantener el control de su carácter-. ¡Eres un cerdo! ¡Un cerdo colonial! Nunca me gustaron los coloniales.
Ruark se encogió de hombros ante el insulto y declaro simplemente:
– La mujer es mía.
– ¡La perra Trahern es mía! -aulló Pellier, perdiendo completamente el control. ¡Esto era demasiado! El no podía permitir nuevas erosiones a su posición si quería conservar el dominio que ejercía sobre los demás piratas.
Se abalanzó con la esperanza de tomar desprevenido a su contrincante, pero la silla le golpeó dolorosamente las espinillas.,En seguida Ruark 1o, tomó de la camisa y lo levantó en el aire lo abofeteó con la palma1a en una mejilla y con el dorso de la misma mano, en la otra.
Ruark sacudió al aturdido pirata hasta que los ojos del hombre dejaron de bailar.
– Creo que una bofetada es un desafío -le informó a Pellier en voz tan alta como para que oyeran todos los demás-. La elección de armas es tuya.
Ruark soltó a Pellier, quien se tambaleó hacia atrás hasta chocar con la mesa. Con el rostro enrojecido, enderezó su chaqueta de un tirón. En sus ojos apareció un brillo calculador cuando empezó a considerar las armas que tenían a mano. Las pistolas estaban colgadas en el respaldo de una silla, listas, tentadoras, pero él había oído hablar mucho de la buena puntería de los coloniales.
– Tienes un acero, cerdo -gruñó-. ¿Sabes usado? -El había matado a demasiados hombres con su espada para dudar de su propia destreza.
Ruark asintió, arrimó la silla a la pared y condujo a Shanna hasta allí: Sacó sus pistolas, las amartilló a ambas y las dejó sobre Un barril, bien a su alcance. Por un momento bajó la mirada hacia ella. Shanna hubiera querido decirle alguna palabra amable en lo que podía ser la última oportunidad, pero todavía sentía hacia él un rencor que le sellaba los labios. No pudo mirado a los ojos.
Carmelita se apoyó contra la puerta del cuarto trasero, con la mirada ansiosa de ver sangre. Detrás de ella se acurrucó la muchacha flaca, con el rostro desprovisto de emociones, manteniendo cuidadosamente su lugar. Los otros piratas se prepararon para el espectáculo y la mesa fue empujada hacia un costado para hacer lugar para el duelo. Se hicieron apuestas y mucho dinero cambió de manos. Solamente Madre se abstuvo. El estudiaba atentamente al hombre mas joven.
Ruark sacó la vaina de su faja y la sostuvo en su mano. Una funda suelta, floja, había traído la muerte a más de un buen espadachín y era, en sí misma, un arma efectiva. Cuando desenvainó el sable, el acero brilló con un color azulado y Ruark se alegró de haberse tomado el tiempo suficiente para elegir un arma buena.
Los ojos de Ruark se encontraron con los de Harripen cuando el inglés cambiaba piezas de oro con el holandés.
– Lo siento, muchacho -rió el inglés con un encogimiento de hombros-. Pero tengo que recuperar mis pérdidas. La bolsa que tú tienes irá para el ganador con todas las posesiones del perdedor.
El hombre completó gustosamente su apuesta. Solamente Shanna estaba angustiada por el inminente acontecimiento. Su mirada seguía cada movimiento de Ruark. En su mente exhausta, un millar de pensamientos se perseguían en tremenda confusión. Este hombre que se disponía a defenderla era el mismo con quien ella había compartido momentos de pasión y a quien había hecho expulsar de su lado. Su ira parecía solamente un recuerdo de días pasados, ahora irreal e irracional frente a la ansiedad que por él sentía.:
La ligera espada de Pellier no podía rivalizar con el sable. Por lo tanto, Pellier se apoderó de un machete que colgaba con sus pistolas en el respaldo de su silla. Era un arma ancha, pesada algunos centímetros más corta que el sable que tenía Ruark.
– ¡Un arma de hombre! -dijo Pellier en tono burlón-. Hecha para matar. ¡A muerte, siervo!
De un salto, se lanzó inmediatamente al ataque. Su embestida, fue – intensa y traicionera, pero Ruark adoptó una posición cómoda y, detuvo con facilidad cada golpe. Demasiado tiempo habíase visto obligado a depender de las decisiones de otros para sobrevivir, pero ahora podía apoyarse en su propia destreza. Pronto empezó a atacar, y se dio cuenta de. que su contrincante no era ningún neófito. Pellier mostrabase decidido, pero a medida que sus aceros se encontraron una y otra vez, Ruark empezó asentir la falta de firmeza en el brazo del otro. Lanzó cuatro rápidos ataques y, como por arte de magia, apareció un pequeño corte en la chaqueta de Pellier. El hombre retrocedioo sorprendido.
El machete era un arma para matar pero también era pesado y la fabricación basta. El filo rebotaba contra el fino acero del sable. La victoria no iba a ser tan rápida como había esperado Pellier esfuerzo de sostener el pesado, machete empezaba a hacerse sentir.
Ruark vio una abertura, atacó profundamente y bajo desde el costado e hirió a Pellier en un hombro. Un corte superficial, pero Ruark retrocedió, dispuesto a dar cuartel. Pero Pellier aferró su acero, con ambas manos y se abalanzó. Shanna se estremeció de miedo pues pensó que vería a Ruark rebanado en dos, pero él atajó el golpe con su sable. El fino acero resistió. Por un momento los hombres estuvieron frente a frente, tocándose casi las narices, con los aceros, cruzados sobro sus cabezas y los músculos tensos. Pellier retrocedió rápidamente, Ruark saltó hacia atrás para eludir un golpe dirigido a su vientre.
Ahora el combate se volvió cansador. Las armas se encontraban en fortísimos golpes. Pellier embestia y Ruark detenía las arremetidas. En un momento, la hoja del machete se enganchó, en el borde cóncavo del sable y, ya debilitada, se quebró cuando Pellier trató de liberar1a. Sorprendido, el pirata retrocedió varios pasos y quedó mirando la empuñadura mutilada de su arma. Arrojó al suelo el inútil objeto y abrió las manos como si se reconociera derrotado. Atacarlo en ese momento, hubiera sido un asesinato y Ruark asintió con la cabeza y empezó a envainar su sable.
El grito de Shanna lo alertó. Levantó la cabeza en el momento en que la mano de Pellier se separaba de su bota empuñando un largo estilete Pellier levantó el brazo para atacar. Ruark estaba demasiado lejos para golpear, pero blandió el sable y la vaina voló y golpeo al pirata en la cara. Pellier soltó una maldición, tropezó otra vez y su cuchillo cayó al suelo. El francés se recobró, miró a Ruark y entendió lo que decía su mirada.
Rápidamente le entregaron un fino estoque y Pellier empezó a defenderse con toda la habilidad de que era.capaz. Ruark ya no sonreía ni disfrutaba del juego. Comprendía las reglas. ¡A muerte! Su ataque se volvió implacable. Ruark hubiera podido penetrar la ligera defensa pero eso lo habría dejado al descubierto, imposibilitado de enfrentar con su sable más pesado la velocidad del liviano estoque.
Su acero relampagueó como fuego azul cuando tocó el dePellier. Ruark no dejó que su oponente embistiera. Su expresión era severa y empezaba a sentir el esfuerzo de su brazo, pero siguió sin dar cuartel. Ahora un corte abrió la delantera de la,camisa de Pellier. Otro golpe 1o hirió en el muslo y una sangre roja y oscura tiñó sus pantalones. Después 1o alcanzó debajo del brazo. En un instante la punta del acero se hundió y el sable vibró con la fuerza del golpe. Pellier cayó hacia atrás, llevándose consigo el arma de Ruark. Su cuerpo se retorció en el suelo y en seguida quedo inmóvil.
Ruark miró a su alrededor las caras asombradas de los bandidos. Ninguno lo desafió. Después de un momento, retiró su sable y 1o limpió en la corta chaqueta de Pellier. Lo envainó y volvió a mirar a los demás. Madre seguía sentado, inmóvil, en su extraña pbstura encorvada.
– Un arma estupenda -declaró Ruark.,.-. Me ha sido útil.
– Madre asintió con la cabeza.
– Me pregunto si comprendes el resto de esto.
Ruark se encogió de hombros. Harripen se levantó y palmeó a Ruark en el hombro.
– ¡Una buena pelea, muchacho! Y has ganado bastante. El Good Hound es tuyo, por supuesto, y todas las pertenencias de Robby, y su parte del botín y -se volvió y.miró a sus compañeros-. ¿Qué dicen ustedes? ¿Creen que él se 1o ha ganado?
Fuertes risotadas y un coro de afirmaciones respondieron al inglés.
– ¡Un acto de justicia! -gritó Madre-. ¡El esclavo de Trahem tendrá a la hija de Trahern!
– ¡Que así sea, entonces! -anunció Harripen-. Tendrás a la muchacha hasta que sea pagado el rescate.
Trajeron nuevos picheles de ale y Ruark rió. Brindaron por su victoria mientras el cuerpo de Pellier era sacado sin ceremonias.
Cuando Ruark regresó a su lado para tomar sus pistolas, Shanna no pudo disimular su gratitud y logró dirigirle una trémula sonrisa.
Ruark fue al rincón donde estaban los otros tres prisioneros y preguntó:
– ¿Quién de ustedes tiene algo que decir?
Ninguno respondió. Se miraron unos a otros.
– ¡Ajá! Prefieren la esclavitud a ser libres aquí -dijo Ruark, y a continuación preguntó-: ¿Si los dejamos marcharse, dirán al hacendado que su hija está sana y salva y que será retenida como rehén hasta que él pague el rescate?
Los tres asintieron ansiosamente con la cabeza y provocaron una carcajada despectiva de Madre.
– Tontos, preferir a esto el yugo de Trahern.
– Los enviaremos en la balandra mañana al amanecer -ofreció Harripen-. Hasta entonces, dejemos que los pobres muchachos coman algo. ¡Y también la muchacha! Lo necesitará si es que este toro va a j montada.
Shanna dirigió al hombre una mirada furibunda pero aceptó el plato que le trajo la muchacha flaca.
Harripen encontró una pieza de seda rojo brillante y con su cuchillo cortó un trozo largo de tela. Con muchas risas y ceremonias él y el holandés hicieron un lazo en un extremo de la seda y lo colocaron alrededor del cuello de Shanna. Entonces la llevaron junto a Ruark y entregaron el otro extremo al vencedor del duelo. Ruark se prestó al juego, abrazó fuertemente a Shanna y la besó en la boca. Shanna se estremeció en muda protesta ante estas demostraciones en público, pero Ruark la levantó y la cargó sobre un hombro.
Siguiendo las indicaciones de Harripen, Ruark la llevó escalera arriba al alojamiento que había estado reservado para Pellier. Sus compañeros hicieron ademán de seguirlo pero Ruark los detuvo y los obligó a dar media vuelta. Cuando ellos se fueron, Ruark cerró la puerta, la trancó con la gruesa barra y se apoyó en ella con un suspiro de alivio.
En la oscuridad de la habitación, Shanna quedó donde estaba, sin atreverse a mover. Su nariz fue asaltada por el olor fétido del lugar, lo cual le hizo recordar la pesadilla del pozo de basura. Presa de pánico, se apretó contra Ruark. El le rodeó los hombros con el brazo para tranquilizarla.
– La pocilga de Pellier -comentó él desdeñosamente-. Buscaré, una vela. Quizá no es tan malo a la vista como indica el olor. ¿Quieres sentarte? -preguntó cuando sintió que ella se tambaleaba.
Shanna se estremeció.
– No me atrevo hasta no ver que hay aquí.
– Sí -dijo Ruark-. Me temo que en Mare's Head hay algo muerto y nosotros lo averiguaremos.
Después de hallar un cabo de vela, Ruark consiguió encenderlo un suave resplandor se extendió por la habitación.
El cuarto era un caos de ropas desparramadas, botellas vacías y varios cofres y barriles, sin duda parte del botín tomado en las correrías del pirata. Una ornamentada cama de cuatro postes tallados parecía flotar en un mar de basura. Un alto armario estaba abierto y en él veíanse telas de seda y satén descuidadamente amontonadas. Ninguna silla estaba vacía, todas estaban ocupadas por diversos objetos. Unas cortinas de rojo terciopelo, polvorientas y desgarradas, cubrían las ventanas. Una enorme bañera de porcelana contenía restos de botellas y frascos que habían sido arrojados en esa dirección. Había varios espejos en las paredes, todos mirando hacia la cama. Una bacinilla parecía la fuente de los malos olores.
Shanna sintió náuseas y desvió el rostro para no ver el repugnante desorden pero Ruark emprendió acciones más positivas. Descorrió las cortinas Y abrió los postigos para dejar que las brisas oceánicas entraran en la habitación, y arrojó la bacinilla por la ventana. La siguieron frazadas y sábanas sucias y pronto una alta pila de ropas de Pellier, reconocibles por su olor, empezó a formarse debajo de la ventana. Las botellas de la bañera se estrellaron contra las piedras del patio, todo lo que podía amenazar la comodidad fue arrojado fuera de la habitación. Ruark pasó el brazo sobre la mesa y envió los restos resecos de muchas comidas a una sábana que había sacado de la cama. Hizo un lío con la sábana y otras prendas y arrojó todo al patio. Aunque el aire todavía ofendía los sentidos, por lo menos ahora era respirable. Ruark sopló dentro de una jarra que estaba sobre el lavabo y levantó una nube de polvo.
– Parece que Pellier sentía aversión al baño -comentó.
Shanna se estremeció de asco. Ansiaba poder darse un baño y gozar de la comodidad de una cama limpia para su cuerpo agotado. Ruark la contempló con compasión, pero en el salón del piso bajo parecía reinar un silencio expectante. Ruark se acercó a Shanna y cuando ella 1o miró, hizo su petición.
– Grita.
Shanna lo miró sin comprender.
– Grita. Y fuerte -ordenó con firmeza.
Pero Shanna siguió muda, mirándolo fijamente.
Casi con placer, Ruark tomó la suave tela que cubría los pechos de ella y desgarró la bata todo a lo largo.
Y ahora, dando rienda suelta a toda la rabia, los miedos y las frustraciones contenidas, Shanna dio un alarido que hizo temblar los espejos. Se detuvo para tomar aliento y volvió a gritar. Esta vez Ruark se adelantó y le tapó la boca con una mano. Inmediatamente oyeron la tempestad de risotadas que estalló en el salón de abajo.
Ruark la abrazó con fuerza y Shanna sintió que él reía por lo bajo.
– Eso les dará algo en que pensar por un rato.
Pero algo del espíritu de Shanna había revivido. Furiosa, se aparto de él
– ¡Quítame las manos de encima!-dijo-. Búscate una mujerzuela si quieres jugar, pero yo no haré el papel de obediente esposa.
Ruark apretó la mandíbula y no dijo nada. Shanna se movió hasta1 que la cama quedó entre los dos, y trató de cerrar los restos desgarrados de su bata en un impulso de modestia.
– Eres un mujeriego -dijo ella y lo miró, trémula de ira y fatiga-. Tan fuerte, tan viril tan talentoso en la cama. ¿Crees que yo me quedaré haciendo girar mis pulgares mientras tú te acuestas con todas las mujerzuelas que se te ofrezcan?
– ¿De qué estás hablando? -dijo Ruark, herido en su orgullo-. ¡Yo debo limitarme a contemplarte mientras tú flirteas con todos los hombres, y ni siquiera puedo gritar que eres mía!
– ¡Tuya! -Shanna lo miró con incredulidad y dio un paso hacia él-. ¿Me consideras tu esclava? -Arrancó de su cuello la banda de seda roja y la pisoteó con furia-. Esto hago con tu collar de esclava, Ruark Beauchamp. Yo no soy tuya.
– ¿Debo tolerar que te manoseen y callarme la boca? -replicó él. Se quitó el chaleco y lo arrojó al otro extremo de la habitación. ¡Maldición, mujer! ¡Tú eres mía! ¡Mi esposa!
Sus palabras parecieron inflamar a Shanna.
– ¡Yo no soy tu esposa! -gritó-. ¡Soy viuda! Y no estoy dispuesta a seguir soportando tu errática lujuria.
– ¡Mi errática lujuria! -Ruark rió cáusticamente-. Te he visto menear las caderas delante de los hombres y hacer que ellos te siguieran, babeándose de anticipación. Sí, tú debes sentir la necesidad de exhibirte ante un establo de ardientes pretendientes y te debe resultar muy difícil limitar tus atenciones a tu marido.
Shanna abrió la boca, atónita, pero en seguida se recobró.
– ¿Tú me acusas a mí, cuando vagabundeas por las colinas como un macho cabrío y te acuestas con todas las mozas que se muestren dispuestas: ¿Por qué no podré librarme de ti? ¿Nunca terminará tu persistencia?
– ¡Bien que trataste de librarte de mí! -replicó él-. Pero el bueno de Pitney no es un asesino. De modo que aquí estoy, para seguir tu juego una vez más. Maté a un hombre por ti y tú no me lo agradeces. ¡Demonios! Seguramente hubieras preferido verme muerto si no hubiese sido por tu miedo a que otros abusaran de ti.
– ¡Eres un malvado! -sollozó ella-. ¡Un engendro de Satanás enviado para atormentarme!
– ¡No, Shanna! -dijo él enérgicamente. La ira puso luces doradas de color ámbar. La tomó de los hombros, sin mucha gentileza y la sacudió con violencia-. No, Shanna, Soy yo quien a sentido dos veces la mordedura de tu traición. Tu marido legítimo, de quien quisiste deshacerte… no dentro de la ley si no ensangrentando tus manos. Tú serás mi esclava.
Shanna abrió la boca pero el no la dejo hablar.
– serás mi esclava cuando haya otras personas presentes. Me obedecerás. Te mostrarás dócil y obediente delante de esos bribones. -Señaló hacia la puerta con la cabeza-. Y si me desobedeces, te trataré como a una esclava rebelde. ¿Comprendes? -La sacudió nuevamente, pero con más suavidad-. Serás mi esclava mientras estemos aquí.
Shanna lo miró sin expresión mientras él esperaba una respuesta, y en el silencio de la habitación resonaron con fuerza unos tímidos golpes en la puerta. Ruark miró por encima de su hombro, furioso por la interrupción, y después volvió a mirar a Shanna. La cabeza de ella cayó a un lado. Olvidada de su bata abierta, Shanna no tuvo más fuerzas para seguir de pie y hubiera caído si él no la hubiese sostenido.
La cólera de Ruark se disipó, y con delicadeza, la depositó sobre una silla, donde ella quedó inmóvil. Ruark cubrió la desnudez de ella con una manta y se dirigió hacia la puerta.
Desenvainó el sable, descorrió el cerrojo y abrió. Gaitlier estaba allí cargando dos cubos de madera llenos de agua. Bajo la firme mirada de Ruark, el hombre pareció encogerse y se apresuro a dar una explicación, mirándolo sobre sus gafas cuadradas.
– Señor… ah… yo era el sirviente del capitán Pellier y ahora me dicen que el amo es usted. Traigo agua, capitán. ¿Quizá desee tomar un baño?
Ruark le indicó bruscamente que entrara y el hombre se apresuró a obedecer. Ruark no dejó de vigilado, bajó su sable y se apoyó en él.
– ¿Cómo llegó a convertirse en pirata, hombre? -preguntó-. Usted habla como una persona educada.
Gaitlier se detuvo y lo miró vacilante.
– Yo era maestro de escuela en Saint Domingue -dijo-. Enseñé al capitán Pellier en su juventud, aunque él no aprendió mucho. Hace varios años me encontraba en un barco pequeño, camino a Inglaterra, cuando él se apoderó del barco. -Se detuvo y se frotó nerviosamente las manos-. Para él, capitán Ruark, fue un placer convertirme en su esclavo. -Señaló con la cabeza a Shanna-. Hay otras como ella, traídas aquí a la fuerza y obligadas a quedarse. -Gaitlier soltó un largo suspiro-. ¿Deseará algo más esta noche, señor?
Ruark señaló con un ademán toda la habitación. -Quizá mañana usted se haga tiempo para limpiar esta habitación. El lugar no es adecuado para alojamiento de un hombre y mucho menos para una dama, que no está acostumbrada a vivir en una pocilga.
– Muy bien, señor. Me ocuparé de que sea fregado y limpiado. Y si necesita una criada, la muchacha Dora estará dispuesta a trabaja para usted por un par de monedas de cobre.
Cuando Gaitlier se marchó Ruark dirigió su atención a la cama. Pellier no se había privado de comodidades. Ruark arrojó por ventana dos colchones de pluma hasta que encontró debajo uno que parecía bastante limpio. Sacó sábanas limpias de un arcón, las puso sobre la cama y las extendió lo mejor que pudo. Su anterior educación no le había preparado para tender una cama.
Finalmente acercó un cubo a los pies de Shanna. Retiró delicadamente la manta y las ropas sucias y las arrojó por la ventana. Mojó un paño en el agua tibia, levantó la cara de Shanna y la lavó con cuidado no rozar indebidamente las mejillas quemadas por el sol. Cuando le lavaba las manos y los brazos, su expresión se endureció al ver las marcas rojas alrededor de las muñecas y los magullones que habían dejado los crueles golpes y pellizcones de sus captores. Por lo menos, a uno de esos canallas lo había enviado merecidamente al infierno.
Colocó los delicados pies dentro del cubo y lavó la suciedad acumulada en las pantorrillas y muslos. Después la secó. Por un momento fugaz, dejó que su mirada se detuviera en una anhelante caricia. Aunque ella había sido groseramente maltratada, su belleza aún provocaba estremecimientos en el corazón de él.
Miró ceñudo los cabellos en desorden, pero por el momento no podía hacer nada en ese aspecto. La levantó en sus brazos, la depositó sobre la cama y la cubrió con una sábana. Después, por un largo momento, estuvo mirándola, fijamente.
– Es una pena, amor mío -murmuró- que aceptes una mentira como verdad, sin preguntar. Créeme, yo no te he traicionado.
Fue casi como sí ella lo hubiera oído porque su rostro se suavizo. Shanna rodó sobre un costado, se acurrucó debajo de la sábana y pareció descansar más contenta.
Ruark puso un sillón frente a la puerta, dejó sus pistolas sobre, una mesilla que, ubicó a su lado y acercó un pequeño escabel para apoyar sus pies. Se sentó, con el sable sobre las rodillas, y trató de descansar