Jesús. ¿En qué estaría pensando? Hoy tenía que trabajar. No sólo eso, debía presentarme dentro de diez minutos. No había tiempo para vestirme ni maquillarme «de verdad». Con un suspiro, cambié de forma; mi bata dio paso a unos pantalones grises y una camisa marfil, y mi pelo y maquillaje adoptaron repentinamente su inmaculada perfección de costumbre. Cepillarse los dientes y ponerse perfume eran dos acciones imposibles de falsificar, por lo que tras realizar esas tareas, agarré el bolso y salí pitando.
Cuando llegué al vestíbulo, el portero me llamó:
– Tengo algo para usted -y me entregó un paquete plano. Preocupada aún por la hora, me apresuré a rasgar el envoltorio. Lo que vi me hizo contener un jadeo. Kit de terciopelo negro para colorear, ponía en la caja. El subtítulo rezaba: ¡Crea tu propia obra maestra! ¡Contiene todo lo necesario para pintar como un verdadero artista! La «obra maestra» que se podía crear era un paisaje desértico con un cactus gigante a un lado y un coyote aullando en el otro. Un águila flotaba en el cielo, cerca de la cual flotaba la espectral cabeza incorpórea de un nativo americano. Terriblemente cutre y estereotipado.
Había una nota pegada. Empieza poco a poco, decía. Con cariño, Román. La caligrafía era tan perfecta que no parecía real.
Seguía riéndome por lo bajo cuando llegué a la librería. Una vez en mi despacho, me instalé delante del ordenador y descubrí la segunda sorpresa de la mañana: otro e-mail de Seth. Lo había mandado a las cinco de la mañana.
Georgina,
Hace unos años, mientras escribía Dioses de oro, conocí a una mujer en las clases de arqueología sudamericana que estaba tomando. No sé cómo es para las mujeres; probablemente ni siquiera es siempre igual para los hombres. Pero para mí, cuando conozco a alguien que me atrae, el tiempo se detiene. Los planetas se alinean, y dejo de respirar. Los mismos ángeles bajan a posarse en mis hombros, susurrando promesas de amor y devoción mientras otras criaturas menos celestiales me susurran promesas de carácter más básico y terrenal. Supongo que eso forma parte de ser hombre.
En cualquier caso, eso fue lo que ocurrió con esta mujer. Nos encaprichamos perdidamente el uno del otro y estuvimos mucho tiempo saliendo de forma esporádica. Había días en que no éramos capaces de pasar ni un minuto separados, y luego, meses durante los cuales no establecíamos el menor contacto. Debo confesar que esto último era más culpa mía que suya. Ya he mencionado antes que Cady y O'Neill son muy exigentes. Durante las fases en que estaba absorto en mi escritura, no era capaz de pensar ni hacer nada que no estuviera relacionado con la novela. Sabía que eso le dolía… sabía que era la clase de persona que quería sentar la cabeza y empezar una familia, llevar una vida tranquila y entregada. Yo no era esa clase de persona… ni siquiera estoy seguro de serlo ahora… pero me gustaba la idea de tener a alguien cerca, alguien de confianza a quien poder recurrir cuando por fin estuviera dispuesto a dedicarle tiempo. La verdad, no era justo hacerle eso, dejarla siempre colgada de esa manera. Debería haberle puesto fin antes, pero era demasiado egoísta y me sentía demasiado cómodo.
Un día, cuando hacía meses que no hablaba con ella, la llamé y me sorprendió que fuera un hombre quien respondió al teléfono. Cuando ella se puso, me contó que había conocido a alguien y que no íbamos a poder seguir viéndonos. Decir que aquello me pilló por sorpresa sería quedarse corto. Empecé a despotricar, insistiendo en lo mucho que me importaba, diciéndole que no podía tirar por la borda lo que teníamos. Lo encajó todo bastante bien, habida cuenta de que yo debía de sonar como un psicópata, pero al final zanjó el asunto diciendo que no debería haber esperado que ella fuera a esperarme eternamente. Tenía que vivir su propia vida.
El motivo de que comparta esta bochornosa lacra en el historial de Seth Mortensen es doble. Primero, necesito disculparme contigo por lo ocurrido esta noche. Aunque refunfuñara, lo cierto es que pretendía acudir a la cita. Un par de horas antes del partido, fui a casa corriendo para recoger algo y de pronto se me ocurrió una solución para el atolladero en el que llevaba metido todo el día. Me puse a escribir, planeando dedicarle sólo una hora o así. Como ya habrás deducido, me llevó bastante más. Estaba tan absorto que me olvidé por completo del partido… y de ti. No oí el teléfono. No era consciente de nada más que de la historia que estaba plasmando sobre el papel (o sobre la pantalla, mejor dicho).
Me temo que este problema no es nuevo. Me pasaba con mi ex, me pasa con mi familia y, lamentablemente, me ha pasado contigo. No le preguntes a mi hermano cómo estuve a punto de perderme su boda. Los mundos y las personas que hay en mi cabeza están tan vivos que a veces pierdo de vista la vida real. A veces ni siquiera estoy seguro que el mundo de Cady y O'Neill no sea el real. Nunca he querido hacerle daño a nadie, y me siento espantosamente después, pero es un defecto que no me veo capaz de superar.
Nada de todo esto justifica que te abandonara anoche, pero espero al menos que esto te dé una pista sobre mi desequilibrada relación con el mundo. Por favor, entiende lo mucho que lo siento.
La segunda razón de ser de esta memoria es responder a tu «Cady ha mojado». Pensando en ella y O'Neill, decidí que Cady no era el tipo de persona que se quedaría esperando eternamente. No me malinterpretes: No creo que Cady y mi antigua novia tengan mucho en común. Cady no aspira a instalarse en los suburbios y elegir cortinas con O'Neill. Pero sí que es una mujer brillante y apasionada que ama la vida y quiere vivirla. A mucha gente le molestó ver cómo rompía con su papel de casta y pura comparsa devota de O'Neill, pero creo que tenía que hacerlo. Afrontémoslo: O'Neill no la valora como se merece, y le hacía falta un toque de atención. Ahora bien, ¿significa esto que se están dando los pasos necesarios para que terminen juntos por fin, como me han preguntado tantos lectores? Naturalmente, como creador suyo que soy, mis labios están sellados al respecto, pero sí puedo decir una cosa: Tengo pensados muchos más libros con ellos, y los lectores suelen perder interés cuando los protagonistas se lían.
– Seth
PD: Por cierto, he comprado el apartamento. Mistee se emocionó tanto que me poseyó en el acto, e hicimos el amor en todas las encimeras de granito.
PPD: Vale, eso último me lo he inventado. Como dije antes, soy un hombre. Y un escritor.
Ojerosa aún por la falta de sueño, reflexioné perezosamente sobre el mensaje de la carta. Así que Seth había tenido una novia en serio. Guau. Aunque no sé de qué me extrañaba, sobre todo teniendo en cuenta las escenas de sexo que escribía. Quiero decir, no podía ser simplemente fruto de su imaginación. Aun así, me costaba imaginarme al introvertido de Seth envuelto en todas las ocasiones sociales que requiere normalmente una relación a largo plazo.
Y luego la otra parte, sus motivos para no haber hecho acto de presencia. ¿Qué pensar de eso? Tenía razón al decir que su ataque de inspiración no era excusa para lo que había hecho. Sin embargo, su explicación mitigaba en parte la falta, transformándola de grosera a simplemente irreflexiva. No, a lo mejor irreflexiva era demasiado duro. Distraída, eso era. Tal vez distraída no fuera tan grave, musité, puesto que ignorar el mundo real le permitía trabajar en el ficticio. La verdad, no sabía qué pensar.
Estuve dándole vueltas a esto toda la mañana. Mi enfado de la noche anterior fue enfriándose conforme pasaba el tiempo y especulaba sobre la mente de un escritor tan brillante. Cuando llegó la hora de almorzar, comprendí que había superado el incidente del partido. Seth no pretendía ofenderme, y tampoco era que mi noche hubiera terminado tan mal después de todo. Entrada la tarde, apareció Warren.
– No -dije inmediatamente, reconociendo el brillo en sus ojos. Detestaba su presuntuosidad, pero siempre terminaba preocupantemente atraída por ella-. Estoy de un humor de perros.
– Yo haré que te sientas mejor.
– Ya te lo he dicho, estoy que muerdo.
– Me gusta que me muerdas. -El instinto de alimentación de súcubo comenzó a agitarse en mi interior. Tragué saliva, irritada por mi debilidad.
– Y estoy muy ocupada. Tengo… cosas… qué hacer… -Mi excusa sonó endeble, no obstante, y Warren pareció darse cuenta.
Se acercó a mí y se arrodilló junto a la silla, pasándome una mano por el muslo. Llevaba puestos unos finos pantalones sedosos, y el roce de sus dedos acariciándome a través del suave material era casi más sensual que sobre la piel desnuda.
– ¿Qué tal tu cita de anoche? -murmuró, acercándome la boca al oído, primero, y al cuello después.
Arqueé la cabeza sumisamente, pese a resistirme con todas mis fuerzas, complacida con la forma en que sus labios tanteaban mi piel, en que me provocaban sus dientes. Distaba de ser mi novio, pero así y todo era lo más parecido a una relación consistente que tenía. Algo es algo.
– Bien.
– ¿Follasteis?
– No. Dormí sola, por desgracia.
– Bien.
– Aunque va a volver esta noche. Para la clase de baile.
– ¿En serio? -Warren soltó los dos botones superiores de mi blusa, desvelando el sujetador de encaje rosa. Las puntas de sus dedos trazaron el contorno de uno de mis senos, siguiendo la curva interior hasta donde se encontraba con el otro. A continuación trasladó la mano a ese pecho, jugando con el pezón a través del encaje. Cerré los ojos, sorprendida por mi creciente deseo. Tras ayudar a Hugh a cerrar el contrato con Martin, no creí que necesitaría un chute tan pronto. Sin embargo, el ansia aleteaba en mi interior, mezclada con deseo. Instinto puro-. Se lo presentaremos a María.
María era la esposa de Warren. La idea de pasarle a Román era ridícula.
– Pareces celoso -bromeé. Atraje a Warren hacia mí, y respondió aupándome encima de la mesa. Empecé a desabrocharle los pantalones.
– Lo estoy -gruñó. Se agachó y tiró del sujetador hacia abajo para descubrirme los senos. Cuando acercaba ya la boca a uno de mis pezones, vaciló-. ¿Seguro que no follasteis?
– Creo que recordaría algo así.
Sonó un golpe en la puerta, y Warren se apartó de mí apresuradamente, subiéndose los pantalones.
– Mierda.
También yo me incorporé y regresé a mi silla. Con los ojos de Warren en la puerta, me apresuré a utilizar un ligero cambio de forma para adecentarme y abrocharme la blusa. Una vez presentables los dos, dije:
– Adelante.
Seth abrió la puerta.
Cerré la boca de golpe antes de que el asombro me bajara la barbilla hasta el suelo.
– Hola -saludó Seth, alternando la mirada entre Warren y yo-.
– No quería interrumpir.
– No, no, nada de eso -le aseguró Warren, metiéndose en su papel de relaciones públicas-. Sólo estábamos teniendo una charla.
– Nada importante -añadí. Warren me lanzó una mirada divertida.
– Oh -dijo Seth, aún con pinta de querer salir por piernas de allí-. Venía sólo para ver si a lo mejor… te apetecía comer. Yo… te he mandado un correo con lo ocurrido.
– Sí, ya lo he leído. Gracias.
Le sonreí, esperando comunicarle mudamente que todo estaba olvidado. Su expresión de preocupación era tan arrebatadora que tuve la seguridad de que su conciencia había sufrido más que mi ego la noche pasada.
– Excelente idea -celebró Warren-. ¿Por qué no vamos todos a comer algo? Georgina y yo podemos aplazar la reunión para más tarde.
– No puedo.
Le recordé lo escasos de personal que andábamos y cómo yo tenía que cubrir las ausencias. Cuando terminé, frunció el ceño.
– ¿Por qué no hemos contratado a nadie?
– Estoy en ello.
Warren terminó por llevarse a Seth, algo que al escritor parecía ponerle sumamente nervioso, y yo me quedé sola, sintiéndome abandonada. No me hubiera importado escuchar qué más tenía que contar Seth sobre la preferencia que tenía la escritura sobre su vida. No me hubiera importado incluso echar un polvo. Nada de eso iba a ocurrir. Ah, qué injusto es el universo.
Aparentemente el karma aún me debía un favor, no obstante. Alrededor de las cuatro, Tammi (la chica pelirroja de Krystal Starz) apareció para resolver mi problema de personal. Como le había sugerido, se trajo una amiga. Una breve entrevista bastó para convencerme de su competencia. Las contraté en el acto, satisfecha de haber tachado una tarea de mi lista.
Cuando la librería cerró al fin, la falta de sueño empezó a pesarme más que nunca. No me sentía de humor para dar ninguna clase de baile.
Al percatarme de que necesitaba cambiarme, cerré la puerta del despacho y alteré mi atuendo por segunda vez ese día. Me sentí como si estuviera haciendo trampas, como siempre. Para bailar elegí un vestido sin mangas, ceñido en el talle y de vuelo vaporoso, perfecto para hacer volantes. Esperaba que el modelo, en tonos de melocotón y naranja, me levantara el ánimo. También esperaba que nadie se hubiera dado cuenta de que había llegado sin ropa de repuesto esa mañana.
Por los altavoces del techo, oí cómo una de las cajeras anunciaba que la tienda cerraba sus puertas, al tiempo que alguien llamaba con los nudillos a la mía. Lo invité a entrar, preguntándome si sería Seth de nuevo, pero fue Cody el que apareció esta vez.
– Hey -dije, obligándome a sonreír-. ¿Preparado para esto? Hacía un año aproximadamente le había enseñado a Cody a bailar el swing, y le había cogido el tranquillo asombrosamente bien, debido en parte a sus reflejos vampíricos, lo más probable. De resultas, pese a su oposición, lo había reclutado como co-profesor en estas improvisadas lecciones para el personal. Él seguía insistiendo en que no se le daba bien, pero en las dos clases hasta la fecha, había demostrado ser increíblemente eficiente.
– ¿Qué? ¿Para bailar? Claro. Ningún problema.
Miré alrededor para cerciorarme de que estuviéramos a solas.
– ¿Alguna extraña ocurrencia más?
Cody sacudió la cabeza, enmarcada por su cabellera rubia como la melena de un león.
– No. Todo está bastante tranquilo. A lo mejor exageré.
– Más vale prevenir que curar -le aconsejé, sintiéndome como una mamá estereotipada-. ¿Qué haces después de esto?
– He quedado en un bar del centro con Peter. ¿Te apuntas?
– Claro. -Estaríamos más seguros en grupo.
La puerta se abrió, y Seth asomó la cabeza.
– Oye, que… oh, lo siento -tartamudeó cuando vio a Cody-. No pretendía interrumpir.
– No, no -repuse, invitándolo a pasar-. Sólo estábamos hablando. -Miré a Seth con curiosidad-. ¿Qué haces aquí todavía? ¿Vas a quedarte para la clase?
– Er, bueno, es decir, Warren me ha invitado… pero no creo que baile. Si se puede.
– ¿Que no vas a bailar? ¿Qué harás entonces, mirar? -pregunté-. ¿Como un voyeur o algo así?
Seth me lanzó una mirada ingeniosa, adoptando por primera vez en mucho tiempo el aspecto del tipo que había escrito las cómicas observaciones sobre agentes inmobiliarias y antiguas novias. El tipo con el que tan torpemente había coqueteado una vez.
– No estoy tan desesperado. Todavía no, por lo menos. Pero será mejor que no baile, créeme. Para quienes me rodean.
– Eso decía yo hasta que me obligó a intentarlo -observó Cody, poniéndome una mano en el hombro-. Tú espera a haber estado en las hábiles manos de Georgina. No volverás a ser el mismo.
Antes de que ninguno de nosotros pudiera responder a su sugerente comentario, Doug apareció detrás de Seth, abandonado su uniforme de director general en favor de su uniforme de músico grunge.
– A ver, ¿empieza la fiesta o qué? He vuelto sólo para esta clase, Kincaid. Más te vale que el viaje haya merecido la pena. Hola, Cody.
– Hola, Doug.
– Hola, Seth.
– Hola, Doug. Solté un gemido.
– De acuerdo. Acabemos con esto.
Nos dirigimos en tropel a la cafetería, donde se estaban recolocando las mesas para hacernos sitio. Presenté a Cody y Seth por el camino. Se estrecharon la mano brevemente, y el joven vampiro me lanzó una miradita cuando comprendió qué Seth debía de ser éste.
– ¿Seguro que no quieres bailar? -le pregunté al escritor, desconcertada aún por su testarudez.
– No. No me da buena espina.
– Ya, bueno, después del día de mierda que he tenido, dirigir esta clase tampoco me da buena espina a mí, pero lo soportaremos. Al mal tiempo buena cara, ya sabes.
Seth puso cara de no saberlo y me dedicó únicamente una sonrisita divertida. Instantes después, esa sonrisa se tambaleó ligeramente.
– Dijiste que habías leído el e-mail… ¿Lo… te…?
– Está bien. Olvídalo. -A lo mejor sus estrafalarias costumbres sociales chocaban con las mías, pero no podía soportar seguir viéndolo preocupado por lo de anoche-. En serio. -Le di unas palmaditas en el brazo, esbocé mi sonrisa de Helena de Troya y fijé mi atención en la escena de la planta de arriba.
La mayoría de los empleados que habían trabajado conmigo ese día remoloneaban por los alrededores, junto a unos pocos otros que, como Doug, habían vuelto. Warren y su mujer esperaban con ellos, al igual que Román.
Éste se acercó a mí con una sonrisa cuando me vio, y me inundó una suave oleada de lujuria, independiente de cualquier instinto de súcubo. Tan apuesto como siempre, llevaba puestos unos pantalones negros y una camisa de cerceta que resplandecía como sus ojos.
– Cita en grupo, ¿eh?
– Por mi seguridad. Siempre he pensado que lo mejor es tener unas pocas decenas de carabinas a mano.
– Te harán falta unas pocas decenas más con ese vestido -me advirtió en voz baja, violándome con la mirada de la cabeza a los pies.
Me sonrojé y retrocedí unos pasos para alejarme de él.
– Tendrás que esperar tu turno, como todo el mundo.
Al darle la espalda, crucé la mirada con Seth por casualidad. Era evidente que había escuchado nuestras palabras. Mi rubor se acentuó, y huí de los dos en dirección al centro de la pista, con Cody detrás.
Puse la llamada «buena cara», aparté el largo día de mi pensamiento y sonreí ante los vítores y silbidos de mis compañeros de trabajo.
– Bueno, tropa, empecemos. Doug tiene un poco de prisa y quiere terminar con esto lo antes posible. Tengo entendido que eso es algo normal en él en más de un sentido… sobre todo románticamente hablando. -Esto provocó comentarios tanto positivos como negativos de la multitud, además de un gesto obsceno por parte de Doug.
Volví a presentar a Cody, quien se sentía menos cómodo que yo siendo el centro de atención, y empecé a evaluar el grupo. Había más mujeres que hombres, como de costumbre, y una amplia variedad de niveles de habilidad. Separé las parejas correspondientemente, poniendo a las féminas más dotadas con otras mujeres, pues estaba segura de que podrían ejecutar la parte masculina de esta práctica y cambiar de tercio sin problemas más tarde. No tenía la misma fe en todo el mundo; algunos de ellos todavía se esforzaban por mantener el compás.
Por consiguiente, comencé la lección repasando los consejos de la última vez, poniendo la música y haciendo que todo el mundo ensayara los pasos básicos. Cody y yo hacíamos de monitores, realizando pequeños ajustes y sugerencias. La tensión que me atenazaba tras la larga jornada se aflojó mientras trabajaba con el grupo. Me encantaba el swing, me había encantado cuando surgió a principios del siglo XX, y me había entusiasmado con su reciente regreso. Sabía que volvería a pasar de moda, motivo en parte por el cual quería trasmitir el conocimiento a otros.
Puesto que no sabía cuál era el nivel de Román, lo emparejé con Paige, una bailarina consumada. Tras observarlos un momento, sacudí la cabeza y me acerqué a ellos.
– Qué chulo eres -le regañé-. Fingías estar todo nervioso por tener que bailar, pero en realidad eres un profesional.
– Lo he hecho un par de veces -reconoció modestamente, mientras ensayaba con Paige un giro que yo aún no les había enseñado.
– Déjalo. Os voy a separar. Hay otros que necesitan vuestros talentos.
– Oh, venga -imploró Paige-. Deja que me quede con él. Ya iba siendo hora de tener aquí un hombre que sabe lo que se hace. Román me miró de reojo. -Lo ha dicho ella, no yo.
Elevé la mirada al cielo y les asigné sus nuevas parejas.
Tras supervisar un rato más, me satisfizo el progreso del grupo en general, convencida de que vería pocos cambios. Decidí subir el nivel, y a continuación Cody y yo les enseñamos a dar patadas de charlestón. Como cabía esperar, pronto se desató el caos. Los más dotados del grupo pillaron el movimiento enseguida, los que habían sufrido antes seguían sufriendo, y quienes se las apañaban con los pasos y giros básicos se vinieron ahora completamente abajo.
Cody y yo caminamos entre los bailarines, intentando paliar el daño, ofreciéndoles nuestras perlas de sabiduría.
– Mantén la muñeca tensa, Beth… pero no demasiado. No te hagas daño.
– ¡Cuenta, maldita sea! ¡Cuenta! El compás sigue siendo el mismo de antes.
– Mira a tu pareja… no la pierdas de vista.
Mi papel de maestra me consumía, y a mí me encantaba. ¿A quién le importaban los cazadores de vampiros y la eterna lucha entre el bien y el mal?
Vi a Seth sentado al margen, tal y como había prometido.
– Oye, voyeur, ¿todavía quieres mirar nada más? -bromeé, sin aliento y animada de tanto correr por la improvisada pista de baile.
Sacudió la cabeza, con una sonrisita aleteando en sus rasgos mientras me estudiaba.
– Hay mucho que ver desde aquí.
Se levantó de la silla, se inclinó hacia delante con familiaridad y me sobresaltó alargando la mano y levantándome la tira del vestido que se había deslizado de mi hombro.
– Ea -pronunció-. Perfecto.
Se me puso la piel de gallina con su roce, cálidos y delicados sus dedos. Por un momento, le cruzó el rostro una expresión que no había visto antes. Le hacía parecer menos el escritor distraído que yo conocía y más… en fin, viril. Calculador. Atento. Quizá un poco depredador incluso. La expresión desapareció tan deprisa como había llegado, dejándome aún un poco desconcertada.
– Échale un ojo a esa tira -me advirtió en voz baja Seth-. Tienes que hacer que se lo curre. -Inclinó ligeramente la cabeza hacia algunos de los bailarines, y seguí la dirección del movimiento para ver a Román ejecutando un paso complicado con una de las camareras.
Me quedé un momento admirando los gráciles movimientos de Román, antes de volverme hacia Seth.
– No es tan difícil. Te puedo enseñar. -Le tendí una mano a modo de invitación.
Parecía estar a punto de acceder, pero sacudió la cabeza en el último segundo.
– Haría el ridículo.
– Ah, ya, y quedándote ahí sentado mientras todos los demás bailan y estamos faltos de hombres… sí, seguro que así no haces para nada el ridículo.
Se rió con delicadeza.
– Puede ser.
Cuando no añadió nada más, me encogí de hombros y volví a la pista para seguir con mis clases. Cody y yo añadimos un par de trucos nuevos, ayudamos con algunas prácticas más y, por fin, nos hicimos a un lado para admirar a nuestros pupilos.
– ¿Crees que estarán listos para el Moondance? -me preguntó.
El Moondance Lounge era un club de bailes de salón donde se celebraban noches de swing todos los meses. Considerábamos que la aparición allí de este grupo sería el triunfo de graduación definitivo.
– Una clase más, diría yo. Entonces podremos sacarlos en público.
Un brazo me rodeó la cintura, sacándome a la pista de baile. Recuperé el equilibrio enseguida, igualando el paso de Román mientras me imprimía un intrincado giro. Un puñado de personas se pararon a mirar.
– Me toca hacerle la pelota a la maestra -dijo-. Apenas te he visto en toda la noche; me parece que esto no cuenta como cita.
Dejé que me guiara sin ofrecer resistencia, curiosa por comprobar cuan bueno era realmente.
– Siempre estás cambiando lo que quieres -protesté-. Primero sólo querías salir, ahora dices que en realidad te gustaría estar a solas conmigo. Tienes que elegir una versión y atenerte a ella. Ser más específico.
– Ah, ya veo. Nadie me había avisado. -Ensayó un trompo inverso, y lo ejecuté impecablemente, ganándome una mirada de aprobación a regañadientes por su parte-. Supongo que no habrá un Manual de Instrucciones de Georgina Kincaid por alguna parte para ayudarme a evitar estas embarazosas meteduras de pata en el futuro.
– Los vendemos abajo.
– ¿Ah, sí? -Empezó a improvisar pasos; me gustaba el desafío de adivinar adonde iría-. ¿Hay alguna página sobre cómo adorar a la bella Georgina?
– ¿Página? Diablos, hay un capítulo entero.
– Lectura obligatoria, supongo.
– Definitivamente. Oye, gracias por el juego de colorear.
– Espero verlo colgado en tu pared la próxima vez que vaya.
– ¿Con ese estereotipo de nativo americano tan horrible? La próxima vez que lo veas será en la lista negra de la ACLU (American Civil Liberties Union).
Me hizo dar vueltas en un remate lleno de florituras, para regocijo de todos los presentes. Hacía rato que habían dejado de bailar para verme dando el espectáculo. Sentí unas punzadas de timidez, pero me sobrepuse, disfrutando del momento, tomando a Román de la mano para responder con una reverencia exagerada a los aplausos de mis colegas.
– Preparaos -anuncié-, porque éste va a ser el examen de la semana que viene.
Las risas y los vítores continuaron, pero mientras se apagaban y el grupo se dispersaba dando la noche por terminada, Román siguió agarrándome la mano, entrelazados sus dedos con los míos. Me daba igual. Dimos una vuelta, charlando y despidiéndonos de la gente.
– ¿Te apetece ir a tomar algo? -me preguntó cuando nos quedamos momentáneamente a solas.
Me volví hacia él, pegada a su cuerpo, para estudiar aquellos rasgos arrebatadores. En la sala, tan caldeada ahora, podía oler claramente su sudor mezclado con colonia; me daban ganas de enterrar el rostro en su cuello.
– Me apetece… -empecé lentamente, preguntándome si el alcohol y la pasión animal desatada serían una combinación prudente con alguien con quien estaba evitando acostarme.
Crucé la mirada con Cody por encima de su hombro. Estaba hablando animadamente con Seth, lo que me chocó. De pronto recordé mi promesa de reunirme con los vampiros en el bar.
– Maldición -mascullé-. No creo que pueda. -Sin soltar la mano de Román, lo conduje hacia Cody y Seth. Éstos dejaron de hablar.
– Me siento excluido -bromeó Cody un momento después-. Hoy te he visto hacer cosas que no me habías enseñado nunca.
– Se suponía que ésos eran tus deberes. -Ladeé la cabeza, pensativa-. Cody, ¿conoces a Román? ¿Y tú, Seth? -Hice los honores rápidamente, y todos se dieron la mano con educación, muy a lo chico.
Una vez zanjado ese asunto, Román apoyó la mano cómodamente en mi cintura.
– Estaba intentando convencer a Georgina para que viniera a tomar algo conmigo. Pero me parece que le gusta hacerse de rogar.
Cody sonrió y dijo:
– No lo creo.
Le pedí disculpas a Román con la mirada.
– Le dije a Cody que lo vería a él y otro amigo esta noche.
El joven vampiro descartó la idea con un ademán.
– Olvídalo. Sal y diviértete.
– Sí, pero… -Me mordí la lengua y le lancé una miradita cargada de intención, estilo Jerome y Cárter. No quería que Cody se fuera solo, por miedo a que el caza vampiros lo pusiera en su punto de mira, pero no podía decírselo delante de los demás-. Coge un taxi -le recomendé al final-. No vayas andando.
– De acuerdo -dijo automáticamente. Demasiado automáticamente.
– Te lo digo en serio -le advertí.
– Que sí, que sí -musitó-. ¿Quieres llamarlo por mí?
Puse los ojos en blanco, y recordé de repente que Seth también estaba presente. Sintiéndome algo azorada con él allí plantado mientras todos hacíamos planes, me pregunté si debería invitarle a venir con nosotros o mandarlo con Cody.
Como si me leyera el pensamiento, Seth declaró de improviso:
– Bueno, chicos, nos vemos. -Dio media vuelta y se marchó antes de que ninguno de nosotros pudiera responder nada.
– ¿Está enfadado o algo? -preguntó Cody, al cabo.
– Me parece que ésa es sencillamente su forma de ser -expliqué, dudando de ser capaz de entender alguna vez a ese escritor.
– Qué raro. -Román se volvió hacia mí-. ¿Lista para salir?
Seth no tardó en borrarse de mi pensamiento. Román y yo caminamos hasta un pequeño restaurante que había enfrente de Emerald City, y nos sentamos juntos en el mismo lado de la mesa. Encargué mi combinado de vodka, y él pidió brandy.
Cuando llegaron las bebidas, preguntó:
– ¿Debería sentir celos de alguien?
Solté una risita.
– No me conoces lo suficiente ni tienes ningún derecho a sentir celos de nadie, todavía. Para el carro.
– Supongo que tienes razón -convino-. Aun así, los escritores famosos y los elegantes y jóvenes compañeros de baile constituyen sin duda una compañía de alto postín.
– Cody no es tan joven.
– Lo suficiente. ¿Es amigo íntimo?
– Lo suficiente. No románticamente íntimo, si es ahí donde quieres ir a parar. -Román y yo nos habíamos arrimado hasta quedar pegados en el banco, y aproveché para clavarle juguetonamente el codo en las costillas-. Deja de preocuparte por mis amigos. Hablemos de otra cosa. Cuéntame algo sobre el mundo de la lingüística.
Lo decía medio en broma, pero me hizo caso y pasó a explicarme su especialidad: lenguas clásicas, irónicamente. Román conocía bien la materia, y hablaba de ella con la misma agudeza e inteligencia que empleaba en sus coqueteos. Atendí a sus explicaciones con avidez, disfrutando de la oportunidad de tratar un campo desconocido para muchas personas. Lamentablemente debía contener mi participación, so pena de desvelarle hasta qué punto estaba versada en el tema. Resultaría un poco sospechoso que la empleada de una librería supiera más sobre un área de estudio que alguien que se ganaba la vida con ello.
A lo largo de todo el apasionante discurso, Román y yo mantuvimos el contacto, tocándonos con las manos, los brazos y las piernas. En ningún momento intentó besarme, por lo que di gracias, puesto que eso hubiera sido meterse en campo minado. La cita era verdaderamente ideal para mí: conversación estimulante y todo el contacto físico que un súcubo podía controlar sin peligro. Cruzábamos insinuaciones sin esfuerzo, como si estuviéramos leyendo un guión.
Nuestras bebidas desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos, y antes de darme cuenta estábamos nuevamente en la calle, despidiéndonos y concertando otra cita. Intenté protestar como de costumbre, pero los dos sabíamos que no sonaba convencida. Román insistía incesantemente en que le debía una escapada de verdad, sin carabinas. Allí de pie junto a él, abrigada por su presencia, me sorprendió lo mucho que deseaba esa cita. La pega de dar largas a los tipos buenos es que siempre termino sola. Sin dejar de mirar a Román, decidí que quería dejar de estar sola… al menos durante algún tiempo.
De modo que accedí a volver a verlo, desoyendo las alarmas mentales que disparaba esta decisión. Su rostro se iluminó, y pensé que ahora definitivamente intentaría besarme en la boca. La perspectiva hizo que mi corazón latiera desbocado, temeroso y dispuesto.
Sin embargo, al parecer, mis anteriores desvaríos neuróticos sobre guardar las distancias habían calado hondo. Se limitó a sostenerme la mano, para finalmente rozarme la mejilla con los labios en un beso que apenas si era merecedor de tal nombre. Se alejó por las calles de Queen Anne; un momento después, cubrí andando la media manzana de distancia hasta mi apartamento.
Cuando llegué a la puerta descubrí que había una nota pegada en ella, con mi nombre escrito en letras elegantes y recargadas. Me recorrió un escalofrío de aprensión. La nota decía:
Eres una mujer hermosa, Georgina. Lo suficientemente hermosa, creo, como para tentar incluso a los ángeles, algo que ya no ocurre con tanta frecuencia como debería. Una belleza como la tuya no requiere ningún esfuerzo, sin embargo, cuando puedes darle la forma que desees. Tu corpulento amigo, por desgracia, no puede permitirse ese lujo, lo cual es una auténtica lástima después de lo ocurrido hoy. Afortunadamente, trabaja en el negocio adecuado para corregir cualquier daño sufrido por su aspecto.
Me quedé mirando la nota como si pudiera morderme. No estaba firmada, por supuesto. La arranqué de la puerta, entré corriendo en mi apartamento y descolgué el teléfono. Marqué el número de Hugh sin perder tiempo. Con las pistas «corpulento» y «negocio adecuado», era la única persona a la que podía referirse la nota.
Su teléfono sonó una y otra vez antes de dar paso al contestador automático. Irritada, marqué el número de su móvil.
Después de tres tonos, respondió una desconocida voz de mujer.
– ¿Está Hugh Mitchell ahí?
Se produjo una larga pausa.
– Él… no puede hablar en estos momentos. ¿Quién llama, por favor?
– Georgina Kincaid al habla. Soy amiga suya.
– He oído hablar de ti, Georgina. Soy Samantha. Ni su nombre me decía nada, ni tenía paciencia para andarme con rodeos.
– Bueno, entonces, ¿puedo hablar con él, por favor?
– No… -Su voz sonaba tensa, preocupada-. Georgina, ha ocurrido una desgracia…