10. UNA INTERPRETACIÓN DE LOS ACONTECIMIENTOS

Los dos terrestres presentaban el contraste más absoluto imaginable: uno era el mayor poder aparente en la Tierra, y el otro era el mayor poder real de la Tierra.

El Primer Ministro era el terrestre más importante de todo el planeta, el gobernante de la Tierra reconocido por decreto formal y directo del Emperador de toda la Galaxia…, sujeto, naturalmente, a las órdenes del Procurador del Emperador. Su secretario no parecía ser nadie, apenas un miembro de la Sociedad de Ancianos que, teóricamente, era designado por el Primer Ministro para ocuparse de ciertos detalles no especificados y que, teóricamente, podía ser destituido a voluntad por el Primer Ministro.

El Primer Ministro era conocido en toda la Tierra, y estaba considerado como el árbitro supremo en todo lo referente a las Costumbres. Era quien anunciaba las excepciones a la Costumbre de los Sesenta y quien juzgaba a los profanadores del ritual, a los que no cumplían con el racionamiento o las normas de producción, a los que entraban en las Zonas Vedadas y a otros culpables de delitos parecidos. Por su parte, el secretario no era conocido por nadie —ni tan siquiera de nombre—, como no fuese por la Sociedad de Ancianos y el Primer Ministro en persona.

El Primer Ministro tenía una gran facilidad de palabra y arengaba frecuentemente al pueblo terrestre con discursos de elevado contenido emocional que desbordaban pasión y sentimientos. Era rubio, llevaba el cabello bastante largo y poseía un semblante patricio de rasgos firmes y delicados. El secretario, un hombre de nariz rechoncha y facciones avinagradas, prefería una palabra corta a una larga, un gruñido a una palabra y el silencio a un gruñido…, por lo menos en público.

El Primer Ministro parecía tener todo el poder en sus manos, naturalmente, pero en realidad era el secretario quien lo ejercía; y la intimidad del despacho del Primer Ministro era el único sitio en el que aquello resultaba evidente.

Porque el Primer Ministro se mostraba infantilmente intrigado, en tanto que el secretario se comportaba con una indiferencia tan gélida que rozaba lo ostentoso.

—Lo que no comprendo es la relación existente entre todos esos informes que me ha traído —dijo el Primer Ministro—. ¡Informes, informes…! —Alzó un brazo sobre su cabeza y golpeó violentamente un montón imaginario de papeles—. No tengo tiempo para ocuparme de ellos.

—Exacto —respondió el secretario sin inmutarse—. Para eso me tiene a mí. Yo los leo, digiero su contenido y se lo transmito.

—Bien, mi querido Balkis, entonces vayamos directamente al grano…, y deprisa, porque está claro que se trata de asuntos secundarios.

—¿Secundarios? Si no intenta pensar con más agudeza puede que algún día Su Excelencia tenga serios problemas… Veamos cuál es el significado de todos estos informes, y después le preguntaré si continúa considerando que se trata de asuntos secundarios. En primer lugar, tenemos la comunicación original del ayudante de Shekt, que ya tiene una semana de antigüedad y fue el primer factor que me impulsó a interesarme por el asunto.

—¿A qué asunto se refiere?

La sonrisa de Balkis reflejó una vaga amargura.

—Su Excelencia, ¿me permite que le recuerde que hay ciertos proyectos de gran importancia que se están desarrollando en la Tierra desde hace varios años?

—¡Sssst! —siseó el Primer Ministro.

No pudo reprimir el impulso de mirar alarmado a su alrededor, a pesar de que esa reacción le hizo perder toda la dignidad propia de su cargo.

—Su Excelencia, lo que nos dará la victoria es la confianza en nosotros mismos, no el nerviosismo… Bien, ya sabe que el éxito del proyecto dependía de que el sinapsificador, ese juguete inventado por Shekt, fuese utilizado de la manera acertada. Hasta ahora, y que sepamos, sólo ha sido utilizado bajo nuestro control e instrucciones y con finalidades muy concretas. ¡Y de repente nos enteramos de que Shekt ha sinapsificado a un desconocido violando todas nuestras órdenes!

—No veo que haya ninguna dificultad —dijo el Primer Ministro—. Castigaremos a Shekt, colocaremos bajo custodia al hombre que ha sido tratado con el sinapsificador y pondremos fin al asunto.

—No, no… Es usted demasiado ingenuo, Su Excelencia, y olvida lo realmente importante. No se trata de lo que Shekt ha hecho, sino del porqué lo ha hecho. Observe que en este asunto hay una coincidencia, una de las tantas de una serie de coincidencias consecutivas… El Procurador de la Tierra había visitado a Shekt ese mismo día, y Shekt en persona nos informó lealmente de todo el contenido de su conversación sin mentir en ningún momento. Ennius había solicitado el sinapsificador para uso imperial, y según parece le prometió toda clase de ayuda y un generoso apoyo del Emperador.

—Hum —murmuró el Primer Ministro.

—¿Se siente intrigado, Su Excelencia? ¿Acaso opina que este compromiso resulta atractivo cuando se lo compara con los peligros implícitos en nuestra labor actual? Bien, ¿se acuerda de las provisiones que nos prometieron durante la hambruna de hace cinco años? ¿Se acuerda de ellas? Bien, después nos negaron los cargamentos porque carecíamos de créditos imperiales con que pagarlos, y los productos manufacturados en la Tierra no podían ser aceptados porque estaban contaminados con radiactividad. ¿Nos enviaron provisiones gratis tal y como habían prometido? No. ¿Un préstamo, por lo menos? Ni tan siquiera eso. Cien mil personas murieron de hambre. No confíe en las promesas de los espaciales, Su Excelencia… Pero olvidemos todo eso. Lo importante es que Shekt dio una prueba ejemplar de lealtad. Después de eso no podíamos volver a dudar de él, ¿verdad? Todo hace pensar que no podríamos sospechar que nos traicionó precisamente ese mismo día y, sin embargo, eso fue lo que ocurrió.

—¿Se refiere al experimento clandestino, Balkis?

—Sí, Su Excelencia. ¿Quién era el hombre sometido al sinapsificador? Tenemos fotos de él, y la ayuda del técnico de Shekt nos permitió obtener sus impresiones retinianas. Su ficha no está en el Registro Planetario y, por lo tanto, la conclusión lógica es que no se trata de un terrestre sino de un espacial. Además, Shekt debía saberlo, porque si se hace la comprobación con las pautas retinianas una tarjeta de registro no puede ser falsificada ni transferida. Así pues, los hechos nos llevan a la deducción de que Shekt utilizó el sinapsificador en un espacial a sabiendas de que era un espacial. ¿Y por qué lo hizo? La respuesta puede ser terriblemente sencilla. Shekt no es el instrumento ideal para nuestros fines. En su juventud fue asimilacionista, y en una ocasión llegó a presentarse como candidato al Consejo de Washenn defendiendo un programa de conciliación con el Imperio. Fue derrotado, dicho sea de paso…

—No lo sabía —dijo el Primer Ministro.

—¿No sabía que fue derrotado?

—No, que se hubiese presentado como candidato… ¿Por qué no se me informó de eso? Dada su posición actual, Shekt puede resultar muy peligroso.

Los labios de Balkis se curvaron en una débil sonrisa impregnada de tolerancia.

—Shekt inventó el sinapsificador, y sigue siendo el único hombre con verdadera experiencia en su manejo —replicó—. Siempre ha estado vigilado, y a partir de ahora estará más vigilado que nunca. No olvide que un traidor en nuestras filas cuya identidad nos sea conocida puede causar un daño al enemigo que nos resultará más beneficioso que cualquier bien que pueda hacernos un hombre leal… Y ahora sigamos analizando los hechos. Shekt ha sinapsificado a un espacial. ¿Por qué? Hay un solo fin para el que puede utilizarse el sinapsificador, y es el de mejorar la capacidad intelectual. ¿Por qué ha obrado de esa manera? Porque es la única forma de vencer a los cerebros de nuestros científicos que ya han sido mejorados mediante la acción del sinapsificador. Eso significa que el Imperio tiene por lo menos vagas sospechas sobre lo que está ocurriendo actualmente en la Tierra. Bien, Su Excelencia, ¿le parece que eso es algo secundario?

La frente del Primer Ministro estaba perlada de sudor.

—¿Lo cree de veras?

—Los hechos ofrecen un rompecabezas que sólo puede ser montado de una manera. El espacial sometido a tratamiento con el sinapsificador es un hombrecillo de aspecto tan vulgar que nadie se fijaría dos veces en él…, lo cual es un auténtico golpe de genio, porque un viejo gordo y calvo puede seguir siendo el espía más temible y experimentado del Imperio. Oh, sí… Sí. ¿A qué otro podrían confiar una misión semejante? Pero hemos seguido lo mejor posible a ese desconocido —cuyo seudónimo es Schwartz, por cierto—, y ahora pasemos a examinar la segunda serie de informes.

—¿Los que hacen referencia a Bel Arvardan? —preguntó el Primer Ministro contemplando la carpeta.

—Sí —asintió Balkis—, los que hacen referencia al doctor Bel Arvardan, eminente arqueólogo del heroico Sector de Sirio, el espacial llegado de esos mundos llenos de fanáticos y valientes caballeros… —La última frase fue pronunciada en un tono claramente despectivo—. Bien, no tiene importancia… De todos modos, tenemos aquí un extraño contraste casi poético con el tal Schwartz: no estamos ante una figura anónima, sino ante una personalidad muy destacada. No es un intruso clandestino, sino que llega flotando sobre el oleaje de la publicidad. Quien nos alerta contra él no es un técnico insignificante, sino nada menos que el mismísimo Procurador de la Tierra.

—¿Cree que todo eso tiene una relación, Balkis?

—Su Excelencia podría tomar en consideración la posibilidad de que uno estuviera destinado a apartar nuestra atención del otro. O en caso contrario, y puesto que las clases gobernantes del Imperio tienen una considerable experiencia en todo lo referente a las intrigas, nos hallaríamos ante un ejemplo de dos métodos distintos de disfraz. En el caso de Schwartz las luces están apagadas, pero en el caso de Arvardan los reflectores apuntan a nuestros ojos. En ninguno de los dos debemos ver nada… Bien, ¿de qué nos previno exactamente Ennius con respecto a Arvardan?

El Primer Ministro se rascó la nariz con expresión pensativa.

—Dijo que Arvardan había venido a la Tierra para organizar una expedición arqueológica apoyada por el Imperio, y que deseaba entrar en las Zonas Vedadas por motivos puramente científicos. Afirmó que no había ni la más mínima intención sacrílega, y que si podíamos detenerle sin recurrir a la violencia él respaldaría nuestra postura ante el Consejo Imperial… Fue más o menos eso, ¿no?

»De modo que tenemos que vigilar muy atentamente a Arvardan, ¿pero con qué finalidad? Para evitar que entre en las Zonas Vedadas sin autorización, ¿no? Tenemos al jefe de una expedición arqueológica que no dispone de hombres, nave o equipos. Tenemos a un espacial que no se queda en el Everest, que es el sitio en el que debería estar, sino que sea por el motivo que sea anda vagabundeando de un lado a otro por la Tierra…, y que hace su primera escala en Chica. ¿Y cómo desvían nuestra atención de todos estos hechos tan extraños y sospechosos? Pues incitándonos a vigilar cuidadosamente algo que no tiene ni la más mínima importancia. Ah, Su Excelencia, y hay algo más: fíjese en que Schwartz estuvo recluido durante seis días en el Instituto de Investigaciones Atómicas…, y que después huyó. ¿No le parece muy raro? De pronto la puerta quedó abierta, de repente no había centinelas en los pasillos… Qué negligencia tan extraña, ¿verdad? ¿Y qué día eligió Schwartz para escapar? Pues precisamente el mismo día en el que Arvardan llegó a Chica. Es una segunda coincidencia que llama la atención.

—Entonces usted cree que… —murmuró el Primer Ministro con voz tensa.

—Creo que Schwartz es un agente espacial venido a la Tierra, que Shekt es el intermediario de los traidores asimilacionistas que hay entre nosotros, y que Arvardan está encargado de mantener los contactos con el Imperio. Observe la habilidad con la que fue planeado el encuentro entre Schwartz y Arvardan. Se permitió que Schwartz huyera y, después de que hubiese transcurrido el plazo apropiado, su enfermera —que por una coincidencia adicional y nada sorprendente es la hija de Shekt— salió en su búsqueda. Si algo llegaba a fallar en su bien calculado plan, resulta evidente que ella habría dado con Schwartz de repente y que éste se habría convertido en un pobre enfermo, lo que habría satisfecho la curiosidad de cualquier posible espectador. De hecho, dos conductores de aerotaxi demasiado curiosos recibieron la explicación de que era un enfermo, y por una ironía del destino eso arruinó sus planes. Ahora preste mucha atención, Su Excelencia… Schwartz y Arvardan se encuentran por primera vez en el local de alimentómatas, pero aparentemente no se fijan el uno en el otro. Se trata de un encuentro preliminar cuyo único fin es indicar que hasta el momento todo ha marchado bien y que ya pueden dar el siguiente paso… Al menos no nos subestiman, algo de lo que creo podemos sentirnos un poco orgullosos. Bien, Schwartz sale del local… Arvardan sale pocos minutos después para seguir a Schwartz y se encuentra con la señorita Shekt. Todo está calculado al segundo. Después de representar una farsa en beneficio de los dos conductores de aerotaxi a los que he mencionado antes, los dos se dirigen hacia los grandes almacenes Dunham, donde se reúnen con Schwartz. ¿Qué mejor lugar que unos grandes almacenes? Son el punto ideal para una cita: ofrecen una intimidad que no podría hallarse ni en una caverna de las montañas. Demasiado visibles como para despertar sospechas, demasiado llenos de gente como para permitir la vigilancia… Magnífico, realmente magnífico… Yo también sé reconocer los méritos de mi oponente, Su Excelencia.

El Primer Ministro se removió nerviosamente en su sillón.

—Si nuestro enemigo es tan astuto acabará triunfando.

—Imposible, porque ya está derrotado —replicó Balkis—. Y en este aspecto todo el mérito corresponde a nuestro querido Natter.

—¿Quién es Natter?

—Un agente insignificante al que habrá que aprovechar al máximo después de esto, ya que ayer no pudo comportarse mejor. Su misión consistía en vigilar a Shekt, para lo que había instalado una frutería delante del Instituto. Durante la última semana recibió instrucciones específicas de observar el desarrollo del caso Schwartz. Natter estaba ahí cuando Schwartz, a quien conocía por fotografías y porque había podido verle fugazmente cuando entró por primera vez en el Instituto, se escapó. Natter vigiló todos sus movimientos logrando pasar inadvertido, y dando muestras de una admirable intuición acabó llegando a la conclusión de que el único objetivo de la «fuga» consistía en concertar una entrevista con Arvardan. Natter no se sintió en condiciones de averiguar nada gracias al encuentro porque estaba solo, por lo que decidió impedir que se produjera. Los dos conductores de aerotaxi que habían oído decir a la señorita Shekt que Schwartz estaba enfermo pensaron que se trataba de un caso de fiebre de radiación, y Natter aprovechó esa idea con la rapidez de un auténtico genio. En cuanto observó que el encuentro tenía lugar en los grandes almacenes denunció el caso de fiebre, y las autoridades locales de Chica fueron lo bastante inteligentes como para colaborar inmediatamente, bendita sea la Tierra…

»El local fue evacuado, y eso les despojó del disfraz con el que habían contado para disimular su entrevista. De pronto se encontraron solos en los grandes almacenes, con lo que resultaban muy visibles. Natter fue todavía más lejos. Habló con ellos, y logró convencer a Arvardan y a la hija de Shekt de que le permitieran acompañar a Schwartz hasta el Instituto. Ellos accedieron. ¿Qué otra cosa podían hacer? Así pues, el día terminó sin que Schwartz y Arvardan pudieran intercambiar ni una sola palabra.

»Ah, y Natter no cometió la estupidez de arrestar a Schwartz. Los dos siguen ignorando que han sido descubiertos, y nos conducirán hasta presas todavía más importantes que ellos.

»Pero Natter no se conformó con eso. Avisó a la guarnición imperial, y ya no tengo palabras con las que elogiar ese acto; pues con él colocó a Arvardan en una situación que no había previsto. Tuvo que escoger entre quedar revelado como espacial y destruir su utilidad, que aparentemente consiste en moverse por la Tierra comportándose como si fuese un terrestre, o mantener el secreto y sufrir las desagradables consecuencias de su falsa identidad. Arvardan optó por la actitud más heroica, e incluso le fracturó el brazo a un oficial del Imperio para dar mayor realismo a la escena; algo que deberá ser recordado en su favor.

»Resulta muy significativo que se comportara tal y como lo hizo. ¿Qué razón podía tener un espacial para exponerse al látigo neurónico por una terrestre…, a menos que lo que estaba en juego fuese de una importancia suprema?

El Primer Ministro mantenía los puños sobre el escritorio inmóviles delante de él. Sus ojos habían adquirido un brillo salvaje, y sus esbeltos rasgos estaban fruncidos por la preocupación.

—Le felicito por haber tejido una trama tan complicada con tan pocos detalles. Ha sido muy hábil, Balkis, y creo que está en lo cierto. La lógica no nos deja alternativa, pero esto significa que está demasiado cerca, Balkis. Demasiado cerca… Y esta vez no tendrán piedad.

—No están tan cerca, porque en tal caso, existiendo tanto peligro para el Imperio, ya habrían descargado el golpe —respondió Balkis, y se encogió de hombros—. Y les queda poco tiempo. Arvardan tendrá que entrevistarse con Schwartz antes de que hagan algo, de modo que creo poder predecirle el futuro.

—Hágalo…, hágalo…

—Ahora es preciso alejar a Schwartz hasta que las cosas se calmen un poco.

—¿Pero dónde será enviado?

—También lo sabemos. Schwartz fue llevado al Instituto por un hombre que resultaba evidente era granjero. Obtuvimos descripciones suyas del técnico de Shekt y de Natter, y revisamos todas las tarjetas de identificación de todos los granjeros que viven en un radio de ciento cincuenta kilómetros alrededor de Chica hasta que Natter acabó identificando a un tal Arbin Maren como nuestro hombre. El técnico de Shekt confirmó la identificación de manera independiente. Hicimos discretas investigaciones sobre ese hombre, y al parecer mantiene a su suegro, un inválido, con lo que viola la Costumbre de los Sesenta.

El Primer Ministro descargó el puño sobre la mesa.

—Estos casos se repiten con demasiada frecuencia, Balkis. Tendremos que dictar leyes más severas…

—No se trata de eso, Su Excelencia. Ahora lo importante es que el granjero está violando las Costumbres, por lo que se le puede someter a extorsión.

—Shekt y sus aliados espaciales necesitan un instrumento para una eventualidad como ésta: un lugar donde Schwartz pueda permanecer recluido durante más tiempo del que podría pasar oculto sin peligro en el Instituto. Ese granjero, que probablemente es pobre y no tiene ni idea de lo que está ocurriendo, se presta muy bien para sus propósitos. Bueno, pues será vigilado. Schwartz no será perdido de vista en ningún momento… Tarde o temprano tendrán que concertar otra entrevista entre Schwartz y Arvardan, y cuando eso ocurra estaremos preparados para actuar. ¿Lo entiende todo ahora?

—Sí.

—Bien, bendita sea la Tierra entonces —dijo Balkis—. Ahora me marcho…, con su permiso, naturalmente —añadió con una sonrisa irónica.

El Primer Ministro alzó una mano en un vago gesto de despedida sin haber captado el sarcasmo.

Mientras iba a su pequeño despacho el secretario estaba solo, y en ocasiones como aquélla sus pensamientos solían escapar del firme control habitual al que los mantenía sometidos y jugueteaban en la intimidad de su mente.

Balkis no estaba pensando en el doctor Shekt, Schwartz o Arvardan, y todavía menos en el Primer Ministro.

Sus pensamientos giraban alrededor de un planeta, Trántor, un mundo cuya superficie estaba ocupada por una inmensa metrópoli desde la que se gobernaba toda la Galaxia; y después le ofrecieron la imagen de un palacio cuyas espiras y elegantes arcadas nunca habían sido vistas ni por Balkis ni por ningún otro terrestre. Pensó en los hilos invisibles de poder que pasaban de un sol a otro reuniéndose en filamentos, cables y sogas hasta llegar al palacio central y a esa abstracción llamada Emperador que, después de todo, no era más que un hombre.

La mente de Balkis se aferró insistentemente a ese pensamiento y a la idea de un poder tan inmenso que era capaz de crear la divinidad por sí solo, y que a pesar de eso se hallaba concentrado en un ser que era sencillamente humano.

¡Sencillamente humano! ¡Cómo él!

Y él podía…

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