XIII

Adelante. A un lugar donde no hay solidez, donde el mismo planeta se ha desvanecido y nada a través del es­pacio, cayendo pacíficamente, yendo de ninguna parte a ninguna parte. Está rodeado por una brillante luz verde que emana de todos lados al mismo tiempo, como un men­saje de la estructura del universo. Sintiendo una gran tranquilidad, cae a través de ese alegre resplandor durante días y días, o lo que parecen ser días y días, deri­vando, ladeándose, corrigiendo su rumbo con pequeños movimientos de sus codos y rodillas. No le importa dón­de va; aquí, todo es igual a todo. El brillo verde lo sos­tiene y lo soporta y lo alimenta, pero le provoca inquie­tud. Juega con él. Con su pegajosa sustancia consigue formar imágenes, caras, diseños abstractos: conjura a Elizabeth para sí mismo, evoca sus propios rasgos angulo­sos, llena los cielos con una legión de chinos que mar­chan con anchos sombreros de paja, los tacha con grue­sas líneas diagonales, hace que un río de plata corra por el firmamento y descargue su resplandeciente torren­te por la ladera de una montaña de varias millas de alti­tud. Gira. Flota. Se desliza. Libera todas sus fantasías. Ésta es la libertad total, aquí, en este lugar que no es un mundo. Pero no es suficiente. Se fatiga de la vacie­dad. Se fatiga de la serenidad. Le ha sacado a este sitio todo lo que puede ofrecer, demasiado pronto, demasiado pronto. No está seguro de que el fracaso esté en él o en el lugar, pero siente que debe marcharse. Por lo tanto: adelante.

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