– Siguen en la biblioteca -le dijo Bartlett a Jane cuando se la encontró bajando las escaleras una hora más tarde-. Trevor me dijo que no te dejara entrar. No le pregunté cómo lo iba a hacer, puesto que probablemente eres mejor practicante de las artes marciales de lo que yo lo seré en toda mi vida. -Arrugó el entrecejo-. Pero pedir las cosas por favor siempre me ha funcionado. ¿Me harás el favor de no causarme una molestia innecesaria entrando ahí a la fuerza?
– Sí, no tengo ninguna necesidad de ver ese vídeo para saber a qué nos enfrentamos. Ellos mataron a mi amigo. -Se estremeció-. Pero admito que la pura crueldad de lo que le hicieron al padre de Mario resulta casi increíble. Es… una barbaridad.
Bartlett asintió con la cabeza.
– Me viene a la cabeza Atila el huno. Trevor me dijo que Grozak era un tipo despiadado, aunque uno no se hace una idea hasta…
– Necesito alquilar un avión, Bartlett. -Brenner había salido de la biblioteca y se acercaba por el pasillo hacia ellos-. Consigue un helicóptero que me lleve a Aberdeen y que tengan un reactor preparado para despegar en cuanto aterrice allí.
– De inmediato. -Bartlett se volvió hacia el teléfono situado en la mesa del vestíbulo-. ¿Adónde vas?
– A Lucerna. Trevor y yo no nos ponemos de acuerdo acerca del posible verdugo. Voy a ver si puedo husmear un poco por ahí y descartar algún candidato e intentar obtener la confirmación. -Miró a Jane-. ¿Cómo lo lleva Mario?
– Nada bien. Está desolado. ¿Qué esperabas?
– Esperaba que estuviera hecho una furia, y no derrumbado. Esperaba que estuviera de pie y peleándose conmigo para conseguir un asiento en ese avión que va a Lucerna.
– Él no es tú, Brenner. -Empezó a avanzar por el pasillo hacia la biblioteca-. Dale una oportunidad.
– Se la daré si no abre la boca para decirme que el culpable es Trevor. -Su tono era frío-. Si lo hace, ya puede echar a correr. -Se encaminó a la puerta delantera-. Trevor me dijo que antes de irme me asegurase de que la seguridad está en máxima alerta. Avísame cuando tengas el tiempo estimado de llegada del helicóptero, Bartlett.
Éste estaba hablando por teléfono y se limitó a asentir con la cabeza.
Las cosas se estaban moviendo, revolucionando. Bartlett actuaba con una eficiencia meticulosa, y Brenner había dejado de ser ya el tranquilo australiano que había conocido en el avión. Estaba impaciente, cortante como un machete y muy a la defensiva en lo tocante a su amigo. Jane comprendía su reacción; sentía aquella impaciencia y aquel impulso de entrar en acción.
La puerta de la biblioteca estaba abierta, y vio a Trevor sentado a la mesa, metiendo la cinta de vídeo en un sobre. Parecía agotado. Jamás había visto en él aquella expresión de extremado agotamiento y decepción. Jane titubeó.
– ¿Te encuentras bien?
– No. -Arrojó el sobre a un lado-. Estoy hastiado. Y me estaba preguntando por qué la raza humana no ha evolucionado a un estadio superior que nos impida producir los Grozak del mundo. -La miró-. ¿Así que Mario te ha convencido de lo desalmado hijo de puta que soy?
– No seas idiota. A veces soy blanda de corazón, pero nunca blanda de sesera. ¿Cómo se te puede culpar? Grozak mintió a Mario. -Hizo una pausa-. Y de ninguna manera serías capaz de la clase de frialdad necesaria para ignorar de forma deliberada una carta de rescate con el único fin de mantener a Mario en el trabajo. No se me pasa por la cabeza.
– ¿No lo sería? -Levantó las cejas-. ¿Estás segura?
– Sí, estoy segura. -Jane arrugó la frente-. Y no he venido aquí a defenderte de ti mismo. Acabo de terminar de intentar de hacer razonar a Mario.
– ¿Y tuviste éxito?
– No, está demasiado ocupado en intentar culpar a todos excepto a sí mismo por la muerte de su padre, lo que supongo ha de ser insoportable. -Apretó los labios-. Así que dejé de ser diplomática y paciente y le dije que tenía que enfrentarse a la verdad.
La comisura de la boca de Trevor se levantó en una ligera sonrisa.
– Bueno, eso sin duda no es ser diplomático.
– No tenía ningún derecho a culparte, por más que acabara de recibir la más increíble de las impresiones. Si necesitas que continúe con la traducción, tendrás que intentar tranquilizarlo.
– ¡Uy Dios!, creo que me estás defendiendo.
– Sencillamente no creo en la injusticia. No dejes que se te suba a la cabeza.
– Ni se me ocurriría.
– Puede que no me haya alejado completamente de Mario. Es un buen tipo, y tal vez pueda afrontar su culpa y dejar de responsabilizarte, si le damos el tiempo suficiente.
– No sé de cuánto tiempo disponemos.
– ¿A qué viene tanta prisa? -Se sentó en el sillón situado delante de la mesa-. ¿Por qué Grozak mataría a ese pobre hombre sólo por ganar tiempo?
– Grozak y yo mantenemos una especie de competición. El primero que cruce la línea de meta se lleva el premio.
Jane meneó la cabeza.
– ¿Otro de tus juegos? ¿Y en qué consiste el maldito premio?
– ¿De entrada? Un cofre lleno de oro.
– ¿De entrada? ¿Qué se supone que significa eso?
– Significa que al final el premio puede ser inmensamente más grande.
– Déjate de cripticismos y dame una respuesta directa.
– No pretendo ser críptico. -Se recostó cansinamente en su sillón-. Anoche te dije que no te iba a ocultar nada nunca más. Supongo que estoy cansado. -Metió la mano en el cajón para sacar un mapa de Estados Unidos-. ¿Quieres saber cuál es el precio? -Señaló Los Ángeles-. Este es el precio. -Señaló Chicago-. Este es el precio. -Tamborileó con el dedo índice sobre Washington, D. C.-. Y este puede ser el mayor premio de todos.
– ¿De qué estás hablando?
– El veintitrés de diciembre explotarán bombas atómicas en dos ciudades. No he podido averiguar en cuáles. Pero las cargas nucleares son importantes, y se liberará suficiente material radiactivo para matar a miles de personas.
Jane se lo quedó mirando de hito en hito, horrorizada.
– El once de septiembre -susurró.
– Tal vez peor. Depende del número de kamikazes que se hagan intervenir.
– ¿Kamikazes?
– La versión moderna del kamikaze: el terrorista suicida con bomba. La cosa no funciona tan bien ni de lejos, a menos que el hombre que hace detonar la bomba está dispuesto a firmar su sentencia de muerte.
– Espera un segundo. ¿Estás hablando de terroristas? ¿Grozak es un terrorista?
Trevor asintió con la cabeza.
– Desde 1994. Después de un período como mercenario, acabó encontrando su sitio. A lo largo de los años ha alquilado sus servicios a varios grupos terroristas por diversión y provecho. De todas formas detestaba prácticamente a todas las minorías, y eso le permitía liberar ese odio en forma de violencia y que le pagaran por ello. Actuó en Sudán, Líbano, Indonesia y Rusia, que yo sepa. Es inteligente y tiene sus contactos. Y no tiene ningún problema en dar ese paso final.
– ¿Paso final?
– Muchos terroristas llegan hasta ahí, y si el riesgo se revela excesivo, retroceden. Grozak crea su vía de escape y, pase lo que pase, va a por ello.
– Y si es tan peligroso, ¿por qué no lo ha detenido la CIA?
– Han hecho varios intentos, pero andan bastante escasos de recursos, y él no está a la cabeza de su lista de prioridades. La CIA recibe cientos de chivatazos a la semana sobre potenciales amenazas terroristas. Ya te he dicho que es un hombre inteligente. Ha dirigido sus ataques contra otros países de Europa y de Sudamérica. Nunca ha ido contra objetivos norteamericanos, ni en casa ni en el extranjero… hasta ahora.
Hasta ahora. La precisión hizo que Jane tuviera un estremecimiento.
– ¿Y por qué ahora sí?
– Creo que ha estado esperando al momento oportuno, estableciendo sus contactos. Siempre ha albergado un resentimiento contra Estados Unidos, y no había duda de que acabaría escogiéndolo como objetivo. Sólo era cuestión del cuándo.
– ¿Por qué ahora? -preguntó de nuevo.
– Todo le ha empezado a ir bien. Tiene las armas y el dinero para la operación, y lo único que necesita es el personal. -Torció los labios-. ¿O debería decir la carne de cañón? Es más adecuado. Las armas más valiosas que tiene un terrorista son los cómplices que están dispuestos a sacrificar sus vidas por la causa. Eso quedó demostrado el once de septiembre. Correrán cualquier riesgo, y después de ejecutar sus misiones no hay posibilidad de que hablen y dejen pistas importantes que conduzcan al campamento base. Pero cada vez es más difícil reclutar fanáticos que no vayan a echarse atrás en el último minuto. Como es natural, está el contingente religioso de Oriente Medio, pero la CIA los está vigilando como un halcón.
– Y también el Departamento de Seguridad Nacional.
Trevor asintió con la cabeza.
– Estoy seguro de que Grozak está preparado para tener a medio mundo tras sus huellas por el placer de ver a Estados Unidos de rodillas, pero no quiere correr riesgos adicionales.
– Es una locura. Tendría que meterse en un agujero, como Saddam Hussein.
– Su agujero estaría alicatado en oro, y es lo bastante arrogante para creer que puede esperar a que terminen de buscarlo. Sería un héroe para el mundo terrorista y le sobran apoyos.
Jane meneó la cabeza.
– Dijiste que es inteligente. Esto es una locura.
– Es inteligente. También está lleno de odio y resentimiento, y tiene un ego que lo desborda. Va a ir a por ello. Lleva años acariciando este objetivo.
– ¿Y tú cómo lo sabes?
– Estuvimos juntos en Colombia. Entonces supe que era un hijo de puta y que no sentía ningún cariño hacia Estados Unidos. Siempre estaba despotricando contra los cerdos que lo habían metido en la cárcel. No deja de ser una ironía que al meterle entre rejas por delitos motivados por el odio racial, Estados Unidos volviera todo aquel odio hacia el Gobierno en su lugar. Pero entonces yo estaba más interesado en intentar impedir que el bastardo me pasara por encima que en escuchar sus opiniones políticas. Al final, antes de abandonar Colombia, acabé rompiéndole un brazo. -Hizo una mueca-. Esa podría ser la razón de que me odie a muerte. ¿A ti que te parece?
– Diría que es factible -dijo Jane distraídamente-. ¿Y cómo supiste que Grozak estaba planeando esto?
– No conocía los detalles exactos. Lo estuve vigilando durante años, porque es un bastardo vengativo, y sabía que acabaría por ir detrás mío. Hace ocho meses empecé a recibir extraños informes sobre los movimientos de Grozak. Hace seis, localicé a un informador dentro del círculo de Grozak al que convencí para que hablara.
– ¿Convencer?
– Bueno, lo convencí a la fuerza, pero después le di dinero suficiente para que desapareciera.
A Jane le daba vueltas la cabeza, desbordaba por todo lo que él le había dicho. Era increíble. Sin embargo, tenía la terrible sensación de que era verdad.
– ¿Y qué podemos hacer para evitar que ocurra esto?
– Encontrar el oro de Cira.
– ¿Qué?
– Grozak necesita a sus terroristas suicidas. Está negociando con Thomas Reilly para que se los proporcione. ¡Coño!, puede que fuera Reilly quien primero se dirigiera a Grozak. Reilly necesitaba poder para conseguir lo que quería, y podría haber decidido manipular a Grozak para que fuera detrás del oro.
– ¿Manipular?
– Es posible, incluso probable. A Reilly le gusta quedarse en segundo plano y tirar de los hilos. Tiene un ego tremendo y le encanta demostrar lo inteligente que es. Estuvo metido de manera activa en el IRA durante años, luego diversificó sus actividades con otras organizaciones terroristas y se fue a vivir a Grecia. Entonces, hace cinco años, levantó el campamento y desapareció de la vista. Se rumoreó que había pasado a la clandestinidad en Estados Unidos.
– ¿Y cómo podría ayudar Reilly a Grozak?
– Reilly tiene un interés especial que lo hace inestimable. Era un psicólogo brillante especializado en seleccionar disidentes y niños que pudieran ser fácilmente influenciables, a los que lavaba el cerebro para conseguir que hicieran prácticamente todo lo que él quería. Los escogidos aceptaban riesgos demenciales, y en varias ocasiones fueron abatidos mientras colocaban bombas por orden de Reilly. Más tarde se rumoreó que estaba entrenando terroristas suicidas en un campamento de Alemania. Sé que en un determinado momento se dirigió a al Qaeda y que intentó llegar a un acuerdo.
Jane se puso tensa.
– ¿Con al Qaeda?
Trevor negó con la cabeza.
– No, nos están metidos en esto. A al Qaeda no le gusta tratar con los infieles. Hace años, cuando Reilly les ofreció sus servicios, no lo recibieron con los brazos abiertos. Y ahora mismo Grozak no quiere pactar con al Qaeda; eso haría saltar todas las alertas y se le verían las intenciones. Está más interesado en otra actividad suplementaria que Reilly ha estado explorando. Se rumorea que Reilly ha reclutado a un equipo de exsoldados norteamericanos resentidos con Estados Unidos y que los ha estado entrenando.
– Querrás decir lavándoles el cerebro.
– Exacto. El potencial es muy atractivo para Grozak. Norteamericanos, con papeles y antecedentes norteamericanos, que están dispuestos a suicidarse para vengarse de su país.
– No me puedo creer que lo hicieran.
– Yo tenía mis dudas. Reilly me envió un fragmento de película de uno de esos soldados haciéndose volar en pedazos delante de la embajada de Estados Unidos en Nairobi. -Apretó los labios-. Se aseguró de que el chico no se acercara demasiado a la embajada y de que no tuviera suficiente potencia de fuego para ocasionar ningún daño y meter a Reilly en problemas. Después de todo, era sólo una demostración comercial.
– ¿Y Reilly te la envió a ti?
– Quería que supiera cuánto poder tenía. No confía en que Grozak sea capaz de cumplir. Me dijo que si yo daba con el oro de Cira, cancelaría el acuerdo con Grozak. Incluso me ayudaría a atrapar a Grozak.
Jane se lo quedó mirando perpleja.
– No tienes el oro de Cira. Y de todas formas, ¿qué más le daría a un canalla como ese?
– Hasta los canallas tienen su punto débil. Es coleccionista de antigüedades y siente una verdadera pasión por cualquier cosa relacionada con Herculano. Me he encontrado con él varias veces a lo largo de los años, cuando yo andaba intentando adquirir objetos robados. Compré la estatua de Cira antes de que él pudiera ponerle las manos encima, y eso lo enfureció. Probablemente sabe más sobre Herculano que la mayoría de los profesores universitarios. Ha adquirido cartas antiguas, cuadernos de bitácora, documentos y catálogos de provisiones. Cualquier cosa que le proporcionara conocimiento sobre la vida de Herculano. Su colección ha de ser increíble. Siente verdadera pasión por las monedas antiguas. Se dejaría arrancar los colmillos por el oro del túnel de Precebio.
– ¿Y tú cómo sabes todo eso?
– Conseguí que Dupoi me hiciera una relación de la gente con la que se había puesto en contacto para vender los pergaminos. Me dijo que Reilly era casi el número uno de la lista de la gente que él sabía estaría interesada. No se lo dijo a Grozak; éste estaba en un segundo escalón de contactos. -Hizo una pausa-. Para sorpresa de Dupoi, Reilly no hizo ninguna oferta. Pero Grozak se dirigió a Dupoi casi inmediatamente después de que se hubiera puesto en contacto con Reilly, y empezado las negociaciones.
– ¿Reilly envió a Grozak?
– Eso es lo que creo. Y no me lo esperaba. Que Reilly estuviera en el bando de Grozak hizo que me pusiera muy nervioso. Grozak no tenía importancia, siempre que no pudiera hacer un paquete con todo. Reilly podía suministrarle los eslabones que le faltaban.
– ¡Joder!
– De acuerdo con lo que Reilly me contó más tarde, iba a suministrarle a Grozak los conductores suicidas para los camiones a cambio del oro de Cira. Le dije a Reilly que Grozak no tenía ninguna maldita posibilidad de dar con él, y acordamos que le daría el oro, si anulaba el acuerdo con Grozak.
Jane meneó la cabeza con incredulidad.
– Tanto el uno como el otro estáis locos. Ninguno de los dos lo tenéis.
– Pero le dije que sabía donde estaba, que la localización estaba en los pergaminos a los que Grozak no había conseguido echar el guante.
– ¿Y te creyó?
– Soy un jugador de póquer bastante bueno. Me dio de plazo hasta el veintidós de diciembre para cumplir, siempre que diera con todo lo que él quería. Después de esa fecha, cumplirá el acuerdo con Grozak. ¿Y quién sabe? Puede que no sea un farol. Por eso quería que Mario terminara de traducir ese pergamino de Cira.
– ¿Y si ahora no lo termina?
– Entonces conseguiré a otro traductor.
– Podría ser que no hubiera ninguna pista acerca de la ubicación del oro.
– Es cierto. Pero al menos, eso me da tiempo para discurrir qué otra cosa hacer.
– No puedes correr riesgos con un desastre potencial como este. Tenemos que notificárselo a las autoridades.
Trevor cogió el teléfono y se lo entregó.
– El número está en la agenda. Cari Venable, agente especial de la CIA. Si lo vas a llamar, podrías contarle lo de Eduardo Donato. Todavía no se me ha presentado la ocasión de hacerlo.
Jane se quedó mirando el teléfono de hito en hito.
– Venable. ¿Estás trabajando con la CIA?
– Todo lo que puedo. Al parecer hay una ruptura en la cadena de mando. Sabot es el superior de Venable, y no está de acuerdo en que Grozak sea una amenaza. Cree que Grozak es un actor de poca monta que no está interesado en Estados Unidos como objetivo y que no es capaz de una operación de esta envergadura. -Hizo una mueca-. Y tanto Grozak como Reilly han creado una situación como la de Pedro y el lobo que está impidiendo que Sabot crea que se va a producir el ataque.
– ¿Pedro y el lobo?
– A lo largo del último año la CIA, el FBI, y el Departamento de Seguridad Nacional han estado recibiendo filtraciones que alertaban de los ataques de Grozak a lugares concretos. Todos dieron la alarma, enviaron equipos y no ocurrió nada. Excepto que volvieron hechos unas furias y con un palmo de narices. Sabot no está dispuesto a volver a hacer el idiota. Cree que es sólo otra amenaza.
– Él mismo gritó: «que viene el lobo…»
– Exacto. Y Reilly ha estado ilocalizable durante años; ni siquiera hay pruebas de que siga vivo. -Torció el gesto-. Excepto mi palabra acerca de nuestra conversación, y yo no soy exactamente un personaje de confianza.
– ¿Y Venable?
– Es un tipo nervioso, y no quiere que lo citen ante un comité del Congreso para responder preguntas después de un ataque. Prefiere cubrirse las espaldas. Sabot le está dando una autoridad limitada para salvar su propio culo si algo sale mal. ¡Por Dios!, odio a los burócratas.
– ¿Y Reilly no puede ser localizado?
– Todavía no. He enviado varias veces a Brenner a Estados Unidos para intentar conseguir alguna noticia sobre él. La noticia es que puede estar en el Noroeste. Brenner siguió dos pistas falsas, aunque cree que ahora puede estar detrás de algo.
– Hay que encontrarlo.
– Hago todo lo que puedo, Jane. Lo encontraré. A la tercera va la vencida. Aunque sea con suerte.
– ¿Suerte?
– Lo siento. Pero soy como soy. Te aseguro que esta vez no lo estoy fiando a la casualidad. -Hizo una mueca-. Y aunque vaya contra mis principios renunciar a ese oro, lo haré si puedo localizar el cofre.
– Es una posibilidad muy remota. -Jane puso ceño-. Y no me puedo creer que Grozak retrasaría su movimiento por correr el albur de conseguir el apoyo de Reilly.
– O Reilly o un retraso indefinido, y tras de todos estos años a Grozak le consume la impaciencia. Quiere que se le considere el cerebro que tiene el poder para conmocionar al mundo.
– Pero las posibilidades de que aparezca el oro son muy exiguas.
– Grozak no lo sabe. -Metió la mano en el cajón del escritorio y sacó una bolsa de terciopelo-. Está convencido de que está en el buen camino. -Lanzó la bolsa a Jane-. Le envié esto a Dupoi con los pergaminos, y le pedí que hiciera un cálculo aproximado de la antigüedad y el valor.
Jane abrió lentamente la bolsa y vertió el contenido en la palma de su mano. Cuatro monedas de oro. Su mirada voló hacia la cara de Trevor.
– ¿Encontraste el cofre?
Él negó con la cabeza.
– No, pero pude localizar estas monedas antiguas, y las compré. Supuse que serían un buen señuelo.
Jane contempló maravillada la cara grabada de las monedas.
– ¿Estás seguro de que son de la época de Cira?
– La efigie de las monedas es de Vespasiano Augusto, el emperador en tiempos de la erupción. Dupoi las examinó y las dató aproximadamente en el 78 d. de C. El volcán entró en erupción el 79 d. de C. -Y añadió-: Dupoi las autentificó como procedentes de Herculano. Me preguntó dónde las había encontrado y si había alguna más. Entonces le conté lo del cofre.
– ¿Qué? -Aquello dio en el blanco-. Una trampa. Le proporcionaste deliberadamente la información. Sabías que Dupoi te traicionaría con Grozak.
Trevor se encogió de hombros.
– Había bastantes posibilidades. Se rumoreaba que Grozak intentaba encontrar todos y cada uno de los objetos relaciones con Herculano. Y estaba buscando especialmente aquellos relacionados con Cira. Hubo muchísimos rumores sobre la cortesana después de que la historia se hiciera pública hace cuatro años, aunque no era capaz de imaginar el motivo que despertaba el interés de Grozak, dado que él no era coleccionista. No tenía ni idea que se había echado un socio.
– Reilly.
Trevor asintió con la cabeza.
– Era solo una suposición, pero lo suficiente para que me hiciera pensar.
– Y cuando recuperaste los pergaminos y las monedas de Dupoi, Grozak tuvo que perseguirte para conseguir lo que quería. Habías puesto a Dupoi como señuelo y para que autentificara el hallazgo. Y eso es lo que habías planeado. -Meneo la cabeza-. Eres un taimado hijo de puta.
– Pero esta vez estoy en el lado de los ángeles. Eso debería alegrarte.
– Estoy demasiado asustada para alegrarme por nada de esto. -Se estremeció-. ¿Y entonces acudiste a la CIA?
– No de inmediato. -Hizo una mueca-. Tenía un problema con toda esta gilipollez del sacrificio. Decidí hacer algunas comprobaciones y un poco de introspección. Existía la posibilidad de que esta vez Grozak tampoco ejecutara su numerito. Pero entonces apareció Reilly, amenazando en un segundo plano, y supe que podía ocurrir. -Se encogió de hombros-. La oportunidad parecía demasiado buena para no aprovecharla. Podría deshacerme de Grozak antes de que él encontrara la manera de quitarme de en medio. Y podía salvar al mundo. -Sonrió-. Y si jugaba bien mis cartas, aun cabía la posibilidad de que acabara haciéndome con el oro. ¿Cómo podía resistirme?
– Claro, cómo ibas a hacer tal cosa -murmuró Jane. Estaba mirando fijamente el sobre que contenía la cinta de vídeo-. El acto de funambulismo definitivo.
La sonrisa de Trevor se desvaneció.
– Pero no quería que te vieras involucrada. Créeme, si hubiera podido encontrar la manera de encerrarte en un convento hasta que todo esto hubiera acabado, lo habría hecho.
– ¿En un convento?
– Un poco exagerado, ya lo sé. Pero, por si no lo habías notado, en lo concerniente a tu persona soy un celoso hijo de puta.
– Nadie me va a encerrar en ninguna parte. -Levantó la vista del sobre-. Y no voy a permitir que lo que le ocurrió al padre de Mario le ocurra a Eve o a Joe.
– Lo primero que hice cuando pensé que había alguna posibilidad de peligro para ti, fue pedirle a Venable que les pusiera protección a los dos las veinticuatro horas del día.
– Pero no pareces impresionado por la eficiencia de la CIA.
– Le dije que si les ocurría algo, dejaría a la CIA fuera de combate. Como ya te he dicho, Venable es un hombre nervioso.
– Voy a avisarles de todos modos.
– Como quieras.
A Jane le vino otra cosa a la cabeza
– ¿Cómo lo van a hacer? ¿Cuáles son los objetivos concretos?
– Lo ignoro. Ya tuve mucha suerte al conseguir toda la información que conseguí. Dudo que alguien excepto Grozak conozca los detalles. -Trevor cogió el teléfono que le devolvió Jane-. Si no vas a llamar a Venable, entonces debería hacerlo yo. No quiero que sus hombres se interpongan en el camino de Brenner cuando llegue a Lucerna.
– Brenner me dijo que creías saber quién es el asesino.
– Ralph Wickman. Brenner cree que es Tom Rendle. Podría equivocarme, pero no lo creo. Brenner va a husmear un poco por ahí, a ver si puede encontrar a alguien que tenga alguna idea de su próximo movimiento.
– ¿Alguna esperanza?
– Muy pocas. Pero explorar las posibilidades no hace daño. Si Wickman está trabajando para Grozak, tendremos que vigilarlo.
Jane se estremeció.
– Debe de ser un hombre horrible.
– Sí. Pero no más horrible que el hombre que lo contrató. -Metió la mano en el cajón de la mesa y sacó dos fotos. Arrojó una delante de ella-. Este es Grozak. -La cara de la foto era la de un hombre de unos cuarenta años, no mal parecido, aunque no había nada extraordinario en él-. Si Grozak tuviera que hacer el trabajo él mismo, habría blandido esa espada sin ningún reparo. Y lo habría disfrutado. -Arrojó la otra foto sobre la mesa-. Thomas Reilly. -Reilly era mayor, de unos cincuenta y tantos años, y sus rasgos eran casi aristocráticos, con unos huesos finos, nariz larga y labios delgados y bien delineados-. Y a su manera, Reilly hace que, en comparación, Grozak parezca angelical. -Sacó su teléfono-. ¿Quieres hablar con Venable?
Jane se levantó.
– ¿Por qué habría de hacerlo?
– Para comprobar si te he dicho la verdad.
– Me has dicho la verdad.
– ¿Cómo lo sabes?
Jane esbozó una leve sonrisa.
– Porque me prometiste que nunca me mentirías.
– ¡Uy Dios!, creo que hemos logrado un gran avance.
– Y si quisieras engañar a Venable, serías capaz de hacerlo sin ningún problema. Te he visto actuar.
– Ya lo estás estropeando.
– Sobrellévalo como puedas. -Jane hizo una pausa-. ¿Quién sabe lo de Venable?
– Nadie excepto Bartlett, Brenner y MacDuff. ¿Crees que permitiría que el mundo entero se enterase de que estoy tratando con la CIA? Cuanta más gente lo sepa, mayor es el riesgo de que haya filtraciones.
– Bueno, Eve y Joe van a saberlo.
– Deberán ser absolutamente discretos al respecto.
– Sabes que lo serán. -Ella se dirigió a la puerta-. Haz tu llamada. Tengo que volver con Mario.
– ¿Por qué?
– Porque no le voy a permitir que te culpe, se encoja como una pelota y deje fuera al resto del mundo. Es muy importante que termine de traducir esos pergaminos. Y me voy a asegurar de que lo haga.
Trevor levantó las cejas.
– ¡Cuánta determinación!
– Tienes toda la razón. -Lo miró a los ojos cuando abrió la puerta-. Soy norteamericana, Trevor. Y ningún hijo de puta va a hacer volar ninguna ciudad, pueblo o enlace ferroviario de mierda de mi país. No, si puedo evitarlo. Tú juega todo lo que quieras, siempre que no interfiera con eso. Pero esto no es ningún juego para mí. Grozak va a ser derrotado.
– Te dije que no quería que estuvieras aquí -dijo Mario cuando Jane entró en su habitación-. No tienes corazón.
– Pero tengo cerebro y lo estoy utilizando. Lo cual es muchísimo mejor que lo que estás haciendo tú. -Se sentó en el sillón que había enfrente de él-. Me gustaría ser amable y paciente contigo, pero no hay tiempo. No puedo permitir que sigas sintiendo lástima por ti. Hay mucho trabajo que hacer.
– Ya no trabajo para Trevor.
– De acuerdo, entonces trabaja para ti. No permitas que ese bastardo escape con lo que le hizo a tu padre.
– Fue culpa de Trevor.
Jane estudió su expresión.
– Eso no es lo que crees. -Y añadió deliberadamente-: Y no crees que el responsable sea el hombre que decapitó a tu padre.
– Por supuesto que sí.
– No. -Tenía que decírselo. Cruel o no, había que decirlo o Mario seguiría escondiéndose de la verdad-. Crees que fue culpa tuya. Crees que nunca deberías haber aceptado el trabajo. O que de haberlo hecho, deberías haberle hablado de tu padre a Trevor.
– ¡No!
– Quizá sea verdad, pero tendrás que decidirlo por ti mismo. ¿Pensaste que tu padre no correría peligro, pero estabas engañándote? No lo sé. Lo único que sé es que el hombre está muerto, y que deberías estar dispuesto a vengarlo, en lugar de estar culpando a cualquiera que tengas a mano, incluido tú.
– Sal de aquí. -Su voz se quebró-. No son más que mentiras.
– Es la verdad. -Jane se levantó-. Y creía que eras lo bastante hombre para enfrentarte a ello. Voy a ir a la habitación contigua a sentarme en mi rincón para contemplar la estatua de Cira y esperar a que vayas y empieces a trabajar de nuevo.
– No iré.
– Irás. Irás porque es la única cosa buena que tienes que hacer. No hay muchas cosas buenas en todo este lío, pero tienes la oportunidad de hacer una de ellas. -Empezó a dirigirse hacia la puerta-. Si encuentras lo que está buscando Trevor, los asesinos que mataron a ese pobre anciano indefenso no se saldrán con la suya.
– Mentiras…
Jane abrió la puerta.
– Te estaré esperando.
Seguía sentada en el sillón del rincón cuando Mario abrió la puerta cuatro horas más tarde.
Él se paró en la entrada.
– No te rindes, ¿verdad?
– No, cuando lo que anda en juego es importante. Y esto no podría serlo más.
– ¿Por qué? ¿Para qué Trevor consiga lo que quiere?
– En este caso lo que Trevor quiere es lo que deberíamos querer todos. -Hizo una pausa-. Y es importante que veas las cosas con claridad por ti mismo. Aunque duela.
– ¡Oh!, claro que duele. -Se dirigió hacia ella-. ¡Maldita seas, Jane! -Mientras se acercaba a ella, Jane se dio cuenta de que sus ojos negros brillaban a causa de las lágrimas-. ¡Maldita seas! -Cayó de rodillas delante del sillón y enterró la cara en el regazo de Jane-. No te lo voy a perdonar jamás.
– No importa. -Le acarició el pelo con dulzura. Sintió una dolorosa ternura maternal-. Todo irá bien, Mario.
– No, no lo irá. -Levantó la cabeza, y la desolación reflejada en su expresión hizo que Jane sintiera una profunda compasión-. Porque estoy mintiendo. No es a ti a quién no voy a perdonar. Yo… yo lo maté, Jane.
– No, no lo hiciste. Grozak lo mató.
– Debería haber… Trevor me dijo que existía un peligro, aunque no creí que afectara a nadie excepto a mí. Fui un egoísta. No quise creerlo. No podía imaginarme que alguien hiciera algo así. -Las lágrimas resbalaban por sus mejillas-. Y no he sido yo quien ha pagado el precio. Fui un idiota y debería haber…
– Chis. -Jane le puso los dedos en los labios-. Cometiste un error, y tendrás que sobrellevarlo como puedas. Pero la culpa es de Grozak, y eso también tienes que aceptarlo.
– Es difícil. -Se sentó sobre los talones y cerró los ojos con fuerza-. Debería ser crucificado.
Jane pensó que ya estaba siendo crucificado. Se estaba culpando con el mismo apasionamiento con el qué antes había culpado a Trevor.
– Entonces, ocúpate. Échalo de tu mente. Yo también me sentí culpable cuando mi amigo Mike fue asesinado. Repasé una y otra vez todas las situaciones en las que podría haber actuado de otra manera y que hubieran podido haberle salvado. Pero al final tienes que aparcar todos esos pensamientos y seguir con la vida. A veces volverán sigilosamente en mitad de la noche, pero lo único que puedes hacer es aguantar y aprender la lección.
Mario abrió los ojos.
– Me estoy comportando como un niño. No te mereces esto. -Se obligó a sonreír-. Pero me alegro de que estés aquí.
– Y yo también.
Mario meneó la cabeza como para despejarse y se levantó.
– Ahora sal de aquí. Tengo que volver a mi habitación y darme una ducha. -Torció los labios en una mueca-. ¿No es extraño cómo el instinto nos dice que si limpiamos nuestros cuerpos, de alguna manera limpiaremos nuestra alma?
– ¿Quieres que vuelva?
– No enseguida. Bajaré más tarde a hablar con Trevor. -Dirigió la mirada hacia la mesa-. Pero tengo que volver al trabajo. No va a ser fácil. No dejaré de recordar por qué… Puede que sólo sea capaz de traducir unos cuantos renglones, pero será un comienzo. ¿Cuál es tu dicho favorito? ¿El de volver a subirte al caballo que te ha tirado?
Jane asintió con la cabeza.
– Es un buen dicho. -Mario se alejó-. Me siento como si el caballo me hubiera roto todos los huesos. Pero no lo hizo, y no lo hará. Quizás el corazón. Pero los corazones se curan, ¿verdad?
– Eso tengo entendido.
Mario volvió a dirigir la mirada hacia ella.
– De toda esa sabiduría que has estado prodigando, ¿a qué no sabes qué ha sido lo más importante? Que estoy seguro de que no eres italiana.
Era casi un chiste, a Dios gracias. El dolor seguía allí, pero su desolación ya no era tan abrumadora. Jane sonrió.
– Soy consciente de que es un gran inconveniente.
– Sí, lo es, aunque eres lo bastante extraordinaria para superarlo. -Hizo una pausa antes de añadir-. Gracias, Jane.
Mario no espero a que le respondiera antes de salir de la habitación.
Jane se levantó lentamente. Había conseguido de Mario lo que necesitaba, pero había sido una experiencia dolorosa para ambos. Y había visto algo en Mario en los últimos minutos que la había sorprendido. Fue como si hubiera sido testigo de un renacimiento o una maduración o…
No lo sabía. Podían ser imaginaciones nacidas del estado emocional por el que ambos habían pasado ese día. Los cambios de personalidad rara vez se producían con tanta rapidez.
Pero los cambios rara vez comenzaban a causa de una impresión o el horror.
¿Acaso no había ella aclarado también su actitud hacia Trevor a causa de aquel horror? La vida a su alrededor estaba cambiando, moviéndose mientras Grozak y Reilly tiraban de los hilos.
Aquello tenía que parar.