Capítulo 13

– En qué piensas, Jock? -El lápiz de Jane volaba sobre el cuaderno de dibujo-. Estás a miles de kilómetros de distancia.

– No estaba seguro de si estabas enfadada conmigo -respondió Jock con seriedad-. El señor está enfadado. Me dijo que no debía haberle protegido de Mario esta mañana.

– Tiene razón. Mario no estaba haciendo nada malo, y tú no puedes ir por ahí matando gente sin más ni más. -¡Vaya por Dios!, qué simplista sonaba aquello-. Si MacDuff no llega a detenerte, habrías hecho algo terrible.

– Eso lo sé… a veces. -Jack arrugó la frente-. Cuando pienso en ello. Pero cuando estoy preocupado, no puedo pensar, y sólo lo hago.

– Y estás preocupado por MacDuff. -Miró el dibujo-. ¿Qué más cosas te preocupan?

Jock meneó la cabeza y no contestó.

No había que presionarlo. Jane dibujó en silencio durante unos minutos.

– Mario está muy triste. No era a MacDuff a quien quería hacer daño.

– Eso es lo que me dijo el señor. Quiere castigar al hombre que trabaja con… -El apellido salió con dificultad-. Reilly.

– Así es. Y también a Reilly. Eso debería complacerte. ¿No quieres que Reilly sea castigado?

– No quiero hablar de él.

– ¿Por qué no?

– Se supone que no tengo que hablar de él. Con nadie.

A todas luces un resto de aquel maldito lavado de cerebro seguía allí.

– Se supone que tienes que hacer lo que quieras hacer.

Una repentina sonrisa se dibujó en sus labios.

– Excepto matar a Mario.

¡Uy Dios!, un destello de humor negro. Durante un instante, cuando Jane lo miró a los ojos, no vio nada infantil en él.

– Excepto matar a cualquier inocente de haber obrado mal. Pero nadie debería poder controlar tu mente ni tu libertad de expresión.

– Reilly. -De nuevo se esforzó en pronunciar su nombre-. Reilly lo hace.

– Entonces, tienes que impedírselo.

Jock negó con la cabeza.

– ¿Por qué no? Tienes que odiarlo.

El muchacho la miró.

– ¿No es así?

– No me está permitido.

– ¿No es así?

– Sí. -Él cerró los ojos-. A veces. Es difícil. Duele. Como un fuego que no se apaga. Cuando el señor vino a buscarme, no odiaba a Reilly. Pero después… está ahí, quemándome.

– Porque recuerdas lo que te hizo.

Abrió los ojos y meneó la cabeza.

– No quiero recordar. Me duele.

– Si no te permites recordar, si no nos dices donde podemos encontrar a Reilly, entonces habrá otras personas a quienes se les haga daño y sean asesinadas. Y será por tu culpa.

– Me duele. -Se levantó-. Tengo que volver a mi jardín. Adiós.

Jane lo observó alejarse con un sentimiento de impotencia. ¿Había conseguido siquiera abrir una brecha? Le gritó mientras se alejaba.

– No he terminado el dibujo. Reúnete aquí conmigo a las cinco.

Jock no respondió y desapareció en el interior del establo.

¿Acudiría?

– Lo ha disgustado. -MacDuff se dirigió hacia ella desde el establo-. Se suponía que tenía que ayudarlo, no pincharlo.

– Eso le ayudará a acordarse de ese bastardo de Reilly. Usted también debería de pensar en ello. Me dijo que había intentado que le diera información sobre Reilly.

– Y fracasé.

– Puede que fuera demasiado pronto.

– Y puede que las heridas sean tan profundas que moriría desangrado, si empieza a hurgarlas.

– Va a morir gente, ¡maldición!

– Confío en que Trevor encuentre a Reilly antes de que eso ocurra.

– Pero podría ser suficiente con unas cuantas palabras de Jock.

– Puede que ni siquiera sepa donde se esconde Reilly. Lo intenté todo, la primera vez que lo encontré, incluida la hipnosis. Pero eso le hizo entrar en barrena. Yo diría que ese es uno de los primeros bloqueos que Reilly le inculcó.

– ¿Y si lo sabe? -Cerró el cuaderno de golpe-. ¿Y si puede señalar el camino y no intentamos animarle a que lo haga? -Le sostuvo la mirada a MacDuff-. Me parece que puede estar cambiando, puede que… esté volviendo. -Hizo un gesto de frustración-. ¡Joder!, no voy a hacerle daño. ¿Por qué es tan reacio a que lo intente?

– Porque puede que no esté preparado para volver. -Desvió la mirada hacia el establo-. Yo también me he dado cuenta de esos momentos. Es como el sol que aparece en un día nublado. ¿Pero y si vuelve antes de estar preparado? ¡Por Dios!, es un asesino que hace que Rambo parezca un niño de maternal. Es una bomba de relojería lista para explotar.

– Él le quiere. Usted podría controlarlo.

– ¿Yo? Me alegra que tenga tanta confianza. -MacDuff estudió la expresión de Jane-. Y que sea tan despiadada. Debería tener más sentido común. Las mujeres son siempre la más mortífera de las especies.

– Qué tópico. Pero qué tópico. No soy despiadada. O quizá sí. Lo único que sé es que no permitiré que esos bastardos hagan daño a mi gente. -Se dio la vuelta-. Usted y Trevor están en el mismo equipo que yo. ¿Va a impedirme que hable con Jock?

MacDuff guardó silencio durante un instante, antes de decir lentamente:

– No, dejaré que lo intente. Pero tenga cuidado. Si lo hace explotar, no será agradable.

Tendría cuidado, pensó Jane mientras se dirigía de vuelta al castillo. No sólo por su propia seguridad, sino por la cordura de aquel pobre chico atormentado. Todo lo que oía sobre Reilly la enfurecía y enfermaba. Había pensado que Grozak era horrible, pero aquel matón que retorcía mentes y voluntades y negociaba con matanzas masivas estaba a su altura.

¡Condenado Reilly!


– No apruebas lo que estoy haciendo -dijo Mario cuando Jane entró en su estudio cinco minutos después-. Es necesario, Jane. Estoy indefenso ante esta gente. Eso tiene que cambiar.

– No voy a discutir contigo. -Ella se sentó en su sillón del rincón-. Entiendo cómo te sientes. Es sólo que no querría que salieras pensando que eres capaz, cuando no es así. Requiere mucho tiempo hacerse un experto en el manejo de armas y artes marciales. Y no vas a disponer de ese tiempo. Las cosas se mueven demasiado deprisa.

– Puedo empezar. De algo servirá. Y no me vas a convencer. A veces tengo una cabeza muy dura. -De repente sonrió-. Como pudo comprobar MacDuff. Creo que lo pillé desprevenido.

Ella le devolvió la sonrisa.

– Yo también lo creo. -Había dado su opinión, y era evidente que él había hecho oídos sordos. Era mejor dejarlo, y quizá volviera sobre ello más tarde. No es que confiara en que fuera a servir de algo-. ¿Cómo va la traducción?

– Avanzo con lentitud. -Mario miró la hoja de papel que tenía delante-. No he podido concentrarme.

– Lo entiendo. Y sin embargo, puede ser nuestra mejor oportunidad para impedir que ocurra ese horror.

– Me parece una posibilidad muy remota. -Levantó la vista hacia ella-. Dos mil años son muchos años. Encontrar un tesoro perdido sería como un cuento de hadas. ¿Crees que podría suceder?

– Creo que puede suceder cualquier cosa.

– Eso es una generalización.

Jane pensó en ello. Por lo general era una persona cínica y pragmática, aunque en cierto modo nunca había dudado de que siguiera existiendo el oro en alguna parte. Quizás fuera a causa de los sueños que la habían acosado durante todos esos años. Quizá porque le parecía que Cira seguía viviendo, y en consecuencia el oro era algo muy real.

– ¿Crees que esos pergaminos fueron escritos por Cira?

– Sí.

– ¿Y cuáles eran las posibilidades de que fueran encontrados en aquél túnel? En sí mismo, ese ya es un cuento de hadas.

Mario sonrió.

– Supongo que tienes razón.

– Y que lo digas.

– Hay que volver al trabajo. -Miró el pergamino-. Vete y deja que me ponga a ello.

Jane enarcó las cejas.

– Antes no te molestaba.

– Sí que lo hacías, pero estaba deseando que me distrajeras. Ahora, no. -Su sonrisa se esfumó-. Para mí todo esto ha sido más un cuento de terror que un cuento de hadas, pero quiero que alguna parte tenga un final feliz. Te lo diré, si encuentro algo.

Lo dijo en serio, casi en un tono cortante, y a Jane le pareció que había envejecido desde la primera vez que lo viera. Sintió que le invadía la tristeza por la pérdida de aquel entusiasmo infantil.

– De acuerdo. -Jane se levantó-. Es hora de que llame a Eve y a Joe y les ponga al corriente. Quise hacerlo anoche, pero cuando regresé de Lucerna estaba agotada.

– ¿Les estás contando todo?

– Por supuesto. Necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir. Joe tiene contactos en todo el país. Puede que sea capaz de sacudir a las autoridades lo suficiente para que hagan un esfuerzo a gran escala para encontrar a Grozak y a Reilly.

Mario meneó la cabeza.

– A juzgar por lo que me dijo Trevor, no es probable. No hay ninguna prueba. ¿Quién los va a escuchar?

– Joe escuchará. -Jane se dirigió a la puerta-. Y Eve escuchará. Y prefiero tenerlos a ellos en mi equipo que a cualquier autoridad existente.


– ¡Joder! -murmuró Joe cuando Jane terminó-. ¡Qué horrible desastre!

– Para detenerlo hemos de encontrar a Grozak o a Reilly. Conoces gente. Debería de haber alguna manera de encontrarlos y deshacerse de ellos antes de que ocurra esto. No puede ocurrir.

– No, no puede -dijo Eve desde la otra extensión-. Y no ocurrirá. Nos ocuparemos de ello desde aquí. Joe sigue teniendo muchos contactos en el FBI. Y yo llamaré a John Logan para ver si puede pulsar algunas teclas. -Hizo una pausa-. Vuelve a casa, Jane.

– No puedo hacer eso. Al menos aquí estoy haciendo algo. Quizá pueda sacarle alguna información a Jock.

– O puede que no.

– Tengo que intentarlo. Aquí es donde está la acción, Eve. Si no logro hacer ningún avance con Jock, todavía podemos averiguar dónde está el oro por los pergaminos. Eso podría ser casi tan importante, si Trevor es capaz de llegar a un acuerdo con Reilly.

– Ese bastardo. Odio la idea de negociar con ese canalla.

– Y yo también, pero ahora mismo aceptaré cualquier medio.

– Pero nos dijiste que, según ese pergamino, Cira iba a intentar trasladar el oro fuera de ese túnel. Si lo logró, será mucho más difícil encontrarlo.

– A menos que Cira nos diga en el pergamino en el que está trabajando Mario dónde lo escondió Pía.

– Y siempre que no siga enterrado bajo toda aquella lava endurecida que arrasó la ciudad -dijo Joe.

– Sí, necesitamos que cambie la suerte. -Jane guardó silencio-. Pero, ¿sabes?, he estado pensando. Todo este asunto de Cira y los sueños y el oro ha sido algo extraño. Es como si se extendiera y nos tocara a todos. Puede que Cira esté intentando impedir… -Se interrumpió, y luego dijo con indignación-. ¡Por Dios!, no me puedo creer que haya dijo eso. Toda esta tensión debe de estar afectándome a la cabeza. Llamadme y decidme lo que hayáis podido hacer.

– No te desanimes -dijo Joe-. Los tipos malos no siempre ganan. Esta vez no lo harán. Sólo tenemos que trabajar hasta que encontremos la manera de mandar a pique sus lamentables culos. Te telefonearé más tarde.


– Nunca pensé que fuera tan malo -susurró Eve mientras colgaba el teléfono auxiliar-. Y no me gusta que Jane esté donde se encuentra la acción, ¡maldita sea! Me trae sin cuidado que sienta lástima por ese muchacho. Si empieza a presionarlo demasiado deprisa, es probable que el chico explote. Los dos sabemos con qué rapidez puede matar un asesino entrenado.

– Puede que no acabé la cosa así. Jane tiene razón, sólo hay dos alternativas en realidad. Puede que encuentren el oro y consigan negociar con Reilly para que rechace a Grozak. -Hizo una mueca-. Aunque no me gustaría depender de una posibilidad tan remota como esa.

Eve estaba callada, pensando.

– Puede que no sea tan remota.

Joe la miró inquisitivamente.

– ¿Por qué no?

Eve desvió la mirada.

– Puede ocurrir cualquier cosa. Mario podría traducir ese pergamino y que eso les dijera dónde está el oro exactamente.

– No era a eso a lo que te referías. -Joe la estaba mirando con los ojos entrecerrados-. Y no me creo que sea sólo la expresión de un deseo.

– Te equivocas. Deseo de todo corazón que encuentren ese oro. Y pronto. -Cogió el teléfono y marcó el número de John Logan. Le salió el servicio de mensajería y dejó aviso para que le devolviera la llamada-. Volveré a telefonear a John cuando vuelva. -Se dirigió a la puerta de la calle-. Voy a llevar a Toby a dar un paseo por el lago. Necesito desahogarme un poco. -Llamó al perro con un silbido-. Anda deprimido desde que Jane se marchó de nuevo. ¿Vas a hablar por teléfono con Washington ahora?

– Puedes estar segura de que lo voy a hacer. -Abrió el móvil-. Tal y como dijiste, no queda mucho tiempo.

– Y prefieres que rodeen a Reilly y maten a ese bastardo que negociar con él.

– ¡Joder, claro! Dale el oro y se lo llevará, y se esconderá en cualquier parte sólo para volver a aparecer. Sabes que es así.

– Sí. -Pero eso también podría darle tiempo a Jane para salir sana y salva de aquella pesadilla-. Volveré pronto.

La puerta mosquitera se cerró de un portazo tras ella, y Eve bajó corriendo los escalones del porche. Toby echó a correr delante de ella por el sendero. Eve se lo permitió. El perro necesitaba hacer ejercicio, y ella, un poco de tiempo para pensar.

¡Dios bendito!, estaba asustada. ¿Qué demonios debía hacer? No podía hacer nada. Joe tenía razón sobre las posibilidades de encontrar el oro.

Y equivocado. Podría ser que…

Unos ladridos.

Toby estaba parado en mitad del sendero, ladrando hacia algo que había entre los árboles. El perro estaba tenso, apoyado sobre los cuartos traseros y el tono de su ladrido se estaba haciendo estridente.

Toby. Ven.

¡Caray!, el perro no le prestaba atención. No era insólito que un oso, o algún puma, se alejara de las colinas y bajara hasta allí. No quería a Toby hecho pedazos ni acabar ella misma herida.

– ¡Toby!

El perro empezó a dirigirse hacia los árboles.

Eve echó a correr tras él y lo cogió del collar.

– No, ahí no hay nada.

Pero allí sí que había algo.

A Eve se le erizaron los pelos de la nuca.

Tiró de Toby hacia atrás cuando el perro se abalanzó hacia adelante.

– ¡A casa! Vete a casa, muchacho. -Toby se dio la vuelta y volvió corriendo al chalé para alivio de Eve.

Ella lo siguió de inmediato. Era una tontería que el corazón le latiera de aquella manera; podría ser que no hubiera ningún animal peligroso en absoluto. Toby no era el perro más inteligente del mundo; podría haberse tratado de un búho o una zarigüeya.

Sin embargo, su respiración se acompasó cuando llegó al porche. Se sentó de golpe en la escalera y el can se sentó a su lado.

– Voy a tener que decirle a Jane que necesitas un curso de reciclaje en obediencia -susurró mientras rodeaba el lomo del perro con el brazo-. «Ven» no significa «ataca». Podrías haber conseguido que te hicieran trizas, muchacho.

El perro no la estaba mirando; mantenía la mirada fija en el sendero.

Eve tuvo un escalofrío por todo el cuerpo. Imaginaciones.

El sendero estaba vacío. Nada se dirigía hacia ellos. Nada ni nadie.

Pero saberlo no eliminó aquel escalofrío. Se levantó y se dirigió a la puerta delantera. No había tenido la oportunidad de hacer lo que pensaba hacer, y no podía retrasarlo.

– Vamos. Voy a entrar y prepararme una taza de chocolate caliente, Toby. Y aunque no te lo mereces, te dejaré que te des un festín.


Jane estaba sonriendo cuando colgó el teléfono. Siempre se sentía mejor después de hablar con Joe y Eve. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo desesperada y desanimada que se había sentido. En sólo esos minutos de conversación habían conseguido hacerla partícipe de su energía.

Un golpe en la puerta. Trevor la abrió antes de que Jane pudiera responder.

– Estás a punto de recibir una visita -dijo él en tono grave-. Venable acaba de llamar y está que hecha espumarajos por la boca.

– ¿Por qué?

– No le gustó tu reciente conversación con Eve y Joe. Está hablando de violación de la seguridad, injerencia en los asuntos de la CIA y amenaza para los intereses nacionales.

– ¿Qué? -Las palabras de Trevor dieron en el blanco-. ¿Tiene intervenido mi teléfono?

– Sí. ¡Coño! Tiene intervenido el mío. Dejé que lo hiciera. Me hacía sentir más seguro, y siempre hay maneras de evitarlo. -Hizo una mueca-. Le dije que no le diera ninguna importancia a lo que le contabas a Eve y Joe, pero según parece has cruzado la línea en la que él deja de estar cómodo. ¿Qué le has pedido a Joe que hiciera?

– Que alborotara a todo el mundo para conseguir alguna ayuda que nos permita encontrar a Reilly y Grozak.

– Esa sería la gota que colmaría el vaso. Las agencias del gobierno son extremadamente sensibles a las injerencias en su jurisdicción.

– Mala suerte.

– Estoy de acuerdo. -Hizo un gesto hacia la puerta-. Así que, ¿qué te parece si bajamos y se lo decimos? Debe de estar a punto de llegar.

– ¡Cáspita!, debe de estar enfadado. -Arrugó la frente cuando pasó por el lado de Trevor-. Y a mí sí que me importa tener intervenido el teléfono, ¡coño!

– Díselo a él, no a mí.

– No me dijiste que lo había hecho.

– Ya te sentías bastante insegura. -Bajó las escaleras delante de ella-. Y quería que te quedaras. Era importante para mí.

– Pero me lo haces saber ahora.

– Creo que ni la explosión de una bomba de hidrógeno te haría mover de aquí en este momento. Estás muy implicada. -La miró por encima del hombro-. ¿No es así?

¡Carajo!, tenía toda la razón. Como les había dicho a Eve y a Joe, aquel era el único lugar en el podía ser útil.

– Estoy implicada, sí -repitió ella-. Pero no significa que esté dispuesta a soportar este tipo de gilipolleces por quedarme aquí.

– Lo sé. Por eso permito que Venable despeje el panorama y haga público todo. -Se dio la vuelta cuando llegó al pie de la escalera-. Y para convencerte de que Venable existe y de que te estoy diciendo la verdad sobre lo de trabajar con él.

– No pensaba que estuvieras mintiendo.

– Puede que no, conscientemente. ¿Pero tal vez subliminalmente? Ya sabes que soy capaz de argucias bastante complicadas. Quería asegurarme de que supieras que estaba siendo absolutamente franco. -Se volvió y abrió la puerta delantera-. Pregúntale a Venable lo que quieras. -Sonrió-. Claro que, ahora que se te considera un riesgo contra la seguridad, puede que no te conteste.


Cari Venable no parecía el individuo nervioso que Trevor le había descrito, pensó Jane cuando el agente bajó del helicóptero. Era un tipo grande y fornido con una mata de pelo rojo canoso y un porte seguro y autoritario.

Pero su expresión ceñuda y lo espasmódico de sus movimientos no dejaron traslucir tal confianza al acercarse a ellos.

– Le dije que no debía haber ido a buscarla -le espetó a Trevor de manera cortante-. Sabot está furioso. Ha amenazado con sacarme del caso.

– No lo hará. Sin duda Quinn agitará las aguas, pero lo dejará a usted como el buen chico. Sabot estará demasiado ocupado respondiendo preguntas e intentando hacer creíble su posición para desautorizarle.

– Eso es lo que usted dice. -Venable se volvió hacia Jane-. No tiene ni idea de cómo lo ha embrollado todo. Esto va a hacer que nos resulte el doble de difícil hacer algo con eficiencia. Tarde o temprano Quinn acabará involucrando al Departamento de Seguridad Nacional, y eso significa que tendremos que responderles. Podría haber echado por tierra cualquier oportunidad que tuviéramos de atrapar a Grozak.

– Pues no parece que hayan hecho un gran trabajo hasta la fecha -dijo Jane-. Y si eso evita que ocurra otro once de septiembre, me trae sin cuidado lo difícil que haya hecho su trabajo. Jódase. Haré lo que me dé la gana.

Venable se puso rojo como la grana.

– No, si la detengo y la pongo bajo nuestra protección como testigo material.

– Alto ahí, Venable -terció Trevor-. Sé que está alterado, pero ambos sabemos que eso no va a ocurrir.

– Debería hacerlo. Sería más seguro para todos nosotros. ¡Joder!, sería más seguro para ella. Eso impediría que Reilly le pusiera las manos encima. Usted mismo me dijo que él quería hacer un trato por ella. Y ahora, se está convirtiendo en una espina…

– Y también le dije, so hijo de puta, que mantuviera la boca cerrada sobre lo que había dicho Reilly -le interrumpió Trevor, indignado-. Ahora sí que la ha cagado.

– Esperen un momento -dijo Jane-. ¿De qué están hablando? -Se volvió hacia Trevor-. ¿Un trato?

Trevor guardó silencio durante un instante, y luego se encogió de hombros.

– Cuando me llamó, tenía una lista de exigencias para dejar de perseguir a Grozak.

– ¿Y en qué consistía esa lista?

– El oro, mi estatua de Cira. -Hizo una pausa-. Y tú. Ocupabas un lugar muy destacado en la lista.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué crees tú? Ya te dije que era un fanático de todo lo relacionado con Herculano, y del oro de Cira en particular. ¿Qué hay que esté más relacionado con Cira que tú? La viva imagen. Cree que puedes sabes más de lo que crees que sabes. O que tal vez lo sepas y estés mintiendo, esperando el momento oportuno para alargar la mano y cogerlo.

– Eso es absurdo. -Jane trató de pensar-. Y no se me ocurre cómo podría hacer que le contara nada… -Y entonces, se le ocurrió-. Jock…

– Bingo. Control mental. Haciéndote abrir la mente y dejándole explorar cada milímetro de ella -dijo Trevor-. Sin duda con algo de su pequeña y sucia manipulación durante el proceso.

La idea hizo que a Jane la recorriera un escalofrío.

– Ese bastardo.

– Le dije que no había trato. Le ofrecí el oro, si lo encontraba, y mi estatua, pero le dije que tendría que resignarse a no tenerte.

– ¿Por qué no me lo dijiste?

– Debería habérselo dicho -terció Venable-. Le dije que quizá pudiéramos utilizar ese…

– Y yo le dije que eso no iba a suceder.

Jane intentó superar el horror inicial de aquella amenaza.

– Venable tiene razón. Deberíamos explorar todos…

– Que te jodan -replicó Trevor-. Sabía que reaccionarías así. Esa es la razón de que no te lo dijera. Te puse en peligro una vez, hace cuatro años; no volverá a ocurrir.

– Tú no tomaste la decisión. Entonces fue cosa mía. Y lo haré ahora.

– Reilly aceptó provisionalmente la oferta de la estatua y del oro. Lo que quiere en realidad es el oro. No hay motivo para tomar ninguna decisión.

– Todavía no hemos encontrado el oro.

– Seguimos teniendo tiempo. -Trevor miró a Venable-. ¡Maldito sea!

– Se me escapó -dijo Venable-. Pero puede que sea algo bueno. Ella tiene que darse cuenta de que cada acción que realice puede afectarnos a todos. Todavía sigo tentado de llevármela y ponerla… -Se interrumpió, y suspiró cansinamente-. No, no lo voy a hacer. Pero todos podríamos estar muchísimo más seguros, si lo hiciera. -Torció los labios-. Incluidos su Joe Quinn y su Eve Duncan.

Jane se puso tensa.

– ¿Qué quiere decir? -Se dio la vuelta hacia Trevor-. Me dijiste que estaban protegidos, a salvo.

– Y lo están -dijo Trevor-. Deje de intentar asustarla, Venable.

– ¿Es eso lo que está haciendo? -le preguntó Jane a este último en tono imperioso.

– Están protegidos. No dejaremos que les ocurra nada. -Venable se encogió de hombros-. Sólo ha habido algunos informes de los agentes a cargo acerca de algunos indicios de alteraciones en el bosque cercano a la casa de campo.

– ¿Qué clase de alteraciones?

Se volvió a encoger de hombros.

– Nada en concreto. -Se dio la vuelta hacia el helicóptero-. Tengo que volver a Aberdeen. No debería haber venido. Iba a ser todo diplomacia e intentar convencerla de que lo estábamos haciendo lo mejor que podíamos y pedirle que mantuviera alejados a Quinn y a Duncan. -Hizo una mueca-. No ha resultado así. He perdido. Sabot jamás toleraría ni comprendería una equivocación así. ¡Joder!, quizá debería presentar mi dimisión. No he sido un buen empleado desde que empezó esto. He estado demasiado asustado.

– ¿Asustado? -repitió Jane.

– ¿Por qué no? Tengo mujer y cuatro hijos. Tengo tres hermanos, un padre en una residencia de ancianos y una madre que cuida de todos nosotros. No sabemos dónde se supone que van a estallar esos explosivos. -Miró a Jane-. Podrían ir dirigidos contra su Atlanta. Es una gran ciudad y un importante centro aéreo. ¿No está tentada de correr a casa y llevarse a toda prisa a la gente que quiere a una cueva en las montañas más cercanas? Yo sí.

Sí, Jane se sentía tentada de hacerlo. Había intentado reprimir aquel miedo desde que Trevor le había contado los planes de Grozak.

– Eve y Joe no irían. -Miró a Venable a los ojos-. Y usted no se fue corriendo a casa. Permaneció aquí e intentó cambiar las cosas.

– No ha sido un intento muy bueno según Trevor. -Se encogió de hombros y se alejó-. Pero seguiré intentándolo hasta que Sabot se harte de mí y me dé la carta de despido. No se preocupe, señorita MacGuire, no le va a pasar nada a su gente. Le hice una promesa a Trevor. -Volvió a subirse al helicóptero-. Le llamaré, Trevor.

– Hágalo. No venga en persona sólo porque esté furioso. Estoy haciendo lo indecible para evitar que Grozak sepa que la CIA está involucrada. ¿Se ha cubierto las espaldas?

– No soy un aficionado. El helicóptero ha sido alquilado a nombre de la Sociedad Histórica de Herculano. Puede incluso que hayamos despertado alguna inquietud en Grozak y piense que ha localizado el oro y hecho venir a alguien para autentificarlo. En el aeropuerto de Aberdeen tomaré un vuelo directo a Nápoles. ¿Satisfecho?

– No, me habría quedado satisfecho si se hubiera limitado a mantener la boca cerrada.

– No podía hacer eso. -Venable desvió la mirada hacia Jane-. Ha abierto la caja de los truenos. No tiene ni idea de la rapidez y dureza con que puede actuar el Departamento de Seguridad Nacional, si deciden hacerlo. Puede que sólo sea una incursión de advertencia, puesto que no creen que Grozak sea una amenaza más de lo que lo cree Sabot. Pero será suficiente para hacer saltar por los aires cualquier tapadera que tenga. Probablemente haya llegado demasiado tarde, pero pensé que debía intentarlo. -La puerta del helicóptero se cerró tras él.

Trevor miró a Jane.

– No le has hecho ninguna pregunta sobre mí.

– No tuve oportunidad. -Se volvió hacia la puerta delantera-. Y nunca dije que quisiera hacerle preguntas. Eso fue idea tuya.

– ¿Qué piensas de él?

– Es un hombre triste. -Meneó la cabeza-. Y muy humano. Creo que hará todo lo que pueda.

– Todos vamos a hacer lo que podamos. -Trevor le abrió la puerta y dejó que ella lo precediera al vestíbulo-. Y podrías utilizar un poco de esa tolerancia que has demostrado con Venable.

– Debías haberme dicho lo que dijo Reilly.

– No, no debía. Nunca me pongo las cosas difíciles, si puedo evitarlo. Y esta vez podía evitarlo.

– Pero soy yo la que corre el riesgo. Cada vez que creo que estamos trabajando juntos, averiguo que no me has dicho algo. ¡Maldita sea!, ni siquiera entiendo tu manera de pensar.

Trevor sonrió.

– Entonces no profundices. Te garantizo que te compensaré.

Cuando lo miró Jane sintió el familiar sofoco recorriéndole el cuerpo. Estaba allí parado, en actitud desenfadada, pero no había nada de desenfadado en aquella sonrisa. Era un rictus íntimo, sensual y diabólicamente seductor. ¿Por qué permitía que le hiciera eso? ¡Joder!, aquella reacción cosquilleante había estallado sin causa aparente. En un momento estaba alterada, casi indignada con él, y al siguiente había aparecido aquella reacción física.

– No soy alguien que se quede en la superficie. No sé cómo se hace.

– Yo te enseñaré. Soy un experto. -Estaba estudiando la expresión de Jane-. ¿Qué tal ahora?

– Eso no va… con mi naturaleza. -Se dirigió a la escalera a toda prisa-. Tengo que ver cómo le va a Mario y luego me voy a encontrar con Jock en el patio a las cinco.

– Parecía alterado cuando lo dejaste esta mañana. Podría no aparecer.

– ¿Estuviste vigilando?

– Brenner no estaba aquí, y confío en MacDuff, aunque tiene sus propios asuntos que atender. Pues claro que estaba vigilando. Y estaré vigilando esta tarde.

– No creo que me haga daño.

– Quiero asegurarme. -Trevor hizo una pausa-. Voy a ir a la Pista esta noche después de cenar. ¿Vendrás?

– No… lo sé. Sigo furiosa contigo.

– Pero pasa algo más, ¿no es así? -La estaba mirando intensamente a la cara, y la emoción hizo que su voz sonara repentinamente brusca-. Lo deseo muchísimo. Tanto, que tengo que apartarme de ti o te lo demostraré aquí mismo, en este instante. Te estaré esperando. -Se dirigió a la biblioteca-. Y yo también soy muy humano, Jane. Ven y compruébalo por ti misma.


Eran las cinco y cuarto cuando Jane vio a Jock atravesar el patio en dirección a ella.

– Volviste. -Jane intentó ocultar su alivio mientras abría su cuaderno de dibujo-. Me alegro.

– El señor me dijo que debía volver. -Arrugó el entrecejo-. Yo no quería.

– ¿Porque te hice sentir incómodo? -Empezó a dibujar-. No era mi intención… -Se interrumpió, y luego dijo-: No te estoy diciendo la verdad. Quería que te preocuparas, Jock. Todos estamos preocupados, ¿y por qué habría de ser diferente en tu caso? Tenemos que detener a ese hombre que te hizo daño. Tu misión es ayudarnos.

Él negó con la cabeza.

– ¿Crees que se ha acabado? No se ha acabado, Jock. Reilly va a hacer daño a mucha gente porque estás escondiendo la cabeza en la tierra. Si lo hace, será por tu culpa.

– No es culpa mía.

– Sí, lo es. -Estaba buscando desesperadamente una manera de que el muchacho la entendiera-. Y no sólo va a hacer daño a los extraños. Ha de estar enfadado porque MacDuff esté intentando detenerlo. ¿Vas a permitir que le haga daño?

Jock apartó la mirada.

– Yo cuidaré del señor. Nadie le hará daño.

– MacDuff no te lo permitirá. Quiere encontrar y matar a Reilly por lo que te hizo. MacDuff es un hombre fuerte y decidido. No podrás impedírselo. En tu fuero interno lo sabes. La única manera que tenemos de mantenerlo a salvo es atacar a Reilly antes de que él pueda atacar. Pero no sabemos dónde está.

– Yo no sé dónde está.

– Yo creo que sí lo sabes.

– No lo sé. No lo sé. -Su voz se hizo aguda-. Y deja de hablar de ello.

– Cuando me hables de Reilly.

– Te puedo hacer parar. -Avanzó medio paso hacia ella y se metió la mano en el bolsillo-. Es fácil. Sé cómo se hace.

Jane se quedó paralizada. El cable. Jock estaba buscando el cable. Se obligó a no retroceder.

– Estoy segura de que conoces todas las maneras de silenciar a tus enemigos, pero yo no soy tu enemiga, Jock.

– No te vas a callar. Y me estás molestando.

– ¿Y es ese un motivo para matar? ¿Es eso lo que te enseñó Reilly? ¿Sigues haciendo lo que él te ordenó que hicieras?

– ¡No! Me escapé. Sabía que era malo, pero no podía evitarlo.

– Y sigues sin evitarlo. Estás permitiendo que continúe. Y eso pronto matará a MacDuff.

– No. -Tenía la cara pálida, y no se encontraba a más de un paso de ella-. Eso no ocurrirá.

– Sí ocurrirá. A menos que lo ayudes.

El dolor contrajo la cara del muchacho.

– No puedo -susurró-. Él está… siempre ahí, hablándome. No puedo silenciarlo.

– Inténtalo. -Jane dio un paso hacia él y le puso la mano en el brazo con delicadeza-. Sólo inténtalo, Jock.

Jock se zafó de ella con una expresión de pánico en el rostro.

– ¡Cállate! No puedo escucharte.

– ¿Porque Reilly te dijo que no lo hicieras? ¿Porque te dijo que mataras a cualquier que te preguntara por él? -le gritó Jane cuando, casi a la carrera, Jock se alejó de ella en dirección al establo-. ¿No te das cuenta lo malo que es dejar que se salga con la suya?

El muchacho no respondió y desapareció en el interior del establo.

Jane hizo una larga y temblorosa inspiración sin apartar la mirada de él. Cerca. No sabía lo cerca que había estado de tener el cable alrededor de su cuello, pero no quería pensar en ello. ¿Habría merecido la pena? ¿Lo había hecho pensar o borraría sin más de la mente las palabras de Jane? Sólo el tiempo lo diría.

Quizá no debería haberle metido prisa. No había sido su intención, pero las palabras habían salido por sí solas. Cada vez se sentía más alarmada ante la urgencia de encontrar la manera de detener aquel horror. Y en ese momento Jock era el único medio a su alcance.

– ¡Dios mío!, ¿qué estabas intentando hacer, que te matara?

Se volvió y vio a Trevor, que caminaba hacia ella a través del patio.

– No había muchas posibilidades. Tú estabas montando guardia, y estoy segura de que MacDuff habría salido corriendo del establo como Superman, si Jock me hubiera tocado.

– Podríamos no haber llegado a tiempo -respondió Trevor con seriedad-. Lo vi en acción con uno de mis hombres nada más llegar a aquí, y fue muy rápido.

– Bueno, no ha ocurrido nada. -Pasó por su lado y se dirigió a la escalera a toda prisa-. Y recalco el «nada». Ni siquiera estoy segura de que vaya a recordar haber hablado conmigo. Reilly lo sigue teniendo en su puño.

– Entonces no te importará no volver a hablar con él.

– Me importa. Tengo que seguir minándolo.

Trevor apretó los puños.

– Y un cuerno lo vas a seguir minando. Me entran ganas de sacudirte para hacerte entrar en razón.

– Entonces deberías seguir ejercitando ese control. Ponme una mano encima y te tumbo. Haré lo que crea que debo hacer. -Cerró la puerta de entrada tras ella de un portazo. No estaba de humor para discutir con él. Seguía un poco afectada por su encuentro con Jock. Había necesitado echar mano de toda su resistencia para permanecer allí y hacerle frente. Le había costado creer las historias sobre su capacidad deletérea cuando MacDuff le había hablado del muchacho. Pero las vibraciones letales que Jock le había enviado en aquellos minutos finales de la conversación habían sido inconfundibles. Podría ser tan hermoso como Lucifer antes de la caída, pero era igual de peligroso y estaba igual de atormentado.

Pero estaba fuera de todo duda que lo volvería a intentar. Jock era inestable, pero también vulnerable. Y no le había hecho ningún daño. Había estado cerca, pero no había dado el último paso. ¿Quién sabía lo difícil que podría haberle resultado aquella contención? Reilly le había hecho cosas terribles a la mente del muchacho, y permanecían allí.

El miedo se estaba desvaneciendo, y Jane se sintió embriagada por un repentino acceso de optimismo cuando empezó a subir la escalera. Se había dejado arrastrar de aquí para allá, casi tan intimidada por Grozak y Reilly como lo estaba Jock. Y la situación no era irreversible. Eve y Joe iban a ayudar. Ella había hecho algún progreso con Jock. No estaban quietos, esperando a que ocurriera lo peor.

Se daría una ducha y luego trabajaría en el fondo del dibujo de Jock. Luego, quizá fuera a ver a Mario.

Voy a ir a la Pista. Quiero que estés allí.

Había evitado a Trevor cuando éste le había pedido que fuera. ¿Por qué? Se sentía orgullosa de la seguridad que sentía en sí misma y de su audacia. Sin embargo, desde que había llegado a aquel lugar se había comportado como una auténtica marioneta. Era hora de que se apretara las clavijas y empezara a comportarse con normalidad. La decisión hizo que se estremeciera de emoción. El recuerdo de Trevor bajo la luz de la luna, de la brisa levantándole el pelo y de la leve sonrisa que la indujera a compararlo con aquellos antiguos y salvajes escotos, la hizo rebosar de una mezcla de tensión y expectativas.

Quiero que estés allí…


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