Capítulo 14

– No estaba seguro de si vendrías. -Trevor se levantó de la roca en la que había estado sentado-. Había apostado a que no.

– Las apuestas estaban al cincuenta por ciento. -Jane llegó hasta él. Iba vestida con unos vaqueros y un jersey oscuro que parecía negro a la luz de la luna. Él parecía más joven, menos duro, más vulnerable. Sin embargo, ¿cuándo había sido alguna vez vulnerable Trevor?-. No me gustó que no me contaras lo de la oferta de Reilly. Y he estado bastante confusa.

– ¿Y ya no lo estás?

– Me voy aclarando. -Jane echó un vistazo hacia las escarpadas rocas que bordeaban la Pista-. ¿Por qué querías que viniera aquí esta noche?

Él sonrió.

– No porque quisiera que me tranquilizaras. ¿Quieres saber la vedad? Este lugar tiene una atmósfera increíble. Casi puedes ver a Angus y a Fiona y a sus amigotes escotos. Soy un bastardo manipulador, y me di cuenta de que reaccionabas a las vibraciones que hay aquí. Necesito toda la ayuda que pueda conseguir en lo concerniente a ti.

Jane sintió un cosquilleo caliente recorriéndole el cuerpo.

– ¿La necesitas?

La sonrisa de Trevor se desvaneció mientras la miraba fijamente a la cara.

– ¿Acaso no?

– No es típico de ti no estar seguro sobre algo. -Dio un paso hacia él-. Y cuando vas directamente a lo esencial, la atmósfera no significa un carajo.

Trevor se puso tenso.

– ¿Y qué es lo esencial?

– Que la vida puede ser muy corta. Que la muerte anda siempre rondando y que nunca sabes… -Lo miró directamente a los ojos-. No voy a permitir que ningún placer pase de largo sólo porque crea que no sea el momento adecuado. No hay ningún momento adecuado excepto el ahora.

– ¿El tiempo adecuado para qué?

– ¿Quieres que te lo diga? -Dio otro paso adelante, hasta que estuvo sólo a escasos centímetros de él. Jane sintió el calor que emanaba del cuerpo de Trevor, lo cual hizo que ese mismo calor la recorriera a ella en una oleada.

– Quise acostarme contigo cuando tenía diecisiete años. Entonces te comportaste como un imbécil noble y me dejaste frustrada y vacía durante todos estos años. Que Dios me asista, pero sigo queriendo acostarme contigo, y me voy a acostar, ¡maldita sea! -Le apoyó la mano en el pecho. Trevor se estremeció, y Jane sintió una embriagadora sensación de poder-. ¿No es así?

– ¡Joder, sí! -Cubrió la mano de Jane con las suyas y se la restregó lentamente contra el pecho-. Te dije que, si me tocabas, no te rechazaría.

Jane sintió los latidos del corazón de Trevor en la palma de la mano, acelerado, martilleante. ¡Por Dios!, sentía aquel martilleo en su propio cuerpo. Parecía como si ya estuvieran unidos. Se apoyó contra él hasta que las manos unidas de ambos se apretaron contra el pecho de Jane. ¡Dios bendito!, se estaba derritiendo.

– ¿Dónde?

– Aquí -masculló Trevor cuando sus labios se hundieron en el cuello de Jane-. Detrás de las rocas. Me da lo mismo. -Sobre los latidos del hueco de la garganta de Jane su lengua se notaba caliente-. Donde sea.

Jane se consumía de calor. Deseaba lanzarlo sobre el duro suelo, atraerlo dentro de ella y moverse contra él, tomarlo por entero. Le rodeó los hombros con los brazos.

– Aquí -murmuró Jane-. Tienes razón, no importa donde.

Trevor se quedó paralizado, y luego la empujó.

– Sí, sí importa. -Respiraba con dificultad, y sus ojos brillaban como los de un loco en su cara tirante-. No quiero que MacDuff o uno de sus guardias se tropiecen con nosotros. He esperado esto durante mucho tiempo. Puedo esperar diez minutos más. Vuelve corriendo a tu habitación. Te seguiré inmediatamente.

Jane se quedó inmóvil en el sitio, mirándolo aturdida.

– ¿Qué?

– No te quedes ahí parada. Te prometo que este es mi último acto de nobleza. Después de eso, que sea lo que Dios quiera. -Apretó los labios-. Y si cambias de idea y me cierras la puerta, la echaré abajo.

Jane no se movió. No sabía si podía esperar diez minutos, y sabía que sólo sería necesario que la tocara una vez para que perdiera la cabeza.

– Quiero hacerlo bien -dijo él con aspereza-. ¡Muévete!

¡Qué demonios! Tenía que ceder y darle lo que quería. Lo que fuera. Puede que tuviera razón. En ese momento su cuerpo no estaba dejando que su mente razonara demasiado bien. Se dio la vuelta y se dirigió como alma que lleva el diablo hacia el sendero que rodeaba el castillo.


Jock observó que se encendía la luz en la habitación de Jane. La había visto atravesar corriendo la cancela y entrar por la puerta principal hacía sólo un instante, y se había estado preguntando si debía ir tras ella.

Luego había visto a Trevor atravesar el patio a grandes zancadas, y todos sus sentidos se habían puesto en alerta. La expresión de Trevor era resuelta, dura. ¿Iba a hacerle daño a Jane? Jock sacó su cable y empezó a atravesar el patio.

– Vuelve aquí, Jock.

Se volvió y vio al señor en la puerta del establo.

– Va a hacerle daño.

– No. O si se lo hace, es porque ella quiere. -Sonrió-. Y no creo que ella quiera.

– Su cara…

– Le vi la cara. No es lo que piensas. La vida no consiste siempre en matar y hacer daño. ¿Ya no te acuerdas?

Jock pensó en ello, y luego asintió con la cabeza.

– ¿Sexo?

– Por supuesto que sexo.

Sí, Jock se acordaba de aquel apareamiento salvaje y gozoso. Con Megan, en el pueblo, y luego con otras chicas cuando había estado viajando de aquí para allá por todo el mundo.

Y luego con Kim Chan, en casa de Reilly.

Rehuyó de inmediato el recuerdo de ella.

– ¿Y Jane quiere eso?

– Él no la obligará, Jock. -MacDuff hizo una pausa-. ¿Te importa?

– No, si no le hace daño. -Ladeó la cabeza-. ¿Creyó que me importaría?

– Le tienes cariño. Sólo tenías mis dudas.

– Ella… me gusta. -Arrugó el entrecejo-. Pero a veces me hace sentir… Me duele. No para de hablar y de provocarme, y a mi me entran ganas de amordazarla.

– Pero no de ponerle un cable alrededor del cuello.

Jock negó con la cabeza.

– Nunca haría eso. Pero aun después de dejarla, seguí oyendo lo que había dicho. Y todavía lo oigo.

– Entonces es posible que tu mente te esté diciendo que ha llegado el momento de escuchar.

– Usted también quiere que recuerde.

– En el fondo sí, ¿acaso no es lo que quieres?

Cuatro ocho dos. Cuatro ocho dos.

En ese momento, no. Tenía que expulsarlo de su cabeza. Tenía que ahuyentarlo. El señor vería su sufrimiento y se disgustaría.

Pero el señor no lo comprendía, pensó Jock con desesperación. No entendía las cadenas ni el dolor con el que lidiaba cada noche.

No quería que él lo supiera.

– Ella me dijo… que usted no esperaría. Que perseguiría a Reilly sin mi ayuda.

– Sí, si tengo que hacerlo.

– No lo haga -susurró Jock-. Por favor.

MacDuff se apartó.

– Ven y ayúdame a limpiar los platos de la cena. Tengo cosas que hacer.

– Reilly le…

– A menos que puedas decirme lo que quiero, no quiero oír nada más sobre Reilly, Jock.

Jack sintió una desesperación desgarradora mientras observaba a MacDuff entrar en el establo. Recuerdos de muerte, culpa y dolor se arremolinaron en su cabeza y perforaron la membrana de tejido cicatrizado que se había formado desde que MacDuff lo trajera de vuelta desde Colorado.

Cuatro ocho dos. Cuatro ocho dos.

Dolor. Dolor. Dolor.


Trevor estaba en la entrada del dormitorio de Jane.

– Has dejado la puerta abierta.

– No quería que hubiera ningún error acerca de mis intenciones. -Jane se dio cuenta del temblor que había en su voz e intentó tranquilizarse-. Nada de pestillos. Ni de puertas cerradas. Ahora quítate la ropa y ven aquí. No quiero ser la única que esté desnuda. Me hace sentir vulnerable. -Retiró la colcha de golpe-. ¡Joder!, soy vulnerable. No voy a mentir en eso.

– Dame un minuto. -Trevor cerró la puerta y se quitó la sudadera por la cabeza-. Menos.

Tenía un cuerpo precioso, y Jane había sabido que lo tendría. Cintura estrecha, unas piernas poderosas y hombros anchos que la hicieron desear hundirle las uñas en ellos. Deseaba dibujarlo. No, y un cuerno. En ese momento sólo quería una cosa de él.

– Eres demasiado lento.

– Eso dímelo cuando me haya metido en esa cama. -Se estaba acercando a ella-. Entonces intentaré ser lento, aunque no te lo prometo.

Jane alargó la mano y tiró de él hacia abajo.

– No quiero promesas. -Le rodeó con las piernas, y se arqueó hacia arriba cuando lo sintió-. Quiero que me…

Trevor le cubrió la boca con la suya para amortiguar el grito de Jane cuando él empezó a moverse.

– ¿Esto? ¿Y esto? -Su respiración se hacía cada vez más dificultosa-. Háblame. Quiero que lo disfrutes. ¡Dios!, lo que quiero es que…


Rozó los hombros de Trevor con los labios antes de acurrucarse aun más contra él.

– ¿Estás cansado? Porque voy a querer que lo hagas otra vez.

– ¿Cansado? -Trevor se rió entre dientes-. ¿Estás poniendo en entredicho mi resistencia? Creo que puedo mantener tu ritmo. -Le lamió un pezón con delicadeza-. ¿Ya?

– Es muy pronto. Cuando recupere el resuello. -Jane clavó la mirada en la oscuridad-. Estuvo bien, ¿verdad?

– Excelente. Salvaje. Alucinante.

– Tenía miedo de que me decepcionara. A veces las expectativas estropean la realidad.

– ¿Y tenías expectativas?

– Por supuesto. -Se apoyó en un codo para mirarlo-. Intenté no tenerlas, pero cuando se te niega un caramelo, eso es lo único que quieres comer. Ahora ya he conseguido hartarme de ti.

– Pues no deberías. Me aseguraré de ser mucho más apetecible que un caramelo. -Le sonrió-. ¿Y qué es lo que habías esperado?

– La alegría del sexo, el Kama Sutra.

– ¡Uy Dios!, menudo reto.

– ¿Eres capaz de superarlo?

– ¡Oh, sí! -Se puso encima de ella, y sus ojos relucieron cuando la miró-. ¿Y tú?


No era Julius el que bloqueaba el camino, se percató Cira al acercarse al final del túnel. Gracias a los dioses era su sirviente, Dominicus.

Dominicus, ¿qué estás haciendo aquí? Te dije que abandonaras la ciudad.

La señora Pía me envió. -Miró más allá de ella, hacia Antonio, y se puso tenso-. ¿Desea que lo mate?

Te dije que no te traicioné, Cira. -Antonio estaba al lado de ella, quitándole la espada de la mano-. Ahora salgamos de aquí.

Dominicus dio un paso hacia Antonio.

Él le ha hecho infeliz. ¿Quiere que lo mate?

Un sordo estruendo sacudió el suelo del túnel.

Fuera -dijo Antonio-. No voy a permitir que muramos todos para satisfacer la sed de sangre de Dominicus. -Agarró del brazo de Cira y tiró de ella hacia la entrada del túnel-. Ni la tuya.

Dominicus volvió a dar un paso hacia él.

No, no pasa nada -dijo Cira mientras salían como flechas a la luz del día que era como la noche. Humo. Apenas podía respirar. Se detuvo horrorizada, contemplando la montaña que ardía como una espada de fuego y por cuya ladera corrían unos dedos de lava-. Más tarde, Dominicus. Tenemos que llegar a la ciudad. Pía…

Esta es la razón de que me enviara -dijo Dominicus mientras corría detrás de ellos por la colina abajo-. La señora Pía temía que Julius se hubiera enterado de su existencia. Creía que desde ayer la estaba siguiendo alguien. Me dijo que le dijera que se reuniría con usted en el barco.

¿Qué barco? -preguntó Antonio.

Está fondeado en la costa -dijo Cira-. Pagué a Demónidas para que nos llevara lejos de aquí.

¿Eso hiciste?

¿De qué te sorprendes? No soy una idiota. Julius jamás descansará cuando descubra que me he ido. Tengo que alejarme de Herculano.

Sólo me sorprende que pudieras conseguir que alguien te ayudara. Julius es muy poderoso.

Lo conseguí. Pía me ayudó. Demónidas me está esperando.

Tal vez -dijo Antonio, observando la lava que descendía velozmente por el volcán-. O puede que haya zarpado cuando explotó la montaña.

Ese había sido uno de los temores de Cira mientras corrían por el túnel.

Es un hombre codicioso, y sólo le pagué la mitad. Correrá el riesgo. El río de lava no parece dirigirse en aquella dirección. Se está dirigiendo directamente hacia… -Se interrumpió horrorizada-. Hacia la ciudad. Miró a Dominicus por encima del hombro-. ¿Hace cuánto tiempo que te envió la señora Pía?

Una hora.

¿Iba a ir al barco inmediatamente?

Dominicus asintió con la cabeza sin apartar la mirada de la lava.

Me dijo que le dijera que la estaría esperando.

Y parecía como si la montaña hubiera entrado en erupción hacía cien años, pero no podía haberlo hecho hacía mucho tiempo. A buen seguro que Pía estaría fuera de la ciudad.

¿Quiere que vaya y me asegure? -preguntó Dominicus.

¿Enviarlo a aquella trampa ardiente? Aquella lava mortal fluía más deprisa a cada segundo. ¿Pero y si Pía…?

Cira se obligó a apartar la mirada.

Si alguien va a ir, seré yo.

¡No! -dijo Antonio-. Sería una locura. Ni siquiera podrías llegar a las afueras antes…

Esto no es de tu incumbencia.

¡Por los dioses!, no podría ser más de mi incumbencia. -Su expresión era adusta-. ¿Qué es lo que he estado intentando decirte? ¿Quieres que vaya a buscar a esa tal Pía? Soy lo bastante loco para hacer incluso eso por ti. -La miró directamente a los ojos-. Pídemelo e iré.

Cira le creyó. Antonio iría antes que dejarla arriesgar su vida.

Otro estruendo sacudió la tierra.

Apartó los ojos de los de Antonio y le preguntó a Dominicus:

¿Está Leo con ella?

No, me dijo que lo llevara al barco anoche. Está con Demónidas.

Y Demónidas sería todo lo compasivo que le dictara su recompensa con el niño. No podía arriesgarse a dejarlo solo y desprotegido. Tenía que hacerse cargo y rezar para que Pía hubiera abandonado la ciudad cuando le había dicho a Dominicus que lo iba a hacer.

Entonces, vayamos al barco. -Se alejó de la ciudad y empezó a correr-. Deprisa.

Dejé dos caballos al pie de la colina. -Antonio la adelantó-. ¿Dominicus?

También traje un caballo para ella -dijo Dominicus-. No esperaba que volviera usted. Su traición… -Se interrumpió, la mirada fija en la montaña, y masculló un juramento-. Viene hacia aquí.

Tenía razón, se percató Cira.

Aunque la corriente principal se dirigía hacia la ciudad, un riachuelo de lava líquida estaba abriendo una senda hacia la villa de Julius, dirigiéndose directamente hacia ellos.

Todavía tenemos tiempo para llegar a los caballos. -Antonio cerró la mano con fuerza alrededor de la de Cira-. Vayamos hacia el Norte y bordeemos la corriente.

Si podían. El humo y la lava parecían estar atacándolos, asfixiándolos, rodeándolos por todas partes.

Pues claro que podían, pensó Cira con impaciencia. No había llegado tan lejos para ser derrotada en ese momento.

Entonces deja de hablar y condúceme hasta esos caballos.

– Eso estoy haciendo, agotadora mujer. -Antonio la estaba arrastrando hacia un bosquecillo-. Ve a buscar tu caballo, Dominicus. Deja libre al otro animal. Dale una palmada en las grupas y envíalo hacia el norte.

Dominicus desapareció en el humo.

Cira oyó a los caballos por delante de ella, relinchando aterrorizados y forcejeando por soltarse de sus riendas.

Entonces Antonio la subió a lomos de uno de los caballos y le entregó las riendas.

Ve delante. Estaré justo detrás de ti.

Qué impropio de ti.

No hay elección. Me mantendré cerca. No me extrañaría que intentaras despistarme. -La miró a los ojos-. No dará resultado. Te abandoné una vez, y averigüé esto: que es para siempre, Cira.

Para siempre. La esperanza y la alegría se mezclaron con el miedo galopante que sentía. Espoleó el caballo para ponerlo al galope.

Las palabras tienen poco valor. Demuéstralo.

«Increíble», le oyó decir entre dientes detrás de ella.

Sólo tú pondrías una condición como esa. Lo discutiremos más tarde. Ahora tenemos que salir de este infierno.

Y vaya si era un infierno. Las chispas habían hecho arder las copas de los árboles que bordeaban la carretera. Cira echó un vistazo hacia la corriente de lava que bajaba por la montaña. ¿Estaba más cerca? Tenían que recorrer al menos un kilómetro y medio antes de que estuvieran fuera del sendero. Rezó para que la lava no les cortara el camino antes de que alcanzaran…

Un árbol en llamas se derrumbó sobre el camino ¡delante de ella! Su caballo relinchó y se encabritó. Cira sintió que se resbalaba de la silla…

¡Antonio!


Jane se incorporó de un brinco en la cama, jadeando.

– ¡No!

– Tranquila. -La mano balsámica de Antonio estaba en su hombro-. Tranquila.

No era Antonio. Era Trevor. No era hacía dos mil años. Estaban allí. En la actualidad.

– ¿Todo bien? -Trevor la recostó, acurrucándola contra su cuerpo desnudo-. Estás temblando.

– Estoy perfectamente. -Jane se humedeció los labios-. Supongo que debía haber esperado tener pesadillas después de decirme lo que Reilly quería hacerme. No me puedo imaginar nada peor que tener a alguien capaz de controlar tu mente y tu voluntad. Pensar en ello hace que me vuelva loca. Cira nació esclava. Probablemente relacioné…

– Tranquila. Respira hondo. Tú no eres Cira, y Reilly no te va a poner las manos encima.

– Ya lo sé. -Guardó silencio durante un instante-. Lo siento.

– No hay nada que sentir. ¿Qué clase de pesadilla era?

– Creía que todo le iba a salir bien a ella, y entonces el árbol…

– ¿A Cira?

– ¿A quién si no? Parece que me estuviera asediando. -Torció el gesto-. ¡Carajo!, parece de lo más raro. Sigo convencida a medias de que debo de haber leído algo sobre ella en algún lugar que hace que tenga estos sueños.

– Pero sólo medio convencida.

– No lo sé. -Se acurrucó más-. Parecen tan reales, y es como una historia que se fuera desarrollando. Como si ella intentara decirme algo. -Se incorporó apoyándose en un codo-. No vayas a reírte de mí.

– No me atrevería. -Trevor sonrió-. El espíritu de Cira podría derribarme con un rayo. -Su sonrisa se esfumó-. O quizá podrías decidir dejarme. De una u otra manera, me enfrentaría al desastre.

– Ahora te estás burlando -dijo ella sin seguridad. La expresión de Trevor era extraña, tensa y carente de humor.

– ¿Eso hago? Puede que sí. -La volvió a recostar y apretó los labios contra el pelo de su sien-. Dirías que sería demasiado pronto. Probablemente tendrías razón. Pero sé muy bien que quiero tener la oportunidad de averiguarlo. -Ciñó sus brazos alrededor de ella cuando sintió que se volvía a poner tensa-. De acuerdo. Dejaré de hacer que te sientas molesta. Buenas noticias, yo mismo estoy bastante inquieto. Esperaba un buen revolcón con una mujer a la que he deseado durante años. No esperaba… -Se interrumpió-. Creo que es conveniente un cambio de tema. ¿Te importaría contarme tu último sueño con Cira?

Jane titubeó. Había evitado contarle a nadie los detalles de aquellos sueños, a excepción de Eve. Eve no sólo era como su otro yo, sino que tenía sus propios secretos que ni siquiera había revelado a Joe. Jane podía entender aquella omisión instintiva. Ella era tan reservada como Eve, y le resultaba difícil confiar a alguien aquellos sueños que en nada se parecían a unos sueños.

– Lo comprenderé, si no quieres hablar de ello -se apresuró a decir Trevor-. Pero quiero que sepas que, pienses lo que pienses, lo creeré. Confío en tu instinto y en tu buen juicio. Y a la mierda todo lo demás.

Jane guardó silencio durante un instante.

– No sé qué creer -dijo con voz entrecortada-. Cira estaba saliendo del túnel. Antonio estaba con ella. Igual que Dominicus. Se dirigían a un barco fondeado en la costa. Cira había pagado a Demónidas para que la sacara de Herculano.

– ¿Demónidas?

– Es un hombre codicioso. Ella cree que la esperará, aunque… -Meneó la cabeza-. Aunque el mundo de ambos se está desmoronando. Antonio no está tan seguro. -Jane miró fijamente la oscuridad-. El fuego los rodea. Los cipreses que flanquean el camino están todos ardiendo. Uno se derrumba sobre la carretera delante de Cira. Ella se cae del caballo y llama a gritos a Antonio… -Cerró los ojos-. Parece algo sacado de los Peligros de Paulina, ¿no te parece? A Dios gracias, entonces no había vías del ferrocarril. Probablemente habría atado a Cira a los rieles mientras una locomotora avanzaba rugiendo hacia ella.

– La misma Cira parece desenvolverse a la perfección en ese terreno -dijo Trevor-. Demónidas…

Ella abrió los ojos para mirarlo.

– ¿En qué estás pensando?

– Bueno, no has sido capaz de descubrir que te hubieras encontrado con ninguna referencia a Cira antes de empezar a soñar con ella. Demónidas es un nuevo personaje de este embrollo. Puede que fuera un mercader y comerciante famoso. Quizá podamos seguir la pista de Cira a través de él.

«Podamos.» Jane sintió una oleada de afecto al oír la palabra.

– Si existió.

– No seas pesimista. Existe hasta que se demuestre lo contrario. Veré que puedo hacer mañana para encontrar alguna referencia sobre él.

– Ese es mi trabajo.

– Entonces lo haremos los dos. Bien sabe Dios que hay suficientes caminos que explorar para los dos.

– Demasiados. Y ahora no tenemos tiempo para hacerlo. No, con Reilly y Grozak.

– Ahora tenemos un poco de tiempo. Podría resultar importante. Si Cira estaba huyendo de Julius, ¿cabe la posibilidad de que se fuera sin el oro?

Jane se puso tensa.

– No.

– Entonces ¿no sería lógico que el oro fuera en ese barco?

– Sí. -Y ella añadió-: Estás hablando como si en realidad hubiera un Demónidas.

– Dijiste que lo creías a medias. Trabajaré sobre esa suposición. ¿Podrías haberte encontrado alguna vez con el nombre de Demónidas en el pasado y convertirlo en fantasía? Es posible. Pero ¿por qué no comprobarlo? Daño no puede hacer.

– Podría ser una pérdida de un tiempo que no tenemos.

– Dije que me creería lo que tú creyeras. Tengo el pálpito de que crees en Cira, Antonio y Demónidas más de lo que llegarás a admitir. Sigues sin confiar en mí lo suficiente.

– Confío… en ti.

Trevor soltó una carcajada.

– Esa es una respuesta bastante pobre. -Se puso encima de ella-. Pero no pasa nada. Respondes con mucho entusiasmo en otros campos. Sólo tendré que esforzarme en realizar un avance importantísimo. -Le separó los muslos y susurró-: Pero hay avances de todo tipo. Creo que puedo hacer uno muy interesante ahora mismo.

Jane sintió avanzar el calor por todo su cuerpo cuando levantó la vista hacia él. Trevor no se había dado cuenta de que esa noche ya había hecho un gran avance. No el sexual que había conmovido a Jane hasta las entretelas. Le había permitido trasponer sus barreras mentales y aquella parte íntima de ella que no había confiado a nadie. Se sentía unida, parte de él. Que sexualmente funcionaran de manera tan fantástica casi se quedaba pálido en comparación.

Casi. ¿En qué estaba pensando? El sexo con Trevor no tenía nada de pálido; era asombroso. Lo atrajo hacia ella.

– Estoy totalmente a favor de los grandes avances. -Intentó serenar su voz-. Enséñame…


– ¿Qué estás haciendo aquí fuera? -Joe salió al porche y se sentó al lado de Eve en el escalón superior-. Son casi las tres de la madrugada. ¿Preocupada?

– Pues claro que estoy preocupada. -Se apoyó en él cuando Joe la rodeó con el brazo-. Tengo un susto de muerte. ¿Por qué no? Los políticos todos siguen discutiendo sobre la responsabilidad por el once de septiembre. Me temo que no haremos lo suficiente para detener a ese loco de Grozak.

– Estamos haciendo todo lo que podemos. ¿Te devolvió John Logan la llamada?

Ella asintió con la cabeza.

– Ha cogido un avión a Washington para hablar con los peces gordos del Departamento de Seguridad Nacional. Gracias a sus contribuciones para las campañas, tiene la suficiente influencia en el Congreso para conseguir que al menos lo escuchen. Dice que puede prometer que, aunque sólo sea eso, darán la voz de alerta. Me volverá a llamar mañana.

– Y yo llamé al director de la Agencia. Se mostró reservado, pero le dije que si no hacía intervenir a la CIA, me pondría en contacto con los medios de comunicación. Así que deja de preocuparte, Eve.

– No estoy preocupada. -Torció el gesto-. Intento no tener que tomar una decisión dolorosa. No hay manera. No creo que haya manera de que pueda evitarlo.

– ¿De qué demonios estás hablando?

– Estoy diciendo que tenemos que hacer todo lo que podamos. No paro de decirme que probablemente no tenga ninguna relación, pero no puedo correr el riesgo. -Miró su reloj-. Son las ocho de la mañana en Escocia. No voy a despertar a Jane, si la llamo ahora. -Se levantó del escalón-. Voy a entrar a hacer café. Ven dentro y hablamos.


– Era Eve. -Jane colgó el teléfono lentamente-. Quiere que me reúna con ella en Nápoles esta noche.

– ¿Qué? -Trevor se retrepó en el sillón-. De ninguna manera.

Jane meneó la cabeza.

– Tengo que ir. Eve nunca me pide nada. Me ha pedido esto.

– ¿Por qué?

– No lo sé. Sólo me dijo que era importante para ella. Se reunirá conmigo en el aeropuerto. Su vuelo llega poco después de las seis. -Arrugó la frente-. ¡Dios santo!, estoy preocupada. Eve no… Parecía…

– Iré contigo.

Ella negó con la cabeza.

– No, me dijo que fuera sola.

– Y un cuerno vas a ir sola. Ella no querría que fueras, si supiera que hay peligro. ¿Va a estar Quinn allí?

– No. -Jane levantó la mano para detener la protesta que sabía se iba a producir-. Dijo que si quieres enviar a alguien para protegerme, que por ella no hay inconveniente. Lo único que quiere es que no haya ninguna intromisión.

– No voy a entrometerme.

Lo miró fijamente con escepticismo.

– De acuerdo, intentaría no entrometerme. -Trevor meneó la cabeza-. Te dejé que fueras a Lucerna sin mí. Esta vez no te lo voy a permitir. Me quedaré en segundo plano. Seré chófer y guardaespaldas. Puedes ignorarme.

– Eso es difícil. ¿Y qué pasa con Brenner?

– No descubrió nada sobre el padre de Mario. Lo envié de vuelta a Colorado. -Apretó los labios-. Voy a ir, Jane.

Ella lo miró fijamente, contrariada.

– Pero Eve no quiere que vayas.

– Entonces tendrá que sonreír y aguantarse. -Abrió la tapa del móvil-. Llamaré para pedir un helicóptero. -Y añadió-: Y luego, telefonearé a Venable para decirle que eche el freno y que el aeropuerto de Nápoles no esté tomado por sus hombres.

Jane se había olvidado de Venable y de que éste había pinchado el teléfono. Mejor Trevor que la CIA. Y tuvo que admitir para sí que se sentía más cómoda si iba Trevor.

– De acuerdo, pero mejor que te hagas invisible, ¡maldita sea! Le diré a Mario que nos vamos y luego cogeré mi bolsa y mi pasaporte.

MacDuff estaba parado en el patio cuando el helicóptero aterrizó una hora después.

– ¿Se van?

Jane asintió con la cabeza.

– A Nápoles. Pero volveremos esta noche o mañana. ¿Cómo está Jock?

– Callado. Muy callado. Casi encerrado en sí mismo. -Arrugó la frente-. Y esta noche tuvo una pesadilla. Confiaba en que hubieran acabado.

– ¿Ha sido por mi culpa?

– Puede. O por la mía. ¿Quién sabe? -MacDuff observó a Trevor cuando éste salía del castillo-. Pero siempre de Reilly. ¿Por qué Nápoles?

– Eve quiere reunirse conmigo allí.

– Eve Duncan. -Frunció el entrecejo-. ¿Por qué no vino aquí?

– Se lo diré cuando lo sepa. -Jane se dirigió al helicóptero-. Dígale a Jock que hablaré con él cuando vuelva. Dígale que… -No estaba segura de lo que quería que le dijera. No lamentaba haber investigado y pinchado y posiblemente abierto viejas heridas, porque había sido necesario. Sólo lamentaba el dolor que había provocado-. Adiós, MacDuff. Cuide de él.

– No es necesario que me lo diga.

Jane sonrió.

– Ya lo sé. -Y repitió la frase que le había oído a él-: Es uno de los suyos.

– Aja. -MacDuff se apartó-. De los míos.


Eve abrazó a Jane cuando ésta salió de la aduana y lanzó una mirada glacial a Trevor.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– ¿A ti que te parece? Hace unos días vi decapitar a un hombre. No iba a correr ningún riesgo con Jane. -Cogió el neceser de Jane-. Pero le prometí a ella que no me entrometería y que desaparecería en un segundo plano, a menos que me necesitéis.

– Eso debe de haber dolido -dijo Eve secamente.

– ¡Joder, sí! Acabemos con esto. -Le entregó un llavero a Eve, se dio la vuelta y se dirigió a la salida-. Vuestro coche de alquiler está aparcado fuera. Os seguiré en otro coche de alquiler. A menos que podáis mantener vuestra conversación aquí, en el aeropuerto.

Eve negó con la cabeza.

– Yo tampoco lo creo. De lo contrario, no habrías querido que ella volviera a Italia. Y puesto que Nápoles es el aeropuerto principal más cercano a Herculano, supongo que es allí a donde os dirigís, ¿me equivoco?

– Tus suposiciones son casi correctas -dijo Eve mientras lo seguía-. Ese es uno de los motivos de que no quisiera que estuvieras aquí. Tu cabeza no para de maquinar, y no tenía ningún deseo de que anduvieras dando saltos por ahí y te interpusieras en mi camino. ¿Ves?, ya estás intentando hacerlo. -Se volvió a Jane-. ¿Cómo estás?

– ¿A ti que te parece? Asustada. Confundida. No me gusta andar a ciegas. ¿Por qué diablos estamos aquí, Eve?

– Porque no podía seguir callada por más tiempo. -Empujó suavemente a Jane hacia el coche de alquiler que Trevor estaba señalando-. Y siempre me he sentido mejor hablando con los objetos delante.


* * *
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