Capítulo 18

– ¿Y bien? -preguntó Trevor cuando MacDuff salía de la habitación-. ¿Sabemos dónde está Reilly?

– Tal vez. Sigue inclinándose por Idaho. ¿Dónde está Jane?

– En la cocina, con Mario. ¿En qué parte de Idaho?

– No está seguro. -MacDuff se dirigió a la cocina-. Cerca de Boise. No voy a pasar por esto dos veces. Quiero asegurarme de que todos saben que no quiero que se acose a Jock.

– ¿Puedo señalar que fue usted quién hizo que se volviera chalado?

– Con la ayuda de Jane.

– Ella le está brindando una ayuda considerable. Vi esas marcas en su cuello.

– ¿Y se quejó?

– Dijo que merecían la pena. No estoy de acuerdo.

– Lo estaría, si hubiera visto a Jock ahora mismo. Está saliendo de la niebla.

– Me alegro por él. Sigue sin merecer la pena. -Trevor lo precedió a la cocina, donde Jane y Mario estaban sentados a la mesa-. MacDuff dice que Jock se está centrando en Boise como una localización posible.

– ¿De verdad? -El cuerpo de Mario se tensó con el entusiasmo-. ¿Dónde, exactamente?

– No está seguro. No puede esperar que lo recuerde todo de inmediato.

– ¿No puede hablar con él, presionarlo?

– No. Está haciendo todo lo que puede. No quiero que tenga una recaída.

– ¿Cómo se encuentra? -preguntó Jane.

– Titubeante. Como un bebé que diera sus primeros pasos. -MacDuff sonrió-. Y tan cerca de la normalidad, que parece absolutamente increíble.

– Entonces debería poder decirnos algo pronto -dijo Mario.

– Echa el freno -dijo Trevor-. Eso es lo que queremos todos.

– ¿Cuánto tiempo? -preguntó Jane.

MacDuff se encogió de hombros.

– Lo que haga falta.

– Eso no es aceptable. -Mario arrugó la frente-. ¿Y si Grozak y Reilly averiguan lo que estamos haciendo? Y aunque no lo hagan, sólo queda una semana. Grozak podría cerrar el…

– No lo voy a presionar -dijo MacDuff-. Y tampoco ninguno de ustedes.

– No quiero hacerle daño, pero tienen que… -Mario levantó las manos en un gesto de frustración cuando se encontró con la mirada de MacDuff-. No importa. -Salió de la cocina dando grandes zancadas.

– Tiene razón -dijo Trevor-. No podemos quedarnos jugueteando con los pulgares y esperar a que el tiempo cure a Jock.

– Ya veremos. Tenemos que llegar a un compromiso. -MacDuff fue hasta la encimera y se sirvió una taza de café-. No voy a destruir a Jock, porque Mario quiera su venganza para ayer. Podemos permitirnos un par de días. Ocurrirá.

– Y no queremos que Mario se ponga a trabajar por su cuenta y haga saltar por los aires la poca cobertura que tenemos -dijo Trevor.

– No hará eso. -Jane se levantó-. Hablaré con él.

– Por supuesto -dijo MacDuff-. Cójale de la mano. No estoy por la labor de hacerlo yo. -Echó una ojeada a Trevor-. Y no creo que Trevor esté de humor para hacerlo.

– Al menos no voy a tener que preocuparme de que Mario le quite la vida estrangulándola -dijo Trevor-. Es un avance con respecto a la manera en que metiste la cabeza en la jaula del león con Jock. -Echó un vistazo a Jane-. Podría hacerlo yo, si no quieres tratar con él.

– Ninguno de los dos se acuerda de que Mario también está sufriendo. -Jane se dirigió a la puerta-. Todo lo que quiere saber es si se vislumbra algún final.

Trevor levantó las cejas.

– Eso es lo que queremos saber todos.


– ¿Te han enviado en una misión diplomática o como maestra para darme una palmada en las manos? -preguntó Mario-. No me arrepiento. Estaba diciendo la verdad.

– No me ha enviado nadie -dijo Jane-. Y se te debería permitir decir lo que se te pase por las mientes. -Hizo una pausa-. Aunque no antes de que pienses lo que vas a decir. Mi primer impulso fue el mismo que el tuyo. Jock podría ser el único medio para detener esto. Sólo una pocas palabras, y quizá pudiera conducirnos a ellos.

– Entonces, díselo a Trevor y a MacDuff.

– Lo haré. Pero no hasta que le demos su oportunidad a Jock. No somos unos salvajes. No queremos destruir una mente, si podemos salvarla dejando que Jock encuentre su propio camino de regreso. -Le mantuvo la mirada-. ¿Verdad que no lo somos, Mario?

Él la miró de hito en hito mientras un sin fin de expresiones cruzaban su rostro. Finalmente, dijo con sequedad:

– ¡No, maldita sea! Pero tiene que haber una manera de conseguir que él…

– Nada de presionar.

– Vale, vale. Pero ¿y si paso algún tiempo con él y lo llego a conocer? Sólo un par de días. Puede que consiguiera hacerlo hablar, darle un pequeño empujoncito.

– Nada de presionar.

– Ni siquiera mencionaría a Reilly. A menos que lo mencionara él primero. No soy un idiota. Puedo ser sutil.

– Cuando no estés traumatizado.

– Te lo prometo, Jane. No soy cruel. No quiero hacer daño a Jock. El chico me inspira lástima. Sólo déjame ayudar. ¡Déjame hacer algo!

Jane lo miró pensativamente. Percibió la desesperación en su expresión.

– Puede que no fuera una mala idea. Serías una voz nueva en todo este lío. Trevor, MacDuff y yo hemos estado presionando a Jock. Cada vez que nos ve, le sirve de recordatorio. Tenéis casi la misma edad, y eres otra persona para distraerlo. Un cambio de ritmo…

– Así es -dijo Mario con entusiasmo-. Tiene lógica, ¿verdad?

– Quizá. -Jane hizo una pausa-. Si puedo confiar en ti.

– Te lo prometo. No incumpliré mi palabra. -Hizo una mueca-. Los frailes se aseguraron de que creyera en la condenación eterna, si infringía cualquier mandamiento.

– Estás planeando infringir uno grande matando a Grozak y Reilly.

– Algunas cosas bien valen el riesgo de condenarse. Y creo que la Iglesia contrapondría mi pecado al más grande que van a cometer ellos. No romperé mi promesa, Jane.

Jane se decidió.

– No deberías hacerlo. Si alteras a Jock, MacDuff si que te va dar condenación eterna sin pensárselo dos veces.

– ¿Me dejarás hacerlo?

– Con una condición. Tenemos que llegar a un acuerdo. Puedes tener tus dos días con Jock, si me das la carta de Cira al concluir ese plazo.

– No la traje conmigo. -Y se apresuró a decir-: Pero puedo contarte lo que decía.

– Entonces, dímelo.

– Después de que pase mi tiempo con él. Es lo justo. ¿Cuándo puedo ver a Jock?

– Cuando se despierte. -Jane se volvió para marcharse-. Pero no te sorprendas, si no quisiera hablar contigo. No es exactamente sociable. Esto no es más que un experimento.

– Lo entiendo. Sólo seré una caja de resonancia. Si quiere hablar, estaré allí.

– Estoy depositando mi confianza en ti, Mario.

– Dentro de unos límites. -Sonrió-. Y con una copia de seguridad, por si acaso no lo consigo. No me importa. Siempre que pueda buscar una manera de ayudar.

Por primera vez desde que iniciaron aquel viaje Mario parecía casi alegre, aliviado de la inquietud y la amargura. La determinación podía obrar milagros. Tal vez juntar a los dos jóvenes pudiera funcionar.

– Y puede que MacDuff no sea necesario, si metes la pata -murmuró Jane-. Jock está sobradamente bien entrenado para ocuparse de cualquiera que lo enfade.


– Hola, Jock. ¿Sabes quién soy?

Jock meneó la cabeza para despejarla de la confusión del sueño, antes de observar al hombre sentado en el sillón situado junto a la cama.

– Eres el hombre que vive en la habitación con Cira. Mario…

– Donato. -El hombre sonrió-. Y no es que viva exactamente con Cira. Aunque a veces tengo la sensación de que así es. Intento descifrar sus pergaminos.

– Vives con su estatua, la que pertenece a Trevor. MacDuff me dejó subir a verla antes de que llegaras a la Pista.

– ¿Sin permiso de Trevor?

– Él es el señor del castillo, y sabía que yo quería verla después de que me enseñara la foto en Internet.

– ¿Y entraste sin más?

– No, sé cómo entrar en los sitios. -Su expresión se tornó sombría-. Fue fácil.

– Estoy seguro de que no habrías tenido que echar mano de las habilidades de un ladrón para ver la estatua. Trevor nunca se ha opuesto a que la tuviera en mi estudio.

Jock se encogió de hombros.

– El señor no quería que lo molestara.

– Aunque no lo suficiente para decirte que no allanaras la propiedad y fueras a verla, ¿no?

– No la estaba allanando. Tenía derecho a darme permiso para verla.

– Trevor no estaría de acuerdo, me temo. -Mario sonrió-. Tiene alquilado el castillo, y la estatua de Cira es suya.

Jock meneó la cabeza.

– El señor tenía derecho.

– Bueno, no vamos a discutir por eso -dijo Mario-. Me alegra que compartamos la pasión por Cira. Es preciosa, ¿no te parece?

Jock asintió con la cabeza.

– Me siento… cerca de ella.

– Yo también. ¿Te gustaría leer sus cartas?

– Sí. -Jock estudió la expresión de Mario. Aunque la niebla que empañaba su mente estaba disminuyendo, desapareciendo a veces por completo, seguía resultándole difícil concentrarse. Se obligó a hacerlo-. ¿Por qué estás aquí?

– Pensé que debíamos llegar a conocernos.

Jock meneó la cabeza.

– Estás siendo amable conmigo. ¿Por qué?

– ¿Es que tiene que haber una razón?

– Sí. -Jock pensó en ello-. Quieres lo que quieren los demás. Quieres saber sobre Reilly.

– ¿Por qué habría…? -Mario asintió con la cabeza-. No te voy a mentir.

– No puedo decirte lo que no sé -dijo Jock cansinamente.

– Acabarás recordándolo. Y quiero estar ahí, cuando ocurra.

Jock volvió a menear la cabeza.

– Míralo de esta manera. Prometí que no te haría ninguna pregunta. Conmigo podrás estar relajado. Si quieres hablar de Reilly, estaré dispuesto a escuchar. No, estaré como loco por escuchar.

Jock le escudriñó el rostro.

– ¿Por qué?

– Grozak y Reilly mataron a mi padre. Lo decapitaron.

Así era, Jock recordaba a Jane diciendo algo sobre la muerte del padre de Mario.

– Lo siento. No fui yo. Nunca se me dijo que decapitara a alguien.

La expresión de Mario traicionó su conmoción.

– Sabemos quién lo hizo. No pensaba que fueras tú.

– Está bien. Eso complicaría las cosas.

Mario asintió con la cabeza.

– Yo diría que eso es un eufemismo. -Se había recuperado lo suficiente para obligarse a sonreír-. No eres como me esperaba. Pero eso no significa que no podamos llegar a un acuerdo y ayudarnos mutuamente.

Jock no habló durante un instante sin apartar la mirada de la cara de Mario. Aquel hombre quería utilizarlo y creía que él era lo bastante simple para dejar que lo hiciera. No podía culparlo. Cuando la niebla se cerraba apenas era capaz de funcionar, ni siquiera al nivel más elemental. Pero en ese momento había períodos en los que la niebla se levantaba, y él se sentía perspicaz y agudo como un puñal.

– ¿No quieres saber lo que hay en esos pergaminos? -preguntó Mario persuasivamente-. Acabo de traducir uno que todavía no he dejado leer a nadie más. Podría hablarte de él. Serías el primero.

Estaba intentado sobornarlo. Jock podía percibir la desesperación que impulsaba a Mario. Venganza y odio, y la urgencia que acompañaba a aquella desesperación. Era extraño ser capaz de saber cómo se sentían los demás, cuando había estado ensimismado durante tanto tiempo.

Tenía que aceptarlo. Seguía débil, y todos los que lo rodeaban eran fuertes. Tenía que fortalecerse, coger lo que fuera que Mario estuviera dispuesto a darle, permitir que lo utilizara.

Hasta que la niebla desapareciera por completo.


– No pensé que fuera a dar resultado. -Trevor tenía la mirada fija en Mario y Jock mientras estos paseaban por el embarcadero-. Pensé que te habías dejado influenciar por Mario. Pero han pasado dos días, y parecen amigos de toda la vida.

– Me influyó. Me dio pena. Pero no la suficiente para dejarlo seguir adelante, si veía algún indicio de que estaba molestando a Jock. Tuve que emplearme a fondo para conseguir que MacDuff dejara siquiera que Mario hablara con Jock. Pero fue una manera de llegar a un acuerdo con él para que nos diera el pergamino de Cira, y sabía que, si lo alteraba, podía apartarlo de Jock sin ningún miramiento. -Jane meneó la cabeza maravillada-. Y Mario parece tratarlo con tacto. Me recuerda, a cómo era cuando llegue al castillo. Jock me dice que bromea con él y que le cuenta historias de su vida en Italia. No creo que le haya hecho ni una sola pregunta a Jock. -Todavía.

– Todavía. -Jane cerró los puños en los costados-. Pero nosotros sí que tendremos que empezar pronto a hacer preguntas. Estar aquí sentada, esperando a que Jock consiga por fin recordar algo que pueda parar este horror, me está volviendo loca. No podemos esperar mucho más a que se cure. ¿Has tenido alguna noticia de Brenner?

– Sólo que ha estado informándose en la estación de esquí donde Jock estuvo trabajando. Estuvo vendiendo equipamiento en la tienda de esquí tres meses, y un buen día no apareció. El propietario estaba bastante disgustado; no creía que Jock fuera tan informal. Incluso estuvo a punto de denunciar su desaparición. -Pero no lo hizo, ¿verdad? Trevor negó con la cabeza.

– En esas estaciones hay un flujo permanente de culos inquietos. Se quedan para ganar unos cuantos pavos y disfrutar del esquí, y luego siguen camino. -¿Y nada sobre Reilly?

– Todavía no. Brenner está sondeando algunas fuentes, pero ha de ser cauteloso para no poner sobre aviso a nadie de que estamos buscando a Reilly. En este momento las filtraciones son muy peligrosas.

En ese momento era peligroso todo. Incluida aquella espera por Jock. ¡Dios bendito!, ojalá pudieran hacer algo más.

– ¿Has hablado con Bartlett últimamente?

– Anoche. -Trevor Sonrió-. El Departamento de Seguridad Nacional no ha invadido la fortaleza de MacDuff. Así que, básicamente, están observando y esperando.

– Y nosotros también. -Jane hizo una pausa-. Supongo que no habrás podido equipar mi nuevo teléfono con algún tipo de bloqueo para que pueda hablar libremente con Eve y Joe, ¿verdad?

– Es demasiado arriesgado. Ya lo sabes.

Había sabido que esa sería su respuesta. Y, ¡carajo!, era la respuesta correcta. Por más que quisiera confiar en Eve y Joe, sería una idiotez correr aquel riesgo.

– De acuerdo.

– Mira, esto te está destrozando. Fue decisión tuya, pero todos la secundamos. Tenías razón, si hubiéramos presionado a Jock podría haberse cerrado en banda. Pero si te lo estás pensando, entonces di la palabra y tendré una charla con él.

– Te refieres a que utilizarás la fuerza.

– Sí creo que es la única vía. Él es nuestra única esperanza y nuestro principal escollo. No quiero que te tengas que lamentar durante el resto de tu vida que fuiste demasiado blanda para hacer lo que tenías que hacer.

– No seré demasiado blanda. -Era verdad. Se conocía lo bastante bien para saber que, a pesar del sufrimiento, tomaría la decisión que tenía que tomar si no quedaba otra salida. Pero, ¡Por Dios!, con qué desesperación esperaba que hubiera otra salida. Volvió a observar a Mario y a Jock-. Pero Mario tendría que conseguir algo de Jock muy pronto. Si no lo hace, haremos lo que tengamos que hacer. Incluso hacer intervenir al Departamento de Seguridad Nacional, a la CIA y a cualquiera que tenga la posibilidad de ayudar. Y ellos no serán ni comprensivos ni delicados con él. Cogerán lo que puedan, aunque ello conlleve destrozarle la mente.

– No lo voy a discutir. Confiemos en que no sea necesario. -Trevor cambió de tema-. Pero sí que tengo otra información interesante que tal vez quisieras conocer. Demónidas.

Jane lo miró rápidamente a la cara.

– ¿Qué?

– He estado intentando mantenerme ocupado, y encontré una referencia a un tal Demónidas en Internet. Vivió en la misma época que Cira.

– Eso es todo.

– No mucho más. -Hizo una pausa-. Pero adquirió cierta notoriedad pública cuando, hace dos años, se encontró su cuaderno de bitácora en Nápoles. Se supone que estaba en un buen estado de conservación, y el gobierno iba a sacarlo a subasta para recaudar fondos para los museos locales. Hubo bastantes rumores al respecto, y los coleccionistas hicieron cola para pujar.

– ¿Podemos verlo?

Él negó con la cabeza.

– Desapareció una semana antes de la subasta.

– ¿Robado?

– A menos que saliera andando de aquella caja fuerte de Nápoles.

– ¡Joder!

– Pero al menos existió, al igual que Demónidas. ¿Esto te hace sentir mejor?

– Sí. Cualquier cosa de este lío que se base en un hecho concreto es para bien.

– Seguiré buscando, aunque pensé que te gustaría saber algo definitivo. Esta ha sido una época bastante frustrante para todos.

– Eso es un eufemismo. -Sonrió-. Gracias, Trevor.

– De nada. Ha valido la pena. Es la primera vez que me sonríes en días. -Alargó la mano y cogió la de Jane-. Lo echaba de menos.

Jane bajó los ojos hacia sus manos unidas. Era reconfortante, agradable…

– He estado un poco nerviosa.

– Hemos estado así desde el día que nos encontramos. No me imagino cómo sería poder hacer una comida, ir a una exposición, quizá sentarse sin más y ver juntos la televisión. Cosas normales, vaya.

Tenía razón. La normalidad era un estado del que no sabían nada. No habían tenido tiempo ni ocasión de hablar, de explorar, de llegar a conocer mutuamente de verdad. Sólo había habido tensión sexual, un delicado equilibrio entre la confianza y la sospecha y, literalmente, moverse por el lado salvaje de la violencia.

– ¿Y es eso lo que quieres?

– ¡Joder, sí! Lo quiero todo. ¡Quiero conocerte!

Ella apartó la mirada.

– ¿Y si te decepciona cuando lo hagas?

– Me estás evitando.

Era verdad. El contacto de su mano era bueno, y ella necesitaba el consuelo y la cordialidad que le estaba dando. Aquello hacía que deseara aferrarse a él, y eso no se lo podía permitir. Si no tenía su fuerza y su independencia, no tenía nada.

– ¿Y qué esperas? Esto es demasiado nuevo. Yo no esperaba… Cuando era una niña de la calle lo que vi de las relaciones hombre-mujer no fue bonito. Supongo… que aquello me dejó huella. Me da miedo lo que me haces sentir. No te pareces a nadie que haya conocido antes, y ni siquiera estoy segura de que esté aquí cuando todo esto termine.

– Yo sí estaré aquí.

Jane retiró la mano y se levantó.

– Entonces ya nos preocuparemos de ir a comer y de ver la televisión juntos. -Se dirigió a la puerta-. Creo que bajaré y haré un dibujo de Jock y Mario juntos. Hacen un interesante contraste, ¿no te…?

– Jane.

– De acuerdo. Estoy evitando hablar de ello. -Lo miró fijamente a los ojos-. ¿Quieres sexo? Estupendo. Me encanta hacerlo contigo. Es sólo que no puedo… Me lleva su tiempo intimar con alguien. Y si no puedes aceptar eso, tendrás que apañártelas.

Trevor apretó los labios.

– Puedo aceptarlo. -Hizo una mueca repentina-. Y vaya si aceptaré el sexo. -Se volvió hacia la casa-. Encenderé el ordenador para ver si puedo dar con algo más sobre Demónidas.


– Deben de estar sentados por ahí, dándoles vueltas a los pulgares -dijo Wickman cuando Grozak atendió su llamada-. No hay el menor indicio de acción. ¿Por qué no cogemos unos cuantos hombres, entramos y armamos un poco de lío?

– Porque sería una estupidez -dijo Grozak-. Me sorprende que siquiera lo sugieras. Te dije que quería a la mujer, y en cuanto intentes utilizar la fuerza, empezarán a rodearla para protegerla. Y si no tienes éxito, eso demostrará a Reilly lo ineptos que somos. Ese bastardo siente un gran respeto por la fuerza.

– No soy ningún inepto.

– Sé que no lo eres -se apresuró a decir Grozak-. Sólo lo parecerías.

– Cinco días, Grozak.

– No tienes necesidad de recordármelo. Ahora estoy en Chicago, encargándome del envío de los explosivos a Los Ángeles. Luego, iré a Los Ángeles y me aseguraré de que se han pagado los sobornos.

– Todos tus magníficos planes no servirán de nada, si no le damos a Reilly lo que quiere. -Wickman colgó el teléfono.

Grozak apretó los labios mientras hacía lo propio. Wickman se mostraba más arrogante cada vez que hablaba con él. Estaba empezando a lamentar el día que había contratado a ese hijo de puta. Puede que Wickman fuera inteligente y eficiente, pero había momentos en que Grozak sentía como si el sicario estuviera perdiendo el control.

¿Tendría que matarlo?

Todavía no.

Miró en calendario del escritorio y sintió que se le hacía un nudo en el estómago.

Cinco días.


Cuatro días

– Hola, Jock. -Jane se sentó detrás de él en los peldaños del porche, y se quedó absorta en la magnificencia de la puesta del sol antes de abrir su cuaderno de dibujo.

– Qué paz se respira aquí, ¿verdad? Me recuerda al chalé que Joe tiene en el lago de nuestra ciudad.

– ¿Tenéis montañas?

– No, sólo colinas. Pero la paz es la misma.

El chico asintió con la cabeza.

– Me gusta esto. Hace que me sienta limpio por dentro. Y libre.

– Eres libre.

– En este momento. Pero nunca estoy seguro de si seguiré así.

– Sé cómo te sientes. -Levantó la mano cuando Jock empezó a menear la cabeza-. Vale, nadie podría saberlo a menos que pasara por lo que has pasado tú, pero me lo puedo imaginar. No creo que haya nada peor que el que a uno lo controlen como si fuera un esclavo. Es la peor de mis pesadillas.

– ¿De verdad?

Ella asintió con la cabeza.

– Y Trevor me dijo que a Reilly le encantaría intentar echarme el guante para controlarme. Me puse enferma.

Jock arrugó la frente.

– Pero en su campamento no había ninguna mujer excepto Kim, y ella trabaja para Reilly.

– Se supone que yo iba a ser la excepción.

Jock asintió con la cabeza.

– Tal vez se deba a tu parecido con Cira. A él le gustaba. No paraba de preguntarme por ella y si el señor había averiguado algo sobre el oro o…

– ¿Eso hizo? -Jane desvió la mirada rápidamente hacia la cara del muchacho-. ¿Te acuerdas de eso?

– Sí, he estado recordando algunas pequeñas cosas estos últimos días.

– ¿Qué más?

– Cuatro ocho dos.

Jane sintió que la invadía la decepción.

– Oh.

– No es eso lo que querías que dijera.

– Creía que ya lo habías aceptado.

– Ahora sí. Ahora que he recordado que hice todo lo que pude.

– ¿Te gustaría contarme lo que sucedió aquella noche?

– No hay mucho que contar. Reilly me indicó la dirección y la víctima, y me dirigí a hacer lo que me había dicho.

– ¿Y por qué una niña?

– Para hacer daño a Falgow. Algo relacionado con la Mafia. Creo que habían pagado a Reilly para que castigara a Falgow por no colaborar.

– Pero a una niña pequeña…

– Eso le haría sufrir. A mí me hizo sufrir. No pude hacerlo. Pero si yo no lo hacía, Reilly enviaría a otro. Yo lo sabía. Tenía que hacer algo…

– ¿El qué?

– Cualquier cosa. Pensaban que la niña estaba a salvo. Pero no lo estaba. Jamás estaría a salvo, si no la protegían. Tiré una mesa. Y rompí una ventana y salí a aquel camino. Tenían que saber que había alguien allí, que ella no estaba segura.

– Pero a mí sí.

– También a Mario. Pero sin Reilly, Grozak no puede hacer nada. Podéis atraparlo más tarde.

– ¿Y si no podemos?

Jock meneó la cabeza.

¡Dios santo!, qué tozudo que era. Y Jane se veía incapaz de razonar con él, porque el muchacho sólo veía un camino, un objetivo.

– ¿Qué harías si te digo que no y volviera a entrar en el chalé y le dijera a Trevor y a MacDuff lo que has recordado?

– Si dijeras que no, entonces no estaré aquí cuando vengan a buscarme. -Jock mantenía la vista fija en las cumbres nevadas-. Sé como esconderme en las montañas. MacDuff podría encontrarme, pero ya sería demasiado tarde para todos.

– Jock, no hagas eso.

– Sólo a ti.

Hablaba en serio. Tenía los labios apretado con determinación.

Jane se rindió.

– De acuerdo -dijo secamente-. ¿Cuándo?

– Esta noche. Abrígate. Tal vez tengamos que quedarnos a la intemperie. ¿Puedes conseguir las llaves del coche?

– Me las arreglaré. -Se levantó-. A la una de la madrugada.

Él asintió con la cabeza.

– Eso estaría bien. Y coge una tarjeta de crédito. Necesitaremos gasolina y otras cosas. -La miró fijamente con cara de preocupación-. ¿Estás furiosa conmigo?

– Sí. Y no quiero hacer esto. Tengo miedo por ti. -Y añadió-: Y, ¡maldita sea!, tengo miedo por mí.

– No te ocurrirá nada. Te lo prometo.

– No puedes hacerme ese tipo de promesas. No sabemos lo que va a suceder.

– Pensé que querrías ir. Puedo ir solo.

– No, no puedes. Tengo que aprovechar la oportunidad de agarrarlo. -Jane lo miró por encima del hombro y empezó a recorrer el sendero-. Pero voy a dejar una nota. -Cuando Jock empezó a hablar, lo interrumpió-. No me digas que no. No voy a abandonarlos sin decirles ni una palabra y dejar que se preocupen por nosotros. Eso no te perjudicará. No me has dicho nada de valor.

– Supongo que tienes razón -dijo lentamente mientras empezaba a dirigirse hacia el embarcadero-. No quiero preocupar a nadie.

– Entonces no hagas esto.

Jock no contestó y avanzó por el sendero.

No, no quería preocupar a nadie, pero estaba dispuesto a lanzar un cartucho de dinamita en medio de aquel lío, pensó Jane mientras se dirigía hacia el chalé.

De acuerdo, no podía permitir mostrar su preocupación y nerviosismo. Tenía que quedarse allí fuera un ratito más, y para entonces ya sería hora de irse a la cama. Echó un rápido vistazo hacia el coche aparcado junto al chalé. Sin duda alguien los iba a oír cuando se marcharan de madrugada.

Bueno, entonces sería demasiado tarde para detenerlos.

Tenía que ignorar el arrebato de pánico que le produjo la idea. Al menos estaban haciendo algo para encontrar a Reilly. Jock le había prometido que ella podría pedir ayuda en cuanto llegaran a su destino.

Sí, y también le había prometido que estaría a salvo. No era muy probable. Jock estaría concentrado en atrapar a Reilly, y no en protegerla.

Entonces, tendría que protegerse a sí misma. ¿Y qué diferencia suponía eso? Había cuidado de sí misma toda su vida. De todas formas, Jock no le había sido de mucha ayuda. El muchacho era como una campana que a veces sonaba con nitidez y en otras explotaba con una algarabía atronadora.

Lo único que tenía que hacer ella era concentrarse en evitar que esa explosión la matara.


Lakewood, Illinois

Las cuatro chimeneas de la central nuclear rasgaban el horizonte.

Grozak se paró en un lateral de la carretera.

– Sólo podemos permanecer aquí un minuto. Las patrullas de seguridad hacen la ronda por toda la zona cada treinta minutos.

– No necesitaba ver esto -dijo Cari Johnson-. Todo lo que tiene que hacer es decirme lo que tengo que hacer, y lo haré.

– Pensé que no haría ningún daño. -Y Grozak quería ver la reacción de Johnson ante la visión del lugar donde iba a encontrarse con la muerte. Cuando había recogido a Johnson, el sujeto lo había impresionado. Era un hombre joven de aspecto pulcro, bien parecido, y hablaba con un acento del Medio Oeste. Por supuesto, aquel aspecto típicamente norteamericano estaba bien, aunque a Grozak lo preocupaba: no era capaz de imaginarse a Johnson atravesando aquella verja con el camión-. El camión es una furgoneta de reparto de comida y bebida y acude a la central todos los días a las doce del mediodía. Tiene autorización para entrar, aunque lo registran en cuanto llega al punto de control.

– ¿Está bastante cerca ese punto de control?

– Hay suficiente potencia de fuego para derribar las dos primeras torres. Después de eso, toda la planta saltará por los aires.

– ¿Está seguro?

– Estoy seguro.

Johnson observó con aire pensativo las dos chimeneas.

– Reilly me dijo que la radiación borraría del mapa a Illinois y a Missouri. ¿Es correcto eso?

– Correcto. Y probablemente más que eso.

– Ha de merecer la pena, ¿sabe?

– Le aseguro que lo…

– Si no, Reilly me lo dirá. Dijo que me llamaría.

– Entonces, estoy seguro de que lo hará.

– ¿Le importa si me voy al motel ahora? Reilly me digo que me fuera al motel y me quedara allí.

Grozak arrancó el motor.

– Pensé que debía ver…

– Quería ver si me asustaba. -Johnson lo observaba sin mostrar ninguna emoción-. No tengo miedo. Reilly me enseñó a controlar el miedo. No puedes tener miedo y ganar. Y ganaré, y todos esos bastardos y sanguijuelas perderán. -Se recostó en el asiento y cerró los ojos-. Sólo asegúrese de que esa carga explosiva haga su trabajo.


Tres días

– No enciendas el motor -dijo Jock en voz baja cuando Jane entró en el coche-. Quita el freno, y yo lo empujaré hasta el camino. Puede que pongamos suficiente distancia para que no nos oigan.

– No hay muchas posibilidades. -La noche era tranquila y glacial, así que su aliento salía en vaharadas con cada palabra-. Podemos intentarlo. -Soltó el freno de mano-. Vamos.

No tuvo que decírselo dos veces. Jane sintió que el coche se movía lentamente sobre el hielo que había bajo los neumáticos mientras Jock lo empujaba con cuidado y esfuerzo hacia el camino.

Ninguna señal de agitación en el chalé.

Jane mantenía la esperanza a medias de que alguien los oyera. Quizá, si lo hicieran, Jock renunciara a la idea de…

Llegaron al camino de grava.

Jock estaba jadeando cuando se metió de un salto en el asiento del acompañante, al lado de Jane.

– No aceleres. Despacio. Muy despacio.

El crujido de la grava bajo los neumáticos recordaba al sonido de una pistola infantil de perdigones.

Ninguna señal de vida en el chalé.

¿O sí?

Sí, una luz en una ventana.

– ¡Vamos! -dijo Jock-. Entra en la autovía, pero sal en la primera salida. Esperarán que nos quedemos en ella. Cogeremos otra autovía más tarde.

El móvil de Jane sonó.

Echó una ojeada a Jock y pulsó el botón.

– ¿Qué demonios estás haciendo? -preguntó Trevor-. ¿Y dónde está Jock?

– Sentado a mi lado. -La autovía estaba justo delante de ellos-. Te dejé una nota.

– Vuelve.

– Lee la nota. -Jane entró en la autovía-. Lo siento, Trevor. -Colgó el teléfono.

– Yo también lo siento -dijo Jock con delicadeza mientras alargaba la mano para coger el teléfono-. Quiero confiar en ti, Jane. Te prometo que te devolveré el teléfono cuando lleguemos hasta Reilly.

Ella le puso el teléfono en la mano lentamente. La entrega la hizo sentir muy vulnerable.

– Gracias. -Jock desconectó la alarma y se metió el móvil en el bolsillo de la chaqueta-. Ahora, sal en la siguiente salida.


– ¡Condenada mujer! -La expresión de Mario era tan violenta como el tono de su voz-. Me ha estado engañando.

– Cuida tus palabras -dijo Trevor-. Leíste la nota. Jock no le dejó muchas alternativas. Dijo que nos haría saber algo en cuando haya comprobado la localización de Reilly.

– Siempre hay una alternativa -dijo MacDuff. Alargó la mano para coger el teléfono-. Debería haber acudido a mí. Yo habría conseguido que Jock escupiese todo lo que sabía.

– ¿Qué está haciendo? -preguntó Trevor.

– Pidiendo que un coche de alquiler me recoja y me lleve al aeropuerto. Ella dijo que Idaho. Me voy a Idaho.

– ¡Nos vamos a Idaho! -dijo Trevor.

– ¿Por qué no vamos sencillamente tras ellos? -terció Mario con impaciencia-. Quizá podríamos interceptarlos antes de que encuentren a Reilly. Y puede que Jock le mintiera e intente cambiar de destino en cuanto estén en la carretera.

– Jock llegó a un acuerdo con ella -dijo MacDuff-. Y dudo que en este preciso instante sea capaz de cualquier engaño complicado.

– ¿O sí lo es? -preguntó Trevor a Mario-. Tú has pasado mucho tiempo con él.

Mario pensó en ello, y entonces negó lentamente con la cabeza.

– No para de entrar y salir. A veces parece normal, y en otros momentos está como en una especie de bruma.

– Entonces es Idaho. -Trevor cogió la bolsa de lona y empezó a meter su ropa dentro-. Salgamos de aquí a toda pastilla.


* * *
Загрузка...